Las críticas de que la Iglesia lo designe santo.

 

No se puede negar que Juan Pablo II inspiró la lucha para liberar a Europa del Este de la dominación Soviética, que su virtud personal y paternidad espiritual atrajeron a muchos católicos a la Iglesia, que dio a los discapacitados y las personas vulnerables un renovado respeto por su propia e inviolable dignidad, y alentó a miles de jóvenes a abrazar la vocación sacerdotal o religiosa. Pero un punto por el cual le atacan es respecto a su actuación en la crisis de los abusos sexuales del clero. 

 

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Algunos, dentro y fuera de Iglesia, llegan a reputar de encubrimiento lo que hizo Juan Pablo II en esa ocasión, y en especial recuerdan el caso de Marcial Maciel. Pero hay que recordar el escenario para poder juzgar: la crisis llegó de improviso y las organizaciones no suelen responder inmediatamente, en especial la Iglesia, cuyo tiempo se mide en años y no en días; las informaciones internas tardaron en llegar a Roma, porque las diócesis se habían inundado de una lógica de protección de los sacerdotes – clericalismo -, que en muchos casos llegaba hasta los nuncios apostólicos; cuando la crisis se presentó en toda su magnitud Juan Pablo II ya estaba viejo y enfermo y las decisiones más políticas debieron venir de su entorno. 

George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II ha abordado sobre esta cuestión en una variedad de foros. Más recientemente, él ofreció su juicio durante una entrevista del 24 de abril con National Review.

En primer lugar, Weigel confirmó que Juan Pablo fue engañado por el “maestro del engaño” y abusador en serie, el padre Maciel, fundador de la Legión de Cristo. Pero Weigel defendió los esfuerzos del Papa para hacer frente a la crisis en una manera integral, una vez que comprendió la enormidad del problema.

Juan Pablo II fue un gran reformador del sacerdocio. El sacerdocio católico en 1978 estaba en su peor forma desde la Reforma: miles de hombres habían abandonado el ministerio, y ahora sabemos que otros – una pequeña minoría – , se comportaban horriblemente al traicionar la confianza de los jóvenes. La crisis del sacerdocio fue manejada por Juan Pablo II en forma exhaustiva, por su enseñanza, por su ejemplo, por su reforma de los seminarios, y su reforma del episcopado mundial. Lo primero que hay que decir en justicia acerca de Juan Pablo II y el sacerdocio es que él es uno de los grandes reformadores papales del sacerdocio.

En segundo lugar, está claro que la Santa Sede y el Papa no estaban viviendo la crisis de los abusos en “tiempo real”, por ejemplo con la Iglesia en los Estados Unidos en 2002, un retardo en la información dio lugar a una falsa impresión de falta de atención o negativa a enfrentar los hechos.

En tercer lugar, cuando Juan Pablo II estuvo plenamente informado de lo que había sido revelado en los primeros cuatro meses de 2002, actuó con decisión, convocando a los cardenales estadounidenses al Vaticano e iniciando un proceso que llevó a una reforma importante y continua de los seminarios de Estados Unidos.

En cuarto lugar, la forma rigurosa en que la Iglesia católica se ha ocupado de lo que es una plaga de la sociedad – el abuso sexual de los jóvenes – debe ser tomada como un modelo para otras instituciones. La plaga es real, pero la obsesión de mirar con un solo ojo, al impacto de la plaga en la Iglesia Católica, hace que sea más difícil hacer frente a la crisis mucho más generalizada de abuso sexual: en las familias (donde se lleva a cabo la mayoría de los abusos a los jóvenes) o en las escuelas públicas.

Weigel también señaló que Dios, la acción divina – no la Iglesia o el Papa – “hace santos.”

La Iglesia (a través del Papa y sus colaboradores) reconocen a los santos que Dios ha hecho. En el primer milenio de la historia cristiana, la Iglesia “reconoce” los santos a través de la aclamación popular. Desde mediados del siglo XVII en adelante, la Iglesia utiliza un proceso legal más complejo (y francamente contradictorio) para probar si las reputaciones populares para la virtud heroica se justificaban – la definición de “santidad” que la Iglesia usa en la evaluación de estas cosas. Ese proceso fue reformado por Juan Pablo II en 1983, por lo que el proceso actual se parece más a un seminario de doctorado en historia que a un juicio.

¿Será la respuesta de Weigel satisfactoria a todos los católicos cuya fe ha sido dañada por la crisis de abusos sexuales del clero, o – peor – cuya inocencia propia fue destrozada por un pastor de confianza? Lo cierto es que simplemente repitiendo que Juan Pablo II no fue cómplice de los abusos no es una forma correcta de abordaje, sino explicar el escenario y las cosas que hizo.

Fuentes: National Catholic Register, Signos de estos Tiempos 

 

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