En el año 1950 la Virgen María pidió a una humilde Clarisa acuñar una medalla a los Consagrados a su Corazón Inmaculado.

medalla de los consagrados

La Medalla de los Consagrados es un regalo de amor de la Virgen María a todos los que viven los compromisos.
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Pero también es un recordatorio a todos sus hijos que no corresponden a su amor.

El instrumento utilizado por María, para dar a conocer al mundo su medalla, fue la Hermana Clara Scarabelli (1912-1994) que vivía completamente inmersa en el amor de Dios y las almas, y su vida fue un ejemplo brillante de abandono filial a Santísima Virgen.

La Virgen se le apareció repetidas veces desde 1950, pidiéndole hacer acuñar una medalla que fuese la señal del don de su corazón a los hijos que viven y practican la consagración hecha por Pio XII el 3-10-1942, como ella mismo había pedido a Fátima.
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Y en el mismo tiempo fuese una llamada para todos aquellos, qué habiéndola hecho, no la viven ni la practican.

La hermana Clara Scarabelli nació el 29 de Marzo de 1912 en Genepreto, una pequeña aldea del valle del Tidone en la región de Piacenza. (Italia) y murió el 29 de enero de 1994 en Mantova.

Fue bautizada el mismo día de su nacimiento. Tres días después de haber cumplido once años, murió su mamá; haciéndose responsable de la casa y el cuidado de las cuatro hermanas, la más pequeña tenía solo pocos meses de edad.

El día de su primera Comunión, Jesús le pidió si quería ser toda suya. Ella contestó con un rápido sí, al que permaneció fiel durante toda su vida.

A la edad de diecinueve años pudo, al fin, cruzar los umbrales del monasterio de santa Clara del Santísimo nombre de Jesús, situado en la plaza Roma de Venezia.

Aunque había tenido de pequeña experiencias místicas bien controladas y documentadas por su Párroco, que siguió su camino espiritual desde su niñez hasta su entrada en el monasterio, las hermanas de claustro con las que vivió su vida de consagración, nunca jamás sospecharon nada.

Por un misterioso designio de la Providencia, vivió por un largo período en su comunidad, en situación de sospecha por las graves acusaciones provocadas y, por consiguiente, fue víctima de medidas de marginación.

La Virgen María, apareciéndose durante la adoración nocturna, le confió una misión que, por una serie de acontecimientos dolorosos, se convirtió, para ella, en un secreto que le quemó en el corazón por más de cuarenta años.

Lo que sigue es un extracto de los relatos de la hermana Scarabelli realizado en varios libros de los cuales es autora.

 

PRIMERA APARICIÓN
Mayo de 1950 “¡Te necesito!”

Era entre el 15 y el 16, porque faltaba poco para la medianoche. Me encontraba en la capilla para la adoración nocturna.

Estaba rezando con el corazón mas que con los labios, por toda la humanidad.

Delante del Sagrario pedía perdón a Jesús, piedad, misericordia para todos mis queridísimos hermanos pecadores de la tierra.

Estaba suplicando a la Virgen Santísima, refugio de los pecadores, que intercediese ante su Hijo Jesús para que nadie se perdiera sino que a todos les fuera dado el paraíso, cuando, con gran sorprea mía, al lado derecho del altar, vi aparecer una luz grandísima.

¡Quedé confusa a la vista de aquel resplandor que encandilaba los ojos !Creia soñar.

Mientras estaba mirando, una gran alegría me inundó el alma.

Yo vi descender una bellísima Señora, de una belleza que no encuentro palabras para expresarlo.

Estaba vestida toda de blanco, cubierta con un velo, también blanco, que le bajaba hasta los pies, todo ornado de oro.

A los costados tenía, como cinturón, una cinta azúl.

Tenía la mano izquierda a la altura de la cinta, o mejor, un poco más arriba y en ella el corazón.

A su alrededor, como un cerco, había una corona de gruesas espinas, tres de las cuales lo penetraban.

Una espada traspasaba el corazón por la parte izquierda.

Viéndome temerosa e incierta, me dijo sonriéndome:
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No temas, pequeña mía, soy tu Mamá, la Reina del cielo y la tierra. Vengo a ti para pedirte un favor: ¡Te necesito!

Me quedé asombrada. Toda temblorosa le pregunté:
¿Mamá que puedes hacer con esta pequeña e insignificante?

Precisamente por eso te he elegido a ti, para que todos comprendan que cuanto suceda es solo cosa mía, y que no viene de ti.

También te digo que si hubiera encontrado a una más pequeña que tú, la hubiera preferido.

¿Ves éstas espinas que me traspasan el corazón? .Son los pecados de tantos hijos míos que no me aman y ofenden al Señor.

Vengo para llamarlos de nuevo a la conversión, a la penitencia, y para darles el regalo de mi corazón, a fin de que comprendan cuanto les amo, a pesar de sus pecados.

Los espero para llevarlos al Corazón de Cristo y así consolar a Jesús por los numerosos pecados que cometen tantas criaturas suyas.

Su misericordia es infinita. El espera con ternura que todos vuelvan a su corazón.

Ha confiado a mi Corazón Inmaculado la salvación de la humanidad.

Yo soy el refugio de los pecadores. ¡Venid, venid todos a mi corazón y encontrareis la paz que tanto buscáis!

¿Dime, pequeña mía, quieres a Jesús?

Mamá sabes que lo quiero, pero quisiera amarlo más. Es un tormento, para mí, esta sed.

!Quisiera amarlo como lo amas Tú!

¿Y a tu Mamá ¿la quieres? ¿me amas?.

Mamá, ¿por qué me lo preguntas? Tú me ves, me conoces, sabes todo, ¡sabes que te amo!

¡Si, sé que tú me amas y por esto te pregunto si aceptas de cooperar conmigo para dar un regalo de amor a todos mis hijos, los predilectos de mi corazón, que amo y que me aman, pero que será una llamada también para los que no me aman!.

Mi corazón los espera a todos para llevarlos a Jesús y al Padre.

En aquel momento vi, como en un espejo, toda mi miseria, mi pobreza, mis pecados, la realidad en la que me encontraba dentro de mi Comunidad.

Hacía mucho tiempo que era objeto de desprecio, de incomprensiones, etc.

Me miró con ternura y me dijo:

Lo se todo, yo te he sostenido, no temas, las almas cuestan sangre.

¿No quieres salvarlas a todas?

Un momento de silencio, después continuó:

Por lo tanto, ¿estás dispuesta a cooperar con tu Mamá para dar éste regalo, como mi corazón desea, a las almas?

Entonces con un nudo en la garganta contesté:

Mamá, ¡nadie me creerá, estropearé tu obra!

Pero, aquí estoy. ¡Haz de mi todo lo que quieras!

Gracias, no temas, ama mucho a Jesús.

Volveré para decirte lo que espero de ti. Te bendigo.

Y me puso una mano sobre la cabeza diciendo:

¡Arrivederci! (¡hasta la vista)! ¡Adios!

Lentamente elevándose de la tierra desapareció.

La luz permaneció todavía por un breve tiempo; después desapareció.

Me quedé sola. No lo podía creer, pero tenía tanta paz en el corazón que sentía necesidad de orar, de silencio, de (ocultamiento) soledad, desaparecer a los ojos de las criaturas, de unión con Dios y con la Mamá.

 

SEGUNDA APARICIÓN
7 de octubre de 1950 «… te confío la misión de hacer acuñar una medalla»

Rezaba a la Virgen Santísima para que Ella, refugio de los pecadores, intercediera ante su Hijo Jesús por la salvación de todos mis queridísimos hermanos pecadores que viven bajo el cielo.

Insistía para que ni siquiera uno solo se perdiera, ya que Jesús, muerto en la cruz por todos, ¡no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva!

Experimentaba dentro de mí gran paz y tenía la seguridad de que Ella, tan poderosa, habría actuado de manera que, por los méritos de Cristo, todas las almas se salvaran.

Con gran sorpresa y alegría vi aparecer una gran luz, al lado derecho del altar.

Un instante después, he aquí que aparece la bella Señora que me había hablado el 15 de mayo. Se acercó a mí con una dulce sonrisa.

Tenía el mismo aspecto, vestía de la misma manera, llevaba el corazón en la mano izquierda, en la derecha la corona del rosario con las cuentas de oro y una cruz que bajaba hasta más o menos diez centímetros de sus blancos y cándidos pies.

Rodeando su persona, como un cerco, estaba escrito en letras de oro;
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«Madre mía, confianza y esperanza, en ti me confío y abandono»
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Me miraba con una ternura y una sonrisa que no encuentro palabras para expresarlas.

Me dijo:

Pequeña mía, ¡he venido para confiarte una misión!.

Te necesito para donar a mis queridos hijos, que son la alegría de mi corazón, porque me aman y practican la consagración hecha a mi Corazón Inmaculado que yo pedí en Fátima, por voluntad de Jesùs.

Y aún os digo: «¡Rezad, amaos como hijos de Dios, como verdaderos hermanos, amaos como os ama vuestra Mamá y como os ama Jesús»!

Entonces vi aparecer, de su costado, su corazón y el de Jesús, estrechamente unidos, diría casi atados, por una corona de espinas; el corazón de Jesús estaba coronado por una pequeña cruz y el de la Mamá traspasado por una espada.

Bajo los dos corazones habían una «A» y una «M» entrelazadas, que significan: Ave María. Ambos corazones estaban rodeados de llamas, símbolo del amor con que arden para la salvación de todas las almas.

A su alrededor estaba escrito en letras de oro: «Jesús, María, os amo, salvad a todas las almas».

Quiero darles una señal, un don, para mostrarles el agradecimiento de mi corazón de Mamá.

Eso será también una llamada para muchos hijos míos que amo con ternura, pero que no corresponden a mi amor.

Yo les digo: «!Hijitos míos, venid, venid a mi corazón, os espero para llevaros a Jesús que os ama !Solo en Él encontrareis la paz la alegría y la felicidad que tanto buscáis»!

Él ha confiado a mi Corazón Inmaculado la misión de llamar a todos mis hijos a la conversión, a la oración, a la penitencia: ¡Rezad, rezad! Si no rezáis no podéis convertiros. Ámense entre vosotros como yo os amo.

Lo digo con dolor: muchos, muchos no rezan, no aman.

Pequeña mía, te confío la misión de hacer acuñar una medalla, que me represente como me ves; es un don de amor de mi Corazón Inmaculado.

Así que mira el reverso de la medalla.

Después de haberme mostrado el reverso de la medalla, la Mamá dijo:

Queridos hijos míos, os exhorto a rezar frecuentemente, de corazón, la invocación:

«Jesús, María, os amo, salvad a todas las almas».
Será como una caricia que consuela el Corazón de a una alma.

El de Jesús y mi Corazón Inmaculado.

La invocación, sí se reza con fe y el corazón reparará cada vez muchas blasfemias.

Cada acto de amor salvará a un alma.

El amor os ayude a valorar al máximo cada instante de vuestra vida terrenal.

Cuanto más fuerte sea el amor, más fecunda será vuestra vida. ¡Ámense, ámense, buscad las cosas de arriba!.

!Aquí todo pasa! ¡Sólo el amor es eterno! Seréis juzgados en el amor.

Es más, para quien verdaderamente ama, no habrá juicio: ¡solo un abrazo del Padre bueno con el hijo, que ha vivido solo para el amor y en el amor!

¡Escuchad a vuestra Mamá!

¡Os hablo, os exhorto porque os amo y os quiero felices allá arriba eternamente; allá arriba en el Paraíso!

¡Quiero llevaros a Jesús y al Padre que os está esperando a todos!.

Prometo a todos los que lleven consigo este don de mi Corazón Inmaculado, testificando su consagración, bendecirlos, conducirlos de la mano, llevarlos en mi corazón como hijos predilectos para presentárselos a Jesús.

Los asistiré en el momento de la muerte a fin que el enemigo, Satanás, no pueda perjudicarlos y estén allá arriba, conmigo, en el Paraíso, donde Jesús les dará el premio eterno.

Yo, conociendo mi miseria y pobreza, tuve temor y pregunté:
Mamá tu ves mi nada, sabes que soy una pobre idiota: ¿cómo podría contar todas tus palabras, describir tu amor?

Pequeña mía, te repito, no temas: te he elegido a propósito porque eres nada, para que todos comprendan que lo que haces no es obra tuya sino que soy yo quien obra en ti.
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¿No te fías, tal vez, de tu Mamá?

Oh, sí, Mamá. Haz de mí todo lo que quieras, soy tu propiedad, me confío a ti, me abandono a tu corazón.

Animo, no temas, habla con el ministro de Dios, el Espíritu Santo te guiará.

También para hacer esto tendrás que sufrir, !hazlo todo por amor, para la salvación de todas las almas!

Quédate tranquila, te repito, no temas.

Mi enemigo, Satanás hará todo para impedir este plan por el que serán glorificados Dios y mi Corazón Inmaculado.

¡Estoy contigo y al final triunfaré!

Después, dirigiéndose a todas las almas, dijo:

Hijitos míos, os entrego mi Rosario, cadena de oro que os tiene ligados a mi corazón; rezad, rezad con el Rosario, tenedlo fuerte, rezadlo con fe, con el corazón.

¡Será la salvación de la humanidad! ¡Esta será la señal de que vosotros sois míos!

Satanás lo teme mucho; hace de todo para perder a las almas.

Pero yo, vuestra Mamá, hago de todo para salvarlas, porque ésta es la voluntad del Señor.

¡Pero necesito vuestra ayuda! Rezad, haced sacrificios y penitencia. Ámense, ámense como yo os amo. Solo así se salvaran las almas.

Y después, dirigiéndose a mi, prosiguió:

Tu, pequeña mía, te lo vuelvo a repetir, no temas. Estoy contigo.

El Espíritu hablará en ti, confía. ¡Todo por amor, solo por amor!

Después, poniendo una mano sobre mi cabeza, dijo con ternura:

Te bendigo y quedo contigo para sostenerte en la prueba.

Sonriendo se levantó del suelo y desapareció, mientras la luz quedó todavía por un cierto tiempo. Después desapareció totalmente, dejando en mi corazón una gran paz.

 

HABLA CON EL MINISTRO DE DIOS
7 de diciembre de 1950

El día 7 de Diciembre, mientras estaba rezando a la Virgen María, suplicándole que viniera en mi ayuda, con tanta ternura me habló así:

Pequeña mía, habla con el ministro de Dios, ¡cuéntale todo lo que te he dicho!

Será para la gloria de Dios, de mi Corazón Inmaculado y para la salvación de las almas.

No temas, verás que te comprenderá: ¡será el Espíritu de Dios el que hablará por ti!

Habla con la simplicidad de los pequeños.

Sólo así podrás cumplir la misión que te he confiado.

Sí, mamá, pero ayúdame, tú sabes que soy una insignificante, una pobre idiota.

Ven, te ruego, en mi socorro, para que no arruine tu obra.

Quédate tranquila, no temas, yo estoy contigo.

Entonces fui al confesor y, muchas veces, le conté todo lo que había visto y escuchado de la dulce y querida Madre del cielo.

Si mis confesiones de antes habían sido siempre cortas, ahora me llevaban más tiempo, para contestar a las preguntas que el Padre me hacia sobre este asunto (…)

Cuando el confesor conoció todo lo que me había dicho la Virgen, me dijo:

Te aseguro, en el nombre de Dios, que todo esto no es una ilusión tuya y ni tampoco arte del demonio, sino que, por el contrario, es una señal de predilección para ti pequeña alma mía, de parte del Corazón Inmaculado de María, además, de una ternura materna para todos sus hijos.
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¡Es su deseo que la consagración hecha a Su corazón por parte de la Iglesia, y por voluntad del Señor Jesús, sea viva en la práctica!

Después me dijo:

Reza mucho, quiero pedir una señal, no porque no crea que sea obra suya, sino para estar más preparado para hacer todo lo que desee de mí, su indigno ministro.

 

HE TENIDO LA SEÑAL QUE HABÍA PEDIDO
Mayo de 1951

Un día el confesor me dijo:

He tenido la señal que yo le había pedido.

Me ordenó, pues, escribir todo lo que le había dicho de palabra, para poder actuar.

Tenía que escribir de noche porque de día estaba siempre muy ocupada en varios trabajos. Escribí en dos cuadernos, uno para el confesor y el otro para mí.

Septiembre de 1951

El día de María Niña entregué al confesor el cuaderno que contenía la información de lo que había pasado entre la Reina del cielo y yo.

El me dijo:

¡Ahora me dispongo a trabajar para cumplir todo!

La vez siguiente vino a confesar otro Padre de su comunidad. Desde entonces no lo vi ni lo oí más.

Enseguida supe que él había hablado de mí con el Delegado de las religiosas, el cual, a su vez, había hablado con la madre superiora.

Las consecuencias fueron inimaginables: según la madre yo era una pobre ilusa y cuanto había sucedido era obra del demonio…

Además, el cuaderno que yo tenía, desapareció…

 

HABLE, PUEDE SER QUE TENGA RAZON
Abril de 1952

Al nuevo confesor, nombrado por causa mía, le confesaba mis faltas y nada más en pocos minutos.

Las primeras veces todo fue bien, después empezó a interrogarme y a preguntarme si no tenía nada que decirle.

Contestaba que no, que me bastaba con la absolución de mis pecados, porque esto era el objetivo de la confesión.

Sin embargo, poco tiempo después, empezó a atormentarme afirmando que tenía que hablarle, decirle todo lo que sabía:

«Hable, puede ser que tenga razón…»

Pero yo tenía la orden del Superior de no hablar.

 

NOCHE DE ESPÍRITU
Junio de 1952

Mientras tanto vivía en mi interior una lucha terrible.

Las tentaciones eran mi alimento de día y de noche. Solo Dios lo sabe: ¡hasta la desesperación!

El demonio se aprovechaba para atormentarme de todos modos (…). ¡Me parecía que para mi no existía más que el infierno!

En algunos momentos la tentación era tan fuerte que me parecía estar condenada: y entonces ¿para qué vivir?

Sola, sola, sin una palabra de nadie. Mi pobre corazón gritaba:

«¿Jesús y María, dónde estáis? ¡Venid en mi ayuda!» Pero no me contestaban.

Este último grito hirió Su corazón divino y con ternura me dijo:

Pequeña mía, quien está con mi madre está conmigo.
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Animo, no temas, porque pongo a prueba a los que me aman.

Esto fue, para mi pobre corazón, como un rayo de luz, pero sólo momentáneo.

 

EL ANGEL DE LAS TINIEBLAS REVESTIDO DE LUZ
Noviembre de 1952. Una prueba bien grande me esperaba

Un día que estaba en la celda a solas y lista para irme a descansar, sin saber cómo, vi. delante de mí a un joven, aproximadamente de quince años. Me asusté y quise huir, pero se puso en la puerta diciéndome:

¿Por qué tienes tanto miedo? Soy el ángel del Señor, he visto tu sufrimiento y vengo a consolarte.
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¡Me das tanta pena! ¿Por qué tanto sufrimiento? ¡Pide al Señor que te libren!

Yo contesté:

¡Si el Señor permite esto, yo no me niego a sufrir, porque quiero que se haga su voluntad!

Él contestó:

Quédate tranquila, yo lo pediré por ti. Volveré de nuevo.

Dicho esto desapareció como un relámpago, sin que me diera cuenta cómo.

 

TERCERA APARICIÓN
21 de noviembre de 1952. «Pequeña mia, ¡ánimo!, no temas!»

Fiesta de la Presentación de María SS. en el templo.

Me encontraba en adoración delante del Santísimo. Un gran sufrimiento me atormentaba: no era capaz de quitar de mi mente la figura de aquel joven que decía ser el ángel del Señor.

Eran las dos o las tres de la tarde y todas las hermanas se habían retirado a la celda para el descanso o para el estudio.

Experimentaba una sensación de tristeza y no podía rezar.

Solo en el corazón decía:


«Mamá, Mamá ¿ donde estás ? Ten piedad de esta niña pequeña tuya, sola, sola, abandonada de todos».

Tenía ganas de llorar por el miedo de que hubiera sido todo una ilusión y de haber engañado a todos y temía que por estos motivos, Jesús y Mamá me hubieran abandonado.

Estaba de rodillas con los ojos bajos. Después de breve tiempo oí que me llamaban:

¡Pequeña, pequeña mía!

Comprendí que era la voz de Mamá. Experimenté un temblor de alegría, levanté los ojos, la vi delante de mí sobre las gradas del altar, toda rodeada de luz, vestida como las otras dos veces, pero además tenía alrededor de la cabeza una corona de doce estrellas que exhalaban una luz que no sabría describir.

Bajó las gradas del altar, se acercó al banco donde estaba de rodillas puso su mano derecha sobre mi cabeza diciéndome con mucha dulzura y ternura:

¡Pequeña mía, animo, no temas!

Con un nudo en la garganta contesté:

¡Mamá, te he traicionado! Te dije que nadie me creería: he estropeado tu obra, perdóname, ¡ten piedad de mi!

¡Tú sabes todo! ¿Me has perdonado, Mamá?

Me hizo una caricia diciéndome:

Pequeña mía, no temas, te hablo para confortarte.

Escúchame: tienes que saber que tu sufrimiento ha dado mucha gloria a Dios y a mi Corazón Inmaculado y ha salvado más almas como si hubieras podido realizar todo lo que te había pedido.

Quédate tranquila, no es culpa tuya, sino de la rabia de Satanás, que se ha servido de las criaturas para obstaculizar mi obra.

Pero te aseguro que mi Corazón triunfará. ¡Guarda en secreto todo lo que se refiere a la medalla!

Tendrás que sufrir todavía, pero vendrá un tiempo en el cual el Señor suscitará aquel que será el instrumento para cumplir lo que yo había pedido, según las promesas que te he hecho, para el bien de tantas almas.

¿Me crees, pequeña mía?

¡Si Mamá! !Tu lo puedes todo!

Pero mira, si tu hubieras elegido un instrumento más apropiado, todos habrían creído y se habría realizado…

La Madre celeste afirmó:

No digas eso, te he elegido precisamente a ti, porque eres una insignificante, para que todos comprendan que lo que acontece es solo obra mía.
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Más bien te digo que si hubiera encontrado a alguna persona más pequeña, más pobre que tú, la habría preferido porque la gloria seria toda de Dios y de mi Corazón y para ella solo la humillación y el desprecio.

Gracias, Mamá. Pero dime: ¿dónde estabas cuando yo sufría tanto, te llamaba y no me contestabas?

«Oh, pequeña mía, ¿quién te ha dado la fuerza de soportar en silencio todo lo que has pasado? Estábamos Jesús y Yo.

Siempre te he tenido en mi corazón donde está Jesús y yo, estaré siempre contigo.

Animo, no temas, soy tu Mamá. Eres demasiado pequeña. Tú sola no eres capaz de nada: deja hacer a Jesús y a Mí.

Tu misión es: oración y sacrificio. No temas, ama el sufrimiento y Jesús te dará todas las almas.

No te canses, continúa por este camino. Yo estoy contigo, te saludo, te bendigo».

Me puso una mano sobre la cabeza sonriendo, se levantó del suelo y desapareció en la luz dejando una estela detrás de ella.

 

TODAVÍA EL ÁNGEL DE LAS TINIEBLAS
20 de enero de 1953

El confesor seguía insistiendo en que yo hablara. ¡ Cada vez, era para mi un tormento ! Temía también desobedecer. ¿Cómo hacer?

¡El Superior me había impuesto no hablar, la Madre celeste me había dicho que guardara en secreto todo hasta que el Señor hubiera enviado un instrumento apropiado!

Ayer por la noche cuando iba a acostarme oí un pequeño ruido semejante a la respiración de una persona.

Asustada, no tenía el valor de levantar los ojos ni de quitarme el vestido para ir a la cama. Rezaba con el corazón invocando la ayuda de Jesús y de Mamá.

Después decidí levantar los ojos y vi delante de mí al joven que me había hablado en noviembre.

Atemorizada bajé los ojos. El, entonces, me dijo:

No tengas miedo, soy el ángel del Señor. Me da tanta pena tu sufrimiento.

Escúchame, te hablo para tu bien.

¿Por qué te resistes al ministro de Dios, no sabes que desobedeces? ¡Deberías ser más dócil y hablar con simplicidad!

¿No has hecho, acaso, el voto de obediencia? Vengo de parte de Dios, habla, y todo se acabará!

No tenía fuerza para hablar, me parecía estar muda por el miedo.
Él replicó:

¡Yo te digo lo que has de decir! Pide perdón por haber mentido, de que nada de lo que has visto y escuchado de «Ella» es verdad, que ha sido una ilusión tuya.
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Confiesa la verdad, ahora que todavía tienes tiempo, en caso contrario…
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¿No contestas nada? Piénsalo bien, volveré.

Pero tenía una duda: cuando me hablaba la querida Mamá sentía dentro de mí paz y alegría y estaba contenta en una manera indescriptible.

El ángel del Señor, en cambio, me daba miedo, me dejaba atormentada: confusión, dudas, incertidumbres.

Un día, mientras estaba rezando, me vino a la mente el pedir la autorización para que me confesara un cierto Padre Miguel Angel.

Sin embargo al mismo tiempo pensaba que la Mamá del cielo me había dicho que mantuviera en secreto todas las cosas que habían acontecido hasta que el Señor hubiese enviado el instrumento apropiado para hacer lo que Ella quería.

Estaba titubeante pensando, ¿qué habría contestado si el Padre a quien yo quería llamar, me hubiese preguntado:

¿»En qué has mentido»?. La oración ha sido siempre mi refugio.

 

CUARTA APARICIÓN
8 de mayo de 1953. «Tu mamá no puede engañar, soy yo en carne y hueso. Toca mis manos»…

Mientras era de noche y estaba rezando delante del Sagrario, con el corazón mas que con la boca, siempre atormentada con la duda de ser una ilusa, vi delante, como las otras veces la dulce Mamá María, toda rodeada de luz.

Se acercaba a mi y sonriendo me decía:

¡Pequeña mía, ánimo, no temas! Tu Mamá no puede engañar soy yo, en carne y hueso.
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¡Toca mis manos! Soy una criatura humana como tú, aunque venga del cielo !
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El Señor me ha dado esta misión, para el bien de todos mis hijos que viven en la tierra.
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¡Habla también con aquel Padre que quieres pedir como confesor: te lo permito yo!
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Verás que comprenderá que soy yo quien te habla.
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Mi adversario quiere atormentarte y desea impedir que yo Vuestra mamá, dé este don para el bien y la salvación de las almas.
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Háblale sin miedo y cree en su palabra.

¡Perdóname Mamá, por mis dudas!

Sé que eres tan buena, pero, conociendo mi pobreza y pequeñez, temo siempre de mi misma!

¡Te repito,¡ no temas! Quédate tranquila. Te bendigo.

¡Cuanta alegría y paz dejó en mi corazón la dulce Mamá también esta vez!

Cuanta ternura materna mostró hacia esta pequeña suya que todavía no conocía el amor de Su corazón de Madre de Dios y nuestra.

 

PIENSO QUE ES ELLA MISMA, LA VIRGEN
20 de junio de 1953

En junio decidí pedir, por caridad, el poderme confesar con aquel Padre del que he hablado.

Después de pocos días, vino. Yo expuse simplemente lo que me había dicho el ángel del Señor, la primera y también la segunda vez.

El confesor se quedó un poco pensativo, después me preguntó:

¿En que has mentido?

En aquel momento me sentí con ánimo y le confié todo lo que la Madre del cielo me había dicho, lo que quería de mí y la lucha que tenía dentro de mí, desde hace tres años, por el miedo de ser una «alucinada».

Él se quedó pensativo. Me hizo algunas preguntas, después me dijo:

Pienso que la que se te ha aparecido es verdaderamente la Virgen, que quiere llevar a cabo lo que Jesús le ha pedido a Sor Consolata Betrone.

Quédate tranquila, lo digo en el nombre de Dios.

Entonces me animé a preguntarle:

Aquel joven, que me dice ser el ángel del Señor, me ha dicho que volverá todavía. ¡Me da mucho miedo! ¿Cómo tengo
que comportarme?

Contestó:

Escucha lo que te dice, si ves que insiste en hacerte admitir que has mentido, toma el agua bendita, aspérjelo y dile:
.
«En el nombre de Dios y de la Virgen Santa vete de aquí».
.
Después me dirás como se ha portado para saber si es Satanás o el ángel del Señor.

Con las palabras del Padre me quedé relajada y tranquila. Pero esta tranquilidad fue interrumpida muy pronto por aquel que decía ser el ángel del Señor.

 

POR TERCERA VEZ EL ÁNGEL DE LAS TINIEBLAS
Agosto de 1953

Una noche me había acabado de acostar y estaba rezando. Al rato oí un pequeño ruido en la celda, pero no hice caso.

Pocos instantes después advertí la sensación de una mano puesta sobre mi cabeza. Me impresioné.

Extendí el brazo para encender la luz, pero no la encontré. Me asusté.

Mientras estaba allí, no sabía que hacer, escuché la voz del joven que había visto las dos veces anteriores, que me decía:

No temas, soy yo, el ángel del Señor.

Entonces miré: ¡era él de verdad!

Él siguió:

No tengas miedo vengo por tu bien. ¿Por qué no me has escuchado?
.
¡Sé buena, escucha mi consejo de lo contrario te arrepentirás cuando sea demasiado tarde.
.
¡Si continúas así no harás más que engañar!
.
Confiesa que esta historia ha sido toda una ilusión tuya y no pienses más en ello.

Estaba titubeante y llena de miedo, pero me acordé de lo que me había dicho el Padre.

Quería tomar el agua bendita que estaba sobre la mesita de noche, cerca de la cama, pero tuve miedo.

Entonces cogí el Crucifijo que tenía siempre sobre mi pecho y levantándolo dije:

En el nombre de Jesús y de la Virgen Inmaculada vete de aquí.

El hizo una mueca y con voz grave dijo:

Maldita tú y quien te ha sugerido ésto: ¡Me la pagarás! Si no estuviese «Ella» ¡te estrangularía!

Se transformó como un carbón encendido y huyó dejando detrás de él como una estela de fuego, que duró algunos minutos.

Entonces decidí llamar de nuevo aquel Padre y le conté todo. Después de escucharme me dijo:

¡Ésta es la rabia del demonio!.
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Ahora estoy más convencido aún que la Virgen santa te ha hablado verdaderamente para dar su don a la humanidad, como prenda de su amor de Mamá por la salvación de las almas.
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¡No tengas miedo!

 

EL ÁNGEL DE LAS TINIEBLAS ARROJA LA MÁSCARA
Noviembre de 1953 Estoy aquí: ¡ahora me la pagarás!

Aquí sucedió el ataque más terrible.

Aquella noche yo ya estaba en la cama, así como también la hermana que compartía mi celda y me parecía que ella dormía ya.

No sé el por qué, pero no era capaz de dormir.

Después de una hora sentí llamarme con una voz que me dio miedo diciendo:

Estoy aquí, ¡me las pagarás!

Abrí los ojos y vi delante de mí aquel joven que decía que era el ángel del Señor.

Solo Dios sabe cuál fue el susto que experimenté, solo Dios lo sabe. (…) Él hizo señal de querer acercarse a mi cama (…)

Me vi perdida y sin quererlo, me puse a pedir ayuda. La hermana se despertó preguntándome si me sentía mal.

Rápidamente se acercó a mi cama. Viéndome temblar de miedo me preguntó:

¿Qué te pasa?

Le contesté:

¡Por caridad, echa agua bendita, que está aquí el demonio!
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¡Reza a la Virgen Santa que aleje de mí a este monstruo, me siento morir!

La pobrecilla empezó a hacer signos de cruz con el agua bendita y a rezar el Ave María.

No se explicar lo que pasó. Sé que aquel joven se transformó en un monstruo repugnante y huyó gritando, haciendo temblar la habitación.

Habiendo preguntado a la hermana que dormía en la misma celda conmigo, si había visto algo, me contestó:

No, pero me he dado cuenta que pasaba algo que no sabía explicarme.

 

CONCLUSIÓN

Durante casi cuarenta años sufrí y luché entre la alegría que me había proporcionado la querida y dulce Mamá del Cielo y el sufrimiento inmenso por que no se cumplía, por mi causa, lo que me había pedido, aún cuando Ella, la querida Mamá, me asegurase que me enviaría un instrumento para realizar todo lo que quería dar como regalo a sus queridos hijitos.
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Me asaltaba fuertemente el temor que hubiera sido todo una ilusión y todavía este pensamiento me atormenta a menudo.

Un día la Mamá me dijo:

¡Pequeña mía, habla¡ Éste es el instrumento que Jesús te ha enviado para cumplir lo que yo te había pedido.

Me animé y le dije:

¡Escucha, querida Mamá, perdona mi atrevimiento! Si eres precisamente Tú la que quieres esto, Tú que puedes, haz que sea él quien me pregunte: entonces me será más fácil exponer con simplicidad todo lo que Tú me has pedido.

Confiada en la ayuda de la Virgen, me quedé tranquila y calmada, con la certeza de que conduciría todas las cosas. Y así fue.

 

LA MEDALLA DE LOS CONSAGRADOS

La medalla es la señal del don de su corazón a los hijos que viven y practican la consagración hecha por Pió XII el 3-10-1942, como ella mismo había pedido a Fátima y, en el mismo tiempo fuese una llamada para todos aquellos, qué habiéndola hecha, no la viven ni la practican.

La Consagración al Corazón Inmaculado de María constituye un hecho singular de gracia en nuestro siglo.

Pío XII, el 31 de octubre de 1942, consagró al Corazón Inmaculado de María toda la humanidad.

Pablo VI, al clausurar el Concilio Vaticano II, la repitió y la renovó en 1967. Juan Pablo II quiso renovarla, en comunión con todos los Pastores de la Iglesia, el 25 de marzo de 1984.

Esto ha sido la respuesta a la petición de María, hecha en las apariciones de Fátima.

La Consagración no se puede agotar en una fórmula. Ésta es de tal naturaleza que compromete toda la vida. No es, por lo tanto, una práctica, sino una opción de vida.

La Consagración al Corazón Inmaculado de María corresponde a un designio de Dios: por lo tanto no es de extrañar que la Virgen quiera llevarla a su pleno cumplimiento.

En síntesis, la Medalla:

1) es «signo» que recuerda la importancia de la consagración a María: tiene el valor de recuerdo, es una llamada a la coherencia y es también un testimonio.
.
2) esta es un «don» de María porque corresponde a su acogida de nuestra Consagración.
.
3) es un signo de «acogida» de la Consagración de la Iglesia a Ella en este siglo.

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN A MARÍA

La consagración constituye un acontecimiento singular de gracia de nuestro siglo.

Esta consiste en un compromiso de pertenencia
a María, finalizado en la plena acogida de la vida de Cristo en nosotros.

Tiene su fundamento en la maternidad universal de María, acogida conscientemente y vivida responsablemente en la vida de cada creyente.

Ésta es de naturaleza filial y tiene su fundamento bíblico en Juan 19, 26-27.

La Consagración es el reconocimiento de la función de María ser la acogedora incondicional de lo divino, es decir, de la vida de Cristo.

 

ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN

Corazón Inmaculado de María, yo… me consagro todo a Ti, por la vida, la muerte y la eternidad.

Soy pequeño y pobre, sin Tí no soy nada. Entonces ven en mi ayuda.

Me abandono y confió en Ti. Soy de tu propiedad; guíame, protégeme, defiéndeme de cada peligro de poder ofender el Tuyo y el mío Jesús.

Me echo en tus brazos, apriétame contra tu pecho, escóndeme en tu corazón, que sea esa mi perenne demora en unión con Jesús, para amarlo como lo amas Tú.

Cúbreme con Tú manto, lléname de Espíritu Santo para vivir y morir en el amor y la gloria de la Trinidad y la salvación de todas las almas. Así sea.

¡Importante! Se aconseja a quien se le da la medalla de los consagrados y se consagra la primera vez a la Virgen María, recitar estas palabras:

MADRE MÍA, CONFIANZA Y ESPERANZA.
EN TI ME CONFIÓ Y ABANDONO.
JESÚS, MARÍA, OS AMO, SALVAD TODAS LAS ALMAS.

«Recibes con esta medalla el signo por el cual le perteneces a María Santísima.

Ella misma ha querido dárnosla como don del Corazón Inmaculado y como llamada para vivir nuestra consagración y fidelidad”

 

CORONA DE LOS CONSAGRADOS

Guía: O Dios ven a salvarme.
Todos: Señor, ven pronto en mi ayuda.
G.: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
T.: Como era en el principio ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amen.

G.: MADRE MIA, CONFIANZA Y ESPERANZA
T.: EN TI ME CONFÍO Y ABANDONO
G.: JESUS, MARÍA, OS AMO
T.: SALVAD A TODAS LAS ALMAS

(se repite 10 veces)
T.: DIOS TE SALVE…

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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