Bajo la atenta mirada e intercesión del Padre Pío, el Padre Jean Derobert fue llevado al cielo cuando murió momentáneamente.

Muchas personas han tenido experiencias cercanas a la muerte, donde su cuerpo queda en la Tierra, la mayoría de las veces sin vida.

Y su alma sube por un túnel que se hace cada vez más luminoso, hasta llegar a un lugar hermosísimo y de paz, que no se puede describir con palabras.

Y allí se encuentran con familiares muertos y personajes santos. 

A algunos sacerdotes también les ha sucedido, pero hay un sólo caso en que el Padre Pío tuvo una participación activa en la experiencia.

Aquí hablaremos sobre la fuerte vinculación que tuvo el Padre Pío con el Padre Jean Derobert, cómo fue la experiencia cercana a la muerte de Derobert en la que fue llevado al cielo, y cuál fue la participación del Padre Pío en ella.

Jean Derobert era un joven seminarista francés en Roma, que en 1955 tuvo la oportunidad de ir a San Giovanni Rotondo a conocer al Padre Pío. 

Derobert fue con la idea de que estaría tratando con un pobre tipo engañado o un estafador, porque sabía de las acusaciones de las que fue objeto en la década de 1920. 

La primera sorpresa que tuvo este joven, demasiado seguro de sí mismo, fue que ante la presencia del Padre Pío inmediatamente perdió toda su audacia, se quedó estupefacto y se encontró incapaz de recordar lo que quería confesar. 

El seminarista engreído y orgulloso, que había ido a divertirse a costa de un pobre fraile italiano, que era sospechoso de engaño por parte de algunos altos dignatarios de la Iglesia, pasaría entonces a recibir la lección más importante de humildad de su vida. 

El Padre Pío lo dejó recuperar el aliento por un momento, y con lágrimas en los ojos, le mostró la gravedad de ciertos actos.

Al escuchar estas cosas de boca del Padre Pío, tomaron su verdadera dimensión, y lloró. 

También le dio detalles precisos que había olvidado por completo.

Después de recibir la absolución, se quedó allí estupefacto y angustiado, sin entender lo que le había sucedido. 

Entonces el Padre Pío le preguntó, «¿Crees en tu Ángel de la Guarda?»

En la década de 1950, la devoción al Ángel de la Guarda era para muchos católicos en gran parte anticuada y le respondió «Um… ¡Nunca lo he visto!»

Y entonces, el Padre Pío le dio una fuerte bofetada en la mejilla y le dijo, «Mira con cuidado, él está allí, ¡y es muy hermoso!».

Y le agregó, «¡Tu ángel de la guarda está aquí protegiéndote! ¡Reza por él!».

Y Derobert recuerda que los ojos del Padre Pío estaban luminosos, reflejando la luz del Ángel.

A partir de ahí el Padre Pío tomó al seminarista como hijo espiritual.

Jean Derobert había llegado a tal relación con el Padre Pío, que más adelante, por el año 1966, le encomendó que iniciara un grupo de oración en París.

En ese momento, el padre Derobert era capellán de un colegio en las afueras de París y quedó preocupado por la idea, porque no conocía a mucha gente en París.

Pero el Padre Pío, sin embargo, no estaba en lo más mínimo consternado, simplemente le sonrió y dijo, «te ayudaré».

Cuando el Padre Derobert regresó a Francia, le contó a un amigo sobre el pedido del Padre Pío. 

Y su amigo quedó emocionado ante la perspectiva de tener un grupo de oración en París. 

Y le dijo, «el Padre Pío me ha enviado aquí para ayudarte».

El Padre Derobert y su amigo pronto encontraron una hermosa capilla en París, donde recibieron permiso para realizar reuniones mensuales de oración. 

Y desde el principio, varias personas mostraron gran interés y asistieron regularmente. 

Todo avanzó de una manera maravillosa.

Y un año más tarde, el Padre Derobert volvió a San Giovanni Rotondo. 

Tan pronto como el Padre Pío lo vio, quiso noticias sobre el grupo de oración. 

Escuchó con gran interés mientras el padre Derobert le daba un informe completo.

Y entonces el Padre Pío le dijo, «conozco bien al grupo, hay algunas almas muy hermosas que asisten, voy allí a menudo».

Y luego procedió a describir en detalle la hermosa capilla donde se reunían cada mes. 

De hecho, muchos de los miembros del grupo de oración le habían dicho al Padre Derobert, que a menudo sentían la presencia del Padre Pío en sus reuniones mensuales. 

Y antes de que el Padre Derobert regresara a París, el Padre Pío le dio una palabra sabia, le dijo, «No hagas nada más que orar».

Luego Derobert sería nombrado capellán de la famosa Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en París.

Pero ya había pasado por la experiencia más impresionante de su vida, por lo que pudo hablar del cielo con autoridad, porque estuvo allí.

Y con esta experiencia pudo testimoniar además en el proceso de canonización del Padre Pío. 

En 1958, Derobert pasó por su situación más impresionante, tuvo una experiencia cercana a la muerte, donde el Padre Pío tuvo participación decisiva, como en toda su vida.

Tres años después de que Derobert fuera tomado como hijo espiritual del Padre Pío, fue reclutado para los servicios sanitarios del ejército francés en Argelia. 

Y el Padre Pío le hizo llegar una carta en la que le prometía su oración y apoyo. 

En una mañana de agosto de 1958 había recibido otra carta del padre Pío con dos líneas manuscritas que decían, «La vida es una lucha, pero conduce a la luz», subrayado dos o tres veces.

Y esa noche, un comando del Frente de Liberación Nacional Argelino atacó el pueblo donde estaba, fue arrestado, y fue fusilado junto a otros cinco militares. 

Inmediatamente se elevó y vio su cuerpo a su lado, que yacía cubierto de sangre y empezó una curiosa ascensión por una especie de túnel.

De la nube que le rodeaba surgían rostros conocidos y desconocidos. 

Al principio los rostros eran sombras y se trataba de personas poco recomendables, pecadores poco virtuosos. 

Pero a medida que ascendía, los rostros con los que se encontraba eran cada vez más luminosos.

Se sorprendía de poder caminar, de poder ver todo lo que le rodeaba sin tener que mover la cabeza y no sentir el dolor de las heridas producidas por las balas de los fusiles. 

Y se dijo que estaba fuera del tiempo y que por tanto había resucitado. 

De pronto sus pensamientos se dirigieron a sus padres y se encontró en la casa familiar, en Annecy, en la habitación de sus padres mientras dormían. 

Intentó hablarles, pero sin éxito, recorrió el apartamento y advirtió que un mueble había sido cambiado de sitio. 

Luego le escribiría a su madre y le preguntaría por qué había cambiado un mueble. 

Y ella le contestaría , «¿cómo lo sabes?».

Durante el ascenso por el túnel pensó en el Papa Pío XII, al que conocía bien, y de pronto, se encontró en su habitación, acababa de acostarse. 

Hablaron intercambiando pensamientos, porque era un hombre muy espiritual.

Y continuó su ascensión hasta que se encontró en medio de un paisaje maravilloso, envuelto en una luz dulce y azulada. 

Sin embargo, no había sol, dando razón al Apocalipsis que dice que «el Señor los alumbrará».

Vio a miles de personas, todas de unos 30 años, y se encontró con algunas a las que había conocido cuando estaban vivas. 

Una había muerto con 80 años y otra había muerto con 2 años y todas tenían la misma edad, alrededor de 30 años.

Luego dejó aquel paraíso repleto de flores extraordinarias y desconocidas en la Tierra y ascendió aún más. 

Allí perdió su naturaleza humana y se convirtió en una «gota de luz».

Vio muchas otras «gotas de luz» y supo que una era San Pedro, otra San Pablo, otra San Juan, y vio a otros apóstoles o santos.

Después vio a la Virgen María, maravillosamente bella con su manto de luz, que lo recibió con una sonrisa indecible. 

Detrás de la Virgen María estaba Jesús, maravillosamente bello, y detrás, una zona de luz que supo que era el Padre, y en la que se sumergió.

Allí sintió la satisfacción total de todos sus deseos y conoció la dicha perfecta.

Y de repente, bruscamente, se encontró en la Tierra nuevamente, con el rostro lleno de polvo, entre los cuerpos cubiertos de sangre de sus camaradas.

Advirtió que la puerta ante la que se encontraba estaba acribillada de balas y las balas le habían atravesado el cuerpo.

Vio que sus ropas estaban agujereadas y cubiertas de sangre, que su pecho y su espalda estaban manchados de sangre prácticamente seca y ligeramente viscosa. 

Sin embargo estaba intacto. 

Fue a ver al comandante con aquel aspecto y cuando se acercó a él gritó, «¡Milagro!».

Sin duda, esta experiencia lo marcó definitivamente. 

Y más tarde, ya liberado del ejército, fue a visitar al padre Pío, quien lo divisó desde lejos en la sala de San Francisco. 

Le hizo un gesto para que se acercara y le ofreció, como siempre, una pequeña muestra de cariño. 

Y el Padre Pío le dijo estas sencillas palabras, «¡Ay! ¡Cuánto me has hecho pasar! ¡Pero lo que viste fue muy bello!». 

Y ahí se acabó su explicación de lo que Derobert había pasado. 

Es por eso que Derobert diría de ahí en adelante que había perdido el miedo a la  muerte, porque sabía lo que hay al otro lado.

Esto fue testimoniado por Jean Derobert durante el proceso de canonización del Padre Pío, que fue declarado Santo en el 2002.

Bueno hasta aquí lo que queríamos contar sobre la experiencia de visita al cielo de Jean Derobert y cómo el Padre Pío participó en esa experiencia.

Y me gustaría preguntarte si tu o alguien conocido ha tenido alguna visión sobre el cielo, ya se despierto o en sueños, y que vieron.

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