Francisco le ha impuesto un nuevo estilo y su voluntad de cambio al pontificado

Un hombre decidido que “juega en todas las canchas”.

 

Es el mismo estilo que quienes le conocen afirman de su arzobispado en Buenos Aires, incluso algunos dicen que dice las mismas cosas y hace lo mismo. Y sin grandes cambios de estructura, ese estilo ya ha cambiado la forma de funcionar de la curia.

 

arzobispo bergoglio en san cayetano en buenos aires

 

Es claramente perceptible que la Secretaría de Estado lentamente está perdiendo su centralidad y su influencia, incluso antes de las reformas estructurales.

FRANCISCO REPRESENTA LA VOLUNTAD DE CAMBIO EN LA IGLESIA

Esto lo dice un sacerdote “villero” de Buenos Aires, que trabajó, he hizo amistad con el Arzobispo Bergoglio.

Desde la villa “La Cárcova”, en la periferia de Buenos Aires –en donde se estableció, el padre Giuseppe Maria Di Paola-, describe así a Francisco:

“Lo que está haciendo está en sintonía con lo que él cree que se tiene que hacer y que había hecho en Buenos Aires. Cuando comenzó como obispo, cuando lo conocimos, decía muchas de las cosas que le escuchamos decir ahora, tomaba las mismas decisiones que ahora como Pontífice. Creo que el Espíritu Santo lo está asistiendo de forma especial, porque, como Papa, ha acentuado en él esa capacidad de liderazgo popular que ya tenía”.

Y luego,

“digo una cosa que puede parecer arriesgada –añadió-, pero creo que él tiene un don especial para el lugar que está ocupando ahora. Como Papa lo veo todavía mejor que antes, cuando era obispo. El Espíritu Santo lo puso en el lugar preciso. Bergoglio Papa tiene un pensamiento que tiende a ir “más allá” de lo normal, tiene una mirada que llega más lejos, y esto le da un liderazgo espiritual muy fuerte. Es un rasgo, por decir así, que hoy veo mucho más acentuado que antes”.

En la zona en la que vive, el pade Pepe ha podido constatar una influencia concreta de Papa Francisco:

“Muchas cosas y muy concretas. Cito una de ellas, que puedo ver bien, la de muchos evangélicos que vuelven a la Iglesia. O mejor, que han seguido siendo católicos, pero que después siguieron un culto diferente, porque en la Iglesia no se encontraban bien, no se sentían en su sitio. En donde me encuentro ahora, en “La Cárcova”, no lo conocen mucho, son pocos los que lo vieron en persona, pero son muchísimos los que me paran todos los días y me comentan sus gestos o las palabras que han escuchado o visto en la televisión para ponerme al corriente, para que me entere”.

El padre Pepe considera que Francisco, si le parece oportuno, será incluso capaz de renunciar. El Pontífice argentino le recuerda al beato (dentro de poco santo) Juan XXIII:

 “Como él, marca una nueva etapa para la Iglesia en su relación con el mundo. Fue elegido con una amplia mayoría y representa la voluntad de la Iglesia de que sea él, con su estilo, el que cambie lo que hay que cambiar. El pueblo, además, está en sintonía con el Papa, con sus decisiones”.

Y EL CAMBIO SE ESTÁ HACIENDO A PARTIR DEL NUEVO ESTILO DE GOBIERNO DE FRANCISCO

“Entonces, Eminencia, ¿ya se hizo?”.

El cardenal Tarcisio Bertone, todavía (aunque por poco tiempo) Secretario de Estado, sabe muy bien que cuando Francisco llama personalmente para verificar la ejecución de una de sus peticiones, es imposible tergiversar. La audiencia del cardenal normalmente se lleva a cabo los lunes, pero desde hace uno o dos días el Papa ha llamado personalmente a Bertone, como el mismo purpurado ha confiado a sus colaboradores, para asegurarse de que lo discutido se ponga en práctica. Se equivocan, pues, los que cree que el Papa “sencillo”, capaz de mostrar humanidad y cercanía a las personas al encorvarse para abrazarlas durante las audiencias, no se ocupa de su papel.

Algunas pequeñas y grandes novedades se pueden ver en el estilo de gobierno que el Papa argentino está introduciendo en el Vaticano.

“En los casi 8 años de reino de Benedicto XVI –cuenta un prelado vaticano– sucedió en más de una ocasión que sus colaboradores usaban “dos velocidades” para poner en práctica las indicaciones papales. El Pontífice, a veces, daba por cierto un cierto nombramiento y, en cambio, se sobreponían dificultades sobre dificultades. Y el mismo Ratzinger descubría la práctica permanecía en el limbo, suspendida…”.

Incluso se llegó a la publicación de nombramientos en las Acta Apostolicae Sedis (en las que aparecen todas las decisiones oficiales) que nunca fueron anunciados a los interesados porque el cardenal titular del dicasterio no estaba de acuerdo y, tal vez, intervenía en la Secretaría de Estado para bloquearlos y suspenderlos, a pesar de la firma del Papa.

 “El jucio, aquí en el Vaticano continúa nuestro interlocutor es unánime: todos reconocen la grandeza de Benedicto XVI, la profundidad de su mirada sobre la Iglesia, su humildad manifestada también en el gesto de la renuncia. Al mismo tiempo, sería difícil encontrar a alguien que dijera que la Curia de estos años ha funcionado como habría debido. Lo demuestra el vía crucis de su pontificado y el hecho de que Ratzinger tuvo que intervenir muchas veces personalmente para cubrir las faltas de sus colaboradores, como enseña el caso de la revocación de la excomunión al obispo Williamson, que negó la existencia de las cámaras de gas”.

Una queja bastante difundida era sobre la accesibilidad del Papa. Un cardenal responsable de un dicasterio tuvo que esperar ocho meses para una audiencia; algún otro ni siquiera la habrá obtenido. Incluso la proclamación del Santo Cura de Ars como patrón de todos los sacerdotes, prevista al final del año sacerdotal en 2010 y decidida por Benedicto XVI, fue renovada “in extremis” por errores de secretaría y obligó a malabares rocambolescos por parte de la Sala de Prensa vaticana.

Con Francisco, obviamente, los problemas no han desaparecido. Pero el clima está cambiando. Los purpurados y los obispos de la Curia ahora no tienen dificultades para reunirse con el Papa para afrontar directamente los problemas relacionados con el trabajo. La Secretaría de Estado lentamente está perdiendo su centralidad y su influencia, incluso antes de las reformas estructurales que deberían volver a convertirla en una “secretaría papal” al servicio del obispo de Roma y no un órgano central de gobierno de la Curia y, más en general, de la Iglesia.

Bergoglio está acostumbrado a ritmos de trabajo muy apretados y, como sus predecesores, no ahorra energías. Ama el contacto directo con las personas y, sobre todo, aprecia la franqueza de sus interlocutores.

“No quiere tener a su lado cortesanos –explicó a Vatican Insider Antonio Pelayo, sacerdote, vaticanista de larga trayectoria y, además, asistente eclesiástico de la embajada de España ante la Santa Sede– y mucho menos aduladores. Quiere gente sincera y también crítica. Escucha los consejos de todos, se informa y después decide en consciencia”.

Como hizo a pocos días de ser elegido, cuando quiso celebrar la misa del Jueves Santo en la cárcel minoril de Casal del Marmo, donce lavó los pies (sin periodistas en el séquito) de doce chicos y chicas del instituto. Algunos colaboradores se lo habían desaconsejado con decisión: el Papa siempre ha celebrado esa liturgia en Letrán o en San Pedro. No en las “periferias geográficas o existenciales” tan importantes para Bergoglio, acostumbrado a recordar la Última Cena entre las comunidades de recuperación de toxicodependientes de las “villas miseria”, en los hospitales, en los centros para jóvenes madres. Para entender el gesto habría bastado ver la auténtica felicidad en la cara de Alina, nombre de fantasia de una chica musulmana serbia (de la etnia khorakhane), inquilina habitual de la cárcel de Casal del Marmo, a la que Francisco lavó y besó los pies antes de alzar la mirada y dedicarle una sonrisa.

“Cuando llegas a la edad de 76 años, difícilmente cambias tus costumbres –explicó Antonio Pelayo–, y el Papa hace muy bien al mantener el estilo que caracterizó sus 20 años de episcopado en Buenos Aires”. Y también el estilo de gobierno.

Las más recientes y elocuentes señales han sido la intervención decidida y precisa sobre el IOR, para arrancar definitivamente la posibilidad de considerar al Vaticano como un paraíso fiscal; la voluntad de canonizar a Juan XXIII, el Papa del Concilio, incluso sin el reconocimiento del segundo milagro; la decisión de dirigirse a Lampedusa sin séquito de políticos o autoridades eclesiásticas; la blanca silla papal vacía durante el concierto en el Aula Pablo VI, debido a empeños más urgentes e “improrrogables”. Actos que demuestran la eficacia de una famosa afirmación de don Giuseppe De Luca, culto consejero de Papa Roncalli que, no por nada, estudió con los jesuitas: “No hay mejor manera para decir las cosas que hacerlas”.

“Cuando toma una decisión, quiere tener la certeza de que es buena. Y cuando la toma, no vuelve atrás –dijo el obispo Eduardo Horacio García, auxiliar de Buenos Aires, que llegó a Roma 5 días después del final del Cónclave con el par de zapatos negros que Bergoglio mandó reparar en su maleta-. Es un hombre de diálogo y de discernimiento, trata de dialogar, escuchar, consultar, tener información”.

Los colaboradores de la curia argentina ya no se sorprendían cuando iban a informar al cardenal sobre algún asunto y se daban cuenta de que la noticia ya le había llegado por otros canales.

El Papa trata de reformar sobre todo con el ejemplo. No es un “terminator” con su lanzallamas –como algunos querrían– que resuelve radicalmente este o aquel problema curial; normalmente no toma decisiones apresuradas. Justamente por este motivo en el Vaticano está creciendo, día a día, la incertidumbre en todos los que no han entendido que no se puede “medir” a Francisco según las viejas costumbres.

Fuentes: Vatican Insider, Signos de estos Tiempos

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