El peor pecado de nuestra época es que hemos perdido nuestro sentido del pecado.

Y a su vez el maligno ha promocionado su glamour.

El glamour que tiene el pecado se desarrolla a partir de las cosas buenas que Dios puso a nuestra disposición.

Dios no rodeó de cosas buenas y nos dan placer cuando las usamos.

Pero el uso de esas cosas buenas puede transformarse en un abuso si se pasa determinado límite.

Y así su uso se convierte en un pecado.

Una cosa buena que hizo Dios fue el vino, que alegra el corazón si se toma con moderación.

Pero si se pasa un determinado límite, la persona se emborracha y es ahí que comienza a ser pecaminoso.

Por lo tanto el glamour del pecado es consecuencia de querer maximizar el placer de las cosas buenas.

Y no darse cuenta que Dios grabó en nosotros un límite de hasta dónde podemos llegar.

Todo esto lo explicaremos en detalle en este artículo.

 

EL GRAN MAL DE NUESTRA ÉPOCA

Nuestra Señora nos advirtió en Fátima,

«Si los hombres supieran lo que es la eternidad, harían todos los esfuerzos posibles para enmendar sus vidas».

Y a lo largo de los evangelios Nuestro Señor nos llama a estar atentos y en guardia, porque no sabemos el día y la hora que el vendrá y que nos llevará.

O sea que debemos estar en estado de gracia permanentemente.

Sin embargo esto contrasta con nuestra cultura, porque el papa Pío XII, por la mitad del siglo XX, dijo que el gran pecado de nuestra época era la negación del pecado.

A tal punto que no lo queremos mencionar, ni siquiera se predica sobre el pecado desde los púlpitos.

Ya San Pablo nos advirtió en 2 Timoteo 4: 3,

«Porque vendrá el tiempo en que la gente no soportará la sana enseñanza, pero teniendo comezón en los oídos, acumularán maestros que se adapten a sus gustos»

Es realmente curioso que cuanto más pecado hay, como en nuestra época, los sacerdotes, los teólogos y los medios de comunicación católicos se restrinjan de hablar sobre el pecado.

Como si fuera un pecado mencionar la existencia del pecado y las consecuencias que tiene para nosotros en el futuro.

Y más extraño es cuando pensamos que el pecado es la única cosa que nos puede separar de Dios.

Es como si estuviéramos barriendo debajo de la alfombra las cosas que nos producen temor.

No se necesita un pensamiento muy sofisticado para darse cuenta que esto es de hechura del maligno.

La ausencia de prédica sobre el pecado debemos interpretarla como parte del marketing católico.

No demos malas noticias a la gente porque si no se asusta, se incomoda y deja de ir a la Iglesia.

Es como si estuviéramos siguiendo la cultura del mundo que ve en el placer y el disfrute algo más importante que la vida eterna.

Si predicamos sobre la vida eterna que nos ofrece Jesucristo entonces también deberíamos predicar sobre lo que nos puede hacer perder esa vida eterna.

Sin embargo, la dificultad de base en esto es que muchos católicos, incluidos los sacerdotes, obispos y cardenales, en el fondo no creen que haya algo que separe a los hombres de la vida eterna.

El “todos se salvan” es una idea que sobrevuela los templos, pero que pocos se atreven a enunciar porque es contraria a la doctrina católica, e incluso una herejía.

Esto nos trae a reflexionar sobre lo que es el mal, porque sin entender esto no vamos a comprender la razón por la que el mal tiene tanto glamour, y por qué no lo denunciamos de frente.

 

EL MAL ES UN PARÁSITO DEL BIEN

El bien está inscripto en toda la creación.

Porque recordemos que cada día de la creación Dios lo culminó diciendo que lo que había creado era bueno.

Por lo tanto cuando creó todas las cosas del mundo las hizo buenas, inclusive al hombre.

El mal no es consecuencia de la creación sino un parásito qué corrompe la bondad de la creación y que vino después de ella.

Dios creó al mundo lleno de deleites y placeres para que el hombre sea feliz, en una medida determinada, guiado por su libre albedrío.

Por ejemplo, permitió a los hombres el disfrute de los alimentos en los platos sabrosos.

Pero esto se puede pervertir cuándo la persona come mucho y se convierte en gula, lo que luego le ha de acarrear problemas de salud y sociales en general.

Lo mismo podemos hablar de la bebida con alcohol, que Dios permitió para alegrar el corazón de los hombres, sin embargo una perversión de esto es emborracharse.

Dios permitió también que el acto sexual diera placer además de tener la posibilidad de procrear otra vida.

Pero todos vemos como se pervierte a través de la pornografía, del sexo fuera del matrimonio, y de las relaciones contranaturales.

Entonces hay un punto en que el bien se puede pervertir en mal.

Por ejemplo, es bueno tener autoestima pero cuando excede de determinado nivel pasa a ser orgullo.

Por lo tanto el pecado, o sea hacer una cosa contraria a la que Dios nos pide que hagamos sobre temas de la moralidad, es una perversión de las cosas buenas que Dios nos regaló, en definitiva, hacer un uso malo de las cosas.

¿Y porque entramos en la perversión de las cosas buenas?

La lógica nos indicaría que si el pecado no fuera tentador no incurriríamos en él.

También hay una tendencia lógica a ser felices, por lo que nadie hace cosas malas para ser infeliz, sino porque cree que ese es el camino más corto para llegar a la felicidad.

 

EL MAL TIENE GLAMOUR

Dios hizo las cosas del mundo para nuestro placer como dijimos, pero es fácil caer en la perversión de que nuestra felicidad depende de esas cosas.

Cuando alguien traspasa un límite del uso bueno de una cosa de la creación le da un sentido malo a lo que hace.

Por ejemplo una persona toma vino para alegrarse el corazón y al principio lo hace con moderación.

Pero luego traspasa un límite debido a la tentación de olvidar las cosas ingratas que le suceden mediante el alcohol, y le hace perder sentido de la realidad.

Entonces algo que era bueno, consumido con moderación, se vuelve en algo malo y pecaminoso.

El glamour del pecado lo podemos ver claramente en la parábola del hijo pródigo en Lucas 15.

El hermano mayor le reprocha a su padre que cuándo regresó su hermano, que había gastado su vida y herencia con prostitutas, él mató al becerro engordado para agasajarlo.

Esto demuestra que el hermano mayor tiene celos por las cosas que el hermano menor disfrutó, y que él no pudo hacer para quedarse trabajando al lado del padre y cumplir los mandamientos de Dios.

El hermano mayor tiene la idea de que es más divertido andar con prostitutas que no hacerlo.

Pero no se da cuenta que el mal uso de la sexualidad de su hermano lo llevó a la degradación por la que pasó.

El único placer auténtico, verdadero y persistente es la felicidad que nos traen las cosas de Dios, usadas como Dios nos indicó a través de su moralidad.

Ningún goce de cosas mundanas puede, ni siquiera acercarse, a la felicidad de las cosas de Dios, y de hecho nos alejan más de ellas.

 

¿CÓMO DEBERÍA SER NUESTRA RELACIÓN CON LOS BIENES CREADOS?

Dios creó todas las cosas del mundo para nuestro placer.

Pero como dijimos, los seres humanos, acicateados por el maligno, hicieron un uso degradado de su libre albedrío, que debía haber puesto límite entre un uso bueno y un uso pervertido de las cosas.

La degradación o perversión viene como consecuencia de darles un uso contrario al que Dios quiere.

Dios quiere que hagamos un determinado uso de las cosas pero no nos lo impone, porque de otra forma seríamos autómatas, sino que nos deja a nosotros decidir dónde poner el límite en el uso de las cosas.

Por lo tanto podemos resumir, que todas las cosas que hizo Dios son buenas y para nuestro deleite.

Pero que estas cosas pueden ser mal utilizadas, y su uso puede considerarse un pecado.

Y que si bien al principio el uso pervertido de esas cosas nos puede dar placer novedoso, a cortísimo plazo veremos sus consecuencias negativas.

Sólo podemos tener un placer duradero por las cosas usadas de la forma en que Dios previó.

En la carta de Santiago 1: 14-15 se dice,

«Pero cada cual es tentado, cuando es atraído por su propia concupiscencia y seducido.

Luego, cuando concibió la lujuria, dio a luz el pecado, y el pecado, cuando haya terminado, lleva adelante la muerte».

Todo lo malo comienza por un uso bueno de una cosa, pero llega un punto en que ese uso se pervierte.

Por ejemplo, es bueno que una persona se valore a sí misma, pero llega un punto en que esa valoración se pervierte en arrogancia.

La arrogancia trae un excesivo amor por uno mismo y aprecio a los demás solamente por lo que ellos le aportan a su ego.

Y en última instancia la relación con los demás no sería de amor hacia ellos sino de amor a sí mismo, y esto es pecaminoso.

 

EL PECADO ES UN FRUTO DEL MAL

En el Catecismo de la Iglesia Católica numerales 1855-1856 dice que el pecado mortal destruye la ley de Dios y nos aleja de Dios al preferir un bien inferior a Él.

Y ponemos nuestra voluntad en algo incompatible con nuestro destino final, al alejarnos de Dios rechazándolo.

Cuando optamos por un uso de la creación contrario al orden establecido en ella rechazamos a Dios, porque rechazamos su plan para nosotros.

Nuestra época nos muestra tres tipos de rechazo muy comunes.

Un primer rechazo es poner al ser humano por encima del creador.

Un segundo rechazo es considerar que la propia experiencia subjetiva de la persona, o sea lo que la persona siente, tiene más valor que la verdad objetiva externa.

Y un tercer rechazo es considerar que Dios no puede perdonar los pecados de los seres humanos, por más graves que éstos sean.

Sin embargo el pecado es ocultado por los prejuicios.

Es común oír decir que el pecado es una invención de la Iglesia y por tanto no tiene base reales.

La Iglesia ha difundido en los siglos anteriores que determinada conducta es un pecado mortal, pero está mal entendido si se piensa que es una decisión de la Iglesia definir cuáles son los pecados que nos alejan de Dios.

La definición de lo que es un pecado mortal, que nos aleja de Dios, surge de las palabras de Dios en la Biblia, lo único que hizo la Iglesia fue sistematizar esas palabras.

Además la Iglesia lo sistematizo, más diciendo que para que un pecado sea mortal, y nos hagamos merecedores de perder la vida eterna, el hecho tiene que ser sobre un asunto serio, la persona tiene que tener conocimiento completo de sus consecuencias, y debe dar un consentimiento deliberado; esto está en el numeral 1857 del Catecismo.

Sin embargo hay que considerar que aunque en una conducta objetivamente pecaminosa no esté presente alguno de los tres ingredientes que convierten al pecado en un pecado mortal, la conducta pecaminosa no trae bendiciones sino que nos acarrea maldiciones.

La forma de salir del pecado es arrepentirse.

 

¿CÓMO ES EL ARREPENTIMIENTO?

Hay varios ingredientes que deben estar presentes en el arrepentimiento.

Debemos reconocer el mal que ha hecho en nuestra vida el pecado y tratar de desarrollar una conducta que nos aleje de los pecados.

Paralelamente debemos pedir la misericordia de Dios con un sentimiento de contrición, que muestre nuestro dolor y odio por los pecados cometidos, así como un propósito de enmienda.

Este propósito de enmienda es para convertir tu vida a lo que Dios pide de ti.

Y también supone la penitencia y la reparación por los daños causados.

La Iglesia tiene el Sacramento de la Confesión, Reconciliación o Penitencia, que es algo totalmente bíblico.

Puede leerse en Juan 20: 22-23, donde dice que si los pecados de alguien son perdonados por los apóstoles serán perdonados en el cielo y si no se los perdonan, no serán perdonados allí.

Algo central de este sacramento es llevar paz a las personas que pueden tener dudas sobre si Dios perdonó los pecados que ellas dejaron de cometer.

Y además es un buen impulso para el propósito de enmienda.

El primer paso para el arrepentimiento real y efectivo pasa por aprender a nombrar los pecados.

O sea admitir que se ha cometido un pecado y no solamente un error o que hizo una mala decisión o que tuvo un comportamiento inadecuado.

Cuándo un hombre engaña a su mujer con otra mujer, por ejemplo, debería considerar que no sólo fue una mala conducta, sino que cometió el pecado de adulterio.

Al mencionarlo de esta forma se hace más consciente de la gravedad del hecho y de la necesidad de enmienda.

Es lo mismo que sucede en los exorcismos, cuando el exorcista conoce el nombre del demonio está que dentro del poseso, adquiere poder sobre él, y esto causa mucho perjuicio a los demonios.

Fuentes:


Sergio Fernández, Editor de los Foros de la Virgen María

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