Las herramientas que Dios nos da para lidiar con nuestros pecados.
El que esté libre de pecados que tire la primera piedra dijo Jesús, en reconocimiento que todos somos pecadores.
Pero Él mismo nos dijo que podemos rehabilitarnos, aunque el pecado es dañino porque genera heridas, en Dios y en los otros, y tiene consecuencias para la vida eterna y nuestra vida en la Tierra.
Dios nos ha dado las herramientas para que Él perdone nuestros pecados y para que podamos superar con tranquilidad las consecuencias de lo que hemos hecho a otras personas, en nuestros trabajos, en nuestras vidas.
Aquí hablaremos sobre las herramientas que Dios nos ha dado para borrar de Su libro nuestros pecados y para lidiar con las secuelas de nuestros pecados ya perdonados.
Los pecados no sólo nos alejan de lo que Dios quiere, sino que tienen consecuencias negativas en la vida en la Tierra.
Causan problemas graves a nosotros y a los demás, creamos o no en Dios.
Por eso siempre ha existido la preocupación por determinar cuáles son las cosas que nos impiden pasar nuestra vida eterna en el Cielo y la gravedad de los pecados.
Pero existe la dificultad de catalogar la gravedad porque también interviene la intención.
Por ejemplo, mentir es un pecado grave, sin embargo alguien puede mentir para evitar los sentimientos de otro, en cuyo caso no se trataría de un pecado grave.
El cristianismo es la única religión que ha sabido lidiar con esto, porque nos da la posibilidad de comenzar de nuevo cada vez que caemos en pecado.
En esto radica el éxito de la moral cristiana.
Cada acto humano es irrevocable, deja una marca en la historia que no puede borrarse o deshacerse fácilmente.
Ninguna de las cosas buenas o malas que hacemos puede ocultarse porque son vistas por Dios.
Y tampoco pueden ocultarse permanentemente al público porque tienden a descubrirse.
De modo que nuestros actos tienen consecuencias, tanto en nuestro tiempo histórico como en la eternidad.
Pero la cultura cristiana ha sido una revolución para manejarlo, porque ha planteado que se puede cambiar el pasado por la gracia.
¿Y qué es la gracia?
La gracia es el regalo de Dios por el que el verdadero arrepentimiento y nuestra actitud de enmienda permiten borrar nuestros pecados.
O sea, eliminar la mancha del registro del libro de Dios y comenzar de nuevo.
La revelación completa de Dios, que comenzó con el Antiguo Testamento y siguió con la encarnación del hijo de Dios en el Nuevo Testamento, introdujo la cultura de la culpa y el perdón a un mundo que sólo conocía las culturas de la vergüenza y estigmatización.
Ambos tipos de cultura tienen reglas morales sobre cómo el hombre debe comportarse y enfoques con respecto a la mala conducta.
Pero en la cultura de la vergüenza y estigmatización, simbolizada por Grecia, lo que importa es lo que la sociedad piensa de ti, cómo los otros te ven.
La diferencia práctica se establece cuando en la cultura de la vergüenza y estigmatización te atrapan haciendo el mal.
Ahí se produce una mancha que acompaña a la persona a través del tiempo y que sólo puede borrarse cuando se desvanezca el recuerdo.
En cambio en la cultura de la culpa y el perdón, como es el cristianismo, se produce una distinción entre el hecho y entre el que hizo el hecho, entre el pecado y el pecador.
Por eso se centran en la expiación y el arrepentimiento, en la disculpa y el perdón.
O sea que hubo un acto malo, pero la mancha no se vuelve indeleble, hay un remedio para cambiar el pasado.
En las culturas de la vergüenza y estigmatización no hay salida, por lo tanto la presión es para no ser descubierto.
En cambio, cuando la sociedad acepta el arrepentimiento y la disculpa, hay más posibilidades de que haya un clima de mayor honestidad en la sociedad.
Facilitar que las personas se disculpen, que se arrepientan genuinamente y se esfuercen por no repetir la maldad, genera un clima de honestidad en toda la sociedad.
Por lo que debemos aprender a perdonar como enseña el cristianismo.
En el cristianismo, cuando reconocemos nuestra culpa ante Dios, esa culpa se elimina para siempre.
Dios borra nuestros pecados por toda la eternidad.
Y aquí en la Tierra tenemos una sucursal del tribunal divino, que es el confesionario.
Dónde resulta paradójico que no se condene por una falta a una persona que confiesa el delito.
Por eso el cristianismo es la religión del comenzar de nuevo.
Porque el arrepentimiento y la confesión producen la restauración y la resurrección, ya que el pecado nos había llevado a la muerte espiritual y cuando regresamos al Padre recibimos Su perdón, su misericordia y nos resucita por la Gracia.
Esta es la gran diferencia entonces entre la moral cristiana y la moral pagana.
El cristiano nunca pierde la esperanza, porque el arrepentimiento restaura todas las cosas a través del perdón.
El bautismo quita el pecado heredado de Adam, o sea el pecado original y cualquier pecado que personalmente cometimos antes del bautismo.
Y para los pecados cometidos después del bautismo se necesita el sacramento de la penitencia, confesión o reconciliación.
El poder de perdonar los pecados fue dado por Cristo a la Iglesia para que siguiera Su misión, porque Él ya no iba a estar visible en la Tierra.
Y este poder de perdonar y retener los pecados se transmite a los sucesores de los apóstoles.
El perdón de los pecados se logra si se reconoce que se ha pecado y hay intención de enmienda.
Y es la gran buena noticia de la misericordia de Dios que Jesucristo nos vino a entregar.
La mayoría de nosotros nos acercamos a la confesión buscando el perdón de los pecados y el alivio de una conciencia culpable.
Allí el penitente recupera la gracia por la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
Por el pecado mortal nos condenamos al infierno y a través de la confesión, Dios nos perdona este castigo.
El «yo te absuelvo» además da paz, serenidad de conciencia y consuelo espiritual, incluso si no es sentido en el momento.
Y otorga fuerzas espirituales para el combate, fortaleciéndonos para superar los vicios con virtud.
Sin embargo, quien está en el camino de la fe sabe que no es tan simple la curación de los pecados.
Que el perdón sacramental por la confesión no borra todo.
No elimina las consecuencias en la Tierra de nuestros pecados, no repara las relaciones ni nos hace tener la tranquilidad de que «aquí no pasó nada».
Tal vez has examinado tu conciencia, confesaste tus pecados, has solicitado ser perdonado, fuiste absuelto, y sin embargo, esos pecados simplemente parecen estar dando vueltas y parecen afectar a tu familia y tu vida.
¿Por qué se siente como que todavía estoy siendo castigado?
Seguramente el demonio actúa para que otros no te perdonen y magnifiquen las consecuencias del pecado, o para que tú mismo lo hagas.
E incluso puede haber consecuencias económicas y legales por los pecados que cometiste.
Por lo que debemos pensar que la absolución de los pecados no cambia totalmente la realidad y sus consecuencias puede ser que nos sigan persiguiendo por mucho tiempo.
Tal vez fuiste a un lugar que no deberías, visto algo que no debías, hacer cosas a tu familia y a otras personas que no debías haber hecho, y cosas en el trabajo que incluso hubieran sido castigadas si salían a la luz.
Y en la mayoría de las veces no viste una consecuencia inmediata de esos pecados.
Dios podría haber hecho que pagaras los platos rotos en ese mismo momento, pero Él te dejó seguir adelante muchas veces, por eso no lo notamos.
Nos gusta pensar que cuando lo confesamos hemos tirado lejos el pecado o que simplemente se evaporó, pero no es así.
Hay un precio a pagar por las consecuencias de los pecados en la Tierra y en algún momento lo hacemos.
No pecamos en un vacío y los pecados no se evaporan cuando el sacerdote nos da la absolución en el confesionario.
A menudo olvidamos o esperamos no tener que hacer frente a las consecuencias desagradables de lo que hemos hecho con nuestras familias, en el trabajo, con nuestras vidas en general.
Entonces, ¿qué podemos hacer acerca de las consecuencias en la Tierra de nuestros propios pecados?
En primer lugar, debemos comprender lo que hacen los pecados y su pregnancia.
Y no estar molestos con Dios por la forma en que, naturalmente, nos deja con la consecuencia sociales, económicas y legales de nuestros pecados, a pesar de ser perdonados.
Obviamente debemos confesar los pecados con espíritu de arrepentimiento y tal vez preguntar al confesor lo que se puede hacer para que se ablanden las consecuencias.
Es necesario reconocer los pecados y pedir disculpas y perdón a otras personas.
Tal vez haya reparaciones que hacer, como pagar dinero por ejemplo.
Tal vez un corazón roto pueda empezar a sanar demostrando amor humilde y consolador.
Lo más difícil es recomponer las relaciones, porque pudiera suceder que la persona que recibió la consecuencia de nuestro pecado haya quedado tan herida que no admita la recomposición.
Prima en ella la cultura de la estigmatización, antes que la cultura del perdón.
Y en estos casos, hay que comprender lo que sucede en la relación y orar por la otra persona y por la recomposición de la relación.
Dios puede lograr maravillas si se lo pedimos con fe y perseverancia.
Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre que Dios borra los pecados en la confesión, que es lo primero, y que luego debemos lidiar con las consecuencias de esos pecados en nuestra vida ordinaria en la Tierra.
Y me gustaría preguntarte si te ha sucedido que has logrado el perdón de Dios por los pecados pero que las consecuencias materiales de tus pecados aún siguen afectándote.
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