Por qué la Medalla Milagrosa nos Protege en las tribulaciones de los Tiempos Finales.

Uno de los fenómenos más asombrosos de la devoción católica es la rápida y masiva popularización de la Medalla MIlagrosa.

Que es la medalla de la Inmaculada Concepción.

Y el símbolo de la gracias que otorga Nuestra Señora, a quien se las pida.

Hoy vemos que se trató de un instrumento para enfrentar la época de apostasía de la fe y de las grandes tribulaciones que vendrían sobre el mundo y la Iglesia, hasta nuestros días.

Y arma celestial para luchar contra el mal. 

Las apariciones a Santa Catalina Labouré en 1830 tuvieron el objetivo central de acuñar y popularizar la Medalla Milagrosa.   

Aquí hablaremos sobre cómo fue la misión que María le pidió a Santa Catalina Labouré y el papel que juega la Medalla Milagrosa en los Tiempos Finales.

En 1830 con la aparición de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré tiene lugar en París la primera aparición moderna de la Virgen Santísima.

Comienza lo que Pío XII llamó la «era de María», una etapa de sus repetidas visitas celestiales a la Tierra para prepararnos para las tribulaciones que vendrían.

En el transcurso de 46 años, María se reveló en 5 instancias en Francia, y todas estas apariciones han sido aprobadas por la Iglesia.

En 1846, en los Alpes del sur de Francia, se aparece a dos niños, Melanie Calvat y Maximin Giraud, como Nuestra Señora de La Salette.

En Lourdes en 1858 en la gruta de Massabielle se aparece a Santa Bernardita Soubirous, ya como la Inmaculada Concepción, dogma promulgado en 1854, quien diría que la Virgen se le apareció tal como se muestra en la Medalla MIlagrosa.

En 1871 aparece a un niño de doce años, Eugene Barbedette, en las cercanías del pueblo de Pontmain en Bretaña. 

Y en 1876 aparece a Estelle Faguette, una mujer de treinta y tres años, humilde e incurablemente enferma, en el pueblo de Pellevoisin.

Todas estas apariciones contenían advertencias de grandes problemas, peligros agudos, y de un tiempo en que todos creerían que todo estaba perdido, preparando a Francia y al mundo para las sucesivas tribulaciones. 

¿Y cómo fue que Nuestra Señora se las arregló para difundir la Medalla Milagrosa? 

Pocas semanas después de haber comenzado su noviciado, la noche del 18 de julio de 1830, Nuestra Señora se le apareció a Catalina con gran esplendor y dignidad.

Le anticipó el futuro diciendo, «la Cruz será pisoteada, la sangre correrá por las calles, el mundo se hundirá en la tristeza, pero la gracia se derramará sobre todos los que la pidan con fe y fervor».

Le confió secretos y le dio órdenes específicas.

Catalina nunca reveló estos secretos directamente al mundo exterior y su confesor al principio no prestó atención a los relatos de la joven monja, pero luego se persuadió de que era necesario.

Mientras que sus hermanas de convento nunca sabrían que Catalina había recibido la visita de la Virgen.

Poco después de la muerte de Catalina Labouré en 1877, se le otorgó el título de «venerable». 

En 1933 fue beatificada y en 1947 canonizada. 

Y cuando su cuerpo fue exhumado en 1933, casi cincuenta años después de su muerte, se encontró en perfecto estado.

En la primera aparición a Catalina, la noche del 18 al 19 de julio de 1830, un niño, quizás su ángel de la guarda, la despertó y la convocó a la capilla. 

Allí se encontró con la Virgen María y habló con ella durante varias horas. Durante la conversación, María le dijo, «Hija mía, te voy a dar una misión».

La segunda aparición fue el 27 de noviembre de 1830, fecha en la que luego se instauraría la fiesta de esta aparición. 

Vio a María de pie sobre lo que parecía ser un globo terráqueo, sosteniendo un globo dorado en sus manos, como si lo ofreciera al cielo.

En el globo estaba la palabra «Francia» y Nuestra Señora explicó que el globo representaba al mundo entero, pero especialmente a Francia.

Saliendo de los dedos había muchos rayos de luz y Ella le explicó que los rayos simbolizan las gracias que Ella obtiene para quienes las piden. 

Y en la tercera aparición vio a Nuestra Señora de pie sobre un globo terráqueo, con sus brazos ahora extendidos y con los deslumbrantes rayos de luz todavía saliendo de sus dedos. 

Y alrededor de la figura había una inscripción: «Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti».

Esto adelantaba el dogma de la Inmaculada Concepción, que sería promulgado por la Iglesia 24 años después.

Luego Nuestra Señora le mostró una medalla con la orden de que fuera acuñada.

En el frente, María está de pie sobre un globo, aplastando la cabeza de una serpiente bajo su pie.

Representa la escena del Génesis 3:15, donde Dios profetiza que una Mujer y su descendencia aplastarán la cabeza de satanás, que había engañado a Adán y Eva para que cometieran el Pecado Original.  

La Señora tiene una corona en su cabeza y de las manos salen rayos que representan gracias, pero no de todos sus dedos salen rayos, porque algunos representan las gracias que Dios ofrece pero nosotros rechazamos.

Y alrededor de la medalla está la inscripción: «Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti».

Posteriormente Nuestra Señora le mostró el diseño del reverso de la medalla.

Doce estrellas, que representan la fe de los 12 apóstoles, rodeaban una gran «M» de la que salía una cruz. 

Debajo había dos corazones con llamas, uno de ellos rodeado de espinas, el de Jesucristo, y el otro atravesado por una espada, el de María.

La «M» representa a María, y la conjunción de su inicial y la cruz muestra la estrecha relación de María con Jesús. 

La cruz puede simbolizar también nuestra redención, con la barra debajo de la cruz como un signo de la tierra o del altar.

María le dijo a Catalina, «haz acuñar una medalla sobre este modelo, quienes la lleven recibirán grandes gracias, sobre todo si la llevan colgada del cuello».

Las primeras Medallas se hicieron en 1832 y se distribuyeron en París. 

Y casi de inmediato, las bendiciones que María había prometido comenzaron a llover sobre quienes portaban Su Medalla. 

La devoción se extendió como la pólvora y la gente la llamaba la Medalla Milagrosa. 

Su difusión fue cimentada por la conversión del Arzobispo Pradt de Malinas, que había desertado de la Iglesia durante la Revolución Francesa y se negaba firmemente a someterse a la autoridad de Roma. 

Cuando el Arzobispo de París lo visitó en su lecho de muerte, Pradt inmediatamente se humilló y se reconcilió con la Iglesia.

Y 12 años después, el 20 de enero de 1842, se produjo otra de las conversiones que conmovieron al mundo.

Le sucedió a Alfonso de Ratisbonne, un judío ateo, banquero y millonario, que despreciaba a la Iglesia y la fe católica, especialmente desde que su hermano mayor, Teodoro, se había convirtido al catolicismo y luego se ordenara como sacerdote católico. 

Alfonso de Ratisbonne también se convertiría en sacerdote.

Unos meses después de esa aparición, se pintó la imagen de María cuando se apareció a Ratisbonne y luego se colgó sobre el altar de la iglesia donde él la vio. 

Y otro devoto de María y de la Medalla Milagrosa, San Maximiliano Kolbe, celebraría su primera Misa en la misma iglesia de Roma, ante el mismo cuadro.

Y se convirtiría en el principal promotor de la Medalla Milagrosa de la primera mitad del siglo XX.

San Maximiliano defendió la distribución masiva de Medallas Milagrosas y diría «esta es verdaderamente nuestra arma celestial”, y describiría la medalla como «una bala con la que un soldado fiel golpea al enemigo, es decir, al mal, y así rescata las almas».

La Madre Teresa de Calcuta fue la principal defensora de la Medalla Milagrosa en la segunda mitad del siglo XX.

Era la herramienta que usaba como símbolo de su caridad.

Se la veía durante su trabajo tomar una Medalla Milagrosa entre sus dedos y preguntaba a menudo al enfermo «¿dónde te duele?», y luego presionaría suavemente la medalla en ese lugar, diciendo, «que la Virgen bese donde duele».

Y le decía al enfermo, «repite conmigo, ‘María Madre, sé una madre para mí ahora'». 

Acentuaba la palabra «ahora», y repetía la frase, mientras acariciaba al enfermo con la Medalla Milagrosa.

Y en su última visita al Bronx de Nueva York, en junio de 1997, sentada en una silla de ruedas, menos de tres meses antes de su muerte, acunaba una canasta llena de estas medallas milagrosas en su regazo.

Y daba cantidades considerables a cada sacerdote que la saludaba después de la Misa.

Ella le dio a la Medalla Milagrosa un nuevo impulso apostólico y reorientó la espiritualidad de la Medalla Milagrosa a su misión de caridad.

Se sabe que sus Misioneras de la Caridad distribuyen actualmente 1.8 millones de medallas al año.

Así fue cómo Nuestra Señora logró que la Medalla Milagrosa se hiciera tan popular y generalizada, y pudiera mostrar universalmente su gran eficacia en lograr conversiones y curaciones.

Sin embargo, en este proceso de creciente tribulación, comenzaron a soplar vientos aún más contrarios en el mundo y en la Iglesia.

Ya muchos de los sin fe se negaron a ver los milagros producidos, aunque para algunos se haya convertido en una imagen agradable para lucir en sus joyas.

Y dentro de la Iglesia se produjo una revolución iconoclasta luego del Concilio Vaticano II, que trató a las imágenes y sacramentales como amuletos y fetiches, adversarios de lo que llamaron una fe adulta.

Bueno hasta aquí lo que queríamos contar sobre el nacimiento, la popularización y el sentido profético que tiene la popularización de la Medalla Milagrosa en nuestra época.

Y me gustaría preguntarte si llevas colgada al cuello la Medalla Milagrosa o no.

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