Testimonio de lo que sucedió en el 2013.
Este milagro de curación de un feto al que diagnosticaron ausencia de huesos en el cráneo y posible síndrome de Down sucedió en Jaén, España. Sus padres y allegados habían pedido la intecesión de Juan Pablo II y al niño nacido le pusieron el nombre de Juan Pablo.
Aunque Juan Pablo II va a ser canonizado de cualquier forma, los antecedentes han sido enviados a Roma y los padres del niño han querido difundir el milagro.
“Mi nombre es Mario Lozano Crespo y el de mi esposa Marzena Katarzyna Tomczyk, de nacionalidad polaca y, cuando ocurrió el suceso que voy a relatar, éramos padres de un niño llamado Mario, que nació el día 6 de Enero de 2012, aquí, en la ciudad de Jaén. Nuestro matrimonio y paternidad era plenamente feliz, siempre con la ayuda de Dios, que nos inunda de fe y de seguridad frente a los avatares de cada día.
En Marzo de 2013, mi esposa se encontraba nuevamente encinta de lo que iba a ser nuestro segundo hijo; corría ya su decimosegunda semana de embarazo y el día 22 de dicho mes acudimos a la primera cita rutinaria de obstetricia en el Hospital Maternal de Jaén. Pero nuestra tranquilidad y esperanzadora alegría iba a cambiar por completo.
Mientras mi esposa estaba siendo atendida por la médico-ginecóloga, yo cuidaba del pequeño Mario fuera, por los pasillos. Ella tardaba demasiado en salir de la consulta y, cuando lo hizo, fue para decirme que querían hablar conmigo porque el asunto no tenía buen aspecto. Efectivamente, así era. Dicha ginecóloga me dijo –muy seria-, que la criatura se encontraba con varias malformaciones no sólo somáticas, sino también –al parecer- de tipo cromosómico con el resultado de posible síndrome de Down.
“La razón de la tardanza en la atención de su esposa” – me manifestó-, “se ha debido a que la hemos inspeccionado a fondo, los resultados ecográficos han sido analizados por otros tres ginecólogos más y los cuatro hemos llegado a la misma conclusión que le estoy comunicando”.
Yo estaba absolutamente petrificado y escuchando a la facultativa como en sueños. No me sorprendió cuando me informó sobre las posibilidades que existían:
“Aunque se trata de una información ecográfica -visual- y no podemos hablar de algo definitivo, tengo que decirle que los cuatro ginecólogos estamos de acuerdo en que el feto parece adolecer de graves malformaciones, por lo que, para saber con mayor exactitud de qué clase se trata –sobre todo en lo referente a los de tipo cromosómico-, le informo que disponen de la prueba de la amniocentesis. Ahora bien, le informo también de que dicha prueba entraña un riesgo para el feto. De esto también he informado a su esposa y ella se ha negado, por eso se lo repito a usted para saber la opinión de los dos, aunque ella ya nos ha dicho que usted también diría que no.”
En medio de mi aturdimiento pregunté si dicha prueba podría aportar o servir para alguna solución, y su contestación fue negativa. “Eso sólo nos aporta información, porque si existe un problema cromosómico nada se puede hacer. Por lo demás, sobre las malformaciones físicas que vemos en la ecografía, sólo depende de la propia Naturaleza a lo largo del periodo de gestación…quedan muchos meses…”
Mi respuesta fue: No. “Yo le respondo en los mismo términos que mi esposa, basta que pueda existir el mínimo riesgo para la criatura para que nos neguemos a la realización de cualquier prueba.”
La ginecóloga, con rostro muy serio, mezcla de profesionalidad y preocupación por el asunto –rodeada de algunas enfermeras que me escuchaban con muchísima atención-, continuó con su deber informativo –muy probablemente a su pesar y con independencia de sus convicciones personales-, “por último le comunico que existe un periodo legal para la interrupción del embarazo. Si se deciden deberán comunicarlo dentro de unos días. Su esposa también ha dicho que no”.
Mi respuesta fue nuevamente la misma: No.
Salimos del complejo hospitalario como autómatas. Ya en casa rompimos a llorar. Sin embargo, algo interno nos sostenía. Yo incluso puede regresar ese mismo día a mi trabajo y –sorprendentemente- realizaba mi labor como cualquier jornada.
Decidimos buscar otros facultativos. Las mejores referencias apuntaban a un experto ginecólogo en la población de Linares, así que –muy esperanzados- pedimos cita y allá nos presentamos en la tarde del día 3 de Abril. (Precisamente la víspera –día 2- se conmemoraba el aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II).
Don Alfredo Borrego analizó con meticulosa profesionalidad a Marzena en su gabinete privado. La fama de este ginecólogo era justa y probada, sobre todo –se corría de boca en boca-, por sus ecografías tridimensionales. Esta vez –pensábamos-, no habría dudas visuales.
Un buen rato más tarde, sentados ya frente a él en su despacho, escuchábamos verdaderamente atónitos los resultados: “Se trata de un varoncete y…, lo que tiene es algo más que posible síndrome de Down; se trata de una “acrania”.
Ante nuestros rostros de estupor, adivinando nuestra ignorancia, continuó: “la acrania es una anomalía en la formación de los huesos del cráneo; es decir, consiste en la inexistencia de huesos en la cabeza –total o parcialmente-, en el caso de su hijo, la afección es en la cara…no tiene huesos en medio de la cara…no tiene nariz. Una brecha que se extiende también por el resto del cráneo.”
Y, así mismo, este ginecólogo nos habló de la amniocentesis, al menos –nos dijo-, “por si hubiera algún tipo de probabilidad de solución –no de tipo cromosómico-, sino que pudiera existir alguna información por remota que pudiera ser, para remediar alguna de sus malformaciones. Pero eso, tendría que estudiarse.” Este doctor también nos informó sobre los plazos para abortar, si bien nos advirtió que “si abortan, nunca sabrán si eso -al final- es lo que parece y pudo tener solución o no.”
Ya eran cinco los ginecólogos que nos referían malformaciones y posible síndrome de Down. Nuestro regreso a Jaén –por cierto, en medio de un temporal de lluvia-, no es para describirlo.
Pero esa fuerza interior persistía con insistencia. En medio de todo, ahí había algo que nos asistía con enorme poder. Además, sabíamos que nuestra decisión era la correcta. Los días siguientes hicimos nuestra vida normal –a pesar de la visión dantesca de las fotografías de Internet al escribir la palabra “acrania”-. Redoblamos nuestros rezos diarios con más fervor que nunca. Precisamente, los Domingos acudíamos a Misa a un recién construido templo que había recibido el nombre de nuestro entrañable Papa Juan Pablo II –querido en todo el orbe, pero tanto más en su Polonia natal, de donde es mi esposa Marzena-. Y por si fuera poco, durante los días de estos hechos que relato, trajeron con solemnidad algunas de sus reliquias, para ser depositadas en el ara del Altar. También tomó ella agua que trajimos de la fuente milagrosa del Santuario de Lourdes, a donde habíamos acudido durante el verano anterior completamente ajenos a lo que nos iba a ocurrir.
Recordando los términos del doctor Borerego: “Por si hubiese algún remedio por remoto que fuese…”, decidimos dar el paso de la prueba de la amniocentesis, si bien con las máximas precauciones, y volvimos a pedir cita. Por teléfono nos dijo: “les voy a poner en contacto con otro ginecólogo -al que reconozco como una autoridad en la materia- que les va a hacer unas pruebas previas.”
Fijada para el día 10 de Abril, acudimos a la consulta del Doctor Galdeano en el hospital San Agustín de Linares. Aquella mañana soleada nosotros ya teníamos absolutamente asumido que aceptaríamos lo que Dios nos enviase y nos poníamos en sus manos para que nos guiase en las decisiones que hubiésemos de tomar. Así que, en esos pensamientos estábamos mientras el citado ginecólogo –el sexto- auscultaba meticulosamente a Marzena, por eso, nuestra sorpresa y asombro era enorme cuando nos informaba sobre los resultados obtenidos ese día: “El feto está perfectamente, se encuentra bien formado y no existe rastro de malformación alguna..vean las ecografías..”. Pregunté por la “acrania”. “No existe rastro de malformación alguna física, ahora bien, no podemos saber acerca de problemas de tipo cromosómico”.
Con eso nos bastó, ya no quisimos saber nada más de la prueba de la amniocentesis, aceptaríamos que tuviese incluso síndrome de Down. Lo principal -al parecer-, estaba claro: ¡nuestro niño estaba perfectamente formado y tan sólo en el plazo de unos días!.
El día 29 de Abril nos encontrábamos de nuevo en la consulta del doctor Borrego quien ya disponía de los datos y resultados de las pruebas del día 10 en el hospital de San Agustín. No salía de su asombro. “Tengo aquí los resultados de las pruebas del doctor Galdeano y las contrasto con las de sólo 26 días antes. Me parece increíble. No piensen ustedes que hubo error alguno. El feto estaba como les dije y ahora…en cambio la verdad es que no encuentro explicación.”
Para nosotros estaba clarísimo: se trataba de un auténtico milagro. Pero seguimos rezando. El niño aún podría tener síndrome de Down.
Don Juan no era el párroco, pues el citado templo bajo la advocación de Juan Pablo II pertenece a una parroquia lejana, pero era el sacerdote amable y cariñoso que oficiaba la Misa dominical. Así que un Domingo después de la Misa propuso a Marzena que tocase con su vientre el altar y que lo hiciese durante los días que quisiera, y así lo hizo todo el resto del periodo de gestación, cuando no se oficiaba. Además, toda la familia repartida por España y Polonia rezaba.
Por fin, el día 17 de Octubre, a las 16,15 horas nacía Juan Pablo, un niño precioso, completamente sano y fuerte, con 4,540 Kilos y 55 cms., que es –junto con Mario-, nuestra alegría.
No dudamos de que se ha tratado de un auténtico milagro. Incluso la matrona -Juana-, refiere que la acrania deja secuelas aunque se arregle con el tiempo. Deja huellas físicas y psíquicas. Pero -de momento- nuestro Juan Pablo no tiene ni rastro de ellas.
Esto lo referimos para contribuir a la causa de la canonización de nuestro querido y entrañable Papa Juan Pablo II y aunque ya lo haya sido cuando llegue a conocimiento de quien proceda este relato, que sirva -al menos-, para su mayor reconocimiento.
Caso de interesar podríamos enviar documentación sobre el caso.
Fdo. Mario Lozano Crespo.”
Fuentes: Infovaticana, Signos de estos Tiempos