Tema importante en la historia del papado y ahora en Brasil.
En la Jornada Mundial de la Juventud de Rio de Janeiro el papa Francisco se encontrará con dos millones de personas, en medio de todos ellos, y dado el carácter imprevisto de los movimientos de Francisco, no existe un método infalible para garantizar su seguridad, la cual es hoy más importante que nunca, por las decisiones concretas que ha tomado el Papa y que afectan a muchas personas, y pos el prestigio y peso que va adquiriendo.
Recorriendo la historia, uno se da cuenta de que durante dos siglos la única seguridad de los Sucesores de Pedro, obispos de Roma, fue el martirio, e incluso después, a lo largo de los siglos, ha habido historias dramáticas y terribles.
Papas prisioneros y exiliados, Papas envenenados, Papas derrocados con la fuerza… Legendaria, en el siglo V, la historia de Papa Virgilio, encarcelado en Roma y “deportado” a Constantinopla, en donde permaneció 15 años en prisión. Moriría durante el viaje de regreso, después de la muerte de Teodora, la emperatriz que lo envió al destierro para defender la independencia (incluso doctrinal) del arzobispo de la capital bizantina… También Pío VI y Pío VII, 1400 años después, fueron encarcelados por Napoleón y deportados a Francia.
En cuanto a la seguridad, hay que recordar que Pío IX, el Papa de la Brecha de Puerta Pía, murió en 1878 y, mientras llevaban sus restos a San Lorenzo (fuera del Vaticano), un grupo de irreductibles antipapales de la época trató de apoderarse de ellos y arrojarlos al Tíber desde el Puente San Ángel…
Sin embargo, el problema de la seguridad de los Papas en épocas más recientes se ha vuelto dramáticamente evidente, puesto que las amenazas y los atentados verdaderos se han ido multiplicando poco a poco… Pablo VI, en noviembre de 1970, fue herido en una mano por un colombiano desequilibrado durante su viaje apostólico a Filipinas. El atentado falló gracias a la enérgica y rápida reacción de mons. Pasquale Macchi, secretario particular del Papa, y de mons. Paul Marcinkus, que acababa de llegar a Roma y después se habría vuelto famoso por su papel en el IOR.
Y así, llegamos al momento más conocido y más dramático en la historia seguridad de los Papas contemporáneos: el 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II fue atacado por el asesino profesional turco Alí Agca, que entonces militaba en una organización terrorista conocida como “Lobos grises”. Una monja habría desviado la mano del asesino y, según la misma víctima, la protección de la Virgen de Fátima, festejada ese mismo día, habría hecho que fracasara el plan macabro… Juan Pablo II se sometió a una operación delicadísima, que duró más de 5 horas, y poco a poco se fue recuperando hasta que volvió a emprender sus viajes, siempre bajo grandes riesgos.
Efectivamente, el problema no terminó allí, pues un año después, en 1982, y justamente en Fátima, el “sacerdote” español Juan María Fernández y Kron (empuñando una bayoneta) se acercó amenazante al Papa. Cercano a los grupos tradicionalistas religiosos de los lefebvrianos violentos, Fernández y Kron consideraba a Karol Wojtyla «un agente de Moscú» que estaba arruinando la Iglesia y alejándola de la doctrina católica.
Hay que recordar que en 1992 el Parlamento italiano se ocupó de la seguridad del Papa durante sus viajes, pero sin llegar a soluciones concretas. El problema de la seguridad volvió a materializarse durante el viaje de Juan Pablo II a Sarajevo, el 13 de abril de 1997. El mismo día que el Papa tenía que atravesar un puente se descubrieron 24 minas enterradas y listas para ser detonadas a distancia…
Después de Sarajevo (1997) y del atentado frustrado en contra de Juan Pablo II, no hay noticias de otros intentos por dañarlo. De cualquier manera, la fecha del 11 de septiembre de 2001, la del doble atentado a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono de Washington, cambió al mundo entero, incluida la urgente necesidad de proteger adecuadamente a los Papas. El “papamóvil” con vidrios blindados y la vigilancia acentuada desde diferentes puntos de vista ha sido evidentes a partir de entonces.
Hay que recordar que también Juan Pablo II, cuando volvía de sus “peregrinajes” por el mundo a menudo tenía en las manos los arañazos que involuntariamente le procuraban los que querían estrechar sus manos durante más tiempo a su paso… Y hay que tomar en consideración que estos breves contactos, de pocos segundos, podrían incluso ser aprovechados por los malintencionados para “inyecciones” que podrían llegar a ser no solo dañinas, sino fatales. Y ni qué decir de los riesgos (que hasta ahora, por lo que parece, no se han verificado con ningún Papa, aunque haya varios obispos que los han vivido) de perder los anillos en esos apretones de manos (claro, al final, todo termina en una sonrisa por la aventura).
Volviendo al tema de la seguridad, recuerdo que en 2004 Glauco Benigni publicó un libro (“Los ángeles custodios del papa”) en el que examinó los problemas (viejos y nuevos) alrededor de la seguridad, sobre todo tomando en cuenta el caso de Juan Pablo II, y cuya conclusión fue que la absoluta seguridad de un Pontifice es imposible. En cuanto a Benedicto XVI (que vivió sus casi ocho años de Pontificado con las medidas de seguridad que se habían adoptado con su predecesor), el único caso de peligro real se verificó en 2009 dentro de San Pedro, cuando la “mujer vestida de rojo”, Susanna Maiolo, saltó la barrera y se arrojó hacia el Papa. Todo acabó con la caída de Ratzinger, que no sufrió en el accidente, y la fractura en una pierna que se ganó el cardenal Roger Etchegaray, que estaba a su lado.
Y llegamos ahora a Francisco, con el viaje a Brasil para la JMJ 2013. Hace algunos días un periódico escribió, con una pizca de dramatismo y, tal vez, no solo pensando en la seguridad, que el de Río sería un viaje «terrible». Claro, con Francisco y sus gestos tan conocidos, las dificultades para los que se ocupan de su seguridad parecen insuperables.
Él se mueve sin avisar a nadie, cuando quiere y como quiere; se baja del coche, cambia los recorridos previstos (tanto a pie como en coche), se acerca a la gente, es más, se mezcla entre ella para poder tener, como indicó, «el olor de las ovejas». Quiere y debe estar entre el pueblo, entre las multitudes más diferentes, y en el próximo viaje este aspecto será mucho más evidente.
Desde hace tiempo, Francisco está acostumbrado a moverse en medio de la gente, por lo que en Río de Janeiro lo hará en medio de cientos y cientos de miles de jóvenes (y no tan jóvenes), sin importar que el espacio no pertenezca a las autoridades vaticanas. Durante el viaje brasileño, de hecho, al cambiar de posición por la ciudad, las autoridades no serán ni siquiera las mismas durante el arco del día. Cuando un Papa se encuentra en el extranjero son las autoridades del país las que se ocupan de la seguridad de sus huéspedes, y puede darse que la eficiencia de estos servicios no sea la misma en todo momento.
Cuando el Papa (incluido Francisco) se encuentra en el Vaticano, lo protege oficialmente un sistema de seguridad mixto, con fuerzas del Vaticano y del Estado italiano. Hace tiempo había tres cuerpos de vigilancia en el Vaticano (la Guardia Suiza, la Guardia Palatina y la Guardia Noble, que fue abolida por Pablo VI). Hoy, sin ahondar en detalles particulares, se puede decir que en el Vaticano los que se ocupan de la vigilancia “visible” del Papa son el Cuerpo de la Guardia Suiza y la Gendarmería, que, además, cumplen papeles muy diferentes según las circunstancias y las necesidades en los movimientos del Papa, a quien, en este caso, no le gusta quedarse quieto.
Obviamente también hay una protección invisible (casi una red de espionaje) muy reservada pero que no puede garantizar una seguridad absoluta en todo momento.
Fuentes: Vatican Insider, Signos de estos Tiempos