Un episodio negro de la historia que tuvo a los católicos en el centro.

Detrás de lo que sucede en la Tierra está actuando un mundo sobrenatural que no vemos con nuestros sentidos, pero podemos apreciar a nivel espiritual.

Hay fuerzas buenas y malas actuando, pero no tienen la última palabra, porque el libre albedrío de los hombres será el que incline la balanza.

Los hombres al final son los que deciden a qué fuerzas apoyar.

Y el caso de las bombas atómicas sobre Japón en la segunda guerra mundial, muestra cómo el maligno no sólo alentó que Japón recibiera las bombas al final de la guerra, sino que también estas afectaran en mayor medida a los católicos que a otros.

Aquí hablaremos sobre cómo el maligno alentó el uso de las explosiones atómicas sobre Japón a pesar que la guerra estaba ya casi liquidada, cómo operó para que una de esas bombas cayera en el centro católico de Japón, y cómo Dios estuvo presente dejándonos su mensaje para el futuro.

El bombardeo atómico de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945 y de Nagasaki tres días después, es junto con los Campos de Concentración Nazis, uno de los episodios más tristes de nuestra historia reciente.

Probablemente alrededor de doscientas mil personas murieron en los ataques y por envenenamiento por la radiación, la gran mayoría civiles.

Y la pequeña comunidad católica japonesa fue la que sufrió más esta tragedia, aunque hubo también notables gracias que nos indican que Dios está presente en los momentos más duros.

Esto es claramente una operación del demonio.

El proyecto Manhattan fue el encargado de llevar a cabo la construcción de las primeras bombas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial, a principios de los años 40, bajo el mandato del presidente Roosevelt.

Los científicos Oppenheimer y Ferni serían dos de las figuras de primerísima fila en el proyecto, pero también participó Eisntein en una etapa de relaciones públicas ante el poder político.  

Con estas bombas sobre Hiroshima y Nagasaki quedó inaugurada la era atómica del siglo XX.

Pero estos bombardeos fueron condenados como bárbaros e innecesarios por altos oficiales militares estadounidenses como MacArthur.

Y Eisenhower diría que «Japón ya estaba derrotado y… tirar la bomba era completamente innecesario».

Sin embargo el maligno operó sobre los políticos y el presidente Truman asumió las responsabilidades; recordemos que Truman era judío y masón, Gran Maestre de la Logia de Missouri.

Y dada la magnitud de lo que se vio después de los estallidos atómicos, es comprensible que las autoridades estadounidenses censuraran los informes de las ciudades destrozadas y no permitieran que las películas y fotografías llegaran al público, como sucedió por el contrario con los campos de concentración. 

Porque si no, los estadounidenses y el resto del mundo podrían haber hecho comparaciones inquietantes, con las escenas de los campos de concentración.

Y es por este manejo que la gran mayoría apoyó a Truman, creyendo que las bombas eran necesarias para poner fin a la guerra y salvar de miles de vidas estadounidenses.

Sin embargo, hubo voces que se levantaron inmediatamente criticando lo sucedido.

Por ejemplo, cuando en junio de 1956 Truman recibió un título honorario de la universidad de Oxford, la filósofa católica Gertrude Anscombe protestó y dijo que Truman era un criminal de guerra.

Felix Morley, académico, ganador del Premio Pulitzer y uno de los fundadores de la institución Human Events, llamó a sus compatriotas a expiar lo que se había hecho y propuso que se enviaran grupos de estadounidenses a Hiroshima, como se envió a los alemanes a presenciar lo que se había hecho en los campos nazis.

Y el sacerdote paulino, padre James Gillis, editor de The Catholic World dijo que los bombardeos atómicos fueron «el golpe más poderoso jamás asestado contra la civilización cristiana y la ley moral».

Sin embargo Dios escribe derecho en renglones torcidos y el horror de lo que sucedió, es lo que ha llevado a que todo el mundo tome con mucho respeto y responsabilidad el armamento atómico, porque nadie quiere volver a pasar por eso otra vez.

Y hay una extraña relación política y sobrenatural del estallido de esas bombas atómicas con los católicos y con la Iglesia Católica.

La versión oficial es que un documento de alto secreto mecanografiado ordenó que Estados Unidos «pusiera su primera bomba especial» en «Hiroshima, Kokura y Niigata en la lista de prioridades». 

Y con bolígrafo alguien insertó con una flecha «y Nagasaki» después de «Niigata», y nunca se supo quién fue. 

Finalmente el mal tiempo hizo que fuera Nagasaki la ciudad que recibiera la segunda bomba.

Nagasaki tenía unos 240 mil habitantes. 

Y un supuesto error de cálculo hizo que la bomba no cayera en el centro de la ciudad sino en la zona católica de la ciudad, liquidando de manera inmediata a unas 75 mil personas, y un número similar los días siguientes por la radiación.

La explosión hizo impacto casi directo en la catedral más grande de Asia, que estaba en ese distrito de Urakami, al norte del centro comercial de la ciudad.

Diezmó al 70% de la comunidad católica, muchos de ellos descendientes de los “cristianos ocultos», los Kakure Kirishitans, que habían ocultado su fe a raíz de la persecución sintoísta y budista del pasado.  

Porque Nagasaki había sido en el siglo XVI un centro importante del catolicismo en Japón, impulsado por los misioneros jesuitas y franciscanos.

Los lazos entre Nagasaki y la Iglesia Católica datan de cuando un señor donó tierras a los misioneros jesuitas de Portugal en 1580. 

La nueva religión se extendió tan rápido que fue ilegalizada como una amenaza para los gobernantes locales. 

Y desde 1597 hasta casi finales del 1800 fueron martirizados decenas de japoneses católicos, lo que les llevó a la clandestinidad, sobreviviendo sin sacerdotes 300 años.

En 1865 el Padre Petitjean descubre esta Iglesia clandestina, que se le dio a conocer después de haberse asegurado que él era célibe, que era devoto de la Virgen María y que obedecía al Papa de Roma. 

La elección de Nagasaki como depositario de la explosión nuclear siempre causó suspicacias.

El Vaticano nunca discutió públicamente el sesgo detrás de la voluntad de Estados Unidos de apuñalar el corazón católico de Japón el 9 de agosto de 1945.

Pero en privado, archivistas y expertos en Roma recuerdan la intensa disputa diplomática entre Washington y Roma sobre Japón, que estropeó sus relaciones durante la guerra.

Tres meses después del ataque a Pearl Harbor, Pío XII había establecido lazos diplomáticos con Tokio, y Estados Unidos reaccionó con mucho desagrado.

A lo que el Vaticano contestó que las relaciones diplomáticas no significan aprobar todas las acciones de un interlocutor extranjero.

Pero entre bastidores se sabe que la Iglesia no veía más remedio que establecer relaciones diplomáticas con Tokio, porque el imperio estaba poniendo a muchos católicos bajo su control y el Vaticano debía proteger los intereses espirituales de unos 20 millones de católicos en el territorio ocupado por los japoneses.

Y cuando la catedral de Urakami sufrió el impacto nuclear directo y la comunidad católica más grande de Japón fue aniquilada, el Vaticano lo vio extraoficialmente como una respuesta estadounidense.

Pero ante tanto dolor, en Hiroshima como en Nagasaki se vio la mano de Dios.

En Nagasaki, el convento franciscano que había establecido San Maximiliano Kolbe en la década de 1930, resultó ileso debido a la protección especial de la Virgen María.

Los hermanos rezaban el Rosario todos los días allí y no sufrieron efectos de la bomba.

Y lo más conocido fue la preservación de la casa donde vivían 8 sacerdotes jesuitas en Hiroshima, que es considerado uno de los grandes milagros del Santo Rosario.

Medio millón de personas fueron aniquiladas en los alrededores.

Sin embargo, la iglesia y los ochos padres jesuitas estacionados allí sobrevivieron, a pesar que vivían a menos de un kilómetro del epicentro del ataque.

No sufrieron ninguna lesión o heridas.

Todos vivieron el resto de su vida sin experimentar enfermedades a causa de la radiación, a pesar de estar expuestos a altos niveles de radiactividad.

Tampoco ninguno sufrió pérdida de la audición por la explosión o cualquier otro efecto o enfermedades visibles a largo plazo.

El Padre Schiffer, el principal del grupo, lo atribuyó a la devoción a la Santísima Virgen y a su diario Rosario de Fátima.

Él pensaba que recibió un escudo de protección de la Santísima Virgen, que lo protegió de toda la radiación y los malos efectos.

Dijo,

«En esa casa recitábamos el Santo Rosario juntos todos días y creemos que sobrevivimos porque vivíamos el mensaje de Fátima».

En ambos casos, en el convento de Nagasaki fundado por Maximiliano Kolbe y en la casa de los 8 jesuitas que quedaron ilesos en Hiroshima, el mensaje es la protección del Rosario y la Santísima Virgen.

Esto no quiere decir que el resto de los católicos que murieron no rezaran el rosario ni fueran marianos, y por eso murieron.

Sino que significa que Dios deja pasar desastres con fines de purificación del mundo, en este caso para que los hombres tuvieran respeto por la bomba atómica viendo sus consecuencias.   

Y con fines catequéticos, para mostrar la protección del Rosario y la Virgen María.

Y en el caso de las víctimas todos debemos recordar que Dios está más preocupado por nuestra vida eterna que por nuestra vida en la Tierra, que es de aprendizaje y dura sólo un suspiro.    

Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre los entretelones de que los católicos hayan sido los más perjudicados en los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki, y el mensaje que hay en ello.

Y me gustaría preguntarte si crees que en la elección de Nagasaki como objetivo de guerra estuvo la mano del maligno o fue simplemente consecuencia del azar. 

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