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La Tilma de la Virgen de Guadalupe y la Profecía del Paraíso del Mundo de las Flores.

¡Bienvenidos queridos hermanos!

A los que siguen diariamente el trabajo de este equipo y a los que se incorporan ahora.

Hoy queremos hablar sobre el elemento oculto que permitió la fulminante conversión de 9 millones de aztecas en tiempo récord, como nunca sucedió en la historia. 

Los primeros españoles no llegaron a México hasta 1519, doce años antes de la aparición de la Virgen de Guadalupe en 1531.

Y descubrieron una sociedad muy elaborada, pero totalmente impregnada de una religión que exigía la organización de sacrificios para sostenerse.

Los franciscanos trabajaron incansablemente para convertir a los pueblos locales, pero no tenían éxito en la conversión y ya estaban seriamente desanimados.

El obispo Juan de Zumárraga había escrito a Roma para informar que los nativos parecían inusualmente resistentes al Evangelio.

Entonces ¿qué fue lo que, de repente y con rapidez fulminante, convenció a millones que vivían en esta región a convertirse al catolicismo?

¿Qué hizo que abrazaran instantáneamente a la Iglesia en cantidades que compensaron con creces a quienes se habían perdido en el protestantismo, en Europa, durante el mismo período?

¿Fue sólo la impresión en la tilma de Juan Diego de una mujer con símbolos familiares a su cultura o hubo algo más?

Aquí veremos que hubo algo más, que hubo una preparación de siglos de parte del Espíritu Santo, para que llegado el momento los indígenas aceptaran rápidamente el evangelio.

¡Te van a sorprender estos hallazgos!

En la sociedad azteca había un fuerte elemento nativo de monoteísmo, a partir de la creencia en el “dios de cerca y de lejos” que era reconocido como el único Dios sobre todos los demás.

Y a pesar de que muchos aspectos de su cultura eran brutales – sacrificios, esclavitud, poligamia -, también tenía una rica tradición de poesía y canciones con especulaciones sobre lo sobrenatural y la otra vida.

Durante siglos, la gente había escuchado canciones que hablaban de un lugar glorioso, caracterizado por flores exuberantes y fragantes y el canto de hermosos pájaros.

Donde por fin un alma podía encontrar la verdadera felicidad.

Esas imágenes se corresponden con el Paraíso del cristianismo.

Y este lugar, que el libro de Joseph Julián González y Monique González llama el Paraíso del Mundo de las Flores, estaba gobernado por “el Dios de lo Cercano y lo Lejano”, y solo podía ser alcanzado por alguien que fuera digno, alguien que fuera puro.

Este anhelo por el Paraíso del Mundo de las Flores, y por la vida perfecta, en armonía con el universo, se había transmitido de generación en generación desde hacía milenios.

Pero no era sólo en los aztecas.

El mundo de las flores permeaba la cultura mesoamericana desde sus inicios, acentuando el anhelo del hombre americano antiguo por una vida paradisíaca en el más allá, saturada de música y belleza. 

Cuya metáfora principal era la de un hombre al que se le dijo que recogiera flores del misterioso mundo de las flores y se las diera a los nobles, para marcar el comienzo de una era de belleza y paz.

Pero a pesar de soñar que las tenía, nunca podía encontrarlas.

Además, se había desarrollado un simbolismo floral en la sociedad, que por ejemplo, se utilizaba para marcar las entradas a cuevas e incluso túneles bajo las grandes pirámides, porque esos túneles se consideraban como posibles caminos hacia el mundo de las flores.

Estos sueños de un ser supremo y un paraíso en el mundo de las flores, también se asociaban con la dignidad humana, la perfección y la felicidad.

Y venían de miles de años atrás, de la civilización maya, cuyos orígenes se remontan al año 2000 a. C. 

Y entonces, cuando se difundió la noticia del milagro de las flores de invierno que caían en cascada de la tilma de Juan Diego, en las oficinas del obispo en la Ciudad de México, todo encajó de repente de manera dramática.

Se supo del famoso encuentro entre San Juan Diego y Nuestra Señora de Guadalupe.

Mientras Juan Diego ascendía al cerro del Tepeyac, de repente se vio rodeado de hermosa música y vistas maravillosas.

Y se preguntó: “¿Dónde estoy? ¿Será este el lugar del que hablaban nuestros antepasados, el Paraíso del Mundo de las Flores?”

Con estas palabras, San Juan Diego vinculó su encuentro con Nuestra Señora, con el antiguo sistema de creencias indígenas del Mundo de las Flores. 

Y luego llegó la noticia de que Juan Diego había traído hermosas flores de una colina, donde no podían haber crecido en invierno.

Donde había oído el canto de los pájaros, y habían ocurrido milagros. 

Y su historia coincidía con los viejos mitos.

Juan Diego era un hombre común y humilde y era cristiano, había sido bautizado.

Y aunque pocos de ellos habían aceptado la enseñanza de los misioneros, habían oído que el bautismo purificaba el alma.

Por lo tanto, Juan Diego encajaba en el papel del hombre puro, el hombre que era digno de entrar en el Paraíso del Mundo de las Flores. 

Todo esto hace pensar que la aparición de la Virgen de Guadalupe fue la culminación de miles de años de preparación evangélica de los pueblos de las Américas.

Que los antiguos mitos habían sido plantados en la cultura de las tribus mesoamericanas hacía mucho tiempo, a través de la inspiración del Espíritu Santo, para prepararlas para el mensaje del Evangelio.

De la misma forma que fue preparado el pueblo de Israel para el Mesías. 

Donde sus profetas describieron a Jesús en imágenes que sólo podrían entenderse plenamente después de la Resurrección.

Lo cual reafirma la convicción de que la Providencia de Dios siempre está trabajando, preparando el camino para que cada pueblo y cada uno de nosotros al final lo conozcamos.

El tsunami de conversiones fue fruto entonces de una base de monoteísmo original de la cultura indígena, más la creencia en un paraíso lleno de flores fragantes y canto de pájaros.

Y del milagro de la tilma, donde quedó estampada María adornada con numerosos elementos de la cultura azteca. 

Su manto azul turquesa simboliza la majestuosidad entre los aztecas y su túnica rosa está cubierta de flores doradas.

Quien se presentó diciendo: “Yo soy María de Nazaret, la Virgen Inmaculada, la madre del Dios verdadero para quien existimos». 

Y cuando se unió milagrosamente todo esto, los frailes que habían estado luchando por ganar un converso ocasional, ahora encontraron los patios de sus misiones llenos de gente que exigía el bautismo.

Los nativos viajaban kilómetros, trayendo sus ídolos paganos para que los quemaran, aceptando penitencias y regularizando sus matrimonios. 

Los franciscanos ahora luchaban por hacer frente al intenso deseo de los sacramentos.

Y debieron experimentar con ceremonias de bautismo en masa para satisfacer la demanda, hasta que el Vaticano prohibió la práctica.

Bueeeno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre la base que había puesto hace siglos el Espíritu Santo en la sociedad indígena mesoamericana, para que el cristianismo fuera aceptado naturalmente, como una extensión de sus creencias en un Dios principal y el mundo paradisíaco de las flores.

Que fue el que permitió la rápida conversión de los aztecas.

Y me gustaría preguntarte si crees que hoy el Espíritu Santo está actuando también en la vida de tus seres queridos refractarios al cristianismo, y va a lograr su conversión en poco tiempo, o crees que será muy difícil y en todo caso se podrían convertir al final de su vida.

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