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A los 100 días de su pontificado Francisco preparado para nombrar al Secretario de Estado [13-06-18]

Por sus actos revolucionarios y ser argentino ya lo llaman el “Che” Bergoglio.
Inició un cambio revolucionario y ya lo llaman «el Che» Bergoglio. Rápidamente conquistó con su estilo frontal. Sus gestos y definiciones acaparan la atención, y la gente lo ama. Pero también se ganó enemigos en la curia romana. Pero el se ríe cuando le dice que lo llaman «populista» o «demagogo sudamericano».

 

francisco y obispos

 

El Papa encara la reforma a Curia: nombrará nuevo «primer ministro». Es inminente la designación del cardenal Giuseppe Bertello como Secretario de Estado, en reemplazo de Tarcisio Bertone. El objetivo es hacerla más eficaz y, sobre todo, al servicio del Papa, no de sí misma.

YA ESTA EL SUSTITUTO DE BERTONE

Francisco acelera su programa de reformas radicales en el gobierno de la Iglesia y sería inminente la designación del cardenal italiano Giuseppe Bertello, de 71 años, como nuevo Secretario de Estado, que equivale al de «primer ministro» del Papa argentino. Bertello es el gobernador de la Ciudad del Vaticano y apoyó la elección de Jorge Bergoglio como Papa en el cónclave que lo eligió el 13 de marzo pasado.

También es el único italiano en la comisión de ocho cardenales nombrados por Francisco para asesorarlo en las reformas del gobierno central de la Iglesia, escenario en los últimos años de fieras luchas por el poder entre facciones, que incluyen «corrientes de corrupción» y «lobby gay», como reconoció el mismo pontífice hace unos días.

Clarín mencionó ya dos veces a Bertello como principal candidato a ser el nuevo jefe operativo de la Curia Romana después del verano, pero los tiempos al parecer se han acortado y algunos vaticanistas sostienen que el 29 de junio, fiesta de los santos Pedro y Pablo, podrían anunciarse reemplazos con sabor a degüello en los grandes «ministerios» (dicasterios) de la Curia, junto con traslados y promociones.

El nuevo Secretario de Estado sustituirá al cardenal Tarcisio Bertone, que en diciembre cumplirá 79 años.

Los ocho cardenales del «consejo de la corona», cuyo coordinador es el hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, se reunirán con el Papa el 1° de octubre para poner en marcha una reorganización general de la Curia con fusiones, supresiones de organismos y creaciones de nuevos institutos para hacer más ágil y sobre todo más transparente el funcionamiento del gobierno central de la Iglesia.

El objetivo primario es terminar con las facciones en lucha, con medidas ejemplares.

Francisco dio la primera sorpresa haciendo nombrar como su Prelado en el IOR (Instituto para las Obras de Religión) el llamado banco del Papa, a monseñor Battista Ricca.

El Prelado es el número dos del IOR, signado por una vasta serie de escándalos desde que fue fundado en 1942 por Pío XII.

Monseñor Ricca es el director de la Casa de Santa Marta, el hotel interno del Vaticano donde se aloja Francisco desde el Cónclave que lo eligió Papa. También es el director de la Casa Internacional del Clero, situada en el centro de Roma, donde desde hace muchos años se alojaba cuando venía a Roma Jorge Bergoglio.

El Papa argentino es muy amigo y tiene absoluta confianza en monseñor Ricca, cuya misión de coordinación en el banco consistirá en mantener informado a Francisco de la situación interna del IOR y de la transparencia de las operaciones.

Jorge Bergoglio demostró al incluir al cardenal Bertello en el «consejo de la corona» de ocho cardenales que aprecia y tiene pro- funda confianza en el purpurado italiano para que lleve adelante la «limpieza de la Curia», que el mismo Bergoglio definió como un programa antes de partir de Buenos Aires para el Cónclave que lo eligió obispo de Roma y jefe de la Iglesia universal.

EN EL MARCO DE LOS PRIMEROS 100 DÍAS DE PONTIFICADO

El anciano y todavía muy influyente cardenal conservador Camillo Ruini, que fue vicario en Roma de Juan Pablo II y Benedicto XVI, se ríe cuando le cuentan que los enemigos que acumula en la Curia Romana el nuevo Papa argentino, lo llaman «el Che Bergoglio», además de «populista» y » demagogo sudamericano». Ahora que el próximo miércoles Francisco llegará a los cien días de su pontificado que está revolucionando a la Iglesia, determinado a hacer los grandes cambios sin laceraciones, llega la hora de un primer balance.

En los últimos días Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, ha puesto el acelerador y las novedades saltan como chispas. Admitió y a la vez denunció en un encuentro con religiosos latinoamericanos que en la Curia, el gobierno central de la Iglesia, hay una «corriente de corrupción» y que sí, es cierto, «existe un lobby gay y está ahí» También anunció que está por salir una absoluta novedad. Una encíclica escrita a cuatro manos con su predecesor Benedicto XVI. «Recibí su gran trabajo y lo he llevado adelante», dijo. Primera vez que hay dos Papas y que conviven casi bajo el mismo techo en la pequeña ciudad estado del Vaticano de 44 hectáreas. Primera vez que el pontífice efectivo adjudica al Papa emérito el mérito que le corresponde en la confección de la encíclica sobre la fe. Bergoglio, eso sí, ya está preparando una encíclica toda suya sobre la pobreza, el tema que caracterizará todo su pontificado junto con el renovado impulso a la evangelización, que ya está acercando a millones de fieles entusiasmados con el estilo y los contenidos de la Iglesia de Francisco. De paso hay que anotar que el Papa argentino es por lejos la figura más popular en Italia.

La gente le cree y lo compara con los políticos y gobernantes de la casta, tan desprestigiados.

Jorge Bergoglio también inició una «reforma radical» en el IOR, el Instituto para las Obras de Religión, con una historia de escándalos de corrupción. Ayer designó a monseñor Battista Ricca, director de la Casa Santa Marta y un hombre de su absoluta confianza, como número 2 del banco oficioso de la Santa Sede.

Francisco se reunió también con los episcopales que coordinan la Secretaría Permanente del Sínodo Mundial de Obispos, el «parlamento» que quiso el Concilio Vaticano II para cooperar con el Papa en el gobierno de la Iglesia. Aquella sana aspiración nunca se concretó porque ocurrió lo contrario. Roma, los Papas y la Curia apretaron las clavijas de la centralización.

Fue en los sínodos a caballo entre fines de los »90 y comienzos del nuevo siglo que Jorge Bergoglio fue descubierto. En 2002, Sandro Magister, de L»Espresso , profetizó: «Si hubiera hoy un Cónclave el cardenal de Buenos Aires recibiría una avalancha de votos».

En su encuentro de la semana pasada con los episcopales de la secretaría del Sínodo, Francisco les reiteró que quiere reforzar la colegialidad y crear una especie de «consejo permanente» de obispos a partir de la asamblea mundial para facilitar la cogestión.

Si sumamos el nombramiento del «consejo de la corona» de ocho cardenales a comienzos del pontificado, para ayudar al Papa argentino a reformar la Curia Romana, hasta ahora un potro indomable que empujó a la renuncia a Benedicto XVI, las instituciones de una nueva era en la Iglesia mundial tienen bases firmes. Los cardenales se reunirán el 1 de octubre, pero ya sesionan continuamente por separado con Francisco.

Son charlas informales, concretas, que a veces ni son anunciadas entre las actividades del pontífice. Como tampoco hay noticias de los encuentros que con frecuencia el Papa argentino mantiene con Joseph Ratzinger, su predecesor, a quien consulta con respeto y afecto. Basta una caminata discreta de unos cientos de metros o un paseo en auto por los jardines vaticanos desde la Casa de Santa Marta, donde se aloja Francisco, para llegar al ex convento donde reside Benedicto XVI.

En el centro de las preocupaciones se desarrolla la decisión de acelerar la reforma del paralizante gobierno central de la Iglesia. «Hay que limpiar la Curia», dijo el cardenal Bergoglio poco antes de partir de Buenos Aires para no volver, porque fue elegido Papa, obispo de la Urbe y jefe de la Iglesia Universal.

Pero la prioridad que Francisco está realizando en estos tres meses de «precalentamiento» de su pontificado erizado de dificultades por las resistencias de los que no quieren que nada cambie, es impulsar unareanimación purificadora, espiritual, del anuncio más eficaz de Cristo y los Evangelios.

El Papa argentino ha logrado en un plazo muy corto dar vuelta totalmente la imagen de desprestigio que predominaba en la Iglesia. Desató una revolución mediática que ha logrado que los medios de comunicación, hostiles a una realidad dominada por los escándalos y las luchas intestinas en la Curia Romana, se hayan convertido a la admiración cotidiana de la acción de Jorge Bergoglio y a la certidumbre de que la renovación está en marcha.

El lenguaje sencillo y directo, que pone en el centro la misericordia, la solidaridad, la comunicación con Dios y Jesucristo que «no se cansan de perdonar» a los pecadores «que somos todos», pero nunca a los corruptos; el ataque a los explotadores de los pobres y los indefensos, ha creado un nuevo clima que atrae multitudes a la plaza de San Pedro, reabre los confesionarios en las parroquias y a las misas devuelven a muchos que se habían alejado.

Francisco convence porque todos los días se conocen nuevas anécdotas de su extrema sobriedad de vida, que se remonta a muchos años. Pero ¿cuál es la ideología de Bergoglio, su teología?

El cardenal Ruini, prominente seguidor de una línea religiosa y cultural muy conservadora, contó hace poco que «estudié hace años la teología argentina, especialmente del jesuita Juan Carlos Scannone».

Scannone, de 81 años, a quien se considera el más importante teólogo argentino viviente, ha sido profesor y subordinado de «Jorge Mario», como lo llama con afecto, en la orden de San Ignacio de Loyola. En una entrevista sobre «el Papa venido del sur», que le hizo la revista progresista católica El Reino , de Bolonia, explicó las claves de esta teología argentina, «que es una línea de la Teología de la Liberación». Como esta doctrina que agitó a la América Latina en el pasado y fue severamente reprimida en los años »80 por Roma, «liga praxis histórica y reflexión teológica, recurre a la mediación de las ciencias sociales y humanas».

El padre Scannone explicó que «privilegia un análisis histórico cultural respecto al análisis socio-estructural, de tipo marxista», como principal diferencia. La evangelización «ha contribuido a forjar la teología argentina que se manifestaba sobre todo en el catolicismo popular», en las categorías de «pueblo» y «antipueblo», que «reconocía las injusticias pero poniendo el acento en la unidad del pueblo más que en el conflicto, como hubiera ocurrido usando el concepto de clase». La » teología del pueblo», a la que adhiere el Papa argentino «destaca la importancia de la cultura, de la religiosidad y de la mística popular, afirmando que los intérpretes más auténticos y fieles son los pobres con su espiritualidad tradicional y su sensibilidad por la justicia».

Esta sensibilidad es la que explica cómo el arzobispo de Buenos Aires recorría los suburbios porque «esta reflexión alimenta la pastoral en los barrios populares y las villas miseria».

Desde que ha sido elegido obispo de Roma, el título que más le gusta, Francisco ha seguido el camino de su gestión pastoral en Argentina y de sus propuestas en los Sínodos y en las reuniones preparatorias de los cónclaves de 2005 y marzo pasado, que terminaron por convencer a una amplia mayoría de cardenales que era él quien debía conducir los cambios indispensables para restablecer y renovar la reputación en crisis de la Iglesia.

Carlos Custer, ex embajador de Argentina ante la Santa Sede, dijo que «un Papa humilde y austero no sólo hace bien a la imagen de la Iglesia sino que se convierte en un modelo para obispos, sacerdotes, religiosas y laicos. Su preocupación por los pobres, que no es de ahora, resulta también un ejemplo y una clara »opción preferencial» para la Iglesia: »una Iglesia pobre al servicio de los pobres», como dijo Francisco».

Fuentes: Valores Religiosos, Signos de estos Tiempos

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Filtración desde dentro de la curia romana sobre como debe ser su reforma [13-06-05]

Un miembro de la curia romana que mantiene su anonimato.
Un miembro destacado de la Curia romana, que prefiere conservar el anonimato y, por eso, firma como Ireneo de Lyon, lanza, desde su conocimiento de la maquinaria vaticana, una hoja de ruta para la Reforma de la Curia. Con el objetivo de aportar su grano de arena y servir de cauce a otras aportaciones procedentes de todos los sectores eclesiales.

 

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Era de esperar. A pocos meses de su elección a la Cátedra de Roma, el Papa francisco constituyó una especie de Consejo de la Corona «para aconsejarlo en el gobierno de la Iglesia universal» y para «estudiar un proyecto de revisión de la Constitución apostólica Pastor Bonus».

Algunos susurran que la idea de este grupo de cardenales que asesora al Papa había surgido ya antes de la renuncia de Benedicto XVI, con el objetivo de limitar el poder del cardenal Tarcisio Bertone, que los ocho cardenales que forman el grupo ya estaban en contacto antes del cónclave y que, entre ellos, estaba también Bergoglio. Difícil probarlo.

Lo cierto es que si hay algo de lo que se arrepiente Benedicto XVI es de no haber llevado a cabo la reforma de la Curia romana.

Pero examinemos los hechos. El grupo de trabajo está integrado por cardenales representantes de los cinco continentes, comenzando por el presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, el italiano Giuseppe Bertello, seguido del arzobispo emérito de Santiago de Chile, el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa; el arzobispo de Bombay, Oswald Gracias; el arzobispo de Múnich, Reinhard Marx, y el arzobispo de Kinshasa, Laurent Monsengwo Pasinya. El grupo se completa con el arzobispo de Boston, Sean Patrick O’Malley, el arzobispo de Sídney, George Pell, y el de Tegucigalpa, cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, con funciones de coordinador. El obispo de Albania, Marcello Semeraro, actúa de secretario.

Desde el punto de vista jurídico, en el seno de la Curia no cambia nada. De hecho, se trata de un «grupo», no de una «comisión» y, mucho menos, de un «consejo». Es, más bien, un grupo de sabios pastores a los que el pastor de la Iglesia universal les pide que le aconsejen para guiarla de la mejor manera posible.

Dicho grupo tendrá que dialogar, además, de cara a una revisión de la Constitución apostólica «Pastor Bonus» sobre la curia romana. Y, a primeros de octubre celebrará su primera reunión formal.

La Pastor Bonus es la ley que rige el funcionamiento de la Curia romana: Secretaría de Estado, Congregaciones, Consejos Pontificios y Tribunales. Fue Juan Pablo II, en 1988, el que promulgó la Pastor Bonus, para adecuar la Curia a las modernas exigencias de nuestros días.

En 1967, Pablo VI había realizado la gran reforma de la Curia con la ‘Regimini ecclesiae universae’. El Papa Montini, que había tenido una amplia experiencia curial, lo cambió todo, haciendo a la Curia mucho más funcional y eficiente, pero, al mismo tiempo, quiso atribuir una enorme importancia y poder a la Secretaría de Estado, confiriéndole la supervisión y la coordinación de todos los dicasterios y de todos los organismos de la Curia.

Creo (y espero vivamente) que el Consejo de la Corona de los ocho cardenales comience su trabajo redimensionando el papel de la Secretaría de Estado. El núcleo duro está precisamente aquí. El que relea una copia de los Anuarios Pontificios del tiempo de Pío XII podrá constatar fácilmente que la Secretaría de Estado venía al final de todos los dicasterios de la Curia romana. Y venía al final, porque es y, en realidad, sigue siendo, la Secretaría del Papa.

El Papa Montini había trabajado siempre en la Secretaria de Estado y quiso colocarla por encima de todos los demás dicasterios, para que actuase de puente entre el Papa y los dicasterios. En los Anuarios pontificios actuales campa sobre todos los demás dicasterios, con sus dos secciones: la primera para los Asuntos Generales y a segunda para las relaciones con los Estados. Y, en la cima de la pirámide, el Secretario de estado, cuyo enorme poder supera, con mucho, el de cualquier primer ministro.

Esta estructura ralentizó mucho el acceso al Papa de parte de los presidentes de los dicasterios y anuló casi por completo «las audiencias de mesa». En la práctica, todavía hoy, se entrevistan con el Papa, en fecha fija, los Prefectos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el viernes por la tarde), el de Obispos (el sábado a última hora de la mañana) y el de Propaganda Fide (el viernes al final de la mañana). A veces, se reúnen con el Papa los prefectos de la Congregación para las Iglesias Orientales y el de la Causa de los Santos.

Todo lo demás está controlado y filtrado por la Secretaría de Estado. Es fácil deducir que, de esta forma, el Papa no conozca ‘ex auditu’ por parte de cada uno de los Prefectos la evolución y la problemática de cada dicasterio. Éstos vienen pidiendo, desde hace tiempo, una relación «de mesa» y en directo con el Pontífice. Porque, abolidas las «audiencias de mesa», son el Secretario de Estado y el Sustituto de la Secretaría de Estado los que sesionan con el Papa.

Hay que tener en cuenta que, por derecho, los prefectos de las Congregaciones de la Curia romana actúan con potestad ordinaria vicaria, es decir en nombre del Romano Pontífice. Por el contrario, la Secretaría de Estado, en strictu senso’ no es un dicasterio y no gozaría de esa potestad ordinaria vicaria, dado que su rol es el de ser la Secretaría del Papa.

El objetivo fundamental de la reforma de la Curia debería ser el de privilegiar la colegialidad, en línea con las indicaciones, nunca puestas en práctica, del Concilio Vaticano II, de ser un instrumento al servicio del Papa y no un organismo en cierto modo autónomo y, menos todavía, un condicionante en el ejercicio del ministerio del sucesor de Pedro y de sus relaciones con el episcopado.

En este contexto, no se excluye que el Papa Francisco prevea, para su reforma de la Curia, un papel más decisivo para las Conferencias episcopales y para los organismos internacionales que aglutinan a las Conferencias episcopales nacionales. La Iglesia caminaría así hacia una comunidad de escucha y acogida de las comunidades locales que son emanación de la Iglesia universal. De esta forma, se basaría no tanto en la estructura cuanto en las comunidades. El de la colegialidad es uno de los temas conciliares todavía por desarrollar y que el Papa Francisco parece decidido a abordar. Se trata de un problema muy sentido en el seno de la Iglesia. Sería importante ver cuántos poderes, hasta ahora consultivos, querrá compartir el Papa Francisco y transformarlos en deliberativos. Pienso -a título de ejemplo- en el Sínodo de Obispos. Por medio de la colegialidad la Iglesia podrá estar mucho más cercana a la realidad de lo que lo está en la actualidad.

Por este motivo, la auténtica reforma debe comenzar por redefinir y rediseñar el papel y el servicio de la Secretaría de Estado, que debe volver a sus antiguas y únicas funciones de Secretaria papalis. De esta forma, no solo se conseguirá autonomía para los dicasterios, sino que, además, permitirá que se relacionen directamente con el Sumo Pontífice.

Desde esta perspectiva, también habría que redimensionar el papel del Secretario de Estado. Éste, rodeado de un equipo de estrechos colaboradores, podría ser el ‘primus inter pares’ de los colaboradores del Papa y no un auténtico primer ministro de un gobierno.

Enunciada esta premisa, lo más razonable es pensar que la Curia romana, en la que está pensando Francisco, debe ser ágil, sencilla, esencial, funcional, con menos dicasterios y menos oficiales. Hoy hay en la Curia 9 dicasterios y 12 Consejos Pontificios, más las Comisiones y los Tribunales. Y, sobre todo, tendrá que ser una Curia de auténtico servicio.

Al iniciar su ministerio de Obispo de Roma, pastor de la Iglesia universal y sucesor de Pedro, el Santo Padre Francisco declaró: «Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar».

Éste será a mi juicio, el objetivo de la reforma de la Curia en la que está trabajando el Papa Francisco a través del poder consultivo de su Consejo de la Corona.

SEGUNDA PARTE: PROPUESTAS CONCRETAS

Pablo VI anunció la necesidad de adecuar la Curia Romana a las exigencias del Concilio Vaticano II inmediatamente después de su elección, en 1963. Pero necesitó cuatro años de intensa labor por parte de una comisión cardenalicia creada ad hoc e integrada por tres purpurados hasta poder promulgar la ‘Regimini Ecclesiae Universae’.

Una análoga comisión cardenalicia fue creada por Karol Wojtyla en 1985 y tardó tres años en promulgar la ‘Pastor Bonus’. Con la esperanza de que los miembros del Consejo de la Corona sean un poco más rápidos, sólo nos queda hacer nuestra aportación sobre los dicasterios, congregaciones, consejos, etc., en medio de un redimensionamiento de la estructura, para dotarla de mayor agilidad y eficacia.

Actualmente, las Congregaciones son nueve: Doctrina de la Fe, Iglesias Orientales, Culto Divino y disciplina de los sacramentos, Causa de los santos, Obispos, Evangelización de los pueblos, Clero, Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica y Educación católica.

Más numerosos sin embargo son los Consejos Pontificios, exactamente doce: Laicos, Unión de los cristianos, Familia, Justicia y Paz, Cor Unum, Pastoral para los trabajadores sanitarios, Textos Legislativos, Diálogo interreligioso, Comunicaciones sociales y Nueva evangelización (creado en 2010). Estos Consejos Pontificios tienen una función de promoción de actividades y iniciativas de su competencia. Y finalmente las Oficinas que son tres, Cámara Apostólica, Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y Prefectura de los Asuntos económicos de la Santa Sede.

Es muy difícil aventurar cuáles serán las opciones operativas que serán sugeridas y propuestas por el Santo Padre. Mi función, en este caso, como conocedor de la Curia por dentro, es sugerir los siguientes cambios en la organización de los dicasterios no sólo por razones económicas, sino también con el fin de no desperdiciar recursos y no duplicar funciones sin necesidad.

En primer lugar, creo que se deberían reducir a la mitad los Pontificios Consejos y pasar de 9 a 10 las Congregaciones.

1. Además de las 9 Congregaciones existentes, debería crearse la Congregación del pueblo de Dios. La Lumen Gentium, tras haber descrito el misterio de la Iglesia (1-8), coloca en el primer puesto al Pueblo de Dios. Pues bien, existen congregaciones de Obispos, del Clero y de Religiosos. Falta la Congregación del Pueblo de Dios. Sería una manera espléndida de conmemorar y aplicar lo dicho por el Concilio Vaticano II, en su 50 aniversario. Este nuevo dicasterio debería englobar las competencias de los actuales Pontificios Consejos para los Laicos, para la Familia, para la pastoral de emigrantes e itinerantes y para la pastoral de los agentes sanitarios. Se trata de no subdividir al pueblo de Dios en categorías. De ahí que la nueva congregación deba ser competente en la pastoral de todas las vocaciones y servicios laicales.

2. El Pontificio Consejo Cor Unum podría unirse al de Justicia y Paz. La «solicitud de la Iglesia católica hacia los necesitados» (PB 145) puede conjugarse perfectamente con la promoción de la justicia y de la paz. Por lo tanto, paz, justicia y solidaridad. Un trinomio adecuado para un nuevo Consejo Pontificio.

3. El Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización debería pasar a llamarse Pontificio Consejo para la Evangelización y el Ministerio de la Palabra, atribuyendo a este dicasterio:
-Todo lo que en el Código de Derecho Canónico se refiere a la catequesis.
-Lo referido a la homilética
-La enseñanza de la Religión en las escuelas
-E, incluso, la Pontificia comisión bíblica.

4. El ámbito de la Cultura podría ser confiado a la Congregación para la Educación, a la que han quitado competencias sobre los seminarios, para pasársela a la congregación del Clero, una decisión que podría revisarse. En la actualidad, la congregación del Clero supervisa el 50% de la formación de los seminaristas y el otro 50% depende de otro dicasterio. La situación no parece demasiado armónica. Parecía más armoniosa la situación anterior, según la cual la congregación del Clero era competente sobre los dos primeros grados del sacramento del orden: diaconado y presbiterado. La formación de los seminaristas parece armonizarse mejor con la formación académica, supervisada por la congregación de la Educación.

Según esta hipótesis de trabajo las Congregaciones pasarían a ser 10 y los Pontificios consejos, 6.

Como principios generales, la reforma de la Curia debería inspirarse en los siguientes:

-Redimensionar la Secretaría de Estado, que debería volver a su antigua función de Secretaría papal.
-Retomar las ‘audiencias de mesa’ para los prefectos de los dicasterios, para que puedan hablar directamente con el Papa.
-Una significativa reducción de los organismos curiales.
-Un papel menos asfixiante de la Curia romana respecto a las iglesias locales.
-El retorno a una mayor colegialidad en el seno de la propia Curia romana.

En este sentido, cabe decir una palabra sobre los que prestan servicio al Papa en la Curia romana, que deberían regir su actuación al menos por estos dos principios generales:

1. Que, antes de empezar a trabajar en la Curia, hayan laborado durante al menos un quinquenio en la actividad pastoral. Incluidos los aspirantes al servicio diplomático de la Santa Sede. El servicio en la Curia romana es esencialmente un servicio al obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal y sus colaboradores deben tener experiencia pastoral y de cura de almas.

2. Que los oficiales de servicio cambien de organismo con cierta asiduidad, para evitar el excesivo apego a un puesto y adquirir continuamente nuevas competencias.

Todo lo aquí expuesto es sólo una hipótesis de trabajo. Es decir, un servicio. Personalmente, me encantaría que todos los que lo deseasen interviniesen para hacer sus propias aportaciones, matizaciones y sugerencias.

De esta forma, el Consejo de la Corona ampliaría su radio de acción a implicaría a las bases. Y la reforma de la Curia romana podría nacer de una consulta eclesial.

Fuentes: Religión Digital, Signos de estos Tiempos

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