Categories
Magisterio, Catecismo, Biblia REFLEXIONES Y DOCTRINA

Grata Recordatio, sobre el rezo del Santo Rosario, de Juan XXIII

CARTA ENCÍCLICAEste dulce recuerdo de Nuestra juventud no Nos ha abandonado en el correr de los años, ni se ha debilitado; por lo contrario -y lo decimos con toda sencillez-, tuvo la virtud de hacernos cada vez más caro a Nuestro espíritu el santo Rosario, que no dejamos nunca de recitar completo todos los días del año; y que deseamos, sobre todo, rezar con particular piedad en el próximo mes de octubre.

26 DE SEPTIEMBRE DE 1959

Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas (1) que Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de octubre, dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a los fieles, especialmente durante aquel mes, a la piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario. Este, como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la cual las oraciones del «Pater noster», del «Ave María» y del «Gloria Patri» se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.

Durante el curso de este primer año -que toca a su fin- de Nuestro Pontificado nunca Nos faltó ocasión de exhortar reiteradamente al clero y al pueblo cristiano para elevar públicas y privadas plegarias; mas ahora pretendemos hacerlo con una más viva exhortación, diríamos conmovida también, por los muchos motivos que brevemente expondremos en esta Nuestra encíclica.

2. I. En el próximo octubre se cumple el primer aniversario del piadosísimo tránsito de Nuestro predecesor Pío XII, de v. m., cuya existencia brilló con tantos y tan grandes méritos. Veinte días después, sin mérito alguno por Nuestra parte, fuimos elevados, por arcano designio de Dios, al supremo Pontificado. Dos Sumos Pontífices se tienden la mano, como para transmitirse la sagrada herencia de la mística grey y para proclamar conjuntamente la continuidad de su ansiosa solicitud pastoral y de su amor por todos los pueblos.

 ¿No son acaso estas dos fechas -una de tristeza, otra de júbilo- clara demostración ante todos de que, en medio de las ruinas humanas, el Pontificado romano sobrevive a través de los siglos, aunque cada Jefe visible de la Iglesia católica, cumplido el tiempo fijado por la Providencia, sea llamado a dejar este destierro terrenal?

Volviendo la mirada, ya a Pío XII, ya a su humilde Sucesor, en quienes se perpetúa el oficio de Supremo Pastor confiado a San Pedro, los fieles eleven a Dios la misma plegaria: Ut Domnum Apostolicum et omnes ecclesiasticos ordines in sancta religione conservare digneris, te rogamus audi nos (2).

Nos complace, además, recordar aquí que también Nuestro inmediato Predecesor, con la encíclica Ingruentium malorum (3) exhortó ya a los fieles de todo el mundo, como hacemos Nos ahora, al piadoso rezo del santo Rosario, especialmente en el mes de octubre. En aquella Encíclica hay una advertencia que muy gustosamente repetimos aquí: Con mayor confianza acudid gozosos a la Madre de Dios, junto a la cual el pueblo cristiano siempre ha buscado el refugio en las horas de peligro pues Ella ha sido constituida «causa de salvación para todo el género humano» (4).

3. II. El 11 de octubre tendremos suma alegría en hacer entrega del Crucifijo a un nutrido grupo de jóvenes misioneros que, dejando la patria querida, asumirán la ardua tarea de llevar la luz del Evangelio a pueblos lejanos. El mismo día por la tarde es Nuestro deseo subir al Janículo para celebrar -junto con sus superiores y alumnos- el primer centenario de la fundación del Colegio Americano del Norte, con felices auspicios.

Las dos ceremonias, aunque no señaladas intencionadamente para el mismo día, tienen igual significado, es decir, de afirmación neta y decidida de los principios sobrenaturales que impulsan toda actividad de la Iglesia católica y de la voluntariosa y generosa entrega de sus hijos a la causa del mutuo respeto, de la fraternidad y de la paz entre los pueblos.

El maravilloso espectáculo de estas juventudes que, superadas innumerables dificultades y contrariedades, se ofrecen a Dios para que también los otros lleguen a poseer a Cristo (5), ya en las más lejanas tierras todavía no evangelizadas, ya en las inmensas ciudades industriales -donde en el vertiginoso ritmo de la vida moderna los espíritus aridecen a veces y se dejan oprimir por las cosas terrenales-; este espectáculo, repetimos, es tal, que forzosamente conmueve y acrecienta la esperanza de días mejores.

Florece de los labios de los ancianos, que hasta aquí han llevado el peso de estas graves responsabilidades, brota la oración tan ardiente de San Pedro: Concede a tus siervos el anunciar con toda seguridad la palabra de Dios (6).

Deseamos, por lo tanto, vivamente que durante el próximo mes de octubre todos estos Nuestros hijos -y sus apostólicas labores- sean encomendados con fervientes plegarias a la augusta Virgen María.

4. III. Hay, además, otra intención que Nos impulsa a dirigir más ardientes súplicas a Jesucristo y a su amorosísima Madre. A ella invitamos al Sacro Colegio de Cardenales y a vosotros, Venerables Hermanos; a los sacerdotes y a las vírgenes consagradas al Señor; a los enfermos y a los que sufren, a los niños inocentes y a todo el pueblo cristiano. Dicha intención es ésta: que los hombres responsables del destino así de las grandes como de las pequeñas Naciones, cuyos derechos y cuyas inmensas riquezas espirituales deben ser escrupulosamente conservados intactos, sepan valorar cuidadosamente su grave tarea en la hora presente.

Rogamos, pues, al Señor para que ellos se esfuercen por conocer a fondo las causas que originan las pugnas y con buena voluntad las superen: sobre todo, valoren el triste balance de ruinas y de daños de los conflictos armados -¡que el Señor mantenga lejos!- y no pongan en ellos esperanza alguna; ajusten la legislación civil y social a las necesidades reales de los hombres, sin olvidarse en ello de las leyes eternas que provienen de Dios y son el fundamento y el quicio de la misma vida civil; no olviden asimismo del destino ultraterreno de cada una de las almas, creadas por Dios para alcanzarle y gozarle un día.

También es preciso recordar cómo se han difundido hoy posiciones filosóficas y actitudes prácticas, que son absolutamente inconciliables con la fe cristiana. Con serenidad, precisión y firmeza continuaremos Nos siempre afirmando tal inconciliabilidad.

¡Dios ha hecho a los hombres y a las naciones para salvarse! (7). Por ello esperamos que, desechados los áridos postulados de un pensamiento y de una acción improntados de laicismo y de materialismo, busquen el oportuno remedio en aquella sana doctrina, que cada día es más confirmada por la experiencia; en ella han de encontrarlo. Ahora bien: esta doctrina proclama que Dios es el autor de la vida y de sus leyes, que es vindicador de los derechos y de la dignidad de la persona humana; por consiguiente, que Dios es «nuestra salvación y redención» (8).

Nuestra mirada se alarga a todos los continentes, allí donde los pueblos todos están en movimiento hacia tiempos mejores: en ellos vemos un despertar de energías profundas que hace esperar en un decidido empeño de las conciencias rectas por promover el verdadero bien de la sociedad humana.

A fin de que esta esperanza se cumpla del modo más consolador, es decir, con el triunfo del reino de la verdad, de la justicia, de la paz y de la caridad, deseamos ardientemente que todos Nuestros hijos formen «un solo corazón y una sola alma» (9), y eleven comunes y fervientes súplicas a la celestial Reina y Madre nuestra amantísima durante el mes de octubre, meditando estas palabras del Apóstol de las Gentes: Por todas partes se nos oprime, pero no nos vencen; no sabemos que nos espera, pero no desesperamos; perseguidos, pero no abandonados; se nos pisotea, pero no somos aniquilados. Llevamos siempre y doquier en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que la misma vida de Jesús se manifieste también en nuestros cuerpos (10).

Antes de terminar esta Carta encíclica, Venerables Hermanos, deseamos invitaros a rezar el Rosario con particular devoción también por estas otras intenciones que tanto llevamos en el corazón; es decir, para que el Sínodo de Roma sea fructuoso y saludable a esta Nuestra alma Ciudad y a fin de que del próximo Concilio ecuménico -en el que vosotros participaréis con vuestra presencia y vuestro consejo- obtenga toda la Iglesia una afirmación tan maravillosa que el vigoroso reflorecer de todas las virtudes cristianas que Nos esperamos de él sirva de invitación y de estímulo incluso para todos aquellos Nuestros hermanos e hijos que se encuentran separados de esta Sede Apostólica.

Con tan dulce esperanza y con gran afecto os damos a vosotros, Venerables Hermanos, a los fieles todos que os están confiados, y de modo especial a cuantos con piedad y buena voluntad acogerán esta Nuestra invitación, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 26 de septiembre de 1959, primero de Nuestro Pontificado.

Notas

1. Cf. Ep. enc. Supremi Apostolatus: AL 3, 280 ss.; Ep. enc. Superiore anno: AL 4, 123 ss.; Ep. enc. Quamquam pluries: AL 9, 175 ss.; Ep. enc. Octobri mense: AL 11, 299 ss.; Ep. enc. Magnae Dei Matris: AL 12, 221 ss.; Ep. enc. Laetitiae sanctae: AL 13, 283 ss.; Ep. enc. Iucunda semper: AL 14, 305 ss.; Ep. enc. Adiutricem populi: AL 15, 300 ss.; Ep. enc. Fidentem piumque: AL 16, 278 ss.; Ep. enc. Augustissima Virginis: AL 17, 285 ss.; Ep. enc. Diuturni temporis: AL 18, 153 ss.

2. Lit. Sanctorum.
3. Die 15 sept. a. 1951 A. A. S. 53, 577 ss.
4. A. A. S. 53, 578-579.
5. Cf. Phil. 3, 8.
6. Cf. Act. 4, 29.
7. Cf. Sap. 1, 14.
8. Sacra Liturgia.
9. Act. 4, 32.
10. 2 Cor. 4, 8-10.

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:


Categories
Magisterio, Catecismo, Biblia REFLEXIONES Y DOCTRINA

Supremi Apostolatus, sobre la devoción al Santo Rosario, de León XIII

1 de septiembre de 1883

Bendición Apostólica

El apostolado supremo que Nos esta confiado y las circunstancias difíciles por las que atravesamos, Nos advierten a cada momento e imperiosamente Nos empujan a velar con tanto mas cuidado por la integridad de la Iglesia cuanto mayores Son las calamidades que la afligen.

Por esta razón, a la vez que Nos esforzamos cuanto sea posible en defender por todos los medios los derechos de la Iglesia y en prevenir y rechazar los peligros que la amenazan y asedian, empleamos la mayor diligencia en implorar la asistencia de los divinos socorros, con cuya única ayuda pueden tener buen resultado Nuestros afanes y cuidados.

1.    DEVOCIÓN A MARÍA. – EL ROSARIO

Y creemos que nada puede conducir mas eficazmente a este fin, que, con la practica de la Religión y la piedad hacernos propicia a la excelsa Madre de Dios, la Virgen María, que es la que puede alcanzarnos la paz y dispensarnos la gracia, colocada como esta por su Divino Hijo en la cúspide de la gloria y del poder, para ayudar con el socorro de su protección a los hombres que en medio de fatigas y peligros se encuentran en la Ciudad Eterna.

Por esto, y próximo ya el solemne aniversario que recuerda los innumerables y grandes beneficios que ha reportado al pueblo cristiano la devoción del Santo Rosario de María, Nos queremos que en el corriente ano esta devoción sea objeto de particular atención en el mundo católico, a fin de que por la intercesión de la Virgen María obtengamos de su Divino Hijo venturoso alivio y término a Nuestros males. Por lo mismo hemos pensado, Venerables Hermanos, dirigiros estas Letras, a fin de que, conocido Nuestro propósito, excitéis con vuestra autoridad y con vuestro celo la piedad de los pueblos para que cumplan con él esmeradamente.

 2. MARÍA AMPARA A LA IGLESIA EN LOS TIEMPOS CALAMITOSOS

En tiempos críticos y angustiosos siempre el principal y constante cuidado de los católico refugiarse bajo la égida de María y ampararse a su maternal bondad, lo cual demuestra que la Iglesia católica ha puesto siempre y con razón en la Madre de Dios toda su confianza. En efecto, la Virgen, exenta de la mancha original, escogida para ser la Madre de Dios y asociada por lo mismo a la obra de la salvación del género humano, goza cerca de su Hijo de un favor y poder tan grande, como nunca han podido ni podrán obtenerlo ni los hombres ni los Ángeles. Así, pues, ya que le es sobremanera dulce y agradable conceder su socorro y asistencia a cuantos la pidan, desde luego es de esperar que acogerá cariñosa las preces de la Iglesia universal.

Mas esta piedad tan grande y tan llena de confianza en la Reina de los cielos, nunca a brillado con mas resplandor que cuando la violencia de los errores, el desbordamiento de las costumbres, o los ataques de adversarios poderosos, han parecido poner en peligro la Iglesia de Dios.

LOS EJEMPLOS DE LA HISTORIA

La historia antigua y moderna, y los fastos mas memorables de la Iglesia recuerdan las preces públicas y privadas dirigidas a la Virgen santísima, como los auxilios concedidos por Ella; e igualmente en muchas circunstancias la paz y tranquilidad publica, obtenidas por su intercesión. De ahí estos excelentes títulos de Auxiliadora, Bienhechora y Consoladora de los cristianos; Reina de los ejércitos y Dispensadora de la paz, con que se la ha saludado. Entre todos los títulos es muy especialmente digno de mención el de Santísimo Rosario, por el cual han sido consagrados perpetuamente los insignes beneficios que le debe la cristiandad.

Ninguno de vosotros ignora, Venerables Hermanos, cuantos sinsabores y amarguras causaron a la Santa Iglesia de Dios a fines del siglo XII los heréticos Albigenses, que, nacidos de la secta de los últimos Maniqueos llenaron de sus perniciosos errores el Mediodía de Francia, y todos los demás países del mundo latino, y llevando a todas partes el terror de sus armas, extendían por doquiera su dominio con el exterminio y la muerte.

SANTO DOMINGO Y EL ROSARIO

Contra tan terribles enemigos, Dios suscito en su misericordia al insigne Padre y fundador de las Orden de los Dominicos. Este héroe, grande por la integridad de su doctrina, por el ejemplo de sus virtudes y por sus trabajos apostólicos, se esforzó en pelear contra los enemigos de la Iglesia Católica, no con la fuerza ni con las armas, sino con la mas acendrada fe en la devoción del Santo Rosario, que él fue el primero en propagar, y que sus hijos han llevado a los cuatro ángulos del mundo. Preveía, en efecto, por inspiración divina, que esta devoción pondría en fuga, como poderosa maquina de guerra, a los enemigos, y confundiría su audacia y su loca impiedad. Así lo justificaron los hechos. Gracias a este modo de orar, aceptado, regulado y puesto en practica por la Orden de Santo Domingo, principiaron a arraigarse la piedad, la fe y la concordia, y quedaron destruidos los proyectos y artificios de los herejes; muchos extraviados volvieron al recto camino y el furor de los impíos fue refrenado por las armas católicas empuñadas para resistirle.

3. MARÍA DE LAS VICTORIAS CONTRA LOS TURCOS

La eficacia y el poder de esa oración se experimentaron en el siglo XVI, cuando los innumerables ejércitos de los turcos estaban en vísperas de imponer el yugo de la superstición y de la barbarie a casi toda Europa. Con este motivo el Soberano Pontífice Pió V, después de reanimar en todos los Príncipes Cristianos el sentimiento de la común defensa, trato, en cuanto estaba a su alcance, en hacer propicio a los cristianos a la todopoderosa Madre de Dios y de atraer sobre ellos su auxilio, invocándola por medio del Santísimo Rosario. Este noble ejemplo que en aquellos días se ofreció a tierra y cielo, unió todos los ánimos y persuadió a todos los corazones; de suerte que los fieles cristianos dedicados a derramar su sangre y a sacrificar su vida para salvar a la Religión y a la patria, marchaban, sin tener en cuenta su número, al encuentro de las fuerzas enemigas reunidas no lejos del golfo de Corinto; mientras los que no eran aptos para empuñar las armas, cual piadoso ejército de suplicantes, imploraban y saludaban a María, repitiendo las formulas del Rosario, y pedían el triunfo de los combatientes.

La Soberana Señora así rogada, oyó muy luego sus preces, pues que, empeñado el combate naval en las Islas Equinadas, la escuadra de los cristianos, reporto, sin experimentar grandes bajas, una insigne victoria y aniquilo las fuerzas enemigas.

Por este motivo, el mismo Santo Pontífice, en agradecimiento a tan señalado beneficio, quiso que se consagrase con una fiesta en honor de María de las Victorias, el recuerdo de ese memorable combate, y después Gregorio XIII sanciono dicha festividad con el nombre de Santo Rosario.

Asimismo en el siglo último alcanzáronse importantes victorias sobre los turcos en Temesvar, Hungría y Corfu, las cuales se obtuvieron en días consagrados a la Santísima Virgen, y terminadas las preces públicas del Santísimo Rosario. Esto inclino a Nuestro predecesor Clemente XI a decretar para la Iglesia universal la festividad del Santísimo Rosario.

4. LOS ROMANOS PONTÍFICES HABLAN DEL SANTO ROSARIO

Así, pues, demostrado que esta forma de orar es agradable a la Santísima Virgen y tan propia para la defensa de la Iglesia y del pueblo cristiano, como para atraer toda suerte de beneficios públicos y particulares, no es de admirar que varios de Nuestros Predecesores se hayan dedicado a fomentarla y recomendarla con especiales elogios. Urbano IV aseguro que el rosario proporcionaba todos los días ventajas al pueblo cristiano; Sixto V dijo que ese modo de orar cedía en mayor honra y gloria de Dios, y que era muy conveniente para conjurar los peligros que amenazaban al mundo; León X, declaro que se había instituido contra los heresiarcas y las perniciosas herejías, y Julio III le apellido loor de la Iglesia. San Pió V dijo también del Rosario que, con la propagación de estas preces, los fieles empezaron a enfervorizarse en la oración y que llegaron a ser hombres distintos a lo que antes eran; que las tinieblas de la herejía se disiparon, y que la luz de la fe brillo en su esplendor. Por ultimo, Gregorio XIII declaro que Santo Domingo, había instituido el Rosario para apaciguar la cólera de Dios e implorar la intercesión de la bienaventurada Virgen María.

5. LEÓN XIII Y EL MOMENTO ACTUAL

Inspirado Nos en este pensamiento y en los ejemplos de Nuestros predecesores, hemos creído oportuno establecer preces solemnes, elevándolas a la Santísima Virgen en su Santo Rosario, para obtener de Jesucristo igual socorro contra los peligros que Nos amenazan. Ya veis, Venerables Hermanos, las difíciles pruebas a que todos los días esta expuesta la Iglesia; la piedad cristiana, la moralidad publica, la fe misma, que es el bien supremo y el principio de todas las virtudes, todo esta amenazado cada día de los mayores peligros.

Además no solo conocéis Nuestra difícil situación y Nuestras múltiples angustias, sino que vuestra caridad os lleva a sentir con Nos cierta unión y sociedad; pues es muy doloroso y lamentable ver a tantas almas rescatadas por Jesucristo, arrancadas a la salvación por el torbellino de un siglo extraviado y precipitadas en el abismo y en la muerte eterna. En nuestros tiempos tenemos tanta necesidad del auxilio divino como en la época en que el gran Domingo levanto el estandarte del Rosario de María, a fin de curar los males de su época. Ese gran Santo, iluminado por la luz celestial, entrevió claramente que, para curar a su siglo, ningún medio podía ser tan eficaz como el atraer a los hombres a Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida, impulsándolos a dirigirse a la Virgen, a quien esta concedido el poder de destruir todas las herejías.

EN QUÉ CONSISTE EL ROSARIO

La formula del Santo Rosario la compuso de tal manera Santo Domingo, que en ella se recuerdan por su orden sucesivo los misterios de Nuestra salvación y en este ejercicio de meditación se incorpora la mística corona, tejida de la salutación angélica; intercalándose la oración dominical a Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Nos, que buscamos un remedio a males parecidos, tenemos derecho a creer que, valiéndonos de la misma oración que sirvió a Santo Domingo para hacer tanto bien, podremos ver desaparecer asimismo las calamidades que afligen a nuestra época.

6. MES DE OCTUBRE Y FESTIVIDAD CONSAGRADA AL SANTO ROSARIO

Por lo cual no solo excitamos vivamente a todos los cristianos a dedicarse pública o privadamente y en el seno de sus familias a recitar el Santo Rosario y a perseverar en este santo ejercicio, sino que queremos que el mes de Octubre de este ano se consagre enteramente a la Reina del Rosario. Decretamos por lo mismo y ordenamos que en todo el orbe católico se celebre solemnemente en el ano corriente, con esplendor y con pompa la festividad del Rosario, y que desde el primer día del mes de Octubre próximo hasta el segundo día del mes de Noviembre siguiente, se recen en todas las iglesias curiales, y si los Ordinarios lo juzgan oportuno, en todas las iglesias y capillas dedicadas a la Santísima Virgen, al menos cinco decenas del Rosario, añadiendo las Letanías Lauretanas. Deseamos asimismo que el pueblo concurra a estos ejercicios piadosos, y que se celebre en ellos el santo sacrificio de la Misa, o se exponga el Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles, y se de luego la bendición con el mismo. Será también de Nuestro agrado, que las cofradías del Santísimo Rosario de María lo canten procesionalmente por las calles conforme a la antigua costumbre. Y donde por razón de la circunstancias, esto no fuere posible, procúrese sustituir con la mayor frecuencia a los templos y con el aumento de las virtudes cristianas.

LAS INDULGENCIAS CONCEDIDAS

En gracia de los que practicaren lo que queda dispuesto, y para animar a todos, abrimos los tesoros de la Iglesia, y a cuantos asistieron en el tiempo antes designado a la recitación publica del Rosario y las Letanías, y orasen conforme a Nuestra intención, concedemos siete anos y siete cuarentena de indulgencias por cada vez. Y de la misma gracia queremos que gocen los que legítimamente impedidos de hacer en público dichas preces, las hicieren privadamente. Y a aquellos que en el tiempo prefijado practicaren al menos diez veces en publico o en secreto, si públicamente por justa causa no pudieren, las indicadas p reces, y purificada debidamente su alma, se acercaren a la Sagrada Comunión les dejamos libres de toda expiación y de toda pena en forma de indulgencia plenaria.

Concedemos también plenísima remisión de sus pecados a aquellos que, sea en el día de la fiesta del Santísimo Rosario, sea en los ocho días siguientes, purificada su alma por medio de la confesión se acercaren a la Sagrada Mesa y rogaren en algún templo, según Nuestra intención, a Dios y a la Santísima Virgen, por las necesidades de la Iglesia.

 7. EXHORTACIÓN FINAL

¡Obrad pues, Venerables Hermanos! Cuanto mas os intereséis por honrar a María y por salvar a la sociedad humana, mas debéis dedicaros a alentar la piedad de los fieles hacia la Virgen santísima, aumentando su confianza en ella. Nos consideramos que entra en los designios providenciales el que en estos tiempos de prueba para la Iglesia florezca más que nunca en la inmensa mayoría del pueblo cristiano el culto de la Santísima Virgen.

Quiera Dios que excitadas por Nuestras exhortaciones e inflamadas por vuestros llamamientos las naciones cristianas, busquen, con ardor cada día mayor, la protección de María; que se acostumbren cada vez mas al rezo del Rosario, a ese culto que Nuestros antepasados tenían el habito de practicar no solo como remedio siempre presente a sus males, sino como noble adorno de la piedad cristiana. La celestial Patrona del género humano escuchara esas preces y concederá fácilmente a los buenos el favor de ver acrecentarse sus virtudes, y a los descarriados el de volver al bien y entrar de nuevo en el camino de salvación. Ella obtendrá que el Dios vengador de los crímenes, inclinándose a la clemencia y a la misericordia, restituya al orbe cristiano y a la sociedad, después de eliminar en lo sucesivo todo peligro, el tan apetecible sosiego.

Bendición Apostólica

Alentado por esta esperanza Nos suplicamos a Dios por la intercesión de aquélla en quien ha puesto la plenitud de todo bien, y le rogamos con todas Nuestras fuerzas, que derrame abundantemente sobre vosotros, Venerables Hermanos, sus celestiales favores. Y como prenda de Nuestra benevolencia, os damos de todo corazón a vosotros, a vuestro Clero y a los pueblos confiados a vuestros cuidados, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 1º de septiembre de 1883, ano sexto de Nuestro Pontificado.

Leonis PP. XIII

NOTAS: A lo largo de su Pontificado León XIII publicara, con ésta, diez Encíclicas y tres Epístolas sobre el Santo Rosario, las que recibirán su complemento en las Encíclicas «Ingravescientibus malis» 29-9-1937, de Pió XI, e «Ingruentium malorum» 15-9 1951, de Pió XII.

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:


Categories
Magisterio, Catecismo, Biblia REFLEXIONES Y DOCTRINA

Ingruentium Malorum, encíclica sobre el Rosario en Familia, de Pío XII

Carta Encíclica sobre el Rosario en familia (15 de septiembre de 1951)

1. Exhortaciones anteriores del Papa y la correspondencia del pueblo.

Ante los males inminentes, ya desde que por designio de la Divina Providencia fuimos elevados a la suprema Cátedra de Pedro, nunca dejamos de confiar al valiosísimo patrocinio de la Madre de Dios los destinos de la familia humana, dando a menudo para tal fin, como bien sabéis, Cartas de exhortación. Bien conocéis, Venerables Hermanos, el gran celo y la gran espontaneidad y concordia con que el pueblo cristiano ha respondido doquier a Nuestras exhortaciones: repetidas veces lo han atestiguado grandiosos espectáculos de fe y de amor hacia la augusta Reina del Cielo y, sobre todo, aquélla universal manifestación de alegría que Nuestros propios ojos pudieron en cierto modo contemplar cuando, en el año pasado, rodeados por corona inmensa de la multitud de fieles, en la plaza de San Pedro proclamamos solemnemente la Asunción de la Virgen María, en cuerpo y alma, al Cielo.

Mas, si el recuerdo de estas cosas Nos es tan grato y Nos consuela con la firme esperanza de la divina misericordia, al presente no faltan, sin embargo, motivos de profunda tristeza, que solicitan a la par que angustian Nuestro ánimo paternal.

2. Calamitosa condición de nuestros tiempos.

Bien conocéis, Venerables Hermanos, la triste condición de estos tiempos: la unión fraternal de las Naciones, rota ya hace tanto tiempo, no la vemos aún restablecida doquier, antes vemos que por todas partes los espíritus se hallan trastornados por odios y rivalidades, y que sobre los pueblos se ciernen amenazadores nuevos y sangrientos conflictos; y a ello se ha de añadir aquélla violentísima tempestad de persecuciones que ya desde hace largo tiempo y con tanta crueldad azota a la Iglesia, privada de su libertad en no pocas partes del mundo, afligida con calumnias y angustias de toda clase, y a veces hasta con la sangre derramada de los mártires. Innumerables y muy grandes son las asechanzas a que contemplamos sometidos, en aquellas regiones, los ánimos de muchos de Nuestros hijos, ¡para que rechacen la fe de sus mayores y se aparten miserablemente de la unidad con esta Sede Apostólica! Finalmente, tampoco podemos pasar en silencio un nuevo crimen llevado a cabo, y contra el cual vivamente deseamos reclamar, no sólo vuestra atención, sino también la de todo el clero, la de cada uno de los padres y la de los mismos gobernantes: Nos referimos a determinados designios perversos de la impiedad contra la cándida inocencia de los niños. Ni siquiera se ha perdonado a los niños inocentes, pues, por desgracia, no faltan quienes, temerario, osan hasta arrancar aun las mismas flores que crecían como la más bella esperanza de la religión y de la sociedad en el místico jardín de la Iglesia. Quien meditare sobre esto no se extrañará de que por todas partes los pueblos giman bajo el peso del divino castigo y vivan temiendo desgracias todavía mayores.

3. En las dificultades, acudid con viva confianza a la Madre de Dios.

Ante peligros tan graves, sin embargo, no debe abatirse vuestro ánimo, Venerables Hermanos, sino que, acordándoos de aquélla divina enseñanza: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (1), con mayor confianza acudid gozosos a la Madre de Dios, junto a la cual el pueblo cristiano siempre ha buscado el refugio en las horas de peligro, pues Ella ha sido constituida causa de salvación para todo el género humano (2).

Por ello, con alegre expectación y reanimada esperanza vemos acercarse ya el próximo mes de octubre, durante el cual los fieles acostumbran acudir con mayor frecuencia a las iglesias, para en ellas elevar sus súplicas a María mediante las oraciones del santo Rosario. Oraciones que este año, Venerables Hermanos, deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, como lo requieren las necesidades cada día más graves; pues bien conocida Nos es la poderosa eficacia de tal devoción para obtener la ayuda maternal de la Virgen, porque, si bien puede conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo, estimamos que el Santo Rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza.

4. La sencillez y fuerza de esta oración.

¿Qué plegaria, en efecto, más idónea y más bella que la oración dominical y la salutación angélica, que son como las flores con que se compone esta mística corona? A la oración vocal va también unida la meditación de los sagrados misterios, y así se logra otra grandísima ventaja, a saber, que todos, aun los más sencillos y los menos instruidos, encuentran en ella una manera fácil y rápida para alimentar y defender su propia fe. Y en verdad que con la frecuente meditación de los misterios el espíritu, poco a poco y sin dificultad, absorbe y se asimila la virtud en ellos encerrada, se anima de modo admirable a esperar los bienes inmortales y se siente inclinado, fuerte y suavemente, a seguir las huellas de Cristo mismo y de su Madre. Aun la misma oración tantas veces repetida con idénticas fórmulas, lejos de resultar estéril y enojosa, posee (como lo demuestra la experiencia) una admirable virtud para infundir confianza al que reza y para hacer como una especie de dulce violencia al maternal corazón de María.

5. El rezo familiar del Santo Rosario y sus frutos para la familia, especialmente para los hijos.

Trabajad, pues, con especial solicitud, Venerables Hermanos, para que los fieles, con ocasión del mes de octubre, practiquen con la mayor diligencia método tan saludable de oración y para que cada día más lo estimen y se familiaricen con él. Gracias a vosotros, el pueblo cristiano podrá comprender la excelencia, el valor y la saludable eficacia del Santo Rosario.

Y es Nuestro deseo especial que sea en el seno de las familias donde la práctica del santo Rosario, poco a poco y doquier, vuelva a florecer, se observe religiosamente y cada día alcance mayor desarrollo. Pues vano será, ciertamente, empeñarse en buscar remedios a la continua decadencia de la vida pública, si la sociedad doméstica —principio y fundamento de toda la humana sociedad— no se ajusta diligentemente a la norma del Evangelio. Nos afirmamos que el rezo del Santo Rosario en familia es un medio muy apto para conseguir un fin tan arduo. ¡Qué espectáculo tan conmovedor y tan sumamente grato a Dios cuando, al llegar la noche, todo el hogar cristiano resuena con las repetidas alabanzas en honor de la augusta Reina del Cielo! Entonces el Rosario, recitado en común, ante la imagen de la Virgen, reúne con admirable concordia de ánimos a los padres y a los hijos que vuelven del trabajo diario; además, los une piadosamente con los ausentes y con los difuntos; finalmente, liga a todos más estrechamente con el suavísimo vínculo del amor a la Virgen Santísima, la cual, como amantísima Madre rodeada por sus hijos, escuchará benigna, concediendo con abundancia los bienes de la unidad y de la paz doméstica. Así es como el hogar de la familia cristiana, ajustada al modelo de la de Nazaret, se convertirá en una terrenal morada de santidad y casi en un templo, donde el Santo Rosario no sólo será la peculiar oración que todos los días se eleve hacia el cielo en olor de suavidad, sino que también llegará a ser la más eficaz escuela de la vida y de las virtudes cristianas. En efecto: la contemplación de los divinos misterios de la Redención será causa de que los mayores, al considerar los fúlgidos ejemplos de Jesús y de María, se acostumbren a imitarlos cotidianamente, recibiendo de ellos el consuelo en la adversidad y en las dificultades, y de que, movidos por ello, se sientan atraídos a aquellos tesoros celestiales que no roban los ladrones ni roe la polilla (3); y de tal modo grabará en las mentes de los pequeños las principales verdades de la fe que en sus almas inocentes florecerá espontáneamente el amor hacia el benignísimo Redentor, cuando, al reverenciar —siguiendo el ejemplo de sus padres— a la majestad de Dios, ya desde su más tierna edad aprendan el gran valor que junto al trono del Señor tienen las oraciones recitadas en común.

6. El remedio para los males de nuestros tiempos.

De nuevo, pues, y solemnemente afirmamos cuán grande es la esperanza que Nos ponemos en el Santo Rosario para curar los males que afligen a nuestro tiempo. No es con la fuerza, ni con las armas, ni con la potencia humana, sino con el auxilio divino obtenido por medio de la oración —cual David con su honda— como la Iglesia se presenta impávida ante el enemigo infernal, pudiendo repetirle las palabras del adolescente pastor: “Tú vienes a mí con la espada, con la lanza y con el escudo; pero yo voy a ti en nombre del Señor de los ejércitos…, y toda esta multitud conocerá que no es con la espada ni con la lanza como salva el Señor” (4).

Por cuya razón, Venerables Hermanos, deseamos vivamente que todos los fieles, siguiendo vuestro ejemplo y vuestra exhortación, correspondan solícitos a Nuestra paternal indicación, en unión de corazones y de voces y con el mismo ardor de caridad. Si aumentan los males y los asaltos de los malvados, crezca igualmente y aumente sin cesar la piedad de todos los buenos; esfuércense éstos por obtener de nuestra amantísima Madre, especialmente por medio del Santo Rosario a ella tan acepto, que cuanto antes brillen tiempos mejores para la Iglesia y para la humana sociedad.

7. Instrumento de la pacificación colectiva.

Roguemos todos a la poderosísima Madre de Dios para que, movida por las voces de tantos hijos suyos, nos obtenga de su Unigénito el que cuantos por desgracia se hallan desviados del sendero de la verdad y de la virtud, se vuelvan a ésta por la conversión; el que felizmente cesen los odios y las rivalidades que son la fuente de toda clase de discordias y desventuras; el que la paz, aquélla paz que sea verdadera, justa y genuina, vuelva a resplandecer benigna así sobre los individuos y sobre las familias, como sobre los pueblos y sobre las naciones; el que, finalmente, asegurados los debidos derechos de la Iglesia, aquel benéfico influjo derivado de ella, al penetrar sin obstáculos en el corazón de los hombres, en las clases sociales y en la entraña misma de la vida pública, aúne la familia de los pueblos con fraternal alianza, y la conduzca a aquélla prosperidad que regule, defienda y coordine los derechos y los deberes de todos sin perjudicar a nadie, siendo cada día mayor por la mutua unión y por la común colaboración.

8. El Rosario, medio eficaz para ayudar especialmente a los perseguidos y a la Iglesia del silencio.

Tampoco os olvidéis, Venerables Hermanos y amados hijos, mientras entretejéis nuevas flores orando con el Rosario, no os olvidéis —repetimos— de los que languidecen desgraciados en las prisiones, en las cárceles, en los campos de concentración. Entre ellos se encuentran también, como sabéis, Obispos expulsados de sus sedes sólo por haber defendido con heroísmo los sacrosantos derechos de Dios y de la Iglesia; se encuentran hijos, padres y madres de familia, arrancados a sus hogares domésticos, que pasan su vida infeliz por ignotas tierras y bajo ignotos cielos. Y como Nos les envolvemos a todos con un afecto singular, así también vosotros, animados por aquella caridad fraterna que nace y vive de la religión cristiana, unid con las Nuestras vuestras preces ante el altar de la Virgen Madre de Dios y, suplicantes, recomendadlos a su maternal corazón. No hay duda de que con dulzura exquisita Ella aliviará y suavizará sus sufrimientos, con la esperanza del premio eterno; y de que no dejará de acelerar, como firmemente confiamos, el final de tantos dolores.

9. Esperanza de renovada correspondencia y Bendición Apostólica.

No dudando, Venerables Hermanos, de que vosotros con el celo ardiente que os es acostumbrado, llevaréis a conocimiento de vuestro clero y de vuestro pueblo, en la forma que más conveniente creyereis, esta Nuestra paternal exhortación, y teniendo asimismo por cierto que Nuestros hijos, diseminados por todo el mundo, responderán de buen grado a este Nuestro llamamiento con efusión de corazón concedemos Nuestra Bendición Apostólica, testimonio de Nuestra gratitud y prenda de las gracias celestiales, así a cada uno de vosotros como a la grey confiada a cada uno y singularmente a los que durante el mes de octubre de modo especial recitaren piadosamente, en conformidad con Nuestras intenciones, el Santo Rosario de la Virgen.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de septiembre, fiesta de los Siete Dolores de la Bienaventurada Virgen María, en el año 1951, decimotercero de Nuestro Pontificado.

PÍO PAPA XII

NOTAS
(1) San Lucas, 11, 9.
(2) San Irineo M. Adversus Hæres, III, 22.
(3) San Lucas, 12, 33.
(4) I Reyes 17, 44 y 49.


Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis: