Una bonita historia.
Esta es una historia que contó Juan José Omella, Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño, sobre un monasterio en el Líbano.
Un monje eremita del Líbano recibió la visita del Abad de un monasterio muy importante. Acudía en busca de consejo porque estaba desolado. Su monasterio durante un tiempo estuvo lleno de monjes jóvenes y generosos, ahora estaba casi vacío y la tristeza llenaba el corazón de los monjes. Antes acudía mucha gente a los oficios y ahora casi nadie acudía. La angustia y la desazón llenaban el corazón del abad que no sabía qué hacer y cuál era la causa de esa situación.
Le preguntaba al eremita:
– ¿Qué hemos hecho mal o qué pecado hemos cometido para que estemos ahora en esta situación?
– El monje eremita le contestó: habéis cometido el pecado de ignorancia.
– Y eso ¿qué es, qué significa?, le preguntó el abad
– Pues que uno de los monjes de vuestro monasterio es el Mesías disfrazado y vosotros lo ignoráis, le respondió el eremita.
El abad regresó a su monasterio e iba pensando todo el tiempo que cómo había sido posible que Dios hubiese regresado a la tierra, hubiese ido a su monasterio y él ni nadie lo hubiese reconocido.
Y empezó a pensar: ¿será el cocinero?, ¿será el prior?, ¿el portero?, ¿el sacristán?, ¿el novicio?, ¿quién será? Y seguía pensando: ¿no será el disfraz los propios defectos que tiene cada uno de los monjes? Sí, todos los monjes del monasterio tenían sus defectos y sin embargo parece ser que uno de ellos es el Mesías.
Una vez en el monasterio el abad reunió a los monjes y les dijo lo que le había dicho el eremita, es decir que el Mesías era uno de ellos. Todos se miraron con incredulidad y pensaban que era imposible que el Mesías estuviese entre ellos. Pero poco a poco empezaron a darle vueltas a sus cabezas y se decían: ¿y si fuese tal o tal hermano? Y ¿no podría ser tal otro hermano? Y se decían: si está disfrazado no podremos reconocerlo con lo cual lo que tenemos que hacer es tratar de respetar a todos porque cualquiera puede ser el Mesías.
Fe a partir del momento en el que cada uno optó por respetar y querer a cada hermano, por si se tratase del Mesías, cuando empezó a reinar otro aire en el monasterio. Había más alegría, más bondad, más generosidad, más ilusión por todo lo que hacían. La alegría inundó en el corazón de los monjes y llenó el monasterio. Poco a poco esa alegría se iba contagiando y al poco tiempo muchos jóvenes entraron en el monasterio volviendo a ser una comunidad floreciente y a la que acudía mucha gente a rezar, a consultar, a participar sencillamente de los oficios religiosos porque allí encontraba paz y recuperaban las fuerzas para seguir sirviendo al Señor.
Preciosa historia que podríamos aplicar a nuestras vidas de familia, de comunidad, de presbiterio, de vecinos, de compañeros de trabajo… El Mesías está entre nosotros. Se ha disfrazado. ¿Sabemos acogerlo y tratarlo como se merece? Pero podemos preguntarnos, ¿y quién es? ¿qué disfraz ha elegido? Él ya nos lo dejó dicho en el evangelio: “Lo que hagáis a uno de mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis”.
Que sepamos respetar, amar y ayudar a todos las personas que encontremos en nuestro camino porque en ellos está presente el mismo Señor y Dios nuestro.
Fuentes: Agencia Sic, Signos de estos Tiempos