Resistir las tentaciones es un valor supremo para los cristianos.

No es algo accesorio.

El esfuerzo puesto en ello es aún más importante que el que deberías poner en la oración.

Porque te esfuerzas en una batalla espiritual ardua para hacer la voluntad de Dios.

La tentación es esa situación en que tu voluntad tiene que elegir entre dos opciones.
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Y sabes que una opción es buena y otra mala.
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Pero te sientes atraído a escoger la mala.

Si escoges la mala estás transgrediendo lo que Dios quiere para tu vida, comprometiendo tu pasaje fluido hacia la vida eterna.

Pero además en lo terrenal, estás cometiendo errores que pagarás más temprano que tarde.

Y dejando de recibir las gracias que Dios tiene reservadas para los que hacen su voluntad.

Piensa en lo siguiente. Los seres humanos nos podemos dividir en dos tipos de personas.

Aquellas que saben que existen las tentaciones y aquellas que no.

Y dentro de las primeras, están las que, aun conociendo que están siendo tentadas, no vacilan en lanzarse alegremente dentro de esa fantasía que suponen les prometen sus placeres.

Por el contrario, aquellos que saben y conocen cuales pueden ser las tentaciones más burdas a las que pueden ser sometidos, y luchan cada día por mantenerse firmes, no la tienen muy fácil.

No solamente porque es duro resistir aquello que se nos presenta como agradable.

Sino por el hecho de que muchas veces dudan de que Dios les ayude eficientemente y en tiempo con el problema.

Ni hablar de las tentaciones sutiles, las que penetran en la mente casi sin darse cuenta.

Ahí la duda se presenta como más grande.

Nos preguntamos muchas veces ¿por qué el Señor permite las tentaciones?

¿Puede haber algún bien, algún provecho para el alma, en la lucha por rechazarlas?

Sabiendo que ningún cabello se cae de nuestra cabeza sin que Dios lo sepa, podemos presumir con certeza que existe un designio divino en permitirlas.

Y que, entonces, debe obtenerse algún bien de la lucha denodada del alma por vencerlas.

Y es por eso que debemos tener esta lucha como una prioridad en nuestra vida.

 

LA BATALLA CONTRA LAS TENTACIONES ES LA MÁXIMA PRIORIDAD EN NUESTRA VIDA

Es una máxima universalmente reconocida que no estamos llamados a servir a Dios de acuerdo a nuestros sentimientos e inclinaciones, sino en la forma en que Él requiere, y de acuerdo a Su voluntad.

Dios concede sus gracias y recompensas no precisamente por las obras que nos prescribimos para nosotros mismos, sino por aquellas que Él autoriza.

Él desea que lo sirvas por una fiel y perseverante resistencia a todas las inspiraciones del enemigo, que se esfuerza por seducirte y se separarte del amor divino.

El haber hecho la voluntad de Dios, honrandolo como Él lo requiere, poniéndolo por encima de todo lo demás a través de la paciencia y la fidelidad para resistir la tentación, es muy agradable Él.

Tanto o más que si hubieras estado ocupado en un éxtasis de oración.

Has hecho la voluntad de Dios al resistir y Él va a reconocerlo en las gracias que enriquecerán tu alma.

La realización de su voluntad fue dolorosa y el dolor no será olvidado en la recompensa.

El tiempo y el esfuerzo que destinas a luchar contra las tentaciones no se pierden.

No sólo porque damos a Dios el honor y el servicio que pide y en la misma forma en que Él lo pide.

Sino también porque en estos combates se adquiere méritos que se están multiplicando en cada minuto.

Las persecuciones que aumentan los sufrimientos de los mártires enriquecen su corona del triunfo.

Y las tentaciones son una persecución que tiene el mismo efecto en un alma fiel.

Por lo tanto, cuando se observa la ley de Dios y se hace su voluntad, se adquiere un premio.

En primer lugar, que has obedecido.

Y en segundo lugar, que has obedecido con dificultad, resistiendo y en el combate.

En cada ocasión que resististe a la tentación, se podría decir que Él pensó, “Bendito seas, porque podrías haber transgredido y no has transgredido, podrías haber hecho las cosas mal, y no lo has hecho”.

Quizás no percibimos nosotros mismos todos los sacrificios que hacemos, pero no escapa del ojo de Dios que todo lo ve.

En la tentación hay tres actores:

nosotros mismos que somos tentados incluso desde nuestro interior,

-el demonio que nos tienta,

-y Dios que permite las tentaciones.

Analicemos las tentaciones se acuerdo a la Summa Demoníaca del padre José Antonio Fortea.

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¿CUÁNTAS TENTACIONES PROCEDEN DEL DEMONIO?

No hay nadie que pueda decir cuántas tentaciones proceden del demonio y cuántas de nuestro interior.

Pero parece razonable pensar que la mayor parte de las tentaciones proceden de nosotros mismos.

No necesitamos a nadie para ser tentados. Basta la libertad para poder usarla mal.

Basta tener que tomar una decisión en una elección para optar conscientemente por la decisión errónea. Conscientemente, sin paliativos, sin poderle echar la culpa a nadie, más que a nosotros mismos.

Es cierto que el demonio tentó a la primera mujer. Pero sin demonio hubiéramos podido pecar igualmente.

La tentación no necesita del demonio, se basta a sí misma. Si no, ¿quién tentó al demonio?

La tentación que nos proviene del demonio no se distingue en nada de nuestros propios pensamientos.
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Ya que el demonio tienta infundiendo en nosotros especies inteligibles.
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Es decir que el demonio introduce en nuestra inteligencia, memoria e imaginación objetos apropiados a nuestro entendimiento, que en nada se distinguen de nuestros pensamientos.

Una especie inteligible es justamente eso, lo que hay en nuestro pensamiento cuando ejercitamos la acción de pensar.

Desde imaginar la imagen de un árbol, resolver una acción matemática, desarrollar un razonamiento lógico, componer una frase, todo eso son especies inteligibles.

Las producimos nosotros en el interior de nuestro espíritu racional, pero un ángel también puede producirlas y comunicárnoslas silenciosamente.

Entre los hombres comunicamos nuestras especies inteligibles sobre todo con el lenguaje. Aunque también podemos hacerlo por ejemplo con la pintura o la música.

Pero siempre a través de un medio externo. Mientras que el ángel puede transmitirnos esa especie sin necesidad de medio alguno.

Por eso no hay manera de distinguir lo que viene de dentro de nosotros, o de un ángel, de un demonio o de Dios directamente.

Ahora bien, las personas que llevan muchos años esforzándose en la vida espiritual con una vida de oración muy intensa, pueden advertir que hay tentaciones que aparecen con una intensidad bastante sorprendente.

Sin que, además, tengan ninguna causa razonable, y que pueden llegar a ser de una persistencia extrañísima.

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Por poner un ejemplo, es lógico que la lectura de un libro contra la fe produzca tentaciones contra le fe.
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Pero otra cosa es si esa tentación aparece de pronto, muy intensa e insistiendo durante semanas y semanas.
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Todo eso puede ser señal de que es una tentación del demonio.

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Pero ni aún así podemos estar seguros.

Como norma general se podría decir que las tentaciones sin causa razonable, muy intensas y persistentes, se puede sospechar que son del demonio.

Pero con unas características tan vagas nunca podremos estar seguros al cien por cien.

A los sacerdotes nos llegan personas de intensa vida de oración y que sin haber tenido nunca ningún problema psicológico, de pronto un buen día les vienen pensamientos de blasfemar contra Dios, de pisar un crucifijo y cosas parecidas.

Si esas perturbaciones son crónicas, es razonable pensar que provienen de enfermedad.

Pero si su aparición es repentina y la persona parece sana de mente, entonces hay razón para sospechar que sean tentaciones provenientes del demonio.

El psiquiatra que haya leído esta explicación seguro que pensará que lo descrito se debe a un proceso de acción-reacción.

A tales psiquiatras queremos decirles que conocemos perfectamente esos mecanismos del subconciente, pero también les recordamos que el demonio también existe.

Y esto queda más claro cuando esa tentación obsesiva desaparece de pronto un buen día sin volver a aparecer nunca.

Las tentaciones del demonio nunca son crónicas.
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Y por vehementes que sean cuando desaparecen no dejan la más leve secuela en la psique que las padeció.

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¿PUEDE TENER EL DEMONIO ALGUNA TÁCTICA ESPECIAL AL TENTARNOS?

El demonio es un ser inteligente, no es una fuerza o una energía.

Por tanto hay que entender que la tentación intenta ser un diálogo. Un diálogo entre la persona que resiste y el tentador.

Solo si la persona se resiste a considerar la tentación, entonces la tentación es simplemente insistencia por parte del demonio, pero sin respuesta nuestra.

Pero el demonio puede estar a nuestro lado durante mucho tiempo, analizarnos, conocernos y tentarnos justo por nuestro punto más débil.

El demonio puede ser extraordinariamente pragmático.

Es decir, sabe las posibilidades de éxito que tiene y puede tentar justo solo en aquello que sabe que tiene alguna posibilidad.

Si percibe que una persona no va a caer en un pecado grande puede tentar a que cometa algo menor.

Si sabe que ni siquiera eso va a conseguir, puede tentar solo a que cometa algo que es imperfección, ni siquiera pecado.

Y dentro del campo de la imperfección tentará a aquello que sepa que es posible.

Por ejemplo, sabe que tentar a la gula a un asceta puede ser perder el tiempo.
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Pero a lo mejor sabe que tiene posibilidades de éxito si le tienta a excederse en el ayuno.

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Y si ve que por ahí tiene éxito, intentará tentarle a que se exceda en el ayuno justo en el modo que más favorezca su soberbia o en el modo que peor sea para su salud, etc.

Otro ejemplo, si sabe que no tiene sentido tentar a una monja a que deje la oración, a lo mejor ve que lo mejor es tentarle a prolongar el tiempo de oración a costa del trabajo que tiene obligación de hacer.

En otras ocasiones el demonio puede ver que más que tentar a pecar, puede ser más realista tratar de conseguir que el alma crea que ya no tiene que obedecer a su confesor puesto que es un hombre menos espiritual que ella misma.

El demonio no tienta a la buena de Dios, sino que analiza y ataca donde ve que tiene alguna posibilidad. Y normalmente él tiene alguna posibilidad donde justamente el hombre virtuoso cree que tiene menos posibilidades.

He puesto ejemplos de tentaciones dirigidas a hombres de oración y ascéticos, porque el hombre entregado al vicio es un hombre sin protección, sin la protección de las virtudes.

Sin esas corazas, todo su espíritu presenta múltiples flancos desguarnecidos, expuestos a la acción de las tentaciones.

Sin Dios que protegiese a esas almas, cualquiera de ellas sería pasto del fuego de sus propias pasiones azuzadas por la acción de los demonios.

Por eso pedimos en el Padre Nuestro y líbranos del Mal.

Esto demuestra que aunque dispongamos de la libertad para resistir, conviene que le pidamos al Creador que nos proteja.

Por esto el Señor nos ha puesto un ángel custodio o ángel de la guarda, para que las inspiraciones malignas sean compensadas por las inspiraciones al bien.

Además, si uno es tentado y ora, la tentación desaparece. Es incompatible la tentación con la oración.

La oración crea primero una barrera contra la tentación, pues nuestra voluntad y nuestra inteligencia se centran en Dios.
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Y si insistimos un poco más, el demonio no puede resistirla y huye.

Tentaciones de Cristo Botticelli

 

¿PUEDE DIOS TENTAR?

Que nadie al ser tentado diga: “de Dios me viene la tentación”, pues Dios no puede ser tentado para el mal, ni Él tienta a nadie. Santiago 1, 16

Este versículo nos enseña dos cosas: la primera, que Dios no puede ser tentado.

Porque ¿qué puede ofrecer la tentación a Dios que no tenga? ¿Qué disfrute, qué placer, qué gozo que no posea ya?

En Dios la tentación es metafísicamente imposible pues esta no tiene nada qué ofrecerle.

La segunda cosa que nos enseña este versículo es que Dios no tienta a nadie.

Dios es bueno, por eso no puede tentar nunca al mal. Dios solo puede conducir hacia el bien, nunca presentarnos el mal como bien, nunca inducirnos a error.

Si Dios no puede ser tentado, ¿por qué el Diablo tentó a Jesús?
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Pues porque Dios hecho hombre sí que podía ser tentado
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Así también es imposible que Dios sufriera, pero Dios encarnado sí que podía sufrir.

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¿POR QUÉ DIOS PERMITE LA TENTACIÓN?

Si Dios no tienta, ¿por qué la permite? La respuesta la tenemos en versículo que dice:

Considerad como perfecta alegría, hermanos míos, cuando os veáis cercados por diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce constancia. Santiago 1, 2.

Sin tentación no existiría esa constancia de la virtud que resiste una y otra vez contra toda seducción tentadora.
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Dicho de otro modo, hay determinados tipos de virtudes que jamás podrían existir sin haber resistido la tentación.
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Es más, cuanto más dura sea la prueba mayor será la luz de esa virtud al sobreponerse a esa tentación.

Esto nos lleva a pensar lo siguiente: Dios podría haber contenido a los demonios de manera que nunca hubieran podido interferir en la historia de los hombres.

Pero Dios sabía que los demonios, aunque por un lado fueran causa de males, también serían ocasión de mayores bienes, pues serían ocasión de que la virtud fuera más valiosa.

En cierto modo, podríamos decir que aceptó la posibilidad de que hubiera más oscuridad en este mundo si con ello se lograba que la luz fuera más pura y luminosa.

De lo contrario hubiera bastado una simple orden de Dios para ni un solo demonio hubiera podido entrar nunca en contacto con ningún ser humano.

Luego, si permitió ese contacto es que sabía que de ello vendrían bienes.

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¿QUÉ HACER ANTE LA TENTACIÓN?

Rechazarla al momento.

La tentación nada puede hacernos si la rechazamos, si no dialogamos con ella es inocua.

Porque desde el momento que dialogamos con ella, desde el momento en que ponderamos los pros y los contras de lo que nos dice, desde el momento en que tomamos en consideración lo que nos propone, desde ese mismo instante nuestra fortaleza se resquebraja, nuestra oposición se debilita.

Una vez iniciado el diálogo necesitaremos mucha más fuerza de voluntad para rechazarla.

Otra cosa que observamos los confesores es que algunos penitentes muy devotos se agobian mucho a veces ante ciertos pensamientos que les vienen acerca de tentaciones a cometer grandes pecados.

Este tipo de personas muy devotas y religiosas no se explican cómo les vienen esos pensamientos, y se sienten muy culpables; culpables e impotentes.

Habiendo entendido lo que es una especie inteligible infundida por un demonio, se comprende que el mejor modo de obrar contra ella es ignorarla, hacer justo lo contrario de lo que nos propone o ponerse a rezar.

Desesperarse no sirve de nada.
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Pero si uno no se desespera, el que se desespera es el demonio.

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El demonio nos puede introducir pensamientos, imágenes o recuerdos, pero no puede introducirse en nuestra voluntad.
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Podemos ser tentados, pero al final hacemos lo que queremos.
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Ni todos los poderes del Infierno pueden forzar a alguien a cometer ni el más pequeño pecado.

Fuentes:



María de los Ángeles Pizzorno de Uruguay, Escritora, Catequista, Ex Secretaria retirada

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