Es un secreto a voces que el mundo marcha nuevamente hacia el comunismo.
Esta vez será globalizado, y aunque parezca un contrasentido para algunos, viene de la mano del capital financiero internacional y de las tecnológicas, que están restringiendo rápidamente la libertad de todos los ciudadanos del mundo.
La vez anterior en que el comunismo tuvo gran poder dominó ? de la tierra.
Y Mijail Gorbachev no tuvo reparo en reconocer públicamente, que la intervención de Juan Pablo II, fue decisiva en los acontecimientos que culminaron, en noviembre de 1989, con el derribo del muro de Berlín y con todo el sistema comunista soviético.
Pero su demolición comenzó en la Navidad de 1981 y fue al mejor estilo católico, pacífico y con un llamamiento masivo a la resistencia.
Un claro y maravilloso plan de Dios.
Aquí recordaremos lo que sucedió en la Navidad de hace 4 décadas, cuando comenzó a resquebrajarse el poder comunista soviético con un claro signo católico.
Lo que hoy no nos da derecho a ser pesimistas.
Después de lo que sucedió en la Navidad de hace 40 años no tenemos derecho a ser pesimistas.
Hace 4 décadas la resistencia católica resquebrajó el comunismo soviético y al final lo hizo desaparecer, pacíficamente.
Y hoy cuando el mundo marcha hacia el comunismo globalizado, cuando parece que todos los poderes responden a él, esta historia contada por Paul Kengor en su libro «Un Papa y Un Presidente», nos debe llenar de esperanza.
En diciembre de 1981, cada hombre y mujer trabajadores pertenecían al sindicato independiente, antisoviético y procatólico, Solidaridad, en Polonia.
Había sido fundado un año antes y llegó a contar con 10 millones de afiliados.
Antes de la elección del cardenal Karol Wojtyla como Papa en 1978, el movimiento disidente polaco era tímido, después de haber sido aplastado violentamente en 1956 y 1970.
Sin embargo, los nueve días de peregrinación de Juan Pablo II a su país de origen, en 1979, cambió eso.
La gente de repente vio que había millones como ellos, cuyas almas no habían sido conquistadas por los soviéticos y que querían una auténtica liberación.
Los trabajadores no sólo querían ganancias materiales o políticas, ellos querían que el gobierno respetara su dignidad dada por Dios.
Y eran pacíficos. Durante las protestas a las que llamaba el Sindicato Solidaridad, los trabajadores oraban y los sacerdotes celebraban misa.
Y las imágenes de Juan Pablo II y la Virgen Negra de Czestochowa estaban siempre presentes.
Pero los comunistas decidieron que ya era suficiente.
Habían hecho todo lo posible para detener al Papa polaco, que siete meses antes, el 13 de mayo de 1981, fiesta de Nuestra Señora de Fátima, estuvo a punto de ser asesinado.
Y en la medianoche del 13 de diciembre de 1981 el régimen desató el infierno en Polonia.
En Varsovia, en Cracovia, en Gdansk, en las zonas industriales y mineras, aparecieron tanques, sonaron las sirenas, y los camiones de la policía corrieron las calles arrestando a los miembros del Sindicato Solidaridad.
Miles de líderes sindicales, disidentes e intelectuales fueron enviados a campos de internamiento.
Lech Walesa, un electricista fundador del Sindicato, y quien más adelante sería Premio Nobel de la Paz y presidente de Polonia, y otras figuras de Solidaridad, fueron llevados a un lugar no revelado.
Se estima que unas 50.000 personas fueron detenidas sin juicio y hubo cientos de muertes reportadas.
Era domingo, el día del Señor, quien permitió esto para lograr un bien mayor.
Todo el país fue puesto bajo ley marcial.
Todos los vuelos dentro y fuera del país estaban prohibidos y se ordenó a todos los ciudadanos que llevaran tarjetas de identificación.
Era una purga completa.
Los comunistas parecía que habían aplastado a los trabajadores.
El Sindicato Solidaridad hizo todo lo posible para hacer un llamamiento a todo el mundo, a todos los gobiernos del mundo libre, a la Casa Blanca al Vaticano, decían
«Hacemos un llamamiento: ayúdanos en nuestra lucha con protestas masivas y apoyo moral.
No mires pasivamente los intentos de estrangular los inicios de la democracia en el corazón de Europa. Acompáñanos en estos momentos difíciles».
Y Juan Pablo II quedó profundamente angustiado con la noticia
Pero irónicamente, esta represión ayudaría a Polonia a encontrar más rápido su camino hacia la libertad.
El plan de Dios fue maravilloso.
Desde que Reagan en junio de 1979 vio imágenes de la visita de Juan Pablo II a Polonia, les dijo a sus asesores que el Papa era «la clave».
Y ahora entendió también que Solidaridad era la clave, la cuña que había esperado para dividir a todo el bloque soviético de arriba a abajo.
Una de sus primeras acciones fue telefonear directamente a Juan Pablo II al Vaticano.
Y animó al Papa, diciéndole: «Nuestro país se inspiró cuando usted visitó Polonia y vio su compromiso con la religión y la fe en Dios. Fue una inspiración. Todos quedamos muy emocionados».
Y le dijo al Papa que esperaba con ansias el momento en que los dos hombres pudieran conocerse en persona, porque tenían algo más en común, los dos habían sobrevivido a atentados contra su vida con sólo 3 meses de diferencia ese mismo año.
Reagan y Juan Pablo II recién se reunirían cara a cara en el Vaticano en junio de 1982.
Y allí ambos hombres compartieron su convicción de que Dios los había salvado de los intentos de asesinato en marzo y mayo de 1981 con un propósito especial.
Creían que derrotar al comunismo soviético ateo era parte de ese propósito.
Y dos días después de la llamada telefónica de Reagan al Papa, el cardenal Agostino Casaroli, secretario de Estado del Vaticano voló a EE.UU. para reunirse con Reagan.
Mientras tanto Reagan le escribió cartas al Papa pidiéndole que instara al líder comunista de Polonia, el general Wojciech Jaruzelski, a reunirse con Lech Walesa y el arzobispo de Varsovia.
Y que la Iglesia de Polonia usara su influencia para lograr que las autoridades civiles levantaran la ley marcial y pidieran la liberación de los detenidos.
Y el 22 de diciembre de 1981 el Presidente Reagan celebró una reunión en la Casa Blanca con el embajador polaco, Romuald Spasowski, y su esposa, Wanda, una católica ferviente.
Ambos habían desertado y estaban angustiados. Wanda mantuvo la cabeza entre las manos todo el tiempo, y entre lágrimas, el embajador le hizo un pedido especial:
«¿Puedo pedirle un favor, señor presidente? ¿Encendería una vela y la pondría en la ventana esta noche por la gente de Polonia?»
Con la Navidad a solo tres días de distancia y sin dudarlo, el presidente se puso de pie, fue al segundo piso de la Casa Blanca, encendió una vela, y la puso en la ventana del comedor.
Y la noche siguiente, el 23 de diciembre, pronunció un discurso televisado a nivel nacional, en el que conectó el espíritu de la temporada navideña con los eventos en Polonia.
Les dijo a sus compatriotas,
«Durante mil años se ha celebrado la Navidad en Polonia, una tierra de profunda fe religiosa, pero esta Navidad trae poca alegría al valiente pueblo polaco. Han sido traicionados por su propio gobierno».
Y entonces pidió un gesto extraordinario, que en esa temporada navideña cada hogar encendiera una vela en apoyo de la libertad en Polonia.
Gesto que se extendió por occidente y detrás de la cortina de hierro.
Hace cuarenta años, en la Navidad de 1981, los comunistas soviéticos intentaron apagar las luces en Polonia.
Pero con una vela en la ventana, el mundo había mantenido vivo un destello de esperanza.
Y en poco tiempo todo cambió.
En junio de 1989, Polonia celebró elecciones libres y justas, la primera grieta institucional en la Cortina de Hierro.
En noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín.
Y el día de Navidad de 1991, hace 30 años este mes, Mikhail Gorbachev renunció como presidente de la Unión Soviética, resquebrajándose definitivamente el régimen comunista.
Y la Guerra Fría terminó, pacíficamente, al mejor estilo católico, sin un solo disparo, tal como lo habían querido el pueblo de Polonia, Solidaridad, y el Papa.
Y hay más aún.
El general Jaruzelski que dirigió la represión al Sindicato Solidaridad, fue capaz de pedir perdón por sus decisiones.
Y se convirtió en su lecho de muerte.
El 25 de mayo de 2014 recibió los sagrados sacramentos por parte de su Obispo antes de morir.
Dios obra maravillas.
En resumen, en la Navidad de 1981 Dios comenzó a operar un plan para librar al mundo del comunismo soviético.
Y una vela en la ventana fue el signo de que la liberación había sido puesta en marcha.
La represión navideña de los comunistas había logrado el milagro de desatar una serie de alianzas que los destruirían.
Es una lección inspiradora de la historia que vale la pena tomar en serio, especialmente en esta Navidad de 2021.
Cuando vemos el avance del mundo hacia un régimen comunista globalizado, operado por las élites financieras y tecnológicas, para quitar la libertad de todas las personas.
Con lo que pasó en la navidad de 1981 no tenemos derecho a ser pesimistas.
Bueno hasta aquí esta historia real, que seguramente está replicándose hoy mismo, en lo secreto, sin que aún lo veamos.
Y por eso sería bueno que cada uno de nosotros encendiera una vela esta Navidad, para que Dios nos proteja ante el comunismo globalizado que avanza.
Y me gustaría preguntarte qué impresión tienes del Papa Juan Pablo II en su tarea de combatir al comunismo soviético.
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