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Este es el capítulo I del libro de Georges Huber “El diablo hoy ¡Apártate Satanás!”

¿Qué ha motivado a Georges Huber, conocido periodista católico, a escribir un libro sobre el diablo? Muchos han leído su libro tan bello y consolador sobre los Ángeles Custodios. Se puede recordar también su libro titulado Dios es Señor de la historia, auténtico himno de alabanza al dominio de Dios sobre la historia. ¿Por qué nos propone hoy un libro sobre Satanás?

Quien ha tenido la fortuna no sólo de conocer y aprecios los libros de Georges Huber, sino de haberlo encontrado personalmente, no tendrá dudas sobre la continuidad que existe entre este nuevo libro y los precedentes.

El autor ha mostrado en su libro sobre los ángeles cómo estas espléndidas criaturas espirituales están totalmente a las órdenes de la Divina Providencia y todo su ser consiste en la adoración y servicio de Dios. Esta verdad se encuentra en este libro sobre Satanás. Porque los ángeles caídos siguen siendo ángeles; siguen siendo espíritus al servicio de Dios, incluso contra su voluntad.

El libro de Georges Huber no causa miedo a los demonios, sino que revela más bien la fe en la irresistible potencia de Dios que ordena cada cosa hacia sus fines. La fe nos lo enseña y la experiencia cristiana lo confirma: los demonios entablan una lucha despiadada contra el hombre y se esfuerzan por obstaculizar los planes de Dios.

Recorren el mundo incesantemente buscando la perdición de las almas. Y, sin embargo, su actividad está completamente subordinada a los planes de Dios.

A partir de esta verdad fundamental, Georges Huber nos demuestra que si Dios permite actuar a los demonios no es ciertamente para dañar a los hombres, sino para ayudarles a realizar sus magníficos planes de salvación.

Formado en la escuela de su gran maestro, Santo Tomás de Aquino —que conoce mejor que muchos teólogos—, Georges Huber, periodista y laico creyente, nos demuestra que, para los amigos de Dios, los ataques del demonio pueden convertirse en ocasión para crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad.

De manera sobria y clara, el autor ha sabido exponer y desenmascarar las maquinaciones del diablo y de sus compañeros de armas. Evocando la acción de Satanás, Georges Huber no desea ciertamente espantar a sus lectores; pretende más bien inducirlos a la vigilancia y a la sobriedad de vida de la que habla el apóstol Pedro. Son análisis penetrantes, que se inspiran frecuentemente en la enseñanza y en la experiencia de los grandes místicos, y ofrecen aquí orientaciones para la vida cristiana. Como hace el escritor anglicano C. S. Lewis en su famoso libro, Cartas del diablo a su sobrino, Georges Huber conduce sus lectores a través del entresijo de las tentaciones del diablo para mostrarles un camino de fe en la vida cotidiana.

Con la sabiduría cristiana de siempre, Georges Huber revela que la vida aquí sobre la tierra es una batalla continua. Este combate se libra siguiendo a Cristo, vencedor de Satanás. El autor ve en la vida de los santos modelos excelentes para imitar a Cristo en esta lucha contra Satanás.

Muchos cristianos parecen considerar hoy superado el problema de la existencia de Satanás. Los lectores de «El diablo hoy» tendrán que reconocer que negar la existencia del diablo sería un error trágico. Por otro lado, los que podrían ser victimas de un excesivo miedo del demonio encontrarán en este libro un luz liberadora. Pero todos los lectores obtendrán de este libro un enriquecimiento de su fe y comprenderán que hoy como ayer, Cristo puede decir con una autoridad soberana: ¡Apártate, Satanás!

Monseñor Christophe Schoenborn

Arzobispo de Viena

 

«¿CÓMO SE HA PODIDO LLEGAR A ESTA SITUACIÓN?»

Ésta es la pregunta que se hacía el Papa Pablo VI, algunos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, a la vista de los acontecimientos que sacudían a la Iglesia. «Se creía que, después del Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia. Pero en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre.»

Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación?

La respuesta de Pablo VI es clara y neta: «Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio, Cristo nos habla de este enemigo de los hombres?». Y el Papa precisa: «Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio ecuménico, y para impedir a la Iglesia cantar su alegría por haber retomado plenamente conciencia de ella misma».

Para decirlo brevemente, Pablo VI tenía la sensación de que «el humo de Satanás ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios».

Así se expresaba Pablo VI sobre la crisis de la Iglesia el 29 de Junio de 1972, noveno aniversario de su coronación. Algunos periódicos se mostraron sorprendidos por la declaración del Papa sobre la presencia de Satanás en la Iglesia. Otros periódicos se escandalizaron. ¿No estaba Pablo VI exhumando creencias medievales que se creían olvidadas para siempre?

UNA DE LAS GRANDES NECESIDADES DE LA IGLESIA CONTEMPORÁNEA

Sin arredrarse ante estas críticas Pablo VI volvió sobre este tema candente cinco meses más tarde. Y lejos de contentarse con reafirmar la verdad sobre Satanás y su actividad, el Papa consagró una entera catequesis a la presencia activa de Satanás en la Iglesia (cfr Audiencia general, 15 de Noviembre de 1972).

Desde el inicio, Pablo VI subrayó la dimensión universal del tema: «¿Cuáles son hoy -afirma- las necesidades más importantes de la Iglesia?». La respuesta del Papa es clara: «Una de las necesidades más grandes de la Iglesia es la de defenderse de ese mal al que llamamos el demonio».

Y pablo VI recuerda la enseñanza de la Iglesia sobre la presencia en el mundo «de un ser viviente, espiritual, pervertido y pervertidor, realidad terrible, misteriosa y temible».

Después, refiriéndose a algunas publicaciones recientes (en una de las cuales un profesor de exégesis invitaba a los cristianos a «liquidar al diablo»), Pablo VI afirmaba que «se separan de la enseñanza de la Biblia y de la Iglesia los que niegan a reconocer la existencia del diablo, o los que lo consideran un principio autónomo que no tiene, como todas las criaturas, su origen en Dios; y también los que lo explican como una seudo-realidad, una invención del espíritu para personificar las causas desconocidas de nuestros males».

«Nosotros sabemos -prosiguió Pablo VII- que este ser oscuro y perturbador existe verdaderamente y que está actuando de continuo con una astucia traidora. Es el enemigo oculto que siembra el error y la desgracia en la historia de la humanidad.»

«Es el seductor pérfido y taimado que sabe insinuarse en nosotros por los sentidos, la imaginación, la concupiscencia, la lógica utópica, las relaciones sociales desordenadas, para introducir en nuestros actos desviaciones muy nocivas y que, sin embargo, parecen corresponder a nuestras estructuras físicas o síquicas o a nuestras aspiraciones más profundas».

Satanás sabe insinuarse … para introducir … Estas expresiones, ¿no recuerdan a las del león rugiente de San Pedro que ronda, buscando a quien devorar? El diablo no espera a ser invitado para presentarse, más bien impone su presencia con una habilidad infinita.

El Papa evocó también el papel de Satanás en la vida de Cristo. Jesús calificó al diablo de «príncipe de este mundo» tres veces a lo largo de su ministerio, tan grande es el poder de Satanás sobre los hombres.

Pablo VI se esforzó en señalar los indicios reveladores de la presencia activa del demonio en el mundo. Volveremos sobre este diagnóstico.

LAGUNAS EN LA TEOLOGÍA Y EN LA CATEQUESIS

En su exposición, el Santo Padre sacó una conclusión práctica que, más allá de los millares de fieles presentes en la vasta sala de las audiencias, ese dirigía a los católicos de todo el mundo: «A propósito del demonio y de su influencia sobre los individuos, sobre las comunidades, sobre sociedades enteras, habría que retomar un capítulo muy importante de la doctrina católica, al que hoy se presta poca atención».

El Cardenal J. L. Suenens, antiguo arzobispo de Bruxelles-Malines, escribió al final de su libro Renouveau et Puissances desténèbres: «Acabando estas páginas, confieso que yo mismo me siento interpelado, ya que me doy cuenta de que a lo largo de mi ministerio pastoral no he subrayado bastante la realidad de las Potencias del mal que actúan en nuestro mundo contemporáneo y la necesidad del combate espiritual que se impone entre nosotros» (p. 113).

En otras palabras, la Cabeza de la Iglesia piensa que la demonología es un capítulo «muy importante» de la teología católica y que hoy en día se descuida demasiado. Existe una laguna en la enseñanza de la teología, en la catequesis y en la predicación. Y esta laguna solicita ser colmada. Estamos ante «una de las necesidades más grandes» de la Iglesia en el momento presente.

¿Quién lo habría previsto? La catequesis de Pablo VI sobre la existencia e influencia del demonio produjo un resentimiento inesperado por parte de la prensa. Una vez mas, se acusó a al Cabeza de la Iglesia de retornar a creencias ya superadas por la ciencia. ¡El diablo está muerto y enterrado!

Raramente los periódicos se habían levantado con una vehemencia tan ácida contra el Soberano Pontífice. ¿Cómo explicar la violencia de estas reacciones?

Que periódicos hostiles a la fe cristiana ironicen sobre una enseñanza del Papa no suscita ninguna extrañeza. Es coherente con sus posiciones. Pero que al mismo tiempo se dejen llevar de la cólera, esto es lo que sorprende…

¿Cómo no presentir bajo estas reacciones la cólera del Maligno? En efecto, Satanás necesita el anonimato para poder actuar de manera eficaz. ¿Cuál no será su irritación, por tanto, cuando ve al Papa denunciar urbi et orbi sus artimañas en la Iglesia? Es la cólera del enemigo que se siente desenmascarado y que exhala su despecho a través de estos secuaces inconscientes.

EL ENEMIGO DESENMASCARADO

Habría que retomar el capítulo de la demonología: esta consigna de Pablo VI tuvo una especie de precedente en la historia del papado contemporáneo.

Era un día de diciembre de 1884 o de enero de 1885, en el Vaticano, en la capilla privada de León XIII. Después de haber celebrado la misa, el Papa, según su costumbre, asistió a una segunda misa. Hacia el final, se le vio levantar la cabeza de repente y mirar fijamente hacia el altar, encima del tabernáculo. El rostro del Papa palideció y sus rasgos se tensaron. Acabada la misa, León XIII se levantó y, todavía bajo los efectos de una intensa emoción, se dirigió hacia su estudio. Un prelado de los que le rodeaban le preguntó: «Santo Padre, ¿Se siente fatigado? ¿Necesita algo?».

«No, respondió León XIII, no necesito nada…»

El Papa se encerró en su estudio. Media hora más tarde, hizo llamar al secretario de la Congregación de Ritos. Le dio una hoja, y le pidió que la hiciera imprimir y la enviara a los obispos de todo el mundo.

¿Cuál era el contenido de esta hoja? Era una oración al arcángel San Miguel, compuesta por el mismo León XIII. Una oración que los sacerdotes recitarían después de cada misa rezada, al pie del altar, después del Salve Regina ya prescrito por Pío IX:

Arcángel San Miguel en la lucha, sé nuestro amparo contra la adversidad y las asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes. Y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros malos espíritus que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.

León XIII confió más tarde a uno de sus secretarios, Mons. Rinaldo Angeli, que durante la misa había visto una nube de demonios que se lanzaban contra la Ciudad Eterna para atacarla. De ahí su decisión de movilizar a San Miguel Arcángel y a las milicias del cielo para defender a la Iglesia contra Satanás y sus ejércitos, y más especialmente para la solución de lo que se llamaba «la Cuestión romana».

La oración a San Miguel fue suprimida en la reciente reforma litúrgica. Algunos piensan que, siendo tan adecuada para conservar entre los fieles y los sacerdotes la fe en la presencia activa de los ángeles buenos y de los malvados, podría ser reintroducida, o bien en la Liturgia de las Horas, o bien en la oración de los fieles en la misa. Como afirmaba Juan Pablo II el 24 de mayo de 1987, en el santuario de San Miguel Arcángel en el Monte Gargan: «el demonio sigue vivo y activo en el mundo».

Las hostilidades no han cesado, los ejércitos de Satanás no han sido desmovilizados.

Por lo tanto la oración continúa siendo necesaria.

El 20 de abril de 1884, poco tiempo antes de esta visión del mundo diabólico, León XIII había publicado una encíclica sobre la francmasonería que se inicia con consideraciones de envergadura cósmica. «Desde que, por la envidia del demonio, el género humano se separó miserablemente de Dios, a quien debía su llamada a la existencia de los dones sobrenaturales, los hombres se han dividido en dos campos opuestos que no cesan de combatir: uno por la verdad y la virtud, el otro por aquello que es contrario a la virtud y a la verdad.»

Meditando las consideraciones de León XIII se comprende mejor la consigna dada por Pablo VI en su catequesis del 15 de noviembre de 1972: «Habría que retomar un capítulo muy importante de la doctrina católica (la demonología), al que hoy se presta poca atención».

Juan Pablo II ha hecho suya la consigna de su predecesor. En su enseñanza ha ido incluso más allá de Pablo VI. Mientras que éste no dedicó más que una catequesis del miércoles al problema del demonio, Juan Pablo II ha tratado este tema a lo largo de seis audiencias generales sucesivas. Y hay que añadir a esta enseñanza una peregrinación al santuario de San Miguel Arcángel en el Monte Gargan, el 24 de mayo de 1987, y un discurso sobre el demonio pronunciado el 4 de septiembre de 1988, con motivo de su viaje a Turín.

 

LAS INSTITUCIONES, INSTRUMENTO DE SATANÁS

En otras ocasiones, Juan Pablo II ha puesto en guardia a los fieles contra las insidias del diablo, como por ejemplo encuentro con 30,000 jóvenes en las islas Madeira (mayo de 1991) donde citó un pasaje significativo de su mensaje de 1985 para El año internacional de la juventud: «La táctica que Satanás ha aplicado, y que continúa aplicando, consiste en no revelarse, para que el mal que ha difundido desde los orígenes se desarrolle por la acción del hombre mismo, por los sistemas y las relaciones entre los hombres, entre las clases y entre las naciones entre los hombres, entre las clases y entre las naciones, para que el mal se transforme cada vez más en un pecado «estructural» y se pueda identificar menos como un pecado «personal»». Satanás actúa sobre todo en la sombra, para pasar desapercibido.

Satanás actúa a través de los hombres y también a través de las instituciones.

¿Es posible imaginar el papel de Satanás en la preparación, lejana y cercana de las leyes que autorizan el aborto y la eutanasia?

En un sentido actual sobre Satanás, Dom Alois Mager o.sb., antiguo decano de la facultad de teología de Salzburgo, afirma que el mundo satánico se caracteriza por dos rasgos: la mentira y el asesinato. «La mentira aniquila la vida espiritual; el asesinato, la vida corporal… Aniquilar siempre, ésta es la táctica de las fuerzas satánicas». Ahora bien, Dios es Aquel que es y que da sin cesar la vida, el movimiento y la existencia (cfr Hch 17, 28).

La insistencia creciente de dos Papas contemporáneos sobre Satanás y sus maquinaciones ¿no es altamente significativa? ¿No nos invita a una profundización en nuestra postura sobre el papel de Satanás en la historia, la historia grande de los pueblos y de la Iglesia y la historia pequeña de cada hombre en particular?

Esta revisión ha constituido mi preocupación. Como periodista establecido en Roma desde hace varios decenios había escrito en 1970 un libro sobre los ángeles custodios: Mi Ángel marchará delante de ti, publicado en once idiomas. Un capítulo pone de relieve «las acechanzas y las emboscadas» que los ángeles malvados hacen a los hombres en su camino a su destino eterno. Un sacerdote santo, que me había felicitado por este estudio sobre los ángeles buenos, me sugirió la publicación de un ensayo análogo sobre los ángeles malvados. Esta propuesta me sorprendió. ¿Cómo podría dedicar tiempo y energías a un tema lateral, antipático y desprovisto de interés práctico? La catequesis de Pablo VI de 15 de Noviembre de 1972 y su invitación a retomar la doctrina de la Iglesia sobre los ángeles malos me impresionaron profundamente. Se trataba, a pesar de todo, de un tema importante para la vida cristiana. Más tarde, las catequesis de Juan Pablo II sobre los ángeles malos hicieron madurar en mí el proyecto de publicar un trabajo sobre este tema repulsivo… Sería, me parecía, un modo de responder por mi parte a la invitación de Pablo VI.

UN TERRENO MINADO

Sé muy bien que escribiendo estas páginas me aventuro en un terreno minado, rodeado de misterio. Primero por la materia tratada. Después por el escepticismo existente sobre el tema. Pocos cristianos parecen creer verdaderamente en la existencia personal de los demonios. Muchos parecen incluso rechazar esta verdad, no porque sea incierta, sino porque -se nos dice- «hoy en día la gente no lo admitiría». ¡Cómo si el hombre de la era automática pudiera censurar los datos de la Revelación! ¡Cómo si ésta se asemejara al menú de un restaurante donde cada cliente elige o rechaza los platos a su gusto!

Otros, también irreverentes con la Revelación, compartirían con gusto la posición de este viejo señor que, al final de una agitada mesa redonda sobre la existencia del diablo, sugería que la cuestión fuese decidida… por un referéndum: «La mayoría decidirá si los demonios existen o no». ¡Cómo si la verdad dependiese del número de opiniones y no de consistencia! ¿Lo que afirman cien charlatanes deberá tener más peso que la opinión meditada de un sabio o de un santo?

Algunos años antes de la intervención de Pablo VI, el cardenal Gabriel – Marie Garrone denunciaba la conspiración del silencio sobre la existencia de los demonios: «Hoy en día apenas si se osa hablar. Reina sobre este tema una especie de conspiración del silencio. Y cuando este silencio se rompe es por personas que se hacen los entendidos o que plantean, con una temeridad sorprendente, la cuestión, de la existencia del demonio. Ahora bien, la Iglesia posee sobre este punto una certeza que no se puede rechazar sin temeridad y que reposa sobre una enseñanza constante que tiene su fuente en el Evangelio y más allá. La existencia, la naturaleza, la acción del demonio constituyen un dominio profundamente misterioso en el que la única actitud sabia consistiría en aceptar las afirmaciones de la fe, sin pretender saber más de lo que la Revelación ha considerado bueno decirnos».

Y el cardenal concluye: «Negar la existencia y la acción del «Maligno» equivale a ofrecerle un inicio de poder sobre nosotros. Es mejor, en esto como en el resto, pensar humildemente como la Iglesia, que colocarse, por una pretenciosa superioridad, fuera de la influencia benefactora de su verdad y de su ayuda.

ES UNA OBRA BUENA ARMARLES

Una decena de años más tarde, una vigorosa profesión de fe del obispo de Estrasburgo, Mons. León Arthur Elchinger, se hará eco de las consideraciones del cardenal Gabriel – Marie Garrone. Pondrá, como se suele decir, los puntos sobre las «íes», desafiando de esta manera a cierta intelligentzia.

«Creer en Lucifer, en el Maligno, en Satanás, en la acción entre nosotros del Espíritu del mal, del Demonio, del Príncipe de los demonios, significa pasar ante los ojos de muchos por ingenuo, simple, supersticioso. Pues bien, yo creo.»

«Creo en su existencia, en su influencia, en su inteligencia sutil, en su capacidad suprema de disimulo, en su habilidad para introducirse por todas partes, en su capacidad consumada de llegar a hacer creer que no existe. Sí, creo en su presencia entre nosotros, en su éxito, incluso dentro de grupos se reúnen para luchar contra la autodestrucción de la sociedad y de la Iglesia. Él consigue que se ocupen en actividades completamente secundarias e incluso infantiles, en lamentaciones inútiles, en discusiones estériles, y durante este tiempo puede continuar su juego sin miedo a ser molestado».

Y el prelado expone sus razones de orden sobrenatural primero y después de orden natural.

«Sí, creo en Lucifer y esto no es una prueba de estrechez de espíritu o de pesimismo. Creo porque los libros inspirados del Antiguo y del Nuevo Testamento nos hablan del combate que entabla contra aquellos a los que Dios ha prometido la herencia de su Reino. Creo porque, con un poco de imparcialidad y una mirada que no se cierre a la luz de lo Alto, se adivina, se constata cómo este combate continúa bajo nuestros ojos. Ciertamente, no se trata de materializar a Lucifer, de quedarnos en las representaciones de una piedad popular. Lucifer, el Príncipe del mal, actúa en el espíritu y en el corazón del hombre».

«Finalmente, creo en Lucifer porque creo en Jesucristo que nos pone en guardia contra él y nos pide combatirlo con todas nuestras fuerzas si no queremos ser engañados sobre el sentido de la vida y del amor».

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