Cómo estas almas han dado forma a la práctica católica de ayuda a las almas purgantes.

Mal que les pese a los protestantes y a algunos católicos modernistas, el Purgatorio existe, está descrito en la Biblia de varias formas distintas, aunque no lo identifican con ese nombre moderno y los fieles creen en él desde el principio del cristianismo.

Hemos hecho un video sobre esto.

Y hay un hecho recurrente en santos y místicos, de recibir la visita de almas del Purgatorio para que con sus oraciones, misas y penitencias los ayuden a subir al Cielo más rápidamente.

Cuando se manifiestan hay que preguntarles solamente que quieren, sin entrar en diálogo y realizar el pedido.

¿Y qué sucede con las almas del purgatorio de sacerdotes y religiosos? ¿Tenemos alguna enseñanza especial sobre lo que les sucede a ellas?

Son especiales, porque a partir de la experiencia con ellas, tenemos una especie de protocolo, sobre cómo cada uno de nosotros puede ayudar a las almas de familiares y amigos que podrían haber caído en el Purgatorio.

Aquí hablaremos sobre las experiencias místicas que han sucedido con almas del purgatorio de sacerdotes y religiosos, y cómo el contacto con ellas fue dando forma a la práctica católica concreta de ayuda a las pobres almas purgantes.

El Purgatorio es un dogma de fe y que por tanto pertenece al patrimonio inalienable del Credo de la Iglesia.

Lo han creído los cristianos desde el principio de la historia.

Santa Perpetua, que sufrió el martirio en el año 203, nos permite saber que ya los primeros cristianos creían en el Purgatorio y en el valor de la oración por los difuntos.

A ella se le apareció su hermano muerto Dinócrates en estado deplorable, oró por él y luego tuvo la visión que le indicó que había sido liberado del Purgatorio.

A Santa Brígida de Suecia le dijo un ángel «Bendito sea el que, viviendo aún en la tierra, socorre con actos y buenas obras a las almas purgantes».

Y voces del purgatorio agregaron agradeciendo a quienes les llevaban esos alivios.

Y el propio Jesús le explicó a Santa Catalina de Siena como ayudar a las pobres almas del Purgatorio, dijo «mediante la limosna, el oficio divino, los ayunos y las oraciones, podéis abreviarles el tiempo de la pena, confiando en mi misericordia».

¿Y esto mismo vale para los sacerdotes y religiosos que están en el purgatorio?

No sólo vale, sino que además las experiencias con estas almas fueron dando forma al protocolo de ayuda a las almas purgantes.

A María Simma se le preguntó si había sacerdotes y religiosos en el purgatorio.

Y contestó que hay muchos. 

Con frecuencia están en el Purgatorio por no tener respeto por la Eucaristía, por haber descuidado la oración, por haber disminuido su fe. 

María Simma cuenta de un encuentro inolvidable con un sacerdote cuya mano derecha estaba negra. 

Le preguntó la causa y le contestó, «hubiera tenido que bendecir más».

Mientras que a Santa Margarita María de Languet se le presentó un alma envuelta en llamas.

Era un religioso benedictino que una vez había oído su confesión, y Dios le permitió dirigirse a ella, para que le aliviase sus dolores, pidiéndole durante tres meses estar al lado de ella mientras sufriera.

El sufrimiento de Santa Margarita fue terrible en esos tres meses, pero al final de los tres meses volvió a verlo bien distinto, lleno de alegría y rodeado de gloria.

Le dio las gracias, le prometió que la protegería ante Dios, y de inmediato se sanó de una enfermedad que tenía.

Y a Santa Francisca Cabrini se le apareció un Monseñor tras su muerte, cuando estaba para tomar la comunión.

Y le dijo, «esta santa comunión la harás por mí». 

Durante un mes se repitió la misma petición, y al final del mes lo vio sonriente y le escuchó decir, «ahora basta, te doy las gracias, hasta ahora me has ayudado, a partir de ahora te ayudaré yo».

También está el caso de un sacerdote que por descuido del sacristán se quedó encerrado toda la noche en la Catedral de Messina, sin tener la llave para salir.

Entonces resignado, se acomodó en el confesionario para dormir.

A medianoche sonaron las campanas y de un nicho en la pared salió un monje con capucha que caminó hacia el altar diciendo en voz alta, «¡hay un sacerdote aquí, que celebre una Misa por mi alma que sufre en el Purgatorio!».

Esto se repitió cada hora.

Hasta que el sacerdote salió del confesionario y dijo, «sí, yo lo haré».

Se dirigió al altar y encontró todo preparado para la Misa, se revistió y ofreció la Misa por la intención del reposo del alma del monje.

Y después de terminar la Misa, oyó la voz que le dijo «no puedo agradecerte lo suficiente por lo que has hecho por mí. Durante 145 años he venido aquí pidiendo a alguien que me ayude. Esta noche estaré en el Cielo por tu Misa y tu acto de caridad».

Y le agregó, «por la Gracia de Dios te mostraré mi agradecimiento advirtiéndote cuando se acerque tu propia muerte».

El sacerdote le contó a tres amigos el suceso pero no le creyeron.

Después de unos años el sacerdote llamó a sus tres amigos y les dijo que iba de viaje.

Le preguntaron, «¿cuándo vas a regresar?»

Y él dijo, «Nunca»

Y les recordó cómo el monje le había prometido que le revelaría el día de su muerte tres días antes, y así sucedió.

Al Padre Pío, quien tuvo gran cantidad de visitas de almas del purgatorio, le ocurrió un encuentro peculiar con un alma del purgatorio de un monje.

Una noche cuando estaba absorto en la oración en el coro, fue perturbado por el sonido de pasos, velas y jarrones que se movían en el altar mayor. 

Y gritó, «¿quién es?» nadie respondió, pero al rato los ruidos volvieron.

Entonces se paró y vio a un hermano joven haciendo un poco de limpieza.

Le preguntó «¿quién es usted?».

Y contestó, «Yo soy un hermano suyo que hice el noviciado aquí, mi misión era limpiar el altar durante el año del noviciado. 

Desgraciadamente no reverencié a Jesús Sacramentado como debía haberlo hecho, mientras pasaba delante del altar. Por este serio descuido, yo estoy todavía en el Purgatorio». 

Y prosiguió,

«Ahora, Dios, por su misericordia infinita, me envió aquí para que usted decida el tiempo desde cuándo yo pueda disfrutar del Paraíso. Y para que Ud. cuide de mí».

Entonces el Padre Pío le contestó, 

«Usted estará mañana por la mañana en el Paraíso, cuando yo celebre la Santa Misa».

Sin embargo esa respuesta le produjo luego una herida profunda en el corazón el Padre Pío, que sintió durante toda su vida. 

Porque habría podido enviar a esa alma inmediatamente al Cielo, pero lo condenó a permanecer una noche más en las llamas del Purgatorio.

Otro caso sucedió al beato dominico Enrique Suso.

Tenía un compañero de seminario con el mismo deseo de santidad que él, y formaron una estrecha amistad.

Cuando terminaron sus estudios y se iban a separar a destinos diferentes, se prometieron, que el primero de los dos que muriera asistiría al otro durante todo un año, con la celebración de dos misas cada semana.

El amigo fue el primero en ser llamado y el Beato Suso recibió la noticia con sentimientos de resignación a la voluntad divina.

Pero el tiempo le había hecho olvidar el trato, sin embargo oró mucho por su amigo, imponiéndose penitencias sobre sí mismo.

Y una mañana, mientras estaba meditando, de repente vio aparecer al alma de su difunto amigo, que mirándolo con ternura le reprochó el haber sido infiel a su palabra, en la que él había hecho confianza.

El Beato Suso, sorprendido, se disculpó por su olvido diciendo de las muchas oraciones y mortificaciones que había ofrecido.

Pero el amigo le respondió que no eran suficientes.

Le dijo, «es el Santo Sacrificio, que me librará de estos tormentos espantosos.

Te suplico que mantengas tu palabra y no me lo niegues».

Entonces Suso se puso inmediatamente en contacto con tantos sacerdotes como le fue posible y les instó a decir misas por las intenciones de su amigo.

Al día siguiente varios sacerdotes se unieron con él ofreciendo el Santo Sacrificio por el amigo.

Y después de un breve periodo el amigo de Suso apareció de nuevo en una condición muy diferente, rodeado de una hermosa luz.

Y el recurso de dedicar 30 misas por las almas del Purgatorio surgió oficialmente de un acto de San Gregorio Magno.

Son las misas gregorianas para ayudar a las almas del Purgatorio a llegar al Cielo.  

Sucedió que un monje llamado Justus había aceptado 3 monedas de oro por haber curado a una persona, faltando al voto de pobreza.

Justus se arrepintió, enfermó y murió.

Y San Gregorio lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado.

Pero a los pocos días pensó que quizás había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó celebrar treinta misas seguidas, sin dejar pasar ningún día, por el alma del difunto Justus.

Y el mismo día que se terminaron de celebrar las treinta misas, se apareció Justus a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al cielo, libre de las penas del Purgatorio, por las treinta misas celebradas por él. 

Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre las enseñanzas que nos dejan las experiencias que han tenido diversos místicos de relevancia con almas del Purgatorio de sacerdotes y religiosos.

Y me gustaría preguntarte si acostumbras a pedir misas por personas difuntas y si alguna vez lo has hecho por algún sacerdote o religioso.

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