Las cosas concretas que debes hacer y las que debes evitar.

El alejamiento de Dios y sus mandamientos de los hijos y de los seres queridos es uno de los mayores sufrimientos de los buenos cristianos.

Porque los ven perderse en un camino que a veces dudan que tenga retorno.

Y además se sienten impotentes, porque perciben que son estériles los esfuerzos que pueden hacer para acercarlos nuevamente a la fe.

Todo fracasa, son impermeables.

Y esto causa gran incertidumbre si no comprendemos que Dios quiere más la conversión de nuestros hijos y seres queridos que nosotros, y que busca el momento justo para hacer la intervención.

Dios es quien en definitiva va a convertir a esas personas, poniéndoles en una situación extrema a su debido momento.

Pero cada uno de nosotros puede aportar su granito de arena en esta tarea.

Aquí hablaremos sobre cómo debemos interpretar la situación de un alejado de Dios en el momento actual, qué cosas están a nuestro alcance realizar para su conversión y qué cosas son contraproducentes que hagamos. 

La inquietud básica de los cristianos es preocuparse por la salud de sus seres queridos, sus hábitos de vida, su moral, su fe.

Y sobre todo la salud de su alma, para que por un lado no sufran graves problemas en la Tierra y por otro, no se condenen para la vida eterna.

Esto es mucho más crítico hoy que antes, porque el mundo está perdiendo rápidamente la fe y la moral cristianas, que dan la dirección segura para evitar problemas en la vida y para alcanzar la vida eterna.

Hoy los jóvenes corren mayor riesgo que antes de separarse de Dios por muchos años.

Y adquirir estilos de vida y valores realmente contraproducentes.

Y además hay enemigos declarados del cristianismo que tienen una estrategia que la declaran directamente «vamos por tus hijos».

Ya no vivimos en una cultura cristiana, con estándares morales que reflejan las enseñanzas de Jesucristo.

Hoy hay que enseñar la moral cristiana porque se desconoce y pesan muchos prejuicios sobre ella.

Tampoco vivimos en una cultura que acepte instintivamente la tradición católica como clave para una vida plena. 

Y además en los últimos siglos, muchos se criaron de manera nominalmente cristiana, por lo que habrá algunos que dirán que están siguiendo el cristianismo, pero lo que hacen es seguir la moral de la época.

Esto se puede ver en casamientos, que a pesar que un cura los celebre, a menudo se desarrollan sin ningún compromiso cristiano real.

Y también en los funerales y aniversarios de los difuntos, en los que se exalta la bondad de personas, que consistentemente se negaron a tener nada significativo que ver con el cristianismo durante el curso de sus vidas, diciendo por ejemplo que el difunto «creía a su manera».

Pero hay una sola manera de ser cristiano, seguir las enseñanzas de Jesucristo, que se encuentran compendiadas en la Biblia, en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Sin embargo hoy está legitimada la reinterpretación del cristianismo, practicando un cristianismo a la carta, eligiendo lo que les gusta y desechando los que no les gusta.

Pero rechazar cualquier enseñanza de la Iglesia es rechazar a Cristo, autor de la historia, intentar huir de tal o cual verdad cristiana es intentar huir de Cristo.

Sin embargo hay denominaciones cristianas que basan su prédica en esta reinterpretación, e incluso sacerdotes católicos que hacen lo mismo.

No te gusta lo que otros curas dicen sobre el matrimonio, pues en esta parroquia somos respetuosos de cada caso.

O no te gusta lo que la Iglesia dice sobre la sexualidad humana, entonces ven a esta parroquia que somos tolerantes e inclusivos.

El escándalo que a través de los siglos significó el cristianismo, que ponía un muro moral y doctrinal que separaba a los que estaban dentro y los que están desviados en el seguimiento de Cristo, ya casi no existe. 

Incluso hoy está tan legitimada la demolición de este muro, que se oyen poderosas voces del propio Vaticano, que acusan de rígidos a los que pretenden cumplir fielmente los mandamientos que dejó el Señor.

Simplemente por negarnos a admitir o relativizar la posibilidad de cualquier revelación clara, incluso las de la Biblia, caemos en el hábito de suponer, primero que el hombre es la medida de todas las cosas y finalmente que sólo yo soy la medida de todas las cosas.

Y el resultado no es solo nuestro caos moral contemporáneo, sino la reinvención del cristianismo, de acuerdo no con la autoridad de Dios, sino con nuestros propios caprichos humanos.

Ahora lo que importa no es lo que Dios piensa de nosotros, sino lo que nosotros pensamos de Dios.

Y es precisamente esto lo que pone a los católicos serios en el banquillo en reuniones familiares y en la vida diaria de muchas familias.

Debemos elegir constantemente entre ser solidarios y alentadores con los que practican una moral distinta a la cristiana, o dar testimonio de la verdad.

Pero si elegimos dar testimonio de la verdad, nos encontramos con una dificultad.

Muchos de los buenos católicos de hoy en día están mal catequizados y no tienen los recursos para argumentar.

Por ejemplo cosas tan simples como la acusación de que los católicos son abusadores, que es el mayor estigma que tiene hoy la Iglesia, y por el que ha perdido mucha credibilidad.

O el por qué de la concepción bíblica sobre la sexualidad humana.   

De modo que una tarea primordial, si alguien quiere llevar por el camino cristiano a un hijo o a cualquier ser querido, es conocer la fe cristiana, para que pueda dar testimonio cristiano en el momento que se necesite.

Y no estar obligado a callarse la boca porque no conoce cómo argumentar.

También sucede que algunos se ven tentados en «acompañar» en sus desviaciones morales a la persona que quiere que vuelva al redil.

O sea un acompañamiento sin testimonio permanente, esperando teóricamente la oportunidad perfecta.

Pero esto es profundamente equivocado, porque nuestro hijo o nuestro ser querido interpretará que el cristiano está reafirmando las desviaciones sin más.

El acompañamiento sin coraje ignora la realidad del fondo del problema, que son las verdades que han sido deliberadamente rechazadas por el otro, y que forman la base del peligro terrible que corre.

Incluso a veces la falta de coraje es tanta, que el cristiano se negará a pensar que su hijo o el ser querido tiene una moral desviada, simplemente porque le quiere.

Nunca debemos pretender que ese cordero no se ha extraviado o incluso huido.

Sino que el verdadero acto de amor consiste en admitir la realidad y trabajar para que cambie.

Y no estamos hablando de regañar en cada ocasión a la persona desviada.

Sino de dar testimonio de nuestra fe cristiana permanentemente con nuestra vida y cuando se ponga a debatir alguna desviación moral, argumentar sobre la moral cristiana, sin callar.

Recordando que Dios ama al pecador y aborrece el pecado.

Sin embargo no podemos esperar que nuestro testimonio vaya a convertir a nuestro hijo o persona amada, sólo Dios lo va a hacer.

Nosotros lo único que podemos es hacerles presente que Dios existe, su bondad, su preocupación para que no se pierdan, la forma en que los puede ayudar en la vida, la racionalidad de sus mandamientos. 

Cada persona tiene que hacer su propio viaje a la fe, no podemos hacerlo por ellos. 

Hay que tener fe en que el plan de Dios nunca se frustra y que muchos que apostatan volverán a la fe con el tiempo, y con el celo de un convertido.

Por eso hay que confiar todo a Dios, las dudas, los dolores, las preguntas, las noches de insomnio, las lágrimas y las esperanzas.

En el entendido que estos extraviados son más de Él que tuyos, Jesucristo dijo que vino a buscar a las ovejas extraviadas.

Y no debemos tener sentimiento de culpa por la desviación de nuestros seres queridos, porque es una trampa usada por el diablo.

Alguien que quiere convertir a otro, un padre a su hijo, por ejemplo, nunca puede tener ninguna excusa para no orar y sacrificarse regularmente por el ser amado que se ha descarriado.

Si no estamos orando constantemente, no estamos haciendo nada en absoluto para aumentar la probabilidad de su conversión.

Ofrece un misterio de cada Rosario que reces por cada uno de tus hijos o seres queridos que quieres convertir.

Medita sobre los rasgos de personalidad que Dios dio a cada uno y el amor que Dios tiene por él.

Participa en la misa con la intención de conversión de ellos.

Puedes ofrecerlos en el momento de la consagración o de la comunión.

Reza novenas, por ejemplo a Santa Mónica, la madre de San Agustín, recordando lo que le dijo un obispo, «el hijo de esas lágrimas nunca perecerá», mientras ella lo veía alejarse cada vez más de Dios.

Ayuna por esa intención, y no solo de comida sino de otras cosas que también te agradan.

Acepta el sufrimiento que te producen las desviaciones y entrégalo a Dios.

Incluso entrega los pequeños sufrimientos diarios, por ejemplo un dolor de cabeza, por la intención de conversión de tus hijos y seres queridos.

Programa un mes orando por cada una de las personas que quieres que se conviertan, meditando sobre los valores que quieres que tenga, honestidad, autocontrol, amor por la palabra de Dios, autoestima, etc.

Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre cómo interpretar el alejamiento de Dios de un ser querido o un hijo y sus desviaciones, y cómo trabajar para lograr su conversión.

Y me gustaría preguntarte si has visto casos de personas que se han convertido milagrosamente porque había gente detrás trabajando para su conversión o no.

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