Oraciones dictadas por Jesús a Sor Josefa Menéndez

¡Padre eterno! ¡Padre misericordioso! ¡Recibid la Sangre de vuestro Hijo! ¡Tomad sus Llagas, recibid su Corazón por estas almas! Mirad su cabeza traspasada de espinas. No permitáis que una vez más esta Sangre sea inútil. Mirad la sed que tengo de daros almas… Padre mío, no permitáis que estas almas se pierdan… Salvadlas para que os glorifiquen eternamente.

 
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¡Padre eterno! Mirad estas almas bañadas con la Sangre de vuestro Hijo, víctima que se ofrece sin cesar; esta Sangre que purifica, consume y abrasa, ¿no tendrá eficacia bastante para ablandar estas almas?

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Dios santo, Dios justo… Padre de infinita bondad y clemencia, que por amor habéis creado al hombre y por amor le habéis constituido heredero de bienes eternos, si por debilidad os ha ofendido y merece castigo, recibid los méritos de vuestro Hijo, que se ofrece a Vos como Víctima de expiación. Por esos méritos  infinitos perdonadle y ponedle de nuevo en estado de recibir la herencia celestial. ¡Oh Padre mío! ¡Piedad y misericordia para las almas!

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Oh Dios infinitamente Santo… Padre infinitamente misericordioso. Os adoro. Quisiera reparar los ultrajes que recibís de los pecadores en todos los lugares de la tierra y en todos los instantes del día y de la noche. Quisiera especialmente, Padre mío, reparar los pecados que se cometen durante esta hora, y para ello, los ofrezco todos los actos de adoración y reparación que os tributan las almas que os aman. Os ofrezco, sobre todo, el holocausto que continuamente os presenta vuestro Divino Hijo, inmolándose en el altar en todos los puntos de la tierra y en todos los momentos de esta hora.  ¡Oh Padre infinitamente bueno y compasivo! Recibid esta Sangre purísima en reparación de los ultrajes de los hombres.
Perdonadles sus pecados y tened misericordia de ellos.

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¡Oh Padre mío!, ¡oh Padre celestial! Mirad las llagas de vuestro Hijo y dignaos recibirlas para que las almas se abran a los toques de la gracia. Que los clavos que taladraron sus manos y sus pies traspasen los corazones endurecidos…, que su Sangre los ablande y los mueva a hacer penitencia. Que el peso de la Cruz sobre los hombros de vuestro Divino Hijo mueva a las almas a descargar el peso de sus delitos en el tribunal de la penitencia.

Os ofrezco. ¡Oh Padre celestial!, la Corona de espinas de vuestro amado Hijo. Por este dolor os pido que las almas se dejen traspasar por una sincera contrición.

Os ofrezco el desamparo que vuestro Hijo padeció en la Cruz. Su ardiente sed y todos los demás tormentos de su agonía a fin de que los pecadores encuentren paz y consuelo en el dolor de sus culpas. En fin, ¡oh Dios compasivo y lleno de misericordia!, por aquella perseverancia con que Jesús vuestro Hijo, rogó por los mismos que lo crucificaban, os ruego y os suplico concedáis a las almas un ardiente amor a Dios y al prójimo y la perseverancia en el bien.

Y así como los tormentos de vuestro Hijo terminaron con la eterna bienaventuranza, así los sufrimientos de los arrepentidos y penitentes sean también coronados eternamente con el premio de vuestra gloria.

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¡Oh Padre amadísimo, Dios infinitamente bueno! Ved aquí a vuestro Hijo Jesucristo que, poniéndose entre vuestra justicia divina y los pecados de las almas, implora perdón.

¡Oh Dios de misericordia!, apiadaos de la debilidad humana, iluminad los espíritus oscurecidos para que no sé dejen engañar y caigan en los más terribles pecados… Dad fuerza a las almas para rechazar los peligros que les presenta el enemigo de su salvación y para que vuelvan a emprender con nuevo vigor el camino de la virtud.

¡Oh Padre eterno! Mirad los padecimientos que Jesucristo, vuestro Divino Hijo, sufrió durante la Pasión. Vedle delante de Vos presentándose como Víctima para obtener luz, fuerza, perdón y misericordia en favor de las almas.

¡Dios santísimo!, en cuya presencia ni los ángeles ni los santos son dignos de permanecer, perdonad todos los pecados que se cometen por pensamiento y por deseo. ¡Recibid como expiación de estas ofensas la cabeza traspasada de espinas de vuestro Divino Hijo! ¡Recibid la Sangre purísima que de ella sale con tanta abundancia!… Purificad los espíritus manchados…, iluminad los entendimientos oscurecidos, y que esta Sangre divina sea su fuerza, su luz y su vida.

Recibid, ¡oh Padre Santísimo!, los sufrimientos y los méritos de todas las almas que, unidas a los méritos y sufrimientos de Jesucristo, se ofrecen a Vos con El y por El para que perdonéis al mundo.

¡Oh Dios de misericordia y amor!, sed la fortaleza de los débiles, la luz de los ciegos y el amor de todas las almas.

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Padre eterno, que por amor a las almas habéis entregado a la muerte a vuestro Hijo único, por su Sangre, por sus méritos y por su Corazón, tened piedad del mundo y perdonad los pecados de los hombres.

Recibid la humilde reparación que os tributan vuestras almas consagradas. ¡Unidlas a los méritos de vuestro Divino Hijo, para que sus actos sean todos de gran eficacia! ¡Oh Padre eterno!  Tened piedad de las almas y no olvidéis que aun no ha llegado el tiempo de la justicia, sino el de la misericordia.

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