Ya se está cumpliendo. Cómo será ese pequeño rebaño y cuando tendrá su esplendor.

El cristianismo está siendo más perseguido en el mundo de lo que fue en el siglo primero.

Y por enemigos, cuyos pecados están siendo perversiones inimaginables aún en aquellos tiempos.

Mientras van cada vez menos fieles a misa en occidente, a las generaciones jóvenes ya no les interesa la práctica católica como antes, y se tiene que vender el excedente de templos, ya superfluos para la demanda.

Esta crisis fue prevista por el joven teólogo Joseph Ratzinger hace más de medio siglo, cuando delineó la profecía del pequeño rebaño, el “pusillus grex».

Aquí hablaremos sobre lo que Ratzinger profetizó que pasaría al cristianismo, y ya estaba comenzando a suceder, cómo debería actuar la Iglesia para enfrentar la crisis que vendría, y de qué forma podría llegar a ofrecer al hombre lo que en realidad está buscando, y así florecer de nuevo.

En 1957, Sor Lucía de Fátima le dijo al Padre Fuentes que el diablo estaba a punto de entablar una batalla decisiva contra la Virgen, la batalla final.

Y que Dios castigaría al mundo y lo haría terriblemente.

Y el 13 de octubre de 1973, Nuestra Señora le anunció a  Sor Agnes Sasagawa, en Akita, Japón, un castigo peor que el diluvio.

Ha pasado medio siglo y los pecados se han multiplicado a un nivel de perversión inimaginable antes.

No sabemos de cuánto tiempo disponemos para asegurar nuestro buen pasaje a la eternidad, pareciera que muy poco de acuerdo a las señales sociales, políticas y en la naturaleza.

Pero los tiempos de Dios no son los nuestros.

Y en esa ventana de tiempo en que la Virgen bajó a Akita, el joven teólogo Joseph Ratzinger hizo una profecía que hoy se está cumpliendo nítidamente, aunque la Iglesia se empeña infructuosamente en ir en sentido contrario. 

En 1969 impartió un ciclo de cinco conferencias radiofónicas, después de haber roto con sus amigos teólogos Hans Küng, Edward Schillebeeckx y Karl Rahner, sobre la interpretación del Concilio Vaticano II.

El futuro Papa esbozó su visión del futuro del hombre y de la Iglesia, en cinco conferencias.

En aquel momento acababa de estallar en Europa la protesta estudiantil, la Iglesia estaba en medio del debate, -a menudo acalorado y poco fraternal-, sobre la interpretación del finalizado Concilio Vaticano II.

Y unos meses antes, Pablo VI había promulgado su última encíclica, la Humanae Vitae, que fue acogida por el mundo y por buena parte del clero, como un anacronismo inesperado, que chocaba con los pilares fundamentales del espíritu de la época, que sólo pedía modernidad.

Ratzinger además contemplaba en la Iglesia la tentación de reducirla a una presencia meramente política, o una ONG, y al sacerdote nada más que como un trabajador social.

En aquel tiempo Ratzinger dijo que no son los cristianos quienes se oponen al mundo, sino el mundo el que se les opone cuando proclaman la verdad sobre Dios, sobre Cristo y sobre el hombre. 

Y se rebela cuando el pecado y la gracia son llamados por su nombre.

Dijo que es hora de que el cristiano recupere la conciencia de pertenecer a una minoría, de redescubrir el coraje del inconformismo, la capacidad de oponerse y de denunciar muchas tendencias de la cultura circundante.

Esto cayó en saco roto porque la Iglesia hoy está actuando en sentido inverso, siendo propulsora de la agenda del mundo, de las Naciones Unidas: cambio climático, diversidad, descenso de la población, migraciones.

En vez de tratar de profundizar la conversión hacia adentro de la Iglesia, pone énfasis en el ecumenismo y en recuperar la influencia política que una vez tuvo.

Mientras la advertencia de Ratzinger fue clara: la iglesia crece de adentro hacia afuera no de afuera hacia adentro.

O sea que la fortaleza interna y la calidad de la fe que cultiva, es la que la hace atractiva para que la gente la integre.

La profecía del pequeño rebaño que Ratzinger dio forma en 1969, partió de una apreciación que es evidente. 

Estamos en un enorme punto de inflexión en la evolución del género humano. 

Un momento, en comparación con el cual, la transición de la Edad Media a los tiempos modernos parece casi insignificante.

Mientras el cristianismo está amenazado por una fuerza poderosa, decidida a extinguirlo para siempre.

Hacía 4 años que había finalizado el Concilio Vaticano II, y mientras los modernistas estaban en plena fiesta revolucionaria, Ratzinger les aguó la fiesta diciendo que se avecinaban tiempos muy difíciles para la Iglesia. 

Que su verdadera crisis acababa de comenzar y que tendría que hacer frente a grandes trastornos. Todavía no se había destapado la crisis de los abusos.

Pero se mostró seguro de que al final quedará, no la Iglesia del culto político, que ya está muerta, sino la Iglesia de la fe. 

La Iglesia ya no será la fuerza social dominante de antaño, pero si acepta que está llamada a convertirse en un pequeño rebaño, luego experimentará un nuevo florecimiento y aparecerá como la casa donde el hombre pueda encontrar esperanza.

Afirmó que de esa crisis surgirá una Iglesia más pequeña que deberá empezar más o menos desde el principio. 

Ya no podrá habitar los edificios que construyó en tiempos de prosperidad. 

Y a medida que sus fieles disminuyan, perderá también gran parte de sus privilegios sociales.

Pero volverá a crecer a partir de pequeños grupos, movimientos y minorías que volverán a poner la fe en el centro de la experiencia.

Por lo tanto ya no necesitamos una Iglesia que celebre el culto a la acción social y política, porque lo que quedará será la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se hizo hombre y nos promete vida después de la muerte.

Todo este proceso, en marcha ya desde la década de 1960, empobrecerá a la Iglesia y la convertirá en una Iglesia de los pequeños.

Será un proceso largo y agotador, porque habrá que eliminar la estrechez sectaria y la testarudez pomposa.

Y dará lugar a una Iglesia más espiritual y simplificada, que no se arrogará un mandato político, coqueteando ora con la izquierda y ora con la derecha. 

Será pobre y se convertirá en la Iglesia de los indigentes.

Y como sociedad pequeña, planteará exigencias mucho mayores a la iniciativa de sus miembros individuales y descubrirá nuevas formas de ministerio.

Cuando las circunstancias de la persecución y la providencia divina lleven a la Iglesia a actuar de esa forma, dice Ratzinger que surgirá un gran poder de esa Iglesia más espiritual y simplificada.

Los hombres que viven en un mundo totalmente programado experimentarán una soledad indescriptible.

Y en ese momento sentirán el horror de su pobreza y descubrirán que es porque han perdido de vista a Dios. 

Entonces, y sólo entonces, concluyó, mirarán a ese pequeño rebaño de creyentes, como algo totalmente nuevo.

Lo descubrirán como una esperanza, la respuesta que siempre habían buscado en secreto.

El futuro de la Iglesia, una vez más como siempre, dice Ratzinger, será remodelado por los santos.

O sea por hombres cuya mente es más profunda que los lemas de la época, que ven más de los que otros ven, porque su vida abarca una realidad más amplia.

Y los santos habitarán en esa Iglesia más espiritualizada.

¿Y cómo se conformará el pequeño rebaño?

El “pusillus grex”, el pequeño rebaño, será muy probado, pero formado por santos, un pequeño resto que pasará por el crisol del fuego de la gran purificación.

Tendrá una comunión más íntima con Cristo, mayor dedicación a la vida de oración, a la vida sacramental, y cultivará más intensamente las actitudes de fe, esperanza y caridad.

Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre la profecía del pequeño rebaño que esbozó el joven Ratzinger en 1969, que la estamos viendo cumplir.

Y me gustaría preguntarte si crees que la Iglesia en Occidente hoy va en camino de convertirse en más espiritualizada o no.

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