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Teología del Modernismo

El modernismo, en su sentido estricto e histórico, designa una crisis del pensamiento dentro del catolicismo que se manifestó a finales del siglo xix y comienzos del XX. A cierta distancia, muchos historiadores se han sentido inclinados a considerar el modernismo en una unidad y una cohesión que jamás tuvo. El modernismo no formó un todo más que por su condenación de conjunto por el decreto Lamentabili (17 de julio de 1907) y la encíclica Pascendi (8 de septiembre de 1907).

Se pueden, sin embargo, señalar algunas tendencias comunes en cierto número de autores de este período: un esfuerzo por superar cierta teología esclerotizada, un intento de reformulación de la fe adaptada al hombre moderno, una verificación de los fundamentos del cristianismo con la ayuda de los nuevos métodos críticos e históricos. Movido por el deseo de devolverle a la Iglesia su influjo espiritual sobre los contemporáneos, el modernismo constituye un intento de renovación de la exégesis, de la historia y de la teología en el surco de un pensamiento que sospechaba de todo dogmatismo y que estaba familiarizado con los nuevos métodos de interpretación de los textos.

Los contornos del modernismo no son fáciles de definir, ya que es difícil aislarlo del movimiento intelectual de aquel período, que intentaba colmar el retraso de las «ciencias eclesiásticas». En Alemania, a lo largo de todo el siglo xix, se desarrolló una corriente de liberalismo universitario y de reformismo católico, pero muy al margen del modernismo. Para Inglaterra hay que mencionar a G. Tyrrel (1861-1909). En Italia el modernismo existió sobre todo en el terreno de la acción social y de la cultura religiosa con R. Murri (1870-1904), S. Minocchi (18691903) y E. Buonaiuti (1881-1946). En Francia fue donde el modernismo encontró su terreno predilecto con Alfred Loisy (1$57-1940), E. Le Roy (1870-1954) y J. Turmel (1859-1942); salió a la luz pública con la aparición del pequeño «livre rouge» de Loisy L’Evangile et l’Église (París 1902), que se presentaba como una apología histórica, no ya del sistema romano, sino del catolicismo ilustrado, en respuesta a A. Harnack, que acababa de publicar su Das Wesen des Christentums, apología histórica del protestantismo liberal. La obra de Loisy fue juzgada peligrosa para la fe, y más aún las explicaciones que siguieron en Autour d’un petit livre (París 1903). Por el número de sus publicaciones y también por el interés que suscitaron sus posturas en exégesis y en teología, no es exagerado decir que Loisy es «el modernista por excelencia». No conviene situar entre los modernistas a los autores de este período, que fueron ciertamente renovadores, pero que mantuvieron sus distancias respecto a las orientaciones doctrinales del modernismo: M. Blondel, L. Laberthonniére, M.-J. Lagrange. Ni hay que atribuir de forma demasiado rápida la paternidad del modernismo a Kant, Schleiermacher, Renan e incluso a Newman.

Hay varias posiciones de Loisy que interesan a la teología fundamental, ya que su empresa modernista se basa en una teología de la revelación y de su desarrollo en la Iglesia.

LA REVELACIÓN COMO CONCIENCIA ADQUIRIDA

Loisy intenta despojar a la revelación de toda representación antropomórfica que consistiera en concebirla como la comunicación hecha al hombre por Dios de unas verdades ya acabadas e inmutables. Describe el acontecimiento revelador primero en términos de «experiencia religiosa», de «percepción», de «contacto con lo divino». Esta experiencia religiosa primordial se expresa por medio de unas afirmaciones de fe y de unas interpretaciones doctrinales que formula el creyente a lo largo de la historia, tomando conciencia del don de Dios. Esta conciencia, en la que Dios actúa, es adquirida por el creyente y participa de las condiciones y de los límites de todo conocimiento humano. De esta manera Loisy fundamenta el desarrollo de la revelación en el hecho de que el don divino reviste nuevas expresiones que guardan siempre una relación estrecha con la cultura de los hombres que van evolucionando.

Para interpretar correctamente la fórmula tan discutida «la revelación no pudo ser más que la conciencia adquirida de su relación con Dios» (Autour d ún petit livre, p. 195), que fue condenada textualmente en el decreto Lamentabili, hay que comprenderla respecto a una distinción que pone Loisy entre «revelación viva» y «revelación formulada en lenguaje humano». La revelación viva se reduce a la realización en la humanidad del misterio divino, que tiene su expresión principal en la religión. La conciencia progresiva de la relación con Dios es la revelación en su realización humana, que toma la forma de un lenguaje simbólico y de una doctrina. La revelación no puede existir sin que el hombre la comprenda y la exprese. Loisy se empeña en subrayar el papel activo e indispensable del hombre, para quien «la verdad no entra ya hecha en su cerebro ni está nunca acabada». La verdad de la revelación no escapa, por tanto, a las condiciones de toda verdad humana, marcada por la historicidad y la relatividad.

Loisy da a Cristo el título de «gran revelador», no tanto debido al misterio de su persona, sino porque es el que tuvo la «percepción» más clara e inteligible de las relaciones entre Dios y el hombre. En efecto, el papel de Cristo consiste en desvelar lo que existe en el fondo de todo hombre, haciéndole comprender mejor lo que Loisy llama la «revelación primitiva» o la «revelación inexplicada», es decir, la que el hombre lleva escrita con caracteres indistintos en el fondo de su conciencia religiosa. En su persona, su vida y su enseñanza, Jesús manifestó lo que el hombre ha comprendido vagamente desde siempre: «Dios se revela al hombre en el hombre y la humanidad entra con Dios en una sociedad divina» (L’Evangile et l’Église, p. 268).

G. Tyrrell, en Through Scylla and Charybdis (Londres 1907), insiste más aún que Loisy en el lugar de la experiencia en la revelación. Según él, la revelación no comporta una comunicación de verdades, ya que es un acto de Dios con quien el creyente entra en contacto místico. Este contacto no formulado y no conceptual con Dios se expresa en una especie de «conocimiento profético», cuyos elementos están sacados de la cultura del profeta que recibe la revelación. La experiencia religiosa, que es el corazón de la revelación, es un don que Dios puede conceder a todos los hombres. Pero la experiencia-tipo, que sirve de norma para los creyentes, es la de Jesús y la de los apóstoles en contacto directo con él. Las expresiones de su experiencia tienen un poder de evocación que pueden suscitar en nosotros una experiencia análoga a la que ellos tuvieron. Para Tyrrell, las expresiones de la fe no poseen ningún valor de realidad. Son símbolos condicionados por una situación cultural de una época, pero útiles para provocar en nosotros la experiencia de revelación y de fe.

Reduciendo demasiado exclusivamente la revelación a una experiencia de lo divino, los modernistas no ponen de relieve el hecho de la comunicación de Dios mismo, que se realiza en una historia de salvación y de una manera especial y definitiva en Jesucristo. Sin embargo, ponen de manifiesto un problema real, que es la distancia entre la verdad en sí misma y la verdad tal como la posee el espíritu humano.

EL ACCESO A JESÚS

Loisy se dedicó a considerar los fundamentos del cristianismo mediante un proceso histórico, desvinculado de la fe y del dogma. Creyó que era posible llegar a la historia de Jesús en su materialidad a través de los textos, sin pasar por la fe y por la intencionalidad religiosa que subyacen a la producción de estos textos. Loisy subraya el género literario de los evangelios: no son obras de historia, sino testimonios y expresiones de la fe de los primeros discípulos, que intentan expresar unos datos reales y su experiencia religiosa. Aunque son inevitables una idealización y una sistematización de las palabras y de los hechos, está convencido de que puede alcanzar algo consistente sobre la forma inicial y concreta de la obra y del mensaje de Jesús. Para llegar a Cristo y a su evangelio, el historiador tiene que consultar, además de los textos bíblicos toda la historia del cristianismo: «Lo que ha salido del evangelio nos revela la fuerza infinita que había en la obra de Jesús». Loisy distingue entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe»; pero esta distinción no supone que el conocimiento de Jesús histórico no tenga ningún papel que representar en la fe, como pretendió más tarde Bultmann.

Loisy hizo mucho por defender la realidad histórica de Jesús; pero hemos de reconocer que no profundizó suficientemente en la naturaleza de la intervención de Jesús en la historia y que no mostró suficientemente la originalidad de su mensaje y el misterio trascendente y único de su persona. No vio en el dogma de la divinidad de Jesús más que la expresión sabia, helenista, o también la determinación filosófica de la relación trascendente y única que existe entre Dios y la persona histórica de Jesús.

JESÚS Y LA IGLESIA

Loisy relaciona la fundación de la Iglesia con «una voluntad del Cristo inmortal, no con una intención manifestada por Jesús antes de su pasión» (Autour d’un petit livre, p.163). Jesús no previó explícitamente una sociedad que tuviera la misión de dar a conocer el evangelio durante los siglos venideros. Predicaba la venida del reino, que debería tomar una cierta forma de sociedad. En este contexto es donde importa situar las palabras de Loisy, recordadas tantas veces para ilustrar su escatologismo: «Jesús anunciaba el reino, y vino la Iglesia» (L’Évangile et l’Église, p. 155). La Iglesia vino para continuar la misión de Jesús en la fase de espera de la llegada definitiva del reino; la acomodación al tiempo permitió su nacimiento y su evolución. Aunque ella pretende que no cambia, la Iglesia ha cambiado siempre, muchas veces a su pesar, para poder responder a las necesidades de los hombres. Loisy justifica la existencia de la Iglesia como servicio al evangelio, un servicio tal como se ha realizado durante siglos. Su autoridad no es diferente de la de cualquier maestro y de la de cualquier sociedad. La Iglesia hace que la revelación sea siempre contemporánea; y el conjunto de su historia constituye la revelación permanente, que se produce en la serie de los siglos. Como historiador, Loisy no puede mostrar que Jesús haya fundado la Iglesia; pero la Iglesia no es ni mucho menos extraña a su pensamiento. Le sigue en el servicio al evangelio, que ella tiene que adaptar a las condiciones cambiantes de la vida humana. Ella realiza esta adaptación del evangelio mediante su enseñanza y con la formulación de los dogmas, que sirven para mantener la armonía entre la creencia religiosa y el desarrollo científico de la humanidad. Loisy explicó el desarrollo de la práctica sacramental y de la institución eclesiástica por el método histórico. Muchos de los lectores se sintieron extrañados de constatar que los orígenes y la historia de las prácticas eclesiales y de los dogmas fueran más frágiles y oscuros de lo que enseñaba la teología tradicional. Esta entrada de la historia en la teología católica representa sin duda un aspecto fundamental del modernismo.

BALANCE DEL MODERNISMO

El modernismo no se puede reducir a los elementos de desviación que aisló la Pascendi, en oposición al pensamiento católico tradicional; al contrario, no tiene sentido ni realidad más que, dentro del movimiento mismo del pensamiento cristiano, que no acaba nunca de dar cuenta de sus acontecimientos fundadores. El modernismo intentó situar la fe cristiana sobre un telón de fondo más amplio que el de la enseñanza tradicional de la Iglesia, queriendo encontrar para esta fe un lenguaje adaptado a las transformaciones del espíritu humano, del que el desarrollo de las ciencias modernas era un síntoma y un agente. Al oír hablar después de treinta años de la renovación de la exégesis y de la teología, no parece que el proyecto modernista fuera a priori inaceptable. Ha sido sin duda el punto de partida de unas investigaciones y de unas soluciones que fueron ciertamente condenadas, pero que siguen siendo cuestiones del programa de la teología fundamental. El interés del modernismo, y más en concreto de Loisy, no está tanto en las soluciones que propuso como en las cuestiones válidas que suscitó y que formuló: el carácter relativo de las expresiones de la verdad, la verdad de la Escritura, la relación entre la historia y el dogma, el empleo de los métodos críticos en exégesis, el desarrollo de los dogmas; la entrada de la historia en teología. Hemos de reconocer que no pocas afirmaciones que entonces fueron consideradas como escandalosas y condenadas se admiten o se toleran actualmente. Sin embargo, el modernismo fue una empresa de pioneros, que no se libró de extrapolaciones y de errores. Se aventuró en el empleo de los nuevos métodos críticos e históricos, heredados de la joven historia de las religiones, sin realizar un esfuerzo epistemológico suficiente que le hubiera impedido caer en las redes de cierta mentalidad positivista y subjetivista. Desde entonces, la conciliación de la fe y de la razón se ha hecho posible, ya que los métodos históricos y las ciencias de la religión, en su conjunto, se han criticado a sí mismos y han encontrado el sentido de sus límites; de esta manera han percibido mejor lo que tiene la fe de irreductible, de específico y de trascendente. Y la fe, por su parte, comprende mejor cómo las ciencias, y especialmente la historia, pueden permitirle desplegar sus riquezas y ser significante para el mundo moderno.

BIBLIOGRAFÍAAA.VV., Le modernisme, París 1980; Dn4v G., Transcendente and Immanence. A Study in Catholic Modernism and Integralism, OxFord 1980; POULAT E., La crisis modernista (Historia, dogma y crítica), Madrid 1974; In Modernistica, París 1982; PROVENCNER N., La révélation et ron développement dares 1 Église selon Alfred Loisy, Ottawa 1972; In, La modernité dares le projet théologique d Aljred Loisy, en «Église et Théologie» 14 (I983) 35-45; ScoePOLA P., Crisi modernista e rinnovamento cattolico in Italia, Bolonia 1961; VIRGOULAY R., Blondel et le modernisme, París 1980.

Fuentes: Mercaba


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Conociendo la Voluntad de Dios

La dificultad que muchos de nosotros experimentamos en cuanto al tema no es tanto si cumplimos o no la Voluntad de Dios sino si sabemos cuál es Su Voluntad para nosotros. A pesar de ello, podemos estar seguros que algunas cosas sí son definitivamente parte del Plan de Dios para nosotros, como por ejemplo:

Los Mandamientos – Los diez dados a Moisés,
Los Preceptos de la Iglesia,
Los deberes de nuestro estado de vida, obediencia a la autoridad civil – civil, familiar y eclesial; y
El Mandamiento nuevo dado por Jesús, que nos amemos todos mutuamente
.

En las escrituras podemos ver de muchas maneras sencillas, exactamente lo que el Padre espera de nosotros. Todas estas son manifestaciones directas de la Voluntad de Dios en nuestra vida cotidiana. Quizá una lista podría ayudar.

1. «Ama a tus enemigos, haz el bien a aquellos que te odian, bendice a los que te maldicen, ora por los que te tratan mal» (Lc 6,27-35)
2. «Sé compasivo como vuestro Padre es compasivo. No juzgues y no serás juzgado, no condenes y no serás condenado.» (Lc 6,36-38)
3. «Les digo solemnemente, si no se hacen como niños no entrarán al Reino de Dios.» (Lc 18,17)
4. «Es la Voluntad de mi Padre, que quien ve al Hijo y cree en Él, tendrá vida eterna.» (Jn. 6,40)
5. «Aprendan de mí que mi yugo es suave, porque soy humilde de corazón.» (Mt. 11,29)

Nuestro problema radica en que miramos a los mandamientos de manera negativa. En nuestras mentes son meras prohibiciones, pero no lo son. No encontramos fallas o errores cuando un inventor nos explica como manejar su invento. ¿Quién mejor para saber como funciona una máquina que el propio inventor? Para la mayoría de nosotros lo lógico es que sea él y aceptamos las indicaciones y la garantía, siempre y cuando las indicaciones sean seguidas adecuadamente.

Esto es exactamente lo que Dios ha hecho al darnos los mandamientos. No son imposiciones, que le hacen hincapié a Su criatura de su posición subordinada. Los mandamientos, dados por el Padre en el Antiguo Testamento y por Jesús en el Nuevo, son solamente indicaciones del Creador que nos dice que los seres humanos, creados por Él, son más felices, saludables y están más contentos cuando siguen las directrices de su Creador.

El Padre sabe en qué condiciones maduran y crecen nuestras almas. Sabe cuáles son las mejores cosas para combatir nuestras debilidades. Sabe también cuáles son los pasos a seguir para evitar los obstáculos que el enemigo pone en nuestro camino. Pero sobre todo, sabe cómo deben ser purificadas y transformadas nuestras almas para que podamos estar en Su presencia un día y no terminen siendo aniquiladas.

Las Escrituras están llenas de revelaciones que nos dicen como el Padre quiere que pensemos y actuemos en toda circunstancia. Nuestro problema está en que, conocer la voluntad de Dios está en las decisiones que tomamos en nuestra vida cotidiana. Primero, debemos decir que los mandamientos son parte de la voluntad de Dios. No hay duda aquí sobre lo que quiere de nosotros. Las pruebas de la vida diaria, el mal, el sufrimiento, etc., son parte de lo que Dios permite como Su voluntad.

La Voluntad de Dios solo quiere lo que es bueno y santo, pero el libre albedrío del hombre y las tentaciones del enemigo producen otros efectos que no son buenos. Estos efectos son los que sufrimos, pero Dios, para quien todo es presente, ve lo bueno en nuestra manera de enfrentarnos al mal y lo permite para obtener un bien mayor. San Pablo trae esto a colación cuando nos recuerda que aquellos que aman a Dios tienden a lo bueno (Rom. 8:28). Nuestro querido Señor se enfrentó a la malicia, al odio y a la crucifixión para cumplir la Voluntad de Dios.

No podemos decir que Dios ordenó a los hombres rechazar y matar a su Hijo, pero al saber de antemano los sentimientos del pueblo elegido cuando apareciese su Hijo en la tierra, permitió la disposición de ese pueblo al mal y por la perfecta obediencia su Hijo logró nuestra redención. Ordenó que el hombre no cayese, pero el orgullo rechazó ese deseo. Ordenó al hombre aceptar a Su Hijo, pero muchos no lo hicieron. Al permitir los efectos del rechazo, el Padre generó un gran bien. El hombre sabría cuánto lo ama Dios, recibiría al Espíritu, la gracia, la filiación divina y finalmente, el Cielo. Todo este bien fue obtenido a partir de la malicia del hombre. Dios lo vio y permitió que Su Hijo sufriera intensamente para terminar con el yugo del demonio sobre el hombre y destruir a la muerte completamente por medio de Su gloriosa Resurrección.

El Padre nos ama de la misma manera y nuestra fe, esperanza y caridad deben brillar cuando nos enfrentamos a las pruebas que permite en nuestras vidas. La confianza es la clave para cumplir la Voluntad de Dios. Debemos confiar en el Padre, cuyos ojos están siempre sobre nosotros. No podemos ver o juzgar dentro de la niebla espesa, pero debemos confiar en el Padre que lo ve todo con claridad.

Al tomar decisiones relativas a nuestro estado de vida, los amigos, el trabajo, los planes futuros, negocios, etc.; debemos utilizar las facultades mentales que Dios nos ha dado y debemos rezar para pedir una guía. No podemos esperar que descienda como una especie de visión de éxtasis que nos diga exactamente qué hacer.

De repente, algunas ideas que pueden servirnos de guía pueden ser: ver si la decisión que tomamos honra y da gloria a Dios, cómo afecta nuestra relación con Él y si estamos en paz con eso. Podremos descansar seguros si tomamos nuestras decisiones de este modo. Así, Dios estará de nuestro lado y obtendremos buenas cosas como resultado de ellas, aunque veamos más tarde que nuestra decisión no fue la más acertada.

El fracaso también es usado por Dios para acercarnos más a Él. Nunca nos ordenó tomar siempre las decisiones correctas –sólo ser santos– y eso genera la confianza que como niños, debemos tener en Él; quien hará que nuestros pasos sean firmes y que nuestras maneras torcidas se enderecen.

Cuando tenemos la ocasión de hacer amigos, ya tenemos un criterio para hacerlo. Jesús nos ha dicho que juzguemos por los frutos (Matt 7, 16). Nuestros amigos deben ser escogidos, no sólo por el fruto de sus propias vidas, sino también por el fruto que obtenemos con ellos. Podríamos llegar a algún concepto sobre la Voluntad de Dios con relación al trabajo, por los talentos que Dios nos ha dado. ¿Qué clase de trabajo es el que mejor se me acomoda y el que me hace feliz? Si no estamos seguros, entonces debemos experimentar con varios tipos de trabajo hasta que lleguemos a cierta “conciencia” de que eso o aquello es lo que mejor hacemos.

Sucede, sin embargo, que en ocasiones vivimos en una determinada situación que se origina por nuestras propias debilidades, errores, decisiones equivocadas y las malas intenciones de quienes nos rodean. ¿Dónde está la Voluntad de Dios en eso? Si hemos rezado y no tenemos una solución a la mano, si hemos tratado de cambiar lo que estaba a nuestro alcance y las cosas sólo se han puesto peor, entonces podemos estar seguros de que el crecimiento en la paciencia es la Voluntad de Dios, al menos por el momento. La oración continua nos dará fortaleza y ésta a su vez perseverancia y ésta, esperanza que no será vana.

San Pablo dijo a los Corintios lo siguiente: ”Tenemos problemas en todos lados, no veo respuesta a nuestros problemas, pero no decaigo”. (2 Cor, 4:8) Incluso un alma especialmente escogida como la de Pablo tuvo momentos en los que la Voluntad de Dios no estaba clara, cuando todo parecía imposible. Esta es la razón por la que un día Pablo le pidió al Señor que lo liberase de la multitud de dificultades que tenía. Comenzó a pensar que la Voluntad de Dios no estaba sólo en las pruebas, debilidades, insultos, persecuciones y en las agonías del Apostolado (2 Cor 12,10). Tres veces solicitó el alivio y la respuesta que recibió es que si eso le estaba pasando, se debía a que la voluntad de Dios obtendría algo bueno de allí. «Mi gracia» le contestó Jesús a Pablo «es suficiente para ti, mi fortaleza se muestra en tu debilidad». (2 Cor. 12,9) Pablo se alegró con esta respuesta. No pudo aplacar sus penas con eso, pero saber que la gracia de Dios estaba con él lo hizo decir “debo estar muy feliz porque mi debilidad permite que la fortaleza de Cristo esté sobre mí”. (2 Cor. 12,10)

Esta es la diferencia entre un pagano y un cristiano. Para un pagano el dolor no tiene sentido. Como resultado vive una vida de soledad y frustración. El cristiano puede experimentar las mismas pruebas que un pagano y nunca perder la alegría. Ve la voluntad de Dios en ellas, ve la oportunidad de ser como Jesús, de darle gloria en el Reino. Las pruebas para el pagano incrementan la desesperanza y alumbran al cristiano que comparte el yugo de Jesús.

Muchos se hacen la pregunta: ¿Cómo sé cuál es la Voluntad de Dios para mí? La respuesta es simple: “Si sucede, es voluntad de Dios. No es relevante si Lo ordena o si Lo permite, nada nos sucede si Él no lo ha visto de antemano, teniendo en cuenta el bien que se obtendrá de ello y esperando Su sello de aprobación.

La Voluntad de Dios para nosotros está en los deberes y experiencias del presente. Sólo tenemos que aceptarlos y tratar de ser como Jesús en ellos. Cuando Jesús no le respondió a Pilatos, Pilatos le dijo «No me hablas, seguramente debes saber que tengo el poder de crucificarte”(Jn. 19,10)

La respuesta de Jesús nos muestra claramente que siempre contemplaba la Voluntad del Padre, justa o injusta. «No tendrías poder sobre Mí, si no te hubiera sido otorgado de lo alto”. (Jn 15,11). Jesús vio al Padre en una debilidad, un juez injusto. ¿Cuántos de nosotros tenemos esa clase de confianza, esa clase de visión?

San Pedro alienta al cristiano de su época para que “acepte la autoridad de toda institución social, al emperador como suprema autoridad entre los gobernadores… Dios quiere que seamos buenos ciudadanos… que respetemos a todos… y que demos honor al emperador”(1 Pedro 2:13-16).

Todos somos conscientes del hecho que Pedro estaba hablando de Nerón, cuya maldad era harto conocida. Sin embargo, sigue adelante sin decir que si la autoridad legal exige el rechazo de Dios o de sus mandamientos, debemos elegir a Dios por encima de todo. Dios no nos ha redimido para colocarnos en una especie de utopía terrena. Nos ha redimido para darnos un reino, para convertirnos en sus hijos adoptivos, para darnos su felicidad eterna, para ser testigos en el mundo de la existencia de otra vida y para probar con nuestra conversión personal que Jesús es el Hijo de Dios.

San Pablo nos asegura que todo el sufrimiento en el mundo es nada comparado con la gloria que está por venir (Rom. 8,18)

Todo momento de la vida es como un sacramento en el que podemos recibir a Dios. Es el canal mediante el cual Dios nos habla, nos forma y se dirige a nosotros. Sólo tenemos que aceptar los deberes del momento presente para encontrar la Voluntad de Dios. Estamos impedidos de respirar este aire sobrenatural por el hecho que vemos personas y circunstancias producto de la malicia o el temperamento de otros. Ellos se convierten en obstáculos en nuestro camino y no nos dejan ver a Dios.

No podemos ver a Dios en las acciones de estas personas porque se oponen a lo que ordena Su Voluntad. A pesar de ello, podemos ver a Dios a través de estas acciones; como cuando vemos a un amigo cercano en medio de una espesa niebla. En esa niebla es posible que nos resbalemos y caigamos, es posible también que lloremos y que nos desesperemos a veces, pero la Imagen que vimos nos lleva a la luz más grande que está al final de la niebla, más allá de todo.

El secreto, entonces, para encontrar la Voluntad de Dios está en verLo en el presente y responder a Su presencia de la manera más amorosa que podamos. Hace falta un poco de esfuerzo para ver a Dios en todo, como Jesús, que lo hizo y con su obediencia nos ganó la salvación.

Hay veces en las que necesitamos decisiones inmediatas —ocasiones en las que difícilmente podemos rezar por el poco tiempo que tenemos. En esas circunstancias podemos estar seguros que si nuestro corazón ha estado con Dios hasta ese momento, tomaremos la decisión correcta. Si fallamos, nuestra esperanza en Su amor, nos asegura que algo bueno se obtendrá de la experiencia vivida.

Dios no quiere que estemos preocupados por el ayer y el mañana. En el evangelio de San Mateo leemos que Jesús dijo «No te preocupes por el mañana, el mañana se preocupará por sí mismo. Cada día hay suficiente para preocuparse” (Mt. 6,33-34). Aquí vemos una llamada de Jesús para que vivamos el presente. Jesús no nos está diciendo que como cristianos debemos estar libres de problemas. Nos está pidiendo que compartamos nuestro yugo con Él y que lo hagamos siempre, minuto a minuto. Si nos ejercitamos en esta forma de vida, podremos ver Su Voluntad y tendremos la fuerza necesaria para cumplirla.

No hay manual ni reglas a seguir para conocer la Voluntad de Dios en nuestras decisiones. El intelecto dado por el Padre y el discernimiento dado por el Espíritu que está en nuestros corazones, nos darán las herramientas necesarias para que nuestras decisiones sean mejores; aunque a veces Su Voluntad permita que fracasemos, para ejercitar nuestra fe, incrementar nuestra esperanza y descubrirlo como nuestro amigo en tiempos de necesidad.

Habrá ocasiones en las que Su Voluntad esté nublada en nuestras mentes y el camino a seguir sea tan incierto que nos veamos forzados a escoger lo que menos dudas nos genera… y esperar que suceda lo mejor. Nuestra paz en estas circunstancias viene de la profunda certeza que vive aun entre nosotros sus hijos que Dios es nuestro padre y que se hará cargo de nosotros.

Dios no es el tirano. Está satisfecho con el esfuerzo sincero de sus hijos para conocer y cumplir Su Voluntad, que será coronado con el éxito aunque todo parezca perdido.

ORACIÓN

Señor y Padre, permite que tu Santo Espíritu me llene con la conciencia de tu Voluntad en este momento. Quiero ver Tu Providencia, Tu guía y Tu gracia en mi vida diaria. Perdóname cuando me rebelo por las ocasiones en las que me parece que tu Voluntad me parece difícil de cumplir. Mi vida está plagada de mi propia voluntad y egoísmo. Mi corazón no está listo para el sacrificio y mi mente rechaza lo que no puede comprender. Permite que tu misericordia me rodee y que me llene con tu luz. Permíteme ver con claridad la sapiencia detrás de todo lo que permites y el amor en todo lo que ordenas. Que nuestras voluntades se hagan una sola para que haga en esta vida lo que debo hacer para alcanzar la eternidad, perfectamente unido a Tu voluntad.

Fuentes: EWTN


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¿María la «mujer» del Apocalipsis?

Este artículo se ha subsumido en este otro:

Dios Reveló lo que Sucederá en los Tiempos Finales en el Libro del Apocalipsis – Es la clave para entender lo que está pasando ahora en el mundo…

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Consagración a María riesgos y sentido

El término consagración con relación a María, se ha generalizado en los últimos siglos y en nuestro tiempo ha sido revivido incluso por los Papas, tres de los cuales han renovado la consagración del mundo por medio del Inmaculado Corazón de María, según la petición de Lucía, la vidente de Fátima.

Esto evidencia que la Virgen María tiene un rol en el plan de salvación, como lo revela toda la tradición católica. ¿Dónde se originan entonces los problemas? Un experto mariólogo, responde a algunas de las objeciones más frecuentes y aclara conceptos.

 

I. ALGUNAS OBJECIONES TEOLÓGICAS

Se habla mucho y de modo inapropiado de “consagración a María”. Se dice: ella nos consagra, y se añade: a ella nos consagramos. Los teólogos oponen a este lenguaje las siguientes serias objeciones:

Primera objeción. – Dios solo consagra, o sea, se hace presente en nosotros, diviniza nuestra existencia, nuestra vida.

Esto es cierto y no debemos olvidarlo: toda consagración es un don gratuito de Dios, que inicia por obra suya y por obra suya se concluye, porque sólo él puede vencer la inercia de nuestra naturaleza humana y elevarnos a su vida divina. Juan Pablo II no ha ignorado esta objeción, pero la ha tomado y resuelto en el sentido que Jesús le ha dado en la Última Cena: “Yo me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados” (Jn 17, 19).

El versículo nos recuerda que, a rigor de términos, no hay más que una consagración: la de Jesucristo. Al nacer entre los hombres él ha consagrado su humanidad mediante la unción de su misma divinidad, y tal consagración realizada en el interior del mundo creado, es un principio de consagración para el mundo entero: radicalmente consagrado mediante Él y llamado a entrar en su consagración.

Segunda objeción. – La segunda objeción afirma que para el hombre existe una sola consagración: el Bautismo. A través de este sacramento Dios nos consagra a Él imprimiendo en nosotros un carácter indeleble.

Esta consagración, ¿no resultaría ofuscada al hablar de otras consagraciones, decayendo así en el particularismo, como una más?. No, porque las consagraciones votivas tienen una función precisa en la Tradición de la Iglesia, en particular la consagración religiosa de los tres votos. Dado que el término consagración es análogo, la “consagración religiosa” es relativa. Esta no tiene más objetivo que el de realizar más perfectamente la consagración del Bautismo. Dígase lo mismo de la consagración a María o mediante María.

La predicación cristiana y el mismo Grignion de Montfort no han cesado de subrayarlo con la máxima claridad: consagrarse es abrirse activa y generosamente a la consagración de Dios.

Una ayuda pastoral para despertar la respuesta del cristiano. – Tales actualizaciones o consagraciones votivas no dejan de ser importantes, pues el drama de la Iglesia es que muchos bautismos hacen de los bautizados muertos-nacidos: Dios ha realizado su obra de consagración, pero sin respuesta por parte del bautizado; y la consagración fundamental no ha pasado a sus vidas.

El gran problema de nuestro destino y de la misma Iglesia, consiste en que la consagración gratuitamente dada por Dios se haga recíproca. Que pase de inerte a viviente; de votiva a efectiva: que penetre toda nuestra vida. Ese es también, según la teología, el sentido de la consagración religiosa mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia. Tiene la función de actualizar, de realizar la consagración del Bautismo.

Esa es también la función de las consagraciones mediante María. Digo “de las” consagraciones, porque pueden asumir varias formas: la de Montfort, a Jesús a través de María; la que fue pedida a los videntes de Fátima, a través del Corazón Inmaculado de María, etc.

Por tanto, hablar de consagraciones implica necesariamente hablar de Dios, hablar del Espíritu Santo.

 

II. LA LIBRE COOPERACIÓN DEL HOMBRE

Tercera objeción. – ¿Por qué se habla de consagrarse, dado que sólo Dios consagra? El hecho es que Dios no hace nada en nosotros sin nosotros.

Nos consagra sólo si se lo pedimos, con nuestro consentimiento y nuestra cooperación. Dios ha hecho todo (como Causa primera, creadora), pero nos llama a hacer todo con él, a nuestro nivel, como causa segunda, libre y necesaria. La obra de nuestra consagración, donada enteramente por él, es enteramente desarrollada por nosotros, por nuestra libertad.

Con todo, la verdad es que el vocablo “consagrar” no tiene el mismo significado cuando se dice que Dios nos consagra (o sea, nos transforma) que cuando hablamos de consagrarnos (acoger libremente y vivir ardientemente esta gracia de Dios). Esta cooperación libre es decisiva e indispensable. Es la mayor libertad.

Cuarta objeción. – ¿Es posible consagrar a otros, sin su libre adhesión?. Consagrar a Rusia (u otra nación) según la petición de Fátima, ¿no es tal vez una pretensión mágica y una prepotencia frente a la libertad de otros hombres, o incluso una violación de los derechos humanos? Es evidente que un don no puede darse sin la libre acogida de los interesados, que es decisiva. Tales “consagraciones” tienen como intención y objetivo ayudar a aquellos que en esos países son ya consagrados en medio de todas las pruebas y persecuciones que soportan, a fin de que la luz y el don que ellos viven se extiendan a sus compatriotas “sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte”. Son pues una oración, una intercesión, una apelación al don generoso de Cristo que se ha consagrado para consagrar consigo a todos los hombres.

Quinta objeción. – ¿Por qué se habla de consagración a María, si sólo existe la posibilidad de consagrarse a Dios?

La objeción es válida. De hecho “consagración” significa pertenencia total, y una de las fórmulas de consagración acentúa, tal vez paradójicamente, la radicalidad de ese don de sí al decir: “Me consagro como esclavo de amor”.

La fórmula es desconcertante, porque la esclavitud es un mal. Hacerse esclavos de una criatura sería una alineación, un servilismo: un desprecio a los derechos del hombre y a la autonomía humana.

El sentido verdadero de la “esclavitud mariana”. – Pero la objeción se desvanece si a la consagración se le da el sentido que le daba el apóstol Pablo, quien con tanta insistencia se llamaba “esclavo de Cristo” (Rm 11, 1; y también en el prólogo de muchas de sus cartas). La objeción está superada porque siendo Dios Creador, consagrarse a Él no significa alienarse, sino reconocer la verdad: nuestra condición de criaturas, pues a Dios se lo debemos todo, incluida la existencia y la misma libertad, que él crea justamente como libertad capaz de unirse a Él y decidirse por el bien, o alejarse de Él y del bien. Admitir tal verdad significa descubrir al mismo tiempo el Principio y el Término divino de nuestra existencia. Significa descubrir la verdad más profunda y la fuente misma de nuestra libertad, tan a menudo dominada por las ilusiones terrenas. Significa encontrar el camino de la única felicidad que vale la pena en este mundo y que conduce a la eternidad feliz. Es compartir la misma libertad de Dios…

Con relación a estas verdades fundamentales es posible situar la función de María en las consagraciones.

Y aunque tal función está referida esencialmente a Dios, es importante porque Dios mismo ha dado a la Virgen María un lugar inigualable en el plan de la redención.

Fuente: Giuseppe Daminelli, en revista Madre di Dio, Nº 5, Milán, San Paolo, mayo de 2002.
 
 

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El Papa Juan Pablo II y Medjugorje

Se esperaba que la visita del Papa Juan Pablo II a Bosnia-Herzegovina, el 12 – 13 de abril de 1997, terminaría con la venida de éste a Medjugorje, puesto que había expresado tal deseo en numerosas ocasiones.

Lamentablemente, eso no sucedió. Sin embargo, el Papa no olvidó Medjugorje.
Fuente: Information Centre «Mir» Medjugorje ( www.medjugorje.hr)

El Papa estuvo en Sarajevo y no fue a Medjugorje a pesar de su evidente benevolencia hacia los eventos en la parroquia de Medjugorje. Recordemos que también el Presidente croata Franjo Tudjman, inmediatamente antes de la llegada del Papa a Sarajevo, había declarado ante un grupo de políticos y sacerdotes que, Su Santidad Juan Pablo II, con motivo de su último encuentro, le había dicho que con ocasión de su próxima visita a Sarajevo le habría gustado visitar también Medjugorje. A este testimonio estuvo presente también el obispo local Ratko Peric, el cual no dijo una sola palabra.

Se desconoce y presumiblemente se continuará no sabiendo lo que el Papa habló a los altos prelados reunidos en Sarajevo. Se sabe, eso sí, que preguntó quién era el provincial franciscano de la provincia de Herzegovina, región donde se halla la parroquia de Medjugorje. Se sabe también que mencionó con una sonrisa el nombre de Medjugorje a su llegada a Sarajevo, con motivo de la cena en el Seminario Conciliar Católico y de su partida de Sarajevo. Sin embargo, no se ha levantado mucho polvo con respecto a todo esto.

Los ánimos se exaltaron sólo después de la audiencia habitual general del Papa, del miércoles inmediatamente después de la visita a Sarajevo. Como revelan los despachos de agencia, el Papa, en aquella ocasión, declaró entre otras cosas lo siguiente: «Durante la guerra los peregrinajes de los creyentes a los santuarios marianos no se vieron detenidos, ni en Bosnia-Herzegovina, ni en otras partes del mundo, en modo particular en Loreto, para pedir a la Madre de los Pueblos y a la Reina de la Paz que interviniera en esta región martirizada». Estas palabras del Papa fueron interpretadas por muchos como un directo reconocimiento de los eventos de Medjugorje.

Es difícil decir como actuará la Iglesia a breve y a largo plazo con respecto a los acontecimientos de Medjugorje. Con la disolución de la Conferencia Episcopal de Yugoslavia ya no existe más una comisión que, junto con ella, se ocupe de seguir los eventos en la parroquia de Medjugorje. La Iglesia tendrá que hacer algo al respecto. Entretanto, Medjugorje continuará su propio curso y se realizará la afirmación de la Sagrada Escritura según la cual el árbol se conoce por sus frutos.

 

EL PAPA, MEDJUGORJE Y EL PROVINCIAL DE HERZEGOVINA

En el aeropuerto de Sarajevo, el 12 de abril, fue acogido, en primera instancia, por tres obispos y dos provinciales de Bosnia-Herzegovina. Cuando el provincial de Bosnia-srebrna, Fr. Petar Andelovic, en su cargo de principal de los provinciales, se acercó al Papa para saludarlo, el Papa le preguntó: «Medjugorje?». El, entonces, indicó en dirección del dr. Fr. Tomislav Pervan, provincial de Herzegovina, quien dijo: «Yo soy de Mostar y Medjugorje». El Papa hizo un ademán con la cabeza y repitió dos veces: «Medjugorje, Medjugorje». Lo vieron todos los televidentes que estaban siguiendo la transmisión de la llegada del Papa.

Mientras rezaba con los reunidos en la catedral de Sarajevo, el Papa, en dos ocasiones, oró a la Reina de la Paz para Bosnia-Herzegovina. Muchos de los presentes lo interpretaron como un dirigirse a la Reina de la Paz de Medjugorje.

Después de la cena en el Seminario Conciliar Católico de Sarajevo, Fr. Tomislav aprovechó la ocasión para entregar personalmente al Papa, la última monografía fotográfica sobre Medjugorje que le enviaron los franciscanos que trabajan en la parroquia de Medjugorje. En esta ocasión, intercambió con él, durante poco tiempo, algunas palabras sobre Medjugorje. El Papa permaneció en silencio, pero se vio, por la expresión de su rostro, que había acogido ambas cosas con interés y satisfacción.

Con motivo de la partida del Papa del aeropuerto de Sarajevo, Fr. Tomislav Pervan, al despedirse del Papa, le dijo: «Santo Padre, lo esperamos en Medjugorje». El Papa, con una sonrisa, como se pudo apreciar en la pantalla de televisión, respondió: «Medjugorje, Medjugorje».

 

EL PRESIDENTE CROATA, MEDJUGORJE Y EL PAPA

Según el acuerdo de Dayton, la República de Croacia y la Federación de Bosnia-Herzegovina, algún día, tendrían que afiliarse en una relación confederada. Uno de los medios más importantes para conseguir ese objetivo es la cooperación económica. Por tanto, el presidente croata dr. Franjo Tudjman, el 15 de marzo de 1997, participó en Mostar en la inauguración de una fábrica de aluminio local.

Después de esta celebración en Mostar, por un deseo suyo explicito, el presidente croata vino a visitar el Santuario de la Reina de la Paz en Medjugorje. Lo acogieron en el rol de anfitriones el provincial de la provincia franciscana de Herzegovina el dr. Fr. Tomislav Pervan y el párroco de la parroquia de Medjugorje Fr. Ivan Landeka. Conmovido por el encuentro con el santuario y por el júbilo de la multitud reunida de más de 30.000 personas de todas las regiones de Bosnia-Herzegovina que vinieron a saludarlo, el señor presidente conversó durante un cierto tiempo con los sacerdotes ahí reunidos. Estaban presentes no sólo los sacerdotes que trabajan en Medjugorje sino también los sacerdotes de las parroquias adyacentes. Al mismo tiempo estaban presentes, tal como en Mostar, el obispo local dr. Ratko Peric y 15 altos funcionarios de la República de Croacia y de la Federación de Bosnia-Herzegovina.

Entre otras cosas, el dr. Franjo Tudjman expresó lo siguiente: «Reitero nuevamente que con ocasión de mi ultima conversación con el papa Juan Pablo II, él me dijo que le gustaría venir a Medjugorje en el marco de su visita a Bosnia-Herzegovina.»

Las últimas noticias sin embargo nos anuncian que el papa no podrá visitar Medjugorje el 13 de abril. Pero es bueno saber que él desea hacerlo.

 

DECLARACIONES DEL PAPA JUAN PABLO II SOBRE MEDJUGORJE

Estas declaraciones no están verificadas por la rúbrica y el sello del Papa, pero nos han sido dadas por personas en quienes podemos confiar. Por ello las hemos colocado bajo el título de «Documentación».

1. En una conversación privada con la vidente Mirjana Soldo, el Papa dijo: «Si no fuera el Papa, estaría ya en Medjugorje confesando.» (1987).

2. Mons. Maurillo Kreiger, obispo emérito de Florianópolis (Brasil), visitó Medjugorje en cuatro ocasiones. Su primera visita fué en 1986. Escribió lo siguiente: «En 1988, estaba con ocho otros obispos y trenta y tres sacerdotes en unos ejercicios espirituales en el Vaticano. El Santo Padre supo que muchos de nosotros íbamos a Medjugorje posteriormente. Después de una Misa privada con el Papa, antes de dejar Roma, nos dijo, sin haberle pedido nada: «Rezad por mí en Medjugorje». En otra ocasión, le dije al Pa
pa: «Voy a Medjugorje por cuarta vez». Se concentró en sus pensamientos y dijo: «Medjugorje, Medjugorje es el corazón espiritual del mundo». En ese mismo día, estuve hablando con otros obispos brasileños y el Papa a la hora de comer y le pedí: «Su Santidad, puedo decir a los videntes que les da su bendición «. Respondió: «Sí, sí, naturalmente», y me abrazó.

3. A un grupo de doctores, que trabajan para la defensa y protección de la vida de los niños en gestación, el Papa dijo el primer día de 1989: «Sí, hoy el mundo ha perdido el sentido de lo sobrenatural. En Medjugorje, muchos buscan y re-encuentran este sentido al rezar, ayunar y confesarse.»

4. El semanario católico coreano («Diario católico») publicó el 11 de noviembre de 1990, el siguiente artículo, escrito por el presidente de la comisión episcopal Mons. Angelo Kim: «Casi al término del último Sínodo episcopal en Roma, los obispos coreanos fueron invitados a un convite con el Papa. Mons. Kim se dirigió en esa ocasión al Papa con las siguientes palabras: «Gracias a Ud., Polonia fue liberada del comunismo.» El Papa ante eso replicó: «No he sido yo. Es obra de la Virgen María, tal como Ella lo reveló en Fátima y Medjugorje.» Posteriormente el arzobispo de Kwanyju dijo: «En Corea, en la ciudad de Nadja, existe una Virgen que llora.» El Papa agregó: «… Hay obispos, como en Yugoslavia, que están en contra … pero hay que considerar a tanta gente que garantiza eso, las numerosas conversiones … todo está en la línea del Evangelio; todos estos factores deben ser seriamente analizados.»

El semanario mencionado emite al respecto la siguiente consideración: «Esto no es una decisión de la Iglesia. Es una indicación, en nombre del Padre de todos nosotros. No exagerando en eso, eso no se debe desdeñar …»
(Extraído de la revista «L’ homme nouveau», 3 de febrero de 1991)
(«Nuestro hogar», XXI, 3, Tomislavgrad, año 1991, pág. 11)

5. El Arzobispo Kwangiu dijo al Papa: «En Corea, en el pueblo de Nadju, la Virgen llora …» El Papa contestó: «Hay obispos, como en Yugoslavia, por ejemplo, que están en contra de ello …, pero es importante fijarse en la gran cantidad de gente que está respondiendo a su invitación, la cantidad de conversiones … todo esto está subrayado en el Evangelio, y estos hechos han de ser investigados seriamente.» (L’Homme Nouveau, 3 de febrero de 1991).

6. El Papa dijo a Fray Jozo Zovko, el 20 de julio de 1992: «Ocúpese de Medjugorje, encárguese de Medjugorje, no se canse de ello. Persevere, sea fuerte, estoy con usted. Véle, siga Medjugorje.»

7. El Arzobispo de Paraguay, Mons. Felipe Santiago Bentez, en noviembre de 1994 le pregunto al Santo Padre, el Papa, si hacía bien dando su aprobación a los fieles reunidos en el espiritu de Medjugorje, especialmente con los sacerdotes de Medjugorje. El Santo Padre le respondió: «Apruebe cuanto se relacione con Medjugorje».

8. En la parte oficiosa del encuentro del Papa Juan Pablo II con la delegación croata de la Iglesia y del Estado, que tuvo lugar en Roma el 7 de abril de 1995, el Santo Padre, entre otras cosas dijo que había alguna posibilidad de repetir su visita a Croacia. Junto con esto, mencionó la posibilidad de ir hasta Split, y de allí hasta el Santuario de «Marija Bistrica» y a Medjugorje. («Slobodna Dalmacija», 8 de abril de 1995, pág. 3.)

 

LA VIRGEN ACERCA DE JUAN PABLO II

1. De acuerdo con el testimonio de los videntes, el 13 de mayo de 1982, en la ocasión del intento de asesinato del Papa, la Virgen dijo: «Sus enemigos han intentado matarle, pero le he protegido».

2. A través de los videntes, el 26 de junio de 1982, la Virgen envía su mensaje al Papa: «Dejadle ser considerado como el padre de todos los pueblos, y no sólo de los cristianos, dejadle anunciar, sin cansancio y con coraje, el mensaje de paz y amor entre los hombres».

3. A través de Jelena Vasilj que tuvo una locución interna el 16 de septiembre de 1982, dijo la Virgen del Papa: «Dios le ha dado permiso para derrotar a Satanás».

Ella solicita de todos, y especialmente del Papa, «que difundan el mensaje que he recibido de mi Hijo. Deseo confiar al Papa la palabra con la que he venido aquí a Medjugorje: Paz; ha de difundirla a todas las partes del mundo….debería unir los cristianos a través de su palabra y de su oración. Dejadle difundir, especialmente entre los jóvenes, los mensajes que ha recibido del Padre en la oración. Entonces, Dios le inspira.»

Tomando en consideración las dificultades de la parroquia respecto del obispo y de la comisión de investigación de los acontecimientos en la parroquia de Medjugorje, la Virgen dijo: «La autoridad de la Iglesia se debe seguir … sin embargo, antes de que pronuncie su decisión, es necesario progresar espiritualmente. No dará su juicio precipitadamente. Pasa como con un nacimiento, que se continúa con el bautismo y la confirmación. La Iglesia confirmará aquello que ha nacido de Dios. Debemos ir progresando en la vida espiritual impulsados por estos mensajes.»

4. Con ocasión de la visita papal a Croacia, la Virgen dijo:
Mensaje, 25 de agosto de 1994 – –
“¡Queridos hijos! Hoy estoy unida a ustedes en la oración de un modo especial, orando por el don de la presencia de mi hijo amado en su país. Oren, hijitos por la salud de mi hijo más querido, que sufre y a quien yo he escogido para estos tiempos. Yo oro e intercedo ante mi Hijo Jesús, para que se realice el sueño que tuvieron sus padres. Oren, hijitos, de manera especial porque Satanás es fuerte y desea destruir la esperanza en sus corazones. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
(Nuestra Señora se refiere al Santo Padre Juan Pablo II cuando dice “mi hijo más amado, que sufre y a quien yo he escogido para estos tiempos…” En ese tiempo el Santo Padre tenía planeado visitar Sarajevo el 8 de septiembre y Zagreb el 10 y el 11 de septiembre.
)

 
 

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Por qué Dios impone Mandamientos

Nuestra cultura los percibe como una violación de la libertad, como algo negativo, como prohibiciones que bloquean nuestra felicidad.

El hombre, por su arrogancia, no quiere que nadie, ni siquiera Dios, le prohíba nada.
A quien hable de que existe el pecado se le califica de «anticuado», «intolerante», «rígido», «inflexible» y «falto de misericordia».
Una película pornográfica se anuncia así: «deje sus escrúpulos en la casa».
Un joven que se mantiene casto es acusado de reprimido o poco hombre. Se trata del mismo engaño de la serpiente que contradice a Dios y busca ponerlo como mentiroso y enemigo de nuestra felicidad.  ¡Que gran mentira!  Es lo opuesto a la verdad. 

Esta actitud es producto de una cultura que ha perdido contacto con la realidad.
El hombre, guiado por la serpiente, se ha puesto en lugar de Dios y por eso resiente la intervención divina.

No debemos minimizar la poderosa influencia del mundo sobre nuestra forma de ver las cosas. El mundo constantemente presenta la mentira como si fuese verdad en los medios de nuestra cultura. Así ocurre en los medios de comunicación, en los comentarios de la gente, etc.
Solo nos mantendremos fieles a la verdad si claramente refutamos la mentira de la cultura y reclamamos el lenguaje a la luz de la razón iluminada por la fe.
Para ello es necesario decidirse a ser un hombre nuevo en Cristo, guiado por el Espíritu Santo en el corazón de la Iglesia.

LOS MANDAMIENTOS SON PARA NUESTRO BIEN

Dios no necesita nada en absoluto de nosotros.
Los mandamientos no le añaden nada a Dios.
Son solo para nuestro bien y felicidad.

Dios nos da mandamientos porque:
1- Nos ama.
2- Son necesarios para vivir felices y evitar nuestra destrucción.

Dios nos creó para ser felices.
Como hijos suyos, nos dotó de inteligencia, voluntad y dones.
Nos hizo capaces de razonar y distinguir el bien y el mal

Los mandamientos nos dan a conocer los peligros que destruyen nuestra relación con Dios y con el prójimo y terminan con el amor y felicidad.

Pero cuando le desobedecimos y pecamos, nos cegamos.
Ceguera:
ofuscación. Entorpece nuestro juicio; Nos lleva a la destrucción, a la muerte.
Ej.: El ratón ante la ratonera. Simplemente no ve sino su interés inmediato (el queso) y      no todo el contorno (la ratonera).
Entonces se actúa no por razón sino por pasiones desordenadas y egoístas.

LOS MANDAMIENTOS Y LA ALIANZA

Los mandamientos se entienden en el contexto de Dios liberando a su pueblo.
Primero los liberó de la esclavitud física que sufrían en Egipto.
Exodo 6:7 «Yo os haré mi pueblo, y seré vuestro Dios; y sabréis que yo soy Yahveh, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egipto».

Pero la esclavitud peor no es la externa sino la que llevamos dentro, en el corazón.
El pueblo, salido de Egipto, continuamente se rebela.  Hay maldad en los corazones y necesitan ser liberados interiormente.

Antes de entrar en la Tierra Prometida quiso comenzar la liberación interior.
Para eso, Dios quiso hacer una alianza que nos constituyera como Su pueblo.

Alianza es un compromiso entre dos, basado en acuerdos sobre como vivir la relación.
Como en el matrimonio.
Dios quiso hacernos su familia.

Llamó a Moisés en representación de todo el pueblo.
Dios se reveló a si mismo en su gloria en la montaña del Sinaí.
La montaña santa («el Señor os habló cara a cara en la montaña, en medio del fuego») Dt.      5:4

Le dio el Decálogo = «10 Palabras», 10 mandamientos.
Estos se encuentran en el libro de Exodo (20:1-17) y Deuteronomio.(5:6-22)
Estos son los compromisos necesarios para vivir la alianza como pueblo de Dios y así salir del dominio de pasiones egoístas que tiranizan al hombre y hacen imposible tanto la relación con Dios como la relación de paz y respeto entre los hombres.
Los mandamientos enseñan la forma de actuar digna de un hijo de Dios.

Dios da a conocer Su santa voluntad: que vivamos como hombres justos.

Dios los escribió «con su dedo«. (Ex. 31,18), es Palabra de Dios.

El pueblo entonces ratificó la alianza: (cf. Ex 24).
Ex 24:6-8 «Tomó Moisés la mitad de la sangre(de los novillos) y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: «Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahveh.» Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: «Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras.»
Las dos tablas con la Ley fueron depositadas en el «Arca de la Alianza»

LOS 10 MANDAMIENTOS NO SON ARBITRARIOS

Indican los fundamentos de una vida liberada de la esclavitud del pecado y unida a Dios.
Nos enseñan la verdadera humanidad, sobre Dios y nuestra relación «enuncian las exigencias del amor a Dios y al prójimo»

Los tres primeros mandamientos se refieren mas al amor a Dios.
Los otros 7 se refieren mas al amor al prójimo.

Los mandamientos son accesibles a la razón.
Los mandamientos son expresión de la ley natural inscrita en el corazón de todo hombre.
Ponen de relieve los deberes y los derechos inherentes en la naturaleza humana.
Cualquier persona de buena fe puede vencer sus pasiones, y, razonando, alcanzar a entender la validez de los mandamientos.  Por eso decimos que los mandamientos son accesibles a la razón.

También son revelación divina.
Ya que por el pecado fácil se ciega la razón y con facilidad las pasiones nos arrastran a actuar sin razonar.
Dios nos revela los mandamientos para que tengamos la verdad con claridad ante nosotros.
Conocemos los mandamientos por la revelación dada a la Iglesia y por la voz de la conciencia moral.

Los mandamientos son nuestra protección contra el desastre.

Los mandamientos se entienden y estiman cuando los vemos en el contexto de la alianza de amor de Dios con los hombres.
Son un camino de vida
Dt 30:16 «Si amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás»
«Si amas»; -la vida moral es un compromiso que responde al amor de la alianza, iniciativa de Dios.

Los mandamientos prohiben lo malo, lo que nos aparta del bien.
Son un don de Dios.

La violación de los mandamientos es grave, lleva a la muerte eterna.
Causa nuestra auto-
destrucción.
En el principio Dios dijo a Adán y Eva: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieras, sin remedio morirás» -Génesis 2, 16
Ej.: Quien se cree «superman» y se tira de un edificio, pensaba que podía volar, que negarse la experiencia de tirarse sería una forma de represión. Pero al instante que se tira se pondrá de manifiesto su error con la realidad inviolable de la ley de gravedad.
Los mandamientos no se rompen; ¡somos nosotros los que nos rompemos al violarlos!.

Los mandamientos son inmutables: valen siempre, para todos y en todas partes.

Forman una unidad orgánica.
Se condicionan recíprocamente.
Al transgredir uno se quebrantan todos.
«Porque quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos.» -Sant. 2,10.
No se puede honrar a otro sin bendecir al Creador.
No se puede adorar a Dios sin amar a los hombres.

DIOS NOS DIO 10 MANDAMIENTOS Y NO 10 SUGERENCIAS

Las sugerencias son opcionales, no obligan.
Los mandamientos son requisitos. Si los violamos hay consecuencias graves.
Ej. «no fumar» en el hospital donde se administra oxigeno, en una planta de combustible…/ «Prohibido entrar» donde hay substancias radioactivas.
Tomarse los mandamientos como sugerencias es un error mortal.

Debemos evitar la arrogancia de pensar que nosotros sabemos mas que Dios.
Quien dice que Dios no impone mandamientos se está inventando un Dios falso, un Dios a su manera.
Sería un Dios que no le importa como actuamos.
Cuando Moisés subió a la montaña, el Pueblo se hizo un becerro de oro y se entregó al libertinaje. Así, veamos la condición del mundo hoy… cuanto sufrimiento. 

LA CAUSA DE TODO MAL ES NUESTRA DESOBEDIENCIA A DIOS

Quisimos una sociedad «permisiva», libre de compromisos y mandamientos y lo que tenemos es alienación, violencia, desconfianza, caos y muerte.
Hoy, cada 21 minutos, una persona es asesinada solo en USA, sin contar los abortos, que son en ese país 4200 diarios.  Muchos, muchos  mas abusados, violados, robados, marginados en la miseria…. miles de divorcios se presentaran…

Detrás del mal está la serpiente que puso en nuestro corazón desconfianza hacia Dios.
«Pero la serpiente le dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los arboles del Jardín? Gen.3,1.  La serpiente quiere hacer ver a Dios como enemigo que niega la felicidad. Entonces nos ofrece las cosas fáciles.
En casos de divorcio con niños, ocurre con frecuencia que un padre es el que enseña y corrige, mientras que el otro quiere ganarse al niño dejándole hacer lo que quiera. ¿Cuál de los dos verdaderamente ama?

Pero también nosotros somos responsables
Tenemos libertad y escogemos el mal por nuestro egoísmo.
Cuando rechazamos los mandamientos rechazamos libremente el amor.

OBJECIÓN: LOS MANDAMIENTOS QUITAN LA LIBERTAD

Los mandamientos no quitan la libertad. Somos libres para aceptarlos o rechazarlos.

Los mandamientos nos advierten las consecuencias de utilizar mal la libertad.

Cuando se habla de liberación debemos preguntar: ¿Liberarnos de qué; de quién?
Queremos ser libres de lo que percibimos como malo.

Nadie quiere liberarse de lo que ama.
Ej.: ¿Quién quiere liberarse de su dinero, de su salud…?
Si amamos a Dios, no queremos liberarnos de El. Confiaremos en su Palabra, que los mandamientos son para nuestro bien.

Quien ama, busca comprometerse con el amado.
Pensemos en el matrimonio. Esto es hacer alianza. Establecer las bases necesarias para una relación fiel. Con mutuo acuerdo sobre la naturaleza de la relación; lo que son el uno para el otro.  Así también en toda relación santa.

¿POR QUÉ TE CUESTAN?

Te cuestan por una sencilla razón: porque por culpa del pecado original estás inclinado al mal, a lo más fácil, placentero, cómodo. Y los mandamientos ciertamente no estimulan a nada de esto. Los mandamientos apuntan a lo más noble que hay en ti: el superarte, el subir la montaña de la perfección y felicidad.

Los diez mandamientos nos marcan una vereda por la que debemos caminar para llegar a la felicidad verdadera, a la realización personal, y esta vereda es estrecha, por momentos fatigosa, y siempre cuesta arriba. ¿Te atreverás a subir por ella? Sólo los que aman y tienen voluntad se deciden a subir esta cuesta.

Además, cada mandamiento contrarresta tendencias desordenadas que todos llevamos dentro del corazón. Contrarresta y encauza dichas tendencias. Me explico.

Por ejemplo:

Primer Mandamiento: contrarresta ese deseo de curiosidad ante el futuro, de poseer las cosas materiales, nuestro descanso, nuestro gozo, nuestros dioses. Encauza nuestro deseo religioso para que no caigamos en supersticiones, magias, adivinaciones… y tengamos a Dios como Único Señor y Dios, en quien creer, en quien confiar y a quien amar.

Segundo Mandamiento: contrarresta esa tendencia que el hombre tiene a jurar sin necesidad, sin reflexionar, a tomarse a la ligera sus compromisos y promesas que libremente hizo al Señor, a pronunciar el nombre de Dios sin conciencia y respeto, a blasfemar y protestar contra Dios, cuando le salen mal las cosas o Dios le prueba.

Tercer Mandamiento: contrarresta la tendencia a la pereza, a la desidia, a la ingratitud con Dios, a olvidarnos de Dios… a ese querer dar culto a Dios a tu manera, sin necesidad de venir a misa, por no saber qué celebras en cada misa.

Cuarto Mandamiento: contrarresta la tendencia a la ingratitud con quienes nos han dado la vida o nos han formado, la tendencia a la soberbia para con la autoridad, la insumisión y falta de humildad. Esto, para los hijos. Y para los papás, esa tendencia o a dejar hacer todo a sus hijos, o por el contrario, a estar encima todo el tiempo, sin educarle a la verdadera libertad y elección.

Quinto Mandamiento: contrarresta la tendencia al odio, a la malquerencia, a la envidia, a la crítica, egoísmo, a la revancha y venganza, a la violencia.

Sexto Mandamiento: contrarresta la tendencia a disfrutar de la sexualidad sin norma, sin medida, sin la finalidad para la que Dios destinó el sexo. ¿Para qué nos dio Dios el sexo? Es un don de Dios para que los esposos, dentro de un matrimonio maduro, fiel y estable, crezcan en el amor y traigan hijos a este mundo.

Séptimo Mandamiento: contrarresta la tendencia a quedarnos con lo que no es nuestro, y a tomar la justicia por nuestra propia mano. Y al mismo tiempo nos ayuda a regular el derecho a la propiedad privada.

Octavo Mandamiento: contrarresta la tendencia a mentir, consciente o inconscientemente, para salir al paso, llamar la atención, para evitar males mayores, por respeto humano; esa tendencia a curiosear secretos, a meterse en la vida de otros, a hacer juicios precipitados de los demás.

Noveno Mandamiento: contrarresta la tendencia a pensar cosas impuras, hacer castillos en el aire con estas cosas, a mirar y desear a la mujer o al varón que no te pertenece.

Décimo Mandamiento: contrarresta la tendencia a la avaricia, a los apegos a las cosas terrenas, a la envidia por las cosas de los demás.

¿QUÉ FRUTOS EXPERIMENTARÁS AL CUMPLIRLOS?

¡Benditos mandamientos! Quienes los viven, experimentan estos frutos suculentos:

Te hacen libre y te liberan de tantas ataduras y esclavitudes.

Limpian tu corazón de deseos innobles.

Te permiten dar a Dios lo que es de Dios, y a los demás lo que es de ellos.

Quita fardo innecesario de tu mochila para caminar ágil hacia Dios.

Gracias a los mandamientos puedes crear la civilización del amor, de la fidelidad, del respeto, de la justicia.

Te llevan a la realización humana y cristiana.

Tanta paz proporcionan al alma.

Y te hacen vivir la fraternidad entre todos.

Pero sobre todo, pones contento a Dios tu Padre, tu Señor, tu Amigo.

El pecado no es, en absoluto, el centro de la religión cristiana. Es, para los creyentes, lo que las vallas para el corredor de obstáculos, lo que el trampolín para el saltador en piscina, algo que hay que conocer y superar. Nosotros no somos sólo gente que huye del mal y del infierno. Somos gente que sube y camina hacia Cristo. Es Él quien nos interesa. Es Él nuestro centro.

Por eso, al irte explicando los diez mandamientos me interesa, no tanto que no peques, sino que llegues a Cristo y que lo imites, que te realices como hombre y como cristiano, que llegues a la plenitud en tu vida, y que seas feliz. Cumpliendo los diez mandamientos, lograrás esto. Y además, vencerás el mal con el bien. Y los diez mandamientos son el bien que debes hacer en tu vida para vencer el mal que te invade, te acosa y te tienta.

¡Benditos mandamientos! Agradece a Dios el regalo de los diez mandamientos. Defiéndelos siempre en tu medio ambiente, entre tus amigos, en tu vida. Vive estos mandamientos con amor y cariño. Es la mejor manera de demostrar a Dios que lo amas.

Cúmplelos y llegarás a la vida eterna, donde Dios, tu Padre te espera con los brazos abiertos para darte el premio de su presencia, por haber cumplido su voluntad, manifestada en estos diez mandamientos.

Fuentes: Padre Jordi Rivero y Padre Antonio Rivero

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María en los Últimos Tiempos de la Iglesia

Por San Luis María Grignion de Montfort.

María desempeña un rol muy importante en la salvación del mundo que producirá Cristo en su segunda venida.

Ella fue elegida desde el principio de los tiempos para ser la madre del Señor y enfrentarse al maligo en los últimos tiempos, por eso fue preservada del pecado original y actúa como corredentora del género humano con Jesús.

 

MARÍA Y LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

49. La salvación del mundo comenzó por medio de María y por medio de Ella debe consumarse. María casi no se manifestó en la primera venida de Jesucristo, a fin de que los hombres poco instruidos e iluminados aún cerca de la persona de su Hijo, no se alejaran de la verdad aficionándose demasiado fuerte e imperfectamente a la Madre, como habría ocurrido seguramente, si Ella hubiera sido conocida, a causa de los admirables encantos que el Altísimo le había concedido aún en su exterior. Tan cierto es esto que San Dionisio Areopagita escribe que cuando la vio, la hubiera tomado por una divinidad, a causa de sus secretos encantos e incomparable belleza, si la fe en la que se hallaba bien cimentado no le hubiera enseñado lo contrario.

Pero, en la segunda venida de Jesucristo, María tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido. Pues ya no valen los motivos que movieron al Espíritu Santo a ocultar a su Esposa durante su vida y manifestarla sólo parcialmente aun después de la predicación del Evangelio.

50. Dios quiere, pues, revelar y manifestar a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos.

a. Porque Ella se ocultó en este mundo y se colocó más baja que el polvo por su profunda humildad, habiendo alcanzado de Dios, de los Apóstoles y Evangelistas que no la dieran a conocer.

b. Porque Ella es la obra maestra de las manos de Dios, tanto en el orden de la gracia como en el de la gloria y El quiere ser glorificado y alabado en la tierra por los hombres.

c. Porque Ella es la aurora que precede y anuncia al Sol de Justicia, Jesucristo, y por lo mismo, debe ser conocida y manifestada, si queremos que Jesucristo lo sea.

d. Porque Ella es el camino por donde vino Jesucristo a nosotros la primera vez y lo será también cuando venga la segunda, aunque de modo diferente.

e. Porque Ella es el medio seguro y el camino directo e inmaculado para ir a Jesucristo y hallarlo perfectamente. Por ella deben resplandecer en santidad. Quien halla a María, halla la vida, es decir, a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Ahora bien, no se puede hallar a María sino se la busca, ni buscarla si no se la conoce, pues no se busca ni desea lo que no se conoce. Es, por tanto, necesario que María sea mejor conocida que nunca, para mayor conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad.

f. Porque María debe resplandecer más que nunca en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia:

En misericordia, para recoger y acoger amorosamente a los pobres pecadores y a los extraviados que se convertirán y volverán a la Iglesia católica;

En poder, contra los enemigos de Dios, los idólatras, cismáticos, mahometanos, judíos e impíos endurecidos que se rebelarán terriblemente para seducir y hacer caer, con promesas y amenazas, a cuantos se les opongan,

En gracia, finalmente, para animar y sostener a los valientes soldados y fieles servidores de Jesucristo, que combatirán por los intereses del Señor,

g. Por último, porque María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces «como un ejército en orden de batalla» sobre todo en estos últimos tiempos, porque el diablo sabiendo que le queda poco tiempo y menos que nunca para perder a las gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará a en breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los demás.

 

MARÍA Y LA LUCHA FINAL

51. A estas últimas y crueles persecuciones de Satanás, que aumentarán de día en día hasta que llegue el anticristo, debe referirse sobre todo aquella primera y célebre predicación y maldición lanzada por Dios contra la serpiente en el paraíso terrestre. Nos parece oportuno explicarla aquí, para la gloria de la Santísima Virgen, salvación de sus hijos y confusión de los demonios:

«Haré que haya enemistad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y la suya,
ésta te pisará la cabeza
mientras tú te abalanzarás sobre tu talón.»

52. Dios ha hecho y preparado una sola e irreconciliable enemistad, que durará y se intensificará hasta el fin. Y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer. De suerte que el enemigo más terrible que Dios ha suscitado como Satanás es María, su Santísima Madre. Ya desde el paraíso terrenal aunque María sólo estaba entonces en la mente divina le inspiró tanto odio contra ese maldito enemigo de Dios, le dio tanta sagacidad para descubrir la malicia de esa antigua serpiente y tanta fuerza para vencer, abatir y aplastar a ese orgulloso impío, que el diablo la teme no sólo más que a todos los ángeles y hombres, sino en cierto modo más que al mismo Dios.

No ya porque la ira, odio y poder divinos no sean infinitamente mayores que los de la Santísima Virgen, cuyas perfecciones son limitadas, sino:

a. Porque Satanás, que es tan orgulloso sufre infinitamente más al verse vencido y castigado por una sencilla y humilde esclava de Dios y la humildad de la Virgen lo humilla más que el poder divino;

b. Porque Dios ha concedido a María un poder tan grande contra los demonios que como a pesar suyo se han visto muchas veces obligados a confesarlo por boca de los posesos tienen más miedo a un solo suspiro de María a favor de una persona, que a las oraciones de todos los santos y a una sola amenaza suya contra ellos más que a todos los demás tormentos.

53. Lo que Lucifer perdió por orgullo, lo ganó María con la humildad. Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia, lo salvó María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo causa de perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás; María, al permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor.

54. Dios nos puso solamente una enemistad, sino enemistades, y no sólo entre María y Lucifer, sino también entre la descendencia de la Virgen y la del demonio. Es decir: Dios puso enemistades, antipatías y los odios secretos entre los verdaderos hijos y servidores de la Santísima. Virgen y los hijos y esclavos del diablo: no pueden amarse ni entenderse unos a otros.

Los hijos de Belial, los esclavos de Satanás, los amigos de este mundo de pecado ¡todo viene a ser lo mismo! han perseguido siempre y perseguirán más que nunca de hoy en adelante a quienes pertenezcan a la Santísima Virgen, como en otro tiempo Caín y Esaú figuras de los réprobos persiguieron a sus hermanos Abel y Jacob figuras de los predestinados

Pero la humilde María triunfará siempre sobre aquel orgulloso y con victoria tan completa que llegará a aplastarle la cabeza, donde reside su orgullo. ¡María descubrirá siempre su malicia de serpiente, manifestará sus tramas infernales, desvanecerá sus planes diabólicos y defenderá hasta el fin a sus servidores de aquellas garras mortíferas!

El poder de María sobre todos los demonios resplandecerá, sin embargo, de modo particular en los últimos tiempos, cuando Satanás pondrá asechanzas a su calcañar, o sea, a sus humildes servidores y pobres a juicio del mundo; humillados delante de todos; rebajados y oprimidos como el calcañar respecto de los demás miembros del cuerpo.

Pero, en cambio, serán ricos en gracias y carismas, que María les distribuirá con abundancia, grandes y elevados en santidad delante de Dios, superiores a cualquier otra creatura por su celo ardoroso; y tan fuertemente apoyados en el socorro divino que, con la humildad de su calcañar y unidos a María, aplastarán la cabeza del demonio y harán triunfar a Jesucristo.

 

MARÍA Y LOS APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

55. Si, Dios quiere que su Madre Santísima, sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca. Lo que sucederá sin duda, si los predestinados, con la gracia y luz del Espíritu Santo, entran y penetran en la práctica interior y perfecta de la devoción que voy a manifestarles en seguida.

Entonces verán, en cuanto lo permita la fe, a esta hermosa estrella del mar y, guiados por Ella, llegará a puerto seguro, a pesar de las tempestades y de los piratas.

Entonces conocerán las grandezas de esta Soberana y se consagrarán enteramente a su servicio como súbditos y esclavos de amor.

Entonces saborearán sus dulzuras y bondades maternales y la amarán tiernamente como sus hijos predilectos.

Entonces experimentarán las misericordias en que Ella reboza y la necesidad en que están de su socorro, recurrirán en todo a Ella, como a su querida Abogada y Medianera ante Jesucristo.

Entonces sabrán que María es el medio más seguro, fácil, corto y perfecto para llegar hasta Jesucristo y se consagrarán a Ella en cuerpo y alma sin reserva alguna, para pertenecer del mismo modo a Jesucristo.

56. Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán fuego encendido, ministros del Señor, que prenderán por todas partes el fuego del amor divino.

Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: como saetas en mano de un valiente.

Serán hijos de Levi, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios. Llevarán en el corazón el fuego del amor, el incienso de la oración en el espíritu y en el cuerpo la mirra de la mortificación.

Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte.

57. Serán nubes tronales y volantes, en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse a nada ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado, lanzarán rayos contra el mundo del pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces y con la espada de dos filos de la palabra de Dios traspasarán a todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo.

58. Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos. A quienes el Señor de los ejército dará la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.

Dormirán sin oro ni plata y lo que más cuenta sin preocupaciones en medio de los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos. Tendrán sin embargo, las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y no dejarán en pos de sí en los lugares en donde prediquen sino el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda ley.

59. Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminando sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas, sin dar oídos ni escuchar ni temer a ningún mortal por poderoso que sea.

Llevarán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte ensangrentado de la cruz, en la mano derecha el crucifijo, el Rosario en la izquierda, los sagrados nombres de Jesús y María en el corazón y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.

Tales serán los grandes hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del Altísimo para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero, ¿cuándo y cómo sucederá esto?… ¡Sólo Dios lo sabe! A nosotros toca callar, orar, suspirar y esperar:

«Yo esperaba con ansia.»

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Una visión del mundo con base en Fátima

La siguiente es la trascripción  de un discurso hecho en Fátima, en la Conferencia de Paz Mundial 2000, en octubre de 1999, nos ayuda a comprender mejor las circunstancias reales del Secreto de Fátima completo. por John Vennari

Las posiciones que se expresan en este discurso muestran las implicancias tradicionalistas de los mensajes de Fátima en contra del modernismo y toma como enmblema a Fátima de la corriente de defensa de las tradiciones de la Iglesia Católica.

TODO SOBRE FÁTIMA

Virgen de Fátima, Portugal ( 13 de mayo)
Los Videntes de Fátima
Aparición y mensajes del Ángel, en Fátima
Las seis apariciones de Nuestra Señora de Fátima en 1917
Ultima aparición de la Virgen de Fátima, la danza del sol, Portugal ( 13 de octubre)
El secreto de Fátima
Cronología de Fátima: 3º secreto y consagración de Rusia
El cuarto secreto de Fátima, o segunda parte del tercer secreto
El pedido de la Virgen respecto a Rusia
Aparición de Rianjo a la hermana Lucía de Fátima ( agosto 1931)
Consecuencias de la Consagración de Rusia: los pedidos de Jesús y María
Una visión del mundo con base en Fátima
Devociones a Fátima


Hoy es 13 de octubre de 1999, 82º aniversario del Milagro del Sol en Fátima, el 13 de octubre de 1917. Este milagro había sido predicho 3 meses antes, el 13 de julio de 1917.

En aquella ocasión, Lucía de Fátima pidió a Nuestra Señora: “Quería que nos dijese quién es y que hiciera un milagro para que todos crean que Vd. se nos aparece.”

Nuestra Señora respondió:
Continuad viniendo todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro para que todos vean y crean.”

Y el 13 de octubre de 1917, hoy hace 82 años, 70.000 personas fueron testigos del gran Milagro del Sol. 70.000 personas vieron el sol danzando en el cielo y enseguida desplomándose en dirección a la tierra. Estos testigos, incluso el padre de Jacinta, Tío Marto, nos informan que estaban aterrados. Dijo él: “El sol… comenzó a moverse y a danzar hasta que pareció que se desprendía del cielo y caía sobre nosotros. Fue un momento espantoso.”

Según los testigos, el milagro duró unos 8 minutos. Y después que el sol “retornó a su posición en el cielo”, el suelo, que antes del milagro estuviera encharcado por haber llovido toda la noche, estaba seco. Del mismo modo, las ropas de aquellos que habían permanecido bajo la lluvia, el día entero, estaban completamente secas.

Dicen los testigos que, durante el Milagro del Sol, podían mirar directamente al sol sin quedarse ciegos ni perjudicar de ninguna forma sus ojos.

En este siglo, Nuestra Señora realizó para nosotros uno de los más asombrosos milagros de todos los tiempos — un milagro público predicho 3 meses antes y atestiguado por 70.000 personas. Este milagro llegó a ser publicado hasta en el periódico liberal, anticlerical y masónico O Século .

La noticia del periódico del 15 de octubre de 1917 decía:
«Vimos a una inmensa multitud volverse hacia el sol, que estaba en su cenit, sin nubes. Parecía una bandeja de plata y era posible mirarlo fijamente sin ningún inconveniente. No quemaba los ojos. No cegaba. Podríamos decir que se produjo un eclipse. En ese momento surgió un tremendo clamor y se oyó gritar a la multitud que estaba cerca de nosotros: ‘¡Milagro!… ¡Milagro!… ¡Prodigio!… ¡Prodigio!…’ Delante de los ojos aturdidos de las personas cuya actitud nos transportó a los tiempos bíblicos, y que, enmudecidas, con la cabeza descubierta, contemplaban el azul del cielo, el sol tembló, hizo unos movimientos extraños y abruptos, contra todas las leyes cósmicas, ‘el sol danzó’, según la típica expresión de los campesinos.”

Éste ha sido, sin sombra de duda, el milagro público más grande que el Cielo realizó desde que Nuestro Señor fundó Su única y verdadera Iglesia Católica.

Por consiguiente, yo pienso que podemos decir que la magnitud de este milagro corresponde a la magnitud y a la importancia del Mensaje que Nuestra Señora dio en Fátima. Y fue tan espectacular la forma de este milagro, en especial con la danza del sol en el cielo y desplomándose enseguida hacia la tierra, que se hacía imposible desviar de él la mirada; de tal modo, el propio Mensaje de Fátima es de tal magnitud, de tal importancia, tan central, que yo creo que a través de este milagro Nuestra Señora nos estaba diciendo que nunca, jamás debemos desviar la mirada de Fátima, jamás desviar la mirada de Su Mensaje, no consentir jamás que ninguna cosa nos desvíe la atención de Su Mensaje.

Es éste el motivo por el que esta presentación se titula “Una visión del Mundo con base en Fátima.” Nuestra Señora vino a Fátima al principio de este siglo, uno de los siglos más ateos de todos los siglos. El mundo se encuentra actualmente impregnado no sólo de paganismo, sino de un paganismo poscristiano, que es mucho peor que el paganismo precristiano. El paganismo precristiano no había oído hablar de Cristo. Pero el paganismo poscristiano ha oído el mensaje de Cristo y lo ha rechazado y a Su única y verdadera Iglesia. Por eso es ésta una situación mucho peor que la del antiguo paganismo, que era ignorante de Cristo.

El Mensaje de Fátima tiene que ser central en nuestra vida católica; central en nuestra visión del mundo. Yo creo que todo lo que Nuestra Señora hizo en Fátima nos muestra que debemos basar nuestra visión completa del mundo en el Mensaje de Fátima y no en ninguna otra cosa que pudiera entrar en conflicto con él.

Hago hincapié en esto porque para muchos la devoción a Nuestra Señora de Fátima no es central. Es con frecuencia un asunto marginal, periférico. Como una devoción a Santa Rita, o a San Judas o a San Antonio . Se le considera un buen y provechoso suplemento para nuestra vida espiritual, pero es sólo una devoción marginal, sólo de importancia secundaria y que no tomamos suficientemente en serio.

Las visitas de Nuestra Señora en Fátima nos han proporcionado la base para una completa visión del mundo — una visión del mundo que no está fuera de moda, que no está fuera de época. Y esta visión del mundo con base en Fátima nunca se puede “actualizar” para que signifique algo distinto de su significado original; ni tampoco puede tener un papel secundario ni ser alterada ni eclipsada por la superstición del aggiornamento . Nada de lo que ha sucedido en este siglo puede exceder en importancia al Mensaje que Nuestra Señora dio en Fátima.

Y el Mensaje de Fátima no es otra cosa sino una urgente reafirmación de la doctrina tradicional de la Iglesia, y una reafirmación de la urgente necesidad de reparación, con consecuencias especiales para nuestros tiempos.


NOS LIBERA DE SLOGANS POPULARES

La verdad tiene una cualidad liberadora. Nuestro Señor dijo “La verdad os hará libres”. Y el Mensaje de Fátima nos libra de caer en los numerosos y vacíos slogans populares de la actualidad. Nos impide caer en el slogan de que las Naciones Unidas ateas son “la última grande esperanza de paz para la Humanidad”. Nos impide caer en el slogan de que estamos entrando en una “nueva primavera” con el advenimiento del nuevo milenio. Nos impide caer en el slogan de que estamos actualmente en el umbral de alguna nueva “civilización del amor” en la cual los católicos y los miembros de religiones falsas pueden dejar de lado sus diferencias para trabajar juntos con el objetivo de convertir el mundo en un lugar mejor. (Es interesante que la noción de que católicos y no católicos pueden colaborar juntos para construir una especie de nueva “civilización del amor” en la realidad ya fue condenada por el Papa San Pío X al condenar el Movimiento Sillon en Francia en 1910.)

Debemos observar que las dos expresiones tan populares hoy en día, “Una Nueva Primavera” y “Una Civilización del Amor” — ninguna de ellas contiene cualquier mención del Inmaculado Corazón de Nuestra Señora. Sin embargo, Nuestra Señora hizo realmente en Fátima la promesa de una gran victoria. Pero no la llamó una “nueva primavera”, ni la llamó una “civilización del amor”. La llamó “El Triunfo de Mi Inmaculado Corazón”.

Nuestra Señora vino a Fátima con el Mensaje de que “Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón.” No habrá victoria, no habrá “nueva primavera” a no ser que un número suficiente de católicos cumpla fielmente los pedidos de Nuestra Señora de Fátima. Éste tiene que ser nuestro centro de gravedad.

Pasemos ahora en revista Sus pedidos. En Fátima, Nuestra Señora nos pidió que:
• recitemos diariamente por lo menos Cinco Decenas del Rosario;
• usemos el Escapulario Marrón;
• ofrezcamos a Dios nuestros deberes diarios como un acto de sacrificio;
• hagamos los Cinco Primeros Sábados de Reparación a Su Inmaculado Corazón;
• Nuestra Señora pidió también que el Papa, en unión con todos los obispos del mundo, consagrase Rusia a Su Inmaculado Corazón, prometiendo la conversión de Rusia a través de esos medios, y un período de paz que le será concedido al mundo. Esta consagración aún tiene que ser realizada
.

Mi pequeña contribución a la demostración de que Rusia no ha sido consagrada, y no ha sido convertida, proviene de un pequeño artículo en el Toronto Sun, de 9 de agosto de 1999, el cual informa que Larry Flint, el así llamado “Rey de la Pornografía”, acaba de publicar en Moscú una versión rusa de la revista Hustler.

Para quien no sabe lo que es, la revista Hustler es una de las revistas pornográficas más gráficas en los Estados Unidos. Es una industria multimillonaria con enorme circulación. Larry Flint se jactó de haber enviado suscripciones gratuitas de esta revista a todos los miembros del parlamento ruso. Estos 15 años después de la consagración en 1984; una consagración que no mencionó a Rusia por su nombre, cosa que Nuestra Señora había pedido.

Con el Triunfo del Inmaculado Corazón de Nuestra Señora, ¡Larry Flint sería incapaz de llevar esto adelante!


REVERENCIA A LA TRADICIÓN

Así, pues, quiero explicar por qué el Mensaje de Nuestra Señora de Fátima tiene que ser central en nuestra visión del Mundo.

Primero que todo, lo que hace que el Mensaje de Fátima sea eminentemente confiable es que Nuestra Señora de Fátima mostró un respeto profundo a la doctrina inalterada y consistente de la Iglesia a través de los siglos. Cuando Nuestra Señora vino a Fátima, no nos dio cualquier doctrina nueva, ni nos dio cualquier nueva interpretación de la doctrina católica que se desviase de la enseñanza constante de los siglos. Dijo San Pablo “Pero aún cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predique un evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema.” (Gál. 1:8)

Y Nuestra Señora siguió estas sacrosantas directivas. No sólo mostró un profundo respeto hacia lo que la Iglesia siempre ha enseñado, con el mismo significado y con el mismo sentido (eadem sententia eodem sensu) , sino que reafirmó las doctrinas y orientaciones cruciales. Y las doctrinas y orientaciones que Ella reafirmó pueden darnos una guía para aquellas doctrinas que sufren los más grandes ataques en nuestro siglo.


NUESTRA SEÑORA EN EL PLAN DE SALVACIÓN

En primer lugar, el Mensaje de Nuestra Señora de Fátima consolida la profunda importancia de Nuestra Señora en el plan de la salvación.

Sabemos por el Mensaje que la salvación del mundo, la conversión de Rusia y la paz mundial, dependen, en definitiva, de que la humanidad cumpla el deseo de Dios, de establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. La centralidad y la importancia de Nuestra Señora son acentuadas de nuevo en Fátima.

Ahora bien; un buen mariólogo podría hablar todos los días de como Nuestra Señora es central en el plan de la salvación. Pero deseo detenerme en un aspecto de esta verdad. Esto es: Nuestra Señora fue absolutamente necesaria para que Cristo se hiciese hombre — quizás debiera decir Hijo del Hombre.

Dios, que es Todopoderoso, no se habría hecho miembro de la raza humana sin María, no se habría hecho “Hijo del Hombre” sin Nuestra Señora.

Esto no es una enseñanza mía, sino del gran Abad benedictino Marmion (1858-1923). Él ha sido probablemente el más grande escritor espiritual del siglo XX. Respecto a la obra del Abad Marmion dijo el Papa Benedicto XV “léanla, es la pura doctrina de la Iglesia.”

El Abad Marmion comenta en sus libros que, para que Nuestro Señor se hiciese verdaderamente miembro de nuestra raza humana, un Hijo de Adán, un “Hijo del Hombre”, Él dependía absolutamente de que Nuestra Bendita Madre le dijese “sí” al ángel que Le preguntó si consentía en ser Madre del Dios-Hombre, Jesucristo.

Por supuesto, Nuestro Señor podría haberse hecho hombre por sí mismo, sin la intervención de Nuestra Señora. Podría en un instante haber asumido una naturaleza humana de la materia que creó de la nada, y aparecer ante nosotros como un hombre.

Pero no hizo esto; Él sería, por decirlo así, como un habitante de otro planeta resplandeciendo sobre la tierra. No habría forma de considerarlo como siendo parte de nuestra raza humana. Podría ser visto como un hombre, caminar como un hombre, hablar como un hombre. Pero jamás podríamos verlo como siendo realmente parte de nuestra familia humana, parte de nuestra sangre, parte de nuestra raza humana. Jamás podríamos verlo como un auténtico descendiente físico de nuestros primeros padres, Adán y Eva. No tendríamos ninguna sensación de parentesco con Su humanidad.

Para que Nuestro Señor llegase a tener verdaderamente parentesco con nosotros, verdaderamente parte de la familia humana que necesitaba la redención, fue absolutamente necesario que naciera de una hija de Adán y Eva, y esta “hija” fue la Pura e Inmaculada Siempre Virgen María. Ella fue absolutamente esencial.

Dios dependió de Nuestra Señora para que Nuestro Señor Jesucristo verdaderamente pudiese llamarse a Sí Mismo el “Hijo del Hombre”. Y, como comenta el Abad Marmion, parece que el título de “Hijo del Hombre” es la descripción de Sí Mismo que Nuestro Señor consideraba más apreciada para Su Corazón mientras estuvo en la tierra. El Abad Marmion explica que, al referirse a Sí Mismo, Nuestro Señor usó más la expresión “Hijo del Hombre” que cualquier otro título.

Y de igual modo, el Mensaje de Fátima nos ayuda a recordar nuestra dependencia en relación a Nuestra Señora. Nos recuerda que la devoción a Ella, y en particular a Su Inmaculado Corazón, no es una cosa periférica, no es algo extra u opcional. ¡No! Nuestro Señor hizo de la devoción a Su Inmaculado Corazón una condición ineludible para la conversión de Rusia, para poder asegurar al mundo un período de paz.


DOCTRINAS FUNDAMENTALES AFIRMADAS

Además, en el Mensaje de Fátima vemos afirmados los dogmas fundamentales de nuestra Fe. Cuando Nuestra Señora vino a Fátima:
• Ella habló de la doctrina del Cielo,
• Ella habló de la doctrina del Infierno,
• Ella habló de la doctrina del Purgatorio,
• Ella habló de la doctrina de la Sagrada Eucaristía,
• Ella habló de la doctrina del Sacramento de la Penitencia.

E indirectamente Ella habló de la doctrina del Reino Social de Jesucristo — y afirmó la doctrina papal tradicional de que sólo hay una Iglesia verdadera, fuera de la cual no hay salvación, y que los Estados y los Gobiernos deben reconocer esta Iglesia como tal y deben reconocer el poder indirecto de la Iglesia sobre el Estado y sobre la sociedad civil. Todo esto está implícito en el pedido de Nuestra Señora, de que el Papa consagre Rusia a Su Inmaculado Corazón.

Primero, el Cielo.

El 13 de mayo de 1917, cuando Lucía le preguntó a Nuestra Señora “¿De dónde es Vd.? ”,
Ella contestó: “ Yo soy del Cielo”.

Nuestra Señora está en el Cielo, en cuerpo y alma. El Cielo es un lugar, un lugar real, y no solamente un estado de espíritu. Y según el Mensaje, es un lugar que alcanzaremos sólo si vivimos la vida sacramental de la gracia santificadora a través de ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia Católica.

Nuestra Señora nos recordó también la doctrina del Infierno . Que el Infierno existe. Que es un lugar; y que las almas humanas van allí, han ido allí y están allí actualmente. Nuestra Señora ciertamente no era seguidora del teólogo progresista Hans Urs von Balthasar, el cual especuló que “el infierno existe, pero está vacío”.

No. Nuestro Señor dijo: “la verdad os hará libres”. Y la afirmación de Nuestra Señora de la doctrina del Infierno nos libra de todos los errores de von Balthasar y de susseguidores, no importa quiénes sean.

Aún más impresionante: Nuestra Señora no solamente habló con aquellos niñitos acerca de la realidad del Infierno. El 13 de julio de 1917, Nuestra Señora de Fátima les dio a los tres niños una visión terrorífica del Infierno.

Este es un relato de las propias memorias de Sor Lucía:
“Nuestra Señora abrió las manos como en los meses anteriores. El reflejo pareció penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma humana. Llevados por las llamas que de ellos mismos salían, juntamente con horribles nubes de humo, flotaban en aquel fuego y caían para todos los lados igual que las pavesas en los grandes incendios sin peso y sin equilibrio, entre gritos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de espanto. (Debió ser ante esta visión cuando dije aquel ‘Ay!’, que dicen me oyeron.) Los demonios se distinguían por formas horribles y repugnantes de animales espantosos y desconocidos pero transparentes igual que carbones encendidos. Esta visión duró sólo un momento. Y gracias a que la Santísima Virgen en la primera aparición nos había prevenido con la promesa de llevarnos al cielo, porque si no yo creo que habríamos muerto de susto y pavor.”

Nuestra Señora les dijo entonces:
“Visteis el infierno donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlos Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.”

Fue ésta una visión pavorosa dada a los niños. Sor Lucía afirmó muy claramente que “ los demonios se distinguían [de las almas de los condenados ]”. Por lo tanto, esto demuestra que es completamente falsa la teoría de von Balthasar [de que el Infierno existe, pero está vacío — u otra opinión, de que “sabemos que existen demonios en el Infierno, pero no sabemos realmente si hay seres humanos en el Infierno]. En el Infierno hay demonios y en el Infierno hay almas humanas . Esta visión les dio a los niños la gracia y el ánimo de realizar sacrificios heroicos por la salvación de las almas .

Nuestra Señora afirmó también la doctrina sobre el Purgatorio.
El 13 de mayo de 1917, Lucía le preguntó a Nuestra Señora acerca de dos amigas suyas recientemente fallecidas.
Lucía preguntó: “¿María das Neves ya está en el Cielo?” (esta joven había fallecido aproximadamente a los 16 años).
Nuestra Señora respondió: “Sí, ya está.”
Entonces Lucía Le preguntó sobre otra amiga suya que había fallecido de 18 ó 20 años: “¿Y Amelia?”
Nuestra Señora contestó: “ Estará en el purgatorio hasta el fin del mundo.”

Esta afirmación de Nuestra Señora también contradice los falsos credos protestantes que rechazan el Purgatorio. Precisamente por aquella única declaración “Estará en el purgatorio hasta el fin del mundo”, Nuestra Señora les está diciendo a los protestantes que “vuestra doctrina protestante que rechaza el Purgatorio es falsa”.

Nuestra Señora afirmó la enseñanza sobre el Sacramento de la Confesión . Ella estableció la confesión sacramental como una condición necesaria para que las almas cumpliesen los pedidos para los Cinco Primeros Sábados.

Y una vez más, por medio de esto, Nuestra Señora les está diciendo a nuestros amigos protestantes: “vuestra doctrina protestante que rechaza el sacramento de la Confesión es falsa”.

A seguir, la Sagrada Eucaristía.

Las apariciones de Fátima no solamente afirman la doctrina de la Eucaristía, sino que afirman también el deber del hombre de reverenciar la Sagrada Eucaristía como el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo.

En 1916, un año antes que Nuestra Señora viniese a Fátima, Jacinta, Francisco y Lucía fueron favorecidos con tres apariciones separadas de un ángel — precursor de las visitas de Nuestra Señora. La tercera y última de las apariciones del ángel ocurrió en el otoño de 1916, con el “Angel de la Eucaristía”.

En esta ocasión, cuando el ángel vino para administrar a los niños la Sagrada Eucaristía, no apareció con una sonrisa de oreja a oreja diciéndoles:
“¡Oh, niños!, estoy aquí para deciros que el propósito de la Eucaristía es inculcar en vosotros un sentido de comunidad y solidaridad, promoviendo el diálogo y las relaciones personales, y celebrando la dignidad inherente del ser humano a través de la unidad en la diversidad.”

No fue ésta la escena, de ninguna manera.

Lucía nos cuenta que era mediodía y los niños estaban postrados, recitando las oraciones de reparación que en la primavera anterior les había enseñado el “Ángel de la Paz”.

Escribe Lucía:
“No sé cuantas veces habíamos repetido esta oración cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y vimos al ángel teniendo el la mano izquierda un cáliz sobre el cual está suspensa una hostia de la que caen algunas gotas de sangre dentro del cáliz.”

“El ángel deja suspenso el cáliz en el aire, se arrodilla con nosotros y nos hace repetir tres veces:
‘Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro profundamente, y Te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente
en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de Su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María Te pido la conversión de los pobre pecadores.’”

Escribe Lucía que el ángel se levantó, tomó otra vez el Cáliz y la Hostia en sus manos, y les dio la Comunión a los tres niños, colocando la Santa Hostia en la lengua de Lucía y repartió la Sangre del Cáliz entre Francisco y Jacinta, diciendo al mismo tiempo:
“Comed y bebed el Cuerpo y Sangre de Jesucristo horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.”

Después de esto, relata Lucía que el ángel “[se postró] de nuevo en tierra repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: ‘ Santísima Trinidad… etc. ‘ , y desapareció.”

¿Es posible que el Cielo envíe a la humanidad una instrucción más convincente sobre cómo se debe reverenciar y venerar la Sagrada Eucaristía? Por sus actos el ángel no sólo instruyó a los tres niños de Fátima, sino también a todo el siglo XX y a todas las naciones hasta el fin de los tiempos.

Una vez más, la actitud peculiar del ángel con relación a la Eucaristía estaba en plena conformidad con la doctrina y con la práctica tradicionales de la Iglesia:
• El ángel estaba arrodillado, postrado con su faz hacia el suelo. Al hacer esto, estaba reconociendo la Soberana Majestad y Divinidad de Jesucristo verdaderamente presente en la Eucaristía. Esto nos recuerda la gran reverencia que le debemos al Santísimo Sacramento.
• El ángel recitó oraciones de reparación por las blasfemias y sacrilegios cometidos contra el Santísimo Sacramento, como si estuviese previendo los innumerables ultrajes que ocurrirían contra el Santísimo Sacramento, especialmente después de 1960.
• El ángel rezó, a través del Inmaculado Corazón de María, por la conversión de los pobres pecadores, especialmente — podemos deducir por el contexto — de aquellos que pecan contra la Sagrada Eucaristía.
• El ángel no le dio a Lucía la Comunión en la mano.

Los tres niños de Fátima supieron que el ángel fue enviado para instruirlos, y para que siguiesen su ejemplo.

Escribe Lucía:
“… Llevado[s] por una fuerza sobrenatural que a eso nos movía… nos postrábamos para rezar esa oración…permanecimos en la misma actitud repitiendo siempre las mismas palabras…”

Además, parecía que el ángel era un mensajero celestial de Dios dándonos el ejemplo de la profunda reverencia que le debemos al Santísimo Sacramento. Y, una vez más, la doctrina de la Sagrada Eucaristía es rechazada por protestantes, judíos, musulmanes, hindúes, budistas. El Cielo está diciendo a todas estas religiones fabricadas por el hombre que su doctrina es errónea, que sus credos son falsos.


LOS CINCO PRIMEROS SÁBADOS

Antes de entrar en la próxima sección, que trata de los Cinco Primeros Sábados, quiero hacer una observación. A la luz de lo que podríamos llamar “sensibilidades ecuménicas”, existe actualmente una tendencia para reducir la importancia de las sólidas verdades católicas, en consideración a una orientación ecuménica. Esta nueva idea dice que, al tratar con no católicos, no deberíamos concentrarnos demasiado en aquellas cosas que nos dividen , sino dejarlas de lado, y concentrarnos en aquéllas que nos unen .

En contraste, vemos que no es ésta la manera que Nuestra Santa Madre adoptó en Fátima. Nuestra Señora reconoció que Su primer deber es enseñar la Verdad. Y al dar énfasis
• al Rosario,
• a la devoción de Su Inmaculado Corazón,
• al Escapulario del Monte Carmelo,
• al Purgatorio,
• a la autoridad del Papado,
• al Sacramento de la Confesión,
• a la Sagrada Eucaristía como el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo.

Nuestra Señora está dando énfasis a todos los puntos verdaderos que DIVIDEN a los Católicos de los Protestantes, y que DIVIDEN a los Católicos de todas las demás religiones sobre la faz de la tierra.

¿Podrá alguno de nosotros reclamar que en nuestro enfoque queremos saber más que la Madre de Dios?

Y el Mensaje de Fátima no sólo hace hincapié en estos puntos que nos dividen, sino que explica claramente que, en el orden objetivo, aquellos que no creen estas verdades, y especialmente aquellos que rehúsan a darle a Ella el honor que Le es debido, son culpables del crimen de blasfemia.

Nuestro Señor enseñó esto de una forma delicada pero firme cuando explicó los Cinco Primeros Sábados de Reparación.

La devoción de los Cinco Sábados a Nuestra Señora no es algo nuevo. No fue una innovación. Una vez más, al pedir los Cinco Primeros Sábados, Nuestra Señora estaba mostrando un profundo respeto a la Tradición.

En 1892, el Papa León XIII concedió una indulgencia plenaria a todos los fieles que dedicasen 15 Sábados consecutivos en honor de Nuestra Señora del Rosario.

Posteriormente, el Papa San Pío X concedió una indulgencia plenaria a todos los que hiciesen los Doce Primeros Sábados en honor de Nuestra Señora.

Además de eso, el 13 de junio de 1912 el Papa San Pío X concedió nuevas indulgencias a los Fieles que practicasen la devoción de Reparación a Nuestra Señora en los Primeros Sábados de cada mes.

Y cinco años después de ese día , el 13 de junio de 1917, Nuestra Señora mostró a los 3 niños de Fátima Su Inmaculado Corazón, “rodeado de espinas que parecían clavarlo”, pidiendo reparación.

Al pedir por los Cinco Primeros Sábados, Nuestra Señora tomó una devoción tradicional, la simplificó y le dio una mayor eficacia.

El 10 de Diciembre de 1925, cuando Sor Lucía a los 18 años era una postulante en Pontevedra, se le aparecieron Nuestra Señora y el Niño Jesús. Dijo Nuestro Señor:
“Ten pena del Corazón de Su Santísima Madre que está rodeado con las espinas que los hombres ingratos constantemente le clavan sin haber quien haga un acto de reparación para quitárselas.”

El Niño Jesús está preocupado con estos pecados contra Su Madre.

A seguir, Nuestra Bendita Madre le dijo a Lucía:
“Mira, hija Mía, Mi Corazón rodeado de espinas que los hombres ingratos en cada momento me clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú al menos, haz por consolarme y di que a todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la sagrada comunión, recen el Rosario y Me acompañen 15 minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarme, Yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación.”

Posteriormente, el confesor de Sor Lucía, el Padre Gonçalves, le pidió a que hiciese algunas preguntas a Nuestra Señora acerca de los Cinco Primeros Sábados.

Una de las preguntas que él hizo fue: “¿Por qué cinco sábados, y no nueve o siete en honor de los Dolores de Nuestra Señora?”

Durante la revelación de Nuestro Señor en Tuy el 29 de mayo de 1930, Sor Lucía formuló esa pregunta. Fue ésta la respuesta que le dio el Cielo:
“Hija Mía, el motivo es sencillo. Cinco son las clases de ofensas y blasfemias proferidas cont
ra el Inmaculado Corazón de María:
1. Las blasfemias contra la Inmaculada Concepción.
2. Las blasfemias contra Su Virginidad Perpetua.
3. Las blasfemias contra la Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como la Madre de los hombres.
4. El tratar de infundir públicamente en el corazón de los niños la indiferencia, el desprecio y hasta el odio para con esta Inmaculada Madre.
5. Los ultrajes dirigidos a Ella en Sus sagradas imágenes.”

Por consiguiente, es esto lo que quiero decir cuando digo que, indirectamente y en el orden objetivo, Nuestro Señor ha acusado a todos los miembros de religiones no católicas de ser culpables de blasfemia contra el Inmaculado Corazón de Nuestra Señora.

Veamos una vez más estas cinco ofensas:
1. Blasfemias contra la Inmaculada Concepción
La mayoría de los protestantes, así como la mayoría de los ortodoxos orientales, no creen en la Inmaculada Concepción. Tampoco lo creen, por supuesto, los judíos, musulmanes, hindúes, budistas, francmasones, comunistas, socialistas, humanistas seculares, etc.

2. Blasfemias contra Su Perpetua Virginidad
Una vez más, esto acusa a la mayor parte de los protestantes, judíos, musulmanes, hindúes, budistas, la gran mayoría de los cuales no cree en Su Perpetua Virginidad. De hecho, muchos católicos hoy en día no creen en Su Perpetua Virginidad.

3. Blasfemias contra Su Divina Maternidad, rehusándose además a reconocerla como Madre de los Hombres
Por supuesto, sabemos que los musulmanes, judíos, hindúes, budistas rechazan esta doctrina, especialmente porque no creen que Jesucristo es Dios. Y Nuestro Señor advirtió: “Nadie viene al Padre sino por Mí.”

4. Las blasfemias de todos los que públicamente siembran en el corazón de los niños la indiferencia o el menosprecio o hasta el odio a esta Madre Inmaculada
Nuevamente, es ésta la situación de los protestantes, judíos, musulmanes, hindúes, budistas y la mayoría de otras falsas religiones. Los miembros de esas religiones enseñarán a sus niños a no atribuir ninguna importancia a Nuestra Señora ni a Su Inmaculado Corazón. Obsérvese también que a los ojos del Señor esto no es cosa de poca importancia. Él llama a esto blasfemia y convoca a los católicos a caer de rodillas y hacer reparación por estos grandes pecados. Son espinas en el Inmaculado Corazón de Nuestra Señora.

5. Las ofensas de aquellos que La insultan directamente en sus Sagradas Imágenes.
Esto incluye aquellos que realmente destruyen Sus Imágenes, o las ridicularizan, o aquellos protestantes que acusan de idolatría a los católicos porque tienen estatuas de Nuestra Señora en los lugares de honor en sus residencias.
Además de ser una llamada a la penitencia, ésta es una acusación contra todas las religiones no católicas.

Por lo tanto, Nuestro Señor NO está utilizando el enfoque moderno ecuménico. NO está dando énfasis a aquellos puntos que nos unen a las falsas religiones. Está dando énfasis a aquellos puntos que nos separan de los no católicos. Al hacer eso, creo que Nuestro Señor nos está diciendo que esos puntos son mucho más importantes que cualquier unidad ecuménica superficial.

Está haciendo hincapié en que estas blasfemias contra el Inmaculado Corazón de Nuestra Señora no pueden ser consideradas frívolamente. Son, de hecho, pecados contra la Fe.


TRADICIÓN DE REPARACIÓN

En este momento, quiero volver a un punto que hice antes. En todo lo que ha hecho Nuestra Señora de Fátima mostró un profundo respeto por la tradición, y que los Cinco Primeros Sábados eran, y aún son, una devoción tradicional . Por supuesto, doctrinariamente Nuestra Señora no estaba enseñando nada nuevo.

En efecto, Ella fue muy obediente al Primer Concilio Vaticano, que enseñó como artículo de fe — de fide — que no se puede alterar el significado de la Sagrada Doctrina. El 1er. Vaticano enseñó:
“El significado de los Dogmas Sagrados, que deben ser preservados para siempre, es el que nuestra Santa Madre Iglesia ha determinado. No es posible alejarse nunca de esto, en nombre de una comprensión más profunda.” 1

Así, pues, ya sea la doctrina del Purgatorio, o la doctrina de la Sagrada Eucaristía, o la doctrina de la Confesión, o la doctrina establecida de que sólo hay una Iglesia verdadera, fuera de la cual no hay salvación, el 1er. Concilio Vaticano enseñó que el significado de estas doctrinas jamás se puede cambiar. Y vemos que Nuestra Señora fue absolutamente fiel a esto.

Además, en Fátima, Nuestra Señora demuestra Su continuidad con las revelaciones especiales hechas por el Cielo a la Iglesia en el siglo XIX ; ya sea su aparición en Lourdes, en La Salette, ya sean las manifestaciones de Nuestro Señor a Sor María de Saint-Pierre en Francia en la década de 1840. Todos constituyen el mismo mensaje urgente.

Cuando Nuestra Señora apareció en Lourdes en 1858, pidió para “hacer penitencia, hacer reparación”.

Cuando Nuestra Señora apareció en La Salette en 1846, suplicó que se “hiciese penitencia”, que se “hiciese reparación”. Y avisó en La Salette que Francia podría ser castigada principalmente por dos pecados: por los pecados contra la profanación de los domingos (pecados contra el Tercer Mandamiento) y por usar el nombre de Dios en vano (pecados contra el Segundo Mandamiento).

Esto también está en consonancia de una manera muy especial con las revelaciones, aprobadas por la Iglesia, transmitidas por Nuestro Señor a Sor María de Saint-Pierre en la década de 1840. Sor María de Saint-Pierre era una monja carmelita en Francia, que murió con poco más de 20 años (una historia fascinante que no tenemos tiempo de relatar en detalle).

En estos mensajes ( como en Fátima), Nuestro Señor confirmó la gran necesidad de hacer reparación . Y Nuestro Señor pidió en particular la reparación a Su Santa Faz . Nuestro Señor le dio a Sor María de Saint-Pierre una oración especial llamada FLECHA DORADA (en reparación por las blasfemias), que indicaré enseguida.

Y el 24 de noviembre de 1843, Nuestro Señor le dijo a Sor María de Saint-Pierre:
“La Tierra está cubierta de crímenes. La violación de los Tres Primeros Mandamientos de Dios ha irritado a Mi Padre; el Santo Nombre de Dios es blasfemado (2º Mandamiento) y los Días Santificados del Señor son profanados (3er. Mandamiento) llenando completamente la medida de las iniquidades. Estos pecados ascienden hasta el trono de Dios provocando Su ira que pronto irrumpirá si no se aplaca Su justicia. En ninguna otra época esos crímenes alcanzaron tal intensidad.” 2

Esto se refiere a la década de 1840, que consideramos “los buenos viejos tiempos”. Actualmente está todo mucho peor.

Durante estas revelaciones, Nuestro Señor pidió que se formase una asociación de Reparación de la Santa Faz y dictó también la oración, LA FLECHA DORADA, para la reparación contra las blasfemias:
“Que el Santísimo, Sacratísimo, adorabilísimo, misteriosísimo e inefable Nombre de Dios sea alabado, bendito, amado, adorado y glorificado, en el Cielo, en la tierra, y en el infierno, por todas las criaturas de Dios, y por el Sagrado Corazón de Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, en el Santísimo Sacramento del Altar. Amén.” 3

En aquella ocasión, uno de los más grandes promotores de esta Devoción a la Santa Faz fue el “Santo Hombre de Tours”, Leo DuPont, que colgó un cuadro de la Santa Faz en su locutorio ante el cual ardía el santo oleo. Tantos fueron los milagros realizados en el locutorio de Leo DuPont que el Bienaventurado Papa Pío IX le llamó “el taumaturgo del siglo XIX”.

Ahora, Nuestra Señora de Fátima continua esta sólida “tradición”; esta inalterada y urgente llamada a la reparación.

Y las revelaciones de Nuestro Señor a Sor María de Saint-Pierre piden no sólo reparación [por los pecados] contra el 2º y 3er. Mandamientos, como lo hizo Nuestra Señora de La Salette, sino también reparación por los pecados contra el Primer Mandamiento. Sabemos que el Primer Mandamiento es: “Yo soy el Señor vuestro Dios, no tendréis dioses extraños ante Mí..” Y nuestra teología tradicional católica nos dice que los pecados contra la Fe, especialmente el pecado de herejía , son pecados contra el Primer Mandamiento.

De esto se sigue que somos llamados no a reírnos ni a tornarnos íntimos de los falsos credos de los no católicos; sino que somos llamados a caer de rodillas y hacer reparación por estos pecados contra la Fe, estos pecados contra el Primer Mandamiento. Estos pecados de herejía que producen las cinco blasfemias contra el Inmaculado Corazón de María fueron enunciados por Nuestro Señor en Tuy el 29 de mayo de 1930.


FÁTIMA VS. “EL ESPÍRITU DE ASÍS”

Finalizando, yo creo que el Cielo quiere que el Mensaje de Nuestra Señora de Fátima sea una cuestión central en nuestra visión del mundo. Todo lo que suceda en la Iglesia o en el mundo será juzgado como bueno o malo, adecuado o inadecuado, teniendo por base si está, o no, en conformidad con las palabras de Nuestra Señora en Fátima.

En Fátima, Ella confirmó las doctrinas fundamentales de la Fe y focalizó aquellos puntos de la doctrina que nos separan de los no católicos, para demostrar que la Verdad es lo más importante. También nos instruyó, especialmente a través de los Cinco Primeros Sábados y en consonancia con las revelaciones hechas en Lourdes, La Salette y a Sor María de Saint-Pierre, acerca de la necesidad de hincarnos de rodillas y hacer reparación por los pecados de los hombres, en particular por los pecados contra la Fe que hacen parte de los credos no católicos, especialmente en relación a Su Inmaculado Corazón.

Ella no enseñó ninguna doctrina nueva, ni tampoco una comprensión modernizada de la doctrina que pudiese significar una reinterpretación de la doctrina católica de una forma distinta de la que ha sido enseñada durante 2.000 años.

Ella nos dijo que la paz mundial sólo vendrá por medio de la obediencia a Su pedido acerca de la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, y no por medio de católicos que se reúnen con falsas religiones en oraciones interreligiosas por la paz — religiones que Ella afirma, blasfeman contra Ella por su incredulidad. De hecho, y es triste decirlo, en la gran reunión-plegaria en Asís en 1986, cuando los católicos rezaron en público con falsas religiones por la causa de la paz, no se rezó el Santo Rosario. Y esto a pesar de que el Rosario es la oración específica transmitida por Nuestra Señora como condición para la paz . De la misma manera, en aquel día, no fue ni honrado ni invocado el Inmaculado Corazón de María.

Ésta es una desviación radical del plan ofrecido por Nuestra Señora. De hecho, yo creo que estas asambleas interreligiosas no sólo fallarán en producir cualquier fruto saludable, sino que en realidad podrán acarrear un gran castigo. Y digo esto no con mi propia autoridad sino con la de uno de los más eminentes cardenales del siglo XX, el gran Cardenal Mercier de Bélgica.

En 1918, justamente un año después de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima, el gran Cardenal Mercier afirmó que la Primera Guerra Mundial fue un castigo por el crimen de los hombres al colocar la única religión verdadera en el mismo nivel de los falsos credos (que es precisamente lo que hacen estas nuevas reuniones pan-religiosas, en total contradicción con los 2.000 años de la doctrina católica). En una carta pastoral titulada “La Lección de los Acontecimientos”, el Cardenal Mercier dijo:
“En nombre del Evangelio y a la luz de las Encíclicas de los cuatro últimos Papas, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y Pío X, yo no vacilo en afirmar que esta indiferencia hacia las religiones, que coloca en el mismo nivel la religión de origen divino y las religiones inventadas por los hombres, a fin de incluirlas en el mismo escepticismo , es la blasfemia que atrae el castigo sobre la sociedad mucho más que los pecados de los individuos y de las familias .” 4

Por consiguiente, vemos que las afirmaciones del Cardenal Mercier están en perfecta continuidad con las enseñanzas consistentes de los Papas a través de los siglos, y en perfecta armonía con una visión del mundo con base en Fátima.

Así, terminaré con lo que he dicho antes. De la misma forma que el gran Milagro de 13 de octubre de 1917 — especialmente con el Sol danzando en el cielo y enseguida lanzándose hacia la tierra — fue tan espectacular que se hizo imposible desviar la mirada; así también el propio Mensaje de Fátima es de tal magnitud, de tal importancia, de tal centralidad que no debemos desviar nunca nuestra mirada de Fátima, ni desviar nunca nuestros ojos de los de Nuestra Señora, ni permitir nunca que, de ninguna forma, nos separemos de Ella.

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NOTAS:
1. Vaticano I, Sesión III, Capítulo. IV, Fe y Razón.
2. Scalan, The Holy Man of Tours [El Santo Hombre de Tours] , (Tan Books), pág. 122.
3. P. Janvier, Life of Sister Saint-Pierre [Vida de la Hermana Saint-Pierre ], con la aprobación del Revdmº Charles Colet, Arzobispo de Tours , (John Murphy & Co, Baltimore, 1884), pág.114.
4. Citación extraida de The Kingship of Christ and Organized Naturalism [La majestad de Cristo y el Naturalismo Organizado], por el Padre Denis Fahey (Regina Publications, Junio de 1943), pág. 36. Nota según citación extraida de la Carta Pastoral de 1918, del Cardenal Mercier, The Lesson of Events [La Lección de los Acontecimientos].

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Fátima y la Visión del Infierno: discurso del Padre Marcel Nault

Ofrecemos el discurso pronunciado del Padre Marcel Nault en la Conferencia Mundial de Paz de Obispos Católicos, en Fátima, Portugal, en el año 1992 sobre el Infierno y la visión que de el tuvieron los pastorcitos de Fátima. Este discurso causó tal impacto que después de la conferencia, algunos Obispos pidieron al Padre Nault que escuchara sus confesiones.

El Padre Marcel Nault nació el 3 de marzo de 1927 en Montreal, Canadá. Su vocación fue relativamente tardía. Se ordenó como sacerdote diocesano el 4 de marzo de 1962, un día después de su cumpleaños 35. El 30 de marzo de 1997, domingo de Pascua, a las 12:00 del mediodía, el Padre Marcel Nault fue llamado de esta vida terrenal a la presencia de Dios a quien él amó y sirvió con profunda devoción.

Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra por un motivo, para salvar a las almas del Infierno. Enseñar la realidad del Infierno es la tarea más importante e ineludible de la Santa Iglesia Católica. Uno de los grandes Padres de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, continuamente enseñaba que Nuestro Señor Jesucristo predicaba con más frecuencia sobre el Infierno que sobre el Cielo.

Algunos piensan que es mejor predicar sobre el Cielo. No estoy en acuerdo. Predicar sobre el Infierno produce muchas más y mejores conversiones que las obtenidas con la mera predicación sobre el Cielo. San Benito, el fundador de los Benedictinos, al estar viviendo en Roma el Espíritu Santo le dijo: “Tú vas a perder tu alma en Roma e irás al Infierno.” Él dejó Roma y se retiró a vivir en el silencio y la solicitud fuera de Roma para meditar sobre la vida de Jesús y el Santo Evangelio. San Benito huyó de todas esas ocasiones de pecado de la Roma pagana. Él oró, se sacrificó por sí mismo y por los pecadores. El Espíritu Santo difundió la noticia de su santidad. Como resultado, la gente lo visitaba para ver, escuchar y seguir su ejemplo y consejo. San Benito se apartó por sí mismo de toda ocasión de pecado y alcanzó la santidad. La Santidad atrae a las almas.

¿Por qué piensan que San Agustín cambió su vida? ¡Por temor al Infierno! Yo predico con frecuencia sobre la trágica realidad del Infierno. Es un dogma católico que sacerdotes y obispos ya no predican más. El Papa Pío IX, que pronunció los dogmas de la Infalibilidad del Papa y el de la Inmaculada Concepción de María, y que también emitió su famoso Sílabo condenatorio contra los errores y herejías del mundo moderno, solía pedir a los predicadores que enseñaran a los fieles con mayor frecuencia sobre las Cuatro Postrimerías, en especial sobre el Infierno, así como él mismo daba el ejemplo predicando. El Papa pidió esto porque la meditación sobre el Infierno genera santos.


LOS SANTOS TEMEN AL INFIERNO

Aquí nos encontramos con algo curioso, los santos temen ir al Infierno pero los pecadores no sienten tal temor.

San Francisco de Sales, San Alfonso María Liguorio, el Santo Cura de Ars, Santa Teresa de Ávila, Santa Teresita del Niño Jesús, tuvieron miedo de ir al Infierno.

San Simón Stock, el Superior General del Carmelo, sabía que sus monjes tenían miedo de ir al Infierno. Sus monjes ayunaban y hacían oración. Vivían recluidos, separados del peligroso mundo dominado por Satanás. Aún así tenían miedo de ir al Infierno.En 1251, Nuestra Señora del Monte Carmelo se apareció en Aylesford, Inglaterra, a San Simón Stock. Ella le dijo: “No teman más, te entrego una vestidura especial; todo el que muera llevando esta vestidura no irá al Infierno.” Yo llevo puesto mi Escapulario Café bajo mis vestiduras y llevo otro en mi bolsillo porque nunca sé cuándo la gente me pedirá que les hable sobre el Infierno o el Escapulario Café. María dijo al sacerdote dominico, el beato Alán de la Roche, “Yo vendré y salvaré al mundo a través de Mi Rosario y Mi Escapulario.”

Uno no puede especializarse en todo y enseñar sobre todo; uno debe elegir. Yo creo que ésta es la voluntad de Dios: que yo predique sobre el Infierno. Un Moseñor, mi superior hace tiempo, me dijo en una ocasión: “Predicas con demasiada frecuencia sobre el Infierno y eso asusta a la gente.” Él agregó: “Marcel, yo nunca he predicado sobre el Infierno, porque a la gente no le gusta. Tú los asustas.” En un tono muy amistoso, Monseñor me dijo en su oficina: “Marcel, yo nunca he predicado sobre el Infierno y nunca lo haré, y mira qué agradable y prestigiada posición he alcanzado.” Yo guardé un largo silencio, luego lo mire a los ojos. “Monseñor”, le dije, “usted está en la vía del Infierno para toda la eternidad. Monseñor, usted predica para complacer al hombre, en lugar de predicar para complacer a Cristo y salvar a las almas del Infierno. Monseñor, es un pecado mortal de omisión el rehusarse a enseñar el Dogma Católico sobre el Infierno.”

Cuando Dios envió Profetas en el Antiguo Testamento, fue para recordarle al hombre que regresara a la verdad, que regresara a la santidad. Jesús vino, predicó y envió a sus Apóstoles al mundo para predicar el Santo Evangelio. La Serpiente vino y difundió su veneno a través de herejías, pero Jesús envió a su Amadísima Madre, la Reina de los Profetas: “Ve a la tierra y destruye las herejías.” Los Padres de la Iglesia han escrito que la Madre de Dios es el martillo de las herejías.

Si se toman el tiempo de estudiar con gran atención el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, notarán que es un mensaje de lo más trágico y profundo, que refleja las enseñanzas del Santo Evangelio.


LAS LECCIONES DADAS EN FÁTIMA

El resumen del Mensaje de Fátima es, que el Infierno existe. Que el Infierno es eterno y que iremos ahí si morimos en estado de pecado mortal. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” Nuestra Señora vino y nos dijo que podemos salvarnos a través de sus dos divinos sacramentos de predestinación: el Santo Rosario y el Escapulario Café. También manifiesta un énfasis especial sobre la Devoción a su Inmaculado Corazón y la Devoción de los Primeros Cinco Sábados. En la primera aparición del Ángel de Portugal en el Cabeco, en mayo de 1916, el Ángel vino a los tres niños y les mostró cómo adorar a Dios con la oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y Te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni adoran, ni esperan y no Te aman.” El Ángel oró esta oración mientras se postraba con la frente en el suelo. El Ángel de Fátima les había mostrado a los tres niños en el orden de las oraciones, qué es lo primero. Primero, uno debe adorar a Dios y después orar a los santos. Primero Dios, las criaturas después. El Ángel de Fátima mostró al hombre que debe adorar a Dios y orar ante Él de rodillas. Entre más conoce el hombre a Dios, más se humilla ante Dios su Creador.

El gran Obispo francés Bossuet dijo: “El hombre en verdad se engrandece cuando está de rodillas.” Sí, el hombre realmente se engrandece cuando se arrodilla ante su Creador y Redentor, Jesús, en el Santísimo Sacramento. El Ángel de Fátima vino a enseñarles a los tres niños que nuestro primer deber, de acuerdo con el Primer Mandamiento, es adorar a Dios. En su tercera aparición en el Cabeco, el Ángel de Portugal vino con un Cáliz en su mano izquierda y una Hostia en la mano derecha. Los niños se preguntaban qué estaba pasando. El Ángel milagrosamente suspendió el Cáliz y la Hostia en el aire y se postró en tierra y recitó una oración Trinitaria de profunda adoración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro profundamente y Te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de todas las ofensas, sacrilegios, abandonos e indiferencias con Él mismo es ofendido y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y por la intercesión del Inmaculado Corazón de María, Te pido la conversión de los pobres pecadores.”

Dios desea que Le adoremos de rodillas. ¿Nos arrodillamos en adoración y oración ante Jesús en el Santísimo Sacramento? Debemos hacerlo. Cuando los tres Reyes Magos de Oriente fueron a Belén y entraron en donde estaba el Niño Jesús, se postraron frente a Él para adorarlo de rodillas. Tenemos este ejemplo en las Escrituras y del Ángel de Fátima, que Dios quiere que Le adoremos de rodillas.


EL REFORZAMIENTO DE LOS DOGMAS CATÓLICOS

Un año más tarde, el 13 de mayo de 1917, los niños vieron a una jovencita aparecerse ante ellos. Era la primera aparición de Nuestra Señora.

Lucía le preguntó: “¿De dónde vienes?”

Ella le contestó: “Vengo del Cielo.” El Dogma Católico de la existencia del Cielo.

Los niños preguntaron: “¿Iremos al Cielo?”

Ella contestó: “Sí, irán al Cielo.”

Entonces preguntaron: “¿Nuestras dos amiguitas están en el Cielo?”

María les contestó: “Una de ellas, sí”.

Los niños preguntaron: “¿Dónde está la otra chica? ¿Está en el Cielo?”

María les contestó: “Ella está en el Purgatorio y lo estará hasta el fin del mundo.”

Esta chica tenía unos 18 años de edad. Un segundo Dogma Católico, el Purgatorio existe y prevalecerá hasta el fin de este mundo. La Madre de Dios no puede mentir. El Ángel de Fátima enseñó a los tres niños cómo adorar a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Este es un reforzamiento del Dogma de la Santísima Trinidad, el mayor de todos, sin el cual la Cristiandad no podría permanecer. Debemos adorar a las Tres personas de la Santísima Trinidad.


UNA VISIÓN DEL INFIERNO

El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra Señora se apareció en Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora nunca sonrió. ¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños la visión del Infierno? Ella dijo: “Oren, oren mucho porque muchas almas se van al Infierno.” Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños vieron un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres, consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía decía que los demonios tenían un aspecto horrible como de animales desconocidos. Los niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó. Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría. María dijo a los niños: “Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando no se arrepienten.”


UN DOGMA CATÓLICO MÁS, LA EXISTENCIA DEL INFIERNO

El Infierno es eterno. Nuestra Señora dijo: “Cada vez que recen el Rosario, digan después de cada década: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia.” María vino a Fátima como profeta del Altísimo para salvar a las almas del Infierno.

El patrono de todos los pastores, San Juan María Vianney, solía predicar que el mayor acto de caridad hacia el prójimo era salvar su alma del Infierno. Y el segundo acto de caridad es el aliviar y librar a las almas de los sufrimientos del Purgatorio. Un día en su pequeña iglesia (donde hasta este día se conserva su cuerpo incorrupto), un hombre poseído por el demonio se le acercó a San Juan María Vianney y le dijo: “Te odio, te odio porque arrebataste de mis manos a 85 mil almas.”

Eminencias, Excelencias, Sacerdotes, cuando seamos juzgados por Jesús, Jesús nos hará una sola pregunta: “Yo te constituí Sacerdote, Obispo, Cardenal, Papa, ¿cuántas almas salvaste del Infierno? San Francisco de Sales, de acuerdo con estadísticas, ha convertido, y probablemente salvado, a más de 75 mil herejes. ¿Cuántas almas has salvado tú?”

Cuando leemos a los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y a los santos, uno se estremece ante una realidad: todos ellos enseñaron el Evangelio de Jesús y sobre las Cuatro Postrimerías: Muerte, Juicio, Infierno y Paraíso. Todos han predicado el Dogma Católico del Infierno porque cuando meditamos en el destino de los condenados, no deseamos ir al Infierno.

No es mi intención criticar a los Obispos, pero debo confesar esta verdad. En mis 30 años de sacerdocio, es triste reconocer que nunca he visto, ni escuchado, que un Obispo, aún mi Obispo o cualquier otro Obispo, predique el Dogma de la Iglesia Católica Romana sobre el Infierno. Supongo que en sus países o en otros lugares sí lo hacen, pero en Norteamérica no es predicado este Dogma de Fe.

Cierto día en una catedral le dije a un Obispo: “Su Excelencia, usted realiza bellas meditaciones sobre el Santo Rosario cada noche por la radio. Esto es hermoso. Pero debo preguntarle, por qué no abrevia un poco su meditación e inserta después de cada década del Rosario la oración: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia.” ¿Por qué se rehúsa decir esta pequeña oración después de cada década, tal como lo pidió Nuestra Señora de Fátima el 13 de julio de 1917, después de que les había mostrado el Infierno a los tres videntes?

El Obispo me dijo: “Mire, a la gente no le gusta que prediquemos sobre el Infierno, la palabra Infierno les asusta.” No estamos para predicar lo que complazca a las multitudes sino para salvar sus almas del Infierno, para evitar que vayan al Infierno eternamente. Es probable que esta afirmación no sea aceptada por todos los Obispos pero con frecuencia los oigo rezar el Rosario omitiendo esta oración piadosa para salvar almas del Infierno. Yo creo que esta pequeña oración de Nuestra Señora de Fátima dada a los niños el 13 de julio de 1917, es más poderosa y más placentera a Dios que cualquier meditación por bella que sea, aunque haya sido expresada por un Obispo.

Cada uno de nosotros hemos recibido nuestra misión de Dios, y creo que Jesús y Nuestra Señora desean que mi misión sea que yo predique sobre el Infierno. Por esto es que predico sobre el Infierno. Hay muchas revelaciones que podemos leer en la biografía de las almas privilegiadas. Algunas almas que están al Infierno han sido obligadas por Dios a hablarnos para ayudarnos a crecer en nuestra fe. Constituye un pecado mortal de omisión el rehusarse a predicar el Dogma Católico sobre el Infierno. Tales almas condenadas han dicho: “Podríamos soportar estar en el Infierno por mil años. Podríamos soportar estar en el Infierno un millón de años, si supiéramos que un día dejaríamos el Infierno.”

Amigos míos, debemos meditar, no sólo en el fuego del Infierno, no sólo en la privación de contemplación de Dios, sino que debemos también meditar en la eternidad del Infierno. Meditar seriamente frente al Sagrario sobre el Dogma Católico sobre el Infierno. Queridos Obispos, ustedes deben predicar por completo el Evangelio de Jesús, incluyendo la trágica realidad del Infierno eterno.


CONCEPTO HERÉTICO DE LA MISERICORDIA DE DIOS

Un sacerdote en una conferencia carismática dijo a una multitud de unas 3 mil personas y unos 100 sacerdotes que: “Dios es amor, Dios es misericordia y verán su infinita Misericordia en el fin del mundo, cuando Jesús liberará a todas las almas del Infierno, aún a los demonios.” Este sacerdote sigue predicando y su Obispo no suspende sus facultades por enseñar tal herejía. “Vayan al fuego eterno”, dijo Jesús. Fuego eterno, no fuego temporal.

La verdad es que el Infierno existe. El Infierno es eterno, y todos iremos al Infierno si morimos en estado de pecado mortal. Yo puedo ir al Infierno. Ustedes pueden ir al Infierno. Si algunos de nosotros morimos en pecado mortal, estaremos en el Infierno por toda la eternidad, ardiendo, llorando y gritando sin consuelo. No por un millón de años, sino por billones y billones y billones de años y más allá, por toda la eternidad. En nuestra vida mortal, ¿quién no ha cometido un pecado mortal? Un solo pecado mortal no confesado con arrepentimiento, antes de morir, es suficiente para que Jesús nos arroje al Infierno.

Uno de los grandes Padres de la Iglesia, Patrón de todos los predicadores católicos, San Juan Crisóstomo dijo: “Pocos Obispos se salvan y muchos sacerdotes se condenan.” Cuando venía de Lisboa a Fátima por autobús, tuve la ocasión de predicar a los laicos, sacerdotes y obispos presentes en el autobús. Les imploré: “Por favor, cuando lleguen a Fátima, por qué no se animan a hacer una buena confesión general de vida. Quizás hace diez años, quizás hace cincuenta, no han tenido el valor de confesar ese pecado grave por vergüenza. Por favor, hagan una confesión santa y completa en Fátima antes de su regreso. Hay muchos sacerdotes en Fátima que nunca más volverán a ver hasta que lleguen al Cielo.” Yo predico a los Obispos como lo hago con toda persona, porque los Obispos también tienen un alma que salvar. Y si los Obispos son realmente humildes, aceptarán la verdad aún si proviene de un simple y ordinario sacerdote. No nos vayamos de Fátima sin hacer una Santa Confesión General.


UN GRAN ACTO DE CARIDAD

Sus Excelencias, Jesús nos hizo sacerdotes. Jesús, Nuestro Señor, nos escogió entre millones de hombres para hacernos sacerdotes. Nos hicimos sacerdotes por un motivo: para ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa a Dios Padre Todopoderoso, para rezar el Breviario cada día y para predicar el Evangelio de Jesús para salvar las almas del Infierno. Nadie tiene la seguridad de ir al Cielo a menos que haya recibido una revelación privada de Dios como le ocurrió al Buen Ladrón en la cruz o a los tres videntes de Fátima. ¿Por qué no abrazar los medios seguros que el Cielo nos ha dado, el Santo Rosario (“la devoción a Mi Rosario es un signo seguro de predestinación”), el Escapulario Café y el maravilloso Sacramento de la Confesión.

Prediquen, mis queridos Obispos, como los hacían los Padres de la Iglesia. La tarea principal de un Obispo es predicar, no sólo administrar una diócesis. La Iglesia necesita ver y escuchar a los Obispos predicando como lo hacían los Padres de la Iglesia. Si uno solo de ustedes, Obispos presentes aquí en Fátima, regresara a su diócesis y en ciertas ocasiones predicara sobre las Cuatro Postrimerías junto con todo el mensaje de Fátima, qué gran acto de caridad sería para todos sus amados fieles.

Con la asistencia del Espíritu Santo digan a sus fieles: “Escuchen, mis hermanos en Cristo, yo soy su Obispo, estoy aquí para salvar su alma del Infierno. Por favor escuchen, acepten y mediten mi enseñanza en este día. Ustedes también, mis amados sacerdotes de mi diócesis, imiten a su Obispo, y prediquen sobre el Infierno con la autoridad que Jesús les ha dado. Prediquen cuanto menos una vez al año un sermón completo sobre el Infierno.” Si hacen esto, estarían realizando el mayor acto de caridad de su sacerdocio, de su episcopado. Como mencioné anteriormente, en mis treinta años de sacerdocio, nunca he escuchado a un Obispo predicar sobre el Infierno.

Cuando deseo encontrar un sermón sobre el Infierno, me veo obligado a leer a San Juan Crisóstomo, a los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y a los santos predicadores. Queridos Obispos, por favor, prediquen sobre el Infierno como lo hizo Jesús, Nuestra Señora de Fátima, los Padres y los Doctores de la Iglesia y salvarán a muchas almas. Quien salva a un alma, salva a su propia alma. Predicar sobre el Infierno es un gran acto de caridad porque quienes los escuchan creerán por la autoridad que les confiere la Iglesia. Estas personas rectificarán su modo de vivir y harán una santa confesión de sus pecados.


EL VESTIDO DE GRACIA

La gente con frecuencia me pregunta: “¿Por qué, Padre, es que ya no se predica sobre el Escapulario Café? En el pasado recibíamos el Escapulario en nuestra Primera Comunión, pero ahora ya no hay más bendiciones e imposiciones del Escapulario Café. ¿El Escapulario café sigue siendo válido como en el pasado?” Sí, el Escapulario Café es válido en estos tiempos también, esta verdad no ha cambiado.

El sábado 13 de octubre de 1917, durante el Milagro del Sol en Fátima, la Virgen María apareció ante los tres videntes sosteniendo el Escapulario Café en una de sus manos. La hermana Sor Lucía dijo: “El Rosario y el Escapulario Café son inseparables.” ¿Por qué entonces los sacerdotes ya no predican sobre el Escapulario Café?. ¿Cómo podrían hacerlo si deliberadamente rehúsan predicar sobre el Infierno? Si nunca predican sobre el Infierno, la gente no creerá en el Infierno y por tal motivo, ¿cuál sería el objeto de recibir y llevar consigo el Escapulario Café?

Jesús dijo: “Si tienen fe, moverán montañas.” Si tienen fe, convertirán las almas con la gracia de Dios. Si predican sobre el Infierno con fe, la gente creerá en el Infierno. San Pablo dijo a sus discípulos: Prediquen con convicción.” Solo pronunciar o leer una homilía en una iglesia no es predicar. La predicación debe buscar mover las voluntades; la predicación debe motivar a los hombres a cambiar sus vidas para salvar sus almas del Infierno.


LA DESERCIÓN SACERDOTAL

Hay cuatro razones principales por las que 75 mil sacerdotes han abandonado el sacerdocio: 1) Porque se han negado a orar cada día. 2) Porque no evitaron las ocasiones de pecado y olvidaron que la prudencia es la ciencia de los santos. 3) Porque no tuvieron la humildad y el valor para hacer confesiones santas y completas. Jesús dijo: “Sin Mí, nada pueden realizar.” 4) Porque vivían en pecado mortal y continuaban celebrando. Si un sacerdote está en estado de pecado mortal y celebra la Santa Misa, es una Misa sacrílega para él. Cuando recibe la Comunión en este estado, realiza una Comunión sacrílega. Entonces, ¿cómo puede un sacerdote en estado de pecado mortal predicar bajo la inspiración y la fuerza del Espíritu Santo? ¿Cómo puede predicar si está endemoniado? Sacerdotes, vayan y hagan una santa confesión y se volverán en excelentes predicadores. El Espíritu Santo les hablará a ustedes y por medio de ustedes, y salvarán a miles de almas de ir al Infierno.

Un día, el Santo Cura de Ars recibió la visita de un joven sacerdote de una parroquia cercana. Este sacerdote tenía gran interés de conocer personalmente al Cura de Ars. Después del almuerzo, el Cura de Ars le dijo: “¿Serías tan amable de escuchar mi confesión?” El joven sacerdote por poco se cae de su silla ante la súplica del Cura de Ars de escuchar la confesión de este admirable sacerdote con fama de santidad. ¡Los Santos se confiesan! Y los que se confiesan se vuelven Santos.

Finalmente, Nuestra Señora de Fátima dijo: “Oren, oren muchos y hagan muchos sacrificios porque muchas almas se van al Infierno porque no hay quien ore ni se sacrifique por ellas.” Oremos continua y diariamente la oración que Ella nos enseñó: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia.”

R.P. Marcel Nault Tomado de Revista Familia Católica


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El Dolor de la Virgen en la Infancia y en la Pasión de su Hijo: la Virgen Dolorosa

El misterio de la participación de la Virgen madre dolorosa en la pasión y muerte de su Hijo es probablemente el acontecimiento evangélico que ha encontrado un eco más amplio y más intenso en la religiosidad popular, en determinados ejercicios de piedad (Vía crucis, Vía Matris…)

Y, en proporción con los demás misterios, también en la liturgia cristiana de oriente y de occidente. Es curioso cómo estas tres dimensiones de la piedad están idealmente unidas en la liturgia de rito romano en el Stábat Mater, atribuido a Jacopone de Todi, secuencia nacida en un contexto de intensa religiosidad popular, utilizada de varias maneras en los ejercicios piadosos y, aunque de forma facultativa, presente en la liturgia de las horas y en la liturgia de la palabra de la misa del 15 de septiembre de la Virgen de los Dolores.

Esta singularidad revela que las tres áreas de piedad que hemos señalado, dejando aparte ciertas intemperancias ocasionales, reflejan agudamente lo esencial del misterio evangélico.

Pero el dolor de la Virgen, aunque encuentra en el misterio de la cruz su primera y última significación, fue captado por la piedad mariana también en otros acontecimientos de la vida de su Hijo en los que la madre participó personalmente. En general, se suele considerar el dolor de la Virgen en la infancia de Jesús y no sólo en su pasión. La meditación cristiana captó y en cierto modo fue codificando progresivamente a lo largo de los siglos siente sucesos dolorosos, siete episodios bíblicos en los que está atestiguada expresamente o intuida por la tradición la participación de María. Se recuerda la subida al templo de José y de María para presentar allí a Jesús a los cuarenta días de su nacimiento, con la relativa profecía del anciano Simeón: “Una espada atravesará tu alma” (Lc. 2, 34-35). Espada que es, “según parece, la progresiva revelación que Dios le hace de la suerte de su Hijo”; espada que penetrando en María le hará sufrir; espada que penetrando en María le hará sufrir; espada símbolo del camino doloroso de la Virgen, que en la tradición posterior será asumida como signo plástico de los dolores sufridos por la madre del redentor y representada luego en número de siete puñales clavados en el corazón de la Virgen.

El camino de fe de la Virgen se vio muy pronto marcado por un nuevo suceso doloroso: la huida a Egipto con Jesús y José (Mt. 2, 13-14). Y una vez más, durante la infancia de Jesús, el suceso de la pérdida en Jerusalén y la búsqueda ansiosa y dolorida de María y de José (Lc 2, 43ss), que se concluirá con el hallazgo del Hijo en el templo, nuevo motivo de meditación y de interpretación sobre la voluntad de Dios en el corazón de la madre. La contemplación de la tradición ha querido descubrir en la subida de Jesús con la cruz al Calvario la experiencia síntesis del camino de fe de la madre, y aunque los evangelios no mencionan nada de eso, la piedad tradicional ve también la presencia de María en el encuentro de Cristo con las mujeres (Lc 23, 26-27). Como ya se ha dicho, es en el acontecimiento de la crucifixión donde encontramos el significado primero y último de la Dolorosa: “Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre” (Jn. 19. 25-27a). Y una vez más la devoción de los fieles quiso prolongar la participación amorosa de la madre en la muerte redentora del Hijo recordando, como en un díptico, la acogida en el regazo de María de Jesús bajado de la cruza (Mc 15, 42), acontecimiento objeto de atención particular por parte de pintores y escultores, y la entrega al sepulcro del cuerpo exánime de su Hijo (Jn 19, 40-42a).

 

SITUACIÓN ACTUAL EN LA DOCTRINA Y EN LA LITURGIA

1. La doctrina

La distribución antigua y contemporánea de los aspectos del dolor de María de Nazaret, más allá del reparto de los misterios que tuvo lugar en otros siglos que los veneraron por separado, en la sensibilidad teológica de nuestros días y también, al parecer, en la piedad de los fieles, no se percibe como una división puntual de compartimientos estancos, sino que, incluso en la especificación de los diversos episodios, los dolores se relacionan armónicamente con el camino de un misterio de fe que conoció el sufrimiento, en comunión total con el hombre de dolores y abierto a la voluntad de Dios Padre. Tenemos una síntesis autorizada de esta nueva mentalidad en el magisterio del Vat II: “También la Virgen bienaventurada avanzó en esta peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su comunión con el Hijo hasta la cruz, ante la cual resistió en pie (Jn 19,25), no sin cierto designio divino, sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose a su sacrificio con ánimo maternal, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella había engendrado” (LG 58).

En realidad es la comunión profunda, que en cierto modo se hace consciente, entre la madre y el Hijo, comunión ligada no solamente a la generación, sino también a la fe, lo que llevó a María a cooperar en la obra de Jesús hasta el Calvario: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo muy especial a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad para restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61)

Debido a esta participación amorosa y total, María se convierte “para nosotros en madre en el orden de la gracia” (KG 61). La enseñanza conciliar ha abandonado de hecho los problemas sutiles y las objetivaciones ontológicas, explicitando la doctrina mariológica de las encíclicas papales que se habían ocupado de estos temas con datos bíblicos y existenciales. Por esta línea ha seguido la investigación, sirviéndose especialmente de la profundización exegética que subraya como María junto a la cruz, como hija de Sión, es figura de la iglesia madre a cuyo seno están convocados en la unidad los hijos dispersos de Dios, con sus relativas consecuencias, y cómo “en la pasión según Juan -de tan altos vuelos teológicos- Jesús es el hombre de dolores, que conoce bien lo que es sufrir (Is 53,3), aquel a quien traspasaron (Jn 19,37; Zac 12,1). Y paralelamente su madre es la mujer de dolores… Ella expresa también el modelo de perfecta unión con Jesús hasta la cruz. Precisamente el estar junto a la cruz, la propia y la de los demás, es una de las tareas más arduas del amor cristiano, que exige alegrarse con los que se alegran (Rom 12,15; Jn 2,1: bodas de Caná) y llorar con los que lloran (Rom 12,15; Jn 19,25: la cruz de Jesús)”.

Esta ejemplaridad de María adquiere nuevos matices de profundización en las reflexiones de un episcopado como el de Sudamérica: “En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva alianza de Cristo, es junto a él protagonista de la historia”. El misterio de la mater dolorosa, leído en relación con Cristo y con la iglesia, se convierte en experiencia vital para el cristiano no sólo respecto al conocimiento de la historia salvífica, sino también como fuente singular de consuelo y de esperanza para su vida cotidiana.

2. La liturgia

a) 15 de septiembre: Virgen de los Dolores, memoria

En la exhortación apostólica Marianis cultus, Pablo VI, después de destacar la presencia de la madre en el ciclo anual de los misterios del Hijo y las grandes fiestas marianas, presenta de este modo la memoria del 15 de septiembre: “Después de estas solemnidades se han de considerar, sobre todo, las celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos, en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo, como… la memoria de la Virgen Dolorosa (15 de septiembre), ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la cruz a la madre que comparte su dolor”.

El día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la ecclesia celebra la compasión de aquella que se mantuvo fiel junto a la cruz. Esta memoria tiene un formulario propio (trozos bíblicos y textos eucológicos) para la celebración eucarística y partes propias para la liturgia de las horas. El contenido de la colecta nos puede ayudar a captar el significado de esta celebración: el carácter cristológico de la primer parte (la actio gratiarum) y el eclesilógico de la segunda (la petitio) colocan inmediatamente la memoria del 15 de septiembre en un horizonte de solidez teológica y de amplia visión conciliar. “Señor, tú has querido que la madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz”.

El comienzo de la oración alaba al Padre y le da gracias, porque en la hora de la redención quiso que estuviera presente la madre de su Hijo y que participara de su obra. La referencia tan clara al evangelio de Juan (19, 25; 3,14-15; 8,28; 12,32) da a las breves frases iniciales aquella luz de resurrección que el evangelista quiso derramar en el relato de la pasión y muerte de Cristo: la cruz, además de ser instrumento de dolor, es sobre todo un trono de gloria. La madre participa de esta luz. En efecto, la liturgia del 15 de septiembre imprime un carácter de glorificación al misterio del dolor de María (aclamación al evangelio; antífona de la comunión; antífona al Ben.; antífona de vísperas y lectura breve).

De esta forma se sintetizan líricamente dos grandes temas de Juan: la exaltación (3,14-15; 8,28; 12,32) y la hora de Jesús (7,30; 8,20; 12,20-28; 13,1; 16,13-14). La presencia de María encuentra para los dos temas su lugar debido, el lugar querido por Dios. En la colecta esta presencia se subraya por el sustantivo mater en relación con el Filius: la hora de la exaltación en la cruz de Cristo es el punto focal del tríptico “Caná-Calvario-Apocalipsis 12″, en donde aparece con toda claridad el “ser madre” de la Virgen . En Caná (Jn 2,1-11) anticipó como madre la inauguración del misterio del Hijo, invitándole a realizar el primero de los “signos” : origen de la fe en los discípulos, a quienes hace reunirse junto con ella y con los hermanos en torno a Cristo (Jn 2,12). Al mismo tiempo, María hizo anticipar también con este signo, proféticamente, aquella hora que se mostró en toda su luz cuando el Hijo del hombre reinó desde el madero y derramó la salvación sobre toda la humanidad. Además, aquella hora, en la que el Hijo prescindió de su madre (Jn 2,4), la Virgen se reveló como madre de todos, como madre de la iglesia (en este sentido hay que leer la oración sobre las ofrendas).

Y una vez más la madre está junto a Cristo en la fe, representados simbólicamente en Juan los discípulos y los hermanos. En esta fe contra toda esperanza experimenta profundamente la Virgen la coparticipación en los sufrimientos del Hijo (“compatientem”, de “pati-cum”, es el término latino de la “editio typica “ del Misal romano, traducido a veces impropiamente con “dolorosa”; lo mismo puede decirse para la oración después de la comunión, en donde “compassionem B. M.V. recolentes” se ha traducido: “al recordar los dolores de la virgen María”. No sólo como madre está íntimamente unida al dolor de Cristo, sino que, como ya hemos observado, lo está como creyente bienaventurada que ve vacilar los fundamentos de su fe con la pasión y la muerte. Al mismo tiempo lucha sufriendo, esperando sólo en aquel que muere.

Surge espontáneamente el recuerdo de Simeón, que había profetizado ya en este sentido: “Una espada atravesará tu alma” (Lc 2,35, del que encontramos un eco en la antífona inicial de la misa en el segundo pasaje evangélico ad líbitum, o sea Lc 2,33-35, y en la segunda liturgia de las horas sacada del Sermones de san Bernardo), y el recuerdo de su vida de fe que la había ido preparando para esta realidad: admirable expresión de los futuros fieles auténticos, que aun en medio del sufrimiento esperan únicamente en aquel que murió y resucitó. En Apocalipsis 12 parece estar clara la referencia a Jn 19,25-27. Por lo que se refiere a la “mujer”, se sabe que los exegetas andan divididos. Sin embargo, creemos que no está lejos la interpretación que ve en esta “mujer” tanto a la iglesia como a María : en efecto, “la iglesia y María son entre sí realidades complementarias, lo mismo que son las dos complementos insustituibles del mismo Cristo”. La madre del Hijo de Dios participa con él, en la hora de la historia, en la generación dolorosa de todos los vivientes, derrotando al enemigo del Hijo del hombre y participando en su glorificación por esta victoria. En este sentido el bíblico “viventium mater” (Gén 3,20) es el título perfecto de la nueva Eva.

Madre espiritual y carnal de Cristo cabeza, madre espiritual de todos los miembros, de todos los hombres. Esta madre es la primera que ofrece su colaboración personal para completar la pasión de Cristo en favor de la iglesia, tal como se expresaba la Mystici Córporis refiriéndose a Col 1,24. Deseo que la liturgia, en la oración después de la comunión, sugiere que se actúe también parta la asamblea que ha celebrado la memoria de la Dolorosa como fruto final. De esta forma la madre se convierte para la ecclesia, que sigue luchando aún contra el dragón, esperando la glorificación final, en signo de una esperanza cierta y en motivo de estímulo.

La petición de la ecclesia es esencial: participar en la pasión de Cristo con aquella que es su madre y su imagen, anhelando ardientemente llegar como llegó ella a la glorificación final: “Haz que la iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección”. Estamos en el corazón de la liturgia del 15 de septiembre, la auténtica dimensión cristiana y el sentido último y denso de la celebración, los mismos motivos que aparecen en el Stábat Mater. Lo que se vislumbra al comienzo de la colecta encuentra su petición consecuente en su segunda parte: pasión del Hijo y de la madre (petición de conglorificación). Estas dos peticiones piden lo esencial para la vida de la iglesia. Respetan su ya y su todavía no. San Pablo nos ayuda a profundizar en el sentido de estas súplicas. La comunión total con Cristo Señor nos da la garantía de participar en su vida divina (también la antífonas de laúdes y vísperas).

El espíritu que él nos ha obtenido “da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rom 8, 1-17). Cristo quiso libremente señalar el camino del hombre participando en todo y para todo de la vida humana, viviendo un período concreto de acontecimientos, alegrías y sufrimientos, viviendo hasta el fondo la muerte por la vida. La comunión con él, ser coherederos con su persona, como la vivió también la virgen María, supone asumir, iluminados conscientemente por la fe, la vida de cada día, en donde el límite propio del hombre, el sufrimiento, es un elemento no accesorio: “Coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente con él (Rom 8,17).

La participación en la pasión tiene dos perspectivas: personal y comunitaria. Es anhelo por la continua liberación de toda forma de pecado, de mal, individual y social. El volver a tomar día tras día la propia cruz (Lc 9,39) y aliviar compasivamente la cruz de cualquier hombre que esté en nuestro Camino y la de la humanidad de que formamos parte (Lc 10,25-37; Jn 13,34). Pero esta pasión no es fin de sí misma, sino que es para la vida: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto” (Jn 12,24); y es para la vida sin fin: “Padecemos juntamente con él, para ser también juntamente con él, para ser también juntamente glorificados” (Rom 8,17); “si sufrimos con él, también con él reinaremos” (2 Tim 2, 11). Se trata de la tensión escatológica hacia la vida de toda la existencia cristiana. Se trata de la esperanza, que sostiene el ya de la iglesia, mientras camina hacia el todavía no. Esperanza que se centra esencialmente en la resurrección de Cristo, el primero de los vivientes (Rom 8, 18-30)

b) Triduo pascual

Una serena meditación y lectura de la presencia de la Virgen a lo largo del año litúrgico ha llevado a la constatación de que en el triduo pascual de la liturgia romana la participación de la madre en la pasión del Hijo, a pesar de ser un elemento intrínseco del misterio que se celebra, no ha sido explicitada de ninguna forma. Sin embargo, la tradición litúrgica de rito bizantino y de otros ritos orientales se muestra sensible a esta dimensión celebrativa. En la liturgia propia de la Orden de los Siervos de María, oficialmente aprobada, se ha encontrado una formo específica que se sitúa ritualmente después de la adoración de la Cruz el viernes santo. La sobria secuencia ritual que señala cómo la virgen María está indisolublemente unida a la obra de salvación realizado por su Hijo, fiel y fuerte hasta la cruz, madre de todos los hombres, modelo de la iglesia, está compuesta de una admonición a la que siguen unos momentos de oración en silencio y el canto de algunas estrofas del Stábat Mater u otro canto debidamente escogido. En el corazón de la celebración del misterio pascual se pone de relieve discretamente la primera participación de la humanidad en la pasión redentora: como para la encarnación, también para la redención, en el sentido de Col 11,24.

c) Ejercicios piadosos

1) Inspirándose probablemente en el uso de rezar el rosario

Se difundió en el s. XVII la Corona de la Dolorosa, mejor llamada inicialmente de los Siete Dolores. En una de las primeras ediciones impresas, dicha Corona se compone de elementos rituales que se mantendrán esencialmente en vigor incluso en nuestros días: introducción; enunciación de un dolor, un Padrenuestro-siete Avemarías “en veneración de las lágrimas que derramó la Virgen de los dolores”, finalmente una parte del Stábat Mater (más tarde se recitó completo) con una oración para terminar.

2) La Via Matris dolorosae

Para facilitar el modo de meditar los dolores de María, de forma análoga al Vía Crucis, este piados ejercicio recuerda a la mater dolorosa pasando de una estación a otra, en la que se representa cada uno de los siete dolores principales. Su origen parece remontarse al s. XVIII y se practicó inicialmente y en particular en las iglesias de los Siervos de María de España. Uno de los primeros testimonios escritos, conservados hasta hoy, donde se refiere el método para celebrar la Via Matris, se remonta a 1842. Normalmente este piadoso ejercicio se practica los viernes de cuaresma. Desde 1937 hasta los años sesenta, bajo la forma de novena perpetua, adquirió una importancia muy amplia en Chicago y en las dos Américas.

3) La Desolada

También este piadoso ejercicio se desarrolló en el s. XVIII. Nació de la consideración, en cierto modo pietista, de que María vivió el colmo de su dolor durante la sepultura de su Hijo; en este período ella se vio realmente “desolada”; por eso, para “com-padecer-la” algunos estaban en oración desde el atardecer del viernes santo hasta las dieciséis del sábado santo, así como todos los viernes del año.

d) Religiosidad popular

La imagen de la madre vestida de negro manto es una presencia casi constante en las tradiciones populares que veneran a la Dolora, desde el comienzo de la devoción hasta nuestros días. Sin embargo, no es fácil encontrar una documentación exhaustiva que permita recoger las diversas formas con que la religiosidad popular, entendida en el sentido más amplio del término, ha expresado y sigue expresando su devoción a la mater dolorosa. No cabe duda de que en occidente la devoción a la Dolorosa, antes de encontrar su codificación litúrgica o en los oficios “de compassione” (desde el s. XV) o en las misas (desde comienzos del s. XV), encuentra un favor especial en las expresiones populares. La figura de madre enlutada sigue estando esencialmente ligada a otra imagen pedagógicamente hegemónica, a su stare recogido, inmóvil y mudo del evangelio de Juan o al contemplar velado en lágrimas de Stábat. Lo mismo podemos decir de las formas religiosas que se desarrollaron después del concilio de Trento, especialmente de las procesiones dramáticas y escenificaciones presentes sobre todo, aunque no sólo, en el sur de la península italiana y en España. Probablemente hoy estas formas, no siempre administradas directamente por la comunidad cristiana, son las únicas expresiones periódicas que nos quedan de la religiosidad popular en que directa o indirectamente se expresa la devoción a la Dolorosa.

 

NOTA HISTÓRICA

Muy recientemente todavía el editor de la Bibliografía mariana, G. Besutti, señalaba: “La historia de la piedad cristiana con la virgen María, que padece con su Hijo al pie de la cruz, no ha sido escrita aún por completo de forma que comprenda no sólo al oriente, sino a todas las regiones de occidente. Hay muchos aspectos, incluso importantes, que están más o menos diseminados por todas partes y que, si no se han ignorado, al menos no han sido valorados debidamente”. Y en este contexto refiere cómo en Herford (Paderborn) se fundó en 1011 un oratorio dedicado a “S. Mariae ad Crucem”. Esta cita revela cierto interés, en cuanto que de alguna manera confirma las observaciones de Wilmart: hay que poner antes del s. XII el nacimiento de esa corriente piadosa que se inspira en la meditación compasión de María al pie de la cruz. Sin embargo, todavía queda por precisar los tiempos y los lugares en que maduraron las reflexiones de los primeros padres de oriente y de occidente, las intuiciones poéticas y homiléticas, en concreto bizantina (por ej., Romanos Melodas, , que fueron poniendo progresivamente en relación la espada profetizada de Simeón con la compasión de la Virgen y su participación en la pasión redentora del Hijo.

A lo largo del s. XIII se elabora la devoción a la Dolorosa, precisándose a comienzos del s. XIV como devoción a los Siete dolores. Pero “el primer documento cierto sobre la aparición de la fiesta litúrgica del dolor de María proviene de una iglesia local”; en efecto, el 22 de abril de 1423 un decreto del concilio provincial de Colonia introducía en aquella región la fiesta de la Dolorosa en reparación por los sacrílegos ultrajes que los husitas habían cometido contra las imágenes del crucificado y de la Virgen al pie de la cruz. La fiesta llevaba por título “Commemmoratio angustiae et doloribus Betae Mariae Virginis”, según el tenor del decreto conciliar, que decía: “… Ordenamos y establecemos que la conmemoración de la angustia y del dolor de la bienaventurada Virgen María se celebre todos los años el viernes después de la domínica Jubilate (tercer domingo después de pascua), a no ser que ese día se celebre otra fiesta, en cuyo caso se transferirá al viernes próximo siguiente”.

En 1482 Sixto IV compuso e hizo insertar en el Misal romano, con el título de Nuestra Señora de la Piedad, un misa centrada en el acontecimiento salvífico de María al pie de la cruz. Posteriormente esa fiesta se difundió por occidente con diversas denominaciones y fechas distintas. Además de la denominación establecida por el concilio de Colonia y la que se fijaba en la misa de Sixto IV, era llamada también: “De transfixione seu martyrio cordis Beatae Mariae”, “De compassione Beatae Mariae Virginis”, “De lamentatione Mariae”, “De planctu Beatae Mariae”, “De spasmo atque dolorigus Mariae”, “De septem doloribus Beatae Mariae Virginis”, etc.

Mientras tanto, el 9 de junio de 1668 se les concedián a los Siervos de María la facultad de celebrar el tercer domingo de septiembre la “Missa de septem doloribus B.M.V.” con un formulario que se deduce que es muy parecido al de 1482. Esta misma es la que, con algunas ligeras modificaciones, se recoge en el Misal de Pío V el viernes de pasión. En realidad, la fiesta del viernes de pasión, concedida el 18 de agosto de 1714 a la Orden de los Siervos, se extendió, por petición de la misma orden, a toda la iglesia latina bajo el pontificado de Benedicto XIII (22 de abril de 1727). Además, Pío VII, el 18 de septiembre de 1814 extendió al tercer domingo de septiembre la fiesta de los Siete dolores con los formularios para el oficio divino y para la misa que ya estaban en uso entre los Siervos de María. Finalmente, con la reforma de Pío X, ante el deseo de realzar el valor de los domingos, esta fiesta quedó fijada el 15 de septiembre, fecha que estaba ya en uso en el rito ambrosiano, que por no tener la octava de la Natividad de la Virgen, celebró siempre ese día los dolores de María.

La fiesta del viernes de pasión quedó reducida por la reforma de las rúbricas de 1960 a una simple conmemoración. El nuevo calendario promulgado en 1969 suprimió la conmemoración del tiempo de pasión y redujo a la categoría de “memoria” la fiesta de los siete Dolores de septiembre bajo el nuevo título de “Nuestra Señora la Virgen de los Dolores”.

 

CONCLUSIÓN

La historia de esta devoción, como ya se ha observado y como se deduce igualmente de estas notas, parece trazar una línea curva que alcanza su apogeo en los períodos de codificación litúrgica. La ósmosis entre lo popular y lo oficial, aun en medio de los reflujos pietistas que es posible constatar, conduce a una intensidad difusa del sentimiento de devoción hacia la mater dolorosa.

Precisamente cuando la ósmosis es mayor es cuando la intensidad aparece más profunda. Pero es preciso subrayar que el progresivo replanteamiento litúrgico a lo largo del s. XX, ayudado en este punto por la reflexión bíblico-patrística, coincide con la “cualidad” de la meditación sobre el misterio del dolor de santa María, insertándolo en un contexto más amplio de historia de la salvación; no se contempla ni se venera a la mater dolorosa solamente para participar conscientemente, en cuanto personas particulares, en la pasión de Cristo a fin de vivir su resurrección, sino que además se hace esto para que María, como imagen de la iglesia, inspire a los creyentes el deseo de estar al lado de las infinitas cruces de los hombres para poner allí aliento, presencia liberadora y cooperación redentora. Además, la Dolorosa puede recordad a los hombres de nuestro tiempo, inquietos y preocupados por la esencialidad de las cosas, que la confrontación con la palabra de la verdad y su manifestación pasa ciertamente por la experiencia de la espada (Lc 2,35; 14, 17; 33,36; Sab 18,15; Ef 6,17; Heb 4,12; Ap 1,16), que traspasa el alma, pero que abre también a una nueva conciencia y a una misión renovada (Jn 19, 25-27), que va más allá de la carne y de la sangre y de la voluntad del hombre, puesto que brota de Dios (Jn 1, 13).

Fuente: Nuevo Diccionario de Mariología. Ediciones Paulinas.

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María al pie de la Cruz

Este es el capítulo XXV del libro de Joaquín Casañ y Alegre: Vida de la Virgen María.

Sola, acompañada tan sólo de Juan, el discípulo amado, convertido en hijo de María por las palabras del Maestro a su Madre y al discípulo, de Magdalena y María, quedaron al pie de la cruz en medio del abandono de todos, de los verdugos, que despavoridos huyeron en el momento de la convulsión de la materia, aterrada ante la muerte de su Creador, temblor, espanto y convulsión que hizo cambiarla de aspecto en lejanas regiones; a tal punto llegó el pasmo de la naturaleza, aun más apartada del lugar del espantoso crimen.

María quedó al pie de la cruz siendo modelo del amor entrañable a su Hijo, que señaló con su valor maravilloso, como sostenido por la fe y la voluntad de Dios que allí la puso como modelo del afecto, del sufrimiento y de resignación en el cumplimiento de la voluntad de quien la hizo Madre de tan inestimable tesoro.

«La presencia de María al pie de la cruz, dice Augusto Nicolás, brilla especialmente en fidelidad y heroísmo, considerándola en oposición con su ausencia en todas las escenas de gloria y de amor en que su divino Hijo se había revelado y dado a sus discípulos. Estos habían adquirido en ellas un entusiasmo de adhesión que se desvaneció muy pronto ante el peligro y la desgracia».

«El Evangelio nos dice que estaban con Ella su hermana María de Cleofás, María Magdalena y San Juan. Pero del contexto mismo de esta narración resulta que sólo estaban allí como el séquito de María que las sostenía con su propia firmeza. Y aún puede con verdad decirse que no estaban allí con el espíritu con que estaba María, con espíritu de fe; como lo mostró claramente su duda y su pasmo en las escenas de la Resurrección. La ausencia de María en estas últimas escenas ilumina también con una luz sobrenatural su presencia al pie de la cruz y la hacen aparecer única».

El ilustre autor de Athalia nos pinta este hecho con una hermosa descripción: «La Santísima Virgen estaba en pie, y no desmayada como la pintan los pintores. Acordábase de las palabras del Ángel y sabía la divinidad de su Hijo. Y ni en el capitulo siguiente, ni en ningún Evangelista, se la nombra entre las santas mujeres que fueron al sepulcro; porque tenía seguridad de que no estaba allí Jesucristo».

En verdad en verdad que en la resignación y el dolor tranquilo de María sin demostraciones vanas de dolor, de angustia, ni sentimiento, se ven claramente patentizadas en aquella triste conformidad con la voluntad de Dios, voluntad que al cumplirse acata María, pero dejando arrancar silenciosa y dolorosamente las fibras de la sensibilidad maternal de su tierno y amante corazón.

Nicole, en sus Ensayos de Moral, dice: «El mayor espectáculo que hubo jamás, que llenó de admiración a todos los Ángeles del cielo y asombrará a todos los Santos en toda la eternidad; este misterio inefable por el cual fueron vencidos los demonios y reconciliados los hombres con Dios; en fin, este prodigio pasmoso de un Dios padeciendo por sus esclavos y sus enemigos, sólo tuvo por testigo entonces a la Santísima Virgen, Los judíos y los paganos sólo vieron allí un hombre a quien odiaban, o a quien despreciaban, clavado en la cruz; las mujeres de Galilea sólo vieron a un justo a quien se hacía morir cruelmente. Sólo María, representando a toda la Iglesia, vio allí un Dios padeciendo por los hombres».

¡Ah! María sola al pie de la cruz, sin más testigos de aquel inmenso dolor que aquellos seres bien amados de Jesús, compadecía estos divinos padecimientos y participó de su infinidad. Así el profeta, después de buscar en toda la naturaleza algo grande, inmenso, con que comparar el dolor, la pena, el sufrimiento de María, no encuentra más que el mar, grande, inmenso, cuya extensión y amargura es el único término de comparación que se asemeja a la extensión del dolor del corazón de María en estos duros y crueles trances.

Y este término no es porque el mar pueda servir de medida, sino que como dice Hugo de San Víctor, «porque así como la mar excede incomparablemente a las demás aguas en profundidad y extensión, así los dolores de María sobrepujan a todos los dolores». Así lo publica Ella misma al pie de la cruz por medio de estas patéticas y penetrantes palabras que el mismo profeta pone en sus labios: ¡Oh todos vosotros los que pasáis por el camino: considerad y ved si hay dolor semejante al mío!, y así lo ha ratificado la humanidad entera llamando a María con los grandes nombres de Madre de los Dolores, Madre de la Piedad, Consuelo de los Afligidos y yendo a llevar al pie de los altares para sobrellevarlos y templarlos con su ejemplo, los dolores más agudos del pobre corazón humano, que sin Ella no tendrían modelo los que sufrimos en los seres más queridos de nuestra alma, los dolores del luto, de la simpatía y de la compasión.

María era Madre, y es tal la fuerza de este sentimiento, que las lleva al mayor de los sacrificios. ¡Era Madre! pero ¡qué Madre y qué Hijo! La Madre más perfecta, la más pura, más fiel, tierna y cariñosa, del Hijo más perfecto, más bello, más amable, más Hijo. ¿Quién puede comprender la riqueza de tal corazón en el que se multiplican las cosas más contrarias para formar el supremo amor?

Era Madre del Redentor, de la Victoria, de nuestra salvación, y por tanto, Madre corredentora y compasiva, en vista del sacrificio de su Hijo. No pudiendo el Hijo de Dios padecer y morir en su naturaleza divina, había debido adaptarse un cuerpo, una naturaleza pasible, una aptitud de víctima. Y esta aptitud la tomó en María, y de María: de María, a la que pudo decir como a su Padre, Corpus aptasti mihi. Pero María, también predestinada para este divino ministerio de la misericordia, había recibido previamente de Él, como Dios, esta naturaleza compasiva que debía Él sacar después de sus entrañas como hombre; de tal suerte, que bajo este respecto, existía entre María y Jesús una prodigiosa simpatía de complexión, de temperamento, de costumbres, que hacía del corazón las entrañas y la carne de María; de María, predestinada por Dios al mismo fin que inclinó a Dios a ser su Hijo, a un fin de inmolación y de sacrificio, la que la hizo Madre de Dios, la hizo al mismo tiempo Madre de compasión y de dolor; de tal suerte, que todo cuanto había en Ella de amor, de gloria y de grandeza con relación a Jesús solo, se le concedió con tal largueza para hacerla más apta para sufrir con Jesús con los mismos padecimientos; para ponerla al pie de la Cruz, como el centro de todas las miserias y de todas las calamidades que le es dado soportar a una criatura.

María sufre allí todos los dolores de la naturaleza como la Madre más tierna, viendo espirar entre los más crueles dolores e ignominiosos padecimientos al Hijo más digno de ser amado. Siendo su dolor proporcionado a su amor, no hay ningún dolor comparable al suyo, por la razón de que no hay ningún amor que pueda compararse con el de aquella angustiada Madre.

Pero además de los dolores de la naturaleza, María experimentó dolores aún más profundos, los dolores de la gracia; con los cuales, elevando y enriqueciendo su pura naturaleza, le da más delicadeza y energía para el sufrimiento. Este es el dolor del corazón cristiano.

Bossuet lo dice elocuentemente:

«Acontece con este Hijo y esta Madre como con dos espejos opuestos, que enviándose mutuamente por una especie de emulación todo cuanto reciben, multiplican los objetos hasta lo infinito. Así se acrecienta sin medida su dolor, mientras que las olas que levanta se sobreponen unas a otras por una especie de flujo y reflujo».

Pero, no obstante, en lo más terrible de esta tempestad, en la sangre y las lágrimas del suplicio, las blasfemias e imprecaciones de los verdugos, los insultos del populacho, la pavura de los discípulos, las quejas y lamentos de las sensibles mujeres, las últimas palabras y la gran voz de la víctima, la conmoción y espanto de la naturaleza aterrada, María, superior a su sexo, superior al hombre superior a la humanidad entera, sola con la Divinidad, inmóvil permanece en pie: Stabat. «No representéis a María desmayada, dice San Ambrosio, ni aun sollozando; yo leo en el Evangelio que estaba en pie, no leo que llorase. Esta Madre afligida miraba con compasión las llagas de este Hijo que sabía que debía ser la Redención del mundo. Permanecía en pie, con un valor que no degeneraba del que tenía a la vista, sin temor de perder la vida». Tal era el dolor, el peso de aquel inmenso sufrimiento, que puede decirse con San Bernardino de Sena, que si hubiera estado repartido entre todas las criaturas, no hubiera habido ninguna que no hubiese sucumbido a él, siendo un dolor divino e infinito, el dolor mismo del Hijo de Dios. Y si María resistía, es porque el mismo Espíritu, la misma Virtud, que había hecho a María Madre de Dios, le daba fuerzas para soportarlo. Esta divina Maternidad, fuente de dolor, era al mismo tiempo de su valor.

Por eso el dolor de la mujer tiene su representación más alta más noble y espiritual en María, en la Virgen al pie de la Cruz, en la Virgen sosteniendo entre sus brazos a su Hijo adorado, el cuerpo de la víctima sagrada de la redención del hombre y a la que llamamos e invocamos con los nombres de María de la Soledad, la Madre de los Dolores. Por Ella y con Ella sienten todas las madres horror a la para ellas más terrible de las desgracias, la muerte de sus hijos. No hay familia católica que no encierre en el santuario del hogar, en el templo de su familia, la Imagen de María en alguna de aquellas invocaciones, presidiendo y amparando a aquellos seres, que se ponen bajo su protección en los dolores y trances de la vida. El ardiente en caridad y amor, el corazón de María, atravesado de las siete litúrgicas y simbólicas espadas, presenta a los corazones sensibles un simbolismo de los crueles dolores de la Madre de Jesús.

Y ese corazón de María le hemos visto reproducido desde el mármol al lienzo, de éste al papel y a la tela, desde el más rico estofado de preciosas telas al humilde azulejo que enclavado en poste de ladrillos, se presenta en medio de la soledad de los caminos al viajante, a quien sorprende en la revuelta de la senda al atravesar el umbroso bosque y cobijada bajo el espeso ramaje de la encina o la desmayada cabellera del fúnebre sauce, para recordarle una oración a la que fue Madre de los Dolores por nuestra salvación. ¡Y cuál impresiona en medio de la soledad del campo, del rumor del bosque aquel dolorido rostro trazado por inexperta mano, y aquel pecho atravesado por las agudas espadas que le destrozan! ¡Ah! la pasión de Cristo, en medio de su grandeza, en medio de lo sublime de su tortura, se agranda y se hace incomensurable en sí por el océano de lágrimas y de dolor que vertió María en semejantes momentos. No, no podemos apartar de nuestra mente la pasión y el martirio del Hijo, sin caer en el insondable y amargo mar del sufrimiento de la Madre.

Por eso, por esa causa el dolor de María pesa tanto en nuestro corazón, que no nos podemos apartar de él, no podemos separarlo de nuestro corazón y sobre él le llevamos como recuerdo material, bordado o estampado en el escapulario que desde niños nos pusieron nuestras madres como broquel de fuerza inrompible contra las tentaciones del demonio, como egida impenetrable a los dardos de la indiferencia, como ardiente hornillo que encendiera en nuestro pecho el fuego del amor a María, del amor a sus dolores, que habían de ser nuestro amparo en los que la humanidad nos tenía reservados en el camino espinoso y duro de la existencia.

Dolores acerbos para María, dolores que en las desgracias son bálsamo para los nuestros, y doloroso poema que el arte católico ha querido reproducir en multitud de hermosos lienzos, pues no encontraréis escuela inspirada en la fe católica que no haya reproducido aquel poema de tristura, de llanto y penas de la Madre del Salvador. La dolorosa Virgen vive y ha vivido siempre unida al nombre de la pasión de su Hijo, y su imagen reproducida y pintada, sentida y trasmitida por los artistas, nace en las Catacumbas y llega a nuestros días, imperando y reinando con amor y afecto desde el solitario cipo de los caminos a las espléndidas catedrales. Pero para pintar a María en su amargo dolor, necesítase una inspiración sentidamente católica, necesítase la espiritualización del dolor, y esto sólo ha sido dable a genios como Murillo, que es sólo quien ha traducido en la verdad e idealismo de sus colores la triste y dolorosa realidad del hecho, Tiziano con la mágica de sus colores y dibujo, ni la escuela véneta, ni la alemana con Rembrant han sabido dar la verdad de aquel inmenso y divino dolor, no, unas y otras escuelas han pintado más a la mujer dolorida, que a María, la Madre Inmaculada; en unas y otras hase visto más el dolor humano, pero no aquel dolor más inmenso y amargo que el mar, únicamente Murillo es quien ha acertado a traducir por la magia del pincel y del color el ambiente y tristeza de María en el acto de su soledad y de su pena. Solamente Murillo y Fra-Angélico, han sido quienes se han aproximado a la representación del dolor de María, los dos en quienes la inspiración artística ha sonado al unísono del concepto, del sentimiento cristiano, sin los resabios ni influencias del Renacimiento, traduciendo el hecho por la inspiración clásica.

Para el sentimiento artístico católico, se necesita una inspiración verdaderamente religiosa del acto traducible, y de aquí que ni en la pintura de la Mater Dolorosa, ni en la apoteosis sangrienta del Calvario, hayan marchado al unísono, como decimos, el sentimiento, con la inspiración, y que la ejecución primorosa haya querido borrar en muchas ocasiones la falta de aquéllas por la magia del color o lo dramático del cuadro, por sus importantes detalles de majestad y de tener como elementos integrantes del concepto del sublime.

Y dejando estos juicios del carácter e inspiración pictórica, vengamos a encontrar a María, a quien dejamos al pie de la Cruz cuando muerto su Hijo, los elementos calman su furor, mejor dicho, su espanto, y caen en ese dolor, en ese terror mudo, silencioso, más temible aún que el choque tremendo de aquéllos en titánica lucha.

Sola al pie de la Cruz y acompañada tan únicamente de Juan y las mujeres queda María. Del Calvario han huido los verdugos asustados de su obra, y en la obscuridad y silencio que los rodea, ven ascender a la meseta a unos caballeros acompañados de esclavos, cargados con frascos y pebeteros y blancos lienzos. ¿Quiénes son aquellos que acuden cuando todos han huido?

Son Nicodemus, caballero, discípulo de Jesús, y José de Arimatea, que conseguido permiso de Pilatos para descolgar el cuerpo de Jesús v darle sepultura, subían al Calvario llevando aromas y sudario con que ungirle y dar sepultura.

Triste acto, en el que los golpes del martillo quitando el remache de los clavos, resonarían en el pecho de María con dolorosos sonidos; golpes que caerían sobre su corazón dolorido en medio del silencio que rodeaba el Calvario, en medio de la soledad que circuía a aquellos piadosos varones y santas mujeres.

Descolgado el cuerpo de Jesús, María recibió en sus brazos aquel llagado y herido cuerpo de su amado y adorado Hijo.

«Pues cuando la Virgen le tuvo en sus brazos, ¿qué lengua podrá explicar lo que sintió? ¡Oh ángeles de paz! llorad con esta sagrada Virgen, llorad cielos, llorad estrellas del cielo y todas las criaturas del mundo, acompañad el llanto de María! Abrázase la Madre con el cuerpo despedazado, apriétalo fuertemente contra su pecho, mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tiñese la cara de la Madre con la sangre del Hijo y riégase la del Hijo con las lágrimas de la Madre. ¡Oh dulce Madre! ¿Es ese por ventura vuestro dulcísimo Hijo? ¿Es ese el que concebisteis con tanta gloria y paristeis con tanta alegría? ¿Pues qué se hicieron vuestros gozos pasados?

»Hijo, antes de ahora descanso mío y ahora cuchillo de mi dolor, ¿qué hicistes para que los judíos te crucificaran? ¿Qué causa hubo para darte muerte? ¿Estas son las gracias de tus buenas obras? ¿Es este el premio que se da a la virtud? ¿Esta es la paga de tanta doctrina?
»Oh dulcísimo Hijo, ¿qué haré sin Ti?
»¡Tú eras mi Hijo, mi Padre, mi Esposo, mi Maestro y toda mi compañía! María quedó como huérfana sin Padre, viuda sin Esposo, y sola sin tal Maestro y tan dulce compañía. Ya no te veré más entrar por mis puertas cansado de los discursos y predicaciones del Evangelio. Ya no limpiaré más el sudor de tu rostro asoleado y fatigado de los caminos y trabajos. Ya no te veré más asentado a esa y dando de comer a mi ánima con tu divina presencia.
»Fenecida es ya mi gloria, mas se acaba mi alegría y comienza mi soledad».

Así expresa con sentido tan hermoso la soledad y tristeza de María en el doloroso trance, el clásico de nuestros clásicos, el elocuente Fray Luis de Granada, en el libro de la oración y meditación en el capítulo para el sábado por la mañana. De esta tierna manera, de este sentido concepto del dolor de María, expresado con tal belleza, encanto y pureza del estilo, descríbese el inmenso dolor de aquella pobre Madre dolorida, al recibir el ultrajado cuerpo de su Hijo tan amado, de aquel Jesús padre del amor, padre de la caridad y bondadoso para el que en fe ardía su corazón, tanto como justiciero con los hipócritas y fariseos.

María recibe en sus brazos el desfigurado cuerpo de quien la belleza humana, de Aquel llagado, herido y destrozado por la perfidia de los hombres imbuídos y cegados por Satán en su inconcebible furia y encono contra Jesús, al que no había podido vencer a pesar de sus armas, ni con la maldad de los hombres, sus instrumentos.

Véase cómo relata el triste hecho del descenso de la Cruz la venerable escritora a quien tantas veces hemos citado, Sor María de Ágreda.

«Corría ya la tarde de aquel día de Parasceve, y la Madre no tenía aún certeza de lo que deseaba, que era la sepultura para su difunto Hijo; porque Su Majestad daba lugar a que la tribulación de su Madre se aliviase por medios que su providencia tenía dispuestos, moviendo el corazón de Arimatea y Nicodemus, para que solicitasen la sepultura y entierro de su Maestro. Eran ambos discípulos del Señor y justos, aunque no del número de los setenta y dos; porque eran ocultos por el temor de los judíos, que aborrecían como sospechosos y enemigos a todos cuantos seguían la doctrina de Cristo, y le reconocían por Maestro…

«Llegaron a la presencia de María, que con dolor incomparable asistía al pie de la Cruz, acompañada de San Juan y las Marías. Y en vez de saludarla, con la vista del divino y lamentable espectáculo, se renovó en todos el dolor con tanta fuerza y amargura, que por algún espacio de tiempo estuvieron José y Nicodemus postrados a los pies de la Reina, y todos al de la Cruz, sin contener las lágrimas y suspiros, sin hablar palabra. Lloraban todos con clamores y lamentos de amargura, hasta que la Reina los levantó de la tierra, los animó y confortó, y entonces la saludaron con humilde compasión. La Madre les agradeció su piedad, y el obsequio que hacían a su Maestro, en darle sepultura a su cuerpo difunto, en cuyo nombre les ofreció el premio de aquella obra. Luego se quitaron los mantos o capas que tenían, y por sus manos José y Nicodemus arrimaron las escalas a la Cruz y subieron a desenclavar el Sagrado Cuerpo, estando la gloriosa Madre muy cerca, y San Juan con la Magdalena asistiéndola…

»Pasado algún espacio que la dolorosa Madre tuvo en su seno al difunto Jesús, la suplicaron San Juan y José diese lugar para el entierro de su Hijo. Permitiólo; y sobre la misma sábana fue ungido el sagrado cuerpo con las especias y ungüentos aromáticos que trajo Nicodemus, gastando en este obsequio todas las cien libras que se habían comprado. Y así ungido, fue colocado el cuerpo en el féretro (La venerable Ágreda da como existente entre los hebreos la costumbre de ataúd o féretro) para llevarle al sepulcro. Levantaron el Cuerpo Sagrado, San Juan, José, Nicodemus y el Centurión que asistió a la muerte. Seguían la Madre acompañada de Magdalena, de las Marías y otras piadosas mujeres… Todos así ordenados caminaron con silencio y lágrimas a un huerto que estaba cerca, donde José tenía labrado un sepulcro nuevo, en el cual nadie se había depositado ni enterrado».

Solitario quedó el Calvario: solo la Cruz de Jesucristo erguida y como abrazando a la tierra, quedó alumbrada por las últimas luces de un triste y melancólico crepúsculo. En occidente, luchaban los últimos rayos del sol hundido tras los montes, y luz amarillenta, pálida envolvía a las amoratadas nubes que empañaban el cielo. La Cruz destacándose clara sobre el anaranjado del horizonte, semejaba flotar en un nimbo de apagado fuego, y negra, centelleante, parecía una amenazadora y ardiente espada que amenazaba a la Jerusalem deicida, a la ciudad, sumida en un aterrador silencio, como atemorizada del acto que en su seno y a su vista se había realizado, parecía temerosa del castigo que la esperaba, y que aquella profecía de la víctima de su furor fuese ya a realizarse, como si viera ya sobre sí la espada de fuego que había de aniquilarla, y el incendio estallando en las ricas maderas del Templo, abrasara ya a sus homicidas habitantes.

¡Ah Jerusalem! No, no temas aún, tus horas están contadas; no ha llegado todavía el momento en que tus hijos, seres malditos, huyan despavoridos por la tierra, sin lograr reunirse, formar nacionalidad, ni abrigarse en su pecho una acción noble, ni un pensamiento, una idea de regeneración. No temas todavía, aún han de pasar algunos años para que los hijos paguen las culpas de los padres y se cumpla lo que en el paroxismo de odio y de furor contra Jesús, pedisteis en aquella mañana, la sangre y la condenación caerá sobre vosotros y vuestros hijos y vuestro deseo será cumplido, seréis seres malditos perseguidos por la tierra, en la que viviréis errantes, sin hogar propio, sin sol ni sombra que sea vuestra, sin patria, sin hogar, sin bandera ni porvenir.

Viviréis perseguidos como alimañas feroces, las naciones os perseguirán y expulsarán de sus tierras, el pueblo os asesinará y escupirá como raza vil y maldita, no podréis ni os permitirán ejercer ningún oficio noble, honrado, ni aun el de verdugos, y no tendréis más ocupación que la que os proporcionará el monarca de las tinieblas, Satanás; sólo podréis manejar el instrumento de la perdición de los seres humanos, el dinero, y así sólo podréis vivir menos preciados, siendo usureros prestamistas, siendo judíos, como el lenguaje universal se ha hecho sinónimas las palabras de prestamista y usurero, con las de judío. Ese es el porvenir que espera, Jerusalem, a tus hijos, fruto recogido por tu maldad, por tu perfidia, y como última afrenta, como último escarnio al nombre del pueblo deicida, vendréis a sufrir la esclavitud bárbara del mahometano que te despreciará como todos los pueblos y todas las razas, sirviéndole humillado y siervo del imperio de la media luna que te escupirá también y temerá tu contacto, haciéndote huir y encerrar en tus míseras covachas con tus dineros, para que no manches sus fiestas con tu presencia.

Sí; aquella Cruz solitaria envuelta en la dudosa luz del crepúsculo ha de ser tu condenación, y su sombra inmensa cayendo sobre la ciudad maldita, hará que venga a imperar en ella el paganismo que tanto te horrorizaba y del que serás esclavo mañana, como lo serás más tarde de pueblos civilizados. El cielo ni aun te reservará el consuelo de ser esclavo de pueblos ilustrados, dignos y cultos; ante la enormidad del crimen, corresponde la magnitud de la pena, el castigo a la ingratitud.

Enterrado Jesús, volvió al Calvario la fúnebre comitiva, y María, sola, sola en el mundo, sin más compañía que su hijo Juan, así designado por Jesús, besaron y recogieron los improperios de la pasión, y en medio de la obscuridad de la noche regresaron al seno de la ciudad deicida, a la casa del Cenáculo, aquella casa convertida en el más grande de los templos, pues que en ella se verificó la institución de la Eucaristía, y allí albergados con las santas mujeres, que no la abandonaban, pasó en medio de la mayor tristeza la primera noche de la soledad de la Madre de Dios, de la tierna invocación que tanto ha llenado de niños nuestra alma de sentida compasión, y de hombres de pena y aflicción nuestro pecho, cuando como padres hemos sufrido pérdidas como la de arrancarse de la vida pedazos de nuestra alma, hijos a quienes amábamos y eran nuestra esperanza en el amor y la de nuestras aspiraciones.

«Retirada ya la Virgen, dice Casabó, en el aposento donde se celebraron las dos cenas, acompañada de San Juan, de las Marías y otras mujeres santas que seguían al Señor desde Galilea, háblales a todos, dándoles las gracias con profunda humildad y lágrimas por la perseverancia con que hasta entonces la habían acompañado en la pasión de su amantísimo Hijo, en cuyo nombre les ofrecía el premio de su constante piedad y afecto con que la habían seguido, y así mismo se ofrecía por sierva y amiga de aquellas santas mujeres. Reconocieron este gran favor y le besaron la mano, pidiéndola su bendición. Suplicáronla descansase un poco, y recibiese alguna corporal refacción, a lo que respondió:

»-Mi descanso y mi aliento ha de ser ver a mi Hijo y Señor resucitado. Vosotros, carísimos, satisfaced a vuestra necesidad como conviene, mientras yo me retiro a solas con mi Hijo.

»En quedando a solas en su retiro, se entregó a sus afectos dolorosos, y toda se dejó poseer interior y exteriormente de la amargura de su alma, renovando todas las especies de todos los misterios y afrentosa muerte de su Hijo, en cuya ponderación pasó toda aquella noche llorando, suspirando, alabando y engrandeciendo las obras de su Hijo, su pasión, sus juicios ocultísimos y otros altísimos misterios».

Miles de páginas podrían llenarse tan sólo copiando las inspiradas palabras de los escritores católicos al considerar y estudiar la hermosa figura de María en tan doloroso como sublime acto de su penosa soledad, de sus sufrimientos y lágrimas en tan crueles horas, como las sufridas por la Reina y Señora en la terrible pasión de su Hijo, pero aun cuando todas ellas inspiradas en el más grande y santo amor a María, en la contemplación de su dolor ante los misterios de su Hijo, la pluma y el sentimiento humano son impotentes para pintarlos y describirlos: sólo allá en el fondo de nuestro pecho, cuando las desgracias y el dolor nos rodean, entonces es cuando el alma, el corazón, el pensamiento pueden comprender algo de aquel dolor divino, inmenso, que atenaceó el tierno corazón de la más pura, inocente y amante de las mujeres.

Sólo así, sólo en estos momentos es cuando podremos comprender el dolor y el sufrir de María en los momentos de la pasión y muerte de su Hijo Jesús, nuestro Salvador y Redentor con su sangre y misterio de nuestra esclavitud del pecado, dolor que es imposible sentirlo en la pequeñez de nuestro corazón, creyendo en lo humano no haberlo semejante al que en momentos de pena y aflicción hieren dolorosamente las fibras del sentimiento, y dolor que siempre, aun en las almas más justas, lleva en sí el carácter de expiación. Pero el dolor de María llenando un alma y corazón tan puro, tiene en sí la grandiosidad de lo inmenso, de lo grande, como obra de Dios.

Si la expresión sensible de este dolor, de esta pena y sufrimiento, de cuantos escritores la han pretendido expresar y traducir en hermosos conceptos, fuera dable reunirlas, vacías de expresión quedarían, frías y sin vida aquellas manifestaciones, ante la magnitud inmensa del dolor de María en aquellos terribles momentos.

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Las Particularidades del Matrimonio de José y María

El de José y María fue un verdadero matrimonio aunque no existió entre ellos relación carnal.

José fue un verdadero esposo para María y cumplió todas las obligaciones de un esposo, por lo cual la Sagrada Familia es un ejemplo

 

VIRGINIDAD DE SAN JOSÉ

Según algunos escritos apócrifos de los primeros siglos, como el libro Historia de José el carpintero, el Protoevangelio de Santiago o el Evangelio de Tomás, que son del siglo II o más tarde, san José habría estado casado antes de conocer a María y habría tenido, al menos, seis hijos, que serían, según algunos, los llamados hermanos de Jesús.

Al quedar viudo, ya anciano con 89 años, se habría casado con María, que tenía unos catorce o quince años. Según estos libros apócrifos, José habría vivido hasta los 111 años, pasando unos veinte años con Jesús.

Estos libros influyeron en la opinión de que san José era un anciano, que más que esposo era un padre para María, y que se habría casado con ella para salvar las apariencias ante la sociedad.

Nada más fuera de la realidad.

San José tuvo que hacer frente a todas las responsabilidades de una familia, lo que hubiera sido imposible si hubiera sido un anciano, que necesitaba cuidado y atención.

¿Cómo hubiera podido guiar a la Sagrada Familia por el desierto con todos los peligros y con todo el esfuerzo que supone caminar veinte días hasta llegar a Egipto?

Dios puso al lado de María un compañero y un esposo fuerte y vigoroso para defenderla de todos los peligros y para ayudarla en todas sus necesidades.

Un esposo, que debió trabajar mucho para poder sustentar una familia pobre, especialmente durante su estancia en Egipto, donde no tenían familiares.

Hablar de José como de un anciano enfermo es algo que sólo libros apócrifos y fantasiosos pudieron inventar.

El padre Tomás Morales, fundador de los Cruzados de Santa María, afirma:

Aquí está san José: anchas espaldas para el trabajo, no pierde ni un segundo, está siempre adorando, está siempre trabajando, está siempre solícito, cuidando de la Virgen y, sobre todo, del Jesús niño.

No tiene un instante libre, no piensa más que en amar, adorar y en trabajar para ellos. Aquí está san José.

Es el ministro de relaciones exteriores de la sagrada familia.

Él es el que se tiene que preocupar de todo en Nazaret, en los cuatro o cinco días de camino hacia Belén, en la gruta de Belén, en Egipto después, en Nazaret y siempre relacionándose con todos.

Por eso, desde los primeros siglos, varios santos Padres tuvieron que hablar de un san José joven, y no anciano y viudo.

San Jerónimo defiende su virginidad en su escrito contra Helvidio:

Tú dices que María no fue virgen; yo reivindico para mí aún más, a saber, que también el mismo José fue virgen por María, para que del consorcio virginal naciese el Hijo virgen.

En el santo varón no hubo fornicación y no se ha escrito que haya tenido otra mujer. De María fue más bien custodio que marido; de donde se sigue haber permanecido virgen con María, quien mereció ser llamado padre del Señor.

San Pedro Damián (1007-1072) escribió:

No parece que fuese suficiente que sólo la Madre fuese virgen; es de fe de la Iglesia que también aquel que hizo las veces de padre ha sido virgen.

Nuestro Redentor ama tanto la integridad del pudor florido, que no sólo nació de seno virginal, sino también quiso ser tocado por un padre virgen.

Santo Tomás de Aquino dice:

Se debe creer que José permaneció virgen, porque no está escrito que haya tenido otra mujer y la infidelidad no la podemos atribuir a tan santo personaje.

Dice san Francisco de Sales (1567-1622):

María y José habían hecho voto de virginidad para todo el tiempo de su vida y he aquí que Dios quiso que se uniesen por el vínculo del santo matrimonio, no para que se desdijeran y se arrepintieran de su voto, sino para que se confirmasen más y más y se animasen mutuamente juntos durante toda su vida.

Muchos santos de peso creen que José había hecho voto de virginidad antes de casarse con María, pero lo que sí es cierto es que, a partir de su matrimonio con María, lo hizo para aceptar así la voluntad de Dios.

 

MATRIMONIO DE JOSÉ Y DE MARÍA

Lo primero que debemos tener en cuenta es que fue un verdadero matrimonio, a pesar de que nunca hubo entre ellos relación carnal.

El Espíritu Santo reconoce en el Evangelio:

José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt 1, 16).

José era verdadero esposo de María y entre ellos había un verdadero matrimonio.

Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás de Aquino, la ponen siempre en la indivisible unión espiritual, en la unión de los corazones, en el consentimiento, elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar.

En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena libertad el don esponsal de sí, al acoger y expresar tal amor.

Dice san Agustín:

María pertenece a José y José a María, de modo que su matrimonio fue verdadero matrimonio, porque se han entregado el uno al otro.

Pero ¿en qué sentido se han entregado?

Ellos se han entregado mutuamente su virginidad y el derecho de conservársela el uno al otro.

María tenía el derecho de conservar la virginidad de José y José tenía el derecho de custodiar la virginidad de María.

Ninguno de los dos puede disponer y toda la fidelidad de este matrimonio consiste en conservar la virginidad.

San Agustín, considerando que san Mateo escribe la genealogía de los antepasados de Jesús a partir de José, descendiente de David, dice que Dios reconoce que fue un verdadero matrimonio; pues, de otra manera, nunca hubiera sido posible llamar a Jesús, hijo de José.

Y dice:

Jesús fue considerado en la genealogía de José para que los fieles no considerasen tan importante en el matrimonio la unión de los cuerpos, como para no creerse esposos sin esa unión corporal…

Con este ejemplo, viene magníficamente enseñado a los fieles esposos que también, practicando la continencia de común acuerdo, el matrimonio puede permanecer como tal si se conserva el afecto, aunque no haya unión sexual.

El Papa León XIII dijo en la encíclica Quamquam pluries de agosto de 1889:

El matrimonio es la máxima sociedad y amistad, a la que por su naturaleza va unida la comunidad de bienes. Dios le ha dado José a María, no sólo como compañero de vida sino también como testigo de su virginidad.

Y como decía Juan Pablo II:

Precisamente, del matrimonio con María es de donde derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús.

Es cierto que la dignidad de la Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; pero, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro.

Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad… se sigue que Dios ha dado a José como esposo a la Virgen no sólo como compañero de vida, testigo de su virginidad, sino también para que participase por medio del pacto conyugal en la excelsa grandeza de ella.

José y María unieron sus corazones como dos estrellas que no se enlazan nunca, mientras que sus rayos luminosos se entrecruzan en el espacio.

Fue un matrimonio parecido a lo que sucede en la primavera entre las flores, que juntan sus perfumes, o a dos instrumentos musicales que juntan sus melodías al unísono, formando una sola…

Su matrimonio era necesario para preservar a la Virgen de cualquier sospecha, mientras le llegase el momento de revelar el misterio del nacimiento de Jesús…

A mi parecer, san José debió ser, al casarse con la Virgen, un hombre joven, fuerte, viril, atlético, bien parecido y casto; un prototipo del hombre, que puede verse hoy en una pradera apacentando un rebaño o piloteando un avión o en el taller de un carpintero.

Y no un impotente anciano, sino un hombre rebosante de vigor juvenil; no un fruto seco, sino una flor lozana y llena de promesas; no en el ocaso de la vida, sino en el amanecer, derrochando energía, fuerza y amor.

¡Cómo se agigantan las figuras de la Virgen y de san José, cuando deteniéndonos en el examen de su vida, descubrimos en ella el primer poema de amor!

El corazón humano no se conmueve ante el amor de un viejo por una joven; pero ¿cómo no admirarse profundamente del amor de dos jóvenes unidos por un vínculo divino?

María y José llevaron a su boda no sólo su voto de virginidad, sino también dos corazones llenos de un gran amor, más grande que cualquier otro amor que corazón humano haya podido nunca contener. Ninguna pareja de casados se ha querido nunca tanto…

Como dijo el Papa León XIII:

Su matrimonio fue consumado con Jesús. María y José se unieron con Jesús; María y José no pensaron más que en Jesús. Amor más profundo ni lo ha habido ni lo habrá ya nunca en esta tierra.

San José renunció a la paternidad de la sangre, pero la encontró en el espíritu, porque fue padre adoptivo de Jesús. La Virgen renunció a la maternidad y la encontró en su propia virginidad. 

Fuente: Extraído de San José el mas Santo de los Santos, por el Padre Angel Peña OAR

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