Las olas retroceden ante una hostia consagrada: el Milagro Eucarístico de Tumaco

Cristo en un pedazo de pan.

 

Cuando pensamos en milagros eucarísticos nos solemos referir a sucesos en que la hostia consagrada se convirtió en carne y sangre, la de Cristo. Pero hay otros en que la propia hostia consagrada ha sido el vehículo por el cual se ha realizado un milagro. Una de los más conocidos de estos milagros es el de Tumaco, Colombia, donde una hostia consagrada fue el vehículo, sobre el que oró toda la población, para evitar un tsumani que hubiera barrido la ciudad en 1906.

 

playa de temuco

 

De este milagro no se conserva prueba física, como en otros milagros eucarísticos habituales, pero si relatos, que a la vez de informarnos del prodigio, ofician de un tipo de prueba. De cualquier forma hay que tomar en cuenta que muchos no creerán en estos milagros. Quienes son ateos no creerán aún con pruebas, y muchos cristianos tampoco creerán, porque afiliados a una “fe madura y adulta”, consideran a los milagros como hechos mágicos atribuibles a la crédula religiosidad popular, a tal punto que si Ud. recorre los sitios católicos más vinculados con el poder eclesial, verá que son excepcionales los artículos referidos a milagros, ni siquiera mencionados como hipótesis.

San Andrés de Tumaco es una ciudad Colombiana, también conocida como La Perla del Pacífico porque en sus playas se encontró la perla más grande hallada hasta el presente. Su población actual es de 188 mil habitantes.

UN TEMBLOR DE TIERRA QUE PREPARA UN TSUNAMI

El suceso tuvo lugar el 31 de enero de 1906, en el pueblo de Tumaco, situado en una pequeñísima isla en la parte occidental de Colombia, bañada por el océano Pacífico.

Hallábase allí de cura-misionero, en dicho tiempo, el reverendo padre fray Gerardo Larrondo de San José, teniendo como auxiliar en la cura de almas al padre fray Julián Moreno de San Nicolás de Tolentino, ambos recoletos.

Eran próximamente las diez de la mañana, cuando comenzó a sentirse un espantoso temblor de tierra, siendo este de tanta duración que, segun cree el padre Larrondo, no debió bajar de diez minutos, y tan intenso, que dio con todas las imágenes de la iglesia en tierra.

De más está decir el pánico que se apoderó el pueblo, el cual todo en tropel se agolpó en la iglesia y alrededores, llorando y suplicando a los padres organizasen inmediatamente una procesión y fueran conducidas en ellas las imágenes, que en un momento fueron colocadas por la gente en sus respectivas andas.

Parecíales a los padres más prudentes animar y consolar a sus feligreses, asegurándoles que no había motivo para tan horrible espanto como el que se había apoderado de todos, y en esto se ocupaban los dos fervorosos ministros del Señor cerca de la iglesia, cuando advirtieron que, como efecto de aquella continua conmoción de la tierra, iba el mar alejándose de la playa y dejando en seco quizá hasta kilometro y medio de terreno de lo que antes cubrían las aguas, las cuales iban a la vez acumulándose mar adentro, formando como una montaña que, al descender de nivel, había de convertirse en formidable ola, quedando probablemente sepultado bajo ella o siendo tal vez barrido por completo el pueblo Tumaco, cuyo suelo se halla precisamente a más bajo nivel que el del mar.

EL SACERDOTE CONDUCE A LA POBLACIÓN A LA PLAYA CON LA HOSTIA EN LA MANO

Aterrado entonces el padre Larrondo, lanzóse precipitadamente hacia la iglesia, y, llegándose al altar, sumió a toda prisa las Formas del sagrado copón, reservándose solamente la Hostia grande, y, acto seguido, vuelto hacia el pueblo, llevando el copón en una mano y en otra a Jesucristo Sacramentado, exclamó:

Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa y que Dios se apiade de nosotros.

Como electrizados a la presencia de Jesús, y ante la imponente actitud de su ministro, marcharon todos llorando y clamando a su Divina Majestad tuviera misericordia de ellos. El cuadro debió ser ciertamente de lo más tierno y conmovedor que puede pensarse, por ser Tumaco una población de muchos miles de habitantes, todos los cuales se hallaban allí, con todo el terror de una muerte trágica grabado ya de antemano en sus facciones.

Acompañaban también al divino Salvador las imágenes de la iglesia traídas a hombros, sin que los padres lo hubieran dispuesto, sólo por irresistible impulso de la fe y la confianza de aquel pueblo fervorosamente cristiano.

LA OLA SE FRENA

Poco tiempo había pasado, cuando ya el padre Larrondo se hallaba en la playa, y aquella montaña formada por las aguas comenzaba a moverse hacia el continente, y las aguas avanzaban como impetuoso aluvión, sin que poder alguno de la tierra fuera capaz de contrarrestar aquella arrolladora ola, que en un instante amenazaba destruir el pueblo de Tumaco.

No se intimidó, sin embargo, el fervoroso recoleto; antes bien, descendió intrépido a la arena y, colocándose dentro de la jurisdicción ordinaria delas aguas, en el instante mismo en que la ola estaba ya llegando y crecía hasta el último límite el terror y la ansiedad de la muchedumbre, levantó con mano firme y con el corazón lleno de fe la sagrada Hostia a la vista de todos, y trazó con ella en el espacio la señal de la Cruz.

¡Momento solemne! ¡Espectáculo horriblemente sublime!

La ola avanza un paso más y, sin tocar el sagrado copón que permanece elevado, viene a estrellarse contra el ministro de Jesucristo, alcanzándole el agua solamente hasta la cintura.

Apenas se ha dado cuenta el padre Larrondo de lo que acaba de sucederle, cuando oye primeramente al padre Julián, que se hallaba a su lado, y luego a todo el pueblo en masa, que exclamaban como enloquecidos por la emoción: ¡Milagro!  ¡Milagro!

En efecto, como impelida por invisible poder superior a todo poder de la naturaleza, aquella ola se había contenido instantáneamente, y la enormemontaña de agua, que amenazaba borrar de la faz de la tierra el pueblo de Tumaco, iniciaba su movimiento de retroceso para desaparecer, mar adentro, volviendo a recobrar su ordinario nivel y natural equilibrio.

ALEGRÍA Y FERVOR DEL PUEBLO

Ya comprende el lector cuánta debió ser la alegría y la santa algazar de aquel pueblo, a quien Jesus Sacramentado acaba de librar de una inevitable y horrorosa hecatombe.

A las lágrimas de terror sucediéronse las lágrimas del más íntimo alborozo; a los gritos de angustia y desaliento siguieron los gritos de agradecimiento y de alabanza, y por todas partes y de todos los pechos brotaban estentóreos vivas a Jesús Sacramentado.

Mandó entonces el padre Larrondo fuesen a traer de la iglesia la Custodia, y, colocando en ella la Sagrada Hostia, organizóse, acto seguido, una solemnísima procesión, que fue recorriendo calles y alrededores del pueblo, hasta ingresar Su Divina Majestad con toda pompa y esplendor en su santo templo, de donde tan pobre y precipitadamente había salido momentos antes.

Como el dicho estremecimiento no tuvo lugar sólo en Tumaco, sino en gran parte de la costa del Pacífico, por los grandes daños y trastornos que aquella ola, rechazada en Tumaco, causó en otros puntos de la costa harto menos expuestos que éste a ser destruídos por el mar, se puede calcular la importancia del beneficio que Jesús dispensó a aquel cristiano pueblo, el cual, por estar, como hemos dicho, a nivel más bajo que el del mar, probablemente hubiera desaparecido con todos sus habitantes.

He aquí lo que en carta que tenemos a la vista nos dice hablando de esto el misionero reverendo padre fray Bernardino García de la Concepción, que por entonces se hallaba en la ciudad de Panamá:

«En Panamá estaba en la mayor bajamar, y de repente (lo vi yo) vino la plenamar y sobrepasó el puerto, entrando en el mercado y llevándose toda clase de cajas: las embarcaciones menores que estaban en seco fueron lanzadas a grande distancia, habiendo habido muchas desgracias».

El suceso de Tumaco tuvo grandísima resonancia en el mundo, y de varias naciones de Europa escribieron al padre Larrondo, suplicándole una relación de lo acontecido.

Fuentes: “Prodigios Eucarísticos” de Fr. Antonio Corredor García, o.f.m. pags.108-113, Signos de estos Tiempos

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