Dios usa nuestros sufrimientos para convertirnos.

Pero también los usa para generar gracias para otros.

Y en este caso debemos ofrecérselos para que no se pierdan y dirigirlos hacia quienes queremos que vayan.

Es una vieja práctica católica comenzar el día ofreciendo nuestros dolores y sufrimientos del día.

¿Qué gracias se obtienen con esto?

Muchos protestantes se sorprenderán, pero en este artículo queda claro que es una enseñanza de bases bíblicas.

Y muy fuertemente atada al magisterio de la Iglesia.

¿El sufrimiento puede ser un regalo de Dios?

El sufrimiento es un concepto difícil de comprender, sobre todo en nuestra cultura que busca evitar el dolor de todas las maneras posibles.

Pensamos habitualmente en todos los beneficios que nos da Dios y los frutos del espíritu y que eso nos exime del sufrimiento.

Pero sin embargo esto es falso porque los creyentes todavía sufren cuando viven en la tierra.

¿Entonces esto significa que Dios se haya olvidado de la iglesia que peregrina en la tierra?

Muchas veces creemos que la presencia del sufrimiento significa la ausencia de Dios.

Pero la Biblia nos dice que en los momentos de sufrimiento Él está más cerca de nosotros.

Por lo tanto si está más cerca de nosotros en el sufrimiento, el regalo de su presencia no depende de lo bien que nos vayan la tierra sino de su amor por nosotros.

El sufrimiento es como un crisol que nos prueba nuestra fe.

Porque es fácil creer en Dios cuando las cosas van bien, pero se hace más difícil cuando atravesamos dolores.

Un signo de madurez en la fe es que el sufrimiento nos hace aferrarnos a Dios como nunca antes.

Y nos permite ver el amor y el poder de Dios actuando.

Pero cuando sufrimos muchas veces nos concentramos demasiado nosotros mismos y en nuestros problemas.

Sin embargo basta abrir un poco los ojos para encontrar otras personas que sufren como nosotros e incluso más.

Y esto nos da la posibilidad de entender mejor el mundo y de desarrollar nuestra compasión y nuestra empatía.

Porque cuando sufrimos recibimos un gran aliento de aquellos que han pasado o están pasando por lo mismo.

Esto es un consuelo de Dios intermediado por la vida de nuestros hermanos.

Otro de los elementos del sufrimiento es que nos recuerda que nuestro salvador sufrió mucho en la vida, aunque no tenía pecado, y venció.

Y nos demuestra que Dios entiende nuestro sufrimiento porque lo padeció y por lo tanto ganamos más en comunión con Él.

Finalmente comprendemos también que nuestro dolor es pasajero, porque se reduce a la tierra y no durará para siempre, no es el final.

Nuestro dolor pasará de la misma forma que la tierra caída pasará.

Dios nos quiere así de esta forma y tenemos trabajo para hacer con nuestras vidas.

Nadie quiere sufrir, pero el sufrimiento nos hace madurar y tiene funciones que nos hace crecer en la fe.

   

OFRECEMOS SACRIFICIOS LEGITIMADOS POR NUESTRO SACERDOCIO REAL

Por nuestro bautismo somos miembros del sacerdocio real en el cuerpo Místico de Cristo.

Porque la nueva alianza está compuesta por sacerdotes como la antigua alianza, tal como se menciona en 1 Pedro 2.

Ahí dice que somos una generación escogida, un sacerdocio real, una nación santa, para que anunciemos las virtudes de Jesucristo, que nos llamó para que saliéramos de las tinieblas a la luz.

Esto no significa que seamos sacerdotes ministeriales, sino que ofrecemos algo como los sacerdotes ordenados.

Los sacerdotes ordenados presentan sacrificios ante el altar por los pecados del pueblo, en representación de Jesucristo.

Mientras que los sacerdotes no ordenados también dicen sí a la invitación de Jesucristo para compartir los frutos del calvario.

Y ofrecen sus alabanzas, sus obras y sus sufrimientos.

Al ser exhortados a revestirnos de Cristo e imitarlo, es que podemos participar en su naturaleza divina, con el fin de redimirnos.

Así como Cristo tomó su cruz y aceptó el sufrimiento nosotros debemos seguirlo de la misma forma.

El Lucas 14: 27 Jesús dice,

“El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.

Piensa en esto. Nosotros nos conmovemos por el sacrificio de otras personas, por ejemplo de nuestros padres ante nosotros o cuando alguien hace un acto extraordinario de desprendimiento por otra persona.

De la misma manera Dios se conmueve por nuestros sacrificios ofrecidos en imitación de su Hijo.

Quien ha trabajado más este concepto del sufrimiento vicario ha sido San Pablo.

   

EL SUFRIMIENTO PARA IMITAR A CRISTO SEGÚN SAN PABLO

En los escritos de San Pablo hay un tratamiento profundo del tema, que parte de su descubrimiento del significado salvífico del sufrimiento.

Pablo entiende que el sufrimiento soportado sirve como una manera de llegar a ser como Cristo, por amor a él.

En Filipenses 3 dice,

«De hecho, considero que todo es pérdida debido al valor superior de conocer a Cristo Jesús, mi Señor.

Por amor a él he sufrido la pérdida de todas las cosas, y las considero como basura, a fin de ganar a Cristo y encontrarme en él…

Para que pueda compartir su sufrimiento, llegando a ser como él en su muerte, para que, si es posible, pueda alcanzar la resurrección de entre los muertos».

Pablo expresa que el sufrimiento es la forma en que puede llegar a ser como Cristo y participar en su ministerio.

Y es más, piensa que participando en la pasión de Cristo estamos siendo salvados.

Al punto que pretende honrar a Cristo en su cuerpo tanto en vida como en la muerte.

Él piensa que vivir es una ganancia, porque mientras está vivo y sufriendo está imitando a Cristo y puede ser un ejemplo para la comunidad y difundir la fe.

Y el morir también lo considera ganancia, porque compartiría la resurrección de Cristo y se uniría a él.

En definitiva la tesis de San Pablo es que el sufrimiento en la vida es lo que nos hace parecer a Jesucristo, que vino a la Tierra a cumplir la misión de sacrificarse por los pecados de la humanidad.

   

EL SUFRIMIENTO PARA CONFIAR MÁS EN CRISTO

El sufrimiento en San Pablo también tiene una dimensión santificadora, porque mantiene el orgullo a raya y lleva a confiar extremadamente en Dios.

En 2 Corintios 12 Pablo cuenta que le suplicó tres veces al Señor que lo libere del misterioso aguijón que le hacía sufrir.

Y él le respondió,

 «Mi gracia es suficiente para ti, porque mi poder se perfecciona en la debilidad»

Lo que le llevó a Pablo a decir,

«Por el bien de Cristo, entonces, estoy contento con las debilidades, los insultos, las dificultades, las persecuciones y las calamidades; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte».

De modo que Pablo llega a la conclusión de que somos más propensos a confiar en Cristo cuando nos sentimos débiles.

Y eso nos hace crecer en humildad en lugar de enorgullecernos de nuestros éxitos personales.

O sea que el sufrimiento es el motor que lleva al crecimiento de la confianza en Dios.

Entonces Pablo llega a concebir que el sufrimiento funciona como una gracia, porque lo lleva a vivir más estrechamente con Jesucristo.

Y por eso en Gálatas 2: 20 dice,

«He sido crucificado con Cristo; ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí… que me amó y se entregó a sí mismo por mí».

Aquí está lo que se denomina la paradoja de la Cruz, porque ser crucificado significa la muerte.

Pero para Pablo, cuando el sufrimiento se une a Cristo, es cuando significa vida; por eso en Gálatas 1: 18 dice,

«Porque la palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero para nosotros que nos salvamos, es poder de Dios».

De tal forma que el sufrimiento entregado a Dios nos santifica, porque obtenemos la gracia de poder participar en la salvación a través de la Cruz.

   

EL SUFRIMIENTO PARA COMPLETAR LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO

En Colosenses 1 San Pablo tiene unas palabras misteriosas,

«Ahora me regocijo en mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne completé lo que falta en las aflicciones de Cristo por el bien de su cuerpo, es decir, la Iglesia…»

Lo que nos lleva a preguntarnos ¿hay algo que falta en el sufrimiento de Cristo?

Porque la redención objetiva que Él tuvo cuando murió y resucitó de los muertos, derrotando el pecado y la muerte, y ganando para nosotros la gracia de la salvación, es definitiva.

Pero la fuente de gracia que Jesús ganó para nosotros no tiene beneficio si no bebemos de esa fuente, para tener el acceso a la gracia.

La redención subjetiva es lo que todavía falta aplicar en nosotros.

Es así que cuando nos acercamos a los sacramentos se aplica en nosotros la gracia obtenida por Jesús en la cruz y nos hacemos acreedores a la redención.

Y esto no funcionaría si hubiéramos sido salvados instantáneamente con el martirio de Jesús.

Pero Dios quiso que participáramos en nuestra propia salvación.

Es entonces que San Pablo dice que lo que falta se compensa tomando nuestra cruz, como Jesucristo la tomó.

Pero hay más, porque Pablo dice que el sufrimiento es por la Iglesia.

Él considera que sufrir por el evangelio lo convierte en un ministro de la gracia que fluye de la Cruz.

¿Y cómo funciona esto?

Esto funciona presentando nuestros sufrimientos para la conversión de los pecadores, como dice en 2 Timoteo,

«Todo lo soporto por amor de los elegidos, para que también ellos obtengan la salvación en Cristo Jesús».

Y aquí llegamos a la práctica católica de ofrecer nuestros sufrimientos por el bien de los demás.

   

EL SUFRIMIENTO POR EL BIEN DE LOS OTROS

Esto es una práctica tradicional de la Iglesia, que está siendo opacada por el modernismo, que sostiene que no tenemos porqué sufrir, que Dios no quiere que suframos, y que el sufrimiento es algo sin sentido, propio de un pensamiento medieval.

Sin embargo esto es una ilusión, porque el sufrimiento existe y nadie puede escapar en su vida a momentos de sufrimiento.

Podemos hacer como que no existe, barriéndolo abajo de la alfombra, pero sabemos que siempre está presente.

Entonces el tema es qué hacemos con el sufrimiento ¿lo dejamos perder o lo utilizamos como fuente de gracia?

En el numeral 2010 del Catecismo de la Iglesia Católica dice,

«Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna».

Esto nos indica del enorme poder que Dios nos dio, que mediante nuestras oraciones y acciones podemos lograr gracias para los demás, incluso para la obtención de la vida eterna.

Es entonces que toma cuerpo el ofrecimiento de los sufrimientos de San Pablo como oblación para la comunidad.

En Colosenses 1 y Filipenses 2 podemos tener una noción bien clara de esta doctrina.

Ahí San Pablo expresa que su sacrificio ayuda a terminar la gracia de Dios en el hermano.

Porque Cristo nos dio el privilegio de unirnos a su sufrimiento en beneficio de los demás.

Y el sufrimiento redentor que menciona Pablo, está relacionado con la comprensión de que los creyentes forman un sólo cuerpo unidos a Cristo.

En 2 Corintios 1: 5-6 Pablo dice,

«Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación.

Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos».

Es por esta doctrina del sufrimiento redentor, que la Iglesia nos llama a unir nuestro sufrimiento por el bien de los demás.

Juan Pablo II en la carta apostólica Salvifici Doloris dice,

«Cristo no explica en abstracto las razones del sufrimiento, pero antes que nada dice: ¡Sígueme! ¡Ven!

¡Participa con tu sufrimiento en este trabajo de salvar el mundo, una salvación lograda a través de mi sufrimiento!

A través de mi cruz, cuando el individuo toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la Cruz de Cristo, se le revela el significado salvífico del sufrimiento».

En el mismo sentido, Santa Faustina Kowalska recibió un mensaje de Nuestro Señor en estos términos,

«Vi al Señor Jesús clavado en la cruz en medio de grandes tormentos.

Un suave gemido salió de su corazón. Después de un tiempo, dijo: » Tengo sed».

Tengo sed de la salvación de las almas. Ayúdame, hija Mía, a salvar almas.

Únete con tus sufrimientos a Mi Pasión y ofrécelos al Padre celestial por los pecadores».

De modo que vemos que la doctrina del sufrimiento redentor y de la entrega de sufrimiento por los demás no es un concepto medieval, sino que está firmemente establecido en el Magisterio de la Iglesia.

Quienes niegan esto es porque han comprado las ideas mundanas de evitar el dolor y el sufrimiento, sea como sea.

   

CÓMO ENTREGAR LOS SUFRIMIENTOS

Los buenos católicos, razonablemente bien catequizados, saben que el sufrimiento no es inútil, que puede ser redentor y puede ser ofrecido a Dios como sacrificio por otras personas.

Por ello hay una práctica sistemática tradicional en los católicos de ofrecer los sufrimientos y sacrificios en una oración en la mañana.

Dónde se ofrece a Nuestro Señor nuestros esfuerzos, obras, alegrías, sufrimientos, intenciones, de este día.

También es una práctica habitual ofrecer nuestra eucaristía también por otros.

Y además es habitual que ofrezcamos nuestros sufrimientos ocasionales de la misma forma, como por ejemplo cuando nos viene dolor de cabeza, o cuando sufrimos un accidente, o cuando hemos tenido alguna discusión con alguien, o cuándo tenemos qué hacer cola para comprar algo, o cuando tenemos un problema difícil para solucionar, o cuando estamos tristes y en todas las ocasiones en que no nos sentimos a gusto.

Los podemos ofrecer simplemente pidiendo a Dios que use este dolor para la conversión de los pecadores, para la conversión de determinadas personas que le nombramos para la salud de una determinada persona, para las almas del purgatorio, por los que sufren en el mundo.

E incluso se los podemos ofrecer innominadamente, o sea «te ofrezco mis sufrimientos y haz con ellos lo que te parezca mejor».

Esto logra que no seamos víctimas pasivas del sufrimiento sin sentido, porque hacemos algo para que nuestro dolor no se pierda.

Convertimos el dolor en un acto de amor por los demás.

Lo que nos ayuda a sobrellevarlo y soportarlo mejor, porque lo ponemos en manos de Dios haciendo algo útil.

Y nos permite purificarnos con esta acción.

Porque Jesús dice que no debemos huir de las cruces, de la misma manera que él no huyó.

De modo que la práctica en concreto sería que cada vez que te enfrentes a una situación difícil, dolorosa, digas lo siguiente «Señor, te ofrezco esto por [inserta el nombre]»

Pero también se pueden hacer pedidos de aceptar el sufrimiento para lograr determinados objetivos, como fue el caso del Santo Cura de Ars que rezaba,

«Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; estoy dispuesto a sufrir toda mi vida…»

Lo cual nos lleva a las mortificaciones.

Que son actos de matar los deseos pecaminosos de la carne, de la manera que explica San Pablo en romanos 8: 13-14,

«Porque si vivís según la carne, morirás; pero si por el Espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis…».

Las mortificaciones no significan necesariamente flagelarnos, sino hacer lo que los cristianos deben hacer, o sea cumplir con nuestras obligaciones sin reparar en cuán desagradables sean, o huir de situaciones placenteras que pudieran acercarnos al pecado, o negarnos a nosotros mismos cosas que nos gustan y nos tientan, etc.

El ayuno o la abstinencia son prácticas de mortificación también, y todo lo que nos lleve aumentar la humildad y expresar contrición debe considerarse de la misma forma.

Hay formas de penitencias más extremas de mortificación, como por ejemplo dormir en un colchón duro o en el suelo, negarse a comer comidas deliciosas, hasta la autoflagelacion.

Finalmente lo más extremo es ofrendarse como alma víctima.

Que es alguien elegido por Dios para participar en la pasión de Jesucristo de una manera real y directa.

Este es el caso de los que reciben los estigmas, la mayoría de los cuales le piden a Dios que los deje participar de las heridas de Jesús durante su pasión.

O en otros casos Jesús se los plantea y ellos y lo aceptan.

También se ha llegado a decir que algunos de los poseídos por el demonio son almas víctimas.

Pero este es un tema más profundo que no trataremos en este artículo.

Fuentes:

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