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Ser tan fuertes que nada nos puede voltear.

Los seres humanos soñamos con tener una fortaleza tal que nos preserve de caer en el abismo y que no podamos levantarnos más.

A través de la historia se han fundado muchos imperios que han conquistado a otros tratando de ser tan fuertes que nada los pudiera voltear.

Sin embargo, todos han desaparecido.

Grandes reyes han tenido su hora de gloria y esplendor, pero luego han caído.

Y es que no han tenido en cuenta que cada uno nace con una misión y que quien tiene el gobierno es Dios, el creador.

En este video hablaremos sobre cómo cada uno de nosotros puede lograr una fortaleza tal en la vida que nos preserve.

Y que los grandes padres de la fe han descubierto y nos han legado ese conocimiento.

En Juan 15 Jesús se nos presenta como la «vid verdadera».

Dirá «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. 

Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo poda, para que dé más fruto». 

Esto no debe reducirse a lo «meramente simbólico» o metafórico, es real y verdadero.

Nuestra vida depende de estar injertados en el Cuerpo Místico de Cristo.

Porque más adelante en el mismo capítulo dirá,

«Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca»

O sea que estamos hechos para mostrar la presencia de Dios en nosotros.

¿Y cuál es el premio para los sarmientos que dan fruto?

El dirá que el premio es «que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda».

O sea que el Padre nos guiará, nos protegerá de los avatares de la vida.

Y cuando tengamos un problema, si estamos fuertemente conectados a Él, nos dará las gracias para superarlo.

¿Y cuál es la acción que nos pide para dar fruto? ¿Cómo es que damos frutos?

Él dirá a continuación en el capítulo, 

«Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».

De modo que ser fructífero para el cuerpo de Cristo es amar a los demás, y para eso el Padre nos poda, nos manda pruebas, para que crezcamos y demos más frutos.    

¿Y qué pasa con las ramas que no dan fruto?

Se secan, ya no les llega el alimento de Cristo y mueren.

Por eso cuando Dios prohíbe a Adán y Eva desobedecerlo comiendo el árbol prohibido, para que no mueran, no plantea una conexión arbitraria entre el pecado y la muerte. 

La muerte no es un castigo arbitrario que recae sobre los pecadores por capricho de Dios, como si hubiera elegido «castigar» al hombre.

Desobedecer al creador es la muerte en vida, porque la gracia de estar conectados a la vid, de que llegue la clorofila que Cristo hace circular, ya no llegará a esas ramas infructuosas.

Ya que nosotros no somos la fuente de nuestro propio ser. No nos creamos ni nos sustentamos. 

A muchos, incluso católicos practicantes, les cuesta darse cuenta de esto porque es un proceso lento en términos humanos.

Pongamos el caso de una rosa muy hermosa en un rosal.

Cuando la corto y la pongo en un jarrón muere, lenta pero inevitablemente, porque no está conectada a la planta que la nutre y la sostiene. 

No es de inmediato, pero el proceso está ahí. Los bordes de los pétalos comienzan a curvarse y perder la textura y la flor comienza a encogerse. 

Y finalmente los pétalos pierden su color y, uno a uno, se caen. 

La flor finge vida, pero al ser incapaz de autoabastecerse, al estar separada de la fuente de su vida, finalmente expresa la muerte.

Del mismo modo el hombre puede destruirse a sí mismo espiritualmente y dejar de recibir las gracias que le permiten vivir plenamente.

Aunque parezca que está vivo.

Y entonces o estamos injertados en Él, extrayendo nuestra vida de Él, o simplemente fingimos las apariencias de la vida. 

Este injerto en la vida de Cristo, o sea la vid, se funda en el bautismo.

Pero se sustenta en el pan de cada día de la eucaristía.

Y ya sabemos que el poder alimenticio de la eucaristía depende de la fe, la devoción y el compromiso con que la consuma.

Sin embargo, la mayoría de nosotros califica la buena vida, el éxito en la vida, según un conjunto de normas mundanas como tener dinero, posesiones, viajar, etc.

E incluso hasta quienes son candidatos para el sacerdocio son seleccionados por sus buenas calificaciones en las clases de filosofía y teología, confianza en situaciones sociales, habilidades gerenciales, su talento como orador, la estabilidad psicológica.

Pero uno de los más grandes santos de la Iglesia, precisamente el patrón de los sacerdotes, San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, carecía de esto y sin embargo fue uno de los sarmientos más fecundos de Cristo.

Los cristianos que Cristo quiere son quienes confían en Dios, no en sus propios dones y fortalezas. 

Porque quizás aquellos que están orgullosos y confiados en sus propios logros no viven plenamente en la Divina Providencia.

Incluso es común entre los católicos calificar el nivel de santidad de una persona por su éxito en el servicio y la oración, cuando no por el cargo que escaló en la jerarquía eclesiástica. 

Pero San Pablo trastorna nuestras nociones mundanas de éxito espiritual en su segunda carta a los Corintios capítulo 12.

A diferencia de la mayoría de nosotros, San Pablo es lo suficientemente sabio como para no alardear de su destreza espiritual, sino sólo alardear de ser débil.

No de su independencia y autosuficiencia sino de su dependencia de ser sarmiento de la vid de Cristo.

Es más, dice que sólo se gloriará de sus flaquezas, que se gloriará de sus debilidades, para que repose sobre él el poder de Cristo.

Y agrega que pidió tres veces al Señor que lo librar de un aguijón en su carne, y escuchó Su voz que le dijo

«Mi gracia te basta, mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza»

Es que Cristo sólo puede salvarnos y liberarnos cuando somos débiles, cuando somos sarmientos que dependemos de Él.

A los ojos poco iluminados puede parecer un contrasentido, pero es así, nuestra fortaleza está en reconocer nuestra debilidad.

Un ejemplo práctico es lo que saben los rescatistas.

Cuando un hombre se está ahogando, el mejor momento para salvarlo es cuando está agotado de tanto luchar.

Porque en su desesperación ya no tiene la fuerza suficiente para luchar contra el salvavidas. 

Si un hombre que se está ahogando no está lo suficientemente débil, puede arrastrar al salvavidas con él.

Del mismo modo, Cristo a menudo espera hasta que nos hayamos agotado.

Al momento en que estamos lo suficientemente débiles para darnos cuenta que no podemos salir a flote por nosotros mismos. 

Entonces no damos pelea con nuestro preconceptos y orgullo, y nos entregamos a Su poder.

Porque cuando me siento fuerte, me aferro tenazmente a la pequeña vida que he construido, lejos de Dios. 

Me aferro al control, aunque está destruyendo mi espíritu interior. 

Y es la razón por la que la mayoría de nosotros debemos tocar fondo antes de estar listos para cambiar.

Solo entonces renunciamos a nuestro control y le devolvemos el control de nuestra vida a Dios. 

Solo entonces renunciamos a nuestro punto de vista egocéntrico.

Porque en definitiva no podemos encontrar a Cristo plenamente a menos que sepamos que lo necesitamos. 

Y olvidamos esta necesidad cuando nos complacemos en nuestras buenas obras. 

Cristo dice que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Y que los pobres y los desamparados son los primeros en encontrarlo, y a quienes elige en general para comunicar sus mensajes.

Por lo tanto, vivir la vida como si Dios no estuviera a cargo es definitivamente una locura, pero esto se comprende solo después de tocar fondo, rendirse y soltar el control.

Es cuando encontramos lo que es realmente importante en la vida quitándonos las gafas de los engaños creados por nosotros mismos. 

Pero este acto de desprendimiento no es de una vez y para siempre, sino que es un proceso constante de lucha entre el miedo de dejar el control o entregárselo a Él en un acto de total confianza, incluso en la oscuridad.

Por eso Jesús dice que debemos morir para nosotros mismos, tratando de explicarnos el acto de devolverle su trabajo a Dios.

Y para los cristianos piadosos significa permitir que Dios sea mi salvador en lugar de tratar de salvarme con buenas obras piadosas y actos heroicos.

En definitiva, el tipo de transformación interior que Jesús desea para nosotros es que aceptemos que sólo somos sarmientos de su vid, y no que somos el centro del universo.

Dios pasa de ser el centro de mi realidad, a ser la realidad misma mi vida, cuando acepto la verdad de que soy débil y Él es fuerte.

Cuando acepto que estoy atado a su vid y de ahí viene mi alimento, las demás gracias y mi fortaleza.

Bueno hasta aquí lo que queríamos contarte sobre cómo podemos lograr una fortaleza sobrenatural; nuestra fortaleza está en dejarle el control y el manejo a Dios.

Y me gustaría preguntarte si tu crees que has avanzado en ese camino de dejarle a Dios el control de tu vida o sientes que te falta.

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