El célebre grafito XA(IRE) MARIA, Ave María, encontrado en la casa de la Virgen en Nazaret y la manifestación de fe que una peregrina, hacia el siglo III, dejó grabada en el fuste de una columna del santuario de la Anunciación de Nazaret: “en el lugar sagrado de M(aría) he escrito”, constituyen dos manifestaciones de grandísima importancia que prueban el culto que los cristianos de los primeros siglos rendían a María. Pero es la época bizantina la que nos ha conservado numerosos documentos de devoción hacia la Madre de Jesús por parte del pueblo cristiano.
MEDALLONES, ANILLOS, FRASCOS Y PENDIENTES CON LA FIGURA DE MARÍA
El Evangelio introduce, en la escena de la Anunciación, a la Virgen de Nazaret en la economía de la Salvación. Esta escena evangélica está representada en variados objetos de uso privado fabricados en la época bizantina, por ejemplo, en un encolpion o medallón episcopal, procedente del valle del Jordán, hoy conservado en el Museo de Rockefeller (Jerusalén). La Anunciación está también representada en un anillo de oro, proveniente de Siria, guardado en el Museo del Estudio Bíblico Franciscano de la Flagelación. En el anillo figura la escena de la Anunciación con el saludo, en griego, del ángel: «Ave María, llena de gracia«.
El Museo de Monza, Italia, posee un disco de terracota en el que está reproducida la Anunciación con el saludo del ángel. Este objeto, muy probablemente llevado a Monza por un peregrino, proviene del santuario de san Gabriel de Nazaret, situado junto a la fuente, donde, según el Protoevangelio de Santiago, tuvo lugar la Anunciación.
Idéntica escena se encuentra en un frasco de terracota, conservado en el Museo de Israel y en otros frascos de metal, de origen palestinense, conservados en Monza y en Bobbio (Italia). Estos frascos o eulogias (recuerdo-bendición) se vendían a los peregrinos que visitaban los Santos Lugares. En ellos se guardaba aceite bendito, recogido de las lámparas que ardían en los santuarios de Tierra Santa. Además de la Anunciación están reproducidas otras escenas evangélicas: la Visitación, la Natividad, la Adoración de los magos y de los pastores, la Crucifixión, la Ascensión y Pentecostés, episodios de la vida de Jesús en los que María ocupa un lugar iconográfico muy importante.
Escenas evangélicas como éstas están figuradas también en varias miniaturas en pulseras, fabricadas en la misma época en Siria y en Palestina y conservadas actualmente en el Museo del Cairo y en la colección de Béarn en París.
Un anillo de oro, proveniente de Irbed (Jordania), guardado en el Museo de Amán, lleva el nombre de su propietaria y la siguiente inscripción-invocación a la Madre de Jesús: «Madre de Dios, protege a tu sierva«.
En un pendiente de metal, de forma rectangular, hallado en Beit Shean, en el valle del Jordán, María está representada con las palabras «Santa María«.
Frecuentemente los arqueólogos encuentran en el curso de las excavaciones objetos como éstos, relacionados con el culto mariano.
MOSAICOS E ICONOS CON LA FIGURA DE MARÍA
El monasterio de santa Catalina del monte Sinaí es uno de los pocos edificios cristianos de Oriente que no ha sufrido de la crisis iconoclasta de los siglos VIII y IX y de las destrucciones ulteriores. En él hallamos dos atestaciones de devoción y de culto hacia la Madre de Dios. En el mosaico del ábside justiniano del siglo VI está figurada una deesis o intercesión, formada por el busto de María y el de san Juan Bautista a cada lado de la cruz y del Cordero místico. De esta misma época data un icono de la Virgen, sentada en un trono en medio de ángeles y de santos.
Es sabido que el culto a los iconos fue desaprobado y combatido por una corriente de teólogos que veían en él una vuelta a la idolatría.
La iglesia de santa María de Mádaba (Jordania), tenía muy probablemente en la concha absidal un fresco o un mosaico representando a la Virgen. Así parece colegirse de la inscripción que se halla en el pavimento central de la misma iglesia: «Si quieres mirar a María, Madre virginal de Dios, y a Cristo que nació de ella, Rey universal, Hijo único del único Dios, purifica tu espíritu, tu carne y tus obras. Puedas purificar también al pueblo de Dios por (tus) oraciones». Esta inscripción refleja la doctrina teológica de la presencia del mundo divino en los iconos, y su lectura preparaba espiritualmente al cristiano deseoso de acceder a la visión y a la veneración a María.
LA VIRGEN APARECE CON EL TÍTULO IMPERIAL DE «SEÑORA»
Los iconos, por la riqueza de su colorido, llevan al pueblo cristiano a contemplar la majestad real de María, Madre de Dios. De aquí que en la época bizantina la Virgen recibiera el título imperial de Despoina o Señora (Reina), además de otros títulos dados por la devoción popular y después concretados y justificados en el curso de los debates teológicos relacionados con las crisis arriana y monofisita de los siglos IV y V.
Así, en una inscripción de la iglesia de Mádaba, arriba citada, leemos: En tiempo del padre nuestro el obispo Teófanes fue realizado este hermoso trabajo de mosaico de la gloriosa y venerable casa de la santa e inmaculada Reina… Madre de Dios, gracias al cielo y al entusiasmo del pueblo, amigo de Dios, de esta ciudad de Mádaba, por la salvación y la ayuda y la remisión de los pecados de los que han ofrecido y de los que ofrecen sus ofrendas a este lugar santo. Amén, oh Señor. Fue terminado por la gracia de Dios en el mes de febrero del año 974, en la quinta indicción.
Esta inscripción de Mádaba, por la inspiración poética y la precisión teológica de los términos empleados, tiene parecido con la inscripción griega de la iglesia de la Virgen en Bosra (Siria), en la que se recuerda al obispo Antipater, brillante polemista del siglo V, autor de una homilía pronunciada con motivo de la fiesta de la Asunción de María. La inscripción dice: «Guardián y campeón ilustre de la doctrina ortodoxa, un pontífice inspirado por Dios construyó (este edificio) de una incomparable belleza. Es Antipater, célebre por su sabiduría, después de combates victoriosos, para honorar con magnificencia a la Madre de Dios, virgen pura, María, celebrada con himnos, sin mancha y llena de los dones del cielo». Los tres últimos títulos aplicados a María son copia del vocabulario de la antigüedad clásica cuando se dirigía a los dioses.
Una tercera inscripción, grabada en un cipo junto a la iglesia de santa María de Calcis (Líbano), recuerda el derecho de asilo, concedido por decreto imperial, del que gozaba el santuario mariano: “Cipos de asilo, concedidos al oratorio de nuestra Señora, la santa y gloriosa Madre de Dios, María, eternamente virgen, por nuestros emperadores llenos de piedad y de amor por Cristo».
Una estela de Hama, Siria, lleva la misma inscripción: «Cipos de asilo de nuestra Señora, la Madre de Dios, y de los santos Cosme y Damián…»
LA VIRGEN Y EL TÍTULO DE «THEOTOCOS»
El título más corriente que encontramos en las inscripciones de la época es el de Theotocos, es decir, Madre de Dios, acompañado frecuentemente de otros títulos como el sinónimo de «Theometora«, o el de Santa María. Algún historiador ha querido ver en el título de Santa María, cuando va solo, un indicio de herejía monofisita. Esta interpretación es falsa, al menos en nuestra región.
La iglesia de la Virgen en Shaqqa (Siria), es llamada, en una inscripción, la «Casa de la santa Madre de Dios, María». En la villa de Mariamín, también en Siria, «en el mes de julio del 493 fue erigido, a la gloria de Cristo, nuestro Señor, el oratorio de la Madre de Dios, María».
El emperador Justiniano mandó construir en Jerusalén, enfrente de las ruinas del Templo, una grandiosa basílica «en honor de la gloriosa Virgen María, madre de Dios». La basílica era conocida con el nombre de Nea Ecclesia o Iglesia nueva. Esta basílica, que tenía además un monasterio anejo y una hospedería para peregrinos, fue descubierta y estudiada por el profesor Avigad, de la Universidad Hebrea.
El mismo emperador Justiniano fortificó la espléndida basílica octogonal del monte Garizím, en Samaria, erigida por su predecesor el emperador Justino en honor de la Theotocos. Estaba situada enfrente de las ruinas del templo pagano y de la sinagoga samaritana.
SIGUEN LAS INVOCACIONES A MARÍA
Son frecuentes, asimismo, las simples invocaciones a María, pidiéndola protección con la clásica fórmula: «Santa María o madre de Dios, protege a tu siervo, a tu sierva, a tu pueblo, etc.». Encontramos también invocaciones marianas con una teología más elaborada, como ésta en el pueblo sirio de Refade: «Jesús de Nazaret nacido de María, Hijo de Dios». En Rash el-Hajal asimismo, en Siria, un cristiano se dirige a la «Madre de Dios, siempre Virgen María», y en Deir Seta, pueblo sirio, una inscripción nos manifiesta la intercesión a María asociada a la fórmula de fe en la Santísima Trinidad: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Esta misma fórmula la hallamos en dos papiros de Netzana, en el Neguev, en los que vemos redactados un certificado de pago parcial de una deuda. El certificado comienza con las palabras: «En nombre de la santa y gloriosísima y vivificante Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de nuestra gloriosa Señora (Reina), la Madre de Dios, siempre virgen, María, y de los coros de los santos mártires…» Después de haber enumerado una serie de gastos, se termina con esta oración: «Por intercesión de nuestra Señora, madre de Dios, y siempre virgen, María y de Juan Precursor y Bautista y de todos los santos mártires».
La estrecha asociación entre María y Jesús está manifestada en otras fórmulas, como por ejemplo, en la sigla griega XMI; que generalmente se traduce por «Cristo Nacido de María», o en la inscripción en el mosaico de la iglesia de la Virgen en la villa de Rihab, Jordania: «Señor, Dios de Santa María y de todos los santos, ten piedad de todo el mundo y protege a los donantes». La devoción popular asocia frecuentemente María a la fe en el poder salvador de Jesús, por ejemplo, en esta inscripción: «Señor Jesús y Santa María Madre de Dios, ten piedad de…»
En fin, la prueba más convincente del incremento de la devoción mariana entre los cristianos de los primeros siglos es la frecuente presencia del nombre de María en las inscripciones de la región, nombre muy superior numéricamente al de cualquier otra mujer.
Fuente: Michele Picirillo para la Revista TIERRA SANTA [Mayo-Junio 1990]