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¡El Juicio de Dios sobre el Vaticano! Las Profecías de Don Bosco sobre el Destino de Roma

Lo que sucederá durante la Gran Tribulación y el auxilio de la Virgen María.

Lo que sucederá en la 3era Guerra Mundial, si al final es permitida, será un castigo de Dios.

Nuestra Señora dijo en Fátima que las guerras son un castigo dejado pasar por Él.

Por lo tanto, las destrucciones y las preservaciones, no serán al azar ni seguirán los vaivenes humanos de la guerra, sino que seguirán órdenes sobrenaturales.

Dios permitirá que algunas ciudades y personas se destruyan y otras se preserven, de acuerdo a cómo pretende purificar el mundo.

¿Y qué sucederá con Roma que es el asiento de la Iglesia que Él fundó?

Que tiene tanto poder espiritual.

Y muestra signos mixtos de grandes obras de evangelización y grandes pecados en muchos de sus integrantes.

Don Bosco tuvo visiones de 4 destrucciones sucesivas de Roma.

Pero como las profecías son condicionales, tal vez la Santísima Virgen intervenga como lo hizo en la 2da Guerra Mundial.

Aquí hablaremos de las profecías de Don Bosco sobre la destrucción de Roma en la Gran Tribulación.

Y contaremos la impresionante historia de la intercesión de Nuestra Señora para que no se destruyera en la 2da Guerra Mundial. 

La mística María Julia Jahenny dijo que durante la 3era Guerra Mundial Rusia no atravesará los Pirineos ni llegará a España.

Porque será detenida por el Gran Monarca Francés.

A este Gran Monarca le llama Enrique de la Cruz.

Y según Xavier Reyes-Ayral ya se está preparando en oración.

Pero sí habrá en España una invasión islámica por el mar, que durará 40 días. 

En el caso de Francia, París será totalmente destruida.

Y Marsella quedará anegada por el agua cuando ocurra un gran maremoto.

¿Consecuencia de una bomba nuclear en el Mediterráneo, un cambio en el eje de la Tierra como se sugiere en Fátima, un fenómeno astronómico como sugiere la Misión Io-Eros? No sabemos.

Y habrá catástrofes naturales tremendas en Italia, invasiones desde el este por los rusos y desde el sur por los islamistas, que harán que el Papa huya. 

Y luego el Gran Monarca jugará un papel importante en la restauración del pontificado imponiendo al Papa Angélico.

Y Don Bosco tuvo una visión sobre el futuro de la Ciudad de las Siete Colinas, Roma, y la Tierra de la Bota, Italia. 

Y se la envió a Pío IX en 1870. 

En ese mismo año 1870, en que tuvo lugar la toma de Roma y la destrucción del Estado Pontificio, después de más de 1000 años de existencia.

En el sueño, Don Bosco recibe de Dios un juicio sobre Italia diciendo:

“Y tú, Tierra de la Bota, tierra de bendiciones, ¿quién te ha sumido en la desolación?

No digas tus enemigos, sino tus amigos.

¿No has visto que tus hijos piden el pan de la fe y no encuentran quien se lo parta?

¿Qué haré Yo?

Golpearé a los pastores, dispersaré el rebaño, para que los que se sientan en la cátedra busquen buenos pastos, y el rebaño escuche mansamente y se apaciente.

Pero sobre el rebaño y sobre los pastores pesará Mi Mano: el hambre, la peste, la guerra, harán llorar a las madres, por la sangre de sus hijos y los mártires muertos en tierras enemigas”.

Luego recibe un juicio sobre Roma:

“Y, de ti, oh Ciudad de las Siete Colinas, ¿qué será?

¡Ciudad ingrata, afeminada, orgullosa!

Has llegado a tal punto que no buscas otra cosa, ni admiras otra cosa en tu Soberano, que el lujo, olvidando que tu Gloria y la Suya están en el Gólgota. 

Ahora eres vieja, decadente, desvalida, despojada; sin embargo, con tu palabra servil haces temblar al mundo”.

Y entonces enumera una secuencia de 4 castigos:

“Ciudad de las Siete Colinas, vendré cuatro veces a ti.

En la primera heriré tus tierras y a sus habitantes. 

En la segunda, llevaré la matanza y el exterminio a tus murallas. ¿Aún no abres el ojo? 

En la tercera vendré, derribaré las defensas y a los defensores, y al mandato del Padre sucederá el reino del terror, del miedo y de la desolación.

Pero Mis sabios huyen, Mi Ley sigue siendo pisoteada, por eso vendrá una cuarta visitación.

¡Ay de ti si Mi Ley es todavía un nombre vano para ti!.

Tu sangre y la sangre de tus hijos lavarán las manchas que hagas a la Ley de Tu Dios”.

Recapitulando entonces, las cuatro visitas o castigos a Roma serán por orden cronológico:

1ª Visita: algún desastre que dañará seriamente a los habitantes de Roma.

2ª Visita: una invasión militar contra Italia que llegará hasta la capital.

3ª Visita: derrota de Roma y su conversión en sede del anticristo.

4ª Visita: desaparición de «la ciudad eterna».

Y finalmente la profecía de Don Bosco hace un llamado a los sacerdotes recordándoles acudir al poder de la Santísima Virgen:

“Vosotros, oh sacerdotes, ¿por qué no corréis y gritáis entre el vestíbulo y el altar, invocando la suspensión de los azotes?

¿Por qué no tomáis el escudo de la fe y salís a los tejados, a las casas, a las calles, a las plazas, a todos los lugares, incluso a los inaccesibles, para llevar la semilla de Mi Palabra?

¿No sabéis que ésta es la terrible espada de dos filos que derriba a Mis enemigos y quebranta la ira de Dios y de los hombres?

Estas cosas deben venir inexorablemente una tras otra. 

Pero la Reina Augusta del Cielo está presente. 

El poder del Señor está en Sus manos; dispersa a Sus enemigos como la niebla. 

Ella viste al Venerable Anciano con todas sus antiguas vestiduras”.

Y ahora entonces, déjame contarte la vez que Nuestra Señora salvó a Roma en la 2da Guerra Mundial.

En 1944 la longeva historia de Roma parecía haber llegado inexorablemente a su fin.

La ciudad vivía ocupada por fuerzas alemanas desde septiembre de 1943.

A unos kilómetros de la ciudad, 650 cañones del Ejército Inglés comenzaron un bombardeo. 

Dispuestos a ofrecer férrea resistencia, los alemanes habían instalado poderosas cargas de explosivos en todos los puentes que cruzaban el Tíber, para destruirlos en el caso que tuvieran que batirse en retirada.

Y en los principales lugares de la ciudad.

Mientras el general británico Harold George Alexander decidió lanzar sus dos mil carros de combate al asalto de la ciudad.

Con la tragedia en puerta, Pío XII invitó al pueblo a hacer un voto pidiendo que la ciudad fuera salvada de la destrucción.

Peregrinó entonces por varias iglesias de Roma la milagrosa imagen de Nuestra Señora del Divino Amor, muy venerada por los romanos desde el siglo XII.

El amenazador día 4 de junio, en la Iglesia de San Ignacio de Loyola, millares de romanos fueron a implorar la protección de la Madre de Dios.

Pío XII ordenó la lectura del solemne voto por el cual el pueblo de Roma prometía “corregir y mejorar su conducta moral, para hacer su vida más conforme a la de Nuestro Señor Jesucristo”.

Y construir un nuevo santuario e iniciar una obra de caridad en su honor.

Y casi al mismo tiempo, un misterioso mensaje de Hitler canceló la orden de resistencia y el ejército alemán se retiró de la ciudad.

A la que entraron poco después las Fuerzas Aliadas en medio de los vítores de una multitud desbordante de alegría.

Semejante desenlace fue tan sorpresivo, que el mismo primer ministro británico, Winston Churchill, afirmó: “La conquista de Roma se dio de un modo ajeno a toda previsión”.

Y L’Osservatore Romano dijo: “Clarísimo el prodigio, y tanto más sorprendente cuanto las circunstancias humanas parecían opuestas”.

Una semana después, Pío XII se reunió con los fieles para una oración de gratitud.

Ocasión en la cual dio a Nuestra Señora del Divino Amor el título de “Salvadora de Roma”.

Bueeeno, hasta aquí las profecías de Don Bosco sobre la destrucción de Roma, y la esperanza de que suceda igual como cuando Nuestra Señora del Divino Amor intervino en 1944, porque las profecías son condicionales. 

Y me gustaría preguntarte si crees que finalmente Roma será destruida en la tribulación del Final de los Tiempos, o crees que Nuestra Señora intercederá.

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Profecía de Don Bosco Revela el Secreto que Cambiará la Historia de la Iglesia del siglo XXI

Cuál es la Clave para Superar el Desconcierto Actual de la Iglesia según Don Bosco.

San Juan Bosco tuvo varias visiones sobre el futuro, que fueron contadas por Él en forma de Sueños.

Los sueños han sido siempre medios a través de los cuales el Cielo comunicó mensajes. 

Son famosos los sueños de Jacob y de San José, entre otros.

Y Don Bosco profetizó el futuro de la Iglesia Católica a través de un sueño, al que calificó como una parábola.

Y lo hizo pensando especialmente en nuestro tiempo.

Hablamos del famoso Sueño de las Dos Columnas, que por un lado es un presagio de lo que está pasando y pasará en la Iglesia a partir de los sucesos del siglo XX.

Y por otro lado, muestra vívidamente cuales son las estrategias que en definitiva producirán el triunfo de la Iglesia de Cristo.

Al punto que podríamos ver en él la esterilidad del Sínodo de la Sinodalidad y similares, y la debilidad que trae no anclarse en los valores que hicieron fuerte al cristianismo en estos 20 siglos.

Aquí hablaremos sobre cuál es la guía invalorable que nos da el Sueño de las Dos Columnas de Don Bosco para el momento actual de la Iglesia.

En mayo de 1862, Don Bosco vio una gran batalla en el mar.

La barca de Pedro, pilotada por el Papa y escoltada por barcos de menor tamaño, debía contrarrestar el asalto de muchos otros barcos armados con armas físicas y espirituales. 

Los vientos contrarios y el mar agitado parecían favorecer a los enemigos.

Pero en medio del mar, había dos columnas muy altas.

En la primera había una gran Hostia, la Eucaristía estaba en la cima.

Y en la otra había en la cúpula una estatua de la Virgen María Inmaculada, con el letrero Auxilio de los Cristianos.

De ambas columnas pendían numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas para que la nave quedara amarrada sin riesgos.

Era una clara invitación a la seguridad.

Ante el terrible ataque de los enemigos, el Papa, quien dirige la Barca de Pedro, convocó a todos los pilotos de las naves menores, los obispos y cardenales, a un consejo en la nave capitana, para decidir qué hacer ante el ataque.

Pero como las condiciones del clima se volvían peligrosas, los comandantes de las naves menores fueron enviados de nuevo a sus naves sin ningún resultado visible.

Luego vino una especie de brisa marina, proveniente de las dos columnas, que reparó parcialmente el daño.

Y de inmediato el Papa llama a un nuevo consejo.

Pero los enemigos atacaron de nuevo furiosamente.

El Papa cae gravemente herido, pero luego se levanta.

Y luego es herido una segunda vez, y esta vez muere, mientras los enemigos se regocijan.

Inmediatamente es elegido un nuevo Papa, que aferra fuertemente entre sus manos el timón de la nave capitana, poniendo rumbo decidido hacia las dos columnas. 

Mientras los enemigos comienzan a desanimarse.

Entonces la nave capitana del Papa logra amarrar el barco a la columna donde estaba la Santa Hostia y a la que tenía a la Virgen María Auxilio de los Cristianos.

Y cuando sucede esto, se produjo una gran confusión entre los barcos enemigos dispersándose y chocando entre sí, hundiéndose y destruyéndose en cadena.

Y por otro lado, otras naves que por miedo al combate se habían retirado y se encontraban distantes observando los acontecimientos, al ver la derrota de las naves enemigas, navegaron aceleradamente hacia las dos columnas y allí permanecieron tranquilas y serenas en compañía de la nave capitana dirigida por el Papa. 

Y entonces reinó la calma absoluta en el mar.

¿Qué nos dice esta profecía de Don Bosco?

Como todas las profecías católicas se trata de verdades que no se agotan en un tiempo histórico, sino que suceden más de una vez.

Cuando San Juan Bosco explicó su sueño comentó, 

“Preveo que algunas de las pruebas más grandes en la historia de la Iglesia Católica serán en el próximo siglo”.

Estaba hablando del siglo XX.

Dijo además, “Dios está dando solo dos medios para defender a Su Iglesia. 

La primera es la devoción a Jesús en el Santísimo Sacramento. 

Y el segundo es la devoción a Nuestra Santísima Señora”.

Y agregó,

“Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación de lo que tiene que suceder. 

La Iglesia deberá pasar tiempos críticos y sufrir graves daños, pero al fin el Cielo mismo intervendrá para salvarla.

Después vendrá la paz y habrá en la Iglesia un nuevo y vigoroso florecimiento”.

El Sueño de las Dos Columnas muestra que los enemigos tenían todo tipo de instrumentos para el ataque, armas físicas y espirituales como libros.

Y atacan furibundamente a la barca de Pedro, quien tiene por delante, y en forma visible, las dos columnas, las dos referencias que el Cielo le muestra para anclarse en forma segura.

Una es la eucaristía, o sea la presencia de Jesucristo invisible entre nosotros.

Y la otra es la devoción a la Santísima Virgen, que como sabemos tiene la conducción del Pueblo de Dios, como Corredentora, en los Tiempos Finales.

Esto fue explicitado en las Apariciones de Fátima, y en muchas otras más.

El Sueño muestra también que en medio del furibundo ataque de los enemigos, de tiempo en tiempo viene una brisa fresca desde las columnas que ayudan a los cristianos.

O sea que en medio de la batalla Dios está presente actuando, consolando a sus hijos y preservándolos.

Pero en medio de la lucha, y en lugar de aferrar fuertemente el timón para dirigirse hacia el lugar seguro de las columnas de la Eucaristía y la Virgen María, el Papa llama a un consejo de obispos y cardenales, que tienen que interrumpir por un ataque redoblado del enemigo.

Y luego, cuando sucede un oasis de cierta tranquilidad llama a un segundo consejo.

Y este es interrumpido nuevamente porque el Papa es herido, se recupera, y luego es herido una segunda vez y muere.

Esta es una alusión clara al Sínodo de la Sinodalidad que pareciera que intenta inventar la rueda, desviando enorme cantidad de esfuerzos y recursos, y generando confusión e incertidumbre entre los cristianos

Entonces en el Sueño de las Dos Columnas es nombrado un nuevo Papa, que toma férreamente entre sus manos el timón de la nave capitana. 

Y entonces la profecía dice que los enemigos comenzaron a desanimarse.

Y logra amarrar la nave entre las dos columnas, la Santa Hostia y la Santísima Virgen.

O sea que cuando el Papa pierde tiempo en consultas e indecisiones sobre cómo defenderse, en vez de mirar lo que ha hecho la Iglesia en los últimos 20 siglos, es herido y muere, o sea que se vuelve inefectivo y pierde. 

En cambio, cuando no pierde tiempo y esfuerzos en consultas sobre lo que hay que hacer para combatir a los enemigos, toma férreamente el timón y se enfoca solamente en las dos columnas históricas de nuestra fe, es que viene el triunfo.

Y el triunfo se produce de una manera misteriosa, como ha pasado tantas veces en la historia, por ejemplo, más recientemente con el comunismo soviético a través de la caída del muro de Berlín.

Misteriosamente el enemigo pierde fuerza y se dispersa.

Y por otro lado, este hecho fortalece de otra forma adicional a la Iglesia.

Porque aquellos que no sabían qué posición tomar, que estaban consumidos por la duda, que tenían miedo, ahora se acercan nuevamente a la Iglesia y el triunfo se consolida aún más.

Bueeeno hasta aquí lo que queríamos contar, sobre las enseñanzas para nuestro tiempo del Sueño de las Dos Columnas de Don Bosco.

Y me gustaría preguntarte si crees que esta profecía es efectivamente un mensaje para lo que pasa con el Sínodo de la Sinodalidad o no.    

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Cómo tu Ángel Custodio Cambia tu Vida [las asombrosas experiencias de Don Bosco]

Las lecciones de Don Bosco sobre la ayuda de los Ángeles Custodios a las personas. 

Que los Ángeles existen no es algo fantasioso, se evidencia por sus frutos. 

El Catecismo de la Iglesia Católica numeral 330 dice que son criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad, y superan en perfección a todas las criaturas visibles.

En el numeral 328 dice que su existencia es una verdad de fe. 

Y el numeral 336 dice que cada fiel tiene a su lado un Ángel como protector en su vida, que llama Ángel Custodio.

Don Bosco inculcaba la devoción al Ángel de la Guarda diciendo a sus jóvenes, “reaviva la fe en el Ángel de la Guarda, que está contigo dondequiera que estés”.

Aquí hablaremos, sobre las asombrosas experiencias y enseñanzas de Don Bosco con los Ángeles de la Guarda.

San Juan Bosco decía a sus jóvenes, háganse buenos para dar alegría a su Ángel de la Guarda. 

En cada aflicción y desgracia, incluso espiritual, acudan al Ángel con confianza y él los ayudará. 

«¡Cuántos, estando en pecado mortal, fueron salvados de la muerte por su Ángel, para que tuvieran tiempo de confesarse bien!».

Les explicaba que los ángeles nos aman por consideración a Jesús y María.

Que están junto a nosotros durante todo el camino de nuestra vida.

Que tenemos una asistencia especial de los Ángeles Custodios en el tiempo de oración.

Que también la tenemos especialmente en tiempos de tentación.

Que seremos firmemente sostenidos por manos angélicas, a fin de que nuestro pie no tropiece con las insidias del enemigo.

Que tenemos su asistencia especial en las tribulaciones, donde infunden en nuestro corazón un dulce consuelo.

Y después de haber asistido a la criatura humana durante toda la vida, el Ángel presenta el alma a Dios, en el momento de la muerte.

Cuando el Ángel de la Guarda le presenta al Creador el alma que murió en gracia de Dios dirá: “Señor, mi trabajo ha sido fructífero, aquí están las buenas obras realizadas por esta alma”.

Explicaba además a los jóvenes la ternura del Ángel Custodio para con el pecador.

No se retira ni abandona al que le agravió, sino que sufre, y no omite ningún medio a fin de recuperar al alma desgraciada, que siempre continúa amando.

También les hablaba sobre la asistencia del Ángel Custodio al alma en el Purgatorio, para contentarla.?

Y daba a los jóvenes ejemplos sobre cómo recurrir a su Ángel Custodio.

Si no puedes ir a la iglesia a adoración eucarística, entonces dile a tu Ángel, “ve a visitar a Jesús, alábale y agradecerle en mi nombre».

Y el alma normalmente siente algo misterioso internamente en ese momento, una dulce paz.

Tienes que hacer un viaje y pueden surgir peligros, entonces dile, ponme bajo tu protección y acompáñame en el viaje.

Hay alguien del cual no hay noticias y estás ansioso, dile que recuerde a esa persona que envíe noticias suyas.

Y el Ángel Guardián puede despertar en la mente de los distantes la idea de dar noticias.

Lo mismo que si temes que alguien esté en peligro, entonces dale la tarea al Ángel, «ve, para ayudar a esa persona y haz lo que yo no puedo hacer”.

Quieres convertir a un pecador, ora al Ángel Guardián de esa persona, para que actúe en su alma. 

Quién sabe cuántos buenos pensamientos levantará el Ángel en la mente del pecador, para llamarlo de regreso a Dios, debido a tu invocación.

Y así daba a sus jóvenes cantidad de ejemplos más para recurrir a los Ángeles de la Guarda. ?

Y esto tenía frutos inmediatos en el mundo físico.

Un día Don Bosco entregó a cada muchacho una estampita con una oración al Ángel de la Guarda. 

Y les exhortó, «Rezad a vuestro Ángel de la Guarda. Invocad su ayuda si os encontráis en algún peligro grave del cuerpo o del alma, y os aseguro que os ayudará y os protegerá».

Y pocos días después, un muchacho aprendiz de albañil, trabajaba en un nuevo edificio sobre un andamio y se partió de repente.

Caer del cuarto piso significaba una muerte segura. 

Pero mientras caía, recordó las palabras de Don Bosco e invocó en voz alta a su Ángel de la Guarda. «¡mi buen Ángel, ayúdame!». 

Y su oración lo salvó. Los otros dos murieron mientras él salió, en tan buen estado, que siguió trabajando inmediatamente.  

Fue una maravillosa confirmación de la promesa de Don Bosco, que aumentó la confianza de los jóvenes en sus Ángeles Custodios.

Y el mismo Don Bosco vivió durante su vida la presencia visible de un enviado de su Ángel Custodio o quizás a su Ángel mismo, que tomaba la forma de un perro, a quien le puso el nombre de Grigio.

Este enorme perro gris aparecía repentinamente en los momentos de peligro y luego desaparecía.

El can apareció por primera vez en su vida en 1852.

Una noche oscura retornaba a su casa solo, con cierto miedo, y descubrió junto a él un perro grande, que a primera vista lo espantó por su tamaño.

Pero no lo amenazaba agresivamente, sino al contrario, le hacía demostraciones de cariño como si fuera su dueño, y lo acompañó hasta el Oratorio. 

Esto sucedió otras muchas noches y Grigio le prestó importantes servicios de protección.

Una vez, caminando solo en la noche rumbo al Oratorio, fue sorprendido por dos hombres que intentaron asaltarlo. 

Y de la nada apareció Grigio gruñendo y se lanzó contra uno de los hombres. 

“Llama a tu perro”, clamó a Don Bosco el ladrón.

“Lo llamaré si me dejas ir”, respondió.

“Sí, cualquier cosa, solo llámalo”.

“Ven, Grigio”, dijo Don Bosco, y el perro inmediatamente obedeció, mientras que los dos hombres, aterrados, desaparecieron rápidamente.

Todas las noches desde esa ocasión, cuando Don Bosco estaba fuera tarde, encontraba siempre al perro esperándolo cuando debía atravesar una parte solitaria en la ciudad.

Una noche, en lugar de acompañar a Don Bosco, Grigio fue al Oratorio y se negó a dejarlo salir, tirándose en la puerta de su habitación, gruñendo y mostrando mal humor hacia Don Bosco.

“No salgas, Juan” dijo su madre, “escucha a ese perro”.

Don Bosco cedió al fin, y un cuarto de hora después, un vecino entró para advertirle, de que había oído por casualidad que dos malvivientes planeaban atacarlo.

Durante 12 años Grigio fue su inseparable amigo y compañero de largas jornadas.

La última vez que lo vio fue en 1864 cuando lo acompañó durante 3 kilómetros.

Tenía que pasar por algunas granjas y viñedos donde había perros salvajes.

“Me gustaría tener Grigio aquí”, se dijo a sí mismo.

Y de repente, apareció Grigio con una señal de alegría, por encontrarse con su amigo y caminó todo el camino con él.

Pero no apareció más hasta 20 años después.

Don Bosco regresaba a la casa salesiana con otro salesiano, luego de una visita al obispo de la ciudad.

Era una tarde lluviosa y transitaban por calles mal iluminadas. 

Y el perro apareció delante de él y lo fue precediendo a una cierta distancia hasta llegar a su destino. 

Su amigo no vio nada. 

Don Bosco pensó que no podía ser Grigio 20 años más tarde, sino que seguramente era un hijo suyo o un nieto.

Y a inicios de mayo de 1959 cuando regresaban algunos salesianos de Roma a Turín con la urna de los restos de Don Bosco, apareció de la nada un perro que acompañó a los religiosos. 

Y en la madrugada vieron al perro echado dentro de la iglesia, debajo de la urna, cuando la iglesia estaba cerrada. 

Pero al día siguiente el perro se había ido.

Bueno hasta aquí, lo que queríamos hablar sobre las asombrosas experiencias y enseñanzas de Don Bosco con los Ángeles de la Guarda.

Y me gustaría preguntarte si crees que el perro Grigio que protegía a Don Bosco era Su Ángel de Guarda corporizado o un enviado de él. 

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Sueños de San Juan Bosco: los Mártires de Turin, 1845

Un sueño había de ilustrar la mente de San Juan Bosco sobre el fin glorioso de los esclarecidos mártires de Turín, Adventor, Octavio y Solutor, cuyo martirio había tenido como escenario, según lo indicara la Señora de sus pensamientos, el mismo lugar en que sus obras comenzaban a incrementarse prodigiosamente…

He aquí lo que nos dice Lemoyne, que recogió el relato de labios del Santo:

Le pareció encontrarse en el extremo septentrional del Rondó o Círculo Valdocco y dirigiendo la mirada hacia el Dora, entre los esbeltos árboles que en aquel tiempo adornaban, perfectamente alineados, la avenida hoy denominada Regina Margherita, vio hacia la parte baja, a una distancia de unos setenta metros de la contigua calle Cottolengo, en un campo sembrado de patatas, maíz, fréjoles y repollos, a tres bellísimos jóvenes resplandecientes de luz.

Estaban a pie firme en el mismo espacio que le había sido indicado en el sueño precedente, como teatro de su glorioso martirio. Los tres le invitaron a bajar y a unirse a ellos. San Juan Bosco se apresuró a hacerlo, y cuando, estuvo en su compañía le condujeron amablemente hasta el extremo del lugar en el que ahora se eleva la majestuosa iglesia de María Auxiliadora.

El Santo, después de recorrer un breve espacio, yendo de maravilla en maravilla, se encontró en presencia de una Matrona magníficamente ataviada y de una indecible hermosura, de extraordinario esplendor y majestad, junto a la cual se veía un venerable senado de ancianos con aspecto de príncipes. A Ella como a Reina formábanle cortejo innumerables personajes de una belleza y de una gracia deslumbradoras.

La Matrona, que había aparecido en el lugar que hoy ocupa el altar mayor de la iglesia grande, invitó a San Juan Bosco a que se le acercara. Cuando lo tuvo junto a sí, le manifestó que aquellos tres jóvenes que le habían conducido a su presencia, eran los Mártires Solutor, Adventor y Octavio, y con esto parecía quererle indicar que ellos serían los patronos especiales de aquel lugar.

Después, con una encantadora sonrisa y con afectuosas palabras lo animó a que no abandonara a sus jóvenes y a proseguir cada vez con mayor entusiasmo la obra emprendida; le anunció que encontraría obstáculos al parecer insuperables, pero que todos serían vencidos y allanados si ponía su confianza en la Madre de Dios y en su Divino Hijo.

Finalmente le mostró a poca distancia una casa, que realmente existía y que después supo ser propiedad de un tal señor Pinardi, y una pequeña iglesia en el sitio preciso en el que ahora se encuentra la de San Francisco de Sales con los edificios anexos.

Levantando la diestra, la Señora exclamó con voz inefablemente armoniosa: «HAEC EST DOMUS MEA: INDE GLORIA MEA». Al oír estas palabras, San Juan Bosco se sintió tan emocionado que se estremeció y entonces la figura de la Virgen, que tal era aquella Señora y toda aquella visión desapareció como la niebla en presencia del sol.

Él, entre tanto, confiado en la bondad y en la misericordia divina, renovó a los pies de la Santísima Virgen la consagración de sí mismo a la obra a la cual había sido llamado.

A la mañana siguiente, muy contento por el sueño que había tenido la noche anterior, Don Bosco se apresuró a visitar la casa que la Virgen le había indicado. Al salir de su habitación dijo al teólogo Borel: —Voy a ver una casa a propósito para nuestro Oratorio.

Pero, cual no sería su sorpresa cuando, al llegar al lugar indicado, en vez de encontrar una casa con una iglesia, halló una morada de gente de mala vida. Al regresar al Refugio y habiendo sido interrogado por el mismo teólogo, sin más explicación, le dijo que la casa sobre la cual había fundado sus proyectos, no le servía para el fin propuesto. En otro sueño recibió de la Virgen la explicación, y el sitio le sirvió.

 

 

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Sueños de San Juan Bosco: el Emparrado, 1847

En 1864, una noche, después de las oraciones, Don Bosco reunía en su habitación para darles una conferencia, según era su costumbre, a los jóvenes que integraban la Congregación, entre los cuales se hallaban Don Victorio Alasonatti, [Beato] Miguel Rúa, Don Juan Cagliero, Don Celestino Durando, Don José Lazzero y Don Julio Barberis. Después de haberles hablado del desapego de las cosas del mundo y de la familia, para seguir el ejemplo de Jesucristo, les contó un sueño que había tenido diecisiete años atrás. He aquí sus palabras:

«Les he contado ya muchas cosas en forma de sueño de las que podíamos deducir lo mucho que la Santísima Virgen nos ama y nos ayuda; mas, ya que estamos reunidos aquí nosotros solos, para que cada uno de los presentes tenga la seguridad de que es la Santísima Virgen la que quiere nuestra Congregación y a fin de que nos animemos cada vez más á trabajar para la mayor gloria de Dios, os contaré, no ya un sueño, sino lo que la misma Madre de Dios me hizo ver. Ella quiere que pongamos en su bondad toda nuestra confianza. Yo os hablo como un padre a sus queridos hijos, pero deseo que guardéis absoluta reserva sobre cuanto os voy a decir y que nada comuniquéis de esto a los jóvenes del Oratorio o a las personas de fuera, para no dar motivos a malas interpretaciones por parte de los malintencionados.

Un día del año 1847, después de haber meditado yo mucho sobre la manera de hacer el bien, especialmente en provecho de la juventud, se me apareció la Reina de los Cielos y me condujo a un jardín delicioso. En él había un rústico pero al mismo tiempo bellísimo y amplio pórtico construido en forma de vestíbulo. Plantas trepadoras adornaban y cubrían las pilastras, y sus grandes ramas, exuberantes de hojas y de flores, superponiéndose las unas a las otras, se entrelazaban al mismo tiempo, formando un gracioso toldo. Este pórtico daba a un bello sendero, a lo largo del cual se extendía un hermosísimo emparrado, flanqueado y cubierto de maravillosos rosales en plenafloración. También el suelo estaba cubierto de rosas.

La Santísima Virgen me dijo:
—Avanza bajo ese emparrado; ese es el camino que
debes recorrer
.
Me descalcé para no ajar aquellas flores. Me sentí satisfecho de haberme descalzado, pues hubiera sentido tener que pisar unas rosas tan hermosas. Y sin más, comencé a caminar; pero pronto me di cuenta de que aquellas rosas ocultaban punzantes espinas; de forma que mis pies comenzaron a sangrar. Por tanto, después de haber dado algunos pasos, me vi obligado a detenerme y seguidamente a volver atrás.

—Aquí es necesario llevar el calzado puesto, —dije ami guía.
—¡Cierto! —me respondió— Se necesita un buen calzado.

Me calcé, pues, y volví a emprender el camino con algunos compañeros, los cuales habían aparecido en aquel momento, pidiéndome que les permitiera acompañarme. Accedí y siguieron detrás de mí bajo el emparrado, que era de una hermosura indecible; pero, conforme avanzaba, me parecía más estrecho y más bajo.

Muchas ramas descendían de lo alto y subían como festones; otras avanzaban erectas hacia el sendero. De los troncos de los rosales salían algunas ramas acá y acullá horizontalmente; otras formaban un tupido seto, invadiendo gran parte del camino; otras crecían en distintas direcciones a poca altura del suelo. Todas, sin embargo, estaban cuajadas de rosas; yo no veía más que rosas a los lados, rosas encima de mí, rosas delante de mis pasos.

Mientras tanto sentía agudos dolores en los pies y hacía algunas contorsiones con el cuerpo al tocar las rosas de una y otra parte, comprobando que entre ellas se escondían espinas aún más agudas.

Con todo, proseguí adelante. Mis piernas se enredaban en las ramas tendidas por el suelo produciéndome dolorosas heridas; al intentar apartar una rama atravesada en el camino o al agacharme para pasar por debajo de alguna otra, sentía las punzadas de las espinas, no sólo en las manos, sino en todos mis miembros.

Las rosas que veía por encima de mí, también ocultaban una gran cantidad de espinas que se me clavaban en la cabeza. A pesar de ello, animado por la Santísima Virgen proseguí mi camino. De cuando en cuando experimentaba punzadas aún más intensas y penetrantes que me producían un dolor agudísimo.

Entretanto, todos aquellos, y eran muchísimos, que meveían caminar bajo aquel emparrado, decían:
¡Oh! Vean cómo [San] Juan Bosco camina siempre entre rosas; él sigue adelante sin dificultades; todo le sale bien.

Pero los tales no veían las espinas que desgarraban mis miembros. Muchos clérigos, sacerdotes y seglares, por mí invitados, comenzaron a seguirme con premura, atraídos por la belleza de aquellas flores; pero cuando se dieron cuenta de que era necesario caminar sobre punzantes espinas y que éstas brotaban por todas partes, comenzaron a decir a voz en grito:
¡Nos han engañado!
El que quiera caminar sin dificultad alguna sobre las rosas — les decía yo— que se vuelva atrás; los demás que me sigan.


No pocos volvieron atrás. Después de haber recorrido un buen trecho de camino, me volví para observar a mis compañeros. Pero ¡cuál no sería mi dolor!, al ver que Una gran parte de ellos había desaparecido y otra parte, volviéndome las espaldas, se alejaba de mi. Inmediatamente volví atrás para llamarlos, pero todo fue inútil, pues ni siquiera me escuchaban. Entonces comencé a llorar desconsoladamente y a querellarme diciendo:

—¿Es posible que tenga que recorrer yo solo este camino tan difícil?
Pero pronto me sentí consolado. Vi avanzar hacia mí un numeroso grupo de sacerdotes, de clérigos y de personas seglares, los cuales me dijeron:
—Aquí nos tienes; somos todos tuyos y estamos dispuestos a seguirte.


Poniéndome entonces al frente de ellos reemprendí el camino. Solamente algunos se desanimaron, deteniéndose, pero la mayoría llegó conmigo a la meta.

Después de haber recorrido el emparrado en toda su longitud, me encontré en un nuevo y amenísimo jardín, rodeado de todos mis seguidores. Todos estaban macilentos, desgreñados, cubiertos de sangre. Entonces se levantó una suave brisa y al conjuro de la misma todos sanaron. Sopló nuevamente otro vientecillo y, como por ensalmo, me encontré rodeado de un inmenso número de jóvenes y de clérigos, de coadjutores y de sacerdotes, que comenzaron a trabajar conmigo guiando a aquella juventud. A algunos no los conocía, otras fisonomías, en cambio, me eran familiares.

Entretanto, habiendo llegado a un paraje elevado del jardín, me encontré con un edificio colosal, sorprendente por su magnificencia artística, y al cruzar el umbral penetré en una espaciosa sala tan rica, que ningún palacio del mundo podría contener otra igual. Estaba completamente adornada con rosas fragantísimas y sin espinas, de las que emanaba un suavísimo olor. Entonces, la Santísima Virgen, que había sido mi guía, me pregunt
ó:

—¿Sabes qué es lo que significa lo que estás viendo ahora y lo que has observado antes?
No —respondí—, os ruego que me lo expliquéis.

Entonces Ella dijo:
Has de saber que el camino por ti recorrido entre rosas y espinas significa el cuidado con que has de atender a la juventud; debes caminar con el calzado de la mortificación. Las espinas que estaban a flor de tierra representan los afectos sensibles, las simpatías o antipatías humanas que apartan al educador de su verdadero fin, que lo hieren o lo detienen en su misión, que le impiden avanzar y cosechar coronas para la vida eterna. Las rosas son símbolo de la caridad ardiente que debe ser tu distintivo y el de todos tus seguidores. Las otras espinas son los obstáculos, los sufrimientos, los disgustos que tendréis que soportar. Pero, no te desanimes. Con la caridad y con la mortificación superaras todas las dificultades y llegaras a las rosas sin espinas.


Apenas la Madre de Dios hubo terminado de hablar, volví en mí y me encontré en mi habitación».

Notable es la circunstancia y muy digna de señalar, de que San Juan Bosco no habla aquí de un simple sueño, sino de una verdadera y auténtica visión. Al comenzar a expresarse, el siervo de Dios dice categóricamente: «…A fin de que nos animemos a trabajar cada vez más a la mayor gloria de Dios, ¡es contaré, no ya un sueño, sino lo que la misma Madre de Dios me hizo ver».

Terminando su relato con las siguientes palabras: «Apenas la Madre de Dios hubo terminado de hablar, volví en mí y me encontré en mi habitación». Tanto una como otra expresión ponen de manifiesto que aquí se trata de una verdadera visión.

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Sueños de San Juan Bosco: el Ataque de la Bestia, 1863

Don Bosco sueña con el ataque de un elefante a los alumnos, y aparece la Virgen gritando «venid a mi» y muchos jóvenes iban al amparo de aquel manto, que se extendía cada vez más y más. Los primeros en acudir a tal refugio fueron los jóvenes más buenos.
 
 Y luego dice: «Vosotros que habéis escuchado mi voz y han escapado de los estragos del demonio, han visto y podido observar a sus compañeros pervertidos…»

No habiendo podido dar [San] Juan Don Bosco el aguinaldo el ultimo día del año a todos ¡os alumnos, por no encontrarse en casa, al regresar de Borgo Cornalese, el día cuatro de enero, que era domingo, les prometió que se lo daría en la noche de la fiesta de la Epifanía.

Era, pues, el 6 de enero de 1863 y todos los jóvenes, artesanos y estudiantes, reunidos en el mismo lugar, esperaban con ansiedad el suspirado aguinaldo.

Rezadas las oraciones, el buen padre subió a su tribuna y comenzó a decir así:

«Esta es la noche del aguinaldo. Todos los años cuando se aproximan las fiestas de Navidad suelo dirigir al Señor oraciones especiales, para que me inspire algún aguinaldo, que pueda servir para vuestro bien espiritual.

Pero este año he redoblado mis súplicas, puesto que el número de los jóvenes que me escuchan es mucho mayor. Pasó, sin embargo, el último día del año, llegó el jueves, el viernes y… nada de nuevo. En la noche del viernes fui a acostarme, cansado de las fatigas del día, pero no pude pegar un ojo en toda ella, de forma que por la mañana me encontraba medio muerto de cansancio. No perdí la serenidad por eso, antes bien, me alegré, pues sabía que cuando el Señor me va a manifestar algo, suelo pasar muy mal la noche precedente.

Continué mis ocupaciones en Borgo Cornalese y en la noche del sábado llegué entre vosotros. Después de confesar me fui a dormir, y debido al cansancio motivado por las pláticas y por las confesiones de Borgo y por lo poquísimo que había descansado las noches precedentes, me quedé dormido. Y aquí comienza el sueño que me ha de servir para daros el aguinaldo.

***************************************************************

Mis queridos jóvenes: Soñé que era día festivo, la hora del recreo después del almuerzo y que se divertían de mil maneras. Me pareció encontrarme en mi habitación con el caballero Vallauri, profesor de bellas letras. Habíamos hablado de algunos temas literarios y de otras cosas relacionadas con la religión; de pronto oigo a la puerta el tac-tac de alguien que llama.

Corro a abrir; era mi madre, muerta hacía seis años, que me dice asustada:
—Ven a ver, ven a ver.
—¿Qué hay?, —le pregunté—.

Sin más me condujo al balcón y he aquí que veo en el patio en medio de los jóvenes un elefante de colosal tamaño.

—Pero ¿cómo puede ser eso?, —exclamé—. ¡Vamos, vamos!

Y lleno de pavor miraba al caballero Vallauri y éste a mí como si nos preguntásemos la causa de la presencia de aquella bestia descomunal en medio de los muchachos. Sin pérdida de tiempo bajamos los tres al patio.

Muchos de Vosotros, como es natural, se habían acercado a ver al elefante. Este parecía de índole dócil; se divertía correteando con los jóvenes; los acariciaba con la trompa; era tan inteligente, que obedecía los mandatos de sus pequeños amigos como si hubiera sido amaestrado y domesticado en el Oratorio desde sus primeros años, de forma que numerosos jóvenes le acariciaban con toda confianza y le seguían por doquier. Mas no todos estaban alrededor de aquella bestia. Pronto vi que la mayor parte huían asustados de una parte a otra buscando un lugar de refugio, y que al fin entraban en la iglesia.

Yo también intenté penetrar en ella por la puerta que comunica con el patio, pero al pasar junto a la estatua de la Virgen, colocada cerca de la bomba, toqué la extremidad del manto de Nuestra Señora como para invocar su patrocinio, y entonces Ella levantó el brazo derecho. Vallauri quiso imitarme haciendo lo mismo por la otra parte y la Virgen levantó el brazo izquierdo.

Yo estaba sorprendido sin saber explicarme un hecho tan extraño.

Llegó entretanto la hora de las funciones sagradas y Vosotros se dirigieron todos a la iglesia. También yo entré en ella y vi al elefante de pie al fondo del templo cerca de la puerta.

Se cantaron las Vísperas y después de la plática me dirigí al altar acompañado de Don Alasonatti y de Don Savio para dar la bendición con el Santísimo Sacramento. Pero en el momento solemne en el que todos estaban profundamente inclinados para adorar al Santo de los Santos, vi, siempre al fondo de la iglesia en el centro del pasillo, entre las dos hileras de los bancos, al elefante arrodillado e inclinado, pero en sentido inverso, esto es, con la trompa y los colmillos vueltos en dirección a la puerta principal.

Terminada la función, quise salir inmediatamente al patio para ver lo que sucedía; pero como tuve que atender en la sacristía a alguien que me quería comunicar una noticia, hube de detenerme un poco.

Mas he aquí que poco después me encuentro bajo los pórticos mientras ustedes reanudaban en el patio sus juegos. El elefante, al salir de la iglesia, se dirigió al segundo patio, alrededor del cual están los edificios en obra. Tengan presente esta circunstancia, pues en aquel patio tuvo lugar la escena desagradable que voy a contarles seguidamente.

De pronto vi aparecer allá al final del patio un estandarte en el que se veía escrito, con caracteres cubitales: Sancta María, succurre míseris. Los jóvenes formaban detrás procesionalmente. Cuando de repente y sin que nadie lo esperara, vi al elefante que al principio parecía tan manso, arrojarse contra los circunstantes dando furiosos mugidos y cogiendo con la trompa a los que estaban más próximos a él, los levantaba en alto, los arrojaba al suelo, pisoteándolos y haciendo un estrago horrible. Mas a pesar de ello, los que habían sido maltratados de esa manera no morían, sino que quedaban en estado de poder sanar de las heridas espantosas que les produjeran las acometidas de la bestia.

La dispersión entonces fue general: unos gritaban; otros lloraban; otros, al verse heridos pedían auxilio a los compañeros, mientras, cosa verdaderamente incalificable, algunos jóvenes a los que la bestia no había hecho daño alguno, en lugar de ayudar y socorrer a los heridos, hacían un pacto con el elefante para proporcionarle nuevas víctimas.

Mientras sucedían estas cosas (yo me encontraba en el segundo arco del pórtico junto a la bomba), aquella estatuita que ven allá ([San] Juan Don Bosco indicaba la estatua de la Santísima Virgen) se animó y aumentó de tamaño; se convirtió en una persona de elevada estatura, levantó los brazos y abrió el manto, en el cual se veían bordadas, con exquisito arte, numerosas inscripciones. El manto alcanzó tales proporciones que llegó a cubrir a todos los que acudían a guarnecerse debajo de él: allí todos se encontraban seguros. Los primeros en acudir a tal refugio fueron los jóvenes más buenos, que formaban un grupo escogido, pero al ver la Santísima Virgen que muchos no se apresuraban a acudir a Ella, les gritaba en alta voz:
—Venite ad me omnes!

Y he aquí que la muchedumbre de los jóvenes seguía afluyendo al amparo de aquel manto, que se extendía cada vez más y más.

Algunos, en cambio, en vez de acogerse a él, corrían de una parte otra, resultando heridos antes de ponerse en seguro. La Santísima Virgen, angustiada, con el rostro encendido, continuaba gritando, pero cada vez eran más raros los que acudían a Ella.

El elefante proseguía causando estragos, y algunos jóvenes, manejando una y dos espadas, situándose en una y otra parte, dificultaban a los compañeros que se encontraban en el patio, amenazándolos o impidiéndoles que acudiesen a María. A los de las espadas el elefante no les molestaba lo más mínimo.

Algunos de los muchachos que se habían refugiado cerca de la Virgen animados por Ella comenzaron a hacer frecuentes correrías; y en sus salidas conseguían arrebatar al elefante alguna presa, y trasportaban al herido bajo el manto de la estatua misteriosa, quedando los tales inmediatamente sanos. Después, los emisarios de María volvían a emprender nuevas conquistas. Varios de ellos, armados con palos, alejaban a la bestia de sus víctimas, manteniendo a raya a los cómplices de la misma. Y no cesaron en su empeño aun a costa de la propia vida, consiguiendo poner a salvo a casi todos.

El patio aparecía ya desierto. Algunos muchachos estaban tendidos en el suelo, casi muertos. Hacia una parte, junto a los pórticos, se veía una multitud de jóvenes bajo el manto de la Virgen. En otra, a cierta distancia, estaba el elefante con diez o doce muchachos que le habían ayudado en su labor destructora, esgrimiendo aún insolentemente en tono amenazador sus espadas. Cuando he aquí que el animal, irguiéndose sobre las patas posteriores, se convirtió en un horrible fantasma de largos cuernos; y tomando un amplio manto negro o una red, envolvió en ella a aquellos miserables que le habían ayudado, dando al mismo tiempo un tremendo rugido. Seguidamente los envolvió a todos en una espesa humareda y abriéndose la tierra bajo sus pies desaparecieron con el monstruo.

Al finalizar esta horrible escena miré a mi alrededor para decir algo a mi madre y al caballero Vallauri, pero no los vi.

Me volví entonces a María, deseoso de leer las inscripciones bordadas en su manto, y vi que algunas estaban tomadas literalmente de las Sagradas Escrituras, y otras un poco modificadas. Leí estas entre otras muchas:

Qui elucidant me, vitam aetemam habebunt: qui me invenerit, inveniet vitam; si quis est parvulus veniat ad me; refugium peccatorum; salus credentium; plena omnis pietatis, mansetúdinis et misericordiae. Beati qui custodiunt vias meas.

Tras la desaparición del elefante todo quedó tranquilo. La Virgen parecía como cansada por su mucho gritar. Después de un breve silencio dirigió a los jóvenes la palabra, diciéndoles bellas frases de consuelo y de esperanza; repitiendo la misma sentencia que ven bajo aquel nicho, mandadas escribir por mí: Qui elucidant me, vitam aetemam habebunt. Después dijo:

—Vosotros que habéis escuchado mi voz y han escapado de los estragos del demonio, han visto y podido observar a sus compañeros pervertidos.

¿Quieren saber cuál fue la causa de su perdición? Sunt colloquia prava: las malas conversaciones contra la pureza, las malas acciones a que se entregaron después de las conversaciones inconvenientes. Vieron también a sus compañeros armados de espadas: son los que procuran su ruina alejándolos de Mí; los que fueron la causa de la perdición de muchos de sus condiscípulos. Pero quos diutius expectat durius damnat. Aquellos a los cuales espera Dios durante más largo tiempo, son después más severamente castigados; y aquel demonio infernal, después de envolverlos en sus redes, los llevó consigo a la perdición eterna. Ahora ustedes, márchense tranquilos, pero no olviden mis palabras: Huyan de los compañeros que son amigos de Satanás; eviten las conversaciones malas, especialmente contra la pureza; pongan en Mí una ilimitada confianza, y mi manto les servirá siempre de refugio seguro.

Dichas estas y otras palabras semejantes, se esfumó y nada quedó en el lugar que antes ocupara, a excepción de nuestra querida estatuita.

Entonces vi aparecer nuevamente a mi difunta madre; otra vez se alzó el estandarte con la inscripción: Sancta María, succurre míseris. Todos los jóvenes se colocaron en orden detrás de él y así procesionalmente dispuestos, entonaron la loa: Alaba a María ¡oh, lengua fiel!

Pero pronto el canto comenzó a decaer; después desapareció todo aquel espectáculo y yo me desperté completamente bañado en sudor. Esto es cuanto soñé.

***************************************************************

«¡Oh hijos míos! Deduzcan ustedes mismos el aguinaldo: los que estaban bajo el manto, los que fueron arrojados por los aires, los que manejaban la espada se darán cuenta de su situación si examinan sus conciencias. Yo solamente les repetiré las palabras de la Santísima Virgen: Venite ad me, omnes, recurrid todos a Ella; en toda suerte de peligros invoquen a María, y les aseguro que serán escuchados. Por lo demás, los que fueron tan cruelmente maltratados por la bestia, hagan el propósito de huir de las malas conversaciones, de los malos compañeros; y los que pretendían alejar a los demás de María, que cambien de vida o que abandonen esta casa. Quien desee saber el lugar que ocupaba en el sueño, que venga a verme a mi habitación y yo se lo diré. Pero lo repito: los ministros de Satanás, que cambien de vida o que se marchen. ¡Buenas noches!»

Estas palabras fueron pronunciadas por [San] Juan Don Bosco con tal unción y con tal emoción, que los jóvenes, pensando en el sueño, no le dejaron en paz durante más de una semana. Por las mañanas las confesiones fueron numerosísimas y después del desayuno un buen número se entrevistó con el siervo de Dios, para preguntarle qué lugar ocupaba en el sueño misterioso.

Que no se trataba de un sueño, sino más bien de una visión, lo había afirmado indirectamente [San] Juan Don Bosco mismo, al decir: «Cuando el Señor quiere manifestarme algo, paso…, etc…. Suelo elevar a Dios especiales plegarias, para que me ilumine…»

Y después, al prohibir que se bromease sobre el tema de esta narración.

Pero aún hay más.

En esta ocasión el mismo siervo de Dios escribió en un papel los nombres de los alumnos que en el sueño había visto heridos, de los que manejaban la espada y de los que esgrimían dos; y enseñó la lista a Don Celestino Durando, encargándole de vigilarlos. Don Durando nos proporcionó dicha lista, que tenemos ante la vista, los heridos son 13, a saber: los que probablemente no se refugiaron bajo el manto de la Virgen; los que manejaban una espada eran 17; los que esgrimían dos, se reducían a tres. Una nota al lado de un nombre indica un cambio de conducta. Hemos de observar también que el sueño, como veremos más adelante, no se refería solamente al tiempo presente, sino también al futuro.

Sobre la realidad del sueño, los mismos jóvenes fueron los mejores testigos. Uno de ellos decía: «No creía que [San] Juan Don Bosco me conociese tan bien; me ha manifestado el estado de mi alma, y las tentaciones a que estoy sometido, con tal precisión, que nada podría añadir».

A otros dos jóvenes, a los cuales [San] Juan Don Bosco aseguraba haberlos visto con la espada, se les oyó exclamar: «¡Ah, sí, es cierto; hace tiempo que nos hemos dado cuenta de ello; lo sabíamos!» Y cambiaron de conducta.

Un día, después del desayuno, hablaba de su sueño y tras haber manifestado que algunos jóvenes se habían marchado y otros tendrían que hacerlo, para alejar las espadas de la casa, comenzó a comentar la astucia de los tales, como él la llamaba; y a propósito de ello refirió el siguiente hecho:

Un joven escribió hace poco tiempo a su casa endosando a las personas más dignas del Oratorio, como superiores y sacerdotes, graves calumnias e insultos. Temiendo que [San] Juan Don Bosco pudiese leer aquella carta, estudió y encontró la manera de que llegase a manos de sus parientes sin que nadie lo pudiese impedir. Después del desayuno lo llamé; se presentó en mi habitación y tras de hacerle recapacitar sobre su falta, le pregunté el motivo que le había inducido a escribir tantas mentiras. El negó descaradamente el hecho; yo le dejé hablar, después, comenzando por la primera palabra, le repetí toda la carta.

Confundido y asustado, se arrojó llorando a mis pies, diciendo:
—Entonces ¿mi carta no ha salido?
—Sí, —le respondí—; a esta hora está en tu casa; debes pensar en la reparación.

Algunos preguntaron al [Santo] cómo lo había sabido; pero [San] Juan Don Bosco respondió sonriendo con una evasiva.

He aquí lo que nos dicen las Memorias Biográficas sobre uno de los personajes que intervienen en este sueño: el caballero Vallauri:

Otro personaje celoso, defensor de los propios méritos, incapaz de admitir opiniones contrarias a las suyas, era el célebre Tomás Vallauri, doctor en Bellas letras. Pariente del difunto médico Vallauri, había conocido en el domicilio de este a [San] Juan Don Bosco.

El profesor había hecho públicas algunas ideas propias, algún juicio, sobre los autores latino-cristianos, injuriándoles al asegurar que, siendo la finalidad de los mismos la enseñanza y defensa de la religión, habían descuidado e incluso adulterado la lengua. Este artículo cayó en manos de [San] Juan Don Bosco, el cual estudió la manera de rectificar el criterio de su autor. La ocasión no se hizo esperar, habiendo venido el profesor Vallauri a visitarle, el [Santo] comenzó a hablarle en estos términos:

—Me satisface grandemente el haber llegado a conocer un escritor, cuyo nombre es famoso ya en toda Europa y que honra tanto a la Iglesia con sus obras.

Vallauri, observando la mirada bonachona de [San] Juan Don Bosco, le interrumpió diciéndole:
—¿Quiere acaso darme un zurriagazo?
—Mire, señor profesor -—continuó [San] Juan Don Bosco-—, basándome en su criterio, quiero manifestarle simplemente mi pensamiento: Vos sostenéis que ¡os autores latino-cristianos no escribieron con elegancia sus obras; mientras que a San Jerónimo se le compara por su modo de escribir con Tito Livio, a Lactancio con Cicerón y a otros con Salustio y con Tácito. [San] Juan Don Bosco no añadió más: Vallauri reflexionó un poco y después añadió:
—[San] Juan Don Bosco, tiene razón; dígame qué es lo que debo corregir; obedeceré ciegamente. Es la primera vez que someto mi juicio al de otro.
Y desde aquel día solía repetir al hablar de [San] Juan Don Bosco:
—¡Estos son los sacerdotes que me agradan! ¡Gente sincera!

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