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Juan Pablo II en la Misa de Clausura del Jubileo de los Obispos, 8 de octubre de 2000.Consagrarse a María, significa acoger su ayuda, para consagrar el mundo, el hombre, todos los pueblos y la humanidad al que es infinitamente santo.

Juan Pablo II ofrece el testimonio de que la consagración a María significa hacerla entrar en la propia vida espiritual. Ello conduce a la comunión de las personas, nos introduce en la profunda relación interpersonal con la Madre del Señor.
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Como testimonio de este principio, Juan Pablo II, le ha consagrado la Iglesia, todos los países y todos los pueblos, en el umbral del tercer milenio del cristianismo. Incluyendo a todos los que han creído en Jesucristo reconociendo en él su signo conductor en el viaje de la historia y a toda la humanidad, incluso a los que aún buscan a Cristo.

 

EN JASNA GORA

El 17 de junio de 1999, en el umbral del tercer milenio en Jasna Góra dijo: “Madre de la Iglesia, Virgen Auxiliadora, en la humildad de la fe de Pedro te presento a toda la Iglesia, a todos los continentes, los países y los pueblos que han creído en Jesucristo y lo han reconocido como conductor en el camino de la historia. Te presento a ti, Madre, a toda la humanidad, también a los que aún buscan el camino hacia Cristo. Sé su guía y ayúdales a abrirse a Dios que viene. Te presento a los pueblos del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, y a tu materna solicitud consagro a todas las familias de los pueblos. Madre de la fe, de la Iglesia, así como en el cenáculo de Jerusalén rezabas con los Apóstoles de Cristo, permanece con nosotros hoy en el cenáculo de la Iglesia, al final de este segundo milenio de la fe y suplica para nosotros la gracia de la apertura al don del Espíritu Santo”.

 

CONSAGRACIÓN A LOS PIES DE LA IMAGEN DE LA VIRGEN DE FÁTIMA, 8 DE OCTUBRE DE 2000

La Consagración Papal del mundo al Corazón Inmaculado ha sido un importantísimo evento, definido por el Comité central del Gran Jubileo en la Santa Sede, como: «un sello mariano para este Año Santo». Se trata de la peregrinación de la imagen de la Virgen de Fátima desde Cova de Iría hasta la Basílica de San Pedro donde culmina con el Acto de Consagración que el Santo Padre hace del Mundo y el Tercer Milenio al Inmaculado Corazón durante la Celebración de la Santa Misa del Jubileo de los Obispos.

Llegó a Roma el 6 de octubre y se trasladó a la Capilla del Apartamento de la Casa Pontificia en el Vaticano. El sábado, fiesta de Nuestra Señora del Rosario, fue llevada a la Basílica de San Pedro donde fue expuesta para la veneración de los fieles.

1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar,
en el que tú, Madre, nos has ofrecido denuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al encomendarte al apóstol Juan,
y con él a los hijos de la Iglesia,
más aún a todos los hombres,
Cristo no atenuaba, sino que confirmaba,
su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo,
porque vives en Él y para Él.
Todo en ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada,
eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a ti
en el alba del nuevo Milenio.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro,
a la que se unen tantos Pastores
provenientes de todas las partes del mundo,
busca amparo bajo tu materna protección
e implora confiada tu intercesión
ante los desafíos ocultos del futuro.

2. Son muchos los que, en este año de gracia,
han vivido y están viviendo
la alegría desbordante de la misericordia
que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo
y, aún más, en este centro del cristianismo,
muchas clases de personas
han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes,
aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos,
artistas y periodistas,
hombres del trabajo y de la ciencia,
niños y adultos,
y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo
al Verbo de Dios, encarnado en tu seno.
Haz, Madre, con tu intercesión,
que los frutos de este Año no se disipen,
y que las semillas de gracia se desarrollen
hasta alcanzar plenamente la santidad,
a la que todos estamos llamados.

3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera,
rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria,
tan apasionante como rica de contradicciones.
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín
o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir
en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope
de una ciencia que no acepta límites,
llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado,
la humanidad está en una encrucijada.
Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
Oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús.

4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan,
nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27),
para aprender de ti a ser como tu Hijo.
¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Estamos aquí, ante ti,
para confiar a tus cuidados maternos
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a tu querido Hijo,
para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo,
el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros,
como en la primera comunidad de Jerusalén,
reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
Qué el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor,
guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca
y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles:
a los niños que aún no han visto la luz
y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
a los jóvenes en busca de sentido,
a las personas que no tienen trabajo
y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas,
a los ancianos que carecen de asistencia
y a cuantos están solos y sin esperanza.

5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos
y las esperanzas de la Iglesia y del mundo,
ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas
que la vida reserva a cada uno
y haz que, por el esfuerzo de todos,
las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en el nuevo Milenio,
para que bajo tu guía
todos los hombres descubran a Cristo,
luz del mundo y único Salvador,
que reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.

VIDEO

Juan Pablo II Acto de Consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María

 
 

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