Algunas apariciones de Jesús luego de su Resurrección, visión de María Valtorta

Viendo las razones por las cuales Jesús dictó a María Valtorta estos hechos, El continúa diciendo:

II. Despertar en los sacerdotes y en los laicos un vivo amor al Evangelio y a todo lo que a Cristo se refiere. Lo primero de todo, una renovada caridad hacia mi Madre, en cuyas oraciones está el secreto de la salvación del mundo. Ella, mi Madre, es la Vencedora del Dragón maldito. Ayudad a su poder con vuestro renovado amor a Ella y con renovada fe y renovado conocimiento respecto a lo que a Ella se refiere. María ha dado al mundo al Salvador. El mundo aún recibirá de Ella la salvación.

III. Dar a los maestros de espíritu y directores de almas una ayuda para su ministerio: estudiando el mundo de los espíritus distintos que se movieron en torno a mí y los distintos modos que Yo usé para salvarlos. Porque de necios sería querer tener un método único para todas las almas. Distinto es el modo de atraer hacia la Perfección a un justo que espontáneamente a ella tiende, del modo que hay que usar con un gentil. Muchos gentiles tenéis entre vosotros, si llegáis a ver –como vuestro Maestro-como a gentiles a esos pobres seres que han sustituido al Dios verdadero por el ídolo del poder y la prepotencia, o del oro, o de la lujuria, o de la soberbia de su saber. Y distinto es el modo que ha de usarse para salvar a los modernos prosélitos, o sea, a los que han aceptado la idea cristiana pero no la ciudadanía cristiana, perteneciendo a las Iglesias separadas. Que ninguno sea despreciado, y estas ovejas perdidas menos que ninguno. Amadlas y tratad de llevarlas de nuevo al único Redil, para que se cumpla el deseo del Pastor Jesús.

Algunos, leyendo esta Obra, objetarán: «No consta en el Evangelio que Jesús tuviera contactos con romanos o griegos; por tanto, rechazamos estas páginas». ¡Cuántas cosas no constan en el Evangelio, o apenas se vislumbran, tras densas cortinas de silencio, aludidas por los Evangelistas acerca de episodios que por su inquebrantable mentalidad de hebreos ellos no aprobaban! ¿Creéis que conocéis todo lo que hice?

En verdad os digo que ni siquiera después de la lectura y aceptación de esta ilustración de mi vida pública conocéis todo acerca de mí. Habría matado -con la fatiga de ser el cronista de todos los días de mi ministerio, y de cada uno de los actos llevados a cabo en cada uno de los días-, habría matado a mi pequeño Juan, si le hubiera dado a conocer todo para que os transmitiera todo. «Y otras cosas hizo Jesús, las cuales, si fueran escritas una a una, creo que el mundo no podría contener los libros que se deberían escribir», dice Juan. Aparte de la hipérbole, en verdad os digo que si se hubieran escrito cada una de mis acciones, todas mis particulares lecciones, mis penitencias y oraciones para salvar a un alma, se habrían necesitado las salas de una de vuestras bibliotecas -y una de las mayores-para contener los libros que de mí hablaran. Y también os digo, en verdad, que sería mucho más útil para vosotros echar al fuego tanta inútil ciencia cargada de polvo y de veneno, para hacer lugar para mis libros, que no adorar tanto esas publicaciones casi siempre sucias de libídine o de herejía y luego saber tan poco de mí.

 

APARICIÓN A LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS

Por un camino montano dos hombres, de mediana edad, van andando rápido. A sus espaldas, Jerusalén, cuyas alturas van desapareciendo cada vez más, detrás de las otras que, con continuas ondulaciones de cimas y valles, se subsiguen.

Van hablando. El más anciano dice al otro (tendrá, como mucho, treinta y cinco años):
-Créelo, ha sido mejor hacer esto. Yo tengo familia y tú también. El Templo no bromea. Está decidido realmente a poner fin a estas cosas. ¿Tendrá razón? ¿No la tendrá? Yo no lo sé. Sé que tienen la idea clara de acabar para siempre con todo esto.
-Con este delito, Simón. Dale el nombre apropiado. Porque, al menos, delito es.
-Según. En nosotros el amor es levadura contra el Sanedrín. Pero quizás… ¡no sé!».
-Nada. El amor ilumina. No lleva al error.
-También el Sanedrín, también los sacerdotes y los jefes aman. Ellos aman a Yeohveh, a Aquel al que todo Israel ha amado desde que fue estrechado el pacto entre Dios y los Patriarcas. ¡Entonces también para ellos el amor es luz y no lleva al error!
-Lo suyo no es amor al Señor. Sí. Israel desde hace siglos está en esa Fe. Pero, dime: ¿puedes afirmar que sigue siendo una Fe lo que os dan los jefes del Templo, los fariseos, los escribas, los sacerdotes? Ya ves tú mismo que con el oro sagrado destinado al Señor ya se sabía o, al menos, se sospechaba que esto sucediera-con ese oro han pagado al Traidor y ahora pagan a los soldados que estaban de guardia. A1 primero, para que traicionara al Cristo; a los segundos, para que mientan. ¡Oh, lo que yo no sé es cómo la Potencia eterna se haya limitado a remover los muros y a rasgar el Velo! Te digo que hubiera querido que bajo los escombros hubiera sepultado a los nuevos filisteos. ¡A todos!
-¡Cleofás! Te abandonas a la venganza.
-A la venganza. Porque, supongamos que Él fuera sólo un profeta, ¿es lícito matar a un inocente? ¡Porque era inocente! ¿Le has visto alguna vez cometer tan siquiera uno de los delitos de que lo acusaron para matarlo?
-No. Ninguno. Pero sí cometió un error.
-¿Cuál, Simón?
-El de no irradiar poder desde lo alto de su Cruz. Para confirmar nuestra fe y para castigo de los incrédulos sacrílegos. Hubiera debido aceptar el desafío y bajar de la Cruz.
-Ha hecho más todavía, ha resucitado.
-¿Será verdad? ¿Resucitado, cómo? ¿Con el Espíritu solamente o con el Espíritu y la Carne?
-¡El espíritu es eterno! ¡No necesita resucitar! -exclama Cleofás
-Eso también lo sé yo. Lo que quería decir es que si ha resucitado sólo con su naturaleza de Dios, superior a cualquier asechanza humana. Porque en estos días el hombre ha atentado contra su Espíritu con el terror. ¿Has oído lo que ha dicho Marcos? Cómo, en el Getsemaní, donde Jesús iba a orar apoyado en una piedra, está todo lleno de sangre. Y Juan, que ha hablado con Marcos, le ha dicho: «No dejes que pisen este lugar, porque es sangre sudada por el Hombre Dios». ¡Si sudó sangre antes de la tortura, sin duda debió sentir terror ante ella!
-¡Pobre Maestro nuestro!…
Guardan silencio afligidos.

Jesús se llega a ellos, y pregunta:
-¿De qué hablabais? En el silencio, oía a intervalos vuestras palabras. ¿A quién han matado?
Es un Jesús celado tras la apariencia modesta de un pobre viandante apremiado por la prisa. Ellos no lo reconocen.
-¿Eres de otros lugares? ¿No te has detenido en Jerusalén? Tu túnica empolvada y las sandalias tan deterioradas nos parecen las de un incansable peregrino.
-Lo soy. Vengo de muy lejos…
-Entonces estarás cansado. ¿Y vas lejos?
-Muy lejos, aún más lejos que de donde vengo.
-¿Tienes negocios? ¿Eres comerciante?
-Debo adquirir un sinnúmero de rebaños para el mayor de los señores. Debo ir por todo el mundo para elegir ovejas y corderos; descender incluso a los rebaños agrestes, los cuales, una vez domesticados, serán incluso mejores que los que ahora no son salvajes.
-Difícil traba
jo. ¿Y has proseguido sin detenerte en Jerusalén?
-¿Por qué lo preguntáis?
-Porque pareces el único que ignora lo que en ella ha sucedido en estos días.

-¿Qué ha sucedido?
-Vienes de lejos y por eso quizás no lo sabes. Sin embargo, tu acento es galileo. Por tanto, aunque estés a las órdenes de un rey extranjero o seas hijo de galileos expatriados, sabrás, si eres circunciso, que hacía tres años que en nuestra patria había surgido un gran profeta de nombre Jesús de Nazaret, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante los hombres, que predicaba por toda la nación. Y decía que era el Mesías. Las suyas eran realmente palabras y obras de Hijo de Dios, que es lo que decía ser. Pero sólo de Hijo de Dios. Todo Cielo… Ahora sabes por qué… Pero… ¿eres circunciso?
-Soy primogénito y estoy consagrado al Señor.
-¿Entonces conoces nuestra Religión?
-Ni una sílaba de ella ignoro. Conozco los preceptos y los usos. La Halasia, el Midrás y la Haggada me son conocidos como los elementos del aire, el agua, el fuego y la luz, que son los primeros a que tienden la inteligencia, el instinto, la necesidad del hombre, ya al poco de nacer del seno materno.
-Pues entonces sabes que Israel recibió la promesa del Mesías, pero de un Mesías como rey poderoso que habría de reunir a Israel. Él, sin embargo, no era así…
-¿Y cómo era?
-No aspiraba a un poder terreno, sino que se decía rey de un reino eterno y espiritual. No ha reunido a Israel. Al contrario, lo ha escindido, porque ahora Israel está dividido entre los que creen en Él y los que lo consideran un malhechor. En realidad no tenía aptitud para rey porque quería sólo mansedumbre y perdón. ¿Cómo subyugar y vencer con estas armas?…
-¿Y entonces?
-Pues entonces los Jefes de los Sacerdotes y los Ancianos de Israel lo han apresado y lo han juzgado reo de muerte… acusándolo, esto es verdad, de culpas no verdaderas. Su culpa era ser demasiado bueno y demasiado severo…
-¿Cómo podía ser las dos cosas al mismo tiempo?
-Podía porque era demasiado severo en decir las verdades a los jefes de Israel, y demasiado bueno en no obrar contra ellos milagros muerte, fulminando a esos injustos enemigos suyos.
-¿Severo como el Bautista era?
-Bueno… no sabría decirte. Reprendía duramente a escribas y fariseos, especialmente al final, y amenazaba a los del Templo como personas signadas por la ira de Dios. Pero luego, si uno era pecador y se arrepentía y Él veía en su corazón verdadero arrepentimiento, -porque el Nazareno leía en los corazones mejor que un escriba en el texto-entonces era más dulce que una madre.
-¿Y Roma ha permitido que fuera ejecutado un inocente?
-Lo condenó Pilatos… Pero no quería, y lo llamaba justo. Pero le amenazaron con denunciarlo ante César, y tuvo miedo. En definitiva, fue condenado a la cruz y en ella murió. Y esto, junto con el temor a los miembros del Sanedrín, nos ha deprimido mucho. Porque yo soy Clofé, hijo de Clofé, y éste es Simón, ambos de Emaús y parientes, porque yo soy el marido de su primera hija, y éramos discípulos del Profeta.
-¿Y ahora ya no lo sois?
-Esperábamos que fuera Él el que liberaría a Israel, y también que con un prodigio confirmara sus palabras. ¡Pero!…

-¿Qué palabras había dicho?
-Te lo hemos dicho: «He venido al Reino de David. Soy el Rey pacífico» y así otras cosas. Decía: «Venid al Reino», pero luego no nos dio el reino. Decía: “A1 tercer día resucitaré”. Hoy es el tercer día después de su muerte; es más, ya se ha cumplido, porque ya ha pasado la hora novena, y no ha resucitado. Algunas mujeres y algunos soldados que estaban de guardia dicen que sí, que ha resucitado. Pero nosotros no lo hemos visto. Ahora los soldados dicen que han dicho eso para justificar el robo del cadáver llevado a cabo por los discípulos del Nazareno. Pero… ¡los discípulos!… Todos nosotros lo hemos abandonado por miedo mientras vivía… Está claro que ahora que ha muerto no hemos robado su Cuerpo. Y las mujeres… ¿quién cree en ellas? Nosotros íbamos hablando de esto. Y queríamos saber si Él se refería a resucitar sólo con el Espíritu de nuevo divino, o si también con la Carne. Las mujeres dicen que los ángeles -porque dicen que han visto ángeles después del terremoto, y puede ser, porque ya el viernes aparecieron los justos fuera de los sepulcros-, dicen que los ángeles dijeron que Él estaba como uno que no hubiera muerto nunca. Y, en efecto, así les pareció verlo a las mujeres. Pero dos de nosotros, dos jefes, fueron al Sepulcro, y, si bien lo han visto vacío, como las mujeres han dicho, a Él no lo han visto, ni allí ni en otro lugar. Y sentimos una gran desolación porque ya no sabemos qué pensar.

-¡Qué necios y duros sois para comprender! ¡Qué lentos para creer en las palabras de los profetas! ¿Acaso no estaba dicho esto? El error de Israel está en haber interpretado mal la realeza de Cristo. Por esto no han creído en Él, por esto le temieron, por esto ahora vosotros dudáis. Arriba, abajo, en el Templo y en las aldeas, en todas partes, se pensaba en un rey según la humana naturaleza. La reconstrucción del reino de Israel, en el pensamiento de Dios, no estaba limitada ni en el tiempo ni en el espacio ni en cuanto al medio, como lo estaba en vosotros.

No en el tiempo: ninguna realeza, ni siquiera la más poderosa, es eterna. Tened presente a los poderosos Faraones que oprimieron a los hebreos en tiempos de Moisés. ¡Cuántas dinastías acabadas… y de ellas no quedan sino momias sin alma en el fondo de hipogeos ocultos! Y queda un recuerdo, si es que queda, de su poder de un hora (menos de una hora, si medimos sus siglos en relación al Tiempo eterno. Este Reino es eterno.

En el espacio. Estaba escrito: reino de Israel. Porque de Israel ha venido el tronco de la raza humana; porque en Israel está -voy a decirlo así-la semilla de Dios; y, por tanto, diciendo Israel, se quería decir: el reino de los creados por Dios. Pero la realeza del Rey Mesías no está limitada al pequeño espacio de Palestina, sino que se extiende de Septentrión a Meridión, de Oriente a Occidente, allá donde haya un ser que en la carne tenga un espíritu, o sea, allá donde haya un hombre. ¿Cómo habría podido uno sólo centrar en sí a todos los pueblos enemigos entre sí y hacer de todos ellos un único reino sin hacer correr a ríos la sangre y sin tener a todos subyugados con crueles opresiones de soldados? ¿Cómo, entonces, hubiera podido ser el rey pacífico de que hablan los profetas?

En cuanto al medio: el medio humano, lo he dicho, es la opresión. El medio sobrehumano es el amor. El primero es siempre limitado, porque los pueblos verdaderamente se alzan contra el opresor. El segundo es ilimitado porque el amor es amado, o vejado si no es amado; pero, siendo una cosa espiritual, no puede nunca ser agredido directamente. Y Dios, el Infinito, quiere medios que sean como Él. Quiere aquello que no es finito porque es eterno: el espíritu; lo que es del espíritu; lo que lleva al Espíritu. El error ha sido el haber concebido en la mente una idea mesiánica equivocada en cuanto a los medios y en cuanto a la forma.
¿Cuál es la realeza más alta? La de Dios. ¿No es verdad? Ahora bien -así es llamado y esto es el Mesías-, el Admirable, el Emmanuel, el Santo, el Germen sublime, el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la paz, el que es Dios como Aquel de quien viene ¿no tendrá una realeza semejante a la de Aquel que lo engendró? Sí, la tendrá. Una realeza del todo espiritual y del todo eterna, invulnerable a robos y a sangre, una realeza que no conoce traiciones ni vejaciones: su Regiedumbre; esa que la Bondad eterna concede también a los pobres seres humanos, para dar honor y gozo a su Verbo.

¿Pero no dijo, acaso, David que este Rey poderoso tiene bajo sus pies todo como escabel? ¿No narra Isaías toda su Pasión? ¿No numera David -se podría decir-inc
luso las torturas? ¿Y no está escrito que Él es el Salvador y Redentor, que con su holocausto salvará al hombre pecador?
¿Y no está precisado -y Jonás es signo de ello-que durante tres días iba a ser deglutido por el vientre insaciable de la Tierra, y que luego sería expelido como el profeta por la ballena? ¿Y no dijo Él: «El Templo mío, o sea, mi Cuerpo, al tercer día después de haber sido destruido, será reconstruido por mí (o sea, por Dios)»? ¿Y qué pensabais, que por magia Él iba a poner de nuevo en pie los muros del Templo? No. No los muros. Él mismo. Y sólo Dios podía resucitarse a sí mismo. Él ha reedificado el Templo verdadero: su Cuerpo de Cordero. Inmolado, como fue la orden y la profecía que recibió Moisés para preparar el «paso» de la muerte a la Vida, de la esclavitud a la libertad, de los hombres hijos de Dios y esclavos de Satanás.
“¿Cómo ha resucitado?”, os preguntáis. Respondo: ha resucitado con su verdadera Carne, con su divino Espíritu dentro de ella (de la misma forma que en toda carne mortal está el alma morando regiamente en el corazón). Así ha resucitado, después de haber padecido todo para expiar todo y hacer reparación de la Ofensa primigenia y de las infinitas que cada día lleva a cabo la Humanidad. Ha resucitado como estaba dicho bajo el velo de las profecías. Venido en su tiempo -os recuerdo a Daniel-, en su tiempo fue inmolado. Y, oíd y recordad, en el tiempo predicho después de su muerte, la ciudad deicida será destruida.

Os aconsejo que leáis con el alma, no con la mente soberbia, a los profetas, desde el principio del Libro hasta las palabras del Verbo inmolado. Recordad al Precursor que lo señalaba como Cordero. Traed a vuestra memoria cuál fue el destino del simbólico cordero mosaico. Por esa sangre fueron salvados los primogénitos de Israel. Por esta Sangre serán salvados los primogénitos de Dios, o sea, aquellos que con la buena voluntad se hayan consagrado al Señor. Recordad y comprended el mesiánico salmo de David y al mesiánico profeta Isaías. Recordad a Daniel, traed a vuestra memoria, pero alzando ésta del fango hacia el azul celeste, todas las palabras sobre la realeza del Santo de Dios, y comprended que otra señal más exacta no se os podía dar; más fuerte que esta victoria sobre la Muerte, que esta Resurrección obrada por sí mismo.
Recordad que castigar desde lo alto de la Cruz a quienes en ella lo habían puesto hubiera sido disconforme a su misericordia y a su misión. ¡Todavía Él era el Salvador, a pesar de ser el Crucificado escarnecido y clavado a un patíbulo! Crucificados los miembros, pero libre la voluntad y el espíritu; y con la voluntad y el espíritu quiso seguir esperando, para dar a los pecadores tiempo para creer y para invocar -no con grito blasfemo, sino con gemido de contrición-su Sangre.

Ahora ha resucitado. Todo ha cumplido. Glorioso era antes de su encarnación. Tres veces glorioso lo es ahora, que, después de haberse anonadado durante tantos años en una carne, se ha inmolado a sí mismo, llevando la Obediencia hasta la perfección de saber morir en la cruz para cumplir la Voluntad de Dios. Gloriosísimo, en unidad con la Carne glorificada, ahora que sube al Cielo y entra en la Gloria eterna, dando comienzo al Reino que Israel no ha comprendido.
A ese Reino Él, con más instancia que nunca, con el amor y la autoridad de que está lleno, llama a las tribus del mundo. Todos, como vieron y previeron los justos de Israel y los profetas, todos los pueblos verán al Salvador. Y no habrá ya Judíos o Romanos, Escitas o Africanos, Iberos o Celtas, Egipcios o Frigios. El territorio del otro lado del Eufrates se unirá a las fuentes del Río perenne. Los habitantes de las regiones hiperbóreas al lado de los númidas irán a su Reino, y caerán razas e idiomas. No tendrán ya cabida ni las costumbres ni el color de la piel o los cabellos. Antes bien, habrá un pueblo inmenso, fúlgido y cándido, y un solo lenguaje y un solo amor. Será el Reino de Dios. El Reino de los Cielos. Monarca eterno: el Inmolado Resucitado. Súbditos eternos: los creyentes en su Fe. Aceptad creer, ara pertenecer a él.

-Ahí está Emaús, amigos. Yo voy más lejos. No se le concede un Alto en el camino al Viandante que tanto camino ha de recorrer.
-Señor. Tienes más instrucción que un rabí. Si Él no hubiera muerto, diríamos que nos ha hablado. Quisiéramos seguir oyéndote hablar de otras y más extensas verdades. Porque ahora, nosotros, que somos ovejas sin pastor, desconcertadas con la tempestad del odio de Israel, ya no sabemos comprender las palabras del Libro. ¿Quieres que vayamos contigo? Fíjate, nos seguirías instruyendo, cumpliendo así la obra del Maestro que nos ha sido arrebatado.
-¿Tanto tiempo lo habéis tenido y no os ha podido hacer completos? ¿No es ésta una sinagoga?
-Sí. Yo soy Cleofás, hijo de Cleofás el arquisinagogo, muerto en su alegría de haber conocido al Mesías.
-¿Y todavía no has alcanzado una fe sin ofuscaciones? Pero no es culpa vuestra. Todavía, después de la Sangre, falta el Fuego. Y luego creeréis, porque comprenderéis. Adiós.
-¡Oh, Señor, ya se viene la tarde y el sol se comba hacia su ocaso. Estás cansado y sediento. Entra. Quédate con nosotros. Y nos hablas de Dios mientras compartimos el pan y la sal.
Jesús entra y con la habitual hospitalidad hebraica le sirven bebidas y agua para los pies cansados.

Luego se sientan a la mesa y los dos le ruegan que ofrezca por ellos el alimento.
Jesús se levanta, teniendo el pan en las palmas. Alzando los ojos al cielo rojo del atardecer, da gracias por el alimento. Se sienta. Parte el pan y pasa un trozo a cada uno de sus dos huéspedes. Y, al hacerlo, se manifiesta en lo que Él es: el Resucitado. No es el fúlgido Resucitado que se ha aparecido a los otros predilectos suyos. Pero es un Jesús lleno de majestad, con las llagas bien visibles en sus largas Manos: rosas rojas en el color marfil de la piel. Un Jesús bien vivo con su Carne recompuesta, pero también bien divino en la majestuosidad de sus miradas y de todo su aspecto.
Los dos lo reconocen y caen de rodillas… Pero, cuando se atreven a levantar la cara, de Él no queda más que el pan partido. Lo toman y lo besan. Cada uno toma su trozo y se lo mete, como reliquia, envuelto en un palio de lino, en el pecho.
Lloran, diciendo:
-¡Era Él! Y no lo hemos conocido. ¡Pero no sentías tú que te ardía el corazón en el pecho mientras nos hablaba y nos hacía mención de las Escrituras?
-Sí. Y ahora me parece verlo de nuevo, a la luz que del Cielo proviene, la luz de Dios; y veo que Él es el Salvador.
-Vamos. Ya no siento ni cansancio ni hambre. Vamos a decírselo a los de Jesús que están en Jerusalén.
-Vamos. ¡Oh, si el anciano padre mío hubiera podido gozar de esta hora!
-¡No digas eso, hombre! Más que nosotros la ha gozado. Sin el velo que por piedad hacia nuestra debilidad carnal ha sido usado, él, el justo Clofé, ha visto con su espíritu al Hijo de Dios volver al Cielo ¡Vamos! ¡Vamos! Llegaremos ya en plena noche. Pero, si Él lo quiere, nos proporcionará la manera de pasar. ¡Si ha abierto las puertas de la muerte, podrá abrir las puertas de las murallas! Vamos.
Y, en el ocaso del todo purpúreo, caminan con paso veloz hacia Jerusalén.

 

APARICIÓN A LOS APÓSTOLES, ESTA VEZ CON TOMÁS. JESÚS HABLA SOBRE EL SACERDOCIO Y LOS FUTUROS SACERDOTES

Los apóstoles están recogidos en el Cenáculo. Alrededor de la mesa en que fue celebrada la Pascua. Pero, por respeto, el sitio del centro, el de Jesús, está desocupado.
También los apóstoles, faltando quien los polarice y distribuya por voluntad propia y por elección de amor, se han colocado de forma distinta. Pedro está todavía en su sitio. Pero en el sitio de Juan está ahora Judas Tadeo. Luego viene el más anciano de los apóstoles, que no sé todavía quién es (“no sé todavía quién es”, considerada la fecha de la presente «visión», que precede a casi todas las de la vida pública de Jesús); luego Santiago, hermano de Juan, casi en la esquina de la mesa por la parte derecha, respecto a mí, que miro. Al lado de Santiago, pero en el lado corto de la mesa, está sentado Juan. Y después de Pedro viene Mateo, y después de Mateo Tomás, luego uno cuyo nombre no sé, luego Andrés, luego Santiago, hermano de Judas Tadeo, y otro cuyo nombre no sé, en los otros lados. El lado largo que está enfrente de Pedro aparece vacío, pues los apóstoles están más arrimados en los asientos de lo que lo estaban en la Pascua.
Las ventanas están bien trancadas, y también las puertas. La lámpara, de la que están encendidos sólo dos mecheros, esparce luz, tenue, sólo sobre la mesa. El resto de la amplia estancia está en la penumbra.
Juan, a cuyas espaldas hay un aparador, tiene el encargo de pasar a sus compañeros lo que desean de la parca comida (compuesta de pescado, que está en la mesa, pan, miel y pequeños quesos frescos). Y es en el acto de volverse hacia la mesa, para dar a su hermano el queso que le ha pedido, cuando Juan ve al Señor.

Jesús se ha aparecido de forma muy curiosa. La pared que está a espaldas de los comensales -una pared continua excepto en el ángulo donde está la pequeña puerta-, en su centro, se ha iluminado, a una altura de un metro del suelo aproximadamente, con una luz tenue y fosforescente, como la que emanan ciertos cuadraditos que son luminosos sólo en la oscuridad de la noche. La luz, de una altura de casi dos metros, tiene forma oval, como si fuera un nicho. En la luminosidad, como si avanzara desde detrás de velos de niebla luminosa, va emergiendo cada vez más netamente Jesús.
No sé si logro explicarme bien. Parece como si su Cuerpo fluyera a través del espesor de la pared, que no se abre, sino que permanece compacta; pero el Cuerpo pasa igual. La luz parece la primera emanación de su Cuerpo, el anuncio de estarse acercando. El Cuerpo, primero, está formado por leves líneas de luz (como veo en el Cielo al Padre y a los ángeles santos): es inmaterial. Luego se va materializando cada vez más, hasta tomar, en todo, el aspecto de un cuerpo real, de su divino Cuerpo glorificado.
Mi descripción ha sido larga, pero la cosa se ha producido en pocos segundos.
Jesús está vestido de blanco, como cuando resucitó y se apareció a su Madre. Hermosísimo, amoroso, sonriente. Tiene los brazos extendidos a lo largo de los lados del Cuerpo, un poco separados de éste, con las Manos hacia abajo y con la palma vuelta hacia los apóstoles. Las dos Llagas de las Manos parecen dos estrellas de diamantes, de las que salen dos rayos vivísimos. No veo los Pies, pues están cubiertos por la túnica, tampoco veo el Costado. Pero a través de la tela de su vestido no terreno se filtra luz en los lugares en que aquélla oculta las divinas Heridas. A1 principio parece que Jesús es sólo Cuerpo de candor lunar; ahora, después de haberse concretado apareciendo fuera del halo de luz, tiene los colores naturales de sus cabellos, ojos y piel: es Jesús, en fin, Jesús-Hombre-Dios; pero, ahora que ha resucitado, ha adquirido mayor solemnidad.
Juan lo ve cuando Él está ya así. Ningún otro se había percatado de la aparición. Juan se pone bruscamente de pie, dejando caer sobre la mesa el plato de los pequeños quesos redondos. Apoyando las manos en el borde de la mesa, se inclina un poco, oblicuamente, hacia ésta, como si un imán lo atrajera, y exhala un « ¡Oh!» quedo pero intenso.
Los otros, que habían alzado los ojos de sus platos al caer, ruidoso, el plato de los quesos y al ver la repentina reacción de Juan, y que lo habían mirado asombrados al ver su postura extática, ahora siguen su mirada. Vuelven la cabeza o se vuelven ellos, según la posición en que se encontraran respecto al Maestro, y ven a Jesús. Se ponen todos en pie, emocionados y dichosos, y se apresuran a ir donde Él, que, acentuando su sonrisa se está acercando, caminando ahora sobre el suelo, como todos los mortales.

Jesús, que antes miraba, fijamente, sólo a Juan -y yo creo que Juan se ha vuelto atraído por esa mirada que lo acariciaba-mira a todos y dice:
-Paz a vosotros.
Ahora todos están a su alrededor, quién de rodillas a sus pies (entre éstos, Pedro y Juan -es más, Juan besa un borde de la túnica y se la pone en la cara como buscando su caricia-), quién más atrás de pie, pero muy inclinado en actitud de reverencia.
Pedro, para llegar antes, ha dado un verdadero brinco por encima del asiento, saltándolo, sin esperar a que Mateo, saliendo antes, dejara libre el sitio (hay que recordar que los asientos servían para dos personas simultáneamente).

El único que se queda un poco lejos, con gesto de embarazo, es Tomás. Se ha arrodillado al lado de la mesa, pero no se atreve a ir más adelante, es más, parece como si intentara esconderse tras 1a esquina de la mesa.
Jesús, dando a besar sus Manos -con ardor santo y amoroso buscan estas Manos los apóstoles-, pasa su mirada sobre las cabezas agachadas, como buscando al undécimo. Pero desde el primer momento lo ha visto (su gesto tiene sólo la finalidad de dar tiempo a Tomás de recobrarse y acercarse).
Viendo que el incrédulo, avergonzado por su falta de fe, no se atreve a hacerlo, lo llama:
-Tomás, ven aquí.
Tomás alza la cabeza, confundido, casi llorando, pero no se atreve a ir. Baja de nuevo la cabeza.
Jesús da algunos pasos hacia él y vuelve a decir:
-Ven aquí, Tomás.
La voz de Jesús es más imperiosa que la primera vez.
Tomás se alza, retraído y confuso, y va hacia Jesús.
-¡Aquí está el que no cree si no ve! -exclama Jesús. Pero en su voz hay una sonrisa de perdón.
Tomás lo percibe, se decide a mirar a Jesús, y ve que verdaderamente sonríe; entonces gana coraje y se acerca más deprisa.
-Ven aquí, bien cerca. Mira. Mete un dedo, si no te basta mirar, en las heridas de tu Maestro.
Jesús ha extendido las Manos y luego ha abierto la túnica en la parte del pecho, descubriendo el desgarro del Costado. La luz no nace ya de las Heridas. No surge ya desde que, saliendo de su halo de luz lunar, ha empezado a caminar como un Hombre mortal. Las Heridas se muestran en su cruenta realidad: dos agujeros irregulares, izquierdo hasta el pulgar, que atraviesan, respectivamente, una muñeca y la base de una palma, y un largo corte, que en el lado superior tiene ligera forma de acento circunflejo, en el Costado.
Tomás tiembla, mira, y no toca. Mueve los labios, pero no logra hablar claramente.
-Dame tu mano, Tomás -dice Jesús con mucha dulzura. Y toma con su derecha la mano derecha del apóstol, agarra el índice y lo lleva al desgarrón de su Mano izquierda y lo introduce bien dentro para que sienta que la palma está traspasada, y luego de la Mano lo pasa al Costado. Es más, ahora agarra los cuatro dedos de Tomás, por su base, por el metacarpo y pone estos cuatro gruesos dedos en el desgarrón del Pecho, y los introduce -no se limita a apoyarlos en el borde-y los tiene ahí dentro mientras mira fijamente a Tomás. Es una mirada severa, pero también dulce… mientras continúa:
-…Mete aquí tu dedo, pon los dedos, y la mano, si quieres, en mi Costado, no seas incrédulo, sino fiel.
Dice esto mientras hace lo que he dicho antes.
Tomás -parece que la proximidad del Corazón divino, al que casi toca, le ha infundido valor-logra por fin articular las palabras y hablar; dice, cayendo de rodillas, con los brazos alzados y un estallido de llanto de arrepentimiento:
-¡Señor mío y Dios mío!
No sabe decir otra cosa.
Jesús lo perdona. Le pone la derecha sobre la cabeza y responde:
-¡Tomás, Tomás! Ahora crees porque has visto… ¡Bienaventurados los que crean en mí sin haber visto! Si os he de premiar a vosotros y vuestra fe ha recibido la ayuda de la fuerza de la visión, ¿qué premio habré de darles a ellos?…
Lu
ego Jesús pone el brazo en el hombro de Juan, mientras toma la mano de Pedro, y se acerca a la mesa. Se sienta en su sitio. Ahora están sentados como en la noche pascual. Pero Jesús quiere que Tomás se siente después de Juan.

-Comed, amigos -dice Jesús.
Pero ya ninguno tiene hambre. La alegría los sacia, la alegría de la contemplación.
Entonces Jesús coge los quesitos que están esparcidos y los reúne en el plato; los corta, los distribuye, y el primer trozo se lo da precisamente a Tomás, poniéndolo encima de un pedazo de pan y pasándolo por detrás de Juan. Vierte el vino de las ánforas en la copa, y se lo pasa a sus amigos; esta vez el primero en ser servido es Pedro. Luego pide que le den panales; los parte y da un trozo a Juan –esta vez a Juan el primero-con una sonrisa que es más dulce que la filamentosa y dorada miel que escurre. Y esto, para animarlos, lo come también El: sólo prueba la miel.
Juan -es su gesto habitual-reclina su cabeza sobre el hombro de Jesús, quien lo arrima a su Corazón y habla teniéndolo así.
-No debéis turbaros, amigos, cuando me aparezco a vosotros. Sigo siendo vuestro Maestro, que ha compartido con vosotros alimento y sueño y que os ha elegido porque os ha amado. También ahora os quiero.
Jesús resalta mucho estas últimas palabras.
-Vosotros – prosigue -habéis estado conmigo en las pruebas… estaréis conmigo también en la gloria. No bajéis la cabeza. En el anochecer del domingo, cuando vine a vosotros por primera vez después de mi Resurrección, os infundí el Espíritu Santo… también sobre ti, que no estabas presente, descienda el Espíritu… ¿No sabéis que 1a infusión del Espíritu es como un bautismo de fuego, porque el Espíritu es Amor, y e1 amor cancela las culpas? Vuestro pecado, por tanto, de deserción mientras Yo moría, os queda condonado.
A1 decir esto, Jesús besa a Juan en la cabeza, a Juan, que no desertó. Y Juan llora de alegría.
-Os he dado la potestad de condonar los pecados. Pero no se puede dar lo que no se posee. Vosotros debéis, pues, estar seguros de que esta potestad Yo la poseo perfecta y la uso por medio de vosotros, que debéis estar limpios en máximo grado para poder limpiar a quien se acerque a vosotros manchado de pecado. ¿Cómo podría uno juzgar y limpiar, si fuera merecedor de condena y estuviera él mismo sucio? ¿Cómo podría uno juzgar a otro, si tuviera vigas en su ojo y pesos infernales en su corazón? ¿Cómo podría decir: «Yo te absuelvo en nombre de Dios» si, por sus pecados, no tuviese consigo a Dios?

Amigos, pensad en vuestra dignidad de sacerdotes.
Antes Yo estaba en medio de los hombres para juzgar y perdonar. Ahora me marcho con mi Padre. Vuelvo a mi Reino. No soy despojado de la facultad de juicio; antes bien, toda ella está en mis manos, porque el Padre a mí me la ha confiado. Pero tremendo juicio. Porque se producirá cuando ya no le será posible al hombre atraerse el perdón con años de expiación sobre la Tierra. Todas las criaturas vendrán a mí con su espíritu cuando éste deje, por muerte material, la carne como despojo inútil. Y Yo las juzgaré, una primera vez. Luego, la Humanidad volverá con su vestido de carne, que habrá tomado de nuevo por imperativo celeste; volverá para ser separada en dos partes: los corderos con el Pastor; los cabros agrestes con su Torturador. Pero ¿cuántos serían los hombres que estarían con su Pastor, si después del lavacro del Bautismo no tuvieran ya a nadie que los perdonara en Nombre mío?
Por eso creo a los sacerdotes. Para salvar a los salvados por mi Sangre. Mi Sangre salva. Pero los hombres siguen cayendo en la muerte, siguen volviendo a caer en la Muerte. Es necesario que quien tenga la potestad los lave continuamente en mi Sangre, setenta y setenta veces siete, para que no caigan en manos de la Muerte. Vosotros y vuestros sucesores lo haréis. Por ello os absuelvo de todos vuestros pecados. Porque tenéis necesidad de ver, y la culpa, al quitarle al espíritu la Luz que es Dios, ciega. Porque tenéis necesidad de comprender, y la culpa, al quitarle al espíritu la Inteligencia que es Dios, embrutece. Porque tenéis un ministerio de purificación, y la culpa, al quitarle al espíritu la Pureza que es Dios, ensucia.
¡Gran ministerio este vuestro de juzgar y absolver en nombre mío!
Cuando vosotros consagréis para beneficio vuestro el Pan y el Vino y hagáis de ellos mi Cuerpo y mi Sangre, haréis una grande, sobrenaturalmente grande y sublime cosa. Para cumplirla dignamente deberéis ser puros, porque tocaréis a Aquel que es el Puro y os nutriréis de la Carne de un Dios. Puros de corazón, de mente, de miembros y de lengua deberéis ser, porque con el corazón deberéis amar la Eucaristía, y no deberán ser mezclados con este amor celeste profanos amores que serían sacrilegio. Puros de mente, porque deberéis creer y comprender este misterio de amor, y la impureza del pensamiento mata la Fe y el Intelecto. Queda la ciencia del mundo, pero muere en vosotros la Sabiduría de Dios. Puros de miembros deberéis ser, porque a vuestro interior descenderá el Verbo como descendió al seno de María por obra del Amor.

Tenéis el ejemplo vivo de cómo debe ser un seno que acoge al Verbo que se hace Carne. El ejemplo es la Mujer que me llevó, la Mujer sin pecado original y sin pecado individual.
Observad cuán pura es la cima del Hermón, envuelta todavía en el velo de la nieve invernal. Desde el Monte de los Olivos, parece un cúmulo de azucenas deshojadas o de espuma marina, elevándose como una ofrenda sobre el fondo del otro candor, el de las nubes transportadas por el viento de Abril por los campos azules del cielo. Observad, si no, una azucena que abra la boca de su corola para una sonrisa de fragancia. Pues bien, ambas purezas son menos vivas que la del seno que me fue materno. Polvo transportado por los vientos ha caído sobre la nieve del monte y sobre la seda de la flor. El ojo humano no lo percibe, de tan ligero como es; pero está, y deteriora el candor.
Y más aún: observad la perla más pura arrancada al mar, arrancada de su concha nativa, para adornar el cetro de un rey. Es perfecta en su apretada textura iridiscente, que ignora el contacto profanador de carne alguna, pues que se ha formado en el cuenco de la madreperla de la ostra, aislada en el fluido zafiro de las profundidades marinas. Y, a pesar de todo, es menos pura que el seno que me tuvo. En su centro está el granito arenoso: un corpúsculo diminutísimo, pero terrestre. En Aquella que es la Perla del Mar no existe partícula de pecado, ni siquiera el fomes del pecado. Perla nacida en el Océano de la Trinidad para traer a la Tierra a la Segunda Persona, Ella es compacta en torno a su centro, que no es semilla de terrena concupiscencia, sino centella del Amor eterno. Centella que, encontrando en Ella respuesta, ha generado los vórtices de la divina Exhalación que ahora a sí llama y atrae a los hijos de Dios: Yo, el Cristo, Estrella de la Mañana.
Esta Pureza inviolada es la que os doy como ejemplo.
Y cuando, como vendimiadores en un tino, hundís las manos en el mar de mi Sangre y de él sacáis para limpiar las vestiduras de los desdichados que pecaron, sed, además de puros, perfectos, para no mancharos con un pecado mayor, es más: con pecados mayores, derramando y tocando con sacrilegio la Sangre de un Dios o faltando a la caridad y a la justicia negándola, o dándola con un rigor que no es de Cristo -que fue bueno con los malos, para atraerlos a su Corazón, y tres veces bueno con los débiles, para animarlos a la confianza-, usando de este rigor tres veces indignamente, al ir contra mi Voluntad, contra mi Doctrina y contra la Justicia. ¿Cómo puede ser riguroso con los corderos un pastor ídolo?

¡Oh, muy amados míos, amigos a los que envío por los caminos del mundo para continuar la obra que Yo he empezado y que será proseguida mientras dure el Tiempo, recordad estas palabras mías! Os las digo para que se las digáis a los que consagréis para el ministerio en que Yo os he consagrado.
Veo… Miro el paso de los siglos… el tiempo y las turbas infinitas de los hombres que estarán -todos-ante mí… Veo… matanzas y guerras, paces falaces y horrendas carnicerías, odio y latrocinio, sensualidad y orgullo. De tanto en tanto un oasis verde: un período de retorno a la Cruz. Como obelisco que señala una onda pura entre 1as áridas arenas del desierto, mi Cruz ¬después de que el veneno del mal haya infectado de rabia a los hombres-será alzada con amor, y alrededor de ella, plantadas en los bordes de las aguas salubres, florecerán las palmeras de un período de paz y bien en el mundo. Los espíritus, como ciervos y gacelas, como golondrinas y palomas, se acercarán a ese reposado, fresco, nutricio refugio para curarse de sus dolores y recuperar la esperanza. Refugio que apretará sus ramas cual cúpula protectora de las tormentas y el fuerte sol, y mantendrá alejados a serpientes y fieras con el Signo que le hace huir al Mal. Así mientras los hombres quieran.
Veo… Muchos hombres… mujeres, viejos, niños, guerreros, hombres de estudio, doctores, campesinos… Todos vienen y pasan con su peso de esperanzas y dolores. Y veo que muchos vacilan porque el dolor es demasiado y la esperanza ha sido la primera en caer de la carga, de la carga demasiado pesada, para hacerse añicos en el suelo… Y veo a muchos que caen en los bordes del camino porque otros más fuertes los empujan, más fuertes o más afortunados respecto a su carga, leve. Y veo a muchos que, sintiéndose abandonados por los que pasan, pisoteados incluso, sintiéndose morir, llegan incluso a odiar y a maldecir.
¡Pobres hijos! En medio de todos éstos, maltratados por la vida, de estos que pasan o caen, mi Amor, intencionadamente, ha diseminado a los samaritanos compasivos, a los médicos buenos, luces en la noche, voces en el silencio, para que los débiles que caen encuentren una ayuda, vuelvan a ver la Luz, vuelvan a oír la Voz que dice: «Ten esperanza. No estás solo. Sobre ti está Dios. Contigo está Jesús». He puesto, intencionadamente, a estas caridades operantes para que mis pobres hijos no se me murieran en el espíritu y perdieran la morada paterna, y para que siguieran creyendo en mí-Caridad viendo en mis ministros mi reflejo.
Pero, ¡oh dolor que me haces sangrar la Herida del Corazón como cuando fue abierta en el Gólgota! ¿Qué ven mis Ojos divinos? ¿Acaso no hay sacerdotes entre las turbas infinitas que pasan? ¿Por esto sangra mi Corazón? ¿Están vacíos los seminarios? ¿Mi divina propuesta no suena ya en los corazones? ¿El corazón del hombre ya no es capaz de oírla? No. En los siglos habrá seminarios, y en ellos levitas. De ellos saldrán sacerdotes porque en la hora de su adolescencia mi propuesta habrá sonado con voz celeste en muchos corazones y ellos la habrán seguido. Pero otras, otras, otras voces habrán venido después, con la juventud y la madurez, y mi Voz habrá quedado achicada en esos corazones, mi Voz que habla durante los siglos a sus ministros para que sean siempre lo que vosotros ahora sois: los apóstoles formados en la escuela de Cristo. La vestidura ha quedado, pero el sacerdote ha muerto. En demasiados, durante los siglos, sucederá este hecho. Sombras inútiles y oscuras, no serán una palanca que eleva, una cuerda que tira, una fuente que calma la sed, trigo que sacia el hambre, corazón que sirva de almohada, una luz en las tinieblas, una voz que repita lo que el Maestro le dice; sino que serán para la pobre Humanidad un peso de escándalo, un peso de muerte, parásitos, una putrefacción… ¡Qué horror! ¡Los Judas más grandes del futuro Yo los tendré, de nuevo y siempre, en mis sacerdotes!

Amigos, Yo me hallo en la gloria y a pesar de ello, lloro. Siento compasión de estas turbas infinitas, rebaños sin pastores
o con demasiado escasos pastores. ¡Una compasión infinita! Pues bien, juro por mi Divinidad que les daré el pan, el agua, la luz, la voz que los elegidos para estas obras no quieren dar. Repetiré a lo largo de los siglos el milagro de los panes y los peces. Con pocos, despreciables pececillos y con escasos mendrugos de pan -almas humildes y laicas-daré de comer a muchos, y quedarán saciados, y sobrará para los que vengan después, porque «tengo compasión de este puebloy no quiero que perezca.
Benditos los que merezcan ser eso. No benditos porque son eso, sino porque lo habrán merecido con su amor y sacrificio. Y benditísimos aquellos sacerdotes que sepan mantenerse en su condición de apóstoles: pan, agua, luz, voz, descanso y medicina para mis pobres hijos. Con una luz especial resplandecerán en el Cielo. Yo os lo juro, Yo que soy la Verdad.
Vamos a levantarnos, amigos. Venid conmigo para enseñaros todavía a orar. La oración es la que alimenta las fuerzas del apóstol, porque lo funde con Dios.
Y aquí Jesús se levanta y va hacia la pequeña escalera.
Pero, cuando está al pie de la escalera, se vuelve y me mira (a María Valtorta). ¡Me mira! ¡Piensa en mí! Busca a su pequeña «voz». ¡La alegría de estar con sus amigos no le hace olvidarse de mí! Me mira por encima de las cabezas de los discípulos, y me sonríe. Alza la mano bendiciéndome y dice:
-La paz sea contigo.
Y la visión termina.

 

LECCIÓN SOBRE LOS SACRAMENTOS Y PREDICCIONES SOBRE LA IGLESIA

Estoy en otro monte, más poblado aún de bosques, no lejos de Nazaret (a la que lleva un camino que bordea la base del monte). Jesús los invita a sentarse en círculo: más cerca, los apóstoles; detrás de éstos, los discípulos (los que, de los setenta y dos, no se habían desperdigado yendo a distintos lugares), más Zacarías y José. Margziam está a sus pies, en una posición de privilegio.

Jesús, en cuanto se sientan y se callan y están todos atentos a sus palabras, empieza a hablar. Dice:
-Prestadme toda vuestra atención porque os voy a decir cosas de suma importancia. Todavía no las comprenderéis todas, ni todas bien. Pero Aquel que vendrá después de mí os las hará comprender. Escuchadme, pues.
Nadie está más convencido que vosotros de que sin la ayuda de Dios el hombre peca fácilmente, pues es debilísima su constitución, debilitada por el Pecado. Sería, entonces, un Redentor imprudente si, después de haberos dado tanto para redimiros, no diera también los medios para conservaros en los frutos de mi Sacrificio.
Sabéis que toda la facilidad para pecar viene de la Culpa, que, privando de la Gracia a los hombres, los despoja de su fortaleza, que está en la unión con la Gracia. Habéis dicho: «Pero Tú has devuelto la Gracia». No. Ha sido devuelta a los justos hasta mi Muerte. Para devolvérsela a los próximos se requiere un medio. Un medio que no será solamente una figura ritual, sino que imprimirá verdaderamente en quien lo reciba el carácter real de hijo de Dios, cuales eran Adán y Eva, cuya alma, vivificada por la Gracia, poseía dones excelsos que Dios había dado a su amada criatura.
Vosotros sabéis lo que tenía el Hombre y lo que perdió el hombre. Ahora, por mi Sacrificio, las puertas de la Gracia están de nuevo abiertas, y el río de la Gracia puede descender hacia todos los que la piden por amor a mí. Por eso, los hombres tendrán el carácter de hijos de Dios por los méritos del primogénito de los hombres, por los méritos de quien os habla, vuestro Redentor, vuestro Pontífice eterno, vuestro Hermano en el Padre, vuestro Maestro. Desde Jesucristo y por Jesucristo, los hombres presentes y futuros podrán poseer el Cielo y gozar de Dios, fin último del hombre.

Hasta ahora, ni los justos más justos, aunque estuvieran circuncidados como hijos del pueblo elegido, podían alcanzar este fin. Dios consideraba sus virtudes, sus lugares estaban preparados en el Cielo, pero éste les estaba vedado, y negado les era el gozar de Dios porque en sus almas, jardines benditos florecidos con toda suerte de virtudes, estaba también el árbol maldito de la Culpa original, y ninguna obra, por santa que fuera, podía destruirlo, y no es posible entrar en el Cielo con raíces y frondas de tan maléfico árbol. El día de la Parasceve, el suspiro de los patriarcas y profetas y de todos los justos de Israel se aplacó en el gozo de la Redención cumplida, y 1as almas, más blancas que nieve montana hasta donde alcanzaba su virtud, se vieron libres incluso de la única Mancha que las mantenía apartadas del Cielo.
Pero el mundo continúa. Generaciones y más generaciones surgen y surgirán. Pueblos y más pueblos vendrán a Cristo. ¿Puede Cristo morir para cada nueva generación, para salvarla, o para cada pueblo que a Él venga? No. Cristo ha muerto una vez y no volverá a morir jamás, en, toda la eternidad. ¿Habrá de suceder, pues, que estas generaciones, estos pueblos, se hagan sabios por mi Palabra pero no posean el Cielo ni gocen de Dios, por estar heridos por la Mancha original? Tampoco. No sería justo, ni para ellos, pues vano sería su amor a mí, ni para mí, pues por demasiado pocos habría muerto. ¿Y entonces? ¿Cómo conciliar estas cosas distintas? ¿Qué nuevo milagro hará Cristo -que ya ha hecho muchos-antes de dejar el mundo para ir al Cielo, después de haber amado a los hombres hasta querer morir por ellos?
Ya ha hecho uno, dejándoos su Cuerpo y su Sangre para alimento fortalecedor y santificador y para recuerdo de su amor; y os ha mandado que hagáis lo que Él hizo para recuerdo suyo y como medio santificador para los discípulos, y para los discípulos de los discípulos, hasta el final de los tiempos.

Pero, aquella noche, purificados ya vosotros externamente, ¿os acordáis lo que hice? Me ceñí una toalla y os lavé los pies. Y, a uno de vosotros, que se escandalizaba de aquel gesto demasiado humillante, 1e dije: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo».
No entendisteis lo que quería decir, ni de qué parte hablaba, ni qué símbolo estaba poniendo. Pues bien, os lo digo. Además de haberos enseñado la humildad y la necesidad de ser puros para entrar a formar parte del Reino mío, además de haberos hecho observar benignamente que Dios, de uno que es justo, y por tanto puro en su espíritu y en su intelecto, exige únicamente una última purificación -de aquella parte que, necesariamente, más fácilmente se contamina incluso en los justos, quizás sólo polvo que la necesaria convivencia con los hombres deposita en los miembros limpios, en la carne-, además de estas cosas, enseñé otra. Os lavé los pies, la parte inferior del cuerpo, la que va entre barro y polvo, a veces incluso entre inmundicias, para significar la carne, la parte material del hombre, la cual tiene siempre -excepto en los sin Mancha original, o por obra de Dios o por naturaleza divina (María Stma. por obra de Dios y Jesús por naturaleza divina) -imperfecciones, a veces tan mínimas que sólo Dios las ve, pero que verdaderamente deben ser vigiladas, para que no cobren fuerza y se transformen en hábito natural, y deben ser agredidas para ser extirpadas.
Os lavé los pies, pues. ¿Cuándo? Antes de la fracción del pan y el vino transubstanciados en mi Cuerpo y en mi Sangre. Porque Yo soy el Cordero de Dios y no puedo descender a donde Satanás tiene puesta su huella. Así pues, primero os lavé; luego me di a vosotros. También vosotros lavaréis con el Bautismo a los que vengan a mí, para que no reciban indignamente mi Cuerpo y no se transforme en tremenda condena de muerte.
Os estremecéis. Os miráis. Con las miradas os preguntáis: «¿Y Judas, entonces?». Os digo: “Judas comió su muerte”. El supremo acto de amor no le tocó el corazón. El extremo intento de su Maestro chocó contra la piedra de su corazón, y esa piedra, en lugar de la Tau, llevaba grabada la horrenda sigla de Satanás., la señal de la Bestia.
Así pues, os lavé antes de admitiros al banquete eucarístico, antes de escuchar la confesión de vuestros pecados, antes de infundiros el Espíritu Santo y, por tanto, el carácter de verdaderos cristianos reconfirmados en Gracia, y de Sacerdotes míos. Hágase, pues, así con aquellos a quienes debéis preparar para la vida cristiana.

Bautizad con agua en el Nombre del Dios uno y trino y en mi Nombre y por mis méritos infinitos, para que sea borrada de los corazones la Culpa original, sean perdonados los pecados, sean infundidas la Gracia y las santas Virtudes, y el Espíritu Santo pueda descender a morar en los templos consagrados que serán los cuerpos de los hombres que viven en la gracia del Señor.
¿Era necesaria el agua para borrar el Pecado? El agua no toca al alma, no. Pero tampoco el signo inmaterial toca la vista del hombre, tan material en todas sus acciones. Bien podía Yo infundir la Vida sin el medio visible. Pero ¿quién lo habría creído? ¿Cuántos son los hombres que saben creer firmemente si no ven? Tomad, pues, de la antigua Ley mosaica el agua lustral (Números 19, 17-22), usada para purificar a los impuros y admitirlos de nuevo, cuando se habían contaminado con un cadáver, en los campamentos. Es verdad, todo hombre que nace está contaminado al tener contacto con un alma muerta a la Gracia. Sea, pues, ésta, con el agua lustral, purificada del contacto impuro y hágasela digna de entrar en el Templo eterno.
Y tened estima por el agua… Después de haber expiado y redimido con treinta y tres años de vida fatigosa culminada en la Pasión, y después de haber dado mi Sangre por los pecados de los hombres fueron extraídas del Cuerpo desangrado e inmolado del Mártir las aguas saludables para lavar la Culpa original. Con el Sacrificio consumado, Yo os he redimido de aquella mancha. Si en el umbral de la muerte un milagro mío divino me hubiera hecho descender de 1a cruz, en verdad os digo que, por la sangre derramada habría purificado las culpas, pero no la Culpa. Para ésta ha sido necesaria la consumación total. En verdad, las aguas saludables de que habla Ezequiel (Ezequiel 47, 1-12) han salido de este Costado mío. Sumergid en él a las almas. Que salgan de él inmaculadas para recibir al Espíritu Santo que, en memoria de aquel soplo que el Creador espiró en Adán para darle el espíritu y, por tanto, la imagen y semejanza con Él, volverá a soplar y a morar en los corazones de los hombres redimidos.

Bautizad con mi Bautismo, pero en el Nombre del Dios trino. Porque, en verdad, si el Padre no hubiera querido y el Espíritu no hubiera actuado, el Verbo no se habría encarnado y vosotros no habríais recibido Redención. Por lo cual, es cuestión de justicia y de deber el que todo hombre reciba la Vida por Aquellos que se han unido en querérsela dar, nombrándose al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en el acto del Bautismo, que de mí tomará el nombre de cristiano para diferenciarlo de los otros, pasados o futuros, los cuales serán rito: pero no signos indelebles en la parte inmortal.

Y tomad el Pan y el Vino como Yo hice, y, en mi Nombre, bendecid, fraccionad y distribuid; y se nutran de mí los cristianos. Y haced del Pan y del Vino una ofrenda al Padre de los Cielos, inmolándola después en memoria del Sacrificio que Yo ofrecí y llevé a cabo en 1a Cruz por vuestra salvación. Yo, Sacerdote y Víctima, por mí mismo me ofrecí y sacrifiqué, no pudiendo ninguno, si Yo no hubiera querido, hacer esto de mí. Vosotros, mis Sacerdotes, haced esto en memoria mía y para que los tesoros infinitos de mi Sacrificio suban impetradores a Dios y desciendan propicios sobre todos aquellos que lo invocan con fe segura.
Fe segura, he dicho. No se exige ciencia para gozar del eucarístico Alimento y del eucarístico Sacrificio, sino fe. Fe en que en ese pan y en ese vino que uno, autorizado por mí y por los que después de mí vendrán -vosotros: tú, Pedro, Pontífice nuevo de la nueva Iglesia; tú, Santiago de Alfeo; tú, Juan; tú, Andrés; tú, Simón; tú, Felipe; tú, Bartolomé; tú, Tomás; tú, Judas Tadeo; tú, Mateo; tú, Santiago de Zebedeo-, consagre en mi Nombre es mi verdadero Cuerpo, mi verdadera Sangre; y fe en que quien se nutre de ellos me recibe en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; y fe en que quien me ofrece, ofrece realmente a Jesucristo como Él se ofreció por los pecados del mundo. Un niño o un ignorante me pueden recibir al igual que pueden hacerlo un adulto y una persona docta. Y el Sacrificio ofrecido aportará a un niño o a un ignorante los mismos beneficios que a cualquiera de vosotros. Basta con que en ellos haya fe y gracia del Señor.

Pero vosotros vais a recibir un nuevo Bautismo, el del Espíritu Santo. Os lo he prometido y se os dará. El propio Espíritu Santo descenderá sobre vosotros. Ya os diré cuándo. Y quedaréis repletos de Él, con la plenitud de los dones sacerdotales. Podréis, por tanto, como he hecho Yo con vosotros, infundir el Espíritu Santo de que estaréis repletos, para confirmar en gracia a los cristianos e infundir en ellos los dones del Paráclito. Sacramento regio poco inferior al Sacerdocio Éxodo 29, 1-35; Levítico 8) .Que tenga la solemnidad, pues, de las consagraciones mosaicas con la imposición de las manos y la unción con óleo perfumado, en el pasado usado para consagrar a los Sacerdotes.
¡No, no os miréis tan asustados! ¡No estoy diciendo palabras sacrílegas! ¡No os estoy enseñando un acto sacrílego! La dignidad del cristiano es tal, que, lo repito, en poco es inferior a un sacerdocio. ¿Dónde viven los sacerdotes? En el Templo. Y un cristiano será un templo vivo. ¿Qué hacen los sacerdotes? Sirven a Dios con oraciones, con sacrificios y cuidando de los fieles. Esto hubieran debido hacer… Y el cristiano servirá a Dios con la oración y el sacrificio y con la caridad fraterna.

Y escucharéis la confesión de los pecados, así como Yo he escuchado los vuestros y los de muchos, y he perdonado donde he visto verdadero arrepentimiento.
¿Os inquietáis? ¿Por qué? ¿Tenéis miedo de no saber distinguir? He hablado otras veces sobre el pecado y sobre el juicio acerca del pecado. Y, al juzgar, acordaos de meditar en las siete condiciones por las que una acción puede ser o no pecado, y de distinta gravedad. Resumo. ¿Cuándo se ha pecado y cuántas veces?, ¿quién ha pecado?, ¿con quién?, ¿con qué?, ¿cuál es la materia del pecado?, ¿cuál la causa?, ¿por qué se ha pecado? Pero no temáis. El Espíritu Santo os ayudará.

Eso sí, con todo mi corazón os conjuro que observéis una vida santa, la cual aumentará de tal manera en vosotros las luces sobrenaturales, que llegaréis a leer sin error el corazón de los hombres y podréis, con amor y autoridad, declarar a los pecadores, temerosos de revelar su pecado o rebeldes para confesarlo, el estado de su corazón, ayudando a los tímidos y humillando a los impenitentes. Recordad que la Tierra pierde al Absolvedor y que vosotros debéis ser lo que Yo era: justo, paciente, misericordioso, pero no débil. Os he dicho: lo que desatéis en la Tierra quedará desatado en el Cielo y lo que aquí atéis quedará atado en el Cielo. Por tanto, con sopesada reflexión juzgad a cada uno de los hombres sin dejaros corromper por simpatías o antipatías, por regalos o amenazas; imparciales en todo y para todos como es Dios, teniendo presentes la debilidad del hombre y las insidias de los enemigos.
Os recuerdo que algunas veces Dios permite también las caídas de sus elegidos; no porque le guste verlos caer, sino porque de una caída puede resultar un bien futuro mayor. Tended, pues, la mano a quien cae, porque no sabéis si esa caída puede ser la crisis que remedia una enfermedad que para siempre termina, dejando en la sangre una purificación que produce salud, en nuestro caso: que produce santidad.

Sed, por el contrario, severos con los que no tengan respeto hacia mi Sangre y acabada de lavar su alma por el lavacro divino, se arrojen al cieno una y cien veces. No los maldigáis, pero sed severos. Exhortadlos. Reciban vuestro llamamiento setenta veces siete. Recurriréis al extremo castigo de separarlos del pueblo elegido sólo cuando su pertinacia en un pecado que escandalice a los hermanos os obligue a actuar para no haceros cómplices de sus acciones. Recordad lo que dije: «Si tu hermano ha pecado, corrígelo a solas. Si no te escucha, corrígelo ante dos o tres testigos. Si esto no basta, ponlo en conocimiento de la Iglesia. Si no escucha ni siquiera a la Iglesia, considéralo como un gentil y un publicano».

En la religión mosaica el matrimonio es un contrato (Tobías 7, 14). Que en la nueva religión cristiana sea un acto sagrado e indisoluble, sobre el cual descienda la gracia del Señor para hacer de los cónyuges dos ministros suyos en la propagación de la especie humana.
Tratad desde los primeros momentos de aconsejar al cónyuge procedente de la nueva religión que induzca al cónyuge que aún se halla fuera del número de los fieles a entrar a formar parte de este número, para evitar esas dolorosas divisiones de pensamiento, y consiguientemente de paz, que hemos observado incluso entre nosotros. Pero, cuando se trate de fieles en el Señor, que por ninguna razón se desuna aquello que Dios ha unido. Y en el caso de una parte que se encuentre, siendo cristiana, unida a otra parte gentil, aconsejo que aquélla lleve su cruz con paciencia y mansedumbre, y también con fortaleza, hasta el punto de saber morir por defender su fe, pero sin abandonar al cónyuge al que se ha unido con su pleno consenso. Éste es mi consejo para una vida más perfecta en el estado matrimonial, mientras no sea posible -lo será con la difusión del cristianismo-tener matrimonios de fieles. Entonces sagrado e indisoluble ha de ser el vínculo, y santo el amor.
Malo sería el que, por la dureza de los corazones, se diera en la nueva fe lo que se dio en la antigua: la permisión del repudio y de la separación para evitar escándalos creados por la libídine del hombre (Deuteronomio 24, 1-4). En verdad os digo que todos deben llevar su cruz en todos los estados, y también en el matrimonial. Y también os digo en verdad que ninguna presión debe doblegar vuestra autoridad que afirme: «No es lícito» a aquel que quiera pasar a nuevo desposorio antes de que uno de los cónyuges haya muerto. Os digo que es mejor que una parte corrompida se separe -ella sola o seguida por otros-antes que concederle, por retenerla en el Cuerpo de la Iglesia, algo que sea contrario a la santidad del matrimonio, escandalizando a los humildes y poniéndolos en la tesitura de hacer consideraciones desfavorables a la integridad sacerdotal y sobre el valor de la riqueza o el poder.
Acto serio y santo son las nupcias. Y para mostrar esto estuve en una boda, y allí realicé el primer milagro. Pero, ¡ay si degeneran en libídine y capricho! El matrimonio, contrato natural entre el hombre y la mujer; que se eleve de ahora en adelante a contrato espiritual por el cual las almas de dos que se amen juren servir al Señor en un amor recíproco ofrecido a Él en obediencia a su imperativo de procreación para dar hijos al Señor.

Otra cosa… Santiago, ¿recuerdas lo que hablamos en el Carmelo? Desde entonces te he venido hablando. Pero los otros ignoran esto… Visteis a María de Lázaro ungir mis miembros en la cena del sábado en Betania. En esa ocasión os dije: «Ella me ha preparado para la sepultura». En verdad lo hizo. No para la sepultura -ella creía que ese dolor estaba aún lejano-, pero sí para purificar mis miembros de todas las impurezas del camino, para ungirlos y así subiera perfumado con óleo balsámico al trono.
La vida del hombre es un camino. La entrada del hombre en la otra vida debería ser la entrada en el Reino. A todo rey se le unge y perfuma antes de subir a su trono y mostrarse a su pueblo. También el cristiano es un hijo de rey, que recorre su camino en dirección al reino a donde el Padre lo llama. La muerte del cristiano no es sino la entrada en el Reino para subir al trono que el Padre le ha preparado. La muerte -para aquel que, sabiendo que está en su gracia, no teme a Dios-no infunde espanto. Ahora bien, purifíquese de todo residuo el cuerpo de aquel que deba subir al trono, para que se conserve hermoso para la resurrección; y purifíquesele el espíritu, para que resplandezca en el trono que el Padre le ha preparado para que aparezca con la dignidad que corresponde al hijo de tan gran rey. Aumento de la Gracia, cancelación de los pecados de que el hombre tenga pleno arrepentimiento, suscitación de ardoroso deseo del Bien, comunicación de fuerza para el combate supremo: esto ha de ser la unción que se dé a los moribundos cristianos; o, dicho más propiamente, a los cristianos que estén para nacer, porque en verdad os digo que el que muere en el Señor nace a la vida eterna.
Repetid el gesto de María en los miembros de los elegidos. Y que ninguno lo considere indigno de él. Yo acepté de manos de una mujer aquel óleo balsámico. Que todo cristiano se sienta honrado considerándolo una gracia suprema que le viene de la Iglesia de la que es hijo, y que lo acepte del sacerdote para quedar limpio de sus últimas manchas. Y que todo sacerdote gustosamente repita en el cuerpo de su hermano moribundo el acto de amor de María para con el Cristo penante. En verdad os digo que aquello que en aquella ocasión no hicisteis conmigo, dejando que una mujer os llevara la delantera -y ahora pensáis en ello con mucho dolor-podéis hacerlo en el futuro, y tantas veces cuantas sean las que os inclinéis con amor hacia un moribundo para prepararlo para su encuentro con Dios. Yo estoy en los mendigos y en los moribundos, en los peregrinos, en los huérfanos, en las viudas, en los prisioneros, en los que tienen hambre, sed o frío, en los que están afligidos o cansados. Yo estoy en todos los miembros de mi místico Cuerpo, que es la unión de mis fieles. Amadme en ellos y ofreceréis reparación por vuestro desamor de tantas veces, y me daréis gran alegría a mí, y a vosotros os daréis mucha gloria.

Y considerad que contra vosotros conspiran el mundo, la edad, las enfermedades, el tiempo, las persecuciones. Evitad, pues, el ser avaros de lo que habéis recibido, y evitad la imprudencia. Transmitid, por esto, en mi Nombre, el Sacerdocio a los mejores de entre los discípulos, para que la Tierra no se quede sin sacerdotes. Y que sea un carácter sagrado concedido después de un profundo examen, no verbal sino de las acciones de aquel que pide ser sacerdote, o de aquel a quien juzguéis apto para serlo.
Pensad en lo que es el Sacerdote; en el bien que puede hacer y en el mal que puede hacer. Habéis visto una muestra de lo que puede hacer un sacerdote venido a menos en su carácter sagrado. En verdad os digo que por las culpas del Templo esta nación será dispersada. Pero también os digo, en verdad, que igualmente será destruida la Tierra cuando el abominio de la desolación entre en el nuevo sacerdocio, conduciendo a los hombres a la apostasía para abrazar las doctrinas infernales. Entonces surgirá el hijo de Satanás, y los pueblos, tremendamente horrorizados, gemirán, y pocos permanecerán fieles al Señor; entonces, entre convulsiones de horror, vendrá el final, tras la victoria de Dios y de sus pocos elegidos, y descenderá la ira de Dios sobre todos los malditos. ¡Desventura, tres veces desventura si para esos pocos ya no hay santos, los últimos pabellones del Templo de Cristo! ¡Desventura, tres veces desventura si para confortar a los últimos cristianos no hay verdaderos Sacerdotes como los habrá para los primeros!

En verdad, la última persecución, no siendo persecución de hombres sino del hijo de Satanás y de sus seguidores, será horrenda. ¿Sacerdotes? Tan feroz será la persecución de las hordas del Anticristo, que los de la última hora deberán ser más que sacerdotes. Semejantes al hombre vestido de lino (tan santo, que está al lado del Señor; el hombre de la visión de Ezequiel) (Ezequiel 9, 2.3.11; 10, 2.6.7), deberán, infatigablemente, con su perfección, marcar una Tau en los espíritus de esos pocos fieles para que llamas de infierno no la cancelen. ¿Sacerdotes? Ángeles. Ángeles que agiten el turíbulo cargado de los inciensos de sus virtudes para purificar el aire de los miasmas de Satanás. ¿Ángeles? Más que ángeles: otros Cristos, para que los fieles del último tiempo puedan perseverar hasta el final. Esto es lo que deberán ser.

Pero el bien y el mal futuros tienen raíz en el presente. Los aludes empiezan con un copo de nieve. Un sacerdote indigno, impuro, hereje, infiel, incrédulo, tibio o frío, apagado, insípido, lujurioso, hace un daño diez veces superior al que provoca un fiel culpable de los mismos pecados; y arrastra a muchos otros al pecado. La relajación en el Sacerdocio, el acoger doctrinas impuras, el egoísmo, la codicia, la concupiscencia en el Sacerdocio, ya sabéis en donde desemboca: en el deicidio. Y en los siglos futuros ya no se podrá matar al Hijo de Dios, pero sí se podrá matar la fe en Dios, la idea de Dios. Por lo cual se llevará a cabo un deicidio aún más irreparable, porque carecerá de resurrección. Sí, se podrá llevar a cabo; lo veo… Podrá ser llevado a cabo por los demasiados Judas de Keriot de los siglos futuros. ¡Un horror!…

¡Mi Iglesia removida de sus quicios por sus propios ministros! ¡Y Yo sosteniéndola con la ayuda de las víctimas! ¡Y ellos, esos Sacerdotes que tendrán únicamente las vestiduras del Sacerdote, pero no su alma, ayudando a intensificar las olas agitadas por la Serpiente infernal contra tu barca, Pedro! ¡En pie! ¡Yérguete! Transmite esta orden a tus sucesores: «Mano al timón, mano dura con los náufragos que han querido naufragar y tratan de hacer naufragar a la barca de Dios. Descarga tu mano, pero salva y sigue adelante. Sé severo, porque justo es el castigo contra los hombres rapaces. Defiende el tesoro de la fe. Mantén alta la luz, como un faro por encima de las olas desatadas, para que los que siguen a tu barca vean y no perezcan. Pastor y nauta para los tiempos tremendos, recoge, guía, levanta alto mi Evangelio, porque en él y no en otra ciencia se halla la salvación.
Lo mismo que nos ha sucedido a los de Israel, y aún más profundamente, llegarán tiempos en que el Sacerdocio creerá ¬por saber sólo lo superfluo, desconociendo lo indispensable, o conociendo sólo su forma muerta, esa forma con que ahora conocen los sacerdotes la Ley, o sea, no el espíritu sino el revestimiento, y exageradamente recargado de adornos-creerá, digo, ser una clase superior. Vendrán tiempos en que el Libro quedará sustituido por todos los demás libros, y aquél será usado sólo como lo usaría uno que debiera utilizar forzadamente un objeto, o sea, mecánicamente; como un agricultor ara, siembra, recoge, sin meditar en la maravillosa providencia que hay en esa nueva multiplicación de semillas que sucede todos los años: una semilla arrojada a la tierra removida, que se hace tallo y espiga, luego harina y luego pan por paterno amor de Dios. ¿Quién al llevarse a la boca un trozo de pan alza el espíritu hacia Aquel que creó la primera semilla y desde siglos la hace renacer y crecer, distribuyendo con medida las lluvias y el calor para que germine y se alce y madure sin que se ponga lacia o se queme? Así, llegará el tiempo en que será enseñado el Evangelio científicamente bien, pero espiritualmente mal.

Ahora bien, ¿qué es la ciencia si falta la sabiduría? Es paja. Paja que se hincha y no nutre. Y en verdad os digo que llegará un tiempo en que demasiados de entre los Sacerdotes serán semejantes a pajares llenos, soberbios pajares, que se mostrarán arrogantes con su orgullo de estar muy llenos, como si a sí mismos se hubieran proporcionado esas espigas que coronaron las cañas, como si todavía las espigas estuvieran en la cima de las cañas; y creerán ser todo por tener toda esa paja, en vez del puñado de mies, del verdadero alimento que es el espíritu del Evangelio. ¡Un montón! ¡Un montón de paja! Pero ¿puede bastar la paja? Ni siquiera para el vientre del jumento basta, y, si el amo del jumento no vigoriza al animal con cereales y forraje fresco, el jumento nutrido sólo con paja se debilita e incluso muere.
Pues bien, os digo que llegará el momento en que los Sacerdotes, olvidando que con pocas espigas instruí a los espíritus en orden a la verdad, y olvidando cuánto le costó a su Señor ese verdadero pan del espíritu (sacado por entero y solamente de la Sabiduría divina, expresado por la divina Palabra, noble en su forma doctrinal, incansable en repetirse, para que no se pierdan las verdades dichas, humilde en su forma, sin atavíos de ciencias humanas, sin complementos históricos y geográficos), no se preocuparán del alma de ese pan del espíritu, sino sólo del revestimiento con que presentarlo, para hacer ver a las multitudes cuántas cosas saben, y el espíritu del Evangelio quedará difuminado en ellos bajo avalanchas de ciencia humana. Pero, si no lo poseen, ¿cómo pueden transmitirlo? ¿Qué darán a los fieles estos pajares hinchados? Paja. ¿Qué alimento recibirán de ellos los espíritus de los fieles? Pues lo que no da para más que para arrastrar una mortecina vida. ¿Qué fruto producirán de esta enseñanza y de este conocimiento imperfecto del Evangelio? Pues el enfriamiento de los corazones, el que entren doctrinas heréticas, doctrinas e ideas más que heréticas incluso, en vez de la única, verdadera Doctrina; y la preparación del terreno para la Bestia, para su fugaz reino de hielo, tinieblas y horror.

En verdad os digo que, de la misma manera que el Padre y Creador multiplica las estrellas para que no se despueble el cielo por las que, terminada su vida, perecen, así, igualmente, Yo tendré que evangelizar muchísimas veces a discípulos a los que distribuiré entre los hombres y a lo largo de los siglos. Y también en verdad os digo que el destino de éstos será como el mío; es decir, la sinagoga y los soberbios los perseguirán como me han perseguido a mí. Pero tanto Yo como ellos tenemos nuestra recompensa: la de hacer la Voluntad de Dios, y la de servirle hasta la muerte de cruz para que su gloria resplandezca y el conocimiento de Él no se apague.
Pero tú, Pontífice, y vosotros, Pastores, en vosotros y en vuestros sucesores, velad para que no se pierda el espíritu del Evangelio y, incansablemente, orad al Espíritu Santo para que en vosotros se renueve un continuo Pentecostés -no sabéis lo qué quiero decir, pero pronto lo sabréis-, de forma que podáis comprender todos los idiomas y discernir mis voces de las del Simio de Dios: Satán, y elegir aquéllas. Y no dejéis caer en el vacío mis voces futuras. Cada una de ellas es un acto de misericordia mía para ayudaros; y esas voces, cuanto más vea Yo, por razones divinas, que el Cristianismo las necesita para superar las borrascas de los tiempos, más numerosas serán

¡Pastor y nauta, Pedro! Pastor y nauta. Llegará el día en que no te bastará con ser pastor, si no eres nauta; ni con ser nauta, si no eres pastor. Ambas cosas deberás ser: para mantener congregados a los corderos (esos corderos que tentáculos y garras feroces tratarán de arrebatarte, o falaces músicas de promesas imposibles te seducirán), y para llevar adelante la barca (esa barca que será embestida por todos los vientos, de Septentrión y Meridión, de Oriente y Occidente; azotada y sacudida por las fuerzas del abismo; asaeteada por los arqueros de la Bestia; lamida por el aliento de fuego del dragón, que barrerá sus bordes con su cola, de forma que los imprudentes sufrirán el fuego y perecerán cayendo a las enfurecidas olas).
Pastor y nauta en los tiempos tremendos… Tu brújula, el Evangelio. En él están la Vida y la Salvación. Y todo está dicho en él. Todos los artículos del Código santo, todas las respuestas para los múltiples casos de las almas están en él. Y haz que de él no se separen ni los Sacerdotes ni los fieles. Haz que no vengan dudas sobre él, ni alteraciones a él, ni sustituciones ni sofisticaciones.

El Evangelio… soy Yo mismo el Evangelio. Desde el nacimiento hasta la muerte. En el Evangelio está Dios. Porque en él aparecen manifiestas las obras del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. El Evangelio es amor. Yo he dicho: «Mi Palabra es Vida». He dicho «Dios es caridad». Que conozcan, pues, los pueblos mi Palabra y tengan en ellos el amor, o sea, a Dios. Para tener el Reino de Dios. Porque el que no está en Dios no tiene en sí la Vida. Porque los que no reciban la Palabra del Padre no podrán ser una sola cosa con el Padre, conmigo y con el Espíritu Santo en el Cielo, y no podrán pertenecer a ese único Redil que es santo como Yo quiero que lo sea. No serán sarmientos unidos a la Vid, porque quien rechaza en su totalidad o parcialmente mi Palabra es un miembro por el que ya no circula la savia de la Vid. Mi Palabra es savia que nutre y hace crecer y fructificar.
Todo esto lo haréis en recuerdo de mí, que os lo he enseñado. Mucho más podría deciros sobre estas cosas. Pero me he limitado a echar la semilla. El Espíritu Santo la hará germinar. He querido daros Yo la semilla, porque conozco vuestros corazones y sé cómo titubearíais, a causa del miedo, por indicaciones espirituales, inmateriales. El miedo a caer en engaño paralizaría vuestra voluntad. Por eso os he hablado -Yo primero-de todas las cosas. Luego el Paráclito os recordará mis palabras y os las ampliará detalladamente. Y no temeréis porque recordaréis que la primera semilla os la di Yo.

Dejaos guiar por el Espíritu Santo. Si mi Mano os ha guiado con dulzura, su Luz es dulcísima. Él es el Amor de Dios. Así Yo me marcho contento, porque sé que Él ocupará mi lugar y os guiará al conocimiento de Dios. Todavía no lo conocéis, a pesar de que os haya hablado mucho de Él. Pero no es culpa vuestra. Vosotros habéis hecho de todo por comprenderme y por eso estáis justificados, a pesar de que hayáis comprendido poco en tres años. La falta de la Gracia ofuscaba vuestro espíritu. Ahora también comprendéis poco, aunque la Gracia de Dios haya descendido de mi cruz sobre vosotros. Tenéis necesidad del Fuego. Un día hablé de esto a uno de vosotros, yendo por los caminos de las orillas del Jordán.

La hora ha llegado. Vuelvo a mi Padre, pero no os dejo solos, porque os dejo la Eucaristía, o sea, a vuestro Jesús hecho alimento para los hombres. Y os dejo al Amigo: al Paráclito. Él os guiará. Paso vuestras almas de mi Luz a su Luz y Él llevará a cabo vuestra formación.
-¿Nos dejas ahora? ¿Aquí? ¿En este monte?
Están todos desolados.
-No. Todavía no. Pero el tiempo vuela y pronto llegará ese momento.
-¡No me dejes en la Tierra sin ti, Señor! Te he querido desde tu Nacimiento hasta tu Muerte, desde tu Muerte hasta tu Resurrección, y siempre. Pero, ¡demasiado triste sería saber que no estuvieras ya entre nosotros! Escuchaste la oración del padre de Eliseo. Has acogido las peticiones de muchos. ¡Acoge la mía, Señor! -suplica Isaac, de rodillas, tendidas sus manos hacia adelante.
-La vida que todavía podrías tener sería predicación de mí, quizás gloria, de martirio. Supiste ser mártir por amor a mí cuando era niño, ¿temes ahora serlo por amor a mí glorioso?
-Mi gloria consistiría en seguirte, Señor. Soy pobre e ignorante. Todo lo que podría dar lo he dado con buena voluntad. Ahora lo que querría sería seguirte. Pero hágase como Tú quieres, ahora y siempre.
Jesús pone sobre la cabeza de Isaac la mano, y la mantiene haciendo una larga caricia mientras dice a todos los presentes:

-¿No tenéis preguntas que hacerme? Son las últimas lecciones. Hablad a vuestro Maestro… ¿Veis como los pequeños tienen confianza conmigo?
En efecto, también hoy Margziam apoya la cabeza en el cuerpo de Jesús, pegándose fuertemente a Él; e Isaac tampoco ha mostrado reticencia en exponer su deseo.
-La verdad… Sí… Tenemos preguntas que hacerte… -dice Pedro.
-Pues preguntad.
-Sí… Ayer, al declinar del día, cuando nos dejaste, estuvimos hablando entre nosotros sobre lo que habías dicho. Ahora otras palabras se acumulan en nosotros por lo que acabas de decir. Ayer, y también hoy, si lo pensamos bien, has hablado como si fueran a surgir herejías y divisiones, y pronto además. Esto nos hace pensar que tendremos que ser muy prudentes con los que quieran incorporarse a nosotros. Porque está claro que en ellos estará la semilla de la herejía y de la división.
-¿Lo crees? ¿Y no está dividido ya Israel respecto a venir a mí? Tú quieres decir que el Israel que me ha querido nunca será hereje y nunca estará dividido. ¿No? Pero, ¿acaso ha estado unido alguna vez desde hace siglos?, ¿acaso estuvo unido, incluso, en los momentos de su antigua formación? ¿Y ha estado unido en seguirme? En verdad os digo que está en él la raíz de la herejía.
-Pero…
-Pero es idólatra y vive en la herejía, desde hace siglos, bajo apariencia externa de fidelidad. Ya conocéis sus ídolos y sus herejías Los gentiles serán mejores. Por eso, Yo no los he excluido, y os digo que hagáis lo que Yo he hecho.
Esta será para vosotros una de las cosas más difíciles. Lo sé. Pero, traed a vuestra memoria a los profetas. Profetizan la vocación de los gentiles y la dureza de los judíos (Isaías 45, 14-17; 49, 5-6; 55, 5; 60: Jeremías 16, 19-21; Miqueas 4, 1-2; Sofonías 3, 9-10; Zacarías 8, 20-23. Y profetizan le dureza de los judíos; por ejemplo, en: Éxodo 32, 7-10; 33, 5; 34, 8; Deuteronomio 9, 1¬14; 31, 24-27; 2 Crónicas 30, 7-8; 36, 14-16; Jeremías 3, 6-25; 4, 1-4; 7, 21-28; Ezequiel 2, 3-8; 3, 4-9; 6, 11-14; 7, 15-27; 8,-11, 2¬12; 20; 22). ¿Qué razón tendríais para cerrar las puertas del Reino a los que me aman y se acercan a la Luz que su alma buscaba? ¿Los creéis más pecadores que vosotros porque hasta el momento no han conocido a Dios; porque han seguido su religión y la seguirán hasta que no se vean atraídos por la nuestra? No debéis hacerlo. Yo os digo que muchas veces son mejores que vosotros porque, teniendo una religión no santa, saben ser justos.

No faltan los justos en ninguna nación ni religión. Dios observa las obras de los hombres, no sus palabras. Y si ve que un gentil, por justicia de corazón, hace naturalmente lo que la Ley del Sinaí manda, ¿por qué debería considerarlo abyecto? ¿No es aún más meritorio el que un hombre que no conoce el mandato de Dios de no hacer esto o aquello porque está mal se imponga por sí mismo un imperativo de no hacer lo que su razón le dice que no es bueno y lo siga fielmente?… ¿no es esto mayor respecto al mérito relativo de aquel que, conociendo a Dios, fin del hombre, y conociendo la Ley, que permite conseguir este fin, haga continuos compromisos y cálculos para adecuar el imperativo perfecto a la voluntad corrompida? ¿Qué os parece? ¿Creéis que Dios aprecia las escapatorias que Israel ha puesto a la obediencia para no tener que sacrificar mucho su concupiscencia? ¿Qué os parece? ¿Creéis que cuando salga de este mundo un gentil, justo ante Dios por haber seguido la recta ley que su conciencia se impuso, Dios lo va a juzgar como demonio? Os digo que Dios juzgará las acciones de los hombres, y el Cristo, Juez de todas las gentes, premiará a aquellos en quienes el deseo del alma tuvo voz de íntima ley para llegar al fin último del hombre, que es unirse de nuevo con su Creador, con el Dios desconocido para los paganos pero sentido como verdadero y santo más allá del escenario pintado de los falsos Olimpos.
Es más, tened mucho cuidado de no ser vosotros escándalo para los gentiles. Ya demasiadas veces ha sido mancillado el nombre de Dios entre los gentiles por las obras de los hijos del pueblo de Dios. No intentéis creeros tesoreros absolutos de mis dones y méritos. Yo he muerto por judíos y gentiles. Mi Reino será de todas las gentes. No abuséis de la paciencia con que Dios os ha tratado hasta este momento diciéndoos a vosotros mismos: “A nosotros todo nos está permitido». No. Os lo digo. Ya no existe éste o aquel pueblo. Existe mi Pueblo. Y en él tienen el mismo valor los vasos que se han gastado en el servicio del Templo y los que ahora se colocan en las mesas de Dios. Es más, muchos vasos gastados en el servicio del Templo, pero no de Dios, serán arrinconados y, en vez de ellos, sobre el altar, serán colocados los que ahora no conocen ni incienso ni aceite ni vino ni bálsamo, pero están deseosos de llenarse de esto y de ser usados para la gloria de Dios.
No exijáis mucho a los gentiles. Basta con que tengan la fe y con que obedezcan a mi Palabra. Una nueva circuncisión toma el lugar de la antigua. De ahora en adelante, la circuncisión del hombre es la del corazón; la del espíritu, mejor aún que la del corazón; porque la sangre de los circuncisos, que significa purificación de aquella concupiscencia que excluyó a Adán de la filiación divina, ha quedado sustituida por mi Sangre purísima, la cual es válida en el circunciso y en el incircunciso en cuanto al cuerpo, con tal de que tenga mi Bautismo y de que renuncie a Satanás, al mundo y a la carne por amor a Mí. No despreciéis a los incircuncisos. Dios no despreció a Abraham, a quien, por su justicia y antes de que la circuncisión mordiera su carne, eligió como jefe de su Pueblo. Si Dios estableció contacto con Abraham (Génesis 12, 1-3.7) para transmitirle sus preceptos cuando era incircunciso vosotros podréis establecer contacto con los incircuncisos para instruirlos en la Ley del Señor. Considerad cuántos pecados han cometido y a qué pecado han llegado los circuncisos. No seáis, pues, intransigentes con los gentiles.
-¿Pero tenemos que decirles a ellos lo que Tú nos has enseñado? No comprenderán nada, porque no conocen la Ley.
-Vosotros lo decís. Pero, ¿acaso ha comprendido Israel, que conocía la Ley y los Profetas?
-Es verdad.
-De todas formas, estad atentos. Diréis lo que el Espíritu os sugiera que digáis, con toda exactitud, sin miedos, sin querer obrar por propia iniciativa. Y cuando de entre los fieles, surjan falsos profetas, los cuales manifestarán sus ideas como si fueran ideas inspiradas, y serán los herejes, pues combatid con medios más estables que la palabra sus doctrinas heréticas. Pero no os preocupéis. El Espíritu Santo os guiará. Yo nunca digo nada que no se cumpla.

¿Y qué vamos a hacer con los herejes?
-Combatid con todas las fuerzas la herejía en sí misma, pero tratad, con todos los medios, de convertir para el Señor a los herejes. No os canséis de buscar las ovejas descarriadas para conducirlas de nuevo al Redil. Orad, sufrid, incitad a orar y a sufrir, id pidiendo sacrificios y sufrimientos a los puros, a los buenos, a los generosos, porque con estas cosas se convierten los hermanos. La Pasión de Cristo continúa en los cristianos. No os he excluido de esta gran obra que es la Redención del mundo. Sois todos miembros de un único cuerpo. Ayudaos entre vosotros, y quien esté sano y sea fuerte que trabaje para los más débiles, y quien esté unido que extienda las manos y llame a los hermanos que están lejos.
-¿Pero los habrá, después de haber sido hermanos bajo un mismo techo?
-Los habrá.
-Y por qué?
-Por muchas razones. Llevarán todavía mi Nombre. Es más, se gloriarán de él. Trabajarán por extender el conocimiento de mi Nombre. Contribuirán a que Yo sea conocido hasta en los últimos confines de la Tierra. No se lo impidáis, porque os recuerdo que el que no está contra mí está de mi parte. Pero… ¡pobres hijos! Su trabajo será siempre parcial; sus méritos, siempre imperfectos. No podrán estar en mí si están separados de la Vid. Sus obras serán siempre incompletas. Vosotros -digo «vosotros» y hablo a los que os sucederán-id a donde estén ellos; no digáis farisaicamente: «No voy para no contaminarme», o perezosamente: «No voy porque ya hay quien predica al Señor», o temerosamente: «No voy para no ser repelido por ellos». Id. Id, os digo. A todas las gentes. Hasta los confines del mundo. Para que sea conocida toda mi Doctrina y mi única Iglesia, y las almas tengan la manera de entrar a formar parte de ella.

-¿Y diremos o escribiremos todas tus acciones?
-Os he dicho que el Espíritu Santo os aconsejará sobre lo que conviene decir o callar según los tiempos. Ya veis que todo lo que he realizado es creído o negado, y que algunas veces, blandido por manos que me odian, se toma como arma contra mí. Me han llamada Belcebú cuando, como Maestro y en presencia de todos, obraba milagros. ¿Qué dirán ahora, cuando sepan que tan sobrenaturalmente he obrado? Seré blasfemado más aún. Y vosotros seríais perseguidos antes de su momento. Por tanto, callad hasta que llegue la hora de hablar.
-¿Pero y si esa hora llegara cuando ya nosotros, testigos, hubiéramos muerto?
-En mi Iglesia habrá siempre sacerdotes, doctores, profetas, exorcistas, confesores, obradores de milagros, inspirados: todo lo que ella requiere para que las gentes reciban de ella lo necesario. El Cielo, la Iglesia triunfante, no dejará sola a la Iglesia docente, y ésta socorrerá a la Iglesia militante. No son tres cuerpos. Son un solo Cuerpo. No hay división entre ellas, sino comunión de amor y de fin: amar la Caridad; gozar de la Caridad en el Cielo, su Reino. Por eso, también la Iglesia militante deberá, con amor, aportar sufragios a la parte suya que, destinada ya a la triunfante, todavía se encuentra excluida de ésta por razón de la satisfactoria reparación de las faltas absueltas pero no expiadas enteramente ante la perfecta divina Justicia. En el Cuerpo místico todo debe hacerse en el amor y por amor, porque el amor es la sangre que por él circula. Socorred a los hermanos que purgan. De la misma manera que he dicho que las obras de misericordia corporales os conquistan un premio en el Cielo, también he dicho que os lo conquistan las espirituales. Y en verdad os digo que el sufragio para los difuntos, para que entren en la paz, es una gran obra de misericordia, por la cual Dios os bendecirá y os estarán agradecidos los beneficiarios del sufragio. Os digo que cuando, en el día de la resurrección de la carne, estéis todos congregados ante Cristo Juez, entre aquellos a quienes bendeciré estarán los que tuvieron amor por los hermanos purgantes ofreciendo y orando por su paz. Ninguna buena acción quedará sin fruto, y muchos resplandecerán vivamente en el Cielo sin haber predicado ni administrado ni realizado viajes apostólicos, sin haber abrazado especiales estados, sino solamente por haber orado y sufrido por dar paz a los purgantes, por llevar a la conversión a los mortales. También estas personas, sacerdotes a quienes el mundo desconoce, apóstoles desconocidos, víctimas que sólo Dios ve, recibirán el premio de los jornaleros del Señor, pues habrán hecho de su vida un perpetuo sacrificio de amor por los hermanos y por la gloria de Dios. En verdad os digo que a la vida eterna se llega por muchos caminos, y uno de ellos es éste, y muy apreciado por mi Corazón. ¿Tenéis alguna otra cosa que preguntar? Hablad.

-Señor, ayer, y no sólo ayer, pensábamos que habías dicho: «Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel». Pero ahora somos once…
-Elegid al duodécimo. Es tarea tuya, Pedro.
-¿Mía? ¡Mía no, Señor! Indícalo Tú.
-Yo elegí a mis Doce una vez, y los formé. Luego elegí a su cabeza. Luego les di la Gracia e infundí en ellos el Espíritu Santo. Ahora es tarea suya andar, porque ya no son lactantes incapaces de caminar.
-Pero dinos, al menos, dónde debemos poner nuestros ojos…
-Mirad, ésta es la parte selecta del rebaño -dice Jesús, señalando en círculo a los que, de los setenta y dos, están presentes.
-Nosotros no, Señor. Nosotros no. El puesto del traidor nos da miedo -suplican éstos.
-Tomamos a Lázaro. ¿Quieres, Señor?
Jesús calla.
-¿José de Arimatea? ¿Nicodemo?…
Jesús calla.
-¡Claro, Lázaro!
-¿Y al amigo perfecto queréis darle el lugar que vosotros no queréis? -dice Jesús.
-Señor, quisiera decir algo -dice el Zelote.
-Habla.
-Lázaro, por amor a ti, estoy seguro de ello, tomaría incluso ese lugar, y lo ocuparía de una manera tan perfecta, que haría olvidar de quién fue ese puesto. Pero, por otros motivos, no me parece conveniente hacerlo. Las virtudes espirituales de Lázaro están en muchos de entre los humildes de tu rebaño. Y creo que sería mejor dar a éstos la prioridad, para que los fieles no digan que se buscó sólo el poder y las riquezas –cosa de fariseos-, en vez de la virtud a secas.
-Bien has hablado, Simón; y más aún considerando que has hablado con justicia sin que la amistad con Lázaro te pusiera cortapisas.
-Pues hacemos a Margziam el apóstol duodécimo. Es ya un jovencito.
-Yo, para borrar ese vacío horrendo, aceptaría; pero no soy digno. ¿Cómo podría hablar yo, siendo sólo un jovencito, a un adulto? Señor, di si no tengo razón.
-Tienes razón. De todas formas, no tengáis prisa. Llegará el momento, y os asombraréis entonces de tener todos un pensamiento común. Orad, mientras tanto. Yo me marcho. Retiraos en oración. Me despido de vosotros por ahora. Y esmeraos en estar todos, para el decimocuarto de Ziv en Betania.
Se levanta. Y todos se arrodillan, se postran, rostro en tierra, entre la hierba. Los bendice. Entonces la luz -servidora suya que lo anuncia y precede cuando viene y lo envuelve cuando se marcha lo abraza y oculta, absorbiéndolo una vez más.

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