El humo del maligno ataca desde adentro.

En 1884 León XIII tuvo una visión de una cantidad de demonios atacando al Vaticano, por lo que redactó la oración a San Miguel Arcángel para que se recitara luego de misa, para defender a la Iglesia.

La que después se declararía opcional a raíz del Concilio Vaticano II y de hecho se quitó.

Y en 1972, 8 años después de finalizado el Concilio, Pablo VI afirmó que el humo de satanás había entrado en la Iglesia por alguna hendija.

Hoy los modernistas dentro de la Iglesia sostienen que el Concilio fue muy positivo para la Iglesia, los tradicionalistas dicen que fue negativo y los que están en el medio, que son la mayoría, dicen que tuvo claroscuros.     

Aquí hablaremos sobre qué quiso decir Pablo VI con que el humo de satanás había entrado en la Iglesia, y qué relación tiene esto con las resoluciones del Concilio y su implementación.

En 1972, 8 años después de finalizado el Concilio Vaticano II, Pablo VI dijo una enigmática frase.

Que el «humo de satanás» se había infiltrado por alguna grieta del Vaticano.

Y 5 décadas después vemos que la Iglesia ha perdido predicamento en occidente y está sumida en la confusión.  

Y las fuerzas modernistas, al interior de la Iglesia, parecen estar más activas que nunca, haciendo lobby para cambiar aspectos doctrinales del catolicismo por la fuerza de los hechos.

Pablo VI reconoció que varios problemas habían surgido en toda la Iglesia universal luego del Concilio Vaticano II con una creciente ola de blasfemias, de desacralización y de secularización.

Estos males no provenían exclusivamente de fuera de la Iglesia, advirtió el Papa Pablo VI.

Sino que por alguna fisura había entrado el humo de satanás en el templo de Dios y estaba allí.

La imagen del «humo de Satanás» también sugirió que la atmósfera dentro de la Iglesia se había contaminado.

Y también que la visión se había oscurecido por el humo, de modo que los pastores ya no veían los problemas con claridad.

Esto del humo de satanás no fue una mera alegoría, porque Pablo VI dijo,

«Ha habido una intervención de un poder adverso, su nombre es el diablo»

Y que esa intervención preternatural había venido precisamente para perturbar y sofocar los frutos del Concilio Vaticano II.

Fue muy preciso cuando dijo que, 

«Una vez los obispos llevaban procesiones a sitios de un milagro de renombre, ahora, en un clima hiper-académico, ignoraban estas prácticas»

El Papa también mencionó la pérdida del hábito religioso y las manifestaciones exteriores de la vida religiosa.

Y que todo lo sobrenatural en el relato bíblico, en las vidas de los santos y en la enseñanza de la iglesia, se empezó a suponer que era imposible, una fábula.

Dijo, 

«La duda ha entrado en nuestras conciencias, y entró por una ventana que debería haber sido abierta a la luz», refiriéndose al Concilio.

Esta negación de lo sobrenatural está ahora ejerciendo su predominio en la Iglesia, se lamentó el pontífice.

Y dijo concretamente que

«Hubo la creencia de que después del Concilio habría un día de sol para la historia de la Iglesia.

En cambio, fue la llegada de un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de incertidumbre».

En lugar de la fe, ahora hay escepticismo. En vez de exorcismos, hay psicologismo.

Es que lo que sucedió luego del Concilio fueron hechos muy fuertes.

La asistencia a misa se desplomó, miles de sacerdotes y religiosos abandonaron sus vocaciones, las escuelas parroquiales cerraron, varios curas se hicieron guerrilleros, y el marxismo entró por la Teología de la Liberación.

Y sin embargo, los líderes de la Iglesia evitaron las expresiones de urgencia y crisis.

Se instaló un clima en que para hacer carrera en la jerarquía a fines del siglo XX, se esperaba que los clérigos suprimieran los problemas en lugar de enfrentarlos, calmar a los fieles en lugar de despertarlos, ocultar los problemas en lugar de admitirlos.

De modo que los católicos de banco de la iglesia, en realidad retrocedieron en las herramientas para comprender la fe y para juzgar que es herejía. 

Y lo que quedó de algunos sacerdotes es su capacidad para entretener a la gente con pensamientos inspiradores.

Y en ese ambiente, cuando los obispos se enteraban de que algún sacerdote había abusado de algún joven, hacían todo lo posible por «manejar» el tema, para que todo funcionara sin problemas, y evitar llamar la atención del público sobre el problema.

Así el abuso continuó, al igual que la disensión teológica y el abuso litúrgico. 

Pero finalmente fracasó el encubrimiento del abuso y surgió la verdad escandalosa. 

Ahora, que la evidencia que fue suprimida durante décadas se ha hecho pública, la negligencia de los obispos es inconfundible.

Pablo VI sostuvo que el trabajo del Concilio fue algo bueno que fue frustrado – o parcialmente frustrado – por la crisis social que estalló en el mundo desarrollado en ese momento. 

O sea la crisis cultural de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, que también penetró en la Iglesia.

Sin embargo debemos considerar que el Concilio Vaticano II fue un campo de batalla entre clérigos que querían que la Iglesia siguiera en la ortodoxia doctrinal que venía de los apóstoles.

Y otra fuerza emergente que quería cambiar partes importantes de la doctrina.

Y en esa lucha interna, muchas de las resoluciones del concilio fueron redactadas en un lenguaje ambiguo y poco claro, para que fuera aceptable para ambas partes.

Y por eso los medios de comunicación pudieron interpretarlas en una clave de modificación de la doctrina tradicional católica.

Hay grandes temas en que el Concilio tuvieron frutos positivos, como por ejemplo resaltar el rol de los laicos dentro de la Iglesia o la centralidad de Jesucristo.

Y otras en que sus frutos fueron negativos, como por ejemplo respecto al fervor misionero.

Según el gran misionero fallecido, Padre Piero Gheddo, las raíces del enfriamiento misionero actual hay que buscarlas en el Concilio Vaticano II.

La idea de que todas las religiones son equivalentes enfrió el fervor misionero católico.

Porque si todas las religiones son más o menos equivalentes ¿qué interés tiene evangelizar otros continentes?

Hace unos años publicamos una noticia insólita, un misionero católico, sacerdote, que vivió 40 años entre los yanomami, se jactó en su retiro que no bautizó a ninguno «por gracia de Dios» como él dijo, porque si lo hubiera hecho sacaría a los indígenas de su cultura. 

De modo que se cambió el punto de mira de la evangelización.

Se consideró que la acción misionera reducía la obligación religiosa de evangelizar a un compromiso social.

Lo importante es amar al prójimo, hacer el bien, dar testimonio de servicio y no extender la fe.

Como si la Iglesia fuese una agencia de ayuda, para remediar las injusticias y las plagas de la sociedad.

Dice el padre Piero Gheddo que

«Los misioneros del siglo XVI estaban convencidos de que la persona no bautizada se perdía para siempre. 

Pero después del Concilio Vaticano II, esta convicción fue definitivamente abandonada.

Y el resultado fue una crisis.

Porque sin esta atención a la salvación, la fe pierde su fundamento».

Y el Cardenal Ratzinger se preguntó en el mismo sentido ¿por qué se debe tratar de convencer a la gente de aceptar la fe cristiana cuando se puede salvar incluso sin ella?

¿Y por qué la gente debería aceptar la fe cristiana y la moral cristiana para salvarse, si no es necesaria?

Entonces concluye que si la fe y la salvación no son interdependientes, la fe se vuelve menos motivante.

Y por eso Ratzinger se opuso a la tesis de Karl Rahner, una figura fundamental del Concilio, que sostuvo que todas las religiones son igualmente valiosas para alcanzar la vida eterna.

De modo que el Concilio entonces fue un campo de batalla entre los modernistas y los ortodoxos, y sus documentos, muchas veces ambiguos y poco claros, dieron más poder a los modernistas, que aliados con sectores ateos de fuera de la Iglesia pudieron comunicar que sus ponencias habían triunfado.

¿Y cuál es la consecuencia de este manejo?

La apostasía en la que vivimos, que ya había sido profetizada siglos antes que sucedería.

Nuestra Señora del Buen Suceso le anunció a la madre Mariana de Jesús Torres en siglo XVII, la total decadencia de la fe en la mitad del siglo XX:

Le dijo,

«Al finalizar el siglo XIX y hasta un poco más de la mitad del siglo XX… se desbordarán las pasiones y habrá una total corrupción de las costumbres por reinar satanás en las sectas masónicas.

Ellas tenderán principalmente a corromper a los niños de estos tiempos».

Y en 1846 Nuestra Señora de La Salette dijo que 

«Algunos sacerdotes, por sus vidas malvadas, por su irreverencia y su impiedad en la celebración de los santos misterios, por su amor al dinero, el amor a los honores y los placeres, se habrán convertido en cloacas de impureza». 

Y agregó que muchos conventos ya no serían casas de Dios, «sino los campos de pastoreo de los Asmodeos y su placer»

Asmodeo es un demonio mencionado en el Libro de Tobías y dedicado a corromper a las familias.

Bueno hasta aquí lo que te queríamos contar sobre la llamada de atención que hizo Pablo VI en 1972, que el humo de satanás había entrado por alguna hendija en la Iglesia, cómo sucedió y cuáles fueron sus frutos.

Y me gustaría preguntarte cuál es tu opinión sobre los frutos del Concilio Vaticano II.

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