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Este es el capítulo II del libro de Georges Huber “El diablo hoy ¡Apártate Satanás!”

En un uno de sus análisis más penetrantes, el Concilio Vaticano II se dedica a desentrañar las causas del ateísmo contemporáneo. Entre ellas, el Concilio señala la existencia de una imagen falsa de Dios: «Algunos se representan a Dios de un modo tal que, al rechazarlo, rechazan un Dios que no es de ninguna manera el del Evangelio» (Gaudium et spes, 19).

Se podría decir analógicamente que algunos se representan al diablo de un modo tal que, al rechazarlo, rechazan a un diablo que no es de ninguna manera el de la Sagrada Escritura, de la Tradición y de Magisterio de la Iglesia.

En la existencia de esta postura es importante la responsabilidad de un cierto tipo de iconografía, remarca el historiador H.I. Marrou: «Estamos demasiado acostumbrados, a partir del arte romántico, a ver aparecer a los demonios como monstruos horribles. Esta tradición iconográfica que, plásticamente, tendrá su apogeo en las creaciones de una inspiración casi surrealista de los pintores flamencos, puede invocar la autoridad de textos que se remontan a la tradición más auténtica de los Padres del desierto, a partir de la primera fuente de toda su literatura, la Vida de San Antonio…».

H.I. Marrou continúa: «Todos los escritos del mismo tipo están llenos de relatos que nos describen a los demonios bajo el aspecto de monstruos y bestias. Pero hay que remarcar con claridad que, en todos estos textos, se trata de apariencias que los diablos revisten momentáneamente para atemorizar a los solitarios. Estas representaciones no son por tanto legítimas en el arte cristiano más que durante la realización de tales tentaciones y no cuando se trata de representar al demonio, independientemente de este papel, momentáneo, de espantapájaros».

Como subraya H.I. Marrou, Satanás es un ángel caído, pero un ángel, es decir, una espléndida criatura salida de las manos de Dios.

Hay una distancia enorme entre un oso, un macho cabrío, una serpiente -bajo cuyas apariencias se representa a veces al demonio- y un ángel, es decir, la más perfecta de las obras salidas de las manos del Creador. Santo Tomás de Aquino, tan mesurado en sus expresiones, remarca que, incluso después de su caída, Satanás conserva integralmente los dones naturales verdaderamente espléndidos recibidos del Creador.

El dominio sigue siendo una maravilla de inteligencia y de voluntad, aunque use muy mal sus dones naturales, incomparablemente superiores a los del hombre. Un atleta gigante sigue siendo un atleta gigante aunque use su fuera y su agilidad para cometer crímenes.

  

LA PROVIDENCIA UTILIZA LA MALICIA DE LOS DEMONIOS

La grandeza natural de los ángeles caídos está presente también en el papel que Dios les asigna en la historia de la salvación. No es un papel de comparsa como se podría pensar, sino de protagonistas. Santo Tomás de Aquino lo explica en estos términos: «Por su naturaleza los ángeles están entre Dios y los hombres. Ahora bien, el plan de la Providencia consiste en curar el bien de las criaturas inferiores por medio de los seres superiores. El bien del hombre lo procura la Providencia de una manera doble. O bien directamente, induciendo al hombre al bien y alejándolo del mal, y conviene que esto se haga por el ministerio de los ángeles buenos, o bien indirectamente, cuando el hombre es probado y combatido por los asaltos del adversario. Y conviene que se confíe esta manera de procurar el bien a los ángeles malvados, para que después del pecado no pierdan su utilidad en el orden de la naturaleza».

Así, añade Santo Tomás, un doble lugar de castigo se atribuye a los demonios: uno, por su falta, es el infierno; el otero, por las pruebas que hacen sufrir a los hombres, es el aire «aire tenebroso», es decir, la atmósfera terrestre de la que habla la Sagrada Escritura (cfr Ef 2, 2; 6, 12 y 1 P 5, 8).

¡Lenguaje ciertamente misterioso para el hombre moderno! El Cardenal Charles Journet intenta explicar asó los «lugares» habitados por los demonios: «las dos sedes del demonio se indican una por el infierno, la otra por el aire, la estratosfera, los lugares celestes. La primera sede es la de su infortunio; la segunda la de sus amenazas».

«hablar de la presencia del demonio en el aire, en la estratosfera, en los ligares celestes, es servirse de una imagen para decir que además de su presencia en el infierno donde está encadenado, el demonio está también presente en el lugar donde vivimos para tentarnos.»

Después de su pecado Dios habría podido precipitar a todos los ángeles rebeldes en las profundidades del infierno, pero corresponde al sabio utilizar los males para fines superiores, observa Santo Tomás.

Mientras el Señor precipita en el infierno a una parte de los ángeles malvados, encierra la otra parte en la atmósfera terrestre para tentar a los hombres.

Dios se servirá de su malicia, perfectamente controlada, para poner a prueba a los hombres y para darles de este modo la ocasión de purificarse y de elevarse espiritualmente. Así, los ángeles rebeldes se convierten a pesar suyo en los servidores del Señor o más bien en sus esclavos. Como los presos del Antiguo Régimen eran condenados a remar en las galeras del Estado, así los demonios están condenados a obrar, a pesar suyo, para la salvación de las almas y para la gloria de Dios.

Por lo que se refiere a la duración del ministerio de los ángeles buenos y de las pruebas infligidas por los malos, Santo Tomás escribe: «Hasta el día del juicio final hay que procurar la salvación de los hombres. Hasta entonces, por lo tanto, debe proseguir tanto el ministerio de los ángeles buenos son enviados aquí abajo, cerca de nosotros, mientras que los demonios residen en el aire tenebroso para probarnos. Sin embargo, algunos de ellos se encuentran ya en el infierno para torturare a aquellos que son inducidos al mal; de igual modo que algunos ángeles buenos están en el cielo con las almas santas. Pero después del último juicio, todos los malos, hombres y ángeles, estarán en el infierno; todos los buenos, en el cielo».

Se trata de una visión cósmica de la historia de la salvación: de un lado millones y millones de ángeles fieles a Dios velan guardando a los hombres en marcha hacia su destino eterno; del otro, legiones y legiones de ángeles rebeldes se esfuerzan por perder a esos mismos hombres.

«El mundo cambia de aspecto, escribía René Bazin, cuando se considera a los hombres sólo como almas en camino hacia su destino eterno». La historia de la humanidad, se podría decir, cambia de aspecto, cuando se la considera el teatro del encuentro entre dos ejércitos de ángeles que se disputan el espíritu y el corazón de los hombres. Habría que poder considerar este espectáculo con «los ojos de Dios», es decir, con una mirada de fe viva, para medir un poco sus dimensiones apocalípticas.

«Sobre la escena del mundo, escribe un autor espiritual, la vida de las almas puede aparecer circundada de banalidad. En realidad, esta vida está dominada por un invisible y grandioso altercado entre Dios y el demonio».

 

MARÍA ENFRENTADA A LA SERPIENTE

 El Concilio Vaticano II recuerda estas verdades profundas de la Revelación cristiana. «Un duro combate contra las potencias de las tinieblas tiene lugar a través de toda la historia de los hombres; comenzada al inicio, durará, como el Señor lo ha dicho (cfr Mt 24, 13; 13, 24-30 y 36, 43) hasta el último día. Ocupado en esta batalla el hombre debe combatir sin pausa para conseguir el bien. Y sólo a través de grandes esfuerzos, con la gracia de Dios, logra realizar su unidad interior por su unión a Dios» (Gaudium et spes, 37.

«Los demonios, nuestros enemigos, son fuertes y temibles, poseen un ardor invencible y están animados por un odio furioso e inimaginable contra nosotros. De igual modo nos hacen guerra sin descanso, sin paz y sin tregua posible. Su audacia es increíble…» (Catecismo de Trento, cap. 41, par. III).

María, Madre de la Iglesia, juega un papel decisivo en este «duro combate» contra los ángeles de la tiniebla. Juan Pablo II lo revela en su encíclica sobre la Bienaventurada Virgen María en la Iglesia en marcha (Redemptoris Mater, n. 47), que se inspira en el Génesis y el del Apocalipsis. «Merced a este vínculo especial, que une a la Madre de Cristo con la Iglesia, escribe el Papa, se aclara mejor el misterio de aquella «mujer» que, desde los primeros capítulos del Libro del Génesis hasta el Apocalipsis, acompaña la revelación del designio salvífico de Dios respecto a la humanidad. María, en efecto, presente en la Iglesia como Madre del Redentor, participa maternalmente en aquella «dura batalla contra el poder de las tinieblas» (cfr Gaudium et spes, 37) que se desarrolla a lo largo de toda la historia humana».

 

LAS DOS CIUDADES

Hemos oído a León XIII recordamos «que, por la envidia del demonio, el género humano se ha dividido en dos campos opuestos, que no cesan de combatir: uno por la verdad y la virtud, el otro por todo aquello que es contrario a estos valores». León XIII precisa: «El primero es el reino de Dios sobre la tierra, es decir la Iglesia de Jesucristo cuyos miembros deben servir a Dios. El segundo es el reino de Satanás. Bajo su imperio y su poder se encuentran todos aquellos que, siguiendo los funestos ejemplos de su jefe y de nuestros primeros padres, rechazan obedecer a la ley divina y multiplican sus esfuerzos, aquí para prescindir de Dios y allí para actuar directamente contra Dios» (Encíclica Humanum genus, 20-IV-1884).

«San Agustín ha captado y descrito estos dos reinos con una gran perspicacia bajo la forma de dos ciudades opuestas entre sí… tanto por las leyes que las rigen como por el ideal que persiguen.»

«La ciudad terrestre procede del amor de sí llevado hasta el desprecio de Dios, mientras que la ciudad celeste procede del amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí» según la famosa máxima del obispo de Hipona.

León XIII continúa: «Con el paso de los siglos las dos ciudades no han cesado de luchar la una contra la otra, empleando todo tipo de tácticas y las armas más diversas, aunque no siempre con el mismo ardor ni con el mismo ímpetu» (Encíclica Humanum genus).

Nota digna de relieve, hecha por el autor de un documento publicado en 1975 bajo los auspicios de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con el título: Fe cristiana y demonología: San Agustín muestra al demonio actuando en las dos ciudades, que tienen su origen en el cielo, en el momento en el que las primeras criaturas de Dios, los ángeles, se declararon fieles o infieles a su Señor. En la sociedad de los pecadores, San Agustín discernió un «cuerpo» místico del diablo que se encontrará más tarde en las Moralia in Job de San Gregorio Magno.

Con ocasión del XV centenario de la muerte de San Agustín, el Papa XI recordó la actualidad de la doctrina del santo Doctor sobre la lucha encontrada que se libra a lo largo de los siglos entre la ciudad de Dios y la ciudad de Satanás (Encíclica Ad salutem humani, 20-IV-1930).

Otra concordancia significativa: también los escritos de Qumrân presentan al mundo dividido en dos campos opuestos: de un lado el campo de los ángeles de la luz; del otro el campo de los ángeles de las tinieblas.

Según el padre Auvray, exegeta, «para San Juan, la Pasión de Jesús es una lucha contra el demonio, a lo largo de la cual éste será vencido (Jn 12, 31; 14, 30); toda la predicación de los Apóstoles será la continuación de esta lucha entre el reino de Dios y el del demonio» (Hch 26, 18).

¿No presenta el Apocalipsis, por otra parte, la historia de la Iglesia como una lucha entre Satanás y sus demonios y Dios y sus fieles? Esta lucha se terminará con el triunfo del Cordero y de aquellos que le habrán seguido.

¿Es necesario recordar una vez más, en apoyo de esta contemplación teologal de la humanidad en marcha hacia Dios, las meditaciones clásicas de San Ignacio de Loyola sobre los dos estándares, el de Cristo y el de Satanás?

¡He aquí una visión de la historia que eleva nuestra miradas muy por encima de los pequeños y grandes sucesos de la vida política, económica, social y cultural de cada día y por encima de nuestras mezquinas querellas entre cristianos!

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