La Virgen de Gracia es una advocación mariana muy arraigada en las tierras del Levante español así como en otras zonas de la Península.

La veneración de Nuestra Señora de Gracia nació con la iglesia agustiniana de Lisboa.

Se extendió a España, en las misiones agustinianas de Asia y América del Sur.

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La primera noticia históricamente documentada es del año 1401.
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Y se refiere a una cofradía homónima organizada en los conventos agustinianos de San Agustín y Nuestra Señora de Gracia en Valencia (España) y Lisboa (Portugal), respectivamente.

La advocación de Nuestra Señora de Gracia evoca el saludo del Arcángel San Gabriel a María, cuando el emisario de Dios le presentó sus planes de salvación y de maternidad.
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Era la alegría para encarnar a su hijo.
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Éste llevaría a cabo la redención de los hombres y ella sería la Madre corredentora.
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Por eso, «Dios te salve María, llena eres de gracia».

Para los cristianos esta advocación no hace más que resaltar esta cualidad divina que Dios puso en Santa María.

Muchas son las imágenes que se veneran bajo esta advocación, como la Virgen de Gracia de Puertollano, la Virgen de Gracia de Caudete (Albacete), la de Biar (Alicante), la de Ayora (Valencia), la de Mahón (Menorca) la de Oliva de la Frontera (Badajoz), o la de Úbeda.

En estas localidades destacan las fiestas que se realizan en honor a esta advocación mariana, como los Moros y Cristianos de Caudete, los más antiguos de España.

Es incierto el origen y circunstancias históricas de la elección del nombre y del culto particular de la Orden de San Agustín a la Virgen de Gracia.

Sabemos que desde tiempo inmemorial el culto florecía en los ámbitos agustinianos; pero desconocemos dónde y cómo surgió.

Había sido norma generalizada que las órdenes mendicantes, a raíz de su institucionalización apostólica, aprovecharan devociones antiguas ya establecidas en el corazón de los cristianos y las acomodaran a su peculiar manera de pensar.

Probablemente sea esta la explicación más verosímil de lo que aconteció respecto a su devoción arraigada por Nuestra Señora de Gracia.

Con lentitud, pero sin pausa, la advocación fue cobrando resonancia en sus expresiones comunitarias y litúrgicas.
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A partir del Siglo XVI la devoción adquirió gran difusión en toda la Orden.
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Contribuyó en ello el que se empezaron a edificar conventos bajo este epígrafe y también el relato de una leyenda que se extendió posteriormente.
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Según la cual, la Virgen de Gracia habría impedido que el Papa quitara a la Orden el habito blanco que se vestía entonces en su honor.

A partir del Siglo XVII la advocación es considerada como propia de la Orden.

Si bien el culto general es antiguo, la liturgia específica no fue concedida hasta 1807.

En esta fecha, el Papa Pío VII, a instancias del P. José Menocchio y del Vicario General, concedió a la Orden de San Agustín facultad para incluir en su liturgia la festividad en honor de la Virgen Nuestra Señora de Gracia, con Misa y Oficio propios.

Se celebra el 25 de marzo, en clara alusión a la escena de la anunciación del ángel a María.

 

MONASTERIO DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA

Madrigal de las Altas Torres es un pueblo del norte de la provincia de Ávila, (Castilla y León, España).

Es uno de los pueblos más significativos de la comarca de La Moraña.

Allí está el actual Monasterio de Nuestra Señora de Gracia, perteneciente a las madres agustinas, que fue declarado Monumento Nacional el 21 de septiembre de 1942.
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Formando parte de un conjunto monumental que ocupa un lugar muy representativo de la localidad, con su inmensa plaza donde se celebran en la actualidad los festejos taurinos de la villa.
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Y que en su origen fue plaza de armas y lonja, el sobrio Palacio de Juan II es también un misterio en su origen.

Fue probablemente construido en el siglo XIII, pero el primer morador del que hay constancia fue Pedro I el justiciero.

El primer palacio, pues en el siglo XV se le añadió la zona cortesana, era una sobria y tranquila estancia rural, como la casa palaciega de un hidalgo, que a juzgar por los juegos de llaves que poseía, se administraba como tal, es decir abierta y vigilada durante el día, echándose la aldaba de la puerta de la calle cuando cae la noche.

De hecho, en el inventario que se entregó a las monjas, al tomar posesión del mismo, por el escribano Juan Machuca, se hablaba de la gran profusión de aldabas, a veces por dentro y por fuera de la misma puerta.

Aldabas y cerraduras tenían los aposentos y las despensas separadas de los reyes, pero no había constancia de las llaves.

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En este apacible edificio, tan distinto a los castillos y palacios cortesanos, se refugió la reina doña María de Aragón.

Luego, su esposo, Juan II de Castilla, para evitar sus desplazamientos y facilitar la concurrencia de las Cortes, levanta lo que podríamos denominar el segundo palacio, que consistió en ampliar el primero, dotándolo de las dependencias precisas para establecer allí la Corte.

Esto debió ocurrir entre los años 1406 y 1460, siendo el año 1424 cuando Madrigal toma el rango de corte temporal, durando ésta hasta 1497 en que Isabel la Católica la despide.

El palacio se mantiene como residencia real hasta que el emperador Carlos I se lo dona a las madres agustinas, que ocupaban el Convento de Extramuros de Madrigal, diciendo «de que no nos servimos por las pocas veces que en ella estamos».

La donación se realiza, en Toledo, a instancias del corregidor López de Montoya el 8 de agosto de 1521 y es sancionada, a instancias de doña María de Castañeda, por Cédula Real de 24 de marzo de 1525 que firma en Madrid, el 11 de septiembre, siendo priora del convento la tía del emperador, doña María de Aragón.

Una vez realizado el traslado, la congregación decidió nombrarlo convento de Santa María de Gracia, el mismo nombre que había definido al convento de extramuros cuando ellas lo ocuparon.

Tan austero y modesto era el palacio en su estructura que las religiosas no tuvieron excesivos reparos en adaptar las salas para usos comunes y las habitaciones de la servidumbre para sus propias celdas.

El augusto lugar parece en intensa meditación de eternidad sumido, donde las almas anacoretas de sus moradoras encontraron un apacible cobijo.

Como en el antiguo edificio, allí fueron recluidas importantes mujeres, cuyos retratos adornan las paredes.

Este aristocrático retiro ofreció perpetuo hospedaje, entre otras ilustres damas, a doña Bárbara Piramos, hermana de don Juan de Austria; doña Ana de Austria, hija de don Juan; doña Ana María Juana Ambrosia Vicenta de Austria, hija del otro don Juan de Austria, es decir, el hermano de Carlos II; doña Isabel de Toledo, hija del duque de Alba; doña Leonor de Toledo, prima de la anterior e hija del marqués de Mancera y doña María de la Cerda, de la familia de la princesa de Éboli.

La alta alcurnia de estas damas reportó al convento importantes mercedes, como el que Carlos I procurara que nunca les faltara leña para el invierno o el magnífico regalo, para la época, de una arroba de canela y clavo de las Indias que les hizo Juan II de Portugal.

Habitualmente, el convento se sostenía con los ingresos que producían sus propiedades.

En un momento dado, en estos terrenos se cosechaban 1500 cántaras de vino y 500 fanegas de trigo.

Tres siglos de vida contemplativo, sin intromisiones ni contratiempos, acabaron en 1835 con la desamortización de Mendizábal, por la que les eran expropiadas sus tierras a cambio de una indemnización.

Esta ridícula satisfacción consistía en una pensión vitalicia de una peseta diaria por cada religiosa.

Incluso recibieron orden de desalojo del regio edificio, pero fue revocada en el último momento.

A partir de entonces, las inquilinas debieron destinar buena parte de las horas del día a trabajar sin descanso para mantener su vida monacal.

Como ya hemos dicho, el palacio es muy modesto y severo en su estructura.

La fachada, que da a los jardines llamados El Pradillo, se encuentra orlada por dos torres cuadradas y unidas por un corredor de celosías de piedra.

Las dos son exactamente iguales y pudieran haber tenido defensas propias, quedando sin tapar los agujeros de las defensas aéreas o barbacanas salientes.

Las dos, que sobresalen volando al aire, eran de madera y con huecos en el fondo para hostigar y combatir al enemigo, siendo, tal vez, el último reducto del palacio.

A continuación, el patio con sus corredores, y paralelo a las torres el resto del palacio y la vivienda habitual del mismo.

Por ese patio se accede al interior del palacio, pues aunque la leyenda habla de un pasadizo secreto subterráneo, tal entrada no está disponible de momento.

El pórtico, con el atrio que cobija, es de estilo gótico civil, con clara tendencia renacentista.

Posee tres arcos de medio punto y es un poco pesado, aunque esa robustez refiere al visitante el ascetismo que guarda en su interior.

El claustro, que fue construido a partir de 1406, pertenece también al llamado estilo gótico civil y otorga carácter al edificio con su sencillez y luminosidad.

Las dos series de diez arcos en cada lado son distintas.

En la planta baja son arcos de medio punto, y en la planta principal o primer piso son arcos escarzanos, de menor altura; casi un tercio menos.

Todos los arcos se sostienen por columnas dóricas y tienen las dovelas redondeadas de influencia renacentista.

Según algunos autores, existen muchas semejanzas con el monasterio de Guisando y el castillo de Jarandilla de la Vera, sobre todo en las piedras que forman los arcos.

La sala de Cortes es la primera estancia de la planta baja.

Adosado a las paredes, el banco parlamentario recorre la habitación con una sobriedad estremecedora; ni un solo detalle de sillería adorna el austero asiento.

No es difícil imaginar a los recios hidalgos de Castilla y León debatir con el rey, en las Cortes de 1438, la forma de proteger la lana castellana o las reformas en la Santa Hermandad.

Probablemente, en el momento de la reunión de los cortesanos, fastos regios, con tapices y reposteros, colgarían de los muros, que hoy soportan escasos cuadros de monjas y santos, magnificados por el hermoso suelo restaurado con roja baldosa, como la original que todavía se mantiene en el suelo de los corredores del claustro, y sobre todo, por el fabuloso artesonado mudéjar, hecho a punta de cuchillo, de madera sin pintar, que hoy podemos disfrutar.

Además, las madres agustinas nos enseñan tres antiguos cantorales miniados, un autógrafo de Isabel la Católica: «Yo, la Reina’, otro de santo Tomás de Villanueva, una pequeña y preciosa virgen atribuida a Alonso Cano, un armario mudéjar, dos austeras sillas, una mesa y varios objetos, como un gran almirez, un brasero de cisco con su badila y otros.

Un rumor popular atribuye a las religiosas la recogida y conservación de curiosidades como la medida del pie de Nuestra Señora, o un mechón de pelo de las Once Mil Vírgenes.

El salón de Embajadores posee una magnífica antesala, que serviría, tal vez, de sala de espera o de reunión y en la que podemos admirar, flanqueando la puerta, dos vetustas rejas mudéjares en madera, y frente a ellas, el sillón prioral.

El salón propiamente dicho es un habitáculo rectangular y tanto más austero que la sala de Cortes.

Curiosamente, está bien iluminado gracias a las enormes ventanas del fondo y de la izquierda.

La techumbre es de madera oscura y da la sensación de ser una quilla de barco invertida, con cuadernas rectas.

Al igual que en la sala anterior, un gran y sobrio banco recorre los límites de la estancia.

Cuando las monjas se hicieron cargo del palacio convirtieron el salón en refectorio conventual, durando esta función hasta 1985, aunque todavía podemos admirar los groseros tablones soportados por varias tablas que forman las mesas, en dos filas, hacia la larga mesa prioral del fondo,

En el testero podemos apreciar dos pinturas con cierto aire icónico y bizantino.

En las paredes cuelgan los retratos de algunas ilustres monjas y encima de la puerta hay una balda con cerámicas antiguas como las colocadas en la pared, en el entorno de la pintura de la crucifixión.

La iglesia es un lugar recogido y hermoso.

Su única nave se adorna con cuadros e imágenes de religiosas y detrás del altar un retablo de escayola dorada en el que destacan las imágenes de dos frailes agustinos entre columnas salomónicas, y en la parte superior, bajo el escudo policromado de Castilla y León, podemos admirar un cuadro de 1647, pintado por Juan Carreño, que representa a san Agustín.

En el coro bajo actual, junto al cementerio de las monjas, estuvo la capilla real.

En el hueco de la derecha del retablo hay expuesta una piedad del siglo XV conocida por «la Virgen del Mar», preciosa talla, llamada así porque fue rescatada del mar por un capitán de barco que la regaló al rey, don Fernando el Católico, el cual, a su vez, se la entregó a sus hijas ilegítimas, recluidas en el convento.

Otros objetos preciosos que aquí se exponen son: una enorme talla dte;n, dorada al uan de Juni y un calvario del mismo escultor.

Un precioso sepulcro de alabastro, de doña Isabel de Barcelos, abuela materna de Isabel I de Castilla, cuyos restos comparten sepultura con los de varios infantes de corta edad.

Carente de la estatua yacente que, sin duente que, sin duente que, sin duda, debió tener, el mutilado panteón mantiene en el frontal un medallón con la imagen episcopal de san Agustín.

Completan las bellezas de este coro dos estatuas, de san Pedro y san Pablo respectivamente, de la escuela de Berruguete, y un magnífico órgano de 1764, recientemente restaurado.

En el coro alto, restringido a la clausura, existe otro órgano realejo y un pequeño atril con algún cantoral miniado.

Además, tiene unas deterioradas pinturas al fresco, del siglo XVIII.

Una escalera regia de dos tramos opuestos, hecha en piedra y rematada en su techumbre por un fabuloso artesonado mudéjar sin pintar, que representa dos octógonos concéntricos, conduce al corredor del claustro superior, donde se hallan las alcobas reales del primitivo palacio.

Los reales aposentos, formados por tres antesalas a la alcoba real, están decorados con muebles y utensilios de las distintas épocas vividas por el edificio: mesas, arconcillos, braseros, badílas de concha, bargueños mudéjares preciosamente trabajados.

Los techos son de decoración pompeyana y en las paredes hay varios retratos de religiosas acompañando a uno de los reyes católicos, muy poco cortesano.

Parece que esta pintura es la única, hecha en vida de los reyes, que podemos contemplar hoy en día.

Merece la pena destacar la existencia, en este recinto, de una Sagrada Familia de 12 escuela de Rafael, en la que, curiosamente, es san José el que sostiene al niño ante la mirada vigilante de la Virgen, así como la magnífica talla mudéjar policromada de Nuestra Señora de Gracia, con sus oscuros tonos en las caras y las manos, sus enormes y condescendientes ojos y sus ropajes moriscos con cenefas arabescas.

La alcoba real es una modesta habitación de 2,46 metros de ancho por 3,40 metros de largo, con el suelo de ladrillo de barro cocido y una fabulosa portezuela en la pared, de estilo mudéjar, pintada al fuego, para la servidumbre o tal vez, de retrete, entendiendo por tal un lugar de retiro y máxima intimidad.

Bargueños, mesas y crucifijos de marfil decoran la estancia.

Pero lo que realmente se siente en la estancia, techada con oscuros tablones de madera, es la especial historia que para el mundo entero guardan estos muros, desde que el 22 de abril de 1451 nació en este mismo lugar Isabel I de Castilla, llamada la Católica, Reina de la Hispanidad.

Las claustrillas, así denominadas por haber albergado a todas las religiosas de sangre real que compartieron este cenobio, están fuera de la visita turística del palacio.

Estas celdas, cuyas ventanas se encuentran orientadas hacia el jardín conocido como el Pradillo, que anteriormente pertenecía al convento y poseía incluso un coso taurino, mirando al abandonado Parador Nacional de Turismo, tenían paredes de más de un metro de espesor.

En la zona de las claustrillas, existe un recogido y coqueto claustro árabe con una balconada de madera.

Las columnas de la planta baja son de piedra cilíndrica y las del primer piso unos simples tablones apenas desbastados.

Posee arcos de herradura y un zócalo con baldosines decorados.

Es este patio de una singular y tranquila hermosura; un remanso de paz que invita a la meditación.

Árabe también, hay una sala de estuco revestido de panes de oro al que unas celosías toledanas protegen de la luz que inunda estas tierras.

Es como una ilustración de las mil y una noches en el centro de la estepa castellana.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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