El exorcista P. Fortea sugiere una especie de “cárcel” eclesiástica para los curas que se desviaron

Vivirían recluídos en trabajo, oración y penitencia.

 

Tal vez la idea no parezca ilógica desde el punto de vista eclesiástico y sacerdotal, pero probablemente tenga muchos inconvenientes desde el punto de vista penal, como por ejemplo saltar por encima de los tribunales judiciales del país.

 

JOSE ANTONIO FORTEA. CURA EXORCISTA

 

Veamos lo que nos dice el propio generador de la propuesta.  

El sacerdocio es una cosa tan sagrada que pienso que aquellos presbíteros que hayan cometido graves delitos que les impidan la labor pastoral, deberían ser recluidos (con su consentimiento) en una casa especial, en mitad del campo, lejos de cualquier población.

Una casa que fuese dependiente de la Conferencia Episcopal de cada país y donde pudieran vivir bajo la dirección de sacerdotes santos.

Por supuesto, que la reclusión durante años en esa casa debería hacerse con el consentimiento de los interesados. Por ejemplo, en el caso de la pederastia, estadísticamente hablando, sin duda habría familias que querrían ahorrarse la verguenza de un proceso penal a condición de una pena eclesiástica de este tipo. Si el culpable aceptase renunciar a un proceso civil y la familia estuviese de acuerdo, ésta podría ser una solución buena para ambas partes.

El sacerdote no tendría que abandonar el sacerdocio. Podría vivir el número de años que se determinase por la autoridad eclesiástica, en un entorno de oración y trabajo manual.

Por supuesto, muchos culpables no aceptarían algo así. Pero un cierto número, sin duda, conscientes de su segura condena, sí que aceptarían.

Vivir en ese ambiente de oración, penitencia, trabajo manual y acompañados de santos sacerdotes, sería algo muy preferible para ellos que la cárcel y la expulsión. En algunos casos, las faltas podrían ser de tal cariz, que la reclusión tuviera que ser perpetua.

En un país tan grande como Estados Unidos, podría haber una casa así con treinta o cuarenta sacerdotes. Los que rigieran la casa deberían pertenecer a alguna congregación religiosa que quisieran ofrecer el vivir en un lugar así, para salvar no a las ovejas perdidas, sino a los pastores perdidos.

Los sacerdotes podrían cultivar huertos, trabajar en talleres religiosos, dedicar algo de tiempo al estudio. Los tiempos de oración estarían marcados y serían comunitarios, como en un seminario.

Tantos sacerdotes podrían permitir cuidadas liturgias en las horas canónicas, como algo cotidiano. La liturgia sería una de las ocupaciones de esta comunidad tan especial.

Los sacerdotes deberían vestir clergyman en todo momento. Y revestirse con sotana para cada hora canónica.

Si las cosas se hacen bien, incluso sacerdotes enfermos jubilados podrían desear vivir allí. Igualmente si un sacerdote cayera, por ejemplo, en el alcohol podría pasar allí una temporada hasta superar tal cosa.

La casa amplia, con jardines y claustros, podría convertirse en un bonito lugar para retiros de sacerdotes, así como para celebrar reuniones y congresos diocesanos.

Una de las cuestiones problemáticas es que un sacerdote acusado de pedofilia, por ejemplo, podría llegar a un acuerdo con la familia del menor, y después de un año negarse a seguir viviendo en esa casa de reclusión.

Por eso, ese tipo de acuerdos deberían especificar que además de la indemnización económica, el acusado se comprometería a estar en esa casa de reclusión los años que determinara el tribunal eclesiástico. Y que de lo contrario, la familia podría llevar el caso ante un tribunal civil. La indemnización habría quedado pagada y no podrían exigirla, pero el acuerdo no incluiría el castigo penal en caso de que no se cumpliera íntegra la reclusión.

Puede parecer que será difícil que una familia aceptase un acuerdo así. Pero las ventajas de un proceso sin publicidad y rapidísimo, no son pocas. Si la familia desea contar con un abogado, no tendría que pagar las cuotas de un largo proceso.

Las familias de las víctimas podrían visitar la casa de reclusión en cualquier momento, sin aviso previo, y comprobar que el condenado vive allí. Podría quedarse los días que desease para ver el tenor de vida austero, penitencial, que se respira bajo ese techo.

Otro aspecto que hay que tener en cuenta, es que algunos sacerdotes cuando cumplieran la pena de reclusión, se encontrarían en una edad lo suficientemente avanzada, como para pensar que razonablemente ya no encontrarán trabajo ninguno en la sociedad civil.

En la situación actual, ni pueden trabajar como sacerdotes, ni pueden encontrar trabajo en la sociedad. Los monasterios no admiten novicios pasada cierta edad. Este tipo de casas especiales, ofrecerían un lugar donde trabajar y orar hasta el fin de los días.

Para todos aquellos sacerdotes cerca de los sesenta años, estas casas se convertirían en lugares de penitencia perpetua. No porque ellos así lo quisieran, sino porque no tendrían otra posibilidad. Sin vivienda propia, sin sueldo, sin ahorros, la cuestión sería dónde ir.

No dejo de pensar que una vida sencilla, el trabajo manual, la oración comunitaria, la participación en cuidadas liturgias, el aislamiento total de las tentaciones y la ayuda y consejo de sacerdotes santos, es el mejor lugar para este tipo de pastores que se desviaron.

Fuentes: Padre Fortea, Signos de estos Tiempos

 

Haga click para ver las otras noticias

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis: