¿No Me entregarán cuando salgan luego de recibirme? En los lugares que frecuentan, hay piedras que Me hieren: son conversaciones que Me ofenden y ustedes, que Me han recibido hoy, pierden allí la blancura preciosa de la Gracia.
Después de haber sido confortado por el enviado de Mi Padre, vi que Judas se acercaba a Mí, seguido de todos quienes habrían de apresarme. Llevaban cuerdas, piedras, palos… Me adelanté y les dije: ¿A quién buscan? Mientras que Judas, con la mano sobre Mi hombro, Me besó… Cuántas almas Me han vendido y Me venderán por el vil precio de un deleite, de un placer momentáneo y pasajero… Pobres almas que buscan a Jesús, como los soldados. Almas a quienes amo; ustedes que vienen a Mí, que Me reciben en su pecho, que Me dirán muchas veces que Me aman…
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La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 1 de 3, desde la preparación)
La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 2 de 3, desde la entrega por Judas)
La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 3 de 3, desde el camino al calvario)
¿Por qué Me entregan así almas que Me conocen y que en más de una ocasión se glorían de ser piadosas y ejercer la caridad? Cosas todas que en verdad podrían hacerles adquirir grandes méritos más… ¿Qué son para ustedes sino un velo que cubre su delito de atesorar bienes en la tierra? ¡Velen y oren! Luchen sin descansar y no dejen que sus malas inclinaciones y defectos lleguen a ser habituales… Miren, que hay que segar la hierba todos los años y quizá en las cuatro estaciones; que la tierra hay que labrarla y limpiarla, hay que mejorarla y cuidar de arrancar las malas hierbas que en ella brotan.
El alma también hay que cuidarla con mucho esmero y las tendencias torcidas hay que enderezarlas. No piensen que el alma que Me vende y que se entregó al pecado grave, empezó por una falta grave. Generalmente, las grandes caídas empezaron por poca cosa: un gusto, una debilidad, un consentimiento ilícito, un placer no prohibido pero poco conveniente… Así, el alma se va cegando, disminuye la gracia, se robustece la pasión y, por último, vence. Entiendan esto: Si es triste recibir una ofensa y una ingratitud de cualquier alma, lo es mucho más cuando viene de Mis almas escogidas y más amadas. Sin embargo, otras pueden reparar y consolarme. Almas que He escogido para hacer de ustedes el lugar de Mi descanso, el jardín de Mis delicias, espero de ustedes mucho mayor ternura, mucha más delicadeza, mucho más amor. De ustedes espero que sean el bálsamo que cicatrice Mis heridas, que limpien Mi rostro afeado y manchado… Que Me ayuden a dar luz a tantas almas ciegas que en la oscuridad de la noche Me prenden y Me atan para darme muerte.
No Me dejen solo… ¡Despierten y vengan porque ya llegan Mis enemigos! Cuando se acercaron los soldados, les dije: ¡Yo Soy! Esta misma palabra repito ahora al alma que está próxima a ceder a la tentación: “Yo Soy”, aún es tiempo y, si quieres, te perdonaré; y en vez de atarme tú con las cuerdas del pecado, Soy Yo El que te ataré con las ligaduras del amor.
Ven, Yo Soy El que Te ama y El que te tiene tanta compasión de tu debilidad, El que está esperándote con ansia para recibirte en Sus brazos. El episodio de Mi captura, bien examinado, tiene mucha importancia. Si Pedro no daba ese golpe a Malco, Yo no habría tenido ocasión de llamar la atención de ustedes sobre el método que deseo tengan al combatir por Mí. Entonces Me serví de un proverbio para amonestar a Pedro y restituí a Malco su oreja, porque no Me gusta la violencia, siendo Yo el Señor de la libertad. Pero noten que, además de hacer esto, expresé a Pedro el firme deseo de que se cumpliera Mi Pasión y lo hice reflexionar que, si quería, el Padre podía hacerme defender por Mis ángeles.
¿Ven cuantas cosas en un sólo episodio? Pero, lo principal, es justamente la lección que He debido dar a todos ustedes en el combate contra sus enemigos. Quien se Me asemeja lo hace así: se deja conducir donde quieren los que lo rodean, porque su fuerza la tendrá en momentos que no son los buscados por el mundo (el hombre), por la experiencia humana, por la astucia del amor propio.
No, quien es semejante a Mí encontrará, recibirá fuerzas desconocidas pero vigorosas para dominar a sus dominadores, permaneciendo en el sitio en que es colocado. Mi verdadero discípulo hace las cosas más inverosímiles, sin interrumpir en lo mínimo Mi designio para él. El mundo se complace en singularidades, en sobresalir y demostrar la propia superioridad. Este es el espíritu que Yo He combatido y vencido. Por eso les dije que cobren ánimo, porque habiéndolo Yo vencido, ese mundo no puede ahora hacer nada que corte su unión Conmigo, con tal que ustedes no se unan a él, porque entonces tendrían que sufrir las consecuencias, con el agravante que, como Yo Me opongo a su victoria con las armas del mundo, muchas veces tendrán como contrarios al mundo y a Mí; al mundo por su amor propio y a Mí por su puro amor, por amor a su verdadero bien.
Por tanto, no a los golpes de Pedro a las orejas de sus enemigos, sin plena aceptación del cáliz que les ofrezco, en los cuales deben ver Mi voluntad, como Yo vi la de Mi Padre cuando dije al amado Pedro: ¿No quieres que beba el cáliz que Me da Mi Padre?
Mediten en Mi Pasión siempre, pero penetren en lo íntimo de Mi Espíritu y obtengan las impresiones que son saludables y que los incitan a imitarme. Naturalmente, Soy Yo quien obra en ustedes estas cosas, pero ustedes deben poner su empeño y luego tendrán lo que Yo digo. ¡Ah! Si el hombre comprendiese este rasgo de Mi Pasión. ¡Cuánto más fácil sería ceder y revivir Mi Vida! Anímense, hijitos Míos, todo es cuestión de amor, no de otra cosa; del amor y la obra Mía que quiero llevar a cabo en ustedes; y de amarme siempre más. Dejen de razonar a la manera humana; abran la mente al mundo Mío, al que Yo tengo con ustedes. ¡Esto es importante! Ustedes son Míos por tres motivos: porque los creé de la nada, porque los redimí y porque recibirán parte de Mi Corona de Gloria. Por eso deben pensar que Yo cuido de ustedes, por estos tres motivos, y no podría desinteresarme nunca de quien He creado, de quien He rescatado y de quien debe ser Mi Gloria.
Tu estás impulsado a este camino y deberás recorrerlo todo y, como fue para Mí, no sólo servirá para ti, sino también para muchos de tus hermanos que deben recibir de Mí, por tu medio, Gracia y Vida. Avanza, porque Yo Me complazco en ello; aprende, porque el amor quiere poseerte por completo. Te doy Mi bendición, llena de promesa. Se las Doy con el poder de que gozo como hombre; poder que es suyo; gozo que premiaré con el premio que confirmará Mi infinito amor por ustedes. Había llegado Mi hora; la hora en la que debía consumar el sacrificio, y Me entregué a los soldados con la docilidad de un cordero.
JESÚS ES LLEVADO ANTE CAIFÁS
Me llevaron ante Caifás, donde Me recibieron con burlas y con insultos. Uno de sus soldados Me dio una bofetada. Era la primera que recibía y en ella vi el primer pecado mortal de muchas almas que, después de vivir en gracia, cometerían ese primer pecado… Cuántos otros detrás de ese primer pecado, sirviendo de ejemplo para que otras almas también los cometan. Mis Apóstoles Me abandonaron y Pedro se quedó oculto detrás de un cerco, en medio de la servidumbre, espiando, movido por la curiosidad.
Conmigo sólo habían hombres tratando de acumular delitos contra Mí; culpas que pudieran encender más la cólera de jueces tan inicuos. Allí vi los rostros de todos los demonios, de todos los ángeles malos. Me acusaron de perturbar el orden, de instigador, de falso profeta, de blasfemo, de profanar el día sábado y los soldados, exaltados por las calumnias, proferían gritos y amenazas.
Entonces, Mi silencio clamó sacudiendo todo Mi Cuerpo: ¿Dónde están ustedes, Apóstoles y discípulos, que han sido testigos de Mi Vida, de Mi doctrina, de Mis milagros? De todos aquellos de quienes esperaba alguna prueba de amor, no queda ninguno para defenderme. Estoy solo y rodeado de soldados que quieren devorarme como lobos.
Contemplen como Me maltrataban: uno descarga sobre Mi rostro una bofetada; otro Me arroja su inmunda saliva; otro Me tuerce el rostro en son de burla; otro Me jala la barba; otro retuerce Mis brazos entre sus dedos; otro golpea con su rodilla Mis genitales y, cuando caigo, entre dos Me levantan de los cabellos.
PEDRO NIEGA A JESÚS
Mientras Mi Corazón se ofrece a sufrir todos estos suplicios, Pedro, a quien había instituido “Jefe y Cabeza de la Iglesia” y quien horas antes había prometido seguirme hasta la muerte, a una simple pregunta que le hacen, y que podría haberle servido para dar testimonio de Mí, Me niega y, como el temor se apodera aún más de él, ante la reiteración de la pregunta jura que jamás Me ha conocido ni ha sido Mi discípulo.
Interrogado por tercera vez, responde con horribles imprecaciones. Hijitos, cuando el mundo clama contra Mí y, volviéndome hacia Mis almas escogidas, Me veo abandonado y renegado, ¿saben cuán grande es la tristeza y la amargura de Mi Corazón? Les diré, como a Pedro: Alma a quien tanto amo, ¿no te acuerdas ya de las pruebas de amor que te He dado? ¿Olvidas que muchas veces Me has prometido serme fiel y defenderme? No confías en ti mismo porque estás perdido; pero si recurres a Mí con humildad y firme confianza, nada temas; estás bien sostenido.
Almas que viven rodeadas de tantos peligros, no se metan en ocasiones de pecados por vana curiosidad; miren, que caerán como Pedro.
Y ustedes, almas que trabajan en Mi viña, si se sienten movidas por curiosidad o por alguna satisfacción humana: les diré que huyan; pero si trabajan por obediencia e impulsadas por el celo de las almas y de Mi gloria, no teman: Yo las defenderé y saldrán victoriosas. Amada Mía, voy educándote poco a poco y con mucha paciencia. Me consuelo con el pensamiento de tener una alumna deseosa de poder aprender. Así olvido tus negligencias y errores. Si busco en la creación los nombres más bellos para llamarte no te asustes ¿por qué los suprimes? El amor no tiene límites.
JESÚS ES LLEVADO A LA PRISIÓN
Vamos a seguir con este doloroso relato que habrás de hacer llegar a cuantas personas puedas. Yo los iluminaré en la forma que habrán de hacerlo.
Cuando los soldados Me llevaban prisionero, en uno de los patios estaba Pedro, medio oculto entre la turba. Se cruzaron nuestras miradas; tenía los ojos desorbitados; fue sólo una fracción de segundos y, sin embargo, ¡le dije tanto!… Lo vi llorar amargamente su pecado y con el corazón le dije: “El enemigo ha tratado de poseerte, pero Yo no te abandono. Sé que tu corazón no ha renegado de Mí. Estate presto para el combate del nuevo día, para las luchas renovadas contra el oscurantismo espiritual y prepárate para llevar la Buena Nueva. Adiós, Pedro.” Cuántas veces miro hacia el alma que ha pecado pero, ¿mira ella también? No siempre se encuentran nuestras miradas. Cuántas veces miro al alma y ella no Me mira, no Me ve, está ciega… La llamo por su nombre y no Me responde. Le envío una pena, un dolor, para que salga de su sueño, pero no quiere despertar.
Amados Míos, si no miran al Cielo, vivirán como seres privados de razón… Alcen la cabeza y contemplen la Patria que les espera. Busquen a su Dios y siempre lo encontrarán con los ojos fijos en ustedes; y en Su mirada hallarán la paz y la vida. Contémpleme en la prisión donde paso gran parte de la noche. Los soldados venían a insultarme con palabras y con obras, empujándome, dándome golpes, burlándose de Mi condición de hombre.
Casi al amanecer, hartos de Mí, Me dejaron solo, atado en una habitación oscura, húmeda y hedionda, llena de ratas. Estaba atado de tal modo que debía permanecer de pie o sentado en una piedra puntiaguda que fue todo lo que Me dieron como asiento. Mi cuerpo dolorido quedó pronto aterido de frío. Recordé las miles de veces que Mi Madre cobijaba Mi cuerpo, arropándolo cuando tenía frío… y lloré. Vamos ahora a comparar la prisión con el Sagrario y, sobre todo, con los corazones de los hombres. En la prisión pasé una noche… ¿Cuántas noches paso en el Sagrario? En la prisión Me ultrajaron los soldados que eran Mis enemigos; pero en el Sagrario Me maltratan y Me insultan almas que Me llaman Padre. En la prisión pasé frío, sueño, hambre, vergüenza, tristeza, dolores, soledad, desamparo. Veía, en el transcurso de los siglos, cómo tantos Sagrarios en los cuales Me faltaría el abrigo del amor. ¡Cuántos corazones helados serían para Mí como la piedra de la prisión! ¡Cuántas veces tendría sed de amor, sed de almas! ¡Cuántos días espero que tal alma venga a visitarme, a recibirme en su corazón, porque He pasado la noche solo y pensaba en ella para apagar Mi sed! ¡Qué de veces siento hambre de Mis almas, de su fidelidad, de su generosidad! ¿Sabrán calmar estas ansias? ¿Sabrán decirme cuando tengan que pasar por algún sufrimiento: esto servirá para aliviar Tu tristeza, para acompañarte en Tu soledad? Y ¡ay!, Si por lo menos, unidos a Mí, ustedes lo soportaran todo con paz y salieran fortalecidos en tanto que consolaran Mi Corazón… En la prisión sentí vergüenza al oír las horribles palabras que se proferían contra Mí; y esa vergüenza creció al ver que, más tarde, esas mismas palabras serían repetidas por almas amadas.
Cuando aquellas manos sucias y repugnantes descargaban sobre Mí golpes y bofetadas, vi cuántas veces sería golpeado y abofeteado por tantas almas que, sin purificarse de sus pecados, sin limpiar su casa con una buena confesión, Me recibirían en sus corazones. Esos pecados habituales, descargarían sobre Mí repetidos golpes. Cuando Me hacían levantar a empellones, sin fuerzas y a causa de las cadenas que Me sujetaban, caía en tierra. Vi cómo tantas almas, atándome con las cadenas de su ingratitud, Me dejarían caer sobre la piedra, renovando Mi vergüenza y prolongando Mi soledad.
Almas elegidas, contemplen a su Esposo en la prisión. Contémplenme en esta noche de tanto dolor, y consideren que este dolor se prolonga en la soledad de tantos Sagrarios, en la frialdad de tantos corazones.
Si quieren darme una prueba de su amor, ábranme su corazón para poder hacer de él Mi prisión. Atenme con las cadenas de su amor. Cúbranme con sus delicadezas, aliméntenme con su generosidad. Apaguen Mi sed con su celo. Consuelen Mi tristeza y desamparo con su fiel compañía. Hagan desaparecer Mi vergüenza con su pureza y rectitud de intención.
Si quieren que descanse en ustedes, eviten el tumulto de las pasiones y, en el silencio de su alma, dormiré tranquilo. De vez en cuando oirán Mi voz que les dice suavemente: Esposa Mía, que ahora eres Mi descanso, Yo seré tuyo en la eternidad; a ti que con tanto desvelo y amor Me procuras la prisión de tu corazón, Yo te prometo que Mi recompensa no tendrá límites y no te pesarán los sacrificios que hayas hecho por Mí durante tu vida.
JESÚS ES LLEVADO ANTE HERODES
Pilatos mandó que Me llevaran a la presencia de Herodes… Era un pobre hombre corrompido que sólo buscaba el placer, dejándose arrastrar de sus pasiones desordenadas. Se alegró de verme comparecer ante su tribunal, pues esperaba divertirse con Mis palabras y milagros. Consideren, hijos Míos, la repulsión que experimenté en presencia del más repugnante de los hombres, cuyas palabras, preguntas, gestos y movimientos afectados, Me cubrían de confusión. Almas puras y virginales, vengan a rodear y a defender a su Esposo.
Herodes espera que Yo conteste a sus preguntas sarcásticas, pero no despego Mis labios; guardo en su presencia el más absoluto silencio. No contestar era la mayor prueba que podía darle de Mi dignidad. Sus palabras obscenas no merecían cruzarse con las Mías, purísimas.
Entretanto, Mi Corazón estaba íntimamente unido a Mi Padre Celestial. Me consumía en deseos de dar por las almas hasta la última gota de Mi Sangre. El pensamiento de que todos los hombres que luego habían de seguirme, conquistados por Mis ejemplos y Mi liberalidad, Me encendía en amor y no sólo gozaba en aquel terrible interrogatorio, sino que deseaba correr al suplicio de la Cruz.
JESÚS ES LLEVADO DE NUEVO ANTE PILATOS
Dejé que Me trataran como a un loco y Me cubrieran con una vestidura blanca en señal de burla e irrisión, después, en medio de gritos furiosos, Me llevaron de nuevo a la presencia de Pilatos. Mira cómo este hombre aturdido y lleno de confusión, no sabe qué hacer de Mí; y para apaciguar el furor de la turba, manda que Me hagan azotar… Representadas en Pilatos, vi a las almas que carecen de valor y generosidad para romper enérgicamente con las exigencias del mundo y de la naturaleza. En vez de cortar de raíz lo que la conciencia les dice no ser del mundo y de la naturaleza, lo que la conciencia les dice no ser del buen espíritu, ceden a un capricho, se recrean en una ligera satisfacción, capitulan en parte con lo que la pasión exige y, para acallar los remordimientos, se dicen a sí mismas: “ya me he privado de esto o de lo otro, y es suficiente”. Yo únicamente diré a esa alma: ¡Me haces flagelar como Pilatos! Ya has dado un paso, mañana otro. ¿Piensas satisfacer de este modo tu pasión? ¡No! Pronto te exigirá más y más. Como no has tenido valor para luchar con tu propia naturaleza en esta pequeñez, mucho menos la tendrás después, cuando la ocasión sea mayor.
LA FLAGELACIÓN DE JESÚS
Mírenme, amados Míos, dejándome conducir, con la mansedumbre de un cordero, al tremendo suplicio de la flagelación. Sobre Mi cuerpo, ya cubierto de golpes y agobiado de cansancio, los verdugos descargan cruelmente —con cuerdas trenzadas, con varas— terribles azotes. Es tanta la violencia con que Me castigan, que no quedó en Mí un sólo lugar que no fuese presa del más terrible dolor… Los golpes y puntapiés Me ocasionaron innumerables heridas… Las varas arrancaban pedazos de Mi piel y Mi carne. La Sangre brotaba de todos Mis miembros… Caí una y otra vez por el dolor que Me causaban los golpes en Mi virilidad. Mi cuerpo estaba en tal estado, que más parecía monstruo que hombre. Los rasgos de Mi cara habían perdido su forma, era un sólo edema. El pensamiento de tantas almas, a quienes más tarde iba a inspirar el deseo de seguir Mis huellas, Me consumía de amor. Durante las horas de prisión las veía fieles imitadoras, aprendiendo de Mí mansedumbre, paciencia, serenidad. No sólo para aceptar los sufrimientos y desprecios, sino aún amando a los que las persiguen y, si es necesario, sacrificándose por ellos como Yo Me sacrifiqué.
Cómo Me encendía cada vez más en deseos de cumplir perfectamente la Voluntad de Mi Padre, en aquellas horas de soledad, en medio de tanto dolor. ¡Cómo Me ofrecí a reparar Su Gloria ultrajada! Así ustedes, almas religiosas, que se encuentran en la prisión escogida por amor, que más de una vez pasan a los ojos de las criaturas por inútiles y quizá por perjudiciales, no teman. Dejen que griten contra ustedes y, en esas horas de soledad y dolor, unan íntimamente su corazón a su Dios, único objeto de su amor. ¡Reparen Su Gloria, ultrajada por tantos pecados!
JESÚS ES SENTENCIADO A MUERTE
Al amanecer, Caifás ordenó que Me condujeran a Pilatos para que pronunciara la sentencia de muerte. Este Me interrogó, deseoso de hallar un motivo para condenarme pero, al mismo tiempo, su conciencia lo atormentaba y sentía gran temor ante la injusticia que iba a cometer. Al fin, encontró un medio para desentenderse de Mí y mandó que Me llevaran a Herodes.
En Pilatos están fielmente representadas las almas que, sintiendo al mismo tiempo el movimiento de la gracia y de sus pasiones, dominadas por el respeto humano y cegadas por el amor propio, por el temor de parecer ridículas, dejan pasar la gracia.
A todas las preguntas de Pilatos, nada respondí. Mas cuando Me dijo: ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Entonces, con gravedad y entereza, respondí: Tú lo has dicho, Yo Soy el Rey; pero Mi reino no es de este mundo… Con estas palabras quise enseñar a muchas almas cómo, cuando se presenta la ocasión de soportar el sufrimiento, o una humillación que podrían fácilmente evitar, deben contestar con generosidad: Mi reino no es de este mundo, es decir, no busco las alabanzas de los hombres; Mi Patria no es esta, ya descansaré en la que lo es verdaderamente. Ahora, ánimo para cumplir mi deber sin tener en cuenta la opinión del mundo. Lo que me importa no es su estima, sino seguir la voz de la gracia, ahogando los reclamos de la naturaleza. Si no soy capaz de vencer solo, pediré fuerza y consejo pues, en muchas ocasiones, las pasiones y excesivo amor propio ciegan el alma y la impulsan a obrar el mal.
No son ni 10 ni 20 los verdugos que destrozan Mi Cuerpo; son muchísimas las manos que lastiman Mi Cuerpo, recibiendo la comunión en la mano— el trabajo sacrílego de Satanás. ¿Cómo pueden contemplarme en este mar de dolor y de amargura, sin que su corazón se mueva a compasión? Pero, no son los verdugos los que han de consolar sino ustedes, almas escogidas, para que alivien Mi dolor. Contemplen Mis heridas y vean si hay alguien que haya sufrido tanto como Yo, para demostrarles su amor.
JESÚS ES CORONADO DE ESPINAS
En el Querer de Mi Padre He vivido días de intensa tristeza, sin quejarme, pero en la aceptación de lo que quería hacerme sentir el Padre. Cuando fui apresado en el Huerto, los que Me acusaban estaban prontos a toda mentira y Me dejé llevar a donde quisieran, sin resistir en lo más mínimo. Y cuando quisieron ceñirme la cabeza con la corona de espinas, incliné sin más la cabeza, porque lo tomaba todo de las manos de Aquel que Me envió al mundo.
Cuando los brazos de aquellos hombres crueles estuvieron rendidos, a fuerza de descargar golpes sobre Mi Cuerpo, colocaron sobre Mi cabeza una corona tejida con ramas de espinas y, desfilando por delante de Mí, Me decían: ¿Conque eres Rey?… ¡Te saludamos! Unos Me escupían, otros Me insultaban, otros descargaban nuevos golpes contra Mi cabeza; cada uno añadiendo un nuevo dolor a Mi Cuerpo, maltratado y deshecho. Estoy cansado, no tengo dónde descansar; préstame tu corazón y tus brazos, para cobijarme en tu amor. Tengo frío y fiebre; abrázame un instante, antes de que continúen destruyendo este templo de amor.
Los soldados y verdugos, con sus manos sucias, empujan Mi Cuerpo; otros con asco de Mi Sangre, me empujan con sus lanzas y vuelven a abrir Mi carne; Me sientan con un empujón sobre un lugar de piedras filosas, lloro en silencio por el dolor y ellos, en forma grotesca, se burlan de Mis lágrimas. Finalmente, desgarran Mis sienes encajándome la corona de ramas trenzadas de espinas.
Consideren cómo, con esa corona, quise expiar los pecados de soberbia de tantas almas que se dejan subyugar por la falsa opinión del mundo, deseando ser estimadas con exceso. Permití, sobre todo, que Me coronasen de espinas y que así Mi cabeza sufriese cruelmente, a fin de reparar por la humildad voluntaria, las repugnancias y las orgullosas pretensiones de tantas almas que se niegan a seguir el camino trazado por Mi Providencia, por juzgarlo indigno de su mérito y de su condición. Ningún camino es humillante cuando está trazado por la Voluntad de Dios… En vano intentarán engañarse a ustedes mismos pensando seguir la voluntad de Dios y en la plena sumisión a cuanto les pida.
Hay en el mundo personas que, cuando llega el momento de la decisión (emprender un nuevo género de vida), reflexionan y examinan los deseos de su corazón. Tal vez encuentren, en aquel o en aquella a quien piensan unirse, los fundamentos sólidos para una vida cristiana y piadosa; quizás verán que cumplen sus deberes de familia que reúne, en fin, lo necesario para satisfacer sus deseos de felicidad; pero la vanidad y el orgullo vienen a oscurecer su espíritu y se dejan arrastrar por el afán de figurar, de lucir. Entonces, se ingenian para buscar a alguien que, siendo más noble, más rico, satisfaga su ambición. ¡Ah! Cuán neciamente se ciegan. No, les diré, no encontrarán la verdadera felicidad en este mundo, y ojalá la encuentren en el otro. ¡Miren bien, que se ponen en gran peligro!
Hablaré también a las almas a quienes llamó el camino de la perfección. Cuántas ilusiones en las que Me dicen que están dispuestas a hacer Mi Voluntad y que clavan en Mi cabeza las espinas de Mi corona. Hay, respectivamente, almas a quienes quiero para Mí. Conociéndolas y amándolas, deseo colocarlas donde vivo, en Mi sabiduría infinita, en la que encontrarán cuanto es necesario para llegar a la santidad: ahí será donde Me haré conocer a ellas y donde Me darán más consuelo, más amor y más almas. Pero, ¡cuántas decepciones! Cuántas almas se ciegan por el orgullo y la soberbia o por una mezquina ambición. Llena la cabeza de vanos e inútiles pensamientos, se niegan a seguir el camino que les traza Mi amor.
Almas que Yo había elegido, ¿creen cumplir Mi Voluntad resistiendo a la voz de la gracia que los llama y encamina por esa senda, que su orgullo rechaza? Hija Mía, amor de Mis dolores, consuélame; haz en tu corazón pequeñito un trono para tu Rey y Salvador, y coróname de besos. Coronado de espinas y cubierto con un manto púrpura, los soldados Me presentaron de nuevo a Pilatos. No encontrando en Mí delito para castigarme, Pilatos Me hizo varias preguntas, diciéndome que por qué no le contestaba, sabiendo que él tenía todo poder sobre Mí.
Entonces, rompiendo Mi silencio, le dije: “No tendrías ese poder si no se te hubiese dado de arriba; pero es preciso que se cumplan las Escrituras.” Y, abandonándome a Mi Padre Celestial, callé nuevamente…
BARRABÁS ES PUESTO EN LIBERTAD
Pilatos, perturbado por el aviso de su mujer y perplejo entre los remordimientos de su conciencia y el miedo de que el pueblo se amotine contra él, buscaba medios para libertarme y Me expuso a la vista del populacho, en el lastimoso estado en el que Me encontraba, proponiéndoles darme la libertad y condenar en Mí lugar a Barrabás, que era un ladrón y criminal famoso. A una voz contestó el pueblo: ¡Que muera y que Barrabás sea puesto en libertad! Almas que Me aman, vean cómo Me han comparado a un criminal. Vean cómo Me han rebajado más que al más perverso de los hombres. Oigan qué furiosos gritos lanzan contra Mí. Vean con qué rabia piden Mi muerte. ¿Rehusé, acaso, pasar por tanta penosa afrenta? No, al contrario, Me abracé con ella por amor a las almas y para mostrarles que este amor no Me llevó tan sólo a la muerte, sino a la muerte más ignominiosa… No crean, sin embargo, que Mi naturaleza humana no sintió ni repugnancia ni dolor. Al contrario, quise sentir todas sus repugnancias y estar sujeto a su misma condición, dándoles ejemplo que los fortalezca en todas las circunstancias de la vida y les enseñe a vencer las repugnancias que se ofrecen, cuando se trata de cumplir la Voluntad Divina.
Vuelvo a las almas a quienes hablaba ayer… A las almas llamadas al estado de perfección, que discuten con la gracia y retroceden ante la humildad del camino que les muestro, por temor a los juicios del mundo o haciendo valer su capacidad; que se persuaden que en otra parte serán más útiles para Mi servicio y para Mi Gloria.
Voy a responder a esas almas. Dime: ¿rehusé Yo o vacilé siquiera, cuando Me vi nacer de padres pobres y humildes en un establo, lejos de Mi casa y Mi Patria en la más cruda estación del año… de noche? Después, viví treinta años en las ocupaciones oscuras y rudas de un taller; pasé humillaciones y desprecios de parte de los que encargaban trabajos a Mi Padre José; no Me desdeñé de ayudar a Mi Madre en las faenas más bajas de la casa y, sin embargo, ¿no tenía Yo más talento que el que se requiere, para ejercer el tosco oficio de carpintero? Yo, que a la edad de 12 años instruí a los Doctores en el Templo… Pero era la Voluntad de Mi Padre Celestial y así lo glorificaba. Cuando dejé Nazareth y empecé Mi vida pública, habría podido darme a conocer como Mesías e Hijo de Dios para que los hombres escuchasen Mis enseñanzas con veneración, pero no lo hice porque Mi único deseo era cumplir la Voluntad de Mi Padre…Y cuando llegó la hora de Mi Pasión, a través de la crueldad de los unos y de las afrentas de los otros, del abandono de los Míos y de la ingratitud de las turbas, a través del indecible martirio de Mi Cuerpo y de las repugnancias de Mi alma, vean con qué mayor amor aún descubría y abrazaba la Voluntad de Mi Padre Celestial.
Así, cuando sobreponiéndose a las dificultades y repugnancias se somete el alma generosamente a la Voluntad de Dios, llega un momento en que, unida íntimamente a El, goza de las más inefables dulzuras. Esto que He dicho a las almas que sienten repugnancia a la vida humilde y oscura lo repito a las que, por el contrario, son llamadas a trabajar en continuo contacto con el mundo, cuando su atractivo sería la completa soledad y los trabajos humildes y ocultos.
Almas escogidas, su felicidad y su perfección no consiste en seguir los gustos e inclinaciones de la naturaleza, en ser conocidas o desconocidas de las criaturas, en emplear u ocultar el talento que poseen, sino en unirse y conformarse, por amor y con entera sumisión, a la Voluntad de Dios, a lo que para Su Gloria y la propia santificación de ustedes, les pida.
Basta por hoy, hijita, ama y abraza Mi Voluntad alegremente; ya sabes que está en todo trazada por el amor. Medita por un momento el indecible martirio de Mi Corazón, al verse pospuesto a Barrabás. ¡Cómo recordaba entonces las ternuras de Mi Madre, cuando me estrechaba sobre Su Corazón! Cuán presente tenía los desvelos y fatigas que, para mostrarme Su amor, sufrió Mi Padre adoptivo. Cómo se presentaban a Mi memoria los beneficios que tan liberalmente derramé sobre aquel pueblo ingrato, dando vista a los ciegos, devolviendo la salud a los enfermos, el uso de sus miembros a los que lo habían perdido, dando de comer a la turba y resucitando a los muertos. ¡Ahora, verme reducido al estado más despreciable! Soy el más odiado de los hombres y se Me condena a muerte, como a ladrón infame.
JESÚS PERDONA HASTA AL MÁS GRANDE PECADOR
Pilatos ha pronunciado la sentencia. Hijitos Míos, consideren atentamente cuánto sufrió Mi Corazón… Desde que Me entregó en el Huerto de los Olivos, Judas anduvo errante y fugitivo sin poder acallar los gritos de su conciencia, que lo acusaba del más horrible sacrilegio. Cuando llegó a sus oídos la sentencia de muerte pronunciada contra Mí, se entregó a la más terrible desesperación y se ahorcó. ¿Quien podrá comprender el dolor intenso de Mi Corazón cuando vi lanzarse a la perdición eterna esa alma que había pasado tres años en la escuela de Mi amor, aprendiendo Mi doctrina, recibiendo Mis enseñanzas, oyendo tantas veces cómo perdonaban Mis labios a los más grandes pecadores? ¡Judas! ¿Por qué no vienes a arrojarte a Mis pies para que te perdone? Si no te atreves a acercarte a Mí por temor a los que Me rodean, maltratándome con tanto furor, mírame al menos; verás cuán pronto se fijan en ti Mis ojos.
Almas que están enredadas en los mayores pecados… Si por más o menos tiempo han vivido errantes y fugitivas a causa de sus delitos, si los pecados de que son culpables los han cegado y endurecido el corazón, si por seguir alguna pasión han caído en los mayores desórdenes, no dejen que se apodere de ustedes la desesperación cuando los abandonen los cómplices de su pecado y cuando su alma se de cuenta de su culpa… Mientras el hombre cuente con un instante de vida, aún tiene tiempo de recurrir a la Misericordia y de implorar el perdón.
Si son jóvenes y los escándalos de su vida pasada los han dejado en un estado de degradación ante los hombres, ¡no teman! Aún cuando el mundo los desprecie, los trate de malvados, los insulte, los abandone, estén seguros de que su Dios no quiere que su alma sea pasto de las llamas del infierno. Desea que se atrevan a hablarle, a dirigirle miradas y suspiros del corazón, y pronto verán que Su mano bondadosa y paternal los conduce a la fuente del perdón y de la vida. Si por malicia has pasado quizá gran parte de tu vida en el desorden y en la indiferencia, y cerca ya de la eternidad la desesperación quiere ponerte una venda en los ojos, no te dejes engañar, aún es tiempo de perdón. Oigan bien: si les queda un segundo de vida, aprovéchenlo, porque en él pueden ganar la vida eterna.
Si ha transcurrido su existencia en la ignorancia y el error, si han sido causa de grandes daños para los hombres, para la sociedad y hasta para la Religión, y por cualquier circunstancia conocen su error, no se dejen abatir por el peso de las faltas ni por el daño de que han sido instrumento sino, por el contrario, dejando que su alma se penetre del más vivo pesar, abísmense en la confianza y recurran Al que siempre está esperándolos para perdonarlos.
Lo mismo sucede si se trata de un alma que ha pasado los primeros años de su vida en la fiel observancia de Mis mandamientos, pero que ha decaído poco a poco del fervor pasando a una vida tibia y cómoda… No ocultes nada de lo que te digo, pues todo es para beneficio de la humanidad entera. Repítelo a la luz del sol, predícalo a aquel que quiere verdaderamente escucharlo.
El alma que un día recibe una fuerte sacudida que la despierta, ve de pronto su vida inútil, vacía, sin méritos para la eternidad. El maligno, con infernal envidia, la ataca de mil maneras, abultándole sus faltas; le inspira tristeza y desaliento, acabando por llevarla al temor, a la desesperación.
Alma que Me perteneces, no hagas caso de ese cruel enemigo y, en cuanto sientas la moción de la gracia al inicio de tu lucha, acude a Mi Corazón; siente, contempla cómo vierte una gota de Su Sangre sobre tu alma y ven a Mí. Ya sabes dónde me encuentro: bajo el velo de la fe… Levántalo y dime con entera confianza tus penas, tus miserias, tus caídas… Escucha con respeto Mis palabras y no temas por lo pasado. Mi Corazón lo ha sumergido en el abismo de Mi Misericordia y Mi amor. Tu vida pasada te dará la humildad que te llenará. Y si quieres darme la mejor prueba de amor, ten confianza y cuenta con Mi perdón. Cree que nunca llegarán a ser mayores tus pecados que Mi Misericordia, pues es infinita.