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A María Auxiliadora DEVOCIONES Y ORACIONES

15 minutos con Maria Auxiliadora

¡María! ¡María! ¡Dulcísima María, Madre querida y poderosa Auxiliadora mía! Aquí me tienes; tu voz maternal ha dado nuevos bríos a mi alma y anhelosa vengo a tu soberana presencia…

Estréchame cariñosa entre tus brazos… deja que yo recline mi cansada frente sobre tu pecho y que deposite en él mis tristes gemidos y amargas cuitas, en íntima confidencia contigo, lejos del ruido y bullicio del mundo, de ese mundo que sólo deja desengaños y pesares.

Mírame compasiva… estoy triste, Madre, bien lo sabes, nada me alegra ni me distrae, me hallo enteramente turbada y llena de temor…

Abrumada bajo el peso de la aflicción, sobrecogida de espanto, busco un hueco para ocultarme, como la tímida paloma perseguida por el cazador… y ese hueco, ese asilo bendito, ese lugar de refugio es,

¡oh Madre Augusta! tu corazón.

A ti me acerco llena de confianza… no me deseches ni me niegues tus piedades. Bien comprendo que no las merezco por mis muchas infidelidades; dignas de tus bondades son las almas santas e inocentes que saben imitarte y a las cuales yo tanto envidio sinceramente, mas Tú eres la esperanza y el consuelo, por eso vengo sin temor.

¡Madre mía! Permite que yo no toque, sino que abra de par en par la puerta de tu corazón tan bueno y entre de lleno en él pues vengo cansada y sé que Tú no sabes negarte al que afligido viene a postrarse a tus pies.

¡Virgen Madre! Tu trono se levanta precisamente donde hay dolores que calmar, miserias que remediar, lágrimas que enjugar y tristezas que consolar… por eso, levantándome del profundo caos de mis miserias en que me encuentro sumergida imitando al Pródigo del Evangelio, digo también:

Me levantaré e iré a mi dulce Madre y le diré: ¡Madre buena, aquí está tu hija que te busca! perdona si en algo te he sido infiel, soy tu pobre hija que llora, aquí me tienes aunque indigna a tus favores… te pertenezco y no me separaré de Ti, hasta no llevar en mi pecho el suave bálsamo del consuelo y del perdón.

¿Me abandonarás dulce María? ¿No herirán tus oídos mis clamores? ¡Oh, no! tu apacible rostro ensancha mi confianza, tus castos ojos me miran compasivamente disipando las densas nubes de mi espíritu y de mi abatimiento y zozobra desaparecen con tu materna sonrisa.

Si majestuosa empuñas tu cetro en señal de poder, como eres mi Madre, es tan sólo para manifestarme que eres la dispensadora de las gracias y mercedes del cielo para derramarlas con abundancia sobre esta tu pobre hija que sólo desea amarte y agradecerte.

¡Oh sí! Tú eres el Océano, Madre, y yo el imperceptible grano de arena arrojado en él… Tú eres el rocío y yo la pobre flor mustia y marchita que necesita de Ti para volver a la vida. Que nada me distraiga, que nadie me busque… Yo estoy perdida en el mar inmenso de tu bondad, estoy escondida en el seno misterioso de mi bendita Madre.

Reina mía, confiando en tu Auxilio bondadoso y tierno quiero hablarte con la confianza del niño… quiero acariciarte, quiero llorar contigo… traer a mi memoria dulces recuerdos… derramar mi alma en tu presencia para pedirte gracias, arráncame, en una palabra el corazón para regalártelo en prenda de mi amor.

Escucha pues, tierna María, mi dulce Auxiliadora, una a una todas mis palabras y deja que cual bordo de fuego penetre en tu corazón, porque quiero conmoverte… quiero rendirlo y quiero en fin que tu Jesús, que tan amable abre sus bracitos sonriendo con dulzura, repita en mi favor nuevamente aquella consoladora palabra que alienta al desvalido y hace temblar al demonio: «He aquí a tu Madre, he aquí a tu hija».

Sí, aquí estoy… aquí está tu pobre hija a quien has amado y amas aún con predilección y que te pertenece por todos títulos… la que descansó en tus brazos antes de reposar en el regazo maternal… la que probó tus caricias mucho antes que los maternos besos… ¿lo recuerdas?

Yo dormí en tu seno el dulce sueño de la inocencia, viví tranquila bajo tu manto sin conocer ni sospechas siquiera los escollos de la vida, amándote con ardor y gozando de tus caricias con las quepreparaste mi alma y corazón para los rudos ataques de mis enemigos y sinsabores de la vida.

Tu mano salvadora no sólo me apartó del abismo en que tantas almas han perecido sino que me regaló con gracias particularísimas y especiales dones, que reserves tan sólo para tus amados.

Todo… todo lo confieso para mayor gloria tuya y quisiera tener mil lenguas para cantar tus alabanzas digna y elocuentemente en fervorosos y tiernos himnos de santa gratitud.

¡Ah cuando me hallo cercada de tinieblas y sombras de muerte, sobrecogida de angustioso quebranto… cuando mi corazón tiembla ante la presencia del dolor, este pensamiento dulcísimo de tus tiernas muestras de predilección viene a ser el rayo luminoso que hace surgir mi frente dándome alas para remontarme hasta lo infinito…

¡Oh recuerdo consolador! ¡Bendito seas! Eres la escala por la cual subo hasta el trono de la clemencia y del amor santo y verdadero.

Mas ¡ay!… pronto pasaron de aquella alma los días de encanto… con la velocidad del relámpago se disiparon mis goces infantiles y llegó para mí la hora del desamparo… Madre, no puedo soportar su peso…

Siento quebrantar al mismo tiempo todas mis fuerzas interiores y necesito que tu mano me sostenga para no sucumbir en la lucha…

Ansiosa te busco como el pobre náufrago busca su tabla salvadora…
Levanto a Ti mis ojos y mi pesada frente como el marino en busca de la estrella que debe señalarle el puerto. Me siento como abandonada, semejante a una nave sin piloto a merced del oleaje tempestuoso e incesante…

¡Tengo miedo! mucho miedo de perecer, entre las turbias ondas del agitado mar del pecado… Tengo miedo de la justicia divina a quien soy deudora de tantas y tan especialísimas gracias… pero sobre todo tengo miedo… ¡Oh no quisiera ni decirlo… tengo miedo de serte ingrata, abandonándote algún día y olvidando tus ternuras, pagarlas con ingratitud!

¡Jamás lo permitas, Reina mía! Haz que viva siempre unida a Ti, como la débil yedra vive asida fuertemente a la robusta encina defendiéndose del furioso huracán… ¿Qué sería de ésta tu hija? ¡Oh Madre! ¿sin Ti?

Mil enemigos me acechan redoblando a cada paso sus infernales astucias… acosada me siento por todas partes y si Tú no me amparas, ¿quién se dolerá de mí?
No me alejes, por piedad, sálvame… muestra que eres mi Madre Auxiliadora; olvida por piedad las veces que te he contristado, reduce a polvo mis pecados, lávame con tus lágrimas y límpiame más y más.

Tus brazos son el trono de la misericordia, en ellos descansa tu Jesús… sujétame entre ellos para que no haga uso de la justicia contra mí… dile que acepto el dolor que redime si Tú me lo envías, que venga, si es preciso, el sufrimiento aun cuando mi pobre carne tiemble ante él, con tal que mi alma se torne blanca como la nieve.

Sí, dile a tu amado hijo que yo quiero desagraviar para alcanzar su clemencia, dile que eche un velo sobre mis faltas y miserias y que olvide para siempre lo mala que he sido… ¡María! de mi vida no resta más que la última etapa… mis ensangrentadas huellas van marcando mis pasos en la senda escabrosa de la vida que está por cortarse… mi cansado corazón late aún, sí, porque Tú les das vida y aliento, pero derrama las últimas lágrimas que manan de él cual candente lava.

Terminará mi existencia y ¿qué será de mí, si mi Auxiliadora no viene en ese momento terrible? ¿A quién volveré mis ojos si te alejas en ese instante?

La gracia que te he pedido y tanto deseo para mi agonía, es grandísima y no la merezco, pero la espero con plena confianza y tu sonrisa me alentará. Estoy segura de que aun cuando el demonio ruja a mi derredor, preparando su último asalto, tu mano maternal me acariciará y con sin par solicitud me prodigará los últimos consuelos en mi despedida de este triste valle de lágrimas.

Esto lo sé cierto, lo siento en mí y no fallará mi esperanza… ni un momento lo dudo.
Los ángeles santos, al ver las ternuras de que seré objeto en el terrible trance exclamarán también enternecidos: «Mirad cómo la ama nuestra Reina».
Esta es la gracia de las gracias, mi último anhelo, mi petición suprema.

Haz ¡oh Madre mía! que tu dulcísimo nombre, que fue la primera palabra que supieron balbucir mis infantiles labios entre las caricias de mi buena madre, sea también la última expresión que suavice y endulce mi sedienta boca al entregar mi alma.

¡Madre!… que mi tránsito sea el postrer tributo de mi amor hacia Ti… que sea la última nota de mis cantos que tantas veces se elevaron en tu loor y el ósculo moribundo que te envíe sea el preludio de mi eterna e íntima unión con la Majestad divina y contigo, ¡oh mi dulce, mi santa y tierna MadreAuxiliadora…!

 

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Oraciones a María Auxiliadora

ORACIÓN DE SÚPLICA

Santísima Virgen, Madre de Dios, yo aunque indigno pecador postrado a vuestros pies en presencia de Dios omnipotente os ofrezco este mi corazón con todos sus afectos. A vos lo consagro y quiero que sea siempre vuestro y de vuestro hijo Jesús.
Aceptad esta humilde oferta vos que siempre habéis sido la auxiliadora del pueblo cristiano.
Oh María, refugio de los atribulados, consuelo de los afligidos, ten compasión de la pena que tanto me aflige, del apuro extremo en que me encuentro.
Reina de los cielos, en vuestras manos pongo mi causa. Se bien que en los casos desesperados se muestra más potente vuestra misericordia y nada puede resistir a vuestro poder. Alcanzadme Madre mía la gracia que os pido si es del agrado de mi Dios y Señor. Amén.

 

ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN

¡Oh Santísima e Inmaculada Virgen María, tiernísima Madre nuestra y poderoso Auxilio de los Cristianos! Nosotros nos consagramos enteramente a tu dulce amor y a tu santo servicio. Te consagramos la mente con sus pensamientos, el corazón con sus afectos, el cuerpo con sus sentidos y con todas sus fuerzas, y prometemos obrar siempre para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.
Tú, pues, ¡oh Virgen incomparable! que fuiste siempre Auxilio del Pueblo Cristiano, continúa, por piedad, siéndolo especialmente en estos días. Humilla a los enemigos de nuestra religión y frustra sus perversas intenciones. Ilumina y fortifica a los obispos y sacerdotes y tenlos siempre unidos y obedientes al Papa, maestro infalible; preserva de la irreligión y del vicio a la incauta juventud; promueve las vocaciones y aumenta el número de los ministros, a fin de que, por medio de ellos, el reino de Jesucristo se conserve entre nosotros y se extienda hasta los últimos confines de la tierra.
Te suplicamos ¡oh dulcísima Madre! que no apartes nunca tu piadosa mirada de la incauta juventud expuesta a tantos peligros, de los pobres pecadores y moribundos y de las almas del Purgatorio: sé para todos ¡oh María! dulce Esperanza, Madre de Misericordia y Puerta del Cielo.
Te suplicamos, gran Madre de Dios, que nos enseñes a imitar tus virtudes, particularmente la angelical modestia, la humildad profunda y la ardiente caridad, a fin de que, por cuanto es posible, con tu presencia, con nuestras palabras y con nuestro ejemplo, representemos, en medio del mundo, a tu Hijo, Jesús, logremos que te conozcan y amen y podamos, llegar a salvar muchas almas.
Haz, ¡oh María Auxiliadora! que todos permanezcamos reunidos bajo tu maternal manto; haz que en las tentaciones te invoquemos con toda confianza; y en fin, el pensamiento de que eres tan buena, tan amable y tan amada, el recuerdo del amor que tienes a tus devotos, nos aliente de tal modo, que salgamos victoriosos contra el enemigo de nuestra alma, en la vida y en la muerte, para que podamos formarte una corona en el Paraíso. Así sea.

 

OFRECIMIENTO

Enséñame, oh María Auxiliadora, a ser dulce y bueno en todos los acontecimientos de mi vida; en los desengaños, en el descuido de otros, en la falta de sinceridad de aquellos en quienes creí, en la deslealtad de aquellos en quienes confié.
Ayúdame a olvidarme de mí mismo para pensar en la felicidad de otros; a ocultar mis pequeños sufrimientos de tal modo que sea yo el único que los padezca.
Enséñame a sacar provecho de ellos, a usarlos de tal modo que me suavicen, no me endurezcan ni me amarguen; que me hagan paciente y no irritable; que me hagan amplio en mi clemencia y no estrecho y despótico. Que nadie sea menos bueno, menos sincero, menos amable, menos noble, menos santo por haber sido mi compañero de viaje en el camino hacia la vida eterna. Amén.

 

ORACIÓN ESCRITA POR DON BOSCO

¡Oh María! Virgen Poderosa:
Tú, la grande e ilustre defensora de la Iglesia;
Tú, Auxiliadora admirable de los cristianos,
¡oh Madre!, defiéndenos en nuestras angustias,
en nuestras luchas y en nuestras necesidades;
líbranos del enemigo
y en la hora de la muerte llévanos al Cielo.
Amén.

 

BENDICIÓN DE MARÍA AUXILIADORA

(con esta bendición, Don Bosco invocó y obtuvo
la protección de la Virgen en incontables ocasiones)

-Nuestro auxilio nos viene del Señor.
-Que hizo el cielo y la tierra.
(rezar un Ave María)
-Bajo tu amparo nos refugiamos,
Santa Madre de Dios,
no desatiendas las súplicas que te dirigimos
en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos de todo peligro,
Virgen gloriosa y bendita.
-María Auxilio de los cristianos.
-Ruega por nosotros.
-Señor, escucha nuestra oración
-Y llegue a ti nuestro clamor.
-Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, con la ayuda
del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma
de María, la Virgen Madre, para ser digna morada
de tu Hijo; al recordarla con alegría, líbranos
por su intercesión de los males presentes y de la muerte eterna. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
-Amén.
-La bendición de Dios Topoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
Descienda cobre nosotros y permanezca para siempre.
-Amén.

 

ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS POR INTERMEDIO DE MARÍA AUXILIADORA

Auxilio de los cristianos,
Refugio de los desamparados y afligidos,
Hija predilecta del Eterno Padre,
Esposa amorosa del Santo Espíritu,
Madre del Verbo Encarnado:
hoy venimos ante ti para agradecer
las innumerables gracias y beneficios
que Dios nos ha otorgado
por tu poderos intersección.
de la nada hemos sido llamados a la vida,
y nacimos en un hogar cristiano
donde aprendimos a pronunciar tu dulce nombre.
Hemos sido sostenidos en la existencia
hasta el día de hoy y conservamos la fe.
Nos hemos sentido amados por Dios
y perdonado una y mil veces.
Hemos experimentado tu protección y amparo
Y no dudamos en llamarte Auxiliadora y Madre nuestra
¿con qué compararemos semejante gracia?
Todas nuestras palabras, todos nuestro actos,
son pocos ante la magnitud de la gracia divina;
se tú nuestra representante ante Dios,
nadie mejor que tú para entendernos
y presentar nuestra gratitud
al Autor de todo bien,
a quien sea el honor y la gloria,
por los siglos de los siglos. Amén.

 
 

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Novenas a María Auxiliadora

El papa Pio VII volvió triunfante a Roma el 24 de mayo de 1814 luego de la derrota de Napoleón, quien lo tuvo preso durante varios años.

La novena comienza el 15 de mayo.

En memoria de su liberación, el papa Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios, cumpliendo así su promesa de decretar una nueva fiesta católica si era liberado de la prisión.

El emperador Napoleón, llevado por la ambición y el orgullo, se atrevió a encarcelar al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas.

El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: «Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica».

Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: «Las excomuniones del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados», vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres.

Y al volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a acabar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.


NOVENA CORTA

V. Virgen Sacratísima, dígnate permitirme que te alabe.
R. Dame fortaleza contra tus enemigos.

ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

Oh Dios Todopoderoso y Misericordioso, que en defensa del pueblo cristiano estableciste admirablemente en la Beatísima Virgen María un perpetuo auxilio; concédenos propicio, que fortalecidos con tal protección, luchando en esta vida podamos en la muerte, conseguir victoria del enemigo maligno, por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Tres Avemarías, Gloria y la jaculatoria:
María Auxilio de los Cristianos, Ruega por nosotros.

Rezar a continuación la oración del día que corresponda:

DÍA PRIMERO
¡Oh, María, poderoso Auxilio de los Cristianos que confiados de tu misericordia, acuden a tu trono lleno de confianza! Oye los ruegos de tus hijos que suplicantes imploramos tu poderoso patrocinio, para poder huir del pecado y de las ocasiones de pecar. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA SEGUNDO
¡Oh, María Santísima, Madre de bondad y de misericordia! tú que siempre libraste al pueblo cristiano, con tu poderoso patrocinio, de los asaltos e insidias del enemigo, protege nuestras almas, te lo suplicamos, de las acometidas del demonio, del mundo y de la carne, para que alcancemos completa victoria sobre los enemigos de nuestra salvación. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA TERCERO
¡Oh, poderosísima Reina del Cielo, que sola triunfaste de las herejías, que intentaron arrancar a tantos hijos del regazo de nuestra Madre la Iglesia! Ayúdanos ¡oh María! a guardar firme nuestra fe y puros nuestros corazones, en medio de tantas insidias para no contaminarnos con el veneno de tantas perversas doctrinas. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA CUARTO
¡Oh dulcísima Madre nuestra María, tú que eres Reina de los Mártires por los heroicos actos de valor y fortaleza que practicaste en la tierra! Dígnate infundir en nuestro corazón la fuerza necesaria para mantenernos constantes en tu servicio para que, venciendo todo respeto humano cumplamos sin rubor nuestros deberes religiosos y nos comportemos siempre como devotos hijos tuyos hasta la muerte. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA QUINTO
Querida Madre mía, tú que en el triunfo del Papa Pío VII mostraste tu eficaz patrocinio, desplegaste tu manto protector sobre toda la Iglesia y especialmente sobre su augusto jefe el Sumo Pontífice, defiéndelo en todo momento de los ataques de los enemigos, líbralo de las aflicciones, asístelo siempre para que pueda dirigir al puerto de salvación la navecilla de San Pedro, triunfando de las oleadas embravecidas que amenazan de sumergirla. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA SEXTO
¡Oh, María, Reina de los Apóstoles! toma bajo tu protección a los sagrados ministros y todos los fieles de la Iglesia Católica: alcánzales espíritu de unión, de perfecta obediencia al Romano Pontífice, y de celo ferviente por la salvación de las almas; especialmente te suplicamos extiendas tu amorosa asistencia sobre los misioneros, para que consigan atraer a la verdadera fe de Jesucristo a todas las almas, para formar del mundo entero un solo Rebaño bajo la guía de un solo Pastor. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA SÉPTIMO
No seas, Madre de misericordia, insensible a los dolores de la Iglesia menospreciada en su doctrina y en sus Sacramentos. No permitas sea derramada en balde la sangre preciosísima de tu divino Hijo, ilumina a los ciegos que la persiguen, fortalece a los débiles que no la defienden. Brille ¡oh María! tu poder sobre la tierra; sea glorificada y acatada la religión, observada la ley divina y eclesiástica, para que todos te alaben y alcance la humanidad los goces eternos. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA OCTAVO
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra amantísima, de Ti se ha dicho: todo poder se le ha dado en la tierra y en el cielo; te presentas al trono del Altísimo, no como quien pide, sino como quien manda, a Ti clamamos desde el abismo de nuestras miserias, aleja de nosotros todo mal; bajo tu protección ponemos nuestros bienes, nuestros corazones, almas, potencias, sentidos, vida y todo lo que tenemos; sé nuestro amparo y nuestra defensa durante toda la vida. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA NOVENO
¡Oh, piadosísima Madre!, Tú que en todo tiempo te mostraste verdaderamente la Auxiliadora de los cristianos asístenos con tu poderosísimo patrocinio en vida y especialmente en el terrible trance de la muerte, y alcánzanos la perseverancia final. ¡Ah! no nos dejes un solo instante hasta que felices cantemos tus glorias y las misericordias de tu Hijo en el cielo, por los siglos de los siglos. Tres Avemarías y Gloria. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS
Invocación. ¡Oh María! Virgen poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia… Singular Auxilio de los Cristianos, terrible como un ejército ordenado en batalla… Tú sola has triunfado en todas las herejías del mundo. ¡Oh Madre!, en nuestras angustias, en nuestras luchas, en nuestros apuros, líbranos del enemigo, y en la hora de nuestra muerte, llévanos al Paraíso. Amén.

Súplica a María Auxiliadora. Necesitando un favor especial, y confiando en tu bondad, a Ti recurro, poderoso Auxilio de los Cristianos. Conocedor de las innumerables gracias que diariamente concedes a tus devotos, he puesto siempre en Ti toda mi confianza; y hoy, humildemente postrado a tus plantas, te suplico, con todo el fervor de mi alma, remedies mi necesidad… (pídase aquí la gracia que se desea obtener). Bien sé, Madre querida que yo no merezco nada; y aún temo que mis culpas sean un obstáculo a tu bondad. Mas Tú puedes, dulcísima Señora, sacarme de este lastimoso estado y hacer que sirva con fidelidad a Ti y a tu divino Hijo, a fin de que yo también pueda experimentar la maravillosa eficacia de tu santo Auxilio.



NOVENA A MARÍA AUXILIADORA (Recomendada por San Juan Bosco)

San Juan Bosco decía «Tened mucha fe en Jesús Sacramentado y en María Auxiliadora y estad persuadidos de que la Virgen no dejará de cumplir plenamente vuestros deseos, si han de ser para la gloria de Dios y bien de vuestras almas. De lo contrario, os concederá otras gracia iguales o mayores».

1º Rezar, durante nueve días seguidos, tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias con la siguiente jaculatoria:

«Sea alabado y reverenciado en todo momento el Santísimo y Divinísimo Sacramento»
y luego tres Salves con la jaculatoria:
«María Auxilio de los Cristianos, ruega por nosotros».

2º Recibir los Santos Sacramentos de Confesión y Comunión.

3º Hacer o prometer una limosna en favor de las obras de apostolado de la Iglesia o de las obras salesianas.


NOVENA DE LA CONFIANZA

Madre mía de mi vida,
auxilio de los cristianos,
la pena que me atormenta,
pongo en tus benditas manos.
(Ave María)

Tú que sabes mis secretos,
pues todos te los confío,
da la paz a los turbados
y alivio al corazón mío.
(Ave María)

Y aunque tu amor no merezco,
nadie recurre a Ti en vano,
pues eres Madre de Dios
y Auxilio de los cristianos.
(Ave María)

Finalmente, se reza la oración de San Bernardo:

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María! que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes! Y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, ¡oh Madre de Dios!, mis humildes súplicas, antes bien, inclinad a ellas vuestros oídos y dignaos atenderlas favorablemente.


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