Quienes componen el mundo que no se ve en las misas, que hacen y cómo actuar ante ellos.

Cuando se celebra la misa, se descorre el velo que separa el Cielo y la Tierra y el altar del Cielo y el de la Tierra se convierten en uno.

Y entonces se recrea la liturgia del cielo, que nuestros ojos no ven pero nuestra fe puede percibir.

Allí cada concurrente está rodeado de un mundo sobrenatural compuesto por ángeles y santos que alaban y dan gracias a Dios.

Por eso se dice que nada en la Tierra tiene el valor de una misa.

Nuestros Ángeles de la Guarda nos asisten en ese momento para que podamos sacar provecho de esa situación, si es que nos mostramos obedientes y no nos distraemos.

Aquí hablaremos sobre las cosas que suceden en las misas, que permanecen ocultas a nuestros ojos, y que sólo unos pocos místicos han podido ver por la gracia de Dios, y respecto a lo que recomienda la Virgen María sobre cómo actuar en la misa.   

El teólogo Joseph Ratzinger ha dicho que la misa no es una fiesta ni una reunión con el propósito de tener un tiempo en comunidad, sino que es lo que hace que Dios esté presente entre nosotros.

Y que se transforma en un engaño cuando el actor principal de la misa no es el Dios vivo sino el sacerdote.

Es que cuando en una parroquia comienza una misa se descorre el velo que separa el Cielo y la Tierra.

Y Jesucristo nos invita al eterno presente del Cielo, donde Él preside la misa y nos lleva a la presencia del Padre.

Por lo tanto la Misa es una participación en el culto a Dios en el templo celestial.

El altar en la Tierra está unido y fusionado con el altar en el Cielo.

Y suceden cosas maravillosas, como la presencia de criaturas celestiales en medio de la liturgia, invisible a los ojos humanos.

Por lo tanto, la misa es la del Cielo en la Tierra, y hay una única misa, la que se produce en el Cielo hace miles de años, que se traslada a la Tierra.

Sin embargo los modernistas, que no creen en lo sobrenatural, consideran a la misa como una reunión de la comunidad parroquial para recordar a Jesucristo.

Pero hay algo más revelador aún, dicho por el Arzobispo Annibale Bugnini, el creador de la misa del novus ordo luego del Concilio Vaticano II, o sea la misa actual.

Bugnini, luego acusado de masón y caído en desgracia para Pablo VI, confesó en la década de 1970, que la nueva misa que había creado, haría desaparecer la misa anterior, la que se llama tridentina, en latín, para el año 2000.

Y que una vez desaparecida la misa tridentina, se debería pasar a la inculturación total, con una liturgia hecha a medida de cada comunidad y sin libros litúrgicos comunes a toda la Iglesia.

Él se jactaba que la misa que él creó iba a desaparecer en el inicio del nuevo milenio.

Este plan se ha retrasado, pero las restricciones que han surgido a la misa en latín en el 2022, estarían indicando que el plan original de Bugnini aún seguiría en pie.

La realidad en la que ha creído toda la Iglesia al unísono desde el siglo primero hasta mediados del siglo XX, es que en la misa se hacen presentes los ángeles y los santos.

La misa nos retira del mundo común y nos lleva al momento y el tiempo sagrado donde converge entonces lo natural con lo sobrenatural.

Y si bien estamos en una iglesia parroquial, la liturgia nos traslada a una realidad celestial.

Y esto está expresado en el prefacio de la misa cuando el sacerdote invita a la comunidad de la Iglesia en la tierra, a unirse con los Tronos y Dominaciones, los Querubines y Serafines, para cantar el himno angélico de alabanza a Dios, tres veces santo.

El sacerdote dice «unidos a los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria”, y entonces los concurrentes a misa cantan «Santo, Santo, Santo».

Esto significa que estamos uniéndonos al coro eterno de ángeles y santos en un canto de alabanza.

El Padre Pío veía a la Santísima Virgen María presente en cada misa, junto con los ángeles y toda la corte celestial.

Veía los cielos abiertos, la gloria de Dios y el esplendor de los ángeles y santos.

Y Santa Teresita del Niño Jesús experimentó lo mismo en su primera comunión.

Por esta razón las iglesias trataron originalmente de recordar que cuando estamos en misa estamos entrando en el cielo y por lo tanto fueron diseñadas históricamente para eso.

Los vitrales, las pinturas que reflejan ángeles y santos, Cristo en el centro del tabernáculo, los pasajes de la escritura en las imágenes, son exhibiciones que nos hacen entrar en el cielo.

Además las velas, el incienso, el altar, el libro donde se leen las escrituras, las gesticulaciones que hacemos durante la misa, son cosas que se pueden hallar en el libro del Apocalipsis, donde San Juan mostró una parte de la liturgia del Cielo.

De modo que sólo hay una liturgia que es la del Cielo, sólo hay un altar que está en el Cielo, y sólo hay un sumo sacerdote que es Jesucristo, que está en el cielo.

El sacerdote celebrante nos invita a ir al cielo cuando dice levantemos el corazón, porque en realidad el altar del cielo y el de la parroquia se hacen uno solo.

Es Cristo en persona en ese momento, que utiliza como vehículo al sacerdote, que nos invita a rendir homenaje a Dios Padre. 

Además, Santa Brígida dice que un día, cuando estaba asistiendo a misa, vio un inmenso número de ángeles desciendo y congregándose alrededor del altar, contemplando al cura.

El Beato Enrique Suso dice que cuando estaba diciendo misa, los ángeles se reunían en forma visible en torno al altar, y algunos se acercaban a él en éxtasis de amor.

Y Catalina Rivas tuvo una visión de lo que sucede en el ofertorio de la misa, que es el momento en que el celebrante presenta a Dios las especies de pan y vino, que luego tendrán la transubstanciación cuando el sacerdote tome la hostia en la mano y diga «esta es mi carne» y tome el cáliz con el vino y diga «esta es mi sangre».  

En esa visión Catalina Rivas vio que cuando el ofertorio, de pronto empezaron a ponerse de pie unas figuras que no había visto antes.

Era como si al lado de cada persona que estaba en la misa saliera otra persona.

Y el templo se llenó de unos personajes jóvenes, hermosos, vestidos con túnicas muy blancas. 

Y fueron saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose hacia el altar.

Sus pies desnudos no pisaban el suelo, sino que iban como deslizándose, como resbalando.

Entonces la Virgen María le dijo que eran los Ángeles de la Guarda de cada una de las personas que estaban en misa, que llevaban las ofrendas y peticiones de cada uno ante el altar del Señor.

Los primeros ángeles estaban con las manos llenas de intenciones o ofrecimientos, que eran de aquellas personas que estaban conscientes de lo que significaba el gesto y tenían algo que ofrecer al Señor.

Pero detrás de los primeros ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las llevaban vacías.

Y le dijo la Virgen que son los ángeles de las personas que estando aquí, no ofrecen nunca nada, que no tienen interés ni ofrecimientos que llevar ante el altar.

Y en último lugar iban otros ángeles medio tristones, con las manos juntas en oración pero con la mirada baja.

Y la Virgen María le cuenta que son los Ángeles de la Guarda de las personas que estando allí han venido forzadas, por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de la misa.

Van tristes porque no tienen qué llevar ante el Altar, salvo sus propias oraciones.

Y entonces la Virgen recomendó cómo actuar, 

«Ofrezcan en ese momento sus penas, sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus alegrías y sus peticiones.

Recuerden que la Misa tiene un valor infinito por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir».

También vio otros seres y la Virgen le dijo,

«son las almas benditas del purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse.

Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con Dios eternamente».

Inmediatamente el celebrante dijo las palabras de la consagración y de pronto empezó a crecer, a volverse lleno de una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía.

Y cuando levantó la hostia vio sus manos, en las tenían unas marcas en el dorso, de las que salía mucha luz.

Era Jesús que envolvía al celebrante con su cuerpo.

En ese momento la hostia comenzó a crecer y apareció el rostro de Jesús mirando hacia Su pueblo.

Y cuando el celebrante dijo las palabras consagratorias del vino empezaron unos relámpagos en el Cielo, porque ya no había techo en la Iglesia ni paredes, estaba todo oscuro, solamente aquella luz brillante en el altar.

Y de la herida del costado salió sangre a borbotones hacia el cáliz. 

Y también chorros de luz que hacia los fieles presentes.

Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre lo que sucede durante las misas y que queda oculto a nuestros ojos, y la forma en que deberíamos actuar. 

Y me gustaría preguntarte si has tenido alguna visión sobrenatural durante alguna misa y que fue.

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