Devoción al creador que tienen los animales.
Hay muchas historias que dan cuenta que los animales reconocen a Nuestro Señor y a la santidad, con sus comportamientos.
Están tocados por el hálito divino y parece que se saben hijos de Dios. Reconocen a su creador y a sus profetas.
Esto ha sido testimoniado a lo largo de los siglos con impresionantes milagros, para que prestemos atención.
¿Sabías por ejemplo que los animales hacen silencio, cuando hoy se aparece la Virgen todos los días cerca de las siete de la tarde en Medjugorje? Hemos hecho un video sobre eso.
En este artículo queremos hablar del reconocimiento de los animales de la presencia de Dios y de lo santo, la devoción que adquieren, y especialmente de milagros eucarísticos que tienen a animales como protagonistas.
Comencemos con el reconocimiento de la santidad.
San Roque había nacido en Montpellier, al sur de Francia en el 1300, hijo de una familia muy rica.
Y cuando sus padres murieron y él tenía 20 años, vendió todas sus posesiones, repartió el dinero entre los pobres y se fue como peregrino hacia Roma a visitar santuarios.
En ese tiempo estalló la peste del tifus en Italia y mucha gente murió.
San Roquese dedicó entonces a atender a los más abandonados, a muchos logró conseguirles la curación con sólo hacerles la señal de la Santa Cruz sobre su frente.
Estando en Piacenza, trabajando en uno de los hospitales, “el santo” contrajo la mortal enfermedad.
Y como no quiso ser una carga para ningún hospital, decidió irse a vivir en un bosque, instalándose en una caverna.
Cuando su cuerpo se llenó de manchas negras y de úlceras y ya sin fuerzas, a punto de morir, un perro lo alimentó y lo cuidó milagrosamente.
Un perro que habitaba en una de las casas más importantes de la ciudad empezó a tomar cada día un pan de la mesa de su amo y se lo llevaba al bosque para dárselo a San Roque.
Por ello San Roque es representado con un perro, su ángel de cuatro patas, y es considerado como santo patrono de los perros, a él podemos pedirle para que nos ayude con estas mascotas y otros milagros.
Otro en quien los animales veían a Dios era San Francisco de Asís, el fundador de la orden franciscana, del siglo XIII
Un dia vio que cierto muchacho había apresado muchas tórtolas y las llevaba a vender.
Y el santo, que sentía especial ternura por los animales mansos, mirando las tórtolas con ojos compasivos, le dijo al muchacho que se las diera argumentado que «en la Sagrada Escritura representan a las almas castas, humildes y fieles»
Y no fuera cosa que fueran a parar en manos crueles que les den muerte.
El muchacho se las dio y Francisco comenzó a hablar con ellas dulcemente.
Les hizo nido a todas, se domesticaron, y comenzaron a poner huevos y a empollar a la vista de los hermanos franciscanos.
Vivían familiarmente con Francisco y los demás hermanos, y no se marcharon hasta que Francisco les dio licencia para irse con su bendición.
Y es famoso un día que San Francisco quería predicar pero el gorgojeo de las aves no le dejaba de hablar, entonces el Santo les pidió que hicieran silencio, acataron y escucharon atentamente su sermón.
Y cuando terminó su predicación y exhortación, hizo sobre sus alados oyentes la señal de la cruz para bendecirlos, y ellos se lanzaron a los aires exhalando cantos maravillosos, dispersandose en todas direcciones.
Algo similar sucedió con San Antonio de Padua, otro franciscano.
Un domingo Antonio fue a predicar a los pescadores en el puerto de Rímini, pero estos no le prestaron atención y se burlaron de él.
Entonces Antonio fue al borde del agua y comenzó a predicar a los peces.
Y los peces empezaron a reunirse frente a él levantando sus cabezas y mirándolo atentamente mientras les hablaba.
Y recién se dispersaron cuando Antonio les dio la bendición.
Esto causó una gran impresión en los habitantes de la ciudad, muchos de los cuales comenzaron a llorar pidiendo perdón.
También se cuenta que en la Montaña Santa de Puerto Rico, Elenita de Jesús, a inicios del siglo XX, tenía un gran poder sobre los animales.
Ella predicaba como a las 6 de la tarde y los animales hacían silencio, escuchando sus palabras.
Esto sucede hoy en Medjugorje.
Y una vez celebró una fiesta para perros y gatos, y estos concurrieron y comieron todos juntos sin que hubiera ningún incidente.
Y luego cada uno de ellos se fue solo para su casa.
También hemos hecho un video sobre la Montaña Santa.
Y en el mismo lugar donde San Antonio de Padua predicó a los peces, Rímini, se produjo uno de los milagros eucarísticos más impresionantes y recordados.
Estamos hablando del siglo XIII.
Los herejes patarinos, así se denominaba a los cátaros en el norte de Italia, habían reducido la eucaristía a una simple cena conmemorativa.
Con esto herían a la Iglesia en lo que le es más vital.
En una oportunidad Antonio trató reconvertir a un hereje hablándole de la presencia real de Jesucristo en la eucaristía.
Pero el hereje, llamado Bonvillo, le dijo que si podía probar esto con un milagro, él abjuraría de la herejía y se convertiría en católico, y con él el resto de los cátaros.
Entonces el hereje le propuso que encerraría a su mula privándola de comida durante tres días.
Luego de lo cual la sacaría en presencia del pueblo y le pondría frente un forraje para alimentarla y del otro lado San Antonio pondría una hostia consagrada.
Él prometió que se convertiría si la mula rechazaba el forraje y adoraba la hostia consagrada.
Antonio aceptó y ayunó durante los tres días.
Cuando llegó el día del desafío, Antonio celebró misa delante de gran cantidad de personas que se habían reunido.
Luego de eso, llevó con gran reverencia el Santísimo Sacramento frente a la mula, mientras Bonvillo también le enseñaba el forraje.
Y Antonio le dijo a la mula estas palabras:
«En virtud y en nombre del Creador, que yo, por indigno que sea, tengo de verdad entre mis manos, te digo animal, y te ordeno, que te acerques rápidamente con humildad y le presentes la debida veneración».
E inmediatamente la mula se arrodilló frente al Santísimo Sacramento bajando la cabeza hasta el piso, como genuflexión, ignorando el forraje.
El pueblo quedó maravillado, y Bonvillo abjuró de su herejía y se convirtió junto con sus seguidores.
Y un siglo después en Alboraya, Valencia, sucedió otro milagro eucarístico fantástico.
El párroco de de Alboraya fue requerido para llevar el viático de los enfermos, la comunión, a un judío converso.
Se revistió de sobrepelliz y estola, y del fondo del tabernáculo extrajo un coborrio, una especie de estuche con cadena que se colgaba del cuello.
Colocó en el interior tres hostias consagradas, montó en una mula y, acompañado del sacristán y varios devotos, fueron para allá.
Pero el arroyo que debían atravesar estaba crecido, el párroco cayó de la mula y desapareció el coborrio en el agua.
Entonces el pueblo consternado revisó todo el arroyo para recuperar las hostias, aunque sin éxito.
Pero en la desembocadura del arroyo en el mar vieron con asombro tres grandes peces que, con las cabezas levantadas, mostraban en sus bocas las hostias que venían buscando afanosamente.
El párroco se acercó a ellos con un cáliz y cada pez depositó en él la hostia.
Y este cáliz fue llevado en procesión hasta la iglesia.
En el lugar del milagro se erigió una ermita que lleva el nombre de «Ermita dels Peixets» en lengua valenciana, que significa en castellano «Ermita de los peces».
Bueno hasta aquí lo que te queríamos contar sobre cómo los animales responden al creador, ya sea salvando a santos como a san Roque, dando testimonio de la presencia real de Dios en la hostia consagrada para la conversión de herejes, como la mula de Rímini y los peces de Alboraya, y prestando atención a las predicaciones de santos, como sucedió a San Francisco, San Antonio y varios más.
Y me gustaría preguntarte si tú has advertido que los animales reconocen la santidad y tienen algún tipo de veneración.
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