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Francisco ya esbozó tres vías.

 

El problema de los divorciados en la Iglesia Católica está causando un real cisma, porque por ejemplo, impide ejercer su vida como católico comulgante, por ejemplo a una persona que fue abandonada por su pareja matrimonial. Francisco y Benedicto XVI han demostrado su preocupación, y hay un clamor en las parroquias para que la Iglesia proporciones nuevas alternativas. Y esto va a ser una parte importante en el sínodo de la Familia del año que viene. Por lo pronto, Francisco ya mencionó tres vías de abordaje complementarias respecto al problema.

 

 

Menos burocracia, procesos más ágiles y, sobre todo, más accesibles en cuanto a las causas de nulidad, además de un enfoque pastoral diferente; y sobre la comunión…

Los anuncios, contenidos en documentos como el del departamento de la diócesis de Friburgo sobre la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, acaban por complicar las reflexiones sobre el argumento, en vez de ayudar. Una reflexión que Papa Francisco encomendó al Sínodo extraordinario de octubre de 2014. Un Sínodo «en etapas» que podría continuar en 2015 con una segunda cita y un mayor grupo de obispos involucrados para tomar decisiones al respecto. El problema existe y hace sufrir a muchas personas, pero está asumiendo proporciones cada vez más grandes debido a las separaciones que son cada vez más frecuentes. El matrimonio y la familia no son inmunes a estos fenómenos.

Al contrario de lo que sucede con otras cuestiones que ha planteado cierto progresismo (como la abolición del celibato sacerdotal obligatorio o la ordenación sacerdotal de las mujeres), la cuestión de todos los que viven situaciones de pareja irregulares (y su consecuente participación en la comunidad cristiana o el problema de los sacrementos) es un tema que involucra a un número cada vez mayor de personas. El de los divorciados que se han vuelto a casar está asumiendo las dimensiones de un “cisma” silencioso

Francisco ha hablado de ello en diferentes ocasiones y ha respondido a ciertas preguntas específicas. La última vez fue hace un mes, durante el encuentro a puertas cerradas con el clero romano. El Papa escuchó una pregunta sobre los matrimonios anulados y las segundas nupcias. La respuesta fue clara y articulada. Bergoglio recordó su experiencia en Buenos Aires, en donde el Tribunal eclesial interdiocesano convertía el recorrido que debía afrontar la persona en cuestión en una maratón ardua e inútilmente burocrática.

“El problema –explicó Francisco al clero romano– no se puede reducir solamente a dar o no la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, porque los que plantean la cuestión en estos términos no comprenden cuál es el verdadero problema”. Se trata de un “problema grave, de responsabilidad de la Iglesia ante las familias que viven en esta situación”.

Es evidente que el enfoque de Papa Francisco, la insistencia en la misericordia, tiene una dirección precisa: la de acompañar, la de estar cerca de los que viven estas situaciones. Así pues, una de las primeras vías que tendrá que explorar el Sínodo es la de un enfoque pastoral para que las tantas personas que viven situaciones de “irregularidad” con respecto a las enseñanzas de la Iglesia no se sientan excluidas o rechazadas.

“Yo creo que este es el tiempo de la misericordia –dijo el Papa durante el vuelo de regreso de Río de Janeiro. La Iglesia en Madre: debe ir a cuidar a los heridos, con misericordia. Pero, si el Señor no se cansa nunca de perdonar, nosotros no tenemos más elección: antes que nada curar a los heridos. La Iglesia es mamá y debe seguir este camino de la misericordia. Y debe encontrar misericordia para todos”.

Papa Francisco también había indicado una segunda vía, aunque ya lo había hecho antes su predecesor. La Iglesia, dijo Bergoglio durante el encuentro con el clero romano,

“en este momento debe hacer algo para resolver los problemas de las nulidades matrimoniales”.

Benedicto XVI había hablado sobre este argumento en diferentes ocasiones y se había demostrado disponible y abierto, desmintiendo el cliché del conservador que algunos le habían atribuido.

Durante sus vacaciones de verano de 2005, Benedicto XVI declaró:

“Todos sabemos que este es un problema particularmente doloroso para las personas que viven en situaciones que las excluyen de la comunión eucarística y, naturalmente, para los sacerdotes que quieren ayudar a estas personas a amar a la Iglesia, a amar a Cristo. Esto plantea un problema”.

“Ninguno de nosotros tiene una receta lista, incluso porque las situaciones son siempre diferentes. Diría que es particularmente dolorosa la situación de los que se habían casado en la iglesia, pero que no eran verdaderos creyentes y que lo hicieron por tradición, y después, al encontrarse en un nuevo matrimonio no válido se convierten, encuentran la fe y se sienten excluidos del sacramento. Este es verdaderamente un sufrimiento grande, y cuando fui Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe invité a diferentes Conferencias episcopales y a especialistas para estudiar este problema: un sacramento celebrado sin fe. Si se puede decir que hay aquí un verdadero momento de invalidez porque al sacramento faltaba una dimensión fundamental, no osaría decirlo. Yo, en lo personal, lo creía, pero en las discusiones que tuvimos entendí que el problema es muy difícil y que debería ser profundizado. Pero dada la situación de sufrimiento de estas personas debe ser profundizado”.

En práctica, afirmaba Benedicto XVI, hay muchos matrimonios que son nulos porque fueron celebrados sin fe. Una espiral que podría hacer menos difícil obtener la nulidad del matrimonio. En el imaginario colectivo, desgraciadamente no sin razón, las causas de nulidad son percibidas como prerrogativas de reyes, nobles, gente famosa o que tiene la posibilidad para pagar grandes sumas de dinero.

Un trabajo de reforma serio, que tuviera en cuenta las indicaciones de Ratzinger (compartidas plenamente su sucesor) y que hiciera más sencillos y más accesibles los procesos de nulidad, permitiría que muchas personas pudieran volver a participar en los sacramentos.

El Papa Francisco lo explicó durante el vuelo de regreso de Río de Janeiro a los periodistas:

“El cardenal Quarracino, mi predecesor (en Buenos Aires), decía que, en su opinión, la mitad de los matrimonios eran nulos. Pero, ¿por qué decía esto? Porque se casan sin madurez, se casan sin darse cuenta de que es para toda la vida, o se casan porque se beden casar “socialmente”… Y esto entra en la pastoral matrimonial. Y también el problema judicial de la nulidad de los matrimonios; hay que revisarlo, porque los tribunales eclesiásticos no son suficientes para esto”.

Y hay una tercera vía. Francisco hizo una pequeña alusión durante la entrevista en el avión:

“Con respecto al problema de la comunión a las personas en segundas nupcias… Yo creo que hay que verlo en la totalidad de la pastoral matrimonial. Y por ello es un problema. Pero también un paréntesis: los ortodoxos tienen una práxis diferente. Ellos siguen la teología de la economía, como la llaman, y dan una segunda posibilidad, lo permiten. Pero creo que este problema (cierro el paréntesis) debe ser estudiado en el marco de la pastoral matrimonial… Estamos en camino hacia una pastoral matrimonial un poco más profunda”.

El Papa Francisco hizo una breve alusión a la práctica en las Iglesias ortodoxas. Una intervención más articulada sobre este argumento la había pronunciado el cardenal Roger Etchegaray en un consistorio. ¿De qué se trata? Es la llamada teología de la “economía y filantropía” de los ortodoxos, que permiten, en determinadas circunstancias, una segunda unión.

La Ortodoxia no es “divorcista”; sigue las palabras de Jesús en contra del repudio hacia el matrimonio en cuanto acto unilateral y humano que deshace un vínculo divino. Pero, como medida de economía (dispensa) y de filantropía (amor), basándose en el hecho de que Cristo mismo había permiso una excepción (Mateo, 19, 9: “Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio”) a su “rechazo del rechazo”, la Iglesia Ortodoxa está dispuesta a “tolerar” las segundas nupcias.

Se trata de personas cuyo vínculo matrimonial ha sido disuelto por la Iglesia (no por el Estado), con base en el poder que tiene la Iglesia para disolver o crear vínculos. Además se concede una segunda oportunidad en algunos casos particulares, como cuando hay un adulterio continuado o cuando el vínculo del matrimonio se convierte en una ficción. La posibilidad para acceder a las segundas nupcias en caso de disolución del matrimonio se otorga solo al cónyuge «inocente». Las segundas nupcias, a diferencia del primer matrimonio, se celebran con un rito de caracter penitencial –cuyo principio es el reconocimiento de una situación de fracaso– que contiene una oración y una absolución.

Dado que en el rito de las segundas nupcias faltaba, en la antigua tradición, el momento de la coronación de los esposos –que según la teología ortodoxa es el momento fundamental del matrimonio–, existe una justificación teológica cuando los ortodoxos afirman que las las segundas nupcias no son un verdadero sacramento, sino, como máximo, un “sacramental” que permite a los nuevos esposos ser aceptados plenamente en la comunidad eclesial. El rito de las segundas nupcias se aplica también en el caso de los viudos, y esto permite afirmar que la Ortodoxia permite un solo matrimonio sacramental en toda la vida, a diferencia de lo que sucede en el catolicismo.

Fuentes: Vatican Insider, Signos de estos Tiempos

 

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