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El día después de Pentecostés la Iglesia Católica celebra la fiesta de María Madre de la Iglesia.

Es un título popular antiguo, que fue proclamado por el Papa Pablo VI en el Concilio Vaticano II.

Y cuya fiesta para toda la Iglesia la instauró recientemente el Papa Francisco.

El objetivo explícito del Papa Francisco es que fomente la piedad mariana y el sentimiento maternal de la Iglesia.

En el 2018 comenzó la celebración anual de María Madre de Dios.

El Vaticano lo decretó que el lunes siguiente a Pentecostés se celebre esta fiesta.

Esta memoria se celebrará anualmente agregándose al Calendario General Romano, al Misal Romano y a la Liturgia de las Horas.

   

EL DECRETO DEL PAPA FRANCISCO

En el decreto el cardenal Sarah expresó,

Esto estaba ya de alguna manera presente en el sentir eclesial a partir de las palabras premonitorias de san Agustín y de san León Magno.

El primero dice que María es madre de los miembros de Cristo, porque ha cooperado con su caridad a la regeneración de los fieles en la Iglesia.

El otro, al decir que el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del Cuerpo, indica que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo, Hijo de Dios, y madre de los miembros de su cuerpo místico, es decir, la Iglesia.

Estas consideraciones derivan de la maternidad divina de María y de su íntima unión a la obra del Redentor, culminada en la hora de la cruz.».

No es un quinto dogma mariano sino que resalta una cualidad preciosa de Nuestra Señora.

Hasta ahora la Iglesia Católica ha proclamado 4 dogmas marianos: la virginidad perpetua de la Virgen María, María madre de Dios, la Inmaculada Concepción y la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma.

Esto no es nada más que la extensión a toda la Iglesia de un decreto que hizo el papa Pablo VI luego de la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, y que tardó el llegar.

   

LOS TÍTULOS DE MARÍA

Desde las reflexiones teológicas más tempranas en la historia de la Iglesia encontramos a la Santísima Virgen con el nombre de Theotokos que estrictamente significa portadora de Dios, y que puede ser traducido como Madre de Dios.

En las letanías lauretanas se mencionan una serie de títulos adjudicados a la Santísima Virgen a través de la historia pero no son los únicos.

A continuación los títulos de María en las Letanías de Lauretanas:

Santa María,
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las Vírgenes,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
Madre de la divina gracia,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre siempre virgen,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,
Madre de misericordia,
Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de alabanza,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,
Espejo de justicia,
Trono de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso de insigne devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la Alianza,
Puerta del cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consoladora de los afligidos,
Auxilio de los cristianos,
Reina de los Ángeles,
Reina de los Patriarcas,
Reina de los Profetas,
Reina de los Apóstoles,
Reina de los Mártires,
Reina de los Confesores,
Reina de las Vírgenes,
Reina de todos los Santos,
Reina concebida sin pecado original,
Reina asunta a los Cielos,
Reina del Santísimo Rosario,
Reina de la familia,
Reina de la paz.

La justificación para situar la celebración de María Madre de la Iglesia después de Pentecostés le sugirió Benedicto XVI en el 2010 cuando dijo que «no hay Iglesia sin Pentecostés y no hay Pentecostés sin María»

Él habló de efusión constante el Espíritu Santo sobre la Iglesia, sin la cual agotaría sus fuerzas como un velero sin viento.

Y aclaró que la Santísima Virgen estuvo presente en el cenáculo con los discípulos cuando descendió el Espíritu Santo, como está ahora en todos los lugares y en todos los tiempos.

Y por lo tanto, cuando los cristianos se unen en oración con María, el Señor les ofrece su Espíritu.

   

EL DECRETO DE PABLO VI PROCLAMANDO A MARÍA MADRE DE LA IGLESIA

El 21 de noviembre de 1964 el papa Pablo VI decretó, al final de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, lo siguiente,

Así pues, para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título”.

Y agregó,

“Se trata de un título, venerables hermanos, que no es nuevo para la piedad de los cristianos; antes bien, con este nombre de Madre, y con preferencia a cualquier otro, los fieles y la Iglesia entera acostumbran a dirigirse a María”.

Pablo VI proclamó solemnemente una verdad que ya era conocida y aceptada universalmente dentro de la Iglesia.

Aunque en los últimos tiempos había estado ensombrecida por el minimismo mariano.

El Santo Padre lo proclamó aduciendo su autoridad en el magisterio ordinario.

Y en realidad significó una contracorriente al espíritu del Concilio Vaticano II.

Que había puesto mucho énfasis en el ecumenismo para no ofender a los protestantes, que no valoran a la Santísima Virgen María.

Este decreto no es una definición dogmática, aunque se llevó acabó en el contexto de un Concilio.

Sin embargo tiene el valor doctrinal correspondiente al magisterio ordinario de la Iglesia.

Y se basó para ello en la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio, complementado con su autoridad papal.

El papa Pablo VI había confiado a la Santísima Virgen la tercera sesión del Vaticano II y otros problemas de la Iglesia.

Y cómo justificación reveló

“Esta es la razón por la cual levantamos ardientemente nuestros ojos hacia ella con la confianza y el amor de los niños.

Quien nos dio a Jesús, fuente de gracia sobrenatural, no dejará de ofrecer a la Iglesia su amor maternal, especialmente en este momento en que la Novia de Cristo trabaja incesantemente para cumplir su misión salvadora”.

Y también,

«Confiamos entonces en que con la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia, sellada por el anuncio de María como Madre de la Iglesia, es decir de todos los fieles y todos los pastores, el pueblo cristiano puede, con mayor ardor, volverse hacia la Santísima Virgen y rendirle el honor y la devoción que se le debe«.

Los historiadores del Concilio Vaticano II, que funcionó de 1962 a 1965, recordarán que hubo una batalla sobre el enfoque eclesial de la mariología.

Había oposición a introducir el título María Madre de la Iglesia en los documentos del Concilio, porque decían que sería un obstáculo para el logro del objetivo principal de la promoción del ecumenismo.

Al punto que Monseñor Philips de la Universidad de Lovaina, dijo que esta definición eclesiológica mariana sería un golpe tan fuerte en la Iglesia como si la tierra fuera golpeada por un cometa.

Hasta esos extremos llegaban ese momento el minimismo mariano y la protestantisación de la iglesia.

   

QUÉ PASÓ CON LA VIRGEN MARÍA EN EL CONCILIO VATICANO II

El minismimo mariano se había colado en el Concilio Vaticano II con mucha fuerza.

En la segunda sesión del Concilio en 1963, una estrecha diferencia decidió no dedicar un documento separado a María si no incluirla en lo que luego se convirtió en Lumen Gentium.

La votación fue 1114 a 1074, con apenas 40 votos de diferencia, fue la votación más polémica del Concilio.

Este diferendo lo solucionó el papa Pablo VI un año después, decretando a María Madre de la Iglesia, mientras se promulgaba la Lumen Gentium que minimizaba precisamente a María.

Significó que el Papa tomó partido por aquellos que pretendían expandir la doctrina mariológica.

Esta decisión de Pablo VI no causó mayores conflictos, sino que fue aplaudida por la Iglesia, aunque lentamente instrumentalizada.

Porque recién 50 años más tarde se decreta la fiesta universal de María Madre de la Iglesia.

Sin embargo en todos estos años se agregó el título en el Misal Romano y en las Letanías de Loreto que invocan la intercesión de la Santísima Virgen en varios títulos.

Y por ejemplo el papa Juan Pablo II construyó un monasterio llamado Mater Ecclesiae en el Vaticano, en el que casualmente reside el Papa Emérito Benedicto XVI.

   

DONDE PODEMOS ENCONTRAR ESTE TÍTULO EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA Y EN LAS ESCRITURAS

San Agustín ya había expresado,

Ella es claramente la Madre de Sus miembros; es decir, de nosotros mismos, porque ella cooperó con su caridad, para que los cristianos fieles, miembros de la Cabeza, puedan nacer en la Iglesia”.

Pero no sólo él sino que desde los tiempos de San Ireneo, se consideraba a la Santísima Virgen como colaboradora con su hijo en La redención y en la concretización de la Iglesia.

Pablo VI en su Credo del Pueblo de Dios dijo,

«Creemos que la Santísima Madre de Dios, la Nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su papel materno con respecto a los miembros de Cristo, cooperando con el nacimiento y crecimiento de la vida divina en las almas de los redimidos”.

En la encíclica Redemptoris Mater, Juan Pablo II expresa,

«En su nueva maternidad en el Espíritu, María abraza a todos y cada uno en la Iglesia, y acoge a todos y cada uno a través de la Iglesia. En este sentido, María, Madre de la Iglesia, es también el modelo de la Iglesia».

E incluso en Lumen Gentium, en el numeral 53 dice que “María es miembro preeminente y único de la iglesia”.

Todo esto lo podemos ver también en las escrituras.

Cuando Jesús estaba en la cruz y vio a su madre y a su discípulo amado le dijo,  “mujer he ahí a tu hijo” y luego le dijo a San Juan “he aquí a tu madre, y a partir de esa hora el discípulo la llevó a su casa”.

Esto no fue solamente un diálogo entre Juan, María y Jesús.

Ni la búsqueda de un lugar para que viviera María y un protector.

Sino que tiene un significado espiritual, donde cada cristiano es el discípulo que Jesús amó.

Y es confiado a María como su hijo y María es dada a cada uno de los cristianos como su Madre.

También en el Apocalipsis vemos que cuando el dragón intenta destruir al hijo de la mujer.

Como el dragón no puede vencer a la mujer va a hacerle la guerra a su descendencia.

¿Y quién es su descendencia?

Son los cristianos, quienes guardan los mandamientos de Dios y testimonian a Jesús.

Pero el punto central es cuando la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

Jesús antes su Ascensión dijo a los apóstoles que permanecieran en la ciudad hasta que llegará el Espíritu Santo.

Y efectivamente los apóstoles estaban reunidos con María en el mismo lugar que fue donde se produjo la última cena y donde Nuestro Señor instituyó la Eucaristía.

El Catecismo de la Iglesia Católica resalta la presencia de María con los apóstoles inaugurando la Iglesia en la mañana del Pentecostés.

Precisamente el cardenal Sarah, en la carta de promulgación de esta fiesta, señala que la misión de María en el cenáculo mientras oraba es el inicio de la Iglesia.

María como madre de Cristo, que es la cabeza de la Iglesia, es también la Madre de la Iglesia.

   

DE LA MATERNIDAD ESPIRITUAL DE MARÍA A LA MATERNIDAD DE LA IGLESIA

El título Madre de la Iglesia reconoce solemnemente la maternidad espiritual de María cómo madre de todos los Redimidos por Su Hijo.

Ella es la Madre del Pueblo de Dios y del cuerpo Místico de Cristo en todas las generaciones.

Hay que considerar que ella fue predestinada desde la eternidad para ser Madre del Hijo de Dios en la Encarnación.

Y esto no significa solamente la maternidad biológica, sino también la maternidad espiritual, respecto a la multitud de hijos que son discípulos del Hijo que ella engendró biológicamente.

De alguna manera se puede considerar a la Iglesia como la familia de Dios.

Y María es la Madre de todo el pueblo de Dios, o sea de los pastores y de los fieles.

Se trata más bien de una cualidad antes que una realidad de sustancia.

Y toma diversas formas, como la actividad de una maternidad corredentora en colaboración con su hijo.

También en una mediación maternal, influenciando salvíficamente a los hombres, como lo consideró Juan Pablo II.

Y también está referido a la distribución de las gracias y la intercesión por sus hijos.

El papa Juan Pablo II lo expresó claramente cuando dijo,

“La maternidad espiritual de María con respecto al Espíritu comenzó con la maternidad física respecto al cuerpo”.

Y establece el momento cuando esto comenzó, diciendo,

“En el mismo momento que comenzó su maternidad física también lo hizo su maternidad espiritual”.

   

QUÉ SIGNIFICA DECIR QUE MARÍA ES MADRE DE LA IGLESIA

María nos dio a su hijo, sin el cual no habría Iglesia.

Él es la cabeza de la Iglesia y sufrió y murió en la cruz por nuestra salvación.

Y todos somos el cuerpo místico de la Iglesia.

Fue María que encarnó a Jesús en su cuerpo por el poder del espíritu santo y luego contribuyó a la formación de la Iglesia subordinada a Cristo.

Ella es la Madre de la Iglesia designada clara irrevocablemente por su hijo cuando estaba en la cruz.

Cuando le dijo al discípulo amado “he aquí a tu madre”.

Lo que significa que le asignó que cuidará de nosotros como sus hijos. Y nosotros somos la Iglesia.

Incluso se puede ver que la Ascensión a los cielos de Jesús unos 15 años antes que Su Madre, como lo dice la tradición, no fue casual.

Él quiso que Su Madre quedara en la Tierra para tutelar la infancia de la Iglesia.

En los hechos de los Apóstoles y las cartas de San Pablo se nota el cuidado amoroso de la Madre.

Y en los últimos tiempos en que vivimos vemos su presencia mucho más activa en las apariciones Marianas, lo que demuestra su preocupación por sus hijos.

Los mensajes que sistemáticamente María está entregando a los videntes en los últimos siglos es un llamado a la conversión hacia Su Hijo.

De modo que el maternal cuidado de María hacia sus hijos pasa porque miremos a Jesús.

Y en este mundo sufriente qué necesita creer, ella constantemente anuncia que hay un Dios que ama sus hijos y que quiere salvarlos, y hay una Madre que se preocupa por ellos dándoles el anuncio de Su Hijo incesantemente.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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