Quizás lo más definitorio de nuestra época sea el cambio cualitativo respecto a los pecados.

No sólo podemos afirmar que hay más pecado entre los hombres.

Sino que se han agregado otros tipos de pecados que son mucho más destructivos.

Pero sobre todo se ha perdido el sentido del pecado.

Es por esta razón que quienes están en el camino de la salvación deben reforzar permanentemente su alerta sobre los pecados, para no ser influidos por la sociedad pecaminosa.

En un mensaje radiofónico en 1946 el papa Pío XII dijo, «Tal vez el pecado más grande en el mundo de hoy es que los hombres han comenzado a perder el sentido del pecado».

Y 20 años después el Concilio Vaticano II señaló en Gaudium et Spes que la inteligencia del hombre se había rebelado contra Dios.

Y 5 años antes se habían aceptado los anticonceptivos hormonales para el control de la natalidad, que culminó en la generalización del aborto en todo el mundo, millones de muertes de seres humanos.

Y en esto podemos ver la primacía del amor a si mismo por sobre el amor a la verdad y a las leyes de Dios.

   

EL AMOR PROPIO DESMEDIDO ESTÁ EN LA BASE DEL PECADO

La razón más de base por la que se ha perdido el sentido del pecado es el amor propio exacerbado.

Si vemos las instancias de pecado más importantes que se mencionan en la Biblia, veremos que la base de ellos ha sido el amor propio desordenado.

Por ejemplo satanás le propuso a Eva “serás como Dios” cuando la tentó para desobedecer al creador y comer el fruto del árbol de conocimiento del bien y de mal.

Y Lucifer se reveló contra Dios al grito de “no serviré”, prefiriendo servir sus propios deseos de poder.

En estos dos casos, Eva y Lucifer, prefirieron amarse más a sí mismos que lo que amaban a Dios.

Santo Tomás de Aquino dice que,

“Todos los actos pecaminosos surgen de un desmedido amor propio, que nos impide amar a Dios por encima de todo lo demás y nos tienta a apartarnos de Él”. 

Incluso otros deseos desordenados como el amor al dinero tienen como base el amor a sí mismo.

Porque el dinero es un medio para conseguir cosas que hagan disfrutar a nuestro yo, y no un fin en sí mismo.

De modo que el amor a si mismo desmedido ensombrece el amor a Dios.

Y así podemos ver los pecados capitales en esta clave de amor a sí mismo.

En el orgullo, la codicia, la lujuria, la ira, la glotonería, la envidia y la pereza podemos ver un sustrato de excesiva adoración a uno mismo, poniéndoles por encima al amor a Dios y a los demás.

Porque recordemos que el mayor mandamiento de Dios es amar a Dios como con todo tu corazón, con toda tu alma y con tu mente, y el segundo es amar a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22: 37).

El Padre Garrigou-Lagrange dirá,

El amor propio excesivo nos lleva a la muerte, de acuerdo con las palabras del Salvador: 

‘El que ama su vida (de una manera egoísta) la perderá; y el que aborrece (o sacrifica) su vida en este mundo, la salvará para vida eterna” (Juan 12: 25). 

Solo un amor más grande, el amor a Dios, puede conquistar el amor propio”. 

Entonces el excesivo amor por uno mismo oscurece el intelecto y suprime la verdad sobre el creador y la creación.

Y nuestros deseos anulan la razón de tal forma, que hasta se desarrolla un odio hacia la verdad como autodefensa del propio yo.

   

LOS PECADOS CONTRA DIOS CREADOR

El Papa Benedicto XVI comentó al Papa Francisco que estamos viviendo en una «época de pecados contra Dios Creador».

¿Qué quiso decir?

Evidentemente otras épocas tenían pecados, pero no estaban dirigidos contra el Creador.

Los pecados de los que debíamos arrepentirnos no estaban dirigidos principalmente contra el Creador.

Porque los 10 mandamientos se dividen en dos partes: deberes hacia Dios y deberes hacia otros seres humanos.

Cosas como el asesinato, el adulterio, mentir, robar y codiciar constituyen pecados contra otras personas.

Estas prohibiciones están diseñadas para proteger a otros de los desórdenes en nuestras propias almas.

Pero un pecado contra el Creador no está dirigido a no a robar o no mentir, o a no cometer adulterio

Sino que se trata del rechazo de lo que es ser un hombre como originalmente fue diseñado.

El diseño mismo se dice que es defectuoso.

Lo que una vez era un defecto en los hombres y estaba equivocado, ahora es de hecho correcto.

Y pasa a ser un defecto de la creación.

Un pecado contra Dios el Creador implica que no estamos tratando con aberraciones que surgen de la libertad en el coito normal, hablando del tema de la sexualidad humana.

Estamos tratando de lo que podríamos llamar pecados «estructurales».

Significa decir que si Dios nos unió de cierta manera, Él lo hizo todo mal.

Así se afirma que una cosa tan extraña como un «matrimonio homosexual» es «estructuralmente» tan bueno, si no mejor, que el matrimonio entre hombre y mujer, como se nos ha transmitido, para preservar la raza humana.

La creación es una cosa dada por Dios.

No participamos de nuestra propia creación básica como seres humanos.

El intrincado diseño que nos distingue de otros seres finitos ya estaba allí sin nuestra ayuda.

Estaba destinado a ser como es.

Su origen radica en una inteligencia que es más que humana.

Dios no sólo nos pide conocer y seguir el bien moral del hombre, sino afirmar su bien existencial o estructural.

Nos pide que entendamos que el «ser» original que nos ha dado es superior a todo lo que podríamos proponer como alternativa.

Pero en esta época resulta que no sólo nos enfrentamos a problemas morales sobre cómo debemos vivir según los mandamientos, sino con un problema metafísico sobre lo que somos.

Es un rechazo a la creación y a Dios creador.

El rechazo a Dios como Creador significa que podemos ahora, hasta cierto punto, reconfigurarnos.

Podemos proponer el nacimiento sin relaciones sexuales normales.

Podemos infundir genes no propios en nuestra descendencia con el fin de «mejorar» su aspecto o inteligencia.

Si tenemos esposas o esposos múltiples y cambiantes, o si no las tenemos, depende de nosotros.

Así que cuando Benedicto dice que lo que estamos presenciando es algo más básico que las cuestiones de la virtud moral, sino «pecados contra Dios Creador», estaba describiendo sagazmente lo que en realidad sucede.

La cuestión no es ahora si vamos a aceptar la bondad inherente a nuestro ser, sino si vamos a aceptar el mismo orden de nuestro ser, hecho por la creación.

La época en que vivimos es la primera en la historia de la humanidad que puede plantear esta cuestión.

Tiene los medios para rechazar la creación real de una manera que no conocíamos previamente para nuestra especie.

Y lo está haciendo.

Esto es lo que explica las aberraciones que presenciamos, cuya rapidez de escalada nos asombra diariamente.

   

UNA OFENSA CONTRA LA REALIDAD

El sentido del pecado se ha ido desdibujando, no ya sólo en la sociedad global sino también dentro de los fieles cristianos.

Es como beber veneno a sorbos y no reconocer sus efectos posteriores.

El Catecismo de la Iglesia Católica numerales 1849 y 1850 dice que el pecado es una ofensa contra la razón, la verdad y la conciencia correcta.

Agrega que es un fracaso en el amor genuino hacia Dios y hacia el prójimo, producido por un apego perverso a bienes de carácter destructivo.

Y también es una expresión, una obra y un deseo contrario a la ley eterna, en contraposición a la afirmación de uno mismo.

Y quizás una de las expresiones que estén en la base de esta rebelión sea el pecado del orgullo, que es la afirmación del yo en lugar de Dios como objetivo supremo de nuestro amor.

Lo cual es opuesto a la obediencia de Jesús con la que logró nuestra salvación.

San Agustín dice que el pecado es amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios.

Y Juan Pablo II dice que el pecado no es un hecho personal sino que tiene efecto sobre los demás.

De modo que el pecado es un triple efecto, por un lado sobre Dios, por otro lado sobre si mismo, y por otro lado sobre el prójimo.

Esta es la dimensión social del pecado que hoy vemos extenderse en nuestras sociedades.

Esto ha agregado una capa pecaminosa encima de nuestro pecado original, y desconoce el llamado a la perfección que nos ha hecho Nuestro Señor.

Por eso hoy más que ningún otro momento debemos tomar en serio el pecado y librar una guerra contra él, para luego ayudar a los demás en esta batalla.

Una de las armas más efectivas para luchar contra el pecado es la adoración al santísimo Sacramento y la adoración a Jesucristo en la cruz.

También significa reflexionar sobre algunos conceptos que se han ido desdibujando, por ejemplo el de búsqueda de la santidad.

Y también el de aceptación de la cruz, en contraposición a negar la realidad de que en algún momento vamos a sufrir y que hay que aceptarlo con amor al creador.

Pero primero debemos recomponer nuestro sentido del pecado, tanto del pecado mortal como del pecado venial.

Veamos que dice la Biblia al respecto.

   

PECADOS QUE IMPIDEN ENTRAR EN EL CIELO SEGUN LA BIBLIA

La doctrina católica distingue entre pecados mortales y pecados veniales.

Los pecados mortales son la violación de la ley de Dios con pleno conocimiento y deliberado consentimiento en una materia grave.

Y su nombre se debe a que producen la muerte espiritual del alma separándonos de Dios.

Si morimos sin arrepentirnos perderemos nuestra entrada en el cielo y la vida eterna.

La Biblia proporciona varias listas de pecados que se dice que impiden entrar en «el reino de los cielos», porque en el cielo entran solamente los puros.

1 Corintios 6: 9-10: «¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales,ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios».

Gálatas 5: 19-21: «Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios»

Efesios 5: 3-6: «La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos. Lo mismo de la grosería, las necedades o las chocarrerías, cosas que no están bien; sino más bien, acciones de gracias».

Según la doctrina católica no se permite recibir la comunión en pecado mortal.

Y hay otros pecados leves que se llaman pecado veniales, que no rompen nuestra amistad con Dios pero la afectan.

Por ejemplo podemos mencionar a los chismes, aunque si destruimos la reputación de una persona, entonces un chisme se vuelve un pecado mortal.

   

NO DEBEMOS OLVIDAR LOS PECADOS VENIALES

Los pecados veniales nos hacen más vulnerables al pecado mortal y por eso hay que controlarlos en el Sacramento de la Reconciliación, con frecuencia.

San Antonio María Claret se ha preocupado de difundir la necesidad de trabajar sobre los pecados veniales.

Él dice que no es suficiente con luchar contra los pecados mortales sino que hay que agregar la batalla contra los pecados veniales, porque en realidad no hay nada que nos de la seguridad de cómo Dios va a tratar nuestros pecados en nuestro juicio.

Propone ser cuidadosos en las prácticas espirituales recomendando:

«Fervor en la oración y en el trato con Dios; seriedad en la mortificación y la abnegación; seriedad en ser humilde y en aceptar el desprecio; seriedad al obedecer y renunciar a la propia voluntad de uno mismo; ferviente amor a Dios y al prójimo».

Y aún es más específico recomendando cuidar especialmente estos pecados:

«El pecado de dar entrada a tu corazón a cualquier sospecha irracional o juicio injusto en contra de su vecino.

El pecado de introducir conversaciones sobre los defectos de otra persona u ofender a la caridad de cualquier otra manera, incluso a la ligera.

El pecado de omitir por pereza nuestras prácticas espirituales o de realizarlas con negligencia voluntaria.

El pecado de tener un afecto desordenado por alguien.

El pecado de tener una vana estima por uno mismo, o de tomar una vana satisfacción en las cosas que nos pertenecen.

El pecado de recibir los santos sacramentos de una manera descuidada, con distracciones y otras irreverencias, y sin una preparación seria.

Impaciencia, resentimiento, cualquier falla para aceptar decepciones como provenientes de la Mano de Dios.

El pecado de darnos una ocasión que puede incluso remotamente mancillar una condición inmaculada de santa pureza«.

   

EL PECADO CONTRA LA CREACIÓN QUE RESISTIÓ PABLO VI

Hace cincuenta años el Papa Pablo VI se puso de pie, casi solo, contra la corriente de los que pedían la ruptura de la unión sexual de la procreación sexual.

Fue atacado dentro de la Iglesia en ese momento y lo es más aún hoy.

En su famosa encíclica Humanae Vitae (de 1968), afirmó una profecía, que ahora se está cumpliendo en términos mucho más oscuros de lo que él imaginó.

Lee de nuevo, muy lentamente, este numeral 17:

Los hombres rectos podrán convencerse todavía de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad.

Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad.

No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia.

Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada.

Es así que podemos ver en la anticoncepción artificial un primer pecado, hasta casi se podría decir “casi inocente”, contra la creación, al separar el sexo de la procreación.

Pero esto abrió la puerta a los pecados aún más fuertes y que se acentúan cada día que pasa.

Esto fue consecuencia de la pérdida del sentido del pecado, uno de cuyo fruto es la dictadura del relativismo.

En última instancia esto nos marca el fracaso de la humanidad para entender y aceptar la realidad tal cual es.

Porque Dios creó al hombre de la nada con el propósito de conocer y amarlo, y lo está sosteniendo en todo momento.

Pero se ha generado una rebelión en que los hombres viven como si ellos fueran realmente dioses.

Este intento de relativizar la verdad y negar la relación con Dios es una rebelión contra la realidad tal cual es.

Y no puede entenderse de otra manera que no sea la explicación de que el pecado ha cegado la razón.

El relativismo imperante impone la visión subjetiva de la verdad sobre los individuos y la sociedad.

Y con el argumento de una falsa tolerancia niegan la existencia del pecado, y en nuestros tiempos especialmente se relativiza el pecado sexual.

Llegando incluso a cambiar la naturaleza, como sucede con la ideología de género.

Que propone que el verdadero sexo de una persona es lo que lleva espiritualmente adentro en un momento determinado y no la naturaleza con que fue creada.

Y la conclusión inevitable es que estas personas confundidas respecto a su sexo opten por cambiar su naturaleza física a través de cirugías que amputan miembros y la ingesta de químicos para modificar sus hormonas.

Esto es claramente un pecado contra la creación de Dios.

Fuentes:


Sergio Fernández, Editor de los Foros de la Virgen María

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