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San Pedro Julián Eymard fue llamado “apóstol de la Eucaristía y de la Virgen”.

Y propagó la devoción a Nuestra Señora del Santísimo Sacramento a través e la congregación de los sacramentinos.

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Fue en el santuario de Laus donde comenzó su veneración a Maria que lo llevó al sacerdocio.
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El título de la advocación pertenece a 1868.

“Mientras cenaban, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a sus discípulos y dijo: Tomad y comed, esto es mi cuerpo.

Y tomando el cáliz y habiendo dado gracias, se lo dio diciendo: Bebed todos de él; porque ésta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mateo 26,26-28).

En la encíclica Redemptoris Mater, el Papa Juan Pablo II dijo: “María guía a los fieles a la Eucaristía” (n. 44).

La auténtica devoción a la Virgen, conduce al culto eucarístico. Así sucede en los grandes santuarios marianos como Lourdes o Fátima e, igualmente, en la vida de los santos.

San Pedro Julián Eymard (1811-1868) fue llamado “apóstol de la Eucaristía y de la Virgen” y propagó la devoción a Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.

Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, profundizando en el vínculo que une a Nuestra Señora con el Santísimo Sacramento, llama a María Mujer “eucarística”:

“En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino” (n. 55).

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SAN PEDRO JULIÁN EYMARD

San Pedro Julián nació cerca de Grenoble, en Francia, el año 1811.

Quizá la fortaleza de su carácter la recibió de la formación cristiana y austera que le dio su madre.

Desde muy niño acompañaba a su madre, a la iglesia, muy de mañana, para asistir a la Misa y comulgar.

Eymard realizó también, hasta los 18 años, un duro trabajo con su padre en una prensa de aceite.

Pero no olvidaba la piedad. Las horas libres las pasaba en el templo.

Y de este modo surgió en él la vocación religiosa.

Fundó la Congregación del Santísimo Sacramento.
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Sus miembros, llamados vulgarmente Sacramentinos, se dedican a adorar al Señor en la Eucaristía, día y noche, como carisma principal de su apostolado.
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Y fundó además la Congregación de Religiosas Siervas del Santísimo Sacramento.

También organizó la archicofradía del Santísimo Sacramento, que se estableció en muchas parroquias.

Promovió por todo el mundo, y con todos los medios a su alcance, el culto a la Eucaristía.

Este era su mensaje: «Sólo en la vuelta a Cristo Sacramentado está la salvación».

Tenía San Pedro Julián una tierna devoción a la Virgen María.

En una ocasión terminaba así su predicación: «Honremos a María con el título de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento».

Y desde entonces María es invocada con este título, que sus Hijos propagan por doquier.

San Pedro Julián murió el 1 de agosto de 1868. Muy pronto se extendió su devoción.

El Papa Juan XXIII lo canonizó el año 1962.

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MARÍA EN LA VIDA DE SAN PEDRO JULIÁN EYMARD

Un apóstol eminente de la Eucaristía, san Pedro Julián Eymard, es también un fiel devoto de la Virgen María.

Ella ha tenido un lugar especial en su vida y, al final de su camino, la ha honrado con un título particular, el de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.

El primer santuario y el más querido de su corazón, fue el de Laus.
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Situado a 80 kilómetros de La Mure, en la diócesis de Gap, Notre-Dame de Laus era, después del siglo 17, un centro de peregrinación que destacaba en Provence, Dauphiné.
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A la edad de once años, Pedro Julián, llega allí, solo, y mendigando el pan.
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Fue allí, dirá más tarde, donde, por primera vez, conocí y amé a María.

En Laus, María le enseña a Pedro Julián a abrirse al amor.

Hace la primera comunión a la edad de doce años, y manifiesta su deseo de ser sacerdote, aunque su padre se oponga a su aspiración.

En una nueva peregrinación a Laus Pedro Julián recibe, del Padre Touche, la confirmación de su vocación y la gracia de comulgar todos los domingos, una excepción en aquella época

Más decidido que nunca, se pone a aprender latín, solo, a escondidas de su padre.

En el mes de agosto de 1828, estando al servicio de un sacerdote en el hospicio de Saint-Robert, a las puertas de Grenoble, se entera accidentalmente de la muerte de su madre.

Se dirige rápidamente a la capilla del hospicio para encomendarse a María.

«Bendije a Ntra. Sra. De Laus, anotará más tarde, y el día en que la tomé por madre cuando murió mi pobre madre, le pedí, postrado a sus pies en la capilla de Saint-Robert, la gracia de ser un día sacerdote. (17 de marzo de 1865)
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A partir de esta época, escribirá más tarde, experimenté siempre, la protección de María, de una manera muy especial
(3 de septiembre de 1839).

Su entrada en los Maristas en 1839 llena sus expectativas: llegar a ser religioso en una Sociedad que lleva el nombre de María y que es su familia de una manera muy especial.

Hace su noviciado en Lyon, durante algunos meses, y desde entonces, el santuario de Ntra. Sra.

De Fourvière se convierte en su lugar privilegiado de oración: sube allí por lo menos dos veces a la semana.

En su retiro de entrada en el noviciado, escribe:

He sentido en mí un gran deseo de vivir de la vida de la Santísima Virgen y de hacer un estudio continuado de su humildad, de su obediencia y de su amor divino; de pedir las luces del Espíritu santo por María para conocer la voluntad de Dios sobre mí… para obtener el espíritu de la Sociedad de María. ( 28 de agosto 1839).

En el Corpus de 1845, experimenta una atracción eucarística muy fuerte que va a marcar su ministerio.
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El 21 de enero de 1851, estando orando en Fourvière, recibe la inspiración de consagrarse a una obra eucarística.

Descubre que la Eucaristía es el remedio a la indiferencia religiosa y a la increencia moderna.

Una nueva gracia en La Seyne-sur-Mer, el 18 de abril de 1853, le confirma en su deseo.

Orienta a los jóvenes, se prepara con los sacerdotes y laicos para crear una nueva obra eucarística.

En realidad, su proyecto quedará corto, pero tiene la conciencia de que la Virgen María le está guiando hacia esta vocación nueva, que siente en su corazón.

Después de que varios años de reflexión prudente y de combate interior, alentado por el papa Pio IX, funda a la congregación del Santísimo Sacramento en París el 13 de mayo de 1856.

Meditando sobre María, durante su gran retiro de Roma, anota en efecto:
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Le debo (a María)la perseverancia, la vocación, sobre todo la gracia del Santísimo Sacramento.
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Ella me ha dado a su Hijo como su servidor, su hijo predilecto (11 de marzo de 1865).

O todavía poco después: ¡Cómo (María) me ha conducido de la mano, solo, hasta el sacerdocio! ¡Después, al Santísimo Sacramento! (17 de marzo 1865) De Nazareth, Jesús fue al Cenáculo, y María fijó allí su estancia!.

 

EL TITULO DE NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

El título de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento fue dado a María por San Pedro Julián Eymard en mayo de 1868, mientras que hablaba a sus principiantes.

Algunos años más tarde él describió lo que debe parecer su estatua: «La Virgen santa tiene al niño en sus brazos y él sostiene un cáliz en una mano y una hostia en la otra».
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Él les suplicó a que invocaran a María como «¡Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, ruega por nosotros que recurrimos a ti!».

Pio IX enriqueció la invocación con indulgencias.

Dos veces, San Pio X hizo lo mismo.

El 30 de diciembre de 1905, él concedió una indulgencia de 300 días al fiel que ore: “Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, ruega para nosotros.”

Y dirá después «este título, de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, es quizás el más significativo de todos».

En 1921 la Sagrada Congregación para los Ritos autorizó a las Congregaciones del Santísimo Sacramento a celebrar cada año, el decimotercer día de mayo, la «conmemoración solemne de la Santísima Virgen» con la intención de honrar a Maria bajo título de «Nuestra Señora del Santísimo Sacramento».

El papa Juan XXIII codificó el título de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento cuando declaró a Santo a Pedro Julián Eymard, el 9 de diciembre de 1962, al final de la última sesión del Concilio Vaticano II.

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MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA

Capítulo VI de la Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia de Juan Pablo II,17 de abril, Jueves Santo, del año 2003, vigésimo quinto del Pontificado y Año del Rosario.

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia.

En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del Rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la Institución de la Eucaristía. Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él.

A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María.

Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, «concordes en la oración» (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés.

Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos «en la fracción del pan» (Hch 2, 42).

Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es Mujer «eucarística» con toda su vida.

La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este Santísimo Misterio.

54. Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta.

Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: «¡Haced esto en conmemoración mía!», se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos:

«Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo.

Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino Su Cuerpo y Su Sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “Pan de vida”».

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que Ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios.

La Eucaristía, mientras remite a la Pasión y la Resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación.

María concibió en la Anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de Su Cuerpo y Su Sangre, anticipando en Sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor.

A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios» (cf. Lc 1, 30.35).

En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

«Feliz la que ha creído» (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia.

Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en «Tabernáculo» –el primer «Tabernáculo» de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando» su Luz a través de los ojos y la voz de María.

Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

56. María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía.

Cuando llevó al Niño Jesús al templo de Jerusalén «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería «señal de contradicción» y también que una «espada» traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35).

Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el «Stabat Mater» de la Virgen al pie de la Cruz.

Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la Pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como «memorial» de la Pasión.

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)

Aquel Cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo Cuerpo concebido en su seno!. Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el Corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que Ella había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. «Haced esto en recuerdo mío» (Lc 22, 19). En el «memorial» del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su Pasión y Muerte.

Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: «!He aquí a tu hijo!». Igualmente dice también a todos nosotros: «¡He aquí a tu Madre!» (cf. Jn 19, 26.27).

Vivir en la Eucaristía el memorial de la Muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don.

Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre.

Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por Ella.

María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas.

Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía.

Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su Sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María.

Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística.

La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias.

Cuando María exclama «mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador», lleva a Jesús en su seno.

Alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y « con» Jesús. Esto es precisamente la verdadera «actitud eucarística».

Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora.

En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía.

Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la «pobreza» de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se «derriba del trono a los poderosos» y se « enaltece a los humildes» (cf. Lc 1, 52).

María canta el «cielo nuevo» y la «tierra nueva» que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su ‘diseño’ programático.

Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad.

¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!


ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Virgen María, Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, gloria del pueblo cristiano, gozo de la Iglesia universal, ruega por nosotros y concede a todos los fieles verdadera devoción a la Sagrada Eucaristía, siendo dignos de recibirla cada día.

Oración
Oh Sagrado Banquete, en el cual recibimos a Cristo, se renueva la Memoria de su Pasión, el alma se llena de gracia y nos es dada en prenda la vida futura!
V. Les has dado pan del cielo
R. Que contiene en sí todo deleite.

Oremos: Oh Dios, Tu nos has dejado el memorial vivo de tu Pasión bajo los velos de este sacramento. Concédenos, te suplicamos, venerar los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre de manera que podamos siempre gozar de los frutos de tu Redención. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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