Una comisión teológica internacional reunida publicó en el 2007, con la revisión de Benedicto XVI, un texto que dice que Dios puede dar la gracia del bautismo sin que se administre el sacramento, «y este hecho se puede aplicar específicamente cuando la administración del bautismo sea imposible».
Ver el santuario del «respiro temporal» aquí NUESTRA SEÑORA DE AVIOTH, FRANCIA ( 16 DE JULIO). Y también los posts bajo el rótulo Limbo.
El problema es compaginar, por un lado, la infinita misericordia de Dios, que no puede excluir de la salvación eterna a los pequeños que no han cometido pecados personales; y por otro, la enseñanza fundamental de la existencia del pecado original y la necesidad del bautismo para su remisión.
El documento de la Comisión teológica internacional titulado “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin el bautismo”, discutido por la Comisión teológica internacional después de dos reuniones generales, en 2005 y 2006 y publicado con el “consentimiento” del Papa Benedicto XVI en 2007, observa que la enseñanza de que el bautismo es necesario para la salvación precisa ser entendida en el sentido de que fuera de Cristo no hay salvación.
La Comisión advierte que este planteamiento teológico, un nuevo modo de entender que se ha ido desarrollando en los últimos decenios, no se puede usar para negar la necesidad del bautismo a los niños o para retrasarlo. En realidad, «son razones para esperar que Dios salvará a esos niños, precisamente porque no fue posible hacer por ellos lo que hubiera sido lo más deseable, bautizarlos en la fe de la Iglesia e incorporarlos al cuerpo de Cristo».
ESPERANZA PARA LOS NIÑOS MUERTOS SIN BAUTIZAR
Padre Fernando Pascual L.C.
El tema del limbo de los niños tiene una importancia enorme, sobre todo para los millones de padres de familia que han visto morir a un hijo muy pequeño (antes o después de nacer) sin haberle podido ofrecer el don del bautismo.
La doctrina del limbo había sido elaborada, durante siglos, a partir de una serie de verdades fundamentales de la fe católica, pero con conclusiones que no parecían suficientemente claras.
Para profundizar en este tema fue publicado en la primavera de 2007 un Documento de la Comisión teológica internacional titulado “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin el bautismo”. El Documento había sido discutido por la Comisión teológica internacional después de dos reuniones generales, en 2005 y 2006. Posteriormente, el Cardenal William Levada, presidente de la Comisión, con el “consentimiento” del Papa Benedicto XVI, aprobó la publicación del texto.
A partir de ahora lo citaremos como “La esperanza de salvación…” indicando el número del parágrafo usado. Hay que aclarar que este Documento no puede ser considerado en todas sus partes como un acto del magisterio, si bien ofrece continuas referencias a textos de la Escritura, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.
El fin del Documento es claro: ofrecer una reflexión sobre el tema del limbo especialmente para aquellos padres de familia que han perdido un hijo (antes o después de nacer, cf. “La esperanza de salvación…” n. 68) sin haberlo podido bautizar, y que desean saber si su hijo llegará o no al cielo, si gozará de la visión de Dios.
El Documento tiene tres partes y 103 parágrafos. En la primera parte ofrece una historia de la doctrina teológica (que nunca había llegado a ser dogma de fe) sobre el limbo y la situación en la que se encontraba antes y después del Concilio Vaticano II. En la segunda parte profundiza en los principios teológicos y dogmáticos que han de ser tenidos presentes para continuar la reflexión sobre el tema y para explorar si tiene sentido seguir hablando del limbo. En la tercera parte se elabora una respuesta conclusiva y se muestran los motivos de esperanza que existen para pensar que la salvación de Cristo también llega, por caminos que no conocemos, a estos niños: podemos esperar que alcanzan, también ellos, la visión beatífica.
Es importante darnos cuenta de que no estamos ante un tema puramente especulativo, pues toca a millones de familias en todo el planeta: ¿qué será de este niño concreto, de este hijo que falleció cuando era muy pequeño, tal vez cuando era sólo un embrión o un feto, o al poco tiempo de nacer, y sin haber recibido el bautismo?
Encontrar una respuesta es posible sólo si tenemos presentes tres verdades profundas que conocemos desde nuestra fe cristiana, y que afectan la vida de todos los seres humanos. Tales verdades, presentadas de modo sintético (cf. “La esperanza de salvación…” n. 32), son las siguientes:
1. Dios quiere que todos los hombres se salven, según el texto conocido de 1Tm 2,4 (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 43-52).
2. La salvación es dada sólo a través de la participación en el misterio pascual de Cristo, es decir, por medio del bautismo (sacramental o recibido de alguna otra forma). Nadie puede salvarse (ni siquiera los niños que aún no tienen ninguna culpa personal) sin la gracia de Dios, en la que, en cierto modo, se incluye una relación explícita o implícita con la Iglesia (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 57-67, 82, 99).
3. Los niños no pueden entrar en el Reino de Dios si no han sido liberados del pecado original a través de la gracia redentora de Cristo (cf. “La esperanza de salvación…” n. 36).
Durante siglos, la Iglesia católica de rito latino ha reflexionado sobre estas verdades con la ayuda de las ideas de san Agustín. Agustín, en su polémica con Pelagio, pensaba que los niños muertos sin bautismo no podían alcanzar el cielo por no haber sido purificados del pecado original (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 15-18).
Las propuestas agustinianas han cuajado, a lo largo de los siglos, en la idea del limbo de los niños, un lugar en el que se encontrarían las almas de los niños muertos sin bautizar. En el limbo no habría castigos o serían mínimos (pues esos niños no han cometido ninguna culpa personal), pero quienes allí estuvieran destinados no podrían gozar de la visión de Dios que es propia de quienes ya están en el cielo (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 19-24).
La idea del limbo para los niños llegó a convertirse en una doctrina católica común, enseñada durante siglos a los fieles, hasta mediado el siglo XX. Sin embargo, hay que recordarlo, nunca fue declarada como dogma de fe ni como algo definitivo: era una tesis teológica ampliamente difundida (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 26, 40, 70).
En el siglo XX los teólogos buscaron nuevos caminos para estudiar el tema, especialmente para conciliar la voluntad salvífica de Dios, que también miraría a los niños que mueren, antes o después de nacer, sin haber recibido el bautismo, con la doctrina según la cual sólo a través de la eliminación del pecado original es posible lograr la visión beatífica.
El bautismo sacramental, lo sabemos, es el camino querido por Dios para introducirnos en el mundo de la salvación. ¿Puede Dios actuar su designio salvador a través de otros caminos? ¿Es posi
ble que un niño no bautizado sea librado del pecado original a través de una participación especial en el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo? (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 27-41).
Un texto del Concilio Vaticano II ofrece caminos para replantear este tema. En Gaudium et spes n. 22 se nos explica cómo Cristo ha asociado a su misterio pascual a todos los hombres. De modo especial, están asociados los creyentes (los que han recibido el bautismo y viven coherentemente con su condición de hijos en el Hijo). Pero también, por vías que no conocemos, se unen a Cristo quienes no han sido bautizados. Dice el texto:
“(…) Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Gaudium et spes n. 22).
Este texto del concilio es citado numerosas veces en nuestro Documento (especialmente en los nn. 6, 31, 77, 81, 85, 88, 93, 96).
La forma normal para asociarse al misterio pascual es, como repite una y otra vez el Documento que estamos presentando, el bautismo. Por eso, según toda la tradición católica, sigue en pie la doctrina según la cual el bautismo es necesario para alcanzar la salvación (“La esperanza de salvación…” nn. 29, 61-67).
Entonces, ¿qué ocurre con los niños que mueren sin el bautismo? Desde la Revelación podemos esperar que Dios les ofrecerá el asociarse al misterio salvífico de Cristo, por caminos que no conocemos pero que Dios sí conoce. La oración que la misma Iglesia ofrece por esos niños es parte de esta esperanza, para quienes existe, desde hace varias décadas, una misa especial (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 5, 69, 100).
Esta es la clave del Documento: esperar y confiar en la “filantropía misericordiosa de Dios” (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 80-87), que puede actuar la salvación en esos niños por “otras vías”, distintas del bautismo pero con los mismos efectos propios de todo encuentro salvador con Cristo: quedan libres del pecado original y pueden, así, acceder a la visión de Dios, pueden entrar en el cielo (cf. “La esperanza de salvación…” n. 41).
En otras palabras, y aquí el Documento (n. 101) se limita a reproducir el Catecismo de la Iglesia Católica n. 1261, respecto de los niños muertos sin bautismo “la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis» (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo”.
Podríamos indicar otras muchas ideas de un Documento lleno de esperanza, que nos ayuda a profundizar en los designios amorosos de Dios a través de un tema muy concreto. Hay un punto que es sumamente hermoso que quisiéramos evidenciar ahora.
Quizá en el pasado, por influjo de san Agustín, se había puesto el énfasis (justamente) en la misteriosa relación de todo el género humano respecto de Adán, de los primeros padres, desde los cuales hemos heredado el pecado original.
Esta perspectiva, sin embargo, necesitaba ser completada con el énfasis debido que hay que dar a la relación de todos los hombres a Cristo. Hay que citar, en este sentido, una parte de Gaudium et spes n. 22: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.
El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”.
En otras palabras: los hombres y las mujeres de todos los tiempos estamos unidos no sólo por los lazos de sangre y por una misma humanidad (Adán), sino también por haber sido alcanzados por el Amor de Dios manifestado en Jesucristo, el Hombre perfecto que recapitula y explica plenamente nuestra condición humana. Más aún, la solidaridad humana con Cristo debe ser vista como prioritaria respecto de la solidaridad humana con Adán, y a esta luz hay que considerar el tema del destino de los niños que mueren sin haber recibido el bautismo (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 91, 95).
La unión con Cristo, Redentor del hombre, se hace real a través del bautismo, en el cual el creyente queda insertado en Cristo. Cuando el bautismo no ha podido ser administrado a los niños, podemos esperar que el misterio salvador de Cristo llega a ellos de maneras que sólo Dios conoce.
Desde las reflexiones ofrecidas por este Documento, es posible entonces pensar que la doctrina del limbo de los niños quedaría “superada” (cf. “La esperanza de salvación…” n. 95). Queda claro que la Comisión teológica internacional no ofrece (no podría hacerlo) ninguna indicación concreta para “prohibir” la defensa de la existencia del limbo, aunque los elementos que ofrece serían suficientes para considerarla una teoría teológica del pasado.
Aunque “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin el bautismo” no sea un Documento vinculante (un acto del magisterio ordinario de la Iglesia), ofrece elementos suficientes para, por un lado, valorar aún más la importancia que tiene el bautismo como camino ordinario para la salvación: hay que administrarlo lo más pronto posible a los niños nacidos en los hogares cristianos. Por otro lado, nos presenta el Amor misericordioso de Dios revelado en Cristo de tal manera que nos permite esperar que aquellos niños (antes o después de su nacimiento) que mueren sin haber podido recibir este sacramento, serán salvados y alcanzarán, así, la visión beatífica por caminos que sólo Dios conoce y según el misterio de la Redención de Cristo (cf. “La esperanza de salvación…” n. 103).
ANOTACIONES SOBRE LA SUERTE ETERNA DE LOS NIÑOS MUERTOS SIN BAUTISMO
Cardenal Jorge Medina E.
El problema no es nuevo, pero hay, al parecer, elementos nuevos para abordarlo. No se indica bibliografía porque este pequeño escrito no pretende reestudiar todo el problema, sino subrayar más bien elementos que tienen cierta novedad (cierta, relativa, no absoluta novedad).
I. ¿De quién se trata?
1° De todos los seres humanos muertos antes del uso de la razón o sin uso de la razón:
a) De los fetos humanos muertos por causas naturales, hayan tenido o no conciencia sus madres acerca de su existencia.
b) De los fetos humanos privados de la vida por aborto.
c) De los niños nacidos y muertos antes de que hayan recibido el bautismo.
d) De los seres humanos adultos que no llegaron
a tener uso de razón.
2° No se trata de los adultos que no han llegado a tener conocimiento de Cristo, pero que llegaron a tener discernimiento moral.
3° No se hace hincapié en la situación de los padres con respecto a la fe, porque hacer distinciones sobre esa base podría aparecer como una discriminación infundada.
II. ALGUNOS PRINCIPIOS EN JUEGO
Bajo este título hay textos bíblicos, del Magisterio y de la liturgia y alguna consideración o reflexión que pudiera llamarse teológica.
A) Textos Bíblicos:
1) «El que creyera y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyera, se condenará» (Mc.16, 16). El texto se sitúa en el contexto de la evangelización y de su acogida por personas con uso de razón.
2) «A cuantos le recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre…» (Jn 1, 12). El contexto es el de personas adultas.
3) Jn 3, 3-6. El contexto mira directamente a un adulto, Nicodemo.
4) Dios, nuestro Salvador, «quiere que todos los hombres sean salvados y vengan al conocimiento de la verdad (1 Tm 12,4). El contexto se refiere a adultos.
No hay, al parecer, un texto bíblico que excluya en forma explícita de la salvación a los seres humanos muertos antes de recibir el bautismo y sin haber alcanzado el uso de razón. Esto, sin perjuicio de la Tradición y del Magisterio que afirman la necesidad del bautismo con necesidad de medio para la salvación. Pero ¿en qué sentido?
B) Textos del Magisterio:
1º Son clásicos los textos de Trento, DS 1614-1627, especialmente 1618 y el relativo 1524. Es importante el texto del Santo Oficio, DS 3866-3872. Ver el texto, matizado, de LG 14, donde la necesidad del bautismo es referida a quienes pudieran rechazarlo.
2° Hay un texto altamente significativo del Vaticano II que dice: «Puesto que Cristo murió por todos, y siendo en realidad una la vocación última del hombre, es decir la divina, debemos sostener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido solo por Dios, se asocien a este misterio pascual» (GS 22, 5). Este texto se refiere en forma directa a quienes tienen uso de razón, pero su redacción es tan amplia, que parece poder aplicarse a todo ser humano, sin excepción.
3° El «Ritual de las exequias» contiene, en sus nn. 235 a 237, textos de «oraciones colectas» para las exequias de niños muertos sin bautismo. En las tres oraciones el niño difunto se confía a la misericordia de Dios. Pueden verse también los textos sugerentes indicados para las lecturas, nn 231, 232 y 234.
4 ° En el Catecismo de la Iglesia Católica, se lee, en el n.1261: «En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia solo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim 2,4), y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «dejad que los niños se acerquen a mí, no se los impidáis» (Mc 10, 14), nos permitan confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo. Por eso es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo».
5° En la Encíclica «Evangelium Vitae» hay un párrafo significativo, referido a las mujeres que han abortado voluntariamente un hijo: «Abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor» (n.99). Este texto es coherente con otro, anterior, de la misma Encíclica, que dice que «el hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios» (n.2).
Parece objetivamente justo reconocer que estos textos constituyen una «evolución homogénea» de la doctrina católica, marcando acentos que no son nuevos pero que aparecen bajo un prisma nuevo. Estos renovados acentos tienen un punto de partida muy diferente de los ejercicios especulativos de la teología anterior al Vaticano II, excepción hecha de la declaración del S. Oficio en el caso Feeney (DS 3866-3872).
C) Reflexiones o consideraciones teológicas:
Una vez afirmada sin ambages la voluntad salvífica universal de Dios, y reconocida la vocación de todo hombre a la participación en la vida divina, pueden hacerse ciertas consideraciones:
1. La necesidad del bautismo de agua no es tan rígida que no pueda ser suplida por el bautismo de sangre y por el de deseo. Nótese como caso especial de bautismo de sangre el de los Santos Inocentes, que va más allá de la definición clásica, puesto que no pudieron profesar la fe con palabras.
2. ¿Qué pasa con los miles de millones de niños hijos de paganos, que no han conocido la fe cristiana, y que mueren sin haber podido recibir el bautismo?
3. ¿Qué pasa con los fetos, hijos de cristianos, que mueren antes de que se sepa de su existencia, y sin culpa de nadie? ¿Y con los de los no cristianos?
4. Si todos esos niños no llegan a la gloria ¿como comprender que haya un llamado a todo hombre a participar en la naturaleza divina, en la gracia, y que ese llamado y vocación se frustre en la inmensa mayoría de los seres humanos? ¿Y que se frustre sin culpa ni pecado personal?
5. Si el Papa dice que los niños abortados «viven en el Señor», ¿cómo entender esa afirmación? ¿Significa solo que Dios conserva la existencia de sus almas inmortales en su ser natural? ¿O significa, como es el sentido de la expresión en las inscripciones sepulcrales paleocristianas, que están en la gloria?
6. ¿Hay un fundamento claro para hacer beneficiarios a los niños abortados de la bienaventuranza y no a los que murieron por causas naturales inculpables?
7. ¿Debe excluirse una interpretación más amplia que la usual, de la cláusula «post Evangelium promulgatum» (DS 1524), de modo que la «promulgación» deba entenderse como el anuncio actual del Evangelio con real posibilidad de acogerlo, la que no existiría ni en los paganos ni en los niños en el seno de sus madres ni en los infantes que no reciben el bautismo por no ser cristianos sus padres o por desidia de ellos?
8. La doctrina escolástica del «limbo» ha sido o bien desechada, o bien relegada al olvido, o bien clasificada como «sentencia opinable». La Iglesia siempre miró mal a los padres «tortores infantium». ¿Habría que admitir hoy para todos estos infantes la situación de una condenación sin pena de sentido, pero sí de daño, en forma que sin culpa personal se vean frustrados de la consecución de su finalidad última si se acepta la existencia del «limbus puerorum»?, ¿no sería la situación de los que allí estuvieran una consecución de su finalidad última sobrenatural?
9. ¿Puede urgirse tanto la calidad gratuita y sobrenatural de la vocación última de todo hombre, que la inmensa mayoría del género humano quede excluido de ella sin culpa personal propia?
D) Una hipótesis de trabajo:
¿Podría decirse, en plena conformidad con la fe católica, que es legítimo pensar que los niños muertos sin bautismo, alcanzan la gloria por un gratuito don de Dios que los justifica en virtud de la muerte de Cristo, a la que en cierto modo se incorporan por su propia muerte, y que esa muerte es ya suficiente y justa pena del pecado original? ¿Como evitar que esta hipótesis relativice o minimice la necesidad del bautismo sacramental?
Esta hipótesis no puede, al menos por ahora, probarse de un modo apodíctico, pero no parece poderse excluir a priori, dados los indicios que se han señalado anteriormente: a) la voluntad salvífica universal; b) la vocación última y única de todo hombre, que es la participación en la vida divina; c) el sentido de la «promulgación» del Evangelio y del orden sacramental; d) la imposibilidad de facto, para muchos niños, de recibir el bautismo; y, e) el principio de que «cada cual dará cuenta de sus obras», pero que Dios «salvandos salvas gratis». «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia»
Comprendo las limitaciones de estas reflexiones.
Suplico, a quienes las comunicaré, que las juzguen. Recibiré con gusto las observaciones que se hagan y declaro, desde ya, que someto mi juicio al de la Iglesia y su Magisterio.