La Eucaristía, el Ángel de Portugal, Nuestra Señora de Fátima, los pastorcitos.
Existe una relación íntima entre la Virgen Santísima y la Eucaristía, “Si no fuera por la Virgen María no tendríamos la Eucaristía” ¿Por qué? La razón es la Encarnación. Dios quiso que el Redentor de la humanidad se hiciera uno de nosotros, y lo hizo a través de María Santísima. Desde la Anunciación la relación de la Virgen con su Hijo no ha cambiado.
En Redemptoris Mater JPII nos dice: “María guía a los fieles a la Eucaristía”.
Si leemos con atención los mensajes de la Virgen todos buscan llevarnos de regreso al amor de Dios y de forma particular a la Eucaristía.
El Ángel, la Virgen y la vida de los pastorcitos nos revelan el mensaje Eucarístico de Fátima el cual tiene un contexto particular, y este es la reparación. Así lo expresó el que fuera Obispo encargado de la diócesis de Fátima, Monseñor Venancio, cuando se le pidió que hiciera un resumen del mensaje de la Virgen, él dijo:
“Reparación, reparación, reparación, y especialmente reparación Eucarística.”
EL MENSAJE DEL ÁNGEL
El Señor en su divina pedagogía siempre busca preparar los corazones para hacerlos receptivos a sus palabras. Cuando él quiso enviar a María Santísima a Fátima con un mensaje tan urgente para la humanidad, prepara la venida de María con la visita del Ángel de la Paz, quien a su vez prepara el corazón de los niños llevándoles a la oración y a la Eucaristía.
Primera aparición del Ángel
Al llegar junto a nosotros dijo:
«No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!»
Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que oímos decir:
«Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman».
Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo:
-«Orad así. Los Corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras suplicas.»
La primera oración que el ángel les enseña a los niños es una oración de reparación, que en su contexto más profundo es una oración de reparación Eucarística. Oración en la que profesamos nuestro amor, fe y confianza y al mismo tiempo pedimos perdón por aquellos que no lo hacen así. Suplimos con nuestro amor por aquellos que no aman, no creen, no adoran ni esperan en Dios.
Segunda aparición del Ángel
«¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!»
-¿Cómo hemos de sacrificarnos?, pregunté.
«De todo lo que pudierais ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados cuales Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra patria la paz. Yo soy el Ángel de su guardia, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe.»
Estas palabras hicieron una profunda impresión en nuestros espíritus como una luz que nos hacía comprender quien es Dios, como nos ama y desea ser amado, el valor del sacrificio, cuanto le agrada y como concede en atención a esto la gracia de conversión a los pecadores.
Por esta razón, desde ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor cuanto nos mortificaba, repitiendo siempre la oración que el Ángel nos enseñó.
Este mensaje del ángel fue como una luz que iluminó a esos niños haciéndoles comprender no sólo el amor de Dios sino también como les veía Dios a ellos. Sus corazones estaban dispuestos y movidos por el amor.
Tercera aparición del Ángel
Estando allí apareció por tercera vez, teniendo en sus manos un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la cual caían gotas de sangre al Cáliz. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración:
«Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la conversión de los pobres pecadores».
Después levantándose tomó de nuevo en la mano el Cáliz y la Hostia. Me dio la Hostia a mí y el contenido del Cáliz lo dio a beber a Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo:
-«Tomad el Cuerpo y bebed la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.»
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros hasta por tres veces la misma oración: Santísima Trinidad….y desapareció.
En esta última aparición el ángel no solo lleva a los niños a contemplar la Eucaristía sino que les hace recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor como fuente de gracia y fortaleza para la misión que les sería encomendada por la Virgen Santísima y al mismo tiempo imprime cada vez más en sus corazones la necesidad de hacer reparación y sobre todo reparación Eucarística.
EL MENSAJE DE LA VIRGEN
El 13 de Mayo de 1917 la Santísima Virgen dio inicio a una serie de visitas a los pastorcitos. En su primera aparición la Virgen le pide a los niños que se ofrezcan como sacrificio:
-«Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que El quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?»
-Si queremos. Respondieron
-«Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios os fortalecerá»
Esa petición de nuestra Señora hace pensar en el mensaje que nos da San Pablo a todos en Rom 12,1:
“Os exhorto, pues , hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.” En otras traducciones de la Sagrada Escritura nos dice ofrecernos como “hostias vivas”…
Esta disposición de los niños al sufrimiento fue la llave para que Dios derramara sobre ellos gracias sobreabundantes que se tornaron no solo en la santificación de sus almas sino también en el bien de la humanidad.
Pero no fue hasta el año 1925 cuando la Santísima Virgen le dijo a Sor Lucía que para que el mundo alcanzara la paz era necesario la comunión reparadora de los cinco primeros sábados. El ofrecimiento del Sacrifico Eucarístico en reparación por las ofensas recibidas. Es el ofrecimiento del “Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo en expiación por nuestros pecados y los del mundo entero”.
10 de diciembre de 1925, inmediatamente dijo Nuestra Señora a Lucía:
«Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación»
LOS PASTORCITOS Y LA EUCARISTÍA
En la vida de los pastorcitos se manifiesta esta profunda vivencia del misterio de la Eucaristía.
En el momento de las apariciones tanto del ángel como de la Virgen la única que había recibido su primera comunión era Sor Lucía. Ella fue la fuerza motora que utilizó el Señor para hacer crecer el amor y la devoción a “Jesús escondido” (como le llamaban al Señor) en el corazón de sus pequeños primos aun antes de las apariciones.
Sor Lucía
Sor Lucía tuvo la gracia de recibir la Sagrada Comunión cuando apenas tenía 6 años de edad. Tenemos que situarnos en el momento histórico. No fue hasta el 1910 que el Papa San Pío X en el Decreto “Quam singulari” señaló la importancia de la comunión frecuente y que los niños fuesen capaces de recibir la Santa Comunión en la edad de discreción, es decir tan pronto tuviesen uso de razón.
La madre de Sor Lucía probablemente tuvo conocimiento de esta disposición y por esto ella misma preparó a su hija para recibir la comunión. La madre de sor Lucía al ver que se acercaba el día en el párroco iba a dar la comunión a los niños de la Parroquia pensó que Lucía ya estaba lista para recibirla. La envió a la instrucción que daría el párroco acerca de la comunión y cuando examinaron a la niña, sabía aún mejor que algunos toda la doctrina necesaria para recibir su Primera Comunión. Recibió el permiso y toda la familia se puso manos a la obra para tener todo listo para el día siguiente.
Sor Lucía escribe en sus memorias:
“Mi alegría no tuvo explicación. Me fui tocando las palmas de alegría, corriendo todo el camino, para dar la buena noticia a mi madre, que enseguida comenzó a prepararme para llevarme a confesar por la tarde. Al llegar a la iglesia, le dije a mi madre que quería confesarme con aquel sacerdote de fuera. Él estaba confesando en la sacristía, sentado en una silla. Mi madre se arrodilló junto a la puerta, en el altar mayor, con otras mujeres que estaban esperando el turno de sus hijos. Y delante del Santísimo me fue haciendo las últimas recomendaciones.”
El confesor, movido interiormente por la gracia de Dios hizo hacer a Lucía un acto que prepararía su corazón para la venida de la Virgen, ella lo relata así:
El buen sacerdote, después de que me oyó, me dijo estas breves palabras:
–Hija mía, tu alma es el Templo del Espíritu Santo. Guárdala siempre pura, para que Él pueda continuar en ella su acción divina.
Al oír estas palabras me sentí penetrada de respeto interiormente y pregunté al buen confesor cómo lo debía hacer.
–De rodillas –dijo–a los pies de Nuestra Señora, pídele con mucha confianza que tome posesión de tu corazón, que lo prepare para recibir mañana dignamente a su querido Hijo, y que lo guarde para Él solo.
Había en la iglesia más de una imagen de Nuestra Señora. Pero como mis hermanas arreglaban el altar de Nuestra Señora del Rosario, estaba acostumbrada a rezar delante de Ella, y por eso allí fui también esta vez, para pedirle con todo el ardor que fui capaz, que guardase solamente para Dios mi pobre corazón. Al repetir varias veces esta humilde súplica, con los ojos fijos en la imagen, me parecía que Ella me sonreía y que, con su mirada y gesto de bondad, me decía que sí. Quedé tan inundada de gozo, que con dificultad conseguía articular las palabras.
La gracia estaba dada, y el corazón de Lucía estaba dispuesto.
La madre de Lucía le dijo que le pidiera al Señor que la hiciese santa, y así lo hizo:
“Entonces le dirigí mis súplicas:
–Señor, hazme una santa, guarda mi corazón siempre puro, para Ti solo.
Aquí me pareció que nuestro buen Dios me dijo, en el fondo de mi corazón, estas palabras:
–La gracia que hoy te ha sido concedida, permanecerá viva en tu alma, produciendo frutos de vida eterna.
¡Cómo me sentía transformaba en Dios!”
Este amor de Lucía por Jesús Sacramentado lo transmitió a sus dos primos Jacinta y Francisco, quienes a su vez crecieron en amor a Jesús Eucarístico. En ambos se despertó un deseo inmenso de recibir a “Jesús escondido”. Lucía se convirtió en la catequista de sus primos. Luego sería la misma Virgen Santísima quien terminara de catequizar a los pastorcitos.
Beato Francisco
De los tres niños, Francisco era el contemplativo y fue tal vez el que más se distinguió en su amor reparador a Jesús en la Eucaristía. Después de la comunión recibida de manos del Ángel, decía:
«Yo sentía que Dios estaba en mi pero no sabía como era.»
En su vida se resalta la verdadera y apropiada devoción católica a los ángeles, a los santos y a María Santísima. Él quedó asombrado por la belleza y la bondad del ángel y de la Madre de Dios, pero él no se quedó ahí. Ello lo llevó a encontrarse con Jesús. Francisco quería ante todo consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de la humanidad. Durante las apariciones, era esto lo que impresionó al joven.
Más que nada Francisco quería ofrecer su vida para aliviar al Señor quien el había visto tan triste, tan ofendido. Incluso, sus ansias de ir al cielo fueron motivadas únicamente por el deseo de poder mejor consolar a Dios. Con firme propósito de hacer aquello que agradase a Dios, evitaba cualquier especie de pecado y con siete años de edad, comenzó a aproximarse, frecuentemente al Sacramento de la Penitencia.
Una vez Lucia le preguntó,
«Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?»
Y él respondió:
«Yo prefiero consolar al Señor. ¿No viste que triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender mas al Señor, que está ya tan ofendido? A mi me gustaría consolar al Señor y después, convertir a los pecadores para que ellos no ofendan mas al Señor.» Y siguió, «Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora.»
Cuando llegaban al colegio, pasaban primero por la Iglesia para saludar al Señor. Mas cuando era tiempo de empezar las clases, Francisco, conociendo que no habría de vivir mucho en la tierra, le decía a Lucia,
«Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús Escondido. ¿Qué provecho me hará aprender a leer si pronto estaré en el Cielo?»
Dicho esto, Francisco se iba tan cerca cómo era posible del Tabernáculo.
Cuando Lucia y Jacinta regresaban por la tarde, encontraban a Francisco en el mismo lugar, en profunda oración y adoración.
Beata Jacinta
A través de la gracia que había recibido y con la ayuda de la Virgen, Jacinta, tan ferviente en su amor a Dios y su deseo de las almas, fue consumida por una sed insaciable de salvar a las pobres almas en peligro del infierno. La gloria de Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y de los sacerdotes, la necesidad y el amor por los sacramentos – todo esto era de primer orden en su vida. Ella vivió el mensaje de Fátima para la salvación de las almas alrededor del mundo, demostrando un gran espíritu misionero.
Jacinta tenía una devoción muy profunda que la llevo a estar muy cerca del Corazón Inmaculado de María. Este amor la dirigía siempre y de una manera profunda al Sagrado Corazón de Jesús. Jacinta asistía a la Santa Misa diariamente y tenía un gran deseo de recibir a Jesús en la Santa Comunión en reparación por los pobres pecadores.
Nada le atraía más que el pasar tiempo en la Presencia Real de Jesús Eucarístico. Decía con frecuencia,
«Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús.» «Cuánto amo a nuestro Señor,» decía Jacinta a Lucia, «a veces siento que tengo fuego en el corazón pero que no me quema.»
Fuentes: Sor María José Socías – Sctjm, Signos de estos Tiempos