Por Antonio Orozco Delclós
Subió al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misesicordia, tratara los negocios de nuestra salvación. (S. BERNARDO).
«Assumpta est Maria in coelum: gaudent angeli! -María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran!
Así canta la Iglesia» (J.E. de Balaguer), al celebrar el triunfo de Nuestra Madre, que llena de esperanza el corazón de todos sus hijos.
Es natural:
«Jesús quiere tener a su Madre,
en cuerpo y alma, en la Gloria.
Y la Corte celestial despliega
todo su aparato, para agasajar a la Señora.
Tú y yo- niños al fin-
tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen,
y así podemos contemplar aquella maravilla.
«La Trinidad Beatísima recibe y colma de honores
a la Hija, Madre y Esposa de Dios…
Y es tanta la majestad de la Señora,
que hace preguntar a los Angeles:¿Quién es Esta?»
¿Quién es Esta que surge como la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol…? (Cant 6,10).
Bien lo sabemos. Bien lo saben los ángeles: Yo soy la Madre del Amor hermoso, y de la sabiduría y de la santa esperanza.(Eccl 24,24)
Pero la pregunta no es vana: ¿Quién es Ésta?, ¿Quién conoce la magnitud y riqueza de la dignidad y hermosura de tal Reina?
Sólo Dios lo sabe. Sería menester ser Dios para saberlo. La plenitud de gracia divina y humana de esta criatura singularísima excede con mucho las posibilidades de comprensión de la mente, sea humana o angélica; y sólo la van conociendo aquellos a quienes Dios otorga la sabiduría.
Nunca acabaremos de conocerla. Por eso es preciso estudiarla mucho (de Virgine numquan satis…). Y cuanto más se la conoce, más el corazón se enamora y ya no puede vivir sin Ella.
SE ALEGRAN LOS ANGELES
Gaudent angeli!, los Angeles se alegran por tener en el Cielo la mirada de los más bellos ojos. Ciertamente sólo Dios basta.
Pero el Cielo no es lo mismo con la Virgen que sin Ella.
Obra Maestra del Creador, no ha habido, no hay ni habrá otra hermosura creada que la iguale.
Por naturaleza, es inferior a los ángeles; pero, por gracia, mucho más perfecta. Los ángeles santos, humildes, sabios, se alegran. Mucho hacía que deseaban recibirla en su mundo y rendirle pleitesía de vasallos (J.E.de Balaguer).
Sólo Gabriel, el Arcángel, gozó del privilegio de conversar con la Virgen en la tierra, y decirle apasionadamente, con suma veneración y respeto alégrate llena de gracia!».
Ahora, la Madre de Dios los conoce a cada uno por sus nombres -como a todos sus hijos-; los ve, los mira; y ellos se entusiasman con la pureza inmaculada, con el corazón dulcísimo, con la majestad soberana; y le dicen cosas encendidas, aunque nunca podrán superar la palabra inspirada de Gabriel, la misma que nosotros le repetimos sin cansancio, en un crescendo de cariño, al rezar el Santo Rosario como en tantas otras ocasiones. Los Ángeles se alegran de compartir con nosotros el mismo canto.
ERA COMO UN SUEÑO
A la Virgen Santísima, cuando andaba los caminos de la tierra, le parecía un sueño lo que ahora está gozando en el Cielo: verse sin sombras, ni velos ni espejos inmersa en el océano infinito de Amor que es Dios Uno y Trino; en los brazos del Padre; de nuevo entre sus brazos el Hijo; y fundida en el Amor del Espíritu Santo. Y junto a José, el esposo santo, bueno y fiel, recio, custodio invencible, su enamorado siempre.
Cuando estaba en la tierra, la realidad de su hoy eterno parecía un sueño; ahora es una realidad realísima y definitiva.
El sueño, lo que parece un sueño es ahora lo pasado en el mundo nuestro. Aquella espada de siete filos que atravesó su alma apenas recibida la más gozosa noticia que criatura alguna haya podido escuchar.
La pobreza de Belén -no por Ella, claro es, sino por el Niño, el Niño-Dios-; la huida precipitada a Egipto; la pérdida del mayor tesoro, Jesús, a los doce años, en Jerusalén.
La angustiosa expectación del cumplimiento de las profecías sobre el Varón de Dolores.
Cada insulto, cada golpe, cada latigazo, cada espina, cada clavo en la carne del Hijo era un latigazo, un golpe, una espina, un clavo, una espada en la exquisita sensibilidad del Corazón materno.
Toda aquella realidad cruda, cruel, inhumana, ahora, en el Cielo, parece un sueño -«una mala noche en una mala posada», diría Teresa de Jesús-; un sueño que se recuerda tan sólo para alabar a Dios y darle gracias por el don de la fidelidad aquella, que hizo posible lo que no parecía más que un sueño.
El pasado, la mala noche, es ahora un tesoro que, formando un todo con el sacrificio de su Hijo, presenta María de continuo a la Trinidad, para alcanzarnos misericordia, perdón, gracia sobreabundantes; y un lugar muy junto a Ella en el Paraíso.
Si yo me esfuerzo por no apartar mis ojos de los suyos; si miro todas las cosas a su luz y aprendo sus virtudes – su gran amor de Dios, su vida de oración y de trabajo; su ponderar hondamente las cosas y descubrir en todas el mensaje divino que encierran; su entrega sin reservas a la humanidad entera desde la pequeña casa de Nazaret; su pureza inmaculada, su reciedumbre ante el sacrificio; su estar en los detalles con Amor, su santificar la vida ordinaria…-, entonces mi vida será un sueño magnífico. Con sus pequeñas pesadillas, nada más 2que esto, y con un despertar increíble, que superará con creces la imaginación más fértil.
¡Vale la pena!. Nunca es mucho lo que se debe sufrir en este mundo si se vive de esperanza teologal. En cambio, cualquier pequeñez es una tragedia si se pierde pié, el pié -pes- de la esperanza:
«Cuando los cristianos lo pasamos mal,
es porque no damos a esta vida todo su sentido divino.
Donde la mano siente el pinchazo de las espinas,
los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas,
llenas de aroma»
(J.E. de Balaguer).
Lo que ha sucedido a Nuestra Madre es preludio de lo que ha de acontecer a sus hijos. Todo lo oscuro y desagradable se desvanecerá en la noche vencida de la Historia.