Cómo saber utilizar el poder de la oración.

Las cosas más importantes que nos sucedieron en la vida simplemente llegaron a nosotros imprevistamente.

Fueron gracias de Dios que no esperábamos, por lo menos no de esa forma.

Sin embargo, no necesitamos cruzarnos de brazos esperando.

Podemos orar para que Dios nos conceda cosas cuando somos conscientes que las necesitamos.

Él nos ha indicado cómo hacerlo, y sabemos además cuáles son las reglas para Su respuesta a nuestras oraciones.

Pero lo ideal es estar en oración constante, para tener un canal abierto permanente, con el único que concede las cosas importantes de la vida.

Aquí hablaremos sobre cómo pedirle a Dios según las indicaciones que Él nos ha dejado en las escrituras, cómo manejar las respuestas que Él da a nuestras peticiones, y cuál es la oración más fuerte que le podemos hacer para recibir las cosas que necesitamos. 

En la Última Cena, Nuestro Señor dijo a Sus Apóstoles “Si pidiereis algo al Padre en Mi nombre, os lo dará. 

Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido», Juan 16.

Estas palabras de Jesús son nuestra esperanza.

Sin embargo, parece que cuando pedimos en el Nombre de Cristo, muchas veces nuestras oraciones no son contestadas. 

¿Por qué es esto?

Porque como dice Santiago “pedís y no recibís; porque pedís mal”.

Podría significar que pedimos algo que, aunque nos parezca bueno, Dios sabe que si nos lo concede, nos perjudicaría o al menos no nos beneficiaría.

Por tanto, Dios nos escucha, pero no actúa según nuestros deseos, sino buscando lo mejor para nuestra salvación.

Y por eso nos indicó las prioridades cuando dijo “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas», Mateo 6.

Nuestro Señor nos dirige a buscar principalmente el Reino de Dios, o sea, los medios que nos conducen al Reino de Dios, como la virtud y las obras buenas y justas, para obtener lo demás.

Por eso en el Padrenuestro se nos instruye a orar primero por la gloria de Dios, “Santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino”.

Y recién luego por nuestras necesidades corporales, “danos hoy nuestro pan de cada día”.

Pero luego las Escrituras nos indican varias cualidades que la oración debe tener para que Dios la escuche favorablemente. 

Primero, debemos orar con humildad y reverencia. 

Y la oración también requiere contrición por el pecado.

Los pecadores que voluntariamente persisten en el pecado, no son fácilmente escuchados por Dios cuando oran.

Sin embargo, no es necesario que estemos libres de pecado para que Dios escuche nuestra oración. 

Porque si ese fuera el caso, prácticamente nadie podría orar adecuadamente a Dios.

Lo que se requiere es que nos demos cuenta de que somos pecadores y, confiando en Su gracia, nos arrepintamos y sintamos tristeza por nuestros pecados.

La verdadera oración también requiere gran fe y confianza en que obtendremos lo que pedimos a través de Cristo.

Santiago dice “pide con fe, sin vacilar. Porque el que duda es como la ola del mar, que es movida y arrastrada por el viento”.

Y está registrado varias veces en el Evangelio, que Nuestro Señor concedió peticiones, en proporción a la fe de los solicitantes.

Y finalmente la oración requiere perseverancia. 

¿Y cuál debería ser nuestra respuesta cuando Dios no contesta favorablemente nuestra oración?

Debemos ejercitar la humildad.

Quien es humilde debe reconocer que es una criatura limitada, y que no tiene la garantía de saber siempre lo que es mejor para sí mismo.

Debería reconocer y aceptar que es una criatura falible, que se equivocó al hacerle esa petición a Dios, y al mismo tiempo reconocer las perfecciones de Dios.

También cuando Dios no contesta favorablemente hay que practicar la resignación. 

Porque seguramente seremos recompensados de alguna manera.

Es por esta razón que los escritores espirituales recomiendan especialmente, cuando se ora por bienes temporales, agregar en la oración, “si esto es conforme a Tu Voluntad”.

La resignación podría llegar hasta dar gracias a Dios por ser un Padre tan bueno y amoroso, que me priva de algo que no sería verdaderamente beneficioso.

Sin embargo, podría darse el caso de que Dios simplemente esté retrasando el otorgamiento de una petición. 

Por lo que, si después de haber estado orando durante un período por una petición particular que no ha sido concedida, pero uno se siente convencido de seguir haciendo la petición, podría ser que Dios esté entrenando al alma en la perseverancia.

Y una enseñanza más profunda, es que debemos ser conscientes de que no todo tiene su inicio en nuestros deseos.

Muchas veces Dios viene en el momento que aparece una crisis, aunque no nos demos cuenta de ella.

Y sin la intervención divina silenciosa cualquier criatura caería. 

Esta gracia de Dios elimina los peligros y llega como un soplo silencioso en la noche. 

Llega rápidamente en cada momento que los rayos del mal están a punto de caer sobre nosotros.

Y si pudiéramos enumerar los momentos de gracia que salvaron nuestra condición debilitada, no habría suficiente tiempo ni palabras para identificar este auxilio de Dios.

La escritura cuenta que Elías se refugió en una cueva en el desierto, huyendo de la reina Jezabel que lo quería matar, y allí oró a Dios.

Y Dios le respondió con un mensaje en que le indicó cómo está presente y le dio paz,

«Después del huracán un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave».

Pídele siempre a Dios que Su gracia venga a ti.

No importa si estás en una situación desesperada o en momentos de alegría y paz.

Porque por mucho que creamos que estamos protegidos por nuestros esfuerzos humanos, tenemos la necesidad de la cercanía de Dios, ya que el mal busca destruirnos a nosotros y a aquellos a quienes amamos.  

Y atacará en el momento en que nuestra confianza en Cristo disminuya.

Y es por eso que en el corazón de la tradición cristiana se encuentra una oración muy potente, que Teófano el Recluso la declaró audazmente como la “más fuerte de todas las oraciones”.

Es la Oración de Jesús.

Tiene sus orígenes en los austeros desiertos de Egipto en el siglo V, entre los Padres y Madres del Desierto, que buscaban una comunión incesante con Dios.

Es una invocación de Jesucristo como Señor y Salvador. 

Dice, “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”.

Abarca los profundos misterios de la fe, y reconoce la fragilidad humana y la compasión ilimitada del Señor.

Y su belleza reside en que se puede decir en cada momento, de angustia o de paz, y transforma lo mundano en sagrado.

Su repetición es un recordatorio rítmico de la presencia de Dios, y un ancla en la tempestad de la vida diaria.

En un mundo hambriento de soluciones rápidas y gratificación instantánea, la Oración de Jesús ofrece un contrapunto perfecto.

Porque no se pierde acumulando frases vacías, sino que se aferra a la palabra más importante, repitiéndola una y otra vez.

Y confía en que lo demás vendrá por añadidura.

Figuras de renombre como Juana de Arco han encontrado consuelo en esta oración, incluso en sus momentos finales. 

Esta oración perdura como un poderoso testimonio de fe, de una criatura que quiere vivir cada segundo bajo la protección de Dios.

Por eso es la más fuerte de todas las oraciones.

Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar de las reglas sobre las que Dios concede nuestros pedidos, y cuál es la oración más fuerte que podemos hacer para sintonizar con Él, y Sus gracias nos lleguen más fluidamente. 

Y me gustaría preguntarte de qué forma sueles orar para que Dios te conceda lo que necesitas, y si rezas la Oración del Corazón. 

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