Aquí se presentan algunos milagros vivientes, que pueden ser, de alguna manera, constatables hoy día para un sincero investigador.
Algunos de estos milagros, bien estudiados, han servido para su beatificación o canonización. Y ya sabemos que la Iglesia se toma su tiempo y hace las cosas con la debida seriedad. Nadie podrá acusarla de demasiado crédula para admitir milagros.
Son unos pocos entre tantos cientos que se podrían relatar. Se han escogido, especialmente, porque todavía viven sus protagonistas y pueden ser llamados, en verdad, milagros vivientes.
SOR CATERINA CAPITANI
Cuenta ella misma lo que ocurrió el 25 de mayo de 1966. Debía ser el último día de mi vida. Había sido operada dos meses antes por hemorragias internas. Sufría de una extraña enfermedad llamada “Estómago rojo”. La operación no había servido de nada. El médico que me cuidaba, me dijo que no llegaría a la tarde de ese día. Yo invoqué al Papa Juan XXIII para que me obtuviese la gracia de morir pronto. Mis hermanas estaban en la capilla, rezando al Papa Juan XXIII por mí. Y, en un momento, sentí una mano que tocaba mi estómago. Me volví y vi al Papa Juan, junto a mi cama. Me dijo: Este milagro me lo habéis sacado del corazón. Ahora no temas, estás curada.
Me levanté de inmediato, llamé a mis hermanas y les dije que tenía hambre. Pensaban que estaba delirando, pero fui al comedor y devoré lo que me pusieron. Después me examinaron y todo lo malo había desaparecido.
Este milagro fue aceptado por la junta médica del Vaticano para la beatificación del Papa Juan XXIII, que es beato desde el 3 de setiembre del 2000.
PETER CHUNGU SHITIMA
Él mismo cuenta el milagro. Tengo treinta años y nací el 10 de julio de 1972 en Kasaba, Zambia. Desde pequeño quería consagrarme al servicio del Señor. En 1994 viajé a Sudáfrica en busca de trabajo. En el Oratorio de san Felipe Neri encontré trabajo como cocinero y jardinero, y ayudé en la catequesis de niños. Un día, en la biblioteca, encontré un libro sobre Luis Scrosoppi, un famoso sacerdote italiano. Yo pensé: “Cuando sea sacerdote, me voy a llamar Luis como él”. Pero en abril de 1996 me sentí muy mal, temblaba de frío y se me nublaba la vista. Después comencé a tener dolores en los oídos. No podía comer casi nada, no podía tenerme de pie y adelgacé 20 kilos. En el hospital me detectaron que tenía SIDA en estado terminal.
Los Padres y alumnos del oratorio comenzaron a rezar al beato Luis Scrosoppi por mi curación y decidieron enviarme a mi patria para que pudiera morir al lado de mi familia. Cuando llegué a Zambia, mi hermano se asombró de verme en aquel estado. Durante varios días, permanecí casi en silencio. Mis familiares también rezaban por mí al beato.
Yo esperaba la muerte en cualquier momento, pero no moría. En el mes de octubre, mientras dormía con una medalla de Don Luis, agarrada a mi mano, soñé que el Padre David estaba a mi lado y que juntos estábamos asistiendo a la canonización de Don Luis. Cuando me desperté en la mañana del 9 de octubre, me sentía muy bien. Le dije a mi hermana que quería comer, lavarme, vestirme e ir a la iglesia, y le conté mi sueño. Ella se quedó sorprendida. Pero me levanté y podía tenerme en pie y comencé a caminar sin caerme. Entonces, comprendí que estaba curado. Me vestí y fui a la iglesia a agradecerle al siervo de Dios. Regresé al oratorio el 22 de enero de 1997. Los doctores, que me habían atendido en Sudáfrica, me hicieron nuevos exámenes y determinaron que la curación del sida había sido inexplicable. La comisión de médicos del Vaticano aprobó el hecho, realizado por intercesión del beato Luis Scrosoppi, como incomprensible para la ciencia. El 10 de junio del 2001, en la plaza de san Pedro, estuvo presente Peter Chungu para la canonización del beato Luis Scrosoppi.
MANUEL CIFUENTES
Yo tenía 10 años aquella mañana del 4 de enero de 1982 y estaba cogiendo leña con mi padre, mi tío y mi primo. En cierto momento, al agacharme, una rama me golpeó el ojo. Sentí un dolor muy intenso. Mi padre cogió un pañuelo y me tocó, pero me dolía mucho más. Entonces, me llevaron al médico. Dijo que tenía una herida muy grave en el ojo y que debían llevarme urgentemente a un especialista. Así que tomaron el coche y me llevaron rápidamente a Albacete (España).
Fuimos a visitar al oculista Dr. Juan Ramón Pérez, que aconsejó una intervención quirúrgica, me vendó el ojo y me dio unas pomadas. Mi padre había encontrado dos días antes, en la escuela donde enseñaba, una medalla del beato Ricardo Pampuri y me dijo que era un hombre santo, que hacía milagros. Por eso, al ponerme la pomada, me convenció de que tuviera esa reliquia del santo para pedirle la curación. Aquella noche recé más que nunca en mi vida. Hacia medianoche, mi padre vino a ver cómo estaba, pero el ojo me dolía mucho. A las cinco de la mañana, volvió a verme y todo seguía igual. A las siete me despertó, porque quería ponerme la pomada y le digo: “Papá, ya no tengo dolor y veo todo muy bien”. Fue una emoción enorme para toda la familia. Una hora más tarde, fuimos de nuevo a ver al médico. Quedó asombrado, pues no encontró lesión alguna. Y fuimos a ver al oculista a Albacete, que reafirmó la curación, y dijo: “Para mí hay dos cosas sorprendentes: la ausencia de cicatrices y la rapidez con la que han desaparecido las señales de la herida”. En realidad, no sólo fue una curación rápida, sino una restauración del ojo dañado, algo incomprensible para la ciencia médica.
Cuando a los 17 años he venido a Roma para la canonización de Ricardo Pampuri, he comprendido la importancia del milagro que había recibido. Ha sido una experiencia inolvidable. Recuerdo que había miles y miles de personas, todas unidas en la misma fe para glorificar al Señor, como yo lo hago cada día.
JUSTA B.
En el pueblecito Sama de Langreo, Asturias (España), vivía en 1958 una joven de 28 años, llamada Justa B., que, al acercarse el nacimiento de su hijo, cayó enferma debido a complicaciones internas y fue internada a causa de hemorragias. Se le practicó la cesárea el 18 de diciembre. Todo parecía ir bien, a pesar de la persistente fiebre. Sin embargo, el 24 de diciembre empezó a empeorar. Su vientre se hinchaba cada vez más, tenía vómitos continuos. El 30 de diciembre la situación era extremadamente grave y los médicos decidieron operarla de nuevo. El cirujano, en su declaración del 29 de setiembre de 1959, dijo ante el tribunal en el proceso apostólico:
Las circunvoluciones intestinales carecían de vitalidad. Había muchas adherencias aglutinadas y sus funciones anatómicas destruidas. Había peritonitis con obstrucción intestinal, fístula yeyunocólica, infinidad de adherencias de las circunvoluciones y un absceso de Douglas. Los médicos empezaron a limpiar la cavidad abdominal, pero el resultado era decepcionante, pues cuanto más se retiraba materia degenerada, más difícil se hacía la operación de suturar. Entretanto, apareció también el problema de la eliminación de la fístula. Al retirarla, aproximadamente 12 cm del colon se descompusieron. En ese momento, el anestesista propone interrumpir inmediatamente la operación por el debilitamiento del corazón. No querían que la enferma muriera en la sala de operaciones. El cirujano tomó la rápida decisión de construir un ano artificial lateral (una comunicación de la parte sana del intestino con el exterior, mediante un tubo de plástico). Y se llamó al capellán para que le administrara la unción de los enfermos. Pero Dios hizo el milagro. Sor Trinidad, que cuidaba a la señora Justa, le recomendó el 24 de diciembre que invocara al siervo de Dios Francisco Coll (1812-1875), dominico catalán, fundador de las dominicas de la Anunciada. La misma Sor Trinidad le colocó una reliquia del siervo de Dios en su camisón y una gran imagen a los pies de la cama. Esta misma religiosa comenzó, con la madre de la enferma y con sus hermanos, una novena al siervo de Dios. El 1 de enero, la fiebre comenzó a disminuir; el 2 y 3 cesaron los vómitos y pudo comer algo; y el 3 y 4 de enero todo pareció estar bien.
El 14 de abril de 1959 le quitaron el ano artificial y, al revisarla internamente, pudieron comprobar que el colon estaba completamente normal. Algo totalmente inexplicable para los médicos.
El Consejo médico de la santa Congregación para los procesos de los santos declaró que la curación fue no sólo funcional, sino también anatómica. Una pared destruida en varios centímetros no podía reconstruirse de forma tan perfecta que hiciera declarar al cirujano, que reexploró la zona, que ésta aparecía como si nada hubiese ocurrido. Por tanto, la absoluta inexplicabilidad de la curación no radica tanto en el hecho de que la señora Justa se salvara, sino en el hecho de que ocurriera una reconstrucción perfecta, absolutamente impensable, de acuerdo con los actuales conocimientos.
Esta curación fue reconocida como milagro y el siervo de Dios Francisco Coll fue beatificado por el Papa Pablo VI el 29 de abril de 1969.
MARÍA VICTORIA GUZMÁN
Tenía dos años y medio el 5 de febrero de 1953, cuando empezó a sentirse mal, con fiebre de 40. Cuando el 3 de marzo la llevaron sus familiares a Madrid para que la viera un especialista, sus condiciones eran muy graves. Su diagnóstico era septicemia por causas desconocidas. El 8 de marzo estaba ya agonizante, cuando de pronto abrió los ojos y empezó a moverse normalmente y a sentirse perfectamente bien. Todos los que la conocían empezaron a hablar de una resurrección, debida a la intercesión del siervo de Dios José María Rubio y Peralta (1864-1929), a quien su madre había invocado, colocándole a la niña una reliquia del mismo. El 10 de marzo le hicieron revisiones de control y no le encontraron ni rastro de su enfermedad anterior. Los médicos dijeron que la curación había sido completa, duradera e inexplicable científicamente. Los médicos de la Comisión de la Congregación para las causas de los santos, el 27 de junio de 1984, reconocieron que había sido una curación instantánea, completa y permanente sin explicación natural posible. Por este milagro fue declarado beato el antedicho siervo de Dios, por el Papa Juan Pablo II, el 6 de octubre de 1985.
GIUSEPPE MONTEFUSCO
Nacido en 1958, en Somma Vesuviana, Italia, en 1978 comienza a sentirse mal y acude al médico de la familia, Luigi Di Palma, que manda hacer algunos análisis. El resultado es que tiene leucemia mieloblástica aguda. Uno de esos días, su madre vio en sueños a un hombre, que le dice: ¿Vas donde todo el mundo y no vienes a mí? Ella comenta: Yo no sabía quién era esa persona que parecía tan buena. A la mañana siguiente, voy con mi prima a la iglesia y una señorita, que vendía recuerdos, me muestra una imagen del hombre del sueño. Era Giuseppe Moscati, médico, muerto en olor de santidad. Comienzo a llorar y le pido a él que sane a mi hijo. A mi hijo le llevo la imagen y le pido que la lleve con él. También le di a tomar, con un poco de agua, un poco de tierra con sus restos, que venía en una reliquia, y él la tomó con fe.
El mismo Giuseppe Montefusco dice: En mi habitación del hospital estábamos cuatro, uno de los cuales blasfemaba continuamente, y me dijo: “Quita ese cuadro, que me fastidia”. Lo pongo debajo de la manta y comienzo a rezar. A las tres de la noche, me despierto. Los otros dormían y, entonces, veo que se abre la puerta y entra un médico con camisa blanca y me dice: “Tú estás bien, estás curado. Tienes que declarar el milagro”. Me saluda y se va.
Lo cuento todo a mi madre y a otros médicos y me dicen que estoy mal, pues ningún médico hace visitas a las tres de la mañana, que en el hospital ningún médico va con camisa blanca hasta el suelo y que no hay ya ningún carrito de madera para llevar las medicinas como el que yo vi. Pero yo estaba seguro que había sido el beato Moscati, que había sido médico. Al día siguiente, la leucemia había desaparecido.
En virtud de esta curación, reconocida por el equipo médico Vaticano, el 25 de octubre de 1987, Giuseppe Montefusco, con sus padres y amigos, estuvo presente en la plaza de san Pedro, cuando el Papa Juan Pablo II canonizaba al médico santo, Giuseppe Moscati.
AMY WALL
Amy nació el 9 de setiembre de 1992 en USA, pero nació sorda. Según el dictamen del otorrino, tenía hipoacusia neurosensorial medio grave bilateral. La madre de Amy informa que el día en que le dieron el diagnóstico, estaba viendo televisión y transmitieron un programa sobre la beata Katharine Drexel, fundadora de las hermanas del Santísimo Sacramento. En la televisión entrevistaron a Robert Gutherman, que contaba su curación milagrosa.
Él había estado totalmente sordo de un oído y se había curado por su intercesión. Entonces, la madre de Amy comenzó a rezarle para que curara a su hija. Dice: Conseguí una reliquia de la beata y todos los días le pedía la curación de mi hija, pasándole la reliquia por sus oídos. Mi esposo, que era protestante, nos miraba y no decía nada. Una semana después, en marzo de 1994, cuando voy a recoger a Amy a la escuela para sordos, la maestra me dice que la pequeña Amy no era la misma de antes y que parecía mucho más viva y animada… El Dr. Lee Miller le hizo muchos exámenes audiométricos y confirmó que el oído estaba casi perfecto y que, en su opinión, ningún niño, nacido con sordera bilateral de esa manera, había recuperado el oído. Amy, a las pocas semanas, ya empezaba a hablar. Fue emocionante, cuando por primera vez me dijo: Mamá. Y puedo decir que los milagros, por intercesión de Katharine Drexel, han sido dos: la curación de Amy y la conversión a la fe católica de mi marido. Ahora tenemos una familia unida en la misma fe.
El 1 de octubre del 2000, el Papa Juan Pablo II elevó a los altares a Katharine Drexel, declarándola santa. En primera fila, en la plaza de san Pedro, estaba Amy Wall, de ocho años.
ZOILA ELENA
La niña Zoila Elena vivía en Riobamba (Ecuador) y tenía tres años de edad, cuando el 10 de marzo de 1965 tuvo una intoxicación aguda por haber ingerido unas pastillas de fluoroacetato de sodio. Como consecuencia, quedó al borde de la muerte. El tratamiento que se le hizo, tomando leche y otras cosas, fue totalmente ineficaz. Por eso, del hospital la regresaron a su domicilio, donde empezaron sus familiares a preparar las cosas para el funeral. Pero también comenzaron a pedir intensamente su curación por intercesión de la sierva de Dios ecuatoriana Mercedes de Jesús Molina (1828-1883), fundadora del Instituto religioso de santa Mariana de Jesús. Después de una hora de estar orando, otros dicen que a las cuatro horas, sin que se le administrara ningún nuevo medicamento, la pequeña comenzó a moverse y a tomar conciencia y sentirse bien. La llevaron de nuevo al hospital para hacerle nuevos estudios, y vieron que no tenía ni rastro de ninguna intoxicación anterior. Por este milagro, reconocido por la Comisión médica del Vaticano, Mercedes de Jesús Molina fue declarada beata por el Papa Juan Pablo II, en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil, el 1 de febrero de 1985.
ROLANDO
En Hull, suburbio de Ottawa, Canadá, vivía una familia católica con varios hijos. El último de ellos, Rolando, tenía un año de edad aquella tarde del 28 de junio de 1947, en que su madre lo dejó en su cochecito en el patio. Pero el cochecito estaba en pendiente y, cuando su madre lo dejó solo, se precipitó hacia un vacío de tres metros de profundidad. Al caer, el niño perdió la conciencia. Lo llevaron rápidamente al hospital, donde comprobaron que tenía una fractura de cráneo y conmoción cerebral traumática. El niño tenía convulsiones y fiebre alta. El 30 de junio se dieron cuenta de que el niño estaba ciego. El diagnóstico era ceguera traumática.
En aquella situación, la madre y la familia se encomendaron al siervo de Dios Carlos José Eugenio de Mazenod, que fue obispo de Marsella y fundador de los misioneros Oblatos de María Inmaculada. El Padre José Francoeur, miembro de esta Congregación, les dio una reliquia del Venerable y se la pusieron a los ojos, y lo mismo hicieron con una estampa del mismo. Comenzaron una novena al siervo de Dios para pedirle la curación y, al día siguiente, el niño veía con normalidad. Era el 18 de agosto de 1947.
En 1949 se le hicieron nuevos estudios médicos y se confirmó la estabilidad de la curación. Igualmente, en 1971, con nuevos exámenes confirmaron que todo estaba normal. Según el dictamen de la Comisión médica del Vaticano, la curación de la ceguera fue perfecta, duradera y sin explicación natural. El milagro fue aceptado y aprobado para la beatificación del siervo de Dios Carlos José Eugenio de Mazenod, proclamado beato por el Papa Pablo VI en 1975.
BRUNO
Nació el 2 de mayo de 1943 en Fossano, Italia, hijo único de Aldo y Amelia. A los cuatro meses de su nacimiento, le comenzaron graves problemas de salud con vómitos, dolores intestinales, diarreas, etc. Los medicamentos empleados dieron poco resultado positivo. Con subidas y bajadas siguió con sus problemas graves de salud hasta 1947, en que su estado se agravó. El 12 de diciembre de ese año se le declaró una apendicitis aguda con fiebre altísima. Antes de que lo operaran, la hermana Gisella le puso sobre su vientre una reliquia de la Madre Enriqueta Dominici (1829-1894), de la Congregación de las Hermanas de santa Ana y de la Providencia de Turín. La misma Sor Gisella colocó una imagen de la sierva de Dios en su cama y pidió que todos le rezaran para obtener el milagro. Y dice la hermana Gisella: Al cuarto de hora de la invocación a la santa y de la aplicación del algodón, el niño cesó de lamentarse y se durmió tranquilamente. Al despertarse, estaba totalmente curado. Sonreía con la mirada viva y se mostraba alegre y contento como un niño con buena salud. Me dijo que quería beber y le di un poco de café azucarado, que tenía cerca de él. Lo bebió ávidamente y me dijo que tenía hambre y quería comer. Le respondí que era necesario esperar al médico. Le tomé el pulso y lo encontré normal. Tomé la temperatura y ésta marcaba 36,5. Bruno se durmió nuevamente hasta el momento en que vino el médico.
El mismo Bruno nos cuenta su caso, cuando tenía seis años de edad: Tenía cuatro años, cuando fui a la colonia de Viu y siempre me dolía la tripa. El médico me dijo que tenían que llevarme a Turín para operarme de urgencia… La Superiora dijo a los niños, que estaban en la cama, que se sentaran y que rezaran a la Madre Enriqueta para que me curase… Cogió algodón bendecido, me lo pasó por la tripa donde me dolía y me hicieron que besara una estampa de la Madre Enriqueta, que colgó de la cama; luego me dormí. Y, cuando desperté por la mañana, estaba curado. Y ahora rezo a la Madre Enriqueta para que crezca sano. Continúo estando bien y como de todo, también castañas y judías, y no me ha vuelto nunca más la fiebre y el vómito.
Por este milagro, reconocido por la Comisión médica del Vaticano, se consiguió la beatificación de la Madre Enriqueta, que fue proclamada beata por el Papa Pablo VI en 1978.
MAUREEN DIGAN
Hasta los quince años disfrutaba de una salud normal. De pronto, le vino una enfermedad progresiva y terminal, llamada Lymphedima. Esta enfermedad no tiene tratamiento, pues no responde a ningún medicamento. En los 10 años siguientes, Maureen tuvo 50 operaciones y, a veces, se quedó durante un año en el hospital para restablecerse. La situación llegó hasta el punto de necesitar que le amputaran una pierna. En estas circunstancias, una tarde, su esposo Bob fue a ver la película titulada La misericordia divina. Imposible escapar de ella. Y se convenció de que debían ir a la tumba de Sor Faustina Kowalska, la mensajera del Señor de la misericordia, para pedir la salud por su intercesión.
Llegaron a Polonia el 23 de marzo de 1981. Maureen se confesó después de muchos años, y le pidió ayuda a Sor Faustina. Dice que, en su corazón, oyó que Sor Faustina le decía: Si me pides ayuda, yo te la daré. De pronto, pensó que sus nervios se rompían; se sintió bien y vio que su pierna tenía su tamaño normal. Estaba curada. Al regresar a USA, donde vivían, fue examinada por cinco doctores independientes que la declararon completamente curada. Los médicos de la comisión del Vaticano también la examinaron y su curación fue considerada como inexplicable.
Por este milagro, Sor Faustina Kowalska fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 18 de abril de 1993.
MANUEL VILAR SILIO
Tenía dieciocho meses de edad, cuando el 19 de julio de 1998, su familia se trasladó a una casita de campo de la localidad argentina de Nagoya. Su madre, Alicia Silio, se quedó dentro de la casa cocinando, habiendo dejado el cuidado de su hijo a otros familiares. Al terminar de cocinar, fue a ver dónde estaba el niño y nadie supo decirle dónde estaba. Empezaron a buscarlo hasta que lo encontraron, flotando boca abajo en la piscina. El agua estaba fría y cenagosa. Cuando descubrieron al niño, no había ondas en la superficie, por lo que se deduce que llevaba varios minutos completamente inmóvil.
Eran las 15:45 cuando lo sacaron con el cuerpo rígido y amoratado, el vientre hinchado y los ojos vidriosos, signos típicos del ahogado. Lo llevaron al hospital de san Blas, donde el doctor Edgardo La Barba confirmó que Manuelito no tenía latidos cardíacos ni respiración. Fue en ese momento, en que parecía todo perdido para siempre, cuando su madre, muy devota de la beata Madre Maravillas (1891-1974), carmelita descalza española, fundadora de muchos conventos, empezó a invocarla por la salvación de su hijo.
A los pocos minutos, el niño comenzó a expulsar el fango que tenía alojado en los pulmones y en el estómago; y 35 minutos más tarde recobró la frecuencia respiratoria. El niño había pasado más de una hora de parada cardiorespiratoria, por lo que se suponía que, si vivía, quedaría con graves secuelas neurológicas. Por ello, lo llevaron de inmediato al hospital infantil san Roque de Paraná a 102 kilómetros de distancia, al que llegaron a las 17:22. Allí el niño fue atendido por la doctora Vanegas, quien tampoco dio muchas esperanzas a la familia.
Al día siguiente, a las 6:40 de la mañana, al no haberse detectado complicaciones, le retiraron al niño el respirador artificial. Aproximadamente, a las 8:00 el pequeño se despertó y empezó a llamar a su madre. El 22 de julio fue dado de alta sin ninguna secuela. Los médicos estaban realmente asombrados del milagro, pues un paciente con más de 20 minutos con falta de oxígeno, normalmente tiene una muerte cerebral fulminante. El caso fue fundido por la televisión argentina.
Los médicos de la comisión vaticana estudiaron el caso y lo aprobaron por unanimidad. Y por este milagro, la beata Madre Maravillas fue canonizada por el Papa Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003.
CIRANA RIVERA DE MONTIEL
Se casó el 24 de abril de 1976 con Sergio Montiel Alvarado. Ambos eran mexicanos de veintitrés años de edad. Ella le había explicado antes de casarse que todos los miembros de su familia tenían una enfermedad congénita y las mujeres, desde hacía varias generaciones, no podían tener hijos, pues eran estériles. Durante siete años se sometió a algunas pruebas con la esperanza de tener hijos, sin resultados positivos. Tenía el Síndrome Stein-Leventhal. El doctor Daniel Montes, que le hizo un estudio radiográfico, le dijo que tenía obstrucción tubárica bilateral y retroversión del cuerpo uterino; lo que significaba que no había ninguna posibilidad de tener hijos. Y, aunque hubiera concebido, dada la malformación uterina, no hubiera podido llevar adelante el embarazo y le habría venido muy pronto un aborto.
Pero los dos esposos comenzaron a invocar al siervo de Dios Rafael Guízar Valencia (1878-1938), que había sido obispo de Veracruz (México), donde se le tenía mucha devoción. Los dos esposos pidieron la oración de otras familias del Movimiento familiar cristiano, al cual pertenecían. Y en mayo de 1983, ella quedó encinta. El 19 de febrero de 1984, Cirana dio a luz, mediante un parto normal, a un niño a quien llamaron Sergio, como su padre. El niño era, evidentemente su hijo, y no fruto de fecundación artificial, pues también tenía la misma enfermedad genética BPES.
Después de este hijo, no ha podido tener más y todos los exámenes realizados manifiestan lo inexplicable humanamente de haberlo tenido. Incluso, se le han seguido manifestando las irregularidades anteriores en los ciclos menstruales con amenorreas de hasta seis meses de duración.
Por este milagro, el Papa Juan Pablo II beatificó al obispo Rafael Guízar Valencia el 29 de enero de 1995.
NATALIA ANDREA GARCÍA MORA
Tenía ocho años de edad y vivía en el barrio Blanquizal de una de las zonas más violentas de Medellín, en Colombia. Era la séptima de los ocho hijos de Julia Ester García Mora, de 33 años, que había quedado viuda cuatro años antes, y que trabajaba como doméstica en varias familias.
Hacia las 5 de la tarde del 1 de setiembre de 1993, la niña Natalia Andrea estaba jugando en su casa con sus amigas Mónica, Erika y Eva, cuando, de improviso, cayó al suelo a causa de un disparo, realizado por una pistola con silenciador a una distancia de unos 5 ó 6 metros. Le salía sangre por la boca y respiraba con mucha dificultad. Las vecinas la llevaron hasta la carretera para tomar un coche, que la llevara al hospital.
En ese momento, pasaba en su coche la señora Gloria Amparo Álvarez Arboleda, que la llevó de emergencia al hospital san Cristóbal. La doctora que la atendió, viendo la gravedad del caso, la hizo llevar en ambulancia al hospital pediátrico san Vicente de Paúl. Los exámenes y radiografías descubrieron que la bala había impactado en la columna vertebral. Tenía fractura a la altura de la vértebra D7-D8; había sido dañada la médula espinal, además del pulmón y la columna. El doctor le dijo a la madre que, si quedaba con vida, no podría caminar nunca más.
Al día siguiente, 2 de setiembre, las compañeras de colegio comenzaron a rezar por su curación en unión con sus profesoras, las religiosas escolapias fundadas por Paula de San José de Calasanz (1799-1889). El 10 de setiembre fue operada de la columna y el doctor Carlos María Piedrahita confirmó la pérdida de un 10% de médula ósea. El 20 de setiembre le dieron de alta y tuvo que salir en silla de ruedas con monoplegia del miembro inferior derecho y con parálisis ligera de la pierna izquierda.
La familia de la niña y las religiosas del colegio con las alumnas, rezaban todos los días por su curación a Sor Paula. A fines de setiembre, un día, la niña se había sentado sola al borde de su cama y se había levantado, pues se sentía bien. Desde ese día, está perfectamente sin ninguna rehabilitación previa y lleva una vida completamente normal; corre, juega y sube escaleras como cualquier niño de su edad.
Los médicos del Vaticano certificaron que su caso era un trauma vertebro-medular con lesión parcial de la médula espinal a nivel D7-D10 con grave paraplegia y problemas en los esfínteres. Su recuperación fue muy rápida, completa y duradera, de modo inexplicable y sin rehabilitación. Por este milagro fue canonizada por el Papa Juan Pablo II Sor Paula de San José de Calasanz, el 25 de noviembre de 2001.
GIANNA MARÍA ARCOLINO COMPARINI
Elisabete Comparini, brasileña, tenía tres hijos y quedó nuevamente encinta en 1999, pero la gestación se presentaba difícil. Después de hacerle algunas ecografías, los doctores vieron que la situación se presentaba complicada y sin muchas esperanzas, pues perdía mucha sangre. El 11 de febrero del 2000, a las 16 semanas de gestación, tuvo pérdida completa del líquido amniótico. Los doctores le recomendaron un aborto para evitar riesgos de infección para ella y, por supuesto, para el niño, en caso de que siguiera la gestación. A pesar de algunas tentativas para aumentar el líquido, no hubo ningún resultado positivo. Según los médicos, la posibilidad de supervivencia del niño en esas circunstancias era cero.
La doctora que la atendía, le urgía a abortar al niño, pero ella con su esposo decidieron continuar el embarazo. En esos momentos, apareció en el hospital el obispo diocesano de Franca (Brasil) y los alentó en su decisión, pues él mismo había bendecido su matrimonio. A los pocos minutos, se presentó el padre Ovidio de su parroquia para darle la unción de los enfermos.
El obispo les dio a leer la vida de la beata Gianna Beretta Molla, la doctora italiana, muerta en 1962, después de haber dado a luz a su cuarta hija y no haber querido ser operada para perderla. Es considerada la santa de la maternidad, pues el milagro para su beatificación había sido la curación de una mujer con gravísimos problemas después de haber tenido una operación cesárea. Por todas partes pidieron oraciones y, a pesar de que, humanamente, parecía imposible, la gestación se iba desarrollando bien, hasta que a las 32 semanas, después de haber estado 16 semanas sin líquido amniótico, el 31 de mayo del 2000, fue operada, trayendo al mundo una niña sana con 1.800 gramos. La niña, llamada Gianna María, en honor de la beata Gianna María, ha crecido sana para alegría de todos.
Por este milagro fue canonizada la beata Gianna Beretta Molla el 16 de mayo del 2004.
JUAN JOSÉ BARRAGÁN SILVA
Era un joven mexicano drogadicto de 20 años. Su padre lo había abandonado, cuando era niño, para irse a Estados Unidos y formar otra familia. Vivía con su madre, que debía trabajar para sostenerlo, porque él no hacía nada. Vivía solamente dedicado a la droga y al alcohol, sin esperanzas y sin ganas de vivir.
El 3 de mayo de 1990 regresó a casa a las 6:00 p.m. borracho y alterado. De pronto, agarró un cuchillo y empezó a cortarse en la cabeza. Su madre, Esperanza Silva, trató de quitárselo sin conseguirlo, mientras él gritaba: No quiero vivir. Los vecinos trataron de ingresar a la casa, pero la puerta estaba cerrada. Entonces, el joven corrió hacia el balcón y se tiró del segundo piso de su casa a la calle, cayendo sobre el cemento, de cabeza. Su madre, mientras bajaba corriendo por las escaleras para ver a su hijo en la calle, pensó en Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe, y le pidió ayuda, lo mismo que a la Virgen María. Cuando la mamá llegó donde su hijo, él estaba sangrando de la cabeza y le dijo: Mamá, perdóname. Después, se quedaron unos minutos abrazados hasta que llegó la ambulancia, que lo llevó al sanatorio Durango, a donde llegó las 6:30 p.m.
Los médicos dieron el caso por perdido, pensando que, en el mejor de los casos, quedaría paralítico de por vida, pues la caída de 8-10 metros sobre cemento, de cabeza, es sumamente grave. En el sanatorio, le hicieron todas las pruebas oportunas, pero no encontraron fracturas en la columna ni en el cráneo. No quedó paralítico ni con fractura de las vértebras cervicales, como era de suponer. Y la hemorragia del cráneo no tuvo posteriormente ninguna consecuencia negativa. A los seis días, lo sacaron de terapia intensiva y lo pasaron a sala normal. El séptimo día le quitaron el tubo de alimentación y, a los diez días, fue dado de alta. Pocas semanas más tarde, él y su madre fueron a visitar el santuario de la Virgen de Guadalupe y a agradecer a la Virgen y a Juan Diego por el milagro. Desde ese momento, dejó la droga y se puso a estudiar para aprender un oficio.
La comisión médica del Vaticano consideró que una caída de 10 metros sobre cemento es como un impacto de 2.000 kilos. Por ello, la curación se consideró inexplicable para la ciencia. Por este milagro, Juan Pablo II canonizó al beato Juan Diego el 31 de julio del 2002.
VALERIA ATZORI
La señora María Giovanna Caschili dio a luz el 21 de enero de 1986 a una niña a las 23 semanas de gestación, con un peso de 550 gramos y 30 centímetros de longitud, en la clínica de la universidad de Cagli, en Italia. Los exámenes médicos señalaron que el estado de la niña, bautizada como Valeria, era gravísimo por ser demasiado prematura. Parecía como un conejito sin piel, la piel era roja-gelatinosa y transparente. No tenía respiración autónoma y le tuvieron que administrar oxígeno de inmediato. Según el doctor Franco Chappe las posibilidades de sobrevivir eran mínimas y, en ese caso, con muchas probabilidades de tener daños cerebrales muy importantes. Según su experiencia de 30 años, todos los nacidos antes de las 24 semanas morían inexorablemente después de pocos minutos o de algunas horas.
De hecho, a las pocas horas, se había deshidratado y pesaba 410 gramos. Al día siguiente, a las 10 a.m. empezaron a suministrarle algunos medicamentos como Mucosolvan y Spectrum e intentaron alimentarla con un tubo por vía oral. Pero, debido a ciertos problemas, tuvieron que alimentarla por la vena umbilical con muchas dificultades durante la primera semana y, después, con sonda nasogástrica hasta el tercer mes, en que pudo empezar a tomar el biberón.
A los cuatro meses, el 25 de mayo, ya pudo ser dada de alta con un peso de 2.100 gramos, con buenas condiciones generales de salud sin ningún daño en ninguna parte de su cuerpo.
Le siguieron haciendo exámenes de control a los 12, 18 y 24 meses y todo era perfectamente normal. En 1989 la doctora Melania Puddu y Giuliana Palmas le hicieron exámenes especiales y todos salieron perfectamente normales para su edad. Lo mismo ocurrió, cuando tenía 10 años en 1996.
Para los médicos era inexplicable cómo había podido sobrevivir en aquellas condiciones. La explicación está en que sus padres Giovanna Caschili y Pietro Atzori, habían acudido a la intercesión del siervo de Dios fray Nicola de Gesturi (1882-1958), fraile capuchino muy conocido en la ciudad y muerto en olor de santidad. Los papás se acercaron hasta su tumba para implorar el milagro. Y Dios se lo concedió por su intercesión.
Había nacido muy prematura, con insuficiencia respiratoria y con múltiples paradas respiratorias, doce de las cuales prolongadas, acompañadas de paros cardíacos. Había tenido grave osteoporosis con fractura espontánea del pulso izquierdo y grave infección estreptocócica. Sin embargo, su curación fue completa, duradera y sin consecuencias negativas, lo cual es inexplicable científicamente, según la comisión médica vaticana.
Por este milagro el Papa Juan Pablo II beatificó a Nicola de Gesturi el 3 de octubre de 1999.
MATHEW KURUTHUKULANGARA PELLISSERY
Nació el 9 de julio de 1956 en Irinjalakuda, estado de Kerala, en la India, con una malformación en ambos pies llamada talipes equino-varus. Sus padres, por ser muy pobres, no pudieron llevarlo a operar a otra ciudad. Por este motivo, Mathew se arrastraba apoyándose en las rodillas y en los codos. A los cuatro años pudo ponerse de pie, pero debía agarrarse a algo para no caerse. Solamente a los cinco años pudo empezar a caminar solo, con un andar vacilante, bamboleándose hacia los lados. Por lo cual era objeto de bromas y risas en la escuela.
Los padres habían visitado a una religiosa, tía de la mamá de Mathew, cuando él tenía dos años, y ella les había dado un librito La estigmatizada de Kerala, sobre Sor Mariam Thresia (1876- 926), fundadora de su Congregación, y les sugirió que le rezaran para pedirle la curación del niño. Desde ese día, todos rezaron en familia a Sor Mariam para que lo curara. El padre se comprometió, en caso de que se curara, mandar celebrar por ella una misa solemne y que toda la familia iría en peregrinación ante la tumba de la sierva de Dios.
El 19 de mayo de 1970, toda la familia comenzó cuarenta días de abstinencia de carne, ayunando los viernes y rezando cada día a la religiosa santa. El día 21 de junio, dice Mathew: Hacia las dos de la mañana vi dos religiosas que estaban junto a mi cama. Una hermana tenía velo negro y la otra velo blanco. La de velo negro se asemejaba a Sor Mariam Thresia, tal como la conocía por fotografía. Me dio masajes en la pierna derecha y me dijo: “Levántate, hijo mío, tu pierna esta curada”. Después, desaparecieron y he visto que mi pierna derecha estaba enderezada y sana. Llamó urgentemente a toda la familia y todos agradecieron a Sor Mariam, pero continuaron con la abstinencia y el ayuno, porque la pierna izquierda seguía torcida.
Al año siguiente, el 27 de junio de 1971, comenzaron de nuevo a rezar novenas y a hacer ayuno y abstinencia por su total curación. Y el 5 de agosto ocurrió el milagro. Dice la madre: He visto a las dos hermanas, una con velo negro y otra con velo blanco. La de velo blanco parecía ser mi tía Cordula, muerta unos pocos años antes. La hermana de velo negro le dijo: “la pierna de tu hijo está curada. Vete a ver”. La madre se levantó inmediatamente y fue a ver a su hijo, constatando que había curado verdaderamente también de su pierna izquierda.
Toda la familia fue en peregrinación a la tumba de Sor Mariam y publicaron en una revista católica el milagro. Después de 20 años del milagro, varios médicos examinaron a Mathew y comprobaron la normalidad de sus piernas sin ninguna desviación de su columna vertebral.
Este hecho, realizado sin ninguna clase de operación, fue aceptado por la comisión médica del Vaticano como inexplicable científicamente y la hermana Mariam Thresia fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 9 de abril del 2000.
ÁNGELA GOVERNALE BOUDREAUX
Ángela estaba casada con cuatro hijos y vivía en Louisiana (USA). Tenía 36 años, cuando a comienzos del verano de 1966, comenzó a sentirse muy débil y a notar un abultamiento en el vientre. En julio tenía dificultades para respirar y tenía el vientre como si estuviera embarazada de 5 meses. El 24 de julio tuvo que internarse en el hospital bautista de New Orleáns, en Estados Unidos. Después de los respectivos exámenes, determinaron que tenía un tumor maligno en el hígado.
El 8 de agosto de ese año, el cirujano James Freeman la operó y encontró que el cáncer estaba diseminado a ambos lados del hígado y no ofrecía esperanzas de sobrevivencia.
Pero, desde los primeros días de estar internada en el hospital, Ángela había comenzado a invocar al padre Francisco Xavier Seelos (1819-1867), religioso redentorista alemán, que emigró a USA para atender a los emigrantes alemanes. Ángela tenía una medalla de este siervo de Dios y algunas reliquias. Sorprendentemente, a principios de noviembre, comenzó a manifestar señales claras de que el hígado estaba trabajando normalmente. Ella dice que todo comenzó el 27 de noviembre, cuando sintió un renovado bienestar. Por precaución, a partir del 15 de diciembre, se le administró Leukeran (Chlorambucil). Pero, al poco tiempo, el médico mandó dejar esta medicina, al ver que todo estaba bien.
Cinco años después de esta recuperación milagrosa, volvió al quirófano para una operación de cálculos biliares. Era el 8 de octubre de 1971. El cirujano, doctor David Weilbaecher, aprovechó para hacer una exploración del abdomen y hacer biopsias del hígado, viendo que todo era normal. En 1998, cuando ella tenía ya 69 años, seguía con el hígado normal. Por ello, los médicos del Vaticano consideraron que su curación había sido extremadamente rápida, completa y duradera por 33 años, algo científicamente inexplicable. El Papa Juan Pablo II beatificó a Francisco Xavier Seelos el 9 de abril del 2000 por este milagro.
CARLA DE NONI
Era una religiosa italiana de las misioneras de la Pasión. El 20 de abril de 1945 tomó el tren a las 1:40 de la tarde para ir de Villanova a Mondovi (Italia). El tren estaba muy cerca de llegar a su destino, cuando apareció un avión inglés, que empezó a ametrallar el convoy. Sor Carla recibió varios proyectiles en la mandíbula, una bala a la altura de los senos y otra en el brazo derecho. Su situación era desesperada y los bomberos la llevaron de inmediato al hospital más cercano, mientras el párroco del lugar le administraba la unción de los enfermos.
El doctor Giovanni Bosio, que la recibió, dice que estaba en estado de shock gravísimo por hemorragia aguda y no podía ni hablar. El labio inferior le caía hacia la derecha y el mentón le caía sobre el pecho. La situación no mejoraba y tenía fiebre altísima. Por eso, fue de nuevo regresada a su casa en Villanova para que, en caso de morir, como era previsible, fuera enterrada en el cementerio de la Comunidad.
Sin embargo, todas las religiosas de su Comunidad, desde el primer momento, empezaron a orar para pedir su curación por intercesión de Don Rinaldi (1856-1931), un santo sacerdote salesiano, que había sido Rector mayor de su Congregación Salesiana.
Al regresar a Villanova, le colocaron un pañuelo del siervo de Dios y sintió un ligero alivio. Durante todo el mes de mayo y junio, continuaron las oraciones. A finales de junio, una tarde, Sor Carla se durmió y, al despertarse, se dio cuenta de que algo excepcional había sucedido, pues sentía un bienestar general. Se levantó por sí misma por primera vez desde el 20 de abril y vio que estaba perfectamente curada. Sólo tenía una cicatriz en el mentón, pero podía comer y hablar perfectamente bien.
Los exámenes que se realizaron el 15 de julio de 1945 y el 15 de septiembre de 1946, mostraron la presencia del hueso del mentón que había sido llevado por los proyectiles. Dios le había creado de la nada un pedazo de hueso en el mentón para poder unir la cara y dejarla perfecta, aunque con una gran cicatriz como prueba del milagro. En 1984, de nuevo, le hicieron exámenes y todo seguía en perfecto estado.
Por este milagro, el Papa Juan Pablo II beatificó a Don Felipe Rinaldi el 29 de abril de 1990.
ROGER LUIS COTRINA ALVARADO
El 26 de agosto de 1988, el submarino Pacocha, de la Armada peruana, fue colisionado por el pesquero japonés Kyowa Maru a pocos kilómetros del puerto del Callao. El choque abrió una brecha en la popa. Los motores y generadores de energía quedaron dañados y no tenían luz en el interior. En los primeros minutos, tratando de apagar un incendio, murieron tres marinos, entre ellos el capitán del barco. Entonces, el teniente Roger Luis Cotrina de 32 años, tomó el mando y, mientras el submarino se estaba hundiendo, trató de cerrar una compuerta interna por donde entraba agua del exterior. En ese momento, en la oscuridad y con poco aire, invocó la ayuda de Sor Maria Petkovic de Jesús crucificado (1892-1966), fundadora de las Hijas de la misericordia, cuya vida había leído cuando estaba enfermo en el hospital naval del Callao el año anterior.
Humanamente, era imposible cerrar aquella compuerta, ya que la presión del agua exterior creaba un peso de cuatro a seis toneladas. De hecho, la primera vez que lo intentó vio que era imposible, pero después de invocar a la Madre María, la pudo cerrar. De esa manera, pudieron estar a salvo dentro de la nave, esperando el rescate. Como éste no llegaba, al día siguiente, se decidieron a salir desde el fondo del mar, a unos 42 metros de profundidad, uno por uno, cada 20 segundos, y aunque la descompresión brusca tiene fatales consecuencias, todos ellos sobrevivieron, menos dos por efecto de embolia cerebral. La Marina condecoró al teniente Cotrina por su hazaña.
Esto fue considerado como un milagro, ya que a unos 20 metros de la superficie, en que se encontraba el submarino en el momento en que se pudo cerrar la escotilla, el peso creado por la presión del agua era equivalente a unas cuatro a seis toneladas, que ningún hombre puede levantar. Este hecho fue aceptado por la comisión vaticana como inexplicable para la ciencia y el Papa Juan Pablo II beatificó a Sor María de Jesús crucificado el 6 de junio del 2003.
LA MULTIPLICACIÓN DEL ARROZ
En el pueblo español de Olivenza (Badajoz) había una Institución, fundada por el Padre Luis Z.B., llamada Pía Unión de las doncellas de María Inmaculada. A las chicas pobres les daban todos los días de comer gratuitamente. Cada domingo daban de comer, además de 42 muchachas, a 17 muchachos y varias familias pobres. El domingo 25 de enero de 1949, cuando Leandra, la cocinera, debía preparar el alimento para los pobres en la Parroquia, se dio cuenta de que no tenía más que un puñado de arroz, exactamente tres tazas (unos 750 gramos). Los echó a la olla, diciendo a la imagen del beato Juan Macías: Hoy tus pobres se quedan sin comer. Hay que anotar que, en ese pueblo, muy cercano al pueblo donde nació el beato, todos lo conocían mucho y lo invocaban frecuentemente.
Dice la cocinera: Al cuarto de hora, más o menos, volví a la cocina para vigilar el arroz y observé con asombro que la cantidad aumentaba y el nivel subía hasta el borde de la olla. Al ver el aumento prodigioso del arroz, no dudé en llamar a la madre del párroco que me dijo: Será necesario utilizar otra olla, porque rebosa… Comenzamos a coger arroz y a verterlo en una segunda olla, un poco más pequeña, algo así como ocho litros, puesto que continuaba subiendo el nivel de la olla que estaba en el fuego. Tuvimos que buscar una tercera olla, que nos prestó la señora Isabel. Esta olla era, más o menos, como la primera. Yo comencé a preparar la comida hacia la una del mediodía y retiramos la olla del fuego a las cinco de la tarde por orden del párroco, que estuvo presente, desde cuando pudo observar cómo el arroz aumentaba y lo pasábamos de una olla a otra.
El milagro los dejó asombrados a todos los del pueblo que acudían a ver el prodigio. Normalmente, el arroz, después de una cocción de 20 minutos, se deshace y se transforma en papilla. Pero, en este caso, después de cuatro horas, seguía saliendo arroz entero. A los once años del prodigio, testificaron veintidós testigos, todos de edad madura y todos testigos oculares del milagro. Todo ocurrió desde la una hasta las cinco de la tarde, y aquel día se dio de comer a 150 personas. Después de once años, algunas señoras conservaban algunos granos de arroz y fueron enviados al laboratorio de la ciudad de Badajoz para su comprobación científica.
Este hecho milagroso fue debidamente presentado a la Congregación para los procesos de los santos y fue reconocido oficialmente como milagro, que sirvió para la canonización del beato Juan Macías, proclamado santo por el Papa Pablo VI el año 1975.
Fuente: Milagros Vivientes. Nihil Obstat. P. Agustín Lira Chiok Vicario Provincial del Perú Agustino Recoleto. Imprimatur Mons. José Carmelo Martínez Obispo de Cajamarca (Perú) Autor: Ángel Peña O.A.R. Lima – Peru 2006