Cómo actuar cuando están vivo y cuando están ya muertos.
El infierno existe, pero no hay que tenerle miedo.
Si una persona es cristiana y lee la Biblia con un poco de atención, verá que son abrumadoras las menciones de Jesucristo de que existe y que hay gente allí.
Pero nadie está condenado a priori al infierno y Jesús no condena a nadie, es la gente que lo elige al tomar el camino que lo separa de Cristo, en su libre albedrío.
El mérito para salvarse de ese lugar es en la Tierra mientras uno está vivo.
Y si alguien tiene pecados mortales, por más duros que sean, y se arrepiente, pide perdón a Dios y se enmienda, está salvándose del infierno.
Y otras personas también pueden ayudarle a que no termine allí, aún después de muerta la persona, cuando ya no puede hacer más méritos.
Aquí veremos cómo es el infierno, por qué la gente va a él y cómo pueden hacer los vivos para arrebatar esa alma del infierno.
El infierno existe según lo que Nuestro Señor ha revelado en la Biblia.
Allí van a parar los demonios y los seres humanos que hayan negado el amor y los mandamientos de Dios y actuado consistentemente contra él.
Y es eterno, del mismo modo que el cielo es eterno.
21 de las 38 parábolas de la Biblia advierten sobre un juicio, en el que Dios separará aquellos que puedan entrar en el reino de los cielos, de aquellos que no puedan o no quieran entrar.
Y podemos encontrar numerosas descripciones específicas del lugar como por ejemplo: «el lugar de tormento» (Lucas 16:28), «el fuego que nunca se apagará» (Mateo 3:12), «donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga» (Marcos 9:48).
Jesús es particularmente enfático en la necesidad absoluta de apartarse del pecado grave, si queremos entrar en el Reino de los Cielos, dice por ejemplo «si tu ojo te fuere ocasión de pecado, sácalo y échalo fuera ti».
Y San Pablo hace varios listados de los pecados que pueden llevar a las personas allí, en Gálatas, Efesios, 1 de Corintios, e incluso el Apocalipsis los enumera.
El numeral 1035 del Catecismo de la Iglesia Católica advierte que es un dogma de fe, nos dice, «la enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad».
De modo que es requisito de la fe católica asentir que el infierno existe.
Sin embargo en nuestro tiempo ha crecido la herejía, entre los católicos modernistas, que el infierno no existe, porque dicen que un Dios bueno no permitiría que alguien experimente estos tormentos eternos.
Mientras que los sacerdotes no pueden decir esto, pero han encontrado la chicana de decir que si bien existe está vacío, para evitar ser tildados de herejes.
Pero afirmar que el infierno está vacío no cambia nada, porque hace que el infierno no cumpla la función de castigo eterno a los impíos, por lo tanto es también una herejía.
Varios santos y místicos han sido llevados al infierno.
Y dicen que el infierno no está vacío ni tiene una pequeña población, sino que hablan de muchedumbres de seres humanos.
El caso más conocido es el de las apariciones de Fátima, cuando Nuestra Señora llevó a los tres videntes al infierno el 13 de julio de 1917, y les dijo que era el lugar donde iban a parar las almas de los pobres pecadores.
Además las escrituras nos dicen que no se puede salir de allí.
En Lucas 16 vemos la parábola de Epulón y Lázaro.
Allí Abraham dice que:
«Hay un gran abismo entre nosotros [los justos] y vosotros [los injustos], de manera que quienes quieran pasar de aquí para allá o de allá para aquí no pueden».
Pasajes cómo éste expresan la idea de que la oportunidad de arrepentirse se limita al período de la vida en la tierra y nada más.
A pesar de las abrumadoras menciones bíblicas, en nuestros días hay una negación del infierno, lo que explica la crisis moral por la que pasamos.
Porque si el infierno no existiera, o no hubiera personas condenadas allí, no podría existir un orden moral, ya que ese orden es lo que diferencia las buenas acciones de las malas acciones.
Si no hay infierno el vicio y la virtud son opcionales.
Y esto puede ser medido, porque investigaciones científicas encontraron que en los lugares en los que se cree en el infierno, hay menores tasas de delincuencia, que en países en los que sólo se cree en el cielo.
Vivimos en una época donde el infierno no es predicado por los sacerdotes.
Y en parte esto es por algunos laicos, que dicen por ejemplo «Padre, no me hable sobre el infierno, dígame que Dios es muy bueno, me da miedo el infierno».
En definitiva es querer ver sólo la promesa positiva sin admitir los requisitos para que se cumpla, porque en definitiva no estamos muy dispuestos a cumplirlos.
Y una chicana que han encontrado algunos sacerdotes para no predicar sobre él, es decir que el miedo del infierno es un motivo indigno para ser cristiano, o que no deberíamos estar tratando de asustar a la gente para que sea buena.
Algo ridículo.
Ahora, la existencia del infierno nos crea un problema, especialmente a los padres, quienes ven que sus hijos parece que se dirigieran expreso hacia el infierno.
Y este problema no se soluciona negando la existencia del infierno, porque con ello se logra el resultado exactamente inverso, ya que nos distrae de trabajar con ahínco para que no se condenen.
Entonces debemos tener claro varias cosas para trabajar con ahínco.
Primero, se condenan al infierno las almas mismas que no creen a Dios y no es Dios el que las condena.
Segundo, Dios no quiere que alguien vaya al infierno y por lo tanto derrama constantemente gracias a las personas para llevarlas al arrepentimiento.
Hay que tener la confianza que Dios está actuando permanentemente, tratando de mostrar la inmoralidad de los pecados a quienes no los perciben así.
Tercero, nunca hay que bajar los brazos a pesar que el alma del otro parezca que se dirige expreso al infierno.
Hay que orar constantemente, pedirle a Dios insistentemente, aferrarse con la fe más absoluta a lo que Dios quiere y mostrar esa fe a los demás en la vida diaria.
Y los detalles hay que dejarlos en manos de Dios.
Los evangelios nos hablan de esperanza siempre.
Nos muestran cómo la fe de otras personas ha salvado por ejemplo a enfermos.
Y la historia de Santa Mónica, la madre de San Agustín, es especialmente didáctica, porque nos muestra la oración, las lágrimas y sacrificios que derramó, para la conversión de su hijo.
Además piensa que si una persona muere con pecados mortales, alejado de Dios, sin querer reconocerlo, aún tiene tres oportunidades más.
La primera la expresa el Santo Cura de Ars cuando una señora le preguntó si su esposo, que se había suicidado tirándose de un puente, estaba en el infierno.
Y el santo le contestó que entre el puente y el agua está la misericordia de Dios.
En el último segundo se puede haber arrepentido o Dios quizás evaluó que su caso no merecía el infierno y lo salvó.
La segunda es la que se ve en los en los llamados Encuentros Cercanos a la Muerte, o sea los que mueren y luego regresan.
La mayoría de ellos son llevados al cielo y ahí luego de mostrarles el lugar y de hablar con Jesús, Él les dice que todavía no es su tiempo y regresan.
Pero hay algunos que han muerto, les fue mostrado el infierno y Jesús les permitió regresar para realizar los méritos para no ir allí.
Y la tercera oportunidad que un pecador impenitente tiene es mostrada por un diálogo que tuvo Santa Gertrudis con Jesús en una aparición.
Ella le pidió al Señor que salvara a un familiar suyo que había visto dirigirse al infierno.
Y entonces Él le contestó que, como para Él el pasado, el presente y el futuro están a Su vista al mismo tiempo, porque es omnisciente, había visto que Ella rezaría por su familiar luego de morir, y fueron esas oraciones que lo salvaron del infierno.
No debemos prejuzgar si una persona se va a salvar o no.
Podemos y debemos trabajar sobre los vivos y los muertos para que no vayan al infierno.
Lo ideal es informarles a los vivos de que el infierno existe, que es eterno y que depende de ellos caer allí; quizás no te oigan, pero siempre algo les quedará.
Podemos ofrecer penitencias, rezar rosarios, obtener indulgencias para ellos, visitar cementerios y rezar por ellos.
Sobre todo, podemos ofrecer misas por aquellos que hemos perdido y aún por los vivos.
Y eso también sirve para aliviar su tiempo en el purgatorio.
Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre la existencia del infierno, que no se puede negar que existe, y que hay múltiples posibilidades para que una persona se salve, aún después de muerta.
Y me gustaría preguntarte si has orado o realizado otra cosa para que alguna persona no termine en el infierno.
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