Categories
Catolicismo Defensa de la Fe Doctrina Jesucristo Movil NOTICIAS Noticias 2018 - julio - diciembre Religion e ideologías Signos de estos Tiempos SIGNOS DE ESTOS TIEMPOS Signos extraordinarios de la Iglesia

10 Herejías sobre el Nacimiento de Jesús

Por siglos hubo dificultades para comprender las dos naturalezas, humana y divina de Jesucristo.

Y así nacieron herejías, las cuales disfrazadas, han llegado hasta nuestros días.

Pero aún hoy no podemos pensar que desaparecieron.

Porque aún permanecen hoy latentes en algunos discursos, transformadas y camufladas.

herejias

Acá traemos las 10 principales herejías cristológicas que han sido condenadas por la Iglesia, para que puedas separar la paja del trigo.

El pecado que han tenido es mirar sólo una parte de Jesucristo desvalorizando la otra.

Veamos estas 10 principales herejías y algunos links para profundizar.

Y luego que piensa la Iglesia sobre Jesús.

Sería un buen ejercicio también que reflexionaras si alguna de estas herejías tiene puntos en común por algo que sostienen algunos sectores de la Iglesia, camufladas y revisadas.

transfiguracion de jesus

 

1. EBIONISMO

Enseña que José es el padre natural de Jesús.
.
El Credo de Nicea refuta esto con: «concebido del Espíritu Santo.»

Esta herejía procede, en el siglo primero, de la influencia de los judaizantes, que deseaban interpretar el cristianismo según el judaísmo sin tomar en cuenta correctamente la plenitud de la revelación en Cristo.

Veían a Jesús como el Mesías pero rechazaban su preexistencia, esto es, que tuviera naturaleza divina y que su nacimiento hubiera sido virginal.

Insistían en la necesidad de seguir los ritos y leyes judías cumpliendo preceptos como la circuncisión, el sábado o las prohibiciones alimenticias.

Rechazaban las enseñanzas de San Pablo y lo consideraban un apóstata por haber traicionado el hebraísmo al haber colocado las enseñanzas de Cristo por encima de la ley mosaica.

jesus camina por el agua

 

2. ARRIANISMO

Enseña que Jesús no es totalmente Dios, sino sólo la primera y la mejor criatura de Dios.
.
Por el contrario, la Iglesia Católica enseña que Cristo si plenamente Dios y plenamente hombre.

El arrianismo tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría que propagó la idea de que no hay tres personas en Dios sino una sola persona, el Padre.

Jesucristo no era Dios, sino que fue creado por Dios de la nada como punto de apoyo para su Plan.

Al sostener esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad.

El arrianismo fue condenado como herejía, inicialmente, en el Primer Concilio de Nicea (325) y definitivamente declarado herético en el Primer Concilio de Constantinopla (381)

pies de jesus por el agua

 

3. DOCETISMO

Enseña que Jesús sólo parecía tener un cuerpo físico real.
.
Por el contrario, la Iglesia Católica enseña que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
.
Como dice Cristo, «Toca y mira, porque un espíritu no tiene carne y huesos.»

Es una doctrina aparecida a finales del primer siglo de la era cristiana, que afirmaba que Cristo no había sufrido la crucifixión, ya que su cuerpo sólo era aparente y no real.

Ésta creencia brota de una concepción negativa de la carne y de todo el mundo material propia del gnosticismo.

Según ellos, el proceso de redención del hombre consistía en una progresiva purificación de todo lo que fuera materia con el fin de hacerse espíritu puro.

Así, el Verbo no se podía rebajar haciéndose verdaderamente carne o materia.

El Islam conserva este punto de vista y sostiene que el cuerpo del profeta Isa (el nombre con que conocen a Jesucristo) sólo fue crucificado como una ilusión.

Aunque algunas otras corrientes dicen que su hermano tomó su lugar.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

 

4. VALENTINIANISMO

Enseña que el Espíritu Santo deposita al Niño Jesús en el vientre de María y que María era la madre de alquiler, no verdaderamente madre genética de Cristo.
.
El apóstol Pablo refuta esto cuando escribe: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”.

Fue una de las más importantes sectas gnósticas del siglo II, constituida por discípulos del famoso Valentín.

Se trata de una doctrina sofisticada sobre las emanaciones que componían el mundo divino.

La tradición valentiniana hace una clara distinción entre el Jesús humano y el Jesús divino.

El Jesús humano nació verdadero hijo de María y José. Cuando Él tenía treinta años, Él fue a ver a Juan el Bautista para que lo bautice.

Tan pronto como Él entro en el agua el Divino Salvador, llamado  “Espíritu del Pensamiento del Padre”, descendió sobre El en la forma de una paloma.

Este es el verdadero “nacimiento virgen” y la resurrección de los muertos, porque el renació del Espíritu virgen.

El Jesús divino experimentó todas las emociones de un ser humano incluyendo el sufrimiento, el miedo y la confusión en el Jardín de Getsemaní.

Pero, solo el Jesús humano sufrió dolor físico y murió en la Cruz. Cuando su cuerpo murió, su cuerpo espiritual no corpóreo se elevó de Él.

jesus crucificado sin cruz fondo

 

5. APOLINARISMO

Enseña que Cristo no tenía un alma humana. Ellos enseñaron que la naturaleza divina sustituye el alma de Cristo.
.
Esto es falso porque Cristo en los Evangelios dice: «Ahora mi alma está turbada.»

Con este presupuesto la naturaleza humana del Redentor quedaba mutilada ya que, al negarle un alma humana, su figura quedaba reducida a una especie de marioneta manipulada por Dios.

Las enseñanzas de Apolinar fueran oficialmente condenadas por el papa Dámaso I en los concilios celebrados en Roma en 374 y 377, y posteriormente en el Primer Concilio de Constantinopla celebrado en 381.

jesus de la misericordia siendo pintado

 

6. NESTORIANISMO

Enseña que Jesús es dos «personas» – Jesús, el hijo humano de María y Jesús, el divino Hijo de Dios.
.
Por el contrario, la Iglesia Católica enseña que Cristo es una persona con dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza humana.

Esta herejía del siglo V sostiene que el hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios y que existen en Él dos sujetos o personas distintas ligadas entre sí por una simple unidad accidental o moral.

El hombre Cristo no es Dios, sino portador de Dios.

Dios no se ha hecho hombre en sentido propio por la encarnación sino que ha pasado a habitar en el hombre Jesucristo, de manera parecida a como Dios habita en los justos.

Las propiedades humanas (nacimiento, pasión, muerte) tan sólo se pueden predicar del hombre Cristo; las propiedades divinas (creación, omnipotencia, eternidad) únicamente se pueden enunciar del Logos-Dios; se niega, por lo tanto, la comunicación entre ambas naturalezas.

Por tanto no es posible dar a María el título de  Madre de Dios porque ella no es más que «Madre del Hombre».

nacimiento de jesus

 

7. MONOFISISMO

Enseña que Jesús es completamente Dios, pero no plenamente hombre.
.
La Iglesia Católica enseña que Cristo tiene dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza humana.

Esta herejía desarrollada por el monje Eutiques se propagó entre los siglos V y VI.

El monofisismo sostiene que en Cristo existen las dos naturalezas, “sin separación” pero “confundidas”, de forma que la naturaleza humana se pierde absorbida en la divina.

Ha sido condenado en el Segundo Concilio de Constantinopla (553)

jesus buen pastor fondo

 

8. MONOTELISMO

Enseña que Jesús tiene dos naturalezas, la humana y la divina, y una única voluntad.
.
La Iglesia Católica enseña que Cristo tiene dos voluntades: una voluntad divina y una voluntad humana que pertenece a su alma humana.

Fue una doctrina religiosa del siglo VII que trataba de ser una solución de compromiso entre el cristianismo trinitario y el monofisismo.

El Monotelismo fue condenado definitivamente por el Tercer Concilio de Constantinopla (680), en el cual se afirmó “dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión”.

jose de arimatea bajando a jesus de la cruz fondo

 

9. MARCIONISMO

Marción distingue como cosas diferentes al Dios Creador del Antiguo Testamento, Yahvé, del Dios verdadero, Padre, capaz de encarnar a un hijo hombre, Cristo conforme al Nuevo Testamento.
.
Y concluye que ambas religiones son paralelas y que tienen por única conexión a la geografía.

El Catecismo enseña que «El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir.

Sus libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente porque la Antigua Alianza no ha sido revocada» – Cat 121

Según Marción, el Dios del amor revelado por Jesucristo es muy diferente del Dios de la ley revelado en el Antiguo Testamento.

El cristianismo, según él, no es el cumplimiento del judaísmo sino su reemplazo.

El Mesías al que se refiere el Antiguo Testamento no es Cristo y aún no se ha cumplido esa profecía.

Y que cuando ocurra, si llegara a ocurrir, el Mesías del Antiguo Testamento se llamará Emmanuel y no Jesús y estaría destinado de manera exclusiva al pueblo judío y sólo tendría prosélitos entre estos.

lobo con ovejas

 

10. UNIVERSALISMO 

Enseña que Cristo nació en Belén para salvar a todos los seres humanos y todos los demonios. Orígenes supuestamente enseñó esta doctrina.
.
Pero el Credo de Nicea dice «por nosotros los hombres y por nuestra salvación, Él bajó del cielo. Cristo nació para redimir sólo los seres humanos.

Orígenes (185-250 d.C.), desarrolló la idea de que la salvación incluyó la reconciliación final de satanás y sus demonios junto con todos los hombres.

El castigo del infierno, según Orígenes, era correctivo, no punitivo.

A través del sufrimiento todos los hombres y demonios ejercerían su libre albedrío y se reconciliarían con Dios.

El universalismo de Orígenes fue condenado por la iglesia del este en los Sínodos de Alejandría, Chipre y Roma en los primeros siglos, y en el Quinto Concilio Ecuménico de Constantinopla en 553 d.C.

jesus crucificado fondo

 

LO QUE CREEMOS ACERCA DE JESÚS

¿Quién es Jesucristo?: Jesucristo es el Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros.

¿Jesucristo es verdaderamente Dios?: Jesucristo es verdaderamente Dios, la segunda persona de la Trinidad, el Hijo, el Verbo eterno, que con el Padre y el Espíritu Santo siempre ha sido, es, y siempre lo será. “En el principio  fue el Verbo” (Juan 1: 1)

¿Jesucristo es verdaderamente hombre?: Jesucristo es verdaderamente hombre, porque tiene la naturaleza del hombre, que tiene un cuerpo y el alma.

¿Fue Jesucristo siempre hombre? : Jesucristo no fue siempre el hombre, sino que se convirtió en hombre en el seno de la Virgen María.

¿Cuál es el misterio por el que Dios se hace hombre?: Llamamos a este misterio “la encarnación”, que significa que el Hijo de Dios, se hizo hombre, un ser humano como nosotros en todo, menos en el pecado. “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).

¿Cuántas naturalezas hay en Jesús?: Hay dos naturalezas en Jesús, la naturaleza divina de Dios y que la naturaleza humana del hombre.

¿Cuántas personas hay en Jesús?: Sólo hay una persona en Jesús, la persona de Dios el Hijo.

¿Por qué Dios Hijo se hizo hombre?: Dios Hijo se hizo hombre para liberarnos del pecado y abrirnos el camino al cielo y la vida eterna con Dios.

¿Qué significa el nombre de Jesús?: El nombre de Jesús significa ‘salvador’.

¿Qué significa el nombre Cristo?: El nombre Cristo significa ‘Ungido’.

¿Qué nos dicen estos nombres?: Que Jesús fue ungido por Dios Padre para ser nuestro Salvador.

 

¿QUIÉN ES ÉL? Y LO FELICITAREMOS PORQUE HA HECHO MARAVILLAS EN SU PUEBLO (Ec. 31:9)

Abrumados por la imposibilidad de comprender Tu Magnificencia, Señor, los hombres fabricaron cajas.

Cajas de distintos colores. De distintos tamaños. Y han tratado de meterte adentro.

Pero no les fue posible.

Porque Tú eres demasiado grande Señor, para entrar en algo fabricado por el hombre.

Nuestro entendimiento se pierde en el océano de Tus perfecciones infinitas, Señor,

En la magnitud de Tus soberanos atributos y Tu infinita Misericordia.

Y sobre todo, Señor, del manantial de Tu Amor.

Todo lo tuyo nos excede, Señor. Somos polvo frente a Tu grandeza.

Y muchas veces la Fe es pobre y la mente trata de explicar lo que no tiene explicación.

Porque es Misterio.

La humanidad ha andado a los tumbos, hacia adelante y hacia atrás, por no querer aceptar lo que Tú nos mostraste.

Parecía tan fácil y sin embargo, se complicaba.

Las Sagradas Escrituras eran claras: el Mesías vendría en la carne y nacería de una Virgen, en Belén Efrata.

Ya desde el vientre de Tu Madre, Señor, hiciste Tu primer milagro: santificaste al hijo de Isabel, tu primo Juan.

Y ese milagro fue posible porque Tú estabas completo en el vientre de María, con Tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

Lo mismo que después de nacido, en el pesebre de Belén, en la huida a Egipto, en el Templo con los doctores.

Como en los tres años de predicación, en Tu Pasión y Muerte, en Tu Resurrección.

Como ahora, en la Eucaristía.

Siempre fuiste Tú, Señor, todo Dios, todo Hombre.

¿Dónde estuvo el problema? ¿No era creíble? ¿No era explicable para los que se decía sabios?

Por eso siempre preferiste a los pequeños. Los pequeños, como los niños, te miraban con los ojos abiertos y el rostro arrobado.

Todavía lo hacemos.

Porque Tú eres un todo, Señor, y nuestra Fe nos lo asegura.

¿Qué podemos decirte, Señor, frente a las teorías blasfemas que intentan recortarte, achicarte, olvidarte?

Sólo con la oración que escuchamos en misa:

Señor, no mires nuestros pecados, sino la Fe de Tu Iglesia.

Fuentes:



María de los Ángeles Pizzorno de Uruguay, Escritora, Catequista, Ex Secretaria retirada

¿Te gustó este artículo? Entra tu email para recibir nuestra Newsletter, es un servicio gratis:

Categories
Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Herejías Cismas

Que es la herejía

Del griego heresis (elección). En la Sagrada Escritura: grupo, facción, división.

«Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (Código de Derecho Canónico – CIC can. 751). -CIC# 2089.

Desde los principios del cristianismo, la Iglesia ha sido atacada por aquellos que introducen falsas enseñanzas, o herejías. La Biblia nos avisó que esto sucedería. Pablo advirtió a su joven discípulo, Timoteo, «Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas.» (2 Timoteo 4, 3–4).

  • La herejía es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364), es decir, a la separación de los sacramentos de la Iglesia.
  • La herejía surge de un juicio erróneo de la inteligencia sobre verdades de fe definidas como tales.
  • La herejía atenta contra la fe y contra el Primer Mandamiento
  • Se diferencia de la apostasía en que en la herejía no se rechaza totalmente la fe cristiana y del cisma que es un rechazo a la sujeción al Papa.

Para cometer herejía, uno tiene que rechazar la corrección. No es un hereje aquella persona que está dispuesta a ser corregida o una que no se ha dado cuenta que lo que ha estado declarando es contrario a la enseñanzas de la Iglesia.

Sólo un individuo bautizado puede cometer herejía. Esto significa que, aquellos movimientos que se han separado o que han sido influídos por el cristianismo, pero que no practican el bautismo (o que no practican el bautismo válido), no son herejías, sino religiones distintas. Algunos ejemplos incluyen a los musulmanes y los Testigos de Jehová, que no practican el bautismo válido.

La duda o la negación herética debe concernir a un asunto que ha sido revelado por Dios y solemnemente definido por la Iglesia (por ejemplo, la Trinidad, la Encarnación, la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, el Sacrificio de la Misa, la infalibilidad papal o la Inmaculada Concepción y Asunción de María).

Jesucristo funda la Iglesia sobre la roca que es Pedro y le confía a éste y a sus sucesores el ser guardianes y garantes de la fe, confirmando en ella a sus hermanos para vivir en la verdad y la unidad del Cuerpo de Cristo por obra del Espíritu Santo.  La herejía rompe la unidad de la Iglesia. Al separarse del magisterio de Pedro y sus sucesores introduce el error sobre la fe.

El Concilio Vaticano II nos dice que «en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes» (UR 3) Las herejías polarizaban algunos elementos de la doctrina cristiana, negaban otros o sostenían visiones que pretendían unir sincréticamente la doctrina cristiana con otras religiones.

Algunas herejías surgen en el interior de la Iglesia mientras otras provienen de afuera. Después de que en el año 313 el Edicto de Milán diera fin a las persecuciones oficiales contra la Iglesia,  aparecieron las «grandes herejías», llamadas así por su gran extensión territorial y por el número de sus seguidores entre los que no faltaron numerosos sacerdotes y obispos.

En algunos casos las herejías surgen como un intento de renovación con valores loables pero al faltar la sumisión a la Iglesia se descarrilan. Por ejemplo, Pedro Valdo renunció a sus riquezas para dedicarse a predicar una vida sencilla basada en el Evangelio. Pero se desvió formándose la herejía valdense que llegó, entre otros errores, a rechazar el valor de la Santa Misa.

Las herejías han sido ocasión para que surgieran defensores de la ortodoxia que inspiraron a la Iglesia en el proceso de estudio sobre las cuestiones constatadas, culminando en definiciones mas claras sobre la fe. De esta manera el Espíritu Santo ha guiado a la Iglesia a desarrollar su doctrina y conocer mejor la verdad.

Ya en la Segunda Carta de Pedro se profetizaba con gran acierto acerca de la naturaleza y efectos de las herejías: «Habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas y que, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida destrucción» (2Pe 2,1).

Antes del Concilio Vaticano II se le llamaba herejes a los protestantes, pero el Decreto Sobre el Ecumenismo #3 recomendó que en vez se les llamase «hermanos separados». No se pretendió negar que existan herejías ni el grave daño que estas ocasionan. Pero se quiso tomar una postura reconciliatoria hacia las personas,  concientes de que todos hemos pecado y somos culpables.

Fuente: corazones.org y primeraluz.org 

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:


Categories
Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Herejías Cismas REFLEXIONES Y DOCTRINA

Herejías en los 20 siglos de la Iglesia Católica

A lo largo de los más de dos mil años de la progresiva vida de la Iglesia de Cristo, innumerables fueron las tensiones y desafíos que debió padecer (y que aún padecerá), motivadas por las diversas desviaciones de las enseñanzas dejadas por el Divino Maestro, sin lugar a dudas promovidas por ‘el padre de la mentira’ y sus lacayos.

Expresa el cardenal Ratzinger cuando afirma: “Voy a hacer una observación. Quien estudió en los tratados de teología (…..), verá un cementerio de tumbas de herejías en las que la teología muestra los trofeos de las victorias ganadas. Tal visión no presenta las cosas como son, ya que todos esos intentos que se han ido excluyendo a lo largo de la historia, como aporías o herejías, no son simples monumentos sepulcrales de la vana búsqueda humana; no son tumbas a las que en visión retrospectiva con cierta curiosidad, inútil, al fin; cada herejía es más bien la clave de una verdad que permanece y que nosotros podemos ahora juntarle a otras expresiones también válidas; en cambio, si las separamos, nos formamos una idea falsa. Con otras palabras: esas expresiones no son monumentos sepulcrales, sino piedras de catedral; serán útiles sino permanecen sueltas, si alguien las integra en el edificio; lo mismo pasa con las formulas positivas: sólo son válidas sin son conscientes de su insuficiencia. El jansenista, Saint-Cyran, pronunció una vez estas hermosas palabras: “La fe esta constituida por una serie de contrarios unidos por la Gracia”  (cfme. Introducción al Cristianismo, pág. 142 y ss., Ed. Planeta-DeAgostini, Madrid, 1995).

En el presente trabajo se omite tratar el cisma de Oriente, la llamada Reforma Protestante, el cisma Inglés y otros surgidos en ese período, como también el reciente cisma de Mons. Lefébvre, atento que por la magnitud de las consecuencias de tales acontecimientos merecen ser abordados particularmente.

 

Siglo I

Ebionitas (o Nazorenos) – secta de tendencia judaizante extendida en Palestina y Siria. Sus seguidores fueron aquellos judíos que habían abrazado el Cristianismo pero quisieron conservar muchas de las prácticas y tradiciones propias de la Sinagoga. Creían que Dios había dividido el imperio de las cosas entre Jesucristo y el demonio, concediéndole a éste último, poder sobre el mundo; en cambio a Cristo, le correspondía el poder de la eternidad. Aferrados a un monoteísmo estricto o unitario, sus seguidores promovieron la estricta observancia de la ley de Moisés al considerarla indispensable para alcanzar la salvación. Al rechazar las enseñanzas de San Pablo, no dudaron de acusarlo de ‘apostata’. Dada la dificultad que encontraban en conciliar el unitarismo de Dios con la divinidad de Cristo, optaron por negar esta última. En consecuencia lo imaginaron como un hombre común, creado, hijo de José ( o de un soldado romano) y de María (de quien la mayoría rechazaba su virginidad). Según los ebionistas, Cristo alcanzó el carácter de Mesías o ‘Hijo de Dios’ por sus virtudes ‘divinas’ al habérsele unido un ser ‘celestial’, pero negando que la fe en Él pudiera traer aparejada la salvación. 

Rechazaron los escritos del Nuevo Testamento, excepto el de S. Mateo (pero sin el versículo 1,13 que hace referencia a la Virgen), guiándose preferentemente por los apócrifos ‘Evangelio de los Hebreos’ y el ‘Evangelio de Pedro’. Por sus heterodoxas doctrinas fueron repudiados tanto por el pueblo judío por ‘apóstatas’, como por los cristianos por ‘herejes’. No llegaron hasta nuestros días escritos de los ebionitas por lo que sus doctrinas fueron conocidas a través de las referencias que de ellos hicieron tanto Orígenes como San Ireneo. Finalmente, la herejía ebionita eclipsó en el curso del s. IV.

Nicolaítas – secta liderada –se cree- por Nicolás de Antioquía, uno de los siete diáconos designados por los Apóstoles en Jerusalén (ver Hch. 6,5) conforme lo testimonia Tertuliano, entre otros, identificación que los estudiosos han puesto en duda últimamente. Conocidos por sus costumbres licenciosas -las que no consideraron impuras-, provocó, por parte de sus contemporáneos, identificaran el término ‘nicolaíta’ con toda perversión moral y religiosa. Sus doctrinas relativas a la resurrección de la carne y al bautismo reconocían una fuerte influencia del gnosticismo. Esta comunidad es citada y condenada por el apóstol San Juan en el libro del Apocalipsis 2:6,15 y 24. Finalmente, los nicolaítas fueron absorbidos por las diversas corrientes gnósticas que surgieron durante el siglo II.  

Docetismo – se conoce bajo este nombre a la herejía cristológica de origen gnóstico, que creía ver en la humanidad  de Cristo sólo como una apariencia (del griego dókesis). Afirmaron que Aquél no había recibido de María nada corpóreo ya que el Mesías había asumido sólo lo que  habría de salvar y, la carne, por cierto, no podía ser salvada, lo que claramente contradice las Sagradas Escrituras en: 1Jn 1,13-14;1Jn 4,2-3;2Jn 7. En síntesis, rechazaron la encarnación de Dios y su sufrimiento, por entenderlo un acontecimiento indigno y escandaloso, pensamiento que se encontraba en consonancia con el paganismo vigente en aquella época, negadora de toda ‘íntima’ intervención divina en la historia del hombre, como lo describe S. Pablo en 1 Cor. 1,23-24.

Como puede observarse, tales doctrinas tendían a comprometer la veracidad del nacimiento, pasión y muerte de Cristo, como así también el valor real de su acción Redentora. Tertuliano y San Ireneo combatieron estas ideas defendiendo con vehemencia la encarnación del Verbo. Finalmente, el docetismo desapareció en el s. III.

  

Siglo II

Gnosticísmo – conjunto de doctrinas sincrético-religiosas, que adoptó enseñanzas de origen iranianas, judeo-cristianas, caldeas, babilonicas, egipcias e hindúes. Sus principales promotores entre los cristianos fueron Simón el Mago, Cerinto, Carpócrates, Valentino, Satrunino y Basílides, entre muchos otros. Puede reconocerse en la mayoría de los autores gnósticos el haber abrevado tanto en el pensamiento griego, principalmente en las ideas de Plotino, como de parte de aquella teología mística y especulativa de la Sinagoga (Cábala) pervertida bajo la lamentable influencia de las doctrinas panteístas babilónicas, iranianas y persas, como del sabeísmo (culto a los astros) y otras tradiciones religiosas paganas durante los años del obligado exilio (siglos VI a IV antes de Cristo), influjo que algunos estudiosos remontan hasta el s. XVI a.C. durante el período del destierro en Egipto. Así, la visión ‘racionalista’ de los misterios divinos y su total rechazo al recurso de la Fe, impidió a los gnósticos captarlos en su total dimensión y profundidad pues para ellos, la Fe, debía ser reemplazada por los rudimentos de la filosofía. 

En consecuencia, y ya que la Verdad podía ser alcanzada solo mediante el recurso de la razón, los misterios de la Fe quedaron subordinadas a las doctrinas cuyo origen reconocen sólo al hombre. Sin que sea posible, en esta breve síntesis, efectuar una descripción única y total del gnosticismo, dada la multiplicidad de las facetas dadas por sus propugnadores, si puede intentarse una relativa caracterización, teniendo en cuenta algunos puntos en común.  En ese marco, el gnosticismo sostuvo la existencia de un conocimiento particular o especial, superior a la Fe, cuya consecución permitía alcanzar o asegurar la salvación del alma. Dicho  ‘conocimiento’ venía legado por un Revelador Celeste a unos pocos elegidos (o iniciados) el que (como dijimos) constituía el fundamento y garantía de la futura salvación. En consecuencia, el recurso a la Fe quedaba totalmente mitigado como así también la trascendencia de las buenas obras.

Otro elemento determinante del gnosticismo fue su concepción ontológica caracterizada por el dualismo. Si bien creían que el origen de todas las cosas (buenas y malas, espirituales y materiales) provenían de un único super-principio (monismo ontológico), el Pléroma (lo Absoluto identificado con la Nada), recurrieron al dualismo para resolver el problema del Mal. Así, Dios era un ser ‘puro y espiritual’ que se encontraba fuera del mundo, sin contacto real con él, motivo por el cual rechazaron su naturaleza creadora. Tal actividad era concedida a un espíritu intermedio (Demiurgo), autor del mundo sensible y material, al que identificaban con el principio del Mal. Sin embargo, la concepción gnóstica del mal era una realidad positiva (en abierta contradicción con la concepción cristiana para la considera negativa), atento que el mismo –al igual que el bien-  provenía de un principio común, lo Absoluto (el Pléroma), donde ambos libraban un combate eterno. De allí se explica el desdén o desprecio que los gnósticos tenían por la noción de pecado. Por otro lado,  creían que entre Dios y el mundo material existía una serie de seres espirituales llamados ‘Eones’, cuya procedencia se originaba en una  emanación de Dios. Su carácter lo imprimía el grado de cercanía que tenían con el Absoluto. En consecuencia, los más cercanos eran más perfectos que las más lejanas.

La particular visión del mundo material, provocó entre los gnósticos un total rechazo a todos los Sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía. Jesucristo era entendido como la encarnación de un ser espiritual (o Eón) por Dios. Entendían que para lograr un conocimiento pleno de sus enseñanzas no bastaba con recurrir a las contenidas en las Sagradas Escrituras, sino que debía recurrirse al ‘conocimiento gnóstico’. Creían que Yahveh era un ser espiritual superior pero de naturaleza caída, el Demiurgo, creador del mundo y de la carne, que había logrado ser adorado por éstos como Dios. A su vez, la redención era equiparada a un mero acto de iluminación (gnosis), mediante el cual el hombre podía liberarse de la prisión que representaba la materia para poder regresar al mundo celestial o espiritual. 

Este concluyente rechazo de la materia los llevó inevitablemente a rechazar la realidad de la resurrección de la carne. Varió dentro de las corrientes gnósticas la necesidad del seguimiento de normas ascéticas, por lo que algunas las consideraron indispensables (vgr. Saturnino) y otras no (vgr. Basílides). Algunos llegaron a considerar legítimo renegar de la Fe (en época de persecuciones) para evitar el martirio, entendiendo que la adquisición de un ‘conocimiento liberador’ era una forma más elevada de martirio. Sus prosélitos o seguidores, eran clasificados en tres tipos: 1) los ílicos o materiales, para los que no había salvación posible; 2) los psíquicos, quienes se salvarían con la ayuda de Cristo y, 3) los gnósticos (o perfectos) quienes ya tenían la salvación asegurada. Creían que el mundo material sería definitivamente destruido cuando el Demiurgo (o Yahveh) fuera sometido por Dios, restaurándose así todas las cosas.

Como se ha dicho anteriormente, el gnosticismo estuvo conformado por diversas tendencias, muchas de ellas divergentes entre sí, por ello y de manera sintética exponemos a continuación las más importantes:

1)     Valentin, se cree de origen judío o egipcio, fue quizás el mas importante representante del gnosticismo. Proponía que en Cristo se encontraba absorbido el Jesús de los Evangelios, y su misión redentora quedaba rebajada a la de un simple mediador más entre Dios y el Hombre. Por su parte, el hombre tenía la misión de liberarse de la materia ya que ésta tenía por fundamento un principio inferior y de naturaleza malvada. Su visión cosmológica estuvo representada por un mundo espiritual (pléroma), dirigido por un Dios invisible acompañado por 30 eónes superiores. En cambio el mundo material, fue creado por el Demiurgo, quien a su vez creó el Hombre. Sin que aquél supiera, el Hombre había recibido un elemento pneumático que le permite, a su muerte, regresar al mundo espiritual. Creía que el mal es una falsa dirección del bien, atento que surge de la oposición entre el deseo de los eons de unirse al gran abismo (Pléroma) y la impotencia para lograrlo. Enseñaba que el orden actual de las cosas cesaría cuando se realice en la tierra la total redención. Ello provocaría el retorno de todos los seres a su condición primitiva (en el Pléroma), siendo finalmente destruida la materia y con ello, el mal.

2)     Saturnino, quien vivió en Antioquia en tiempos del emperador Adriano y predicó en Siria, tuvo en sus doctrinas un fuerte sesgo ascético, al punto de rechazar el matrimonio por considerarlo un acto de naturaleza malvada. Creía que Dios había creado a los ángeles y éstos encabezados por el ángel Yavé, crearon al mundo material y al hombre. Este, sin embargo, poseía una porción o chispa de divinidad que le permitía elevarse al mundo espiritual. Afirmaba que Cristo fue enviado por Dios para redimir al hombre del yugo de Yavé..

3)     Basílides, de origen egipcio, difundió sus ideas principalmente en Alejandría. Representó la rama gnóstica que ensalzó el acto mismo del ‘conocimiento gnóstico’ en desmedro de la moralidad de las acciones, al igual que Carpócrates, aunque éste último llevó al extremo tal idea. Afirmaba que en Cristo, primer eón, fue enviado por Dios para liberar al mundo de la esclavitud de Yavé (Demiurgo). Sostenía que Cristo, como ser espiritual increado, no pudo sufrir la pasión, tomando su lugar Simón de Cirene.

4)     Bardésanes, sirio, predicó sus doctrinas en Alejandría. En general, continuó el pensamiento de Valentín pero acompañó su prédica con populares himnos litúrgicos. Suponía la eternidad de los principios del bien y del mal. Afirmaba que las emanaciones espirituales del mal al enamorarse de la Luz (el bien) buscaban elevarse al Pléroma (Absoluto), el que estaba constituido por 365 inteligencias denominadas Abraxas.

5)     Ofitas, grupo gnóstico que imaginó la expulsión de Adán y Eva del Paraíso junto con la serpiente (tentadora), cuyos descendientes tenían por misión continuar tentando el género humano.

6)     Simón, el Mago. Este singular personaje de origen judío o samaritano –citado en los Hechos a los Apóstoles 12, 9 y ss- y que tuvo en Meandro su principal discípulo, creía en la existencia de una primera Potencia Divina, Infinita y Principio de Todo. Ese Primer Dios, identificado consigo mismo, denominándolo Simón, había engendrado a Sophía y a través de ella, engendró el Cosmos, el universo todo. Pero Sophía cayó en las redes de las fuerzas inferiores, o sea, la materia. Simón (la Potencia divina) vino al mundo a rescatarla y a iniciar la redención universal. De allí, que Simón fuera adorado por sus seguidores como Zeus y su compañera, la esclava tiria Helena, quien representaba la encarnación del primer pensamiento traído a la existencia por Dios, era adorada como Atenas.

7)     Cerinto, afirmaba –según decía por revelación angélica- que el mundo no era obra de Dios sino de un poder distinto, el demiurgo. Enseñaba que Cristo no había nacido de la Virgen María ni padeció en la cruz, sino que lo hizo Jesús, hijo natural de María, en quien Cristo había morado luego del bautismo, para luego abandonarlo en las horas previas a la pasión. Su particular visión milenarista, le hizo sostener que llegaría tiempos en los que se instalaría un reino terrenal de mil años, en el que Jerusalén sería su centro, y durante el cual los hombres podrían satisfacer todos sus apetitos carnales.

Cabe resaltar que la herejía gnóstica fue especialmente combatida, entre otros, por San Ireneo, Orígenes Tertuliano y San Hipólito romano. Por último, el gnosticísmo clásico si bien ha decaído hasta prácticamente desaparecer, muchas de sus enseñanzas han ido mutando con el correr de los siglos, siendo la llamada ‘New Age’ una de sus principales difusoras en la actualidad. En cambio, los restos de antigua Iglesia Gnóstica aún subsiste en pequeñas comunidades de la Mesopotamia septentrional.

Monarquianismo adopcionista (o dinamista) – Teodoto de Bizancio fue el principal propulsor de esta herejía de corte cristológico. Influido por diversas corrientes ebionitas y gnósticas, sostuvo que Cristo era sólo un hombre común (o un ángel según corrientes adopcionistas más antiguas), nacido sobrenaturalmente de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Creía que su condición divina la recibió al ser ‘adoptado’ como Hijo de Dios durante el bautismo en el río Jordán (según otros adopcionistas ello habría ocurrido después de su resurrección). En consecuencia, el Logos (o Verbo) era sólo una fuerza de energía divina que entró temporalmente en Cristo para poder éste ejercer su misión mesiánica. 

A pesar de que Teodoto fue excomulgado por el papa San Victor I (192-201), consiguió formar en Roma una comunidad de seguidores quienes, con el fin de defender sus doctrinas, no solo recurrieron a las Sagradas Escrituras sino al pensamiento de diversos filósofos como Aristóteles, Platón y Euclides. Otros importantes representantes de la herejía adopcionista fueron Teodoto el Joven, quien afirmaba que Melquisedec era una especie de intermediario entre Dios y los ángeles, y principalmente, Pablo de Samosata, obispo de Antioquía  (260-268) y el obispo de Sirmio, Flotino (excomulgado en el año 351). En sus predicaciones Pablo comenzó a negar la doctrina trinitaria como la divinidad de Cristo, ante lo cual en el año 264 se convocó a un sínodo con la finalidad de exigirle una retractación de sus opiniones. La actitud dubitativa por él demostrada motivó que en un nuevo sínodo (268) se decidiera excomulgarlo y deponerlo del cargo eclesiástico que ostentaba.

En el curso de la historia, y antes de la aparición de Teodoto de Bizancio como de Pablo de Samosata, hubo una versión más antigua y mitigada del adopcionismo, que lo encontramos entre los años 140-150 en el pensamiento de Hermas (se cree de origen judío), hermano del por entonces papa S. Pio I (142-157) y  autor del famosísimo “El Pastor’. Según aquél, Cristo es el siervo escogido (adoptado) por Dios, en quien habita el Espíritu Santo (al que no concibe como persona sino como una potencia divina) y participa de sus privilegios con motivo de su fidelidad.

Por útlimo, en el curso del siglo VIII reapareció el adopcionismo reformulado por el obispo de Urgel, Félix y por Elipando de Toledo. La herejía fue condenada solemnemente durante el segundo Concilio Ecuménico de Nicea (787) y luego por el papa Adriano I en el año 794.

Montanismo (del griego enkrateia = abstinencia, templanza) – herejía de tendencias milenaristas y místicas, suscitada por Montano, natural de Frigia (Asia menor). Anunció el próximo advenimiento de Cristo, el descenso de la Santa Jerusalén y la instauración del reino milenario profetizado en el libro del Apocalípsis. Junto a sus discipulas, Prisca (o Priscila) y Maximila, predicó una rigurosa moral, prohibiendo las segundas nupcias, el placer, los adornos las artes y la filosofía. Promovió el ayuno periódico como así también el testimonio a través del martirio. Montano creía que por inspiración divina todo hombre estaba en condiciones de ser ‘profeta’, condición que él mismo creía tener. Una de sus doctrinas más controvertidas fue el rechazo de toda posibilidad de perdón y restablecimiento de la comunión con la Iglesia de todo aquél bautizado que hubiera cometido actos impuros. El montanismo se extendió principalmente en Asia menor donde se constituyó en una iglesia organizada. El gran apologeta latino, Quinto Septimio Florente Tertuliano, natural de Cartago, cayó en el error montanista en el año 207, perdurando en él hasta el final de sus días. El montanismo fue particularmente combatido por Apolinar de Getápoli, Milcíades, Apolonio y Gayo. Durante el s. III prácticamente se extinguió, quedando pequeños vestigios en oriente.

Encratismo – herejía promovida por el doceta Julio Cassiano, autor de la obra ‘Según la Continencia’, y por su discípulo Taciano, siendo este su innegable organizador. Orientados por el principio gnóstico que tiene a la materia identificada con el mal (dualismo gnóstico), y en la creencia de que había que luchar denodadamente contra ella, profesaron un riguroso ascetismo prohibiendo tanto la consumición de vino (celebraban la eucaristía con agua) y de carne, como así también la ostentación de riqueza. Tildaron la práctica  matrimonial como una exaltación de la materia y por ende del mal. Se cree que los apócrifos Hechos de San Pablo, San Juan y San Pedro fueron escritos por seguidores del encratismo. 

Las diversas posturas que surgieron de su seno originaron un sin fin de nuevas sectas, entre las cuales corresponde destacar a la de los Severianos, liderados por un tal Severo, quienes influenciados por las secta de los ebionitas, rechazaron todas las epístolas de San Pablo como los Hechos de los Apóstoles. También encontramos a los Continentes muy influenciados por los maniqueos; los Apotácticos (o renunciadores) quienes se caracterizaban por llevar una vida fuertemente ascética al punto de renunciar a todo placer temporal; los Acuarianos o hidropasianos, cuyo nombre deriva de su práctica de celebrar la Eucaristía sólo con agua, y por último, los Sacóforos, los que se distinguían por la vestimenta que utilizaban. Sus principales adversarios fueron hombres de la talla de Tertuliano, Epifanio, San Hipólito romano, San Ireneo, Orígenes y Clemente de Alejandría. Durante el s. IV, el asceta capadocio, Eustaquio de Sabaste, dio un nuevo impulso al encratismo, el que fue condenado en el año 390 por el papa san Siricio (385-398) durante el sínodo llevado a cabo en Sido de Panfilia, para luego desaparecer.

Marcionismo – herejía de origen gnóstico, difundida por Marción, natural de Sínope (hoy Turquía). Llegado a Roma (139) decidió fundar su propia Iglesia al ser expulsado de la comunidad cristiana a la que concurría en al año 144. Anteriormente ya había sido excomulgado por su padre,  quien se cree era obispo de Sínope. Marción, en sus enseñanzas, diferenciaba el Dios revelado en el Nuevo Testamento del Dios del Antiguo Testamento, siendo el primero misericordioso y benévolo a diferencia del Dios de Israel al que entendía como el de justicia, señor del mundo en el que había impuesto la ley y el temor. Consideraba al cristianismo como la sustitución del judaísmo y no como su cumplimento.

 Estableció el primer canon conocido del Nuevo Testamento, del que aceptaba como canónicos sólo al Evangelio de Lucas y las diez Espístolas de San Pablo, rechazando el resto como todo el Antiguo Testamento. Negó que Cristo hubiera nacido de la Virgen María según la carne, como así también negaba su muerte real en la cruz al carecer Aquél de un cuerpo real (sólo era aparente). Practicante de un ascetismo riguroso, prohibió el vino, la carne y el matrimonio. Combatieron esta herejía San Ireneo, Tertuliano, San Justino, Melitón de Sardes y Teófilo de Antioquía. Un discípulo de Marción, Apeles, dio un nuevo impulso a sus doctrinas, pero modificándolas en algunos aspectos. Rechazó el principio dualista del gnosticísmo, afirmando que la creación había sido obra de un ángel caído y no del Demiurgo (a quien identificaba con el Dios del A.T.). Creyó en la preexistencia de las almas, considerando que las mismas habían sido encerradas en un cuerpo al ser arrojadas al mundo material, salvo en el caso de Cristo que por su condición celestial no fue éste el que estuvo en el mundo terrenal sino su apariencia. Definitivamente, el marcionismo se extinguió en el s. V.

  

Siglo III

Maniqueísmo –conjunto de doctrinas difundidas por Mani (Manes o Manijaios), natural Mardin, Mesopotamia (216), quien nació en el seno de una noble familia persa aunque se cree de origen judío. Según Manes, a la edad de 13 años fue testigo principal de una visión del Espíritu Santo que le reveló una nueva doctrina. Mas allá de esta fábula, en realidad si recibió de joven una fuerte influencia del gnosticismo, del marcionismo como de las enseñanzas judeo-cristianas. Su intención original fue la de crear una nueva religión de carácter ‘universal’ que lograra abarcar a todas las demás religiones. Así, para la formulación de sus exóticas doctrinas se valió del cristianismo, del zoroastrismo y del budismo.

Luego de fundar su propia iglesia, difundió sus doctrinas por la India, Egipto, China, Mongolia, norte de Africa y aún España, siendo perseguido en Persia donde terminó sus días decapitado en prisión (276). Sintéticamente, sus teorías se centraban en la eterna lucha entre el bien y el mal, propio del dualismo gnóstico, arguyendo la existencia de un principio de Luz y otro de las Tinieblas, ambos increados, siendo éste último  el creador del mundo material. En contrapartida, de la Luz procedían las almas humanas las que habían caído prisioneras al mundo material. Ambos principios eran opuestos, pero entre ellos, el Bien y el Mal, no hay un abismo que los separa sino que sus límites se tocan o rozan, sin confundirse. Es decir, donde uno concluye comienza el otro. 

Manes creía que para alcanzar la salvación el hombre debía obtener una iluminación especial, lo que podía obtenerse mediante el ejercicio de la limosna, la oración y el ayuno, considerando tanto a Buda, Cristo y a Zoroastro como ‘profetas superados’. Jesús tuvo la misión de comunicar esa ‘iluminación’ y por ende, era considerado ‘maestro y salvador’, siendo Mani el enviado de Jesús, su Apóstol por excelencia. La iglesia maniquea estuvo constituida por una organización fuertemente jerárquica y la vida de sus seguidores se rigieron por rigurosas reglas morales. Así, promovió Mani la abstención de las relaciones sexuales, la consumición de carne y vino, prohibió el recurso a la mentira y el perjurio, la blasfemia, la apostasía, el juramento como el de participar en guerras. Sus seguidores se dividían en ‘élegidos’, quienes eran los que practicaban las creencias maniqueas y por ello tenían garantizado su ingreso al ‘paraíso de luz’; y los ‘oyentes’ quienes sólo escuchaban sus prédicas y que por no practicar a conciencia la fe maniquea, a su muerte debían transmigrar sus almas de cuerpo en cuerpo, hasta llegar al de un elegido que lo llevaría a la salvación. En su culto, no se administraba nada que se asemejara a los sacramentos (los que eran rechazados por Mani) salvo una caricatura de lo que es la eucaristía, la que estaba reservada a unos pocos elegidos. Actualmente subsisten algunas comunidades en oriente, siendo su fiesta principal la que celebran durante los primeros meses de cada año, denominada “Bema” y en el que se recuerda el supuesto martirio de su maestro, Mani.

Monarquianismo modalista (o patripasianismo) – La herejía modalista fue difundida principalmente por Noeto de Esmirna, Epígono, Cleómenes, Praxeas y Sabelio. Rechazaron éstos –aunque diferenciados por matices propios- el dogma Trinitario, por considerar que la misma ponía en peligro la unidad de Dios. En general, y para salvar tal dificultad, sostuvieron que Dios era una única Persona Divina pero que actuaba de diversos ‘modos’ o ‘funciones’ para hacerse conocer por el hombre y salvarlo. Noeto de Esmirna, quien predicó principalmente por Asia Menor, acusó a la Iglesia de ‘dietismo’, atento entendía que ella defendía la existencia de una divinidad doble, la del Padre y la del Hijo, lo que motivó que en el año 200 fuera excomulgado de la Iglesia de Esmirna. Praxeas, solía ufanarse de haber confesado su fe en tiempos de persecución. En el período en que residió en Cartago tuvo en Tertuliano un implacable adversario, al punto tal que escribió contra Praxeas la notable obra ‘Adversus Praxeam’.

 Como fruto de su sólida y abrumadora argumentación, impulsó a Praxeas a retractarse. Dentro de esta corriente, en el s. III surgieron dos nuevos líderes del modalismo, Cleómenes y Sabelio de Ptolemaida. Sin duda alguna, sobresalió la figura de éste último atento que fue quien renovó las ideas de sus antecesores. Influenciado por el monoteísmo riguroso propugnado por los judíos, consideraba a Dios como una sustancia individual y universal, eterna y espiritual (o mónada) que se manifestaba en tres operaciones diversas: como Padre creó el mundo, como Hijo fue su redentor y como Espíritu Santo obraba en su santificación. Sus ideas hacían emanar de la unidad silenciosa, tranquila y absoluta de Dios, el alma de Cristo, el Espíritu Santo y por último, el alma del hombre y de todo el unvierso. Estas doctrinas alcanzaron un nivel tan inusitado de aceptación que todo tipo de monarquianismo fue designada en adelante bajo el nombre de ‘sabelianismo’. Combatida la herejía por Tertuliano, Eusebio de Cesarea, San Hipólito y San Hilario de Poitiers, el modalismo fue condenado por los papas San Calixto ( (218-222), San Dionisio (259-268) y San Felipe I (269-274), para luego languidecer en el s. V.

Subordinacionismoconjunto de opiniones teológicas de carácter heterodoxo elaboradas por diversos autores cristianos que, con el fin de contrarrestar la herejía modalista, intentaron explicar y defender la doctrina trinitaria. En general, es unánime la opinión de los estudiosos en el sentido de que el subordinacionismo no constituyó una herejía propiamente dicha, puesto que si bien contrariaba la ortodoxia de la doctrina, nunca pretendió –por parte de sus propugnadores- constituirse en una doctrina oficial, sino un intento, una mera opinión teológica que, al ser llamados sus autores por la Iglesia a atenerse fielmente a las doctrinas ortodoxas, estos se sometieron a sus dictados pacíficamente. Influenciados por la filosofía estoica, los subordinacionistas cometían el error de destacar exageradamente la distinción existente entre el Padre y el Hijo, al punto de llegar a subordinar –en mayor o menor medida- el Hijo al Padre. 

Así, pensaban que en el Hijo de Dios operaban dos realidades diversas: una, la del Logos interior, esto es, la Palabra pensada, formulada mentalmente, igual al Padre eterno; la otra, era la del Logos exterior, o la Palabra pronunciada, pensada por el Padre como instrumento de la creación que permite el contacto con el mundo fuera de Dios, y en tal carácter, no era igual a Dios-Padre, ni eterno como El, puesto que la creación viene en el tiempo, por lo que el Hijo de Dios (como la creación), en su carácter de Logos exterior, no es sino fruto de una libre decisión de Dios. En consecuencia, si Dios es quien determina crear al mundo, necesariamente el Hijo se encuentra subordinado al Padre. Muchas ideas de los llamados Padres de la Iglesia fueron influidas por estas opiniones, como fueron los casos de Justino, Hipólito, Orígenes y Tertuliano.

Novacianismo – se conoce con este nombre al cisma llevado a cabo en el año 251 por el presbítero romano, Novaciano. La disputa surgió cuando el papa san Cornelio (251-252) dispuso el perdón y readmisión de aquellos que, durante las persecuciones, habían apostatado o renegado (relapsos) de su Fe, en la medida que estuvieran dispuestos a cumplir una penitencia. Novaciano se rebeló contra esta disposición al considerar que aquellos no podían ser readmitidos, ya que la iglesia sólo podía estar conformada por hombres ‘puros y santos’. Ello motivó que fueran condenadas sus teorías en un sínodo llevado a cabo en el año 251. Ante ello, Novaciano y sus seguidores desconocieron la autoridad del legítimo pontífice, haciéndose designar en su lugar, ocupando Novaciano un triste lugar en la historia de los anti-papas (251-268). La Iglesia novaciana se desarrollo principalmente en oriente próximo, las que definitivamente desaparecieron en el curso del s. VII.

Otro cisma, de características similares a las del novacianismo, tuvo lugar en el seno de la iglesia nor-africana. Esta fue encabezada por el presbítero Novato y su bienhechor, Felicísimo. El por entonces, obispo de Cartago, Cipriano había dispuesto normas similares a las promulgadas por el papa Cornelio respecto a la admisión de apostatas y renegados. A diferencia de los novacianos, Novato y Felicísimo rechazaron tal disposición reclamando la abolición de la necesidad del cumplimiento de una penitencia. Para lograr sus objetivos, paradojalmente se aliaron a los novacianos, pero poco tiempo después  y sin haber conseguido mayores frutos, el movimiento se disolvió.

Por último, un nuevo cisma (bajo las mismas características del promovido por los novacianos) se produjo a inicios del siglo IV, encabezado por el obispo de Licrópolis (Tebaida), Melecio. A causa de las persecuciones ordenadas por el emperador Diocleciano (243-313), el obispo de Alejandría, Pedro, no podía ejercer su ministerio, por lo que Melecio decidió actuar en su lugar. Al aminorar el hostigamiento de las autoridades, Pedro pudo volver a su sede (306) y entre sus primeras decisiones fue la de resolver la situación de los apóstatas y renegados (relapsos). Al adoptar medidas moderadas y conciliatorias para resolver su situación, al igual que el papa Cornelio, Melecio decidió repudiarlas provocando un cisma y creando una nueva iglesia a la que denominó ‘Iglesia de los Mártires’. En el año 308, por su actitud de rebeldía, Melecio fue condenado a trabajos forzados en el exilio.Al morir el obispo Pedro (+311), decidió regresar para fallecer poco tiempo después. Con la aparición de la herejía arriana y encontrándose muy menguadas las fuerzas de la comunidad fundada por Melecio, decidieron unirse a aquella para luego desaparecer durante el curso del s. VI.

 

Siglo IV

Arrianismo – Resulta ésta una de las herejías más importantes surgidas desde dentro del Cristianismo. Su nombre recuerda a su promotor, el sacerdote libio y al parecer de origen judío, Arrio (256-336), dotado de una gran elocuencia y erudición. Discípulo de Luciano de Antioquía (fundador de una célebre escuela teológica), fue ordenado sacerdote ejerciendo su ministerio en Baucalis, una de las nueve iglesias de Alejandría. No fue sino hasta haber alcanzado la edad de 60 años (320) cuando comenzó a predicar sus particulares doctrinas, caracterizadas por un descarnado realismo teológico tendiente a eliminar el sentido del ‘misterio’ que, para muchos, se debió a una fuerte influencia de las escuelas filosóficas vigentes por entonces (aristotelismo, platonismo, estoicismo y muy especialmente las enseñanzas del judío alejandrino, Filón). 

Tales influencias resultaron a la postre, la clave para que sus ideas se impusieran rápidamente entre sus contemporáneos. Arrio enseñaba que Dios era uno, trascendental al mundo, en el que no había más que un principio, el Padre. Si bien no negó explícitamente la doctrina Trinitaria, la comprensión que hacía de la misma lo alejó definitivamente de la ortodoxia. Así, al identificar los términos engendrado y creado, creía que el Verbo no podía ser equiparado a Dios-Padre puesto que Aquél era la primer creación de Dios, superior a todas las demás, al que solía designar con los títulos de Logos, Sophía y hasta Dios, pero aclarando que el Hijo no era igual ni consubstancial al Padre, ya que, entre el Verbo y Dios existía una abismo de diferencia. 

Recurriendo a sus propias palabras, Arrio afirmaba “el Hijo no siempre ha existido (…), el mismo Logos de Dios ha sido creado de la nada, y hubo un tiempo en que no existía; no existía antes de ser hecho, y también El tuvo comienzo. El Logos no es verdadero Dios. Aunque sea llamado Dios, no es verdaderamente tal”. En consecuencia, para Arrio el Hijo era una especie de Demiurgo, un segundo Dios, en otras palabras, un intermediario entre Dios y las criaturas, no engendrado sino creado, y que tuvo a su cargo la creación. Su enérgico rechazo a la doctrina de la generación estuvo motivada en impedir, por considerarlo inadmisible, una visión dualista del Dios uno y único. Tampoco llegó al extremo de negar la Encarnación del Verbo, sin embargo creía que Cristo no era una persona divina, ya que el Logos encarnado no era verdadero Dios. Por otra parte, su interpretación lo llevó a considerar que el Verbo al encarnarse ocupó el lugar del alma humana, por lo que Cristo carecía de ella. Sus doctrinas relativas al Espíritu Santo siguieron la misma suerte que las del Verbo, esto es, resaltó su condición de creatura, pero de un rango aún inferior a la de Aquél. 

La historia nos relata la rápida difusión que las doctrinas arrianas tuvieron por el imperio romano, principalmente entre los cuadros militares, los nobles y hasta el clero (sobre todo del norte de Africa y Palestina), no así respecto del común del pueblo. Ante el imparable proselitismo de los arrianos y advertido de sus nefastas doctrinas, el obispo de Antioquía, Alejandro, actuó en consonancia, generándose una fuerte controversia entre los dos partidos en pugna: el católico y el arriano. Ante ese estado de cosas, el emperador Constantino I, el Grande (280-337) –quien en un principio se mantuvo al margen- junto al papa san Silvestre I (313-335) decidieron convocar a un concilio que zanjara el asunto. Previo a ello, en el año 324, y gracias a la prédica del obispo de Córdoba, Osio, se convocó a un sínodo donde Arrio y sus doctrinas fueron condenadas. Así, un 30 de mayo del año 325, en Nicea, se llevó a cabo el I Concilio Ecuménico, en el que participaron 318 padres conciliares entre los cuales se encontraban los legados del Papa y los representantes del arrianismo. Estos últimos al negarse a firmar el célebre ‘Símbolo de Nicea’ (que reafirmó el llamado ‘Símbolo de los Apóstoles’ y la Encarnación del Verbo) como la condena impuesta a las doctrinas de Arrio, terminaron por retirarse del concilio.

El texto final del Símbolo dispuso:  

“Creemos: en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de lo visible e invisible, y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado unigénito del Padre, es decir, de la misma sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, engendrado, no creado, consubstancial al Padre, por el cual todas las cosas fueron hechas, las celestes y las terrestres, el cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó y se hizo carne, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos, vendrá a juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo.

Más lo que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hypóstasis o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia Católica”.

En otras palabras, se reafirmó que Cristo no es un segundo Dios o un semi-Dios, sino que es Dios como el Padre lo es, y sólo Dios es el único mediador a través del Logos (o Verbo), el Hijo de Dios que es Dios, como el Padre es Dios. En consecuencia, sólo Dios puede realizar la divinización a través de la Encarnación y de la Redención.

A pesar de la condena recibida, Arrio no se retractó siendo por ello desterrado. Sin amilanarse, continuó difundiendo sus doctrinas heréticas hasta lograr el favor y la protección de gran parte de la nobleza, del ejército y del clero. Por su parte, el emperador Constantino había relajado en mucho sus medidas contra los arrianos, lo que les permitió –intrigas mediante- acosar al obispo Atanasio, logrando que sufriera su primer destierro en el año 335. Este gran hombre sufrío durante su vida, cinco destierros ordenados por diversos emperadores (Constancio, Juliano el apóstata y Valente) destierros que ocuparon una buena parte de su vida. 

Ello no impidió que en el año 366 fuera rehabilitado en su sede episcopal por el emperador Teodosio, el Grande, puesto que ocupó hasta su muerte en el año 373. A pesar de los esfuerzos de los partidarios de Arrio para lograr su rehabilitación, este antes murió en Bizancio (336), por lo que sus seguidores decidieron continuar su labor, ganando para su causa inmensas regiones de Europa, particularmente Alemania (con la conversión de los pueblos Visigodos) y España, como así también regiones del norte de Africa. La llegada al trono imperial de Constancio (350) implicó que el arrianismo se convirtiera en su religión oficial. 

Así, los arrianos convocaron diversos sínodos y concilios, como los de Sirmio (351), Tracia (359) y Constantinopla (360) en los que impusieron una fórmula de fe arriana. Esta situación de incertidumbre de los defensores de la ortodoxia duró hasta la llegada al trono de Teodosio, el Grande (379-395), quien convocó –junto al papa san Dámaso I (366-384) a un nuevo concilio ecuménico, el I de Constantinopla (381). Allí fue confirmado el ‘Simbolo de Nicea’ y nuevamente condenadas las doctrinas arrianas. Hombres de la talla de  san Atanasio, san Gregorio Magno y el obispo de Córdoba (España), Osio, se constituyeron en su principales detractores.

Si bien el arrianismo decayó definitivamente en el s. VII, no sin antes producir una variante a la que se la llamó semi-arrianismo, muchas de sus teorías –principalmente las cristológicas y trinitarias- renacieron con la Reforma Protestante (s. XVI) bajo las ideas de Miguel Servet y por los antitrinitarios liderados por Fauso Socino, entre otros. Contemporáneamente, fueron recogidas por numerosas sectas como es caso de los tristemente célebres, Testigos de Jehová.

Apolinarismo – conjunto de doctrinas desarrolladas por el obispo sirio, Apolinario de Laodicea (310-390). Formado en el seno de la escuela teológica de Antioquía, en un principio  y en el marco de las controversias cristológicas, actuó como apologéta contra la herejía arriana, que negaba la condición divina de Cristo. En su lucha, creyó encontrar la solución profundizando el principio de la unidad del Logos encarnado, lo que le llevó al error de negar la doble naturaleza (humana y divina) de Cristo. Así, sostuvo que Cristo no podía ser un hombre pleno, completo, puesto que para estar libre de todo pecado debía carecer necesariamente de un alma racional. 

Asimismo, negó la plenitud de su divinidad, entendiendo que la co-existencia en El de dos naturalezas, la divina y la humana, provocaría irremediablemente una inconcebible dualidad que impediría considerarlo como una realidad única. Por ello, dedujo que Cristo era un ser intermedio, derivado de la unión sustancial entre Dios, el Hijo y un cuerpo inanimado. De allí que haya propuesto que Aquél sólo tenía una sola naturaleza: la divina, que al encarnarse había tomado el lugar del alma racional y por ende, no había asumido la condición humana en su totalidad. Con ello creyó dejar a salvo la santidad del Verbo ante las insidias del pecado, circunstancia propia de la condición del alma humana. En consecuencia, Apolinar sostuvo que en Cristo, carente de un alma humana,  el elemento divino y humano se encontraban verdadera y sustancialmente unidas, (dando preeminencia su divinidad en desmedro de su humanidad), siendo el Logos quien da vida o informa al cuerpo humano. De allí que Apolinar soliera manifestar que Cristo era un ‘hombre celeste’. Condenada por el papa San Dámaso I en el año 377, y luego durante el primer Concilio ecuménico  de Constantinopla (381), el apolinarismo se extinguió poco tiempo después.

Circoncilianoscomunidad surgida en el curso del s. IV, caracterizada por la interpretación literal de las Sagradas Escrituras y la rudeza de su accionar. Con la convicción de liberar al hombre del yugo de la esclavitud, vigente por entonces, predicaron un igualitarismo radical. Para ello, promovieron entre sus adherentes, aún mediante el uso de la violencia, lograr participar en la propiedad de los bienes de sus amos y/o la absolución de sus deudas. Crónicas de la época nos relatan que los circoncilianos solían utilizar en sus redadas, efectuadas al grito de ‘Gloria a Dios’, de unos palos nudosos que denominaban ‘azotes de Israel’. El suicidio fue visto como equivalente al martirio y promovido como un medio eficaz para lograr la liberación de la opresión ejercida por las autoridades. Ello motivó que el emperador Constantino, previa condena, ordenara una dura represión en su contra, disponiendo –edicto mediante- la abolición de la esclavitud respecto a los cristianos, beneficio que luego extendería a todos los súbditos del imperio.

Euquitas – surgida en Asia menor, esta herejía defendió la íntima unión (hipostática) entre Dios y el hombre justo, unión que se reiteraba entre el demonio y el hombre pecador. Fueron muy conocidos entre sus contemporáneos por sus excéntricos ritos en los que generalmente efectuaban exorcismos. Condenada en Concilio Ecuménico de Efeso (431) llevado a cabo durante el pontificado de San Celestino I (422/432), la herejía Euquita se perdió a finales del s. V.

Donatismo – herejía y cisma promovida por el obispo nor-africano, Donato. La herejía donatista tuvo su origen en la reacción de algunos obispos pertenecientes a la Iglesia del norte de Africa ante las persecuciones llevadas a cabo por las autoridades imperiales a principios del s. IV (303-305). Durante la misma, los obispos se vieron obligados a entregar todas las Sagradas Escrituras que tuvieren en su poder, motivo por el cual Donato y sus seguidores les tildaron de ‘traidores’. Con la pretensión de reformar la Iglesia, y haciendo hincapié en la necesidad de su pureza, fue que elaboró sus doctrina exponiéndolas sobre base de dos principios: 1) la Iglesia es una sociedad de hombres perfectos, de santos, y 2) los Sacramentos administrados por sacerdotes indignos eran absolutamente inválidos. Fue la gran figura de San Agustín la que se alzó contra la herejía donatista (también lo hizo Octavio de Milevi), refutando aquellos principios con los siguientes fundamentos: 1) la Iglesia está constituida por hombres buenos y malos, y, 2) los Sacramentos reciben su eficacia de Cristo y no de quienes lo administran. En tal sentido, la historia nos ha dejado la anécdota respecto a la expresión utilizada por san Agustín durante el Concilio de Hipona (393): ‘¿Es acaso Pedro el que bautiza? Es Cristo quien bautiza, ‘¿es acaso Judas quien bautiza? Es Cristo quien bautiza’.….

El cisma fue ocasionado, principalmente, por parte de las comunidades nor-africanas lideradas por un grupo de obispos de Numidia, quienes se habían opuesto al nombramiento de Ceciliano como obispo de Cartago, ya que la consagración había sido efectuado por Felix de Aptonga, considerado por aquellos uno de los ‘traidores’ por la actitud tomada durante las persecuciones. Depuesto Ceciliano, nombraron al donatista Mayorino y a su muerte (315), consagraron en la sede episcopal al mismísimo Donato. Acontecida su muerte en el año 355, quedaron como líderes del donatismo, Parmiliano (o Parmeniano) y el obispo de Cirta, Petiliano. Vigente durante los siglos IV y V, a pesar de la represión ordenada por el emperador Honorio (393-423), la herejía donatista decayó, para casi desaparecer en el s. VII con la llegada de los musulmanes, hecho que trajo consecuencias aún mas graves para la Iglesia.

Mesalianos  – movimiento de tipo ascético que tuvo su origen en el seno de la Iglesia siríaca y extendido luego por toda el Asia menor. Sus seguidores creían que en el hombre, aún después de haber recibido el bautismo y los demás sacramentos, se mantenía incólume el accionar del demonio. En consecuencia, como remedio propusieron la renuncia de todos los bienes mundanos, aún del matrimonio, exigiendo una vida rigurosamente mística y casta.  Comunes entre sus seguidores fueron los matrimonios ‘espirituales’ entre ascetas de ambos sexos, práctica que con el correr del tiempo cayó en graves abusos. Una postura marcadamente anti-jerárquica les llevó a desconocer el valor de toda asamblea eclesiástica por lo que se negaron a participar en ellas. Sus doctrinas fueron sucesivamente condenadas en los sínodos de Gangre (341), Side (383 y 394), Antioquía (390) y finalmente en el Concilio Ecuménico de Efeso (431). Cabe destacar que el ascetismo promovido por los mesalianos ejerció una fuerte influencia en hombres de su época, destacándose entre ellos a Eusebio de Sebaste (fundador del eutacianismo), movimiento que para muchos dio origen a la vida monástica en medio oriente. También, el mesalianismo influenció a importantes herejías posteriores, como es el caso de los albigenses o cátaros (s. XII) y los bogomilos.

Nestorianismo – se conoce bajo este nombre a la herejía (y posterior cisma) promovida por el monje del convento de Eugregias, y luego obispo de Constantinopla (428-431), Nestorio (Germancia -hoy Maras-, Siria 381/ El Kharga, Egipto 451), de quien toma su nombre. Al asumir la sede patriarcal, Nestorio, se encontró con dos frentes problemáticos. Uno era la fuerte controversia teológica entre quienes otorgaban a la Virgen María el título de ‘Madre de Dios’ (tehotokos) y los que la designaban sólo como la ‘Madre del Hombre’ (anthropotokos). El otro desafío lo constituía su afán de combatir las teorías apolinaristas y arrianas.  

Ante tal situación, Nestorio, influido en gran medida, por las tesis de Teodoto de Mopsuesta (de quien era discípulo en la escuela de Antioquía), propuso que Cristo era ‘el nombre común de las dos naturalezas’, teniendo por éstas últimas al conjunto de propiedades cualitativas, en detrimento del Logos a quien no consideraba sujeto y portador de la divinidad y humanidad. Si bien Nestorio rechazaba toda posibilidad de fusión de las dos naturalezas, propuso que ambas se encontraban juntas por ‘conjunción en un prosopon’  (o experiencia externa no dividida). Así, creía en una unión admirable (admirabilis unitas) entre la divinidad y la humanidad de Cristo, lo que lo llevó al error de tener por sinónimos los términos de esencia y naturaleza. Por ende, propuso que en Cristo existen dos naturalezas, como personas concretas, reales, independientes (prosopon), cuya unión fue voluntaria, accidental o moral, lo que lo llevó a negar su unión sustancial (o hipostática).

Al fundamentar su rechazo de otorgar el título de ‘Madre de Dios’ dado a la Virgen María, propuso que:

1) el hijo de la Virgen María no es el Hijo de Dios; 2) en Cristo existen dos naturalezas como dos personas distintas; 3) entre las personas no existe una unión sustancial (o hipostática) sino meramente accidental o moral; 4) el hombre que hay en Cristo no es Dios, sino su portador; 5) la Virgen María sólo puede ser designada como la ‘Madre de Cristo’  (Christotokos) y no bajo como lo enseñaba la Iglesia, esto es, la ‘Madre de Dios’ (o Theotokos), ya que la persona nacida de María no puede identificarse con la persona del Verbo Encarnado por Dios Padre.

Advertido san Cirilo, obispo de Alejandría y quizás su más importante opositor, de los errores de la herejía nestoriana, decidió llevar la cuestión ante el pontífice san Celestino I, quien además de rechazarlas, invitó a Nestorio a que abjurara de las mismas. Este último no sólo se negó, sino que consiguió el apoyo del obispo de Antioquía, Juan. A fin de resolver las divergencias, fue convocado el Concilio Ecuménico de Efeso (431) por el papa  Celestino I y bajo el auspicio del emperador Teodosio II (401-450). Sus sesiones dieron inicio un 22 de junio del año 431 con la presidencia del obispo Cirilo y la participación de 153 obispos.

Las definiciones promulgadas en el concilio se concentraron principalmente en las doctrinas de la Encarnación, concluyendo:

“Pues no decimos que la naturaleza del Logos, transformada, se hizo carne, ni que se transmutó en hombre eterno, (formado) de cuerpo y alma, sino que el Logos, habiendo unido a sí  según la hypóstasis carne animada de alma lógica, se hizo hombre de una manera inefable e incomprensible, y fue llamado hijo de hombre, no según sola voluntad o complacencia, pero tampoco como en asunción de un solo prosopon; y que distintos (son) las naturalezas que se juntan en verdadera unidad; y de ambas, (un) Cristo o Hijo; no como si la distinción de las naturalezas  se destruyera por la unión, sino que divinidad y humanidad constituyen para nosotros el único Señor y Cristo e Hijo , por la concurrencia inefable y misteriosa en unidad (….) Porque no nació primero un hombre vulgar a la santa Virgen, y después de esto descendió sobre Él el Logos, sino que unido desde el seno de ella, nacimiento de su propia carne (….) De este modo (los Santos Padres) no dudaron en llamar Madre de Dios a la Santa Virgen el principio del ser, sino que de ella fue hecho su santo cuerpo animado racionalmente, al cual unidos según hypóstasis, el Logos se dice nació según la carne”.

Es decir, se definió dogmáticamente que en Jesucristo no hay más que una persona (divina) y que María debe ser llamada ‘Madre de Dios’, ya que dio al mundo una naturaleza  humana unida hipostáticamente a la segunda persona de la Santísima Trinidad. Por tal motivo, los Padres conciliares compusieron la  famosa oración: ‘Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte’ .

Por otro lado, allí no sólo se emitieron definiciones dogmáticas sino que también se ordenó deponer a Nestorio de la silla episcopal que ocupaba y el obispo de Antioquía, Juan fue excomulgado por haber convocado un sínodo paralelo en el que se apoyaban las tesis nestorianas y se ordenaba la destitución de Cirilo.

En el año 436, Teodosio II, ordenó el destierro de Nestorio a Petra (Arabia), quien sin embargo, no cesó en difundir sus herejías sobre todo en la India, China y Persia. A su muerte en Egipto (451), el metropolitano de Seleucia Ctesfonte, Bársumas, luego de separarse del Patriarcado de Antioquía, decidió la formación de la nestoriana Iglesia Nacional Persa, cuyos restos –luego de que una parte de ella volviera a la comunión con Roma en el año 1551- aún subsiste principalmente en Turquía, Siria, Irán e Iraq.

Macedonianismo o pneumatómacos (s. IV) – conjunto de doctrinas heréticas  promovidas por el obispo de Constantinopla, Macedonio. Influenciado por las teorías semi-arrianas, enseñó que el Espíritu Santo era una criatura espiritual subordinada (como los ángeles), de naturaleza no divina ni consubstancial a Dios Padre ni al Hijo. A pesar de ello, no todos los macedonios se pusieron de acuerdo sobre la naturaleza del Espíritu Santo, considerándolo unos como la divinidad del Padre y del Hijo, y otros, una mera virtud divina. Muchos combatieron la herejía macedoniana destacándose San Atanasio, San Basilio, Dídimo de Alejandría y San Gregorio Nacianceno. En el año 336, Macedonio, fue destituido del cargo eclesiástico que poseía y sus doctrinas condenadas en el primer Concilio Ecuménico de Constantinopla (381) llevado a cabo durante el papado de San Dámaso I (366-384). Allí se reafirmó la doctrina de la divinidad y consubstancialidad del Espíritu Santo, siguiendo la línea establecida en el ‘Símbolo de Nicea’, al que sólo se le agregó algunas palabras esclarecedoras:

“Creemos (….) Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo a ha de ser adorado y glorificado, que habló por los santos profetas…..” (conforme versión de Dionisio el Exíguo)

Priscilianismo – se conoce bajo este nombre al conjunto de doctrinas promovidas por el ibérico Prisciliano. En general sus doctrinas trinitarias se alinearon a las teorías del sabelianismo y en materia cristológica al apolinarismo. Desconoció como definitiva la revelación contenida en los libros canónicos de las Sagradas Escrituras aceptando como tales a los llamados ‘apócrifos’. Rechazó, por malvada, toda influencia del mundo material lo que llevó a promover la abstención del matrimonio y en su caso, de la procreación. Propugnó la idea de que en el clero debía regir la disciplina propia de la vida monástica, por lo que fue acusado de maniqueísmo, logrando sin embargo el apoyo de varios obispos quienes a su vez lo consagraron obispo de Avila. Si bien no puede afirmarse que el priscilianismo tuvo una gran influencia en su época, ni que se extendió de la manera que si lo hicieron otras herejías contemporáneas, si fue lo suficientemente importante como para que sus doctrinas merecieran la condena en el sínodo de Burdeos (384), convocado por el emperador Máximo, siendo Prisciliano condenado a muerte.

 

Siglos V-VII  

Monofisísmo o eutiquianismo (s. V) – herejía y cisma promovido por el archimandrita de los monjes cirilianos de Constantinopla, Eutiques (+ 454), cuyo origen se remonta a su rechazo a la confesión cristológica conocida con el nombre de ‘Símbolo de la Unión’ (433). Luego del Concilio Ecuménico de Nicea (431) se produjo una crisis entre los seguidores de las dos mas importantes escuelas teológicas dominantes en el Imperio, como lo eran la de Alejandría y la de Antioquía. Esta situación provocó que el Patriarca de Antioquía, Juan, formulara el citado ‘Símbolo de la Unión’ a fin de zanjar las diferencias existentes. En el citado símbolo se afirmo que:

“Confesamos a nuestro Señor Jesucristo, unigénito de Dios, perfecto en cuanto Dios y perfecto en cuanto Hombre, con verdadera alma y verdadero cuerpo, que según la divinidad nación del Padre antes de todos los tiempos y según la humanidad; pues hubo una unión de dos naturalezas, y por eso confesamos un solo Cristo, un solo Hijo, un solo Señor, considerando esta unión sin mezcla, confesamos a la Santa Virgen, como madre de Dios, pues de Dios-Logos se hizo carne y hombre, y en la Encarnación se unió al Templo asumido de Ella”

A pesar de los acuerdos obtenidos entres las dos escuelas, Eutiques no lo aceptó. Sus doctrinas tuvieron por origen la lucha que entabló contra la herejía nestoriana, sin advertir que, en su anhelo, caía en el error opuesto, ya que al cuestionar la naturaleza y la persona de Cristo, terminaba por negar lo que quiso defender. En síntesis, Eutiques sostenía que la naturaleza humana de Cristo había sido absorbida por la divina, produciéndose la unión física de lo humano y divino en una sola naturaleza (fisis), o sea la divina. Así, se negaba la realidad de la naturaleza humana de Cristo que, al ser absorbida por la divina, la carne no sería sino mera apariencia.

Ante la difusión y aceptación de tales doctrinas, Flaviano (Patriarca de Constantinopla) decidió excomulgar a Eutiques (448). Advertido de la situación el papa san León I, el Magno (440-461), un 13/8/449, envió a Flaviano una carta conocida como ‘Tomo a Flaviano’ (Tomus ad Favianum), a través de la cual se condenaban las enseñanzas de Eutiques y se confirmaba la verdadera doctrina de la Iglesia.

En ese estado de cosas, Eutiques buscó amparo dentro de la corte imperial como del entonces Patriarca de Alejandría, Dióscoro. Convencido este último, intercedió a favor de aquél ante el emperador Teodosio II (401-430), promoviendo la necesidad de convocar un nuevo concilio que resolviera la cuestión suscitada por los monofisistas.

En el año 449, fue convocado un nuevo concilio en Efeso, siendo presidida por el Patriarca Dióscoro. Éste impidió la participación de los legados papales, logrando retener para sí la dirección del concilio. Acalladas las voces opositoras (y defensoras de la sana doctrina) y habiendo captado el apoyo imperial, el concilio concluyó con la rehabilitación de Eutiques y sus doctrinas. En la historia de los concilios, éste es conocido como el ‘Latrocinio de Éfeso’, el que fue severamente condenado por el papa León I. A la muerte del emperador Teodosio II (+ 430) y la llegada al trono de su hermana, Pulqueria (quien luego se desposaría con el senador Marciano), la suerte de Eutiques y sus seguidores habría de cambiar radicalmente. En el año 451 se convocó a un nuevo Concilio ecuménico el que se llevaría a cabo en Calcedonia. En el mismo participaron 630 padres conciliares, siendo presidido por los legados papales.  En su 5° sesión, además de condenarse las doctrinas de Eutiques como las de Nestorio, depuso a Dióscoro de la titularidad de la silla patriarcal que ostentaba. No obstante, lo más trascendente fue la proclamación solemne de la doctrina según la cual, Cristo, persona divina, tiene dos naturalezas (humana y divina), distintas y no divididas, unidas y no confusas, quedando el dogma definido en los siguientes términos:

“Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el  mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Heb. 4,15); engendrado del Padre antes de los siglos, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, la madre de Dios, según la humanidad; que se ha de reconocer a uno y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito, en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino considerada la propiedad de cada naturaleza, y concurrente en una persona y una hipóstasis, sino y el mismo Hijo unigénito Dios Logos, Señor Jesús Cristo, como de antiguo acerca de él no enseñaron los profetas y el mismo Jesús Cristo, y nos lo ha transmitido el símbolo de los padres”

Aquellos monofisistas que se negaron a suscribir las definiciones conciliares de Calcedonia decidieron provocar un cisma, dividiéndose entre sí en diversas corrientes. Así tenemos los liderados por Jacobo Bardai Sanzoli, obispo de Edessa (541) cuyos seguidores se autodenominaron ‘jacobitas’ instalando sus principales enclaves en Siria y Armenia. En 1646, un importante grupo de ‘jacobitas’ regresaron a la comunión con Roma, creándose para ellos el Patriarcado de Alepo (Siria). También el monofisismo, en sus diversas vertientes, influyó grandemente a los cristianos de Egipto (coptos) y Etiopía, como así también a los de Armenia, cuya Iglesia aceptó las doctrinas monofisistas elaboradas por el Patriarca de Alejandría, Pedro Mongo (junto al de Constantinopla, Acacio),compilación generalmente conocida bajo el nombre de ‘Enótico’. Entre otros importantes defensores del monofisismo merece destacarse a Julián de Helicarnesio.

Durante el s. VI, la aparición de Severo de Antioquía dio un nuevo impulso a la herejía, cuya impronta fue denominada como ‘verbal’. Severo creía que en Cristo había una sola naturaleza (físis) pero entendida en sentido puramente personal, concreto e independiente, sinónimo de ‘hypóstasis’. Sus seguidores en la actualidad se concentran en algunos lugares de Armenia, Siria, la Mesopotamia y Egipto.

En nuestros tiempos, son cinco las Iglesias no-calcedonianas, las que solo reconocen la validez de los tres primeros (Nicea, I Constantinopla y Efeso). Ellas son: la Iglesia siria ortodoxa (o jacobita); la Iglesia Copto-ortodoxa (Egipto); la Iglesia etíope ortodoxa y la Iglesia malabar ortodoxa (India). Si bien hay comunión entre ellas, se caracterizan por guardar una fuerte autonomía. Durante siglos estas Iglesias se mantuvieron virtualmente aisladas del resto de la Cristiandad, aunque en los últimos tiempos y como fruto del diálogo ecuménico, se han entablado un tímido acercamiento tanto con la Iglesia Católica como con la Ortodoxas.

Pelagianismo (s. V) – El surgimiento y posterior difusión de esta herejía se debe al monje inglés, Pelagio (354-427) como a su discípulo, Celestio. Estos creían que el hombre por sí mismo, sin intervención de la Gracia y sólo ejercitando las virtudes morales y religiosas contenidas en los Evangelios, podía evitar el pecado y conquistar la vida eterna. Por ende, según Pelagio, el hombre no podía haber sido creado por Dios como un ser inferior a su destino de eternidad. Consideraba al bautismo un mero símbolo de iniciación cristiana, quitándole toda significación para la salvación. La Gracia era relegada a una especie de iluminación de la voluntad humana, pero sin afectarla  ni transformarla. Por su parte, la redención de Cristo carecía de mayor significación que la de ‘invitar’ al creyente a transitar una vida de virtud, sin que la misma haya afectado en lo más mínimo a la humanidad toda.

Hombres de la talla de San Agustín se enfrentaron decididamente al pelagianismo, que por entonces ya se había extendido por todo el norte de Africa (gracias al accionar de Celso y el obispo Juliano), sur de Italia y en la Palestina. Todas las doctrinas pelagianas fueron reiteradamente condenadas en los concilios de Cartago (411 y 416), Milevi (416) y por el papa Zósimo (417-418).

Pelagio y Celestio fueron desterrados del Imperio por el emperador Heraclio (418) y sus doctrinas definitivamente condenadas en el Concilio ecuménico de Efeso (431) convocado durante el pontificado de san Celestino I (422-432).

Semipelagianismo o marselleses (s. VI) – se conoce bajo este nombre al conjunto de doctrinas heterodoxas promovidas por un grupo de monjes pertenecientes a los monasterios de San Víctor de Marsella y de Lerins (Francia), entre cuyos líderes cabe destacar al abad Juan Cassiano, a Vicente de Lerins y a Fausto de Riez. Como reacción contraria de algunas enseñanzas propugnadas por San Agustín ( principalmente las referidas a la espinosa cuestión de la predestinación), aquellos propusieron que el hombre tiene el poder suficiente para dirigirse a Dios en busca de ayuda, encaminarse a la fe, desear la salvación, o la orientación hacia la fe, sin que sea necesaria la intervención de la Gracia Divina. Por ello, la predestinación eterna dependía de la voluntad humana en la medida que hubiera perseverado hasta el final, sin necesidad alguna de intervención de un don especial para lograrlo.

Difundida la herejía principalmente por la Galia, fue combatida por un discípulo de San Agustín, Próspero de Antioquía, siendo el papa Felipe IX quien convocó en el año 529 el Concilio de Orange para condenar la herejía semipelagiana, lo que fue reiterado por el papa Bonifacio II en el año 532.

Monotelismo (s. VII) – se conoce bajo este nombre al conjunto de doctrinas desarrolladas en el s. VII por el patriarca de Constantinopla, Sergio (+638)  Este, con la finalidad de combatir la herejía Monofisista, propuso que en Cristo había una sola voluntad y dos naturalezas. Sus doctrinas fueron apoyadas por el emperador Heraclio (610-641) y recepcionada por la Iglesia Armenia y por los monofisistas de Egipto. Luego de los éxitos obtenidos en una primera etapa, y gracias al accionar de un gran apologista como lo fue San Máximo, el confesor ((+680) la herejía monotelista fue condenada en el III Concilio de Constantinopla (680-681) desarrollado durante los pontificados de San Agatón (678-681) y de San León II (681-683). Allí los padres conciliares reafirmaron la doctrina de las dos voluntades y de la doble operación en Cristo, “sin división, sin conmutación, sin separación y sin confusión, según la enseñanza de los Santos Padres”.

Paulicianos (s. VII) – secta herética de tendencia dualista (al estilo maniqueo), difundida en Siria, Armenia, Bulgaria y luego por todo Occidente, para lo cual solieron designarse con diversos nombres. Parece ser que el nombre fue tomado de su fundador, Paulo, hijo de Colinico; aunque su verdadero líder fue un tal Constantino, también conocido como Silvano, quien difundió la herejía por Asia menor y la Tracia. Sus principales doctrinas se basaron en la distinción entre un Dios bueno, creador del mundo espiritual y de las almas, y otro Dios malo, Demiurgo, creador del mundo material y sensible. Creían que al final de los tiempos, el Dios bueno vencería al mal, instaurándose en la Tierra el Paraíso perdido en los albores de la historia del hombre. Duramente perseguidos, principalmente por los emperadores instalados en Constantinopla, al punto de creerlos extinguidos para finales del s. IX, los paulicianos resurgieron en la región de la Tracia, a través de la secta Bogomilita (s. X).

 

Siglos VIII-XII  

Iconoclastas  (s. VIII)se conoce bajo este nombre a la herejía y consiguiente persecución iniciada por el emperador León el Isáurico (717-741) contra el culto a las imágenes religiosas. Luego de impedir la caída de Constantinopla en manos de los musulmanes (lo que no pudo hacer con el exarcado de Ravena que cayo en poder de los lombardos), León promulgó en el año 726 una notable colección legal conocida con el nombre de ‘Eclega’, que entre sus disposiciones se encontraban aquellas que prohibían el culto a las imágenes y cuya total destrucción ordenó en el año 730. Algunos estudiosos vieron como fundamento de este accionar una clara influencia del carácter marcadamente iconoclasta de los musulmanes y de los judíos, quienes consideraban tal culto como un abominable acto de idolatría. 

Cualquiera fuera el origen de la querella iconoclasta, lo cierto es que la misma provocó no sólo la división entre los fieles pertenecientes a la Iglesia de oriente, sino que marcó un hito en el alejamiento entre las dos Iglesias, la de occidente y de oriente, atento que, por un lado, el papado desde un principio se mostró inflexible en su rechazo a las pretensiones iconoclastas, y por el otro, su alianza con la dinastía carolingia en desmedro del emperador residente en Constantinopla, generó una fuerte controversia y desconfianza mutua. Sobre la cuestión del culto a las imágenes, cabe recordar que los primeros cristianos de occidente (excepto los de origen judío que se abstenían de toda veneración de las imágenes atento la prohibición dispuesta por la ley mosaica) no tuvieron mayores inconvenientes en adoptar su culto desde tempranas épocas, reproduciendo un sin fin de imágenes de Cristo, de los apóstoles y de mártires. 

Ello además posibilitó el alumbramiento de un arte propiamente cristiano, a través del cual, se difundieron las verdades contenidas en las Sagradas Escrituras a los pueblos donde aún reinaba el paganismo y que para la Iglesia naciente, era aún tierra de misión. En el caso de los cristianos orientales, recién a mediados del siglo V su práctica fue adoptada. Sin embargo, al momento de estallar la querella iconoclasta, se encontraba suficientemente arraigada, lo que explica el rechazo popular a la política iconoclasta y el surgimiento de una gran cantidad de apologetas defensores de la veneración de imágenes, a los que se los denominó ‘iconódulos’. Estos fueron acusados de promover la idolatría y la magia por lo que se inició contra ellos una fuerte persecución. Esta situación continuó durante largos años hasta la llegada al trono imperial de Irene, viuda del emperador León IV (775-780), quien restauró el culto en consonancia con lo resuelto en el II Concilio ecuménico de Nicea (787) celebrado durante el pontificado de Adriano I (772-795). 

Bien cabe aquí hacer notar, que la acusación recaída contra los iconódulos carecía de todo asidero puesto que en realidad lo que ellos defendían con la veneración de las imágenes, no era sino, resaltar la naturaleza humana de Cristo y el profundo vínculo establecido por Dios entre el tiempo y la eternidad, sin que ello implicara menoscabar el sentido trascendental y único de Aquél, y menos aún, pretender crear un vínculo substancial con la imagen, circunstancia que ha sido remarcada hasta nuestros días por la Iglesia Católica. Una segunda etapa de la querella iconoclasta se inició durante el reinado de León V, el armenio (813-820), que si bien fue menos violenta que la primera, no por ello dejó de producir serios trastornos entre los fieles quienes no menguaron en su reclamo de restitución del culto. Entre estos últimos se destacan los patriarcas Nicéforo y san Germán, san Juan Damasceno y el monje Teodoro Studita. Fue durante el administración del emperador Miguel II (820-829) en el que se produjeron un sinnúmero de revueltas populares contraria a su política iconoclasta, lo que originó la aplicación de una nueva política de persecución.

Toda esta situación de sublevación interna por parte de los súbditos del imperio y la obstinación de las autoridades en querer imponer una doctrina que les era ajena, no hizo sino debilitar su propio poder, lo que se vio prontamente reflejado en la incapacidad demostrada para impedir el arrollador avance musulmán quienes lograron conquistar, entre otros lugares, Sicilia y Creta. El final de los iconoclastas llegó cuando accedió al trono, como regente del emperador Miguel III (842-867), de la viuda de Teófilo (829-842), Teodora, quien al revocar todas las disposiciones legales de carácter iconoclasta (843) restauró definitivamente el culto a las imágenes. Este hecho originó la aún vigente fiesta conmemorativa que cada 11 de marzo celebran las Iglesias orientales.

Bogomilos (s. X) – secta de característica política religiosa, cuyo centro principal de difusión se encontró en Filiópolis (región de Tracia). Según algunos, su impulsor fue el maniqueo, Teófilo, más conocido bajo el nombre de Bogomil, pero según otros, lo fue un médico llamado Basilio, quien emulando a Jesucristo nombró a 12 de sus seguidores, confiriéndoles el título de apóstoles. Reconoció de las Sagradas Escrituras, sólo los libros de los Profetas y el Nuevo Testamento. Sus días concluyeron bruscamente al ser condenado a morir en la hoguera junto a varios de sus  secuaces. Cualquiera sea su fundador, seguro es que en sus comienzos el movimiento bogomilita actuó contra las clases gobernantes y adineradas de Bulgaria, lo que atrajo aparejada la simpatía de las clases empobrecidas y oprimidas. 

Lideraron un sin fin de revueltas contra las autoridades constituidas y el orden establecido, atento las identificaban como una obra demoníaca. Tales revueltas estuvieron caracterizadas por el uso de una extrema violencia, motivo por el cual fueron muy temidos por sus contemporáneos. Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que los bogomiles adoptaran un perfil mas religioso. En ese marco, acogieron favorablemente las ideas marcadas con una fuerte influencia del dualismo maniqueo, aunque luego mitigaron la misma imprimiéndole características propias. De este modo, creían que el mal, que no era eterno, no provenía de un principio único o Absoluto, sino que había sido un espíritu creado que se desprendió del bien a través de un acto voluntario. 

Ese espíritu lo encarnaban en  Satanael, primer hijo de Dios, quien pervertido por el orgullo, creó el mundo y la humanidad. Admitían la existencia de un Dios único por lo que rechazaron la doctrina de la Santísima Trinidad. Afirmaban que tras el pecado de Adán, Dios envió a su segundo hijo, Jesucristo, con la misión de restaurar todas las cosas. Luego de su muerte y ascensión, Dios confió al Espíritu Santo la suerte de los hombres. La escatología bogomila residía en la esperanza en la restauración del Paraíso terrenal, la que ocurriría luego de que Dios venciera al demonio.  No dudaron en rechazar la institucionalidad de la Iglesia, la validez del clero, el bautismo con agua y de los niños, la comunicación del Espíritu Santo mediante la imposición de manos, el sacramento del matrimonio, la presencia real de la Eucaristía, el símbolo de la cruz, la veneración de las imágenes y toda edificación dedicada al culto. El accionar de los bogomiles fue mas allá de las fronteras de Bulgaria, extendiéndose por los Balcanes hasta llegar a la misma Constantinopla. A pesar de ello, los bogomiles fueron lentamente desapareciendo, en parte porque sus seguidores adhirieron al movimiento husita, y por el otro, por la acción islamizante que ejercieron los musulmanes en los Balcanes.

Patarinos (‘pattari’ o ‘Christi Famuli’) – movimiento reformista surgido en el norte de Italia (Lombardía) en el curso del s. XI, que tuvo por finalidad lograr una renovación de las costumbres del clero, basándose para ello en la promoción de la vida ascética. Sus propuestas fueron acogidas favorablemente con la llegada al pontificado del ex – patarino, Anselmo de Baggio, como Alejandro II (1061-1073) y principalmente durante el papado de Gregorio VII (1073-1085) quien recogió muchas de sus propuestas reformistas. Sin embargo, la comunidad patarina no tardó en radicalizar sus posturas al rechazar la validez de los sacramentos impartidos por clérigos considerados indignos como en adoptar las ideas milenaristas y dualistas vigentes por entonces. Ello motivó que el papa Gregorio VII endureciera su postura con los patarinos para luego condenarlos. Si bien la comunidad patarina desapareció a mediados del s. XII, sus ideales fueron recogidos por muchos otros en los siglos venideros.

Pobres Lombardos (o ‘arnaldistas’) – hermandad político-religiosa surgida en el s. XII, bajo el auspicio de Arnaldo de Brescia (+ 1155). Dotado de una especial facultad para predicar, fue acusado de patarino y cátaro, por San Bernardo. Condenado por sus heterodoxas doctrinas en 1139, fue expulsado de la casa de los canónigos de regulares de Brescia, del que era su superior. Sin embargo, Arnaldo prosiguió predicando, sobre la base de una lectura literal de las Escrituras, contra el poder temporal de la Iglesia, las malas costumbres del clero, promoviendo en su lugar una radical reforma cimentada en una vivencia evangélica de la pobreza. Llegado aquél a Roma, fomentó revueltas populares, consiguiendo así expulsar de la ciudad al mismo papa, Eugenio III (1145-1153). Arnaldo dententó durante algún tiempo el gobierno de la ciudad, hasta que el papa Adriano IV (1154-1159), aliado con el emperador Federico I, logró deponerlo, haciéndolo juzgar. Fue condenado a muerte en el año 1155.

Albigenses o cátharos (s. XII) – secta religiosa surgida en Albi (Francia) y en las llanuras de Loangue d’Oc, región cuya capital era Toulouse. Extendida rápidamente por Francia, Italia septentrional y otras regiones de Europa, se convirtió en una de las herejías que mayor peligro llevó a la vida de la Iglesia. Si bien su nombre se deriva de una de las regiones donde se originó, Albi, en realidad el mismo les viene dado por la Iglesia en un concilio llevado a cabo en Tours (1163) con la finalidad de así reconocer a tales herejes, y en 1167 los albigenses convocaron un concilio en Toulouse en el que constituyeron su Iglesia, o mejor, una contra-iglesia. Cabe aclarar que si bien suelen ser identificados los albigenses con los cátaros, indudablemente por la similitud de sus doctrinas, en realidad ambas difieren tanto en el tiempo como en el lugar de origen. A pesar de ello, ambas tuvieron en el dualismo al fundamento de todo su sistema doctrinario. De allí es que creían en la existencia de dos voluntades supremas: el bien y el mal, las que si bien se encontraban en una lucha perpetua, reconocían sólo al principio del bien como eterno. 

El bien era sinónimo del mundo espiritual e invisible, en cambio el mal –criatura de Dios, representado por Satanás- era quien había creado el mundo material y visible. Negadores de la Encarnación de Dios, los albigenses creían  en la condición angélica de Jesucristo y por ende, era un ser creado, cuya misión  consistió en salvar los espíritus puros encerrados o encarcelados en los cuerpos materiales. Al considerar la materia un producto del mal, el cuerpo de Cristo no era real sino aparente, como aparente habría sido su vida y pasión. Practicantes de un riguroso ascetismo, prohibieron el matrimonio entre sus fieles por considerar un pecado grave la reproducción del genero humano al constituir éste una inadmisible colaboración con el señor del mundo, el mal. También rechazaron la existencia del infierno bajo el argumento de que todos los espíritus, al final de los tiempos, gozarían irremediablemente de la vida eterna. 

Por ello, creían en la necesidad de la purificación de los espíritus lo que se llevaría a cabo a través de sucesivas reencarnaciones. Fomentaron la pobreza como estilo de vida y también, la caridad y las buenas costumbres. De neto corte anti-jerárquico y anti-sacramental, la doctrina albigenese censuró la riqueza del clero y negaron los principales misterios cristianos. Conservaron cuatro sacramentos, a los que no consideraban de institución divina sino de invención humana. Así, tenían la Eucaristía o cena del Señor; la confesión pública de los pecados; el bautismo para el que no se usaba el agua sino se imponían las manos, por lo que solían denominarlo, ‘bautismo espiritual’; y por último, el orden sacerdotal. Estaba constituido este por Obispos, quienes tenían a su cargo la imposición de manos, la partición del pan, etc; los coadjutores del obispo, quienes actuaban como confesores; y el diaconado. Tuvieron un particular rito de iniciación en la que debían participar los conversos. 

Sus fieles eran divididos en puros y creyentes, según el grado de compromiso que asumieran. Así, los primeros lo constituían aquellos fieles que se obligaban a la observancia de todas las reglas de la secta; en cambio, los creyentes, tenían por misión fundamental servir a los ‘puros’, no viéndose compelidos a la estricta observancia de las normas, por lo que se les permitía el acceso carnal siempre y cuando lo hicieran en el marco del concubinato atento que éste  no tenía por fin la procreación. Tuvieron diversos ritos, caracterizándose uno de tipo regenerativo denominado ‘Consolamentum’ (para la purificación del alma) que para el caso de los creyentes sólo era recibido en su lecho de muerte. En general, el culto de los cátaros o albigenses consistió en una comida ritual (o fracción del pan), el ‘Melioramentum’ (o confesión general y ayuno) y el beso de paz entre los participantes, con lo que el rito concluía. Entre los principales hombres de la Iglesia que se opusieron a esta herejía merecen ser destacados Santo Domingo de Guzmán, San Bernardo y el papa Inocencio III (1198-1216). 

El golpe decisivo contra los albigenses ocurrió en el campo de batalla, y el mismo fue dado Simón de Monfort quien, al encabezar una cruzada contra ellos, los derrotó en 1213 en la famosa batalla de Muret (España). Finalmente, durante el pontificado de Alejandro III (1159-1181)) se llevó a cabo el III Concilio Ecuménico de Letrán (1179), en el que se condenó solemnemente la herejía albigense. El final de sus días ocurrió como lo fue su aparición, esto es, súbitamente

Petrobrusianos (s. XII) – herejía liderada por el español Pedro de Bruys, quien afirmaba ser el auténtico representante del Cristianismo. Sus doctrinas rechazaron el bautismo de los niños, el culto a las imágenes, la utilización de cruces y templos, la oración por los difuntos, la obediencia a toda autoridad eclesiástica y la presencia real de Cristo en la eucaristía.  San Bernardo se destacó entre quienes combatieron esta herejía. A la muerte de Bruys, su continuador fue el ‘apostata’ monje benedictino Enrique de Lausana, siendo condenada la herejía en el Concilio de Pisa (1145).

Valdenses o los pobres de Lyon (s. XII) – se conoce bajo este nombre a la secta iniciada por Pedro Valdo (Valdesius o Vaux) en Lyon, Francia (1176). Hijo de un rico mercader, creyó recibir un especial llamado de Dios por lo que decidió dejar todos sus bienes a los pobres e iniciando una acción predicadora entre el pueblo, dirigida principalmente contra la opulencia y las malas costumbres que veía en la Iglesia. Ante esta situación irregular el arzobispo de Lyon reaccionó prohibiéndole predicar. Disconforme con ello, Valdo decidió llevar el asunto ante el Papa Alejandro III quien, si bien aprobaba el estilo de vida propugnado, no dudó en confirmar la interdicción impuesta. Ante ese estado de cosas, Valdo decidió desobedecer a la legítima autoridad eclesiástica, reiterando sus críticas predicaciones. No pasó mucho tiempo sin que Valdo comenzara a exponer sus propias doctrinas contrarias a la presencia real en la eucaristía, al culto de los santos y de la Virgen María, a la doctrina del purgatorio, a la necesidad de ministerio sacerdotal, de la Iglesia, de la jerarquía como a la posesión de bienes por parte de los cristianos. 

Fue un adelantado en considerar a la Biblia como única regla de fe y de propugnar la doctrina de su libre interpretación. Tampoco los sacramentos se salvaron de sus impugnaciones, considerando que su validez dependía del grado de pureza de los que lo administran. Ante la gravedad de los hechos, el Papa Alejandro III (1159-1181) convocó al III Concilio ecuménico de Letrán (1179) en el que se condenaron por heréticas las doctrinas propugnadas por Valdo. Posteriormente, el papa Lucio III (1181-1185) lo excomulgó en el sínodo de Verona (1184) y luego el papa Inocencio III (1198-1216) inició una cruzada contra los valdenses, pero fracasó. Durante el s. XV, y aprovechando los reclamos de reforma que se propugnaban por toda Europa, la secta valdense se extendió por Suiza, Francia, Alemania y España, uniéndose luego con miembros del movimiento Husita (Bohemia). En 1532 decidieron, en el concilio valdense de Chanforán, plegarse al movimiento reformista de tendencia calvinista. En la actualidad subsisten pequeñas comunidades de la Iglesia valdense, principalmente en el norte de Italia y en el sur de Francia.

 

Siglos XIII – XV  

Hermanos del Libre Espíritu (s. XIII) – comunidad sectaria surgida en las regiones de Flandes y Renania. Estuvo liderada por el teólogo Amaury de Bene (+ 1206), David de Dinant (+1215) y Otlieb de Estrasburgo (+1215). Según algunos investigadores, el pensamiento de Amaury de Bene estuvo influenciado por las obras del teólogo, Juan Scotto Eurígena y su escuela Palatina, aunque llevando al extremo sus opiniones. De marcado sesgo anti-jerárquico, sus seguidores cultivaron ideas panteístas, al sostener que Dios estaba en todo y en todos a través de la presencia del Espíritu Santo, lo que ocasionaba una fusión entre Dios y la criatura. Al negar la existencia del pecado creyeron innecesario recurrir al auxilio de los sacramentos ya que el hombre no debía someterse a las limitaciones que impone la ley moral. Desconocieron la divinidad de Jesucristo como así también su acción redentora. En cambio, defendieron la eternidad de la creación. Rechazaron la validez de la Iglesia, de los sacramentos y de las Sagradas Escrituras. Marcados por una tendencia netamente anarquista, se opusieron a todo orden establecido. Conocidos también como ‘bons enfants’, ‘amaurinos’, ‘pauperes Christi’, sus doctrinas fueron condenadas por el papa Inocencio III (1198-1216), lo que motivó a que Amaury de Bene se retractara. Según algunos cronistas, esta comunidad  fue acusada de promover el libertinaje, dadas sus prácticas de amor libre, nudismo y otras desviaciones. Al ser duramente reprimidos por las autoridades eclesiásticas y seculares, los hermanos del Libre Espíritu finalmente desaparecieron.

Joaquinistas (s. XIII) – movimiento formado alrededor de las ideas de neto corte milenarista promovidas por el monje cisterciense Joaquín de Fiore (Calabria 1155-1202).Tales  fueron luego recogidas, enriquecidas y difundidas por discípulo, el franciscano Gerardo Di Borgo San Donino a través de su libro ‘Introductio ad Evangelium Aeternum’. Di Fiore, autor de numerosas obras entre las cuales se destacó la ‘Expositio ad Apocalypsim’ (para muchos estudiosos creador de una escuela exegética), creía en el inminente advenimiento del Mesías quien instalaría un reinado de paz con la consiguiente expansión del cristianismo por todos los rincones del orbe.

 Dividía el proceso, según la historia de la humanidad,  en tres etapas, la primera había acaecido en los tiempos del Antiguo Testamento y que denominaba la ‘Era del Padre’; la segunda tuvo su inicio con la Encarnación del Verbo, denominándola la ‘Era del Hijo’ y la tercera estaba aún por venir –que según sus cálculos ocurriría en el año 1260- y que llamaba la “Era del Espíritu Santo’. Esta última etapa, como dijéramos, se caracterizaría por un estado de paz generalizada, cuyo modelo era la vida de los monjes, en el que los hombres vivirían en un paraíso terrenal bajo el reinado de Cristo. Como consecuencia de ello, de Fiore creía en la innecesariedad futura de la Iglesia visible la que irremediablemente desaparecería absorbida por una Iglesia espiritual. 

Por otro lado, la heterodoxia de su teología trinitaria fue la que trajo aparejadas las censuras del IV concilio de Letrán. Creía el abad Joaquín que aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo fueran una esencia, esta unidad no era verdadera, sino colectiva, con lo que sus ideas caían en el error del ‘triteísmo’ típico de los pueblos paganos de oriente, comprometiendo así la doctrina de la unidad divina. Años después de su muerte, durante el IV Concilio Ecuménico de Letrán (1215) llevado a cabo durante el pontificado de Inocencio III (1198-1216), sus doctrinas fueron condenadas. Sin embargo, ello no fue óbice para que tales ideas fueran recogidas por otros en el devenir de la historia, entre los cuales cabe destacar a la comunidad de origen franciscano conocido como los ‘Espirituales’ (s. XIII) y en nuestros días, seguidas por un sinnúmero de sectas de origen cristiano como es el caso de los Testigos de Jehová.

Espirituales (s. XIII) – comunidad de ideas heterodoxas surgida del franciscanismo, conocidos también como ‘zelanti’. Defensores de una visión radical y absoluta del ideal de pobreza, los espirituales adhirieron a las doctrinas milenaristas propugnadas por Joaquín de Fiore (+ 1202) y difundidas por Gerardo Di Borgo San Donino. Sus posturas extremistas se hizo extensiva también a todo estudio filosófico, principalmente del aristotelismo, rechazando toda participación de sus seguidores en  estudios universitarios. Entre sus principales líderes cabe destacar a Juan de Parma (+ 1257); Juan Pedro Olivi (1248-1298); Angel Clareno (1247-1337) y Ubertino de Casale (1259-1328), estos últimos dos fundadores del movimiento conocido como los ‘fraticelli’. Las heterodoxas posturas de los espirituales merecieron la condena del papa Juan XXII (1316-1334) mediante el dictado de la Bula ‘Cum Inter Nonnullos’  (1323).

Hermanos Apóstoles (s. XIII) – comunidad surgida del franciscanismo cuyo principal líder fue Gerardo Segrelli (+ 1268) secundado por fray Dolcino. Extendida principalmente por el norte de Italia, rechazaban toda forma de propiedad privada y adherían a las ideas milenaristas propugnadas por el joaquinismo. Al repudiar las decisiones adoptadas en el II Concilio ecuménico de Lyon (1274) llevado a cabo durante el pontificado de Gregorio X (1272-1276), en el que se condenó la radicalidad de algunos movimientos mendicantes, se inició contra ellos una severa represión que ocasionó su extinción en los albores del s. XIV.

Wiclefitas (s. XIV) – movimiento suscitado por el sacerdote inglés, John Wicleff (1324-1387). Este se desenvolvió sucesivamente como predicador  de Lutterworth, párroco de Fillinghan y profesor de teología en Oxford. Escribió diversas obras, destacándose entre ellas el ´Triálogus’ (1382) donde volcó sus principales ideas reformistas, principalmente dirigidas contra las costumbres del clero,  la posesión de bienes y los desórdenes vividas por el papado durante el ‘Gran Cisma’ de occidente. Propugnó la existencia de una Iglesia espiritual, acusando a la Iglesia Católica de ser ‘la sinagoga de Satanás’ y ‘cuerpo del anticristo’

Rechazó la validez de toda autoridad de orden temporal o espiritual que no estuviera en estado de Gracia, dado que creía que el poder sólo podía ser ejercido por delegación divina. Colocó a la Biblia como la única regla de Fe de los creyentes y rechazó distintas doctrinas como la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la existencia del purgatorio, el celibato de los sacerdotes, la supremacía papal, el culto a los Santos, los votos monásticos y el sacramento de la confesión. Creía en la doctrina de la predestinación, afirmando que desde toda la eternidad, el hombre se encontraba predestinado para la salvación (elegidos) o la condena (réprobos). Fue un extrovertido y violento predicador, muchas de cuyas doctrinas fueron retomadas por los reformadores del s. XVI, motivo por el que solían llamarlo ‘la estrella matutina de la reforma’.  

Propuso Wicleff confiscar los bienes de los pecadores bajo el pretexto de que el derecho de propiedad estaba fundado en la gracia divina. Esta doctrina fue rápidamente apoyada por aquellos (generalmente los nobles) que estaban ávidos de hacerse de los bienes ajenos, principalmente de los eclesiásticos. Durante el concilio llevado a cabo en Canterbury (1382) fueron condenadas 10 de sus proposiciones y consideradas peligrosas 14 de ellas, decidiéndose la suspensión de la titularidad en la cátedra que ocupaba en Oxford. Wicleff apeló tal decisión ante el Parlamento inglés, logrando su rehabilitación, previa exigencia de una ortodoxa confesión de Fe (muchos creen que la misma no fue del todo sincera). Luego de su muerte (1387), 45 errores de Wicleff fueron condenados en el concilio ecuménico de Constanza (1414-1418), convocado por el papa Gregorio XII (1406-1417), condena que fue reiterada por el papa Martín V (1417-1431) mediante el dictado de las bulas ‘Inter Cunctas’ e ‘In eminentis’.

Husitas (s. XIV) – El bohemio (checo), Jan Huss (1369-1415), fue sacerdote, teólogo, filósofo, profesor y rector de la Universidad de Praga. Investido de un fuerte espíritu reformista como nacionalista y dotado de una extraordinaria elocuencia, predicó –aprovechando el descontento de sus compatriotas contra el dominio germánico y la influencia latina- contra el abuso en la distribución de las indulgencias. Las ideas propugnadas por Wicleff ejercieron una fuerte influencia en él, encargándose de traducir el ´Trialogus’. Huss, junto a su discípulo Jerónimo de Praga, predicó apelando a la autoridad de la Biblia de la que se consideraba su verdadero intérprete. 

Dirigió fuertes diatribas contra el clero y el papado, exigiendo una reforma de la Iglesia. Es allí cuando interviene el arzobispo de Praga, Sbiuk, quien les prohibió seguir con tales prédicas, a lo que Huss y su discípulo hicieron caso omiso. Expulsados de Praga, Huss continuó divulgando sus ideales por toda la Bohemia, siendo excomulgado en 1412 por el anti-papa Alejandro V (1409-1410). Convocado un nuevo concilio ecuménico en Constanza (1414-1418) por el papa Gregorio XII (+1417), Huss fue llamado para que defienda sus teorías. Habiendo logrado un salvoconducto otorgado por el emperador alemán, Segismundo de Luxemburgo (1411-1437), aquél se presentó en el concilio sin que con sus explicaciones lograra convencer a los padres conciliares. Así, en la XV sesión (06/7/1415) 30 de sus proposiciones fueron condenadas por heréticas, siendo Huss reducido al estado secular. 

En ese estado de cosas, y no habiendo abjurado de sus opiniones, el emperador Segismundo decidió condenarlo a muerte en la hoguera, corriendo la misma suerte su discípulo, Jerónimo de Praga, poco tiempo después. La ejecución de Huss, quien era considerado un verdadero prohombre por los bohemios (siendo en la actualidad considerado el padre de la lengua y literatura checa), provocó innumerables revueltas en su tierra natal. Descabezado el movimiento husita, no tardó esto en generar insalvables tensiones internas que llevaron a la postre a inevitables escisiones. Así, por un lado estaban los moderados utraquitas (o calicistas) quienes exigían la comunión bajo las dos especies; y por el otro, los radicalizados taboritas, cuyo principal líder fue Juan Ziska (llamado en realidad, Juan Trocznowa). Estos últimos no tardaron en involucrarse en la acción política, recurriendo a la acción armada para defender sus ideales. 

Temidos por el uso que hicieron de la violencia (fueron los encargados de llevar adelante múltiples masacres contra los católicos checos), los taboritas comenzaron a tener innumerables victorias en el campo de batalla, las que obtuvieron incluso en territorio alemán y húngaro. Muerto Ziska, le siguió en el liderazgo Procopio Hoby (el Calvo). De un notable genio militar, al igual que su antecesor, continuó con los triunfos militares. Convocado un concilio en Basilea por el papa Martín V, los husitas decidieron participar con el fin de lograr la aprobación de 4 proposiciones, a seguir: a) que los sacerdotes pudieran predicar libremente la Palabra de Dios; b) que la comunión debía ser administrada bajo las dos especies; c) que el clero fuera despojado de sus bienes, y d) que se imponga pena capital a los sacerdotes por sus pecador mortales públicos (vgr. simonía, concubinato, abuso en la dispensa de indulgencias, etc.). Al no conseguir una rápida decisión, los husitas se retiraron del concilio. Sin embargo, los padres conciliares decidieron enviar teólogos a Praga llevando modificaciones a los 4 artículos propuestos. El partido utraquista rápidamente aceptó llegar a un acuerdo conocido como ‘Compromiso de Praga o Compactata’ (1433), logrando con esto la vuelta a la comunión con la Iglesia de Roma. En cambio los taboritas lo rechazaron, reasumiendo la lucha armada. En ese estado de cosas, el emperador Segismundo ingresó de lleno en la lucha contra los husitas, venciéndolos en la batalla de Lipania (1434), en la que murió su líder Procopio. Como consecuencia de ello, los husitas fueron dispersados y lentamente se perdieron, principalmente al ser absorbidos por el movimiento reformista surgido en el siglo XVI.

Hermanos Moravos o ‘Unitas Fratrum’ (s. XV) – constituyen éstos uno de los múltiples desprendimientos del movimiento husita, originados luego de la muerte de Jan Huss (+1415), cuyo surgimiento se remonta al año 1457 con el nombre de ‘Unitas Fratrum’  (o Unidad de los Hermanos). Su iniciador fue un tal Gregorio (+1473), convencido de que la Iglesia romana había caído en una insanable corrupción. Primeramente, el movimiento se caracterizó por sus tendencias comunitarias y pacifistas, a la abolición de los rangos jerárquicos y a un rechazo al sacramento de la Eucaristía, reemplazándolo por una especie de comida común o ‘memorial’ para la que utilizaban vino y pan. Aceptaron la doctrina de la justificación por la sola Fe y la caridad. Promovieron la pobreza evangélica en la vida de sus acólitos, principalmente de sus pastores quienes además debían vivir según la regla del celibato, para cuyo cumplimiento crearon una especie de Comité de Vigilancia. Adoptaron la confesión pública de los pecados considerados de público conocimiento, modalidad que debía ser estrictamente cumplida bajo pena de excomunión. 

Hicieron necesario el re-bautismo de los conversos. El surgimiento, durante el siglo XVI, de la llamada reforma protestante, provocó que los seguidores de la Hermandad se volcara decididamente a su favor. La derrota de aquellos por parte del emperador Carlos V durante la batalla de Muhlberg (1547) dio origen a su dispersión, refugiándose principalmente en Polonia, Prusia y Hungría, países en los que surgieron pequeñas comunidades de los Hermanos Moravos. El ingreso a la comunidad por parte del conde alemán; Nicolás Luis von Zinzendorf (170-1760), fue fundamental en la vida de la Hermandad. 

Habiendo tomado contacto con el grupo establecido en Herrnhut, no tardó en hacerse cargo de la misma, ejercer como predicador y luego, recibir consagración episcopal. Criado en un ambiente pietista, fomentó la vida de quietud, la oración en común, el uso de la Biblia como única regla de Fe, la validez de sólo dos sacramentos: el Bautismo y la Cena del Señor y constituyó una jerarquía de tipo episcopal, cuyos obispos eran los encargados de ordenar ministros. Importante fue la promoción de la actividad misionera sobre todo en Inglaterra (1737) y sus colonias americanas, para luego extenderlas al Africa y América del Sur. En la actualidad, los Hermanos Moravos se destacan por una fuerte acción ecuménica, integrando desde sus inicios (1948) el Consejo Ecuménico de las Iglesias.

 

Siglo XV en adelante

Galicanismo (s. XVI) – con este nombre se conoce al conjunto de tendencias de orden cultural, social-organizativo y litúrgico promovidas por el clero francés y con el inexorable apoyo de la monarquía. Si bien no pueden considerarselas heréticas en el sentido estricto de la palabra, si puede afirmarse que tales nociones tuvieron por finalidad, restringir el poder y las prerrogativas de la Santa Sede frente al poder Estatal. Su origen remoto o ‘mediato’ puede ser ubicado en las diversas disputas surgidas entre el Papa Bonifacio VIII (1294-1303) y el rey de Francia, Felipe el Hermoso (1286-1314) motivadas por los excesivos impuestos exigidos por dicho rey al clero, sin contar con el debido permiso pontificio. Tal actitud le valió al rey francés una bula de excomunión en su contra denominada ‘Unam Sanctam’  en la que se reafirmaba la supremacía del poder espiritual por sobre el temporal. Otro jalón de esta historia, fue la rápida profusión de aquellas ideas que tendieron a conceder preeminencia a las decisiones del Concilio en desmedro del Pontífice, como así también las que consideraban que, en materia jurisdiccional, los Obispos y el clero en general tenían dicha facultad por haber sido otorgada directamente de Dios, sin necesidad de mediación o intervención alguna del Papado. En cuanto a las motivaciones ‘inmediatas’ del galicanismo, sin duda sobresale la promulgación de la ‘Declaracion del Clero Galicano’ (Paris, 1682), cuyos principios pueden ser así sintetizados:

1)     en las cuestiones temporales, los reyes y príncipes son independientes de toda autoridad eclesiástica;

2)   en las cuestiones espirituales, el Papa debe subordinarse a los Concilios Generales, encontrándose, además, su autoridad limitada por los sagrados cánones;

3)   las reglas y costumbres propias de la Iglesia de Francia no pueden ser modificadas por la Santa Sede;

4)   el juicio del Papa tiene valor en materias de Fe, pero para su promulgación requieren siempre de la necesaria aceptación de la Iglesia entera.

Las autoridades eclesiásticas no tardaron en reaccionar contra el contenido de aquella Declaración, siendo condenada sucesivamente por los papas Inocencio X (1682) y Alejandro VIII (1690). Finalmente, durante las sesiones llevadas a cabo en el Concilio Ecuménico Vaticano I (1869-1870), el galicanismo recibió un duro golpe al ser definida dogmáticamente la doctrina de la ‘Infalibilidad del Romano Pontífice’, siendo nuevamente censuradas sus doctrinas. Contemporáneamente, el espíritu galicano aflora, de tanto en tanto, en algunos sectores disidentes de la Iglesia Católica.

Quietismo (s. XVII) –  se designa bajo este nombre al movimiento iniciado por el sacerdote y teólogo español Miguel de Molinos (1628-1696). A los fines de lograr una mayor perfección cristiana, creía Molinos que debía el hombre abandonarse totalmente a Dios al punto de suprimir todo acto explícito de virtud y/o deseo de santidad. Por ende, afirmaba que al encontrarse el alma unida a Dios no debía resistirse a las tentaciones sino a aceptarlas pasivamente ya que en ese estado, el hombre no puede pecar. Tales ideas fueron condenadas por el Papa Inocencio XI (1687), retractándose Molinos de las mismas. Sin embargo, sus doctrinas fueron recogidas por otros como el sacerdote Lacombe, el escritor francés Fenelón y principalmente por madame Guyón, por lo que el quietismo volvió a ser condenado, esta vez, por el Papa Inocencio XII (1689).

Jansenismo (s. XVII) – bajo esta designación se conoce al conjunto de teorías elaboradas por el obispo de Ypres y teólogo francés, Cornelius Jansenius o Jansenio (1585-1638), vertidas principalmente en su libro “Agustinus”. En síntesis, sus ideas significaron un resurgimiento de la antigua disputa teológica entre el valor de la libertad y la predestinación, inclinándose Jansenio por éste último en desmedro de la libertad. Creía que a causa del pecado original el hombre sólo podía alcanzar la salvación mediante la intervención de la Gracia, intervención que inexorablemente inclinaba la  voluntad hacia el bien, sin que la libertad interior del hombre pueda resistirla. Ello implicaba necesariamente limitar el carácter universal de la Redención puesto que los no predestinados carecían de la posibilidad de recibir influjo alguno de Cristo y con ello, quedaban fuera de toda posibilidad de salvación al estar irremediablemente sometidos a los efectos del pecado original. 

La rápida difusión de tales doctrinas y las disputas que se originaban a su alrededor (principalmente con los jesuitas), hizo que muchos vieran en ellas el inicio de una nueva herejía. Bien cabe aclarar que Jansenio nunca estuvo en su espíritu promover unas doctrinas contrarias al magisterio eclesial y menos aún un cisma. A tal punto ello era así que, antes de morir, ordenó a sus discípulos obedecer a la autoridad de Roma y modificar todo aquello que resultare inconveniente. Sin embargo, ello no fue óbice para que muchos desatendieran su última voluntad, promoviéndolas a pesar de las condenas dispuestas por los papas Urbano VIII (1615) y Alejandro VII a través de la constitución ‘Ad Sacram beati Petri Sedem”. Finalmente, el golpe de gracia al jansenismo lo dio el papa Clemente XI, a través de la bula ‘Unigenitus Dei Fillius’ (1715). Esta última originó la desobediencia de algunos obispos holandeses quienes, liderados por Cornelius Steenoven, en el año 1723, provocaron un cisma que dio origen a la Iglesia Vetero-católica de Utrecht.

Racionalismo (s. XVII)escuela filosófica que consideró como intrínsecamente racional toda la estructura de la realidad, esto es, que la misma puede ser plenamente comprendida por la razón humana, incluido Dios. Allí es cuando esta escuela entra en conflicto con la Iglesia. El racionalismo no admitía las verdades de la fe que, según ellos, pudieran contradecir a la razón, tildándolas –en su caso- de supersticiosas u obscurantistas. Uno de sus principales intentos en materia religiosa fue la de reducir todas las tradiciones a unos pocos principios racionales supuestamente comunes, dejando de lado las discusiones teológicas y/o dogmáticas que pudieran existir entre ellas. Esta postura mereció el rechazo por parte de las autoridades eclesiásticas, entendiéndola como una insoportable intromisión en asuntos que se encuentran fuera del ámbito filosófico, mereciendo por ello su condena en el Concilio ecuménico Vaticano I (1869-70), llevado a cabo durante el pontificado del papa Pio IX (1846-1878).

Febronianismo (s. XVIII) – conjunto de doctrinas elaboradas por el obispo auxiliar de Tréveris, Juan Nicolás von Hontheim (o Febronio). Para éste, los obispos eran quienes tenían la facultad de ser los jueces en cuestiones referidas a la Fe, por lo que el Papa no podía imponer ninguna norma eclesiástica sin que los obispos lo hayan aprobado previamente. Así, sostuvo que los obispos, aún con la ayuda del poder temporal, podían deponer al Papa cuando éste se excediera en sus atribuciones y competencias. Todas éstas formulaciones fueron condenadas sucesivamente por los papas Clemente XIII en 1764 y 1766, y  por Clemente XIV en 1771 y 1774.

Fideísmoescuela filosófica surgida como una reacción al racionalismo imperante en el siglo XVIII, la que tuvo en el abate francés, Bautain, uno de sus principales promotores, junto a Grahy (1872), Bonald (1840) y al tradicionalista Lamennais (1854). Las ideas del fideísmo se concentraron en considerar la imposibilidad de la razón humana de alcanzar la Verdad, por sí sola.  Así, la existencia de Dios no puede ser conocida por la razón natural, sino sólo por la Fe, atento que todo nuestro conocimiento proviene de los sentidos, de la experiencia y en consecuencia, todo lo que lo sobrepasa, resulta incognosible e indemostrable para la razón. De esta suerte, los fideístas afirmaban que toda construcción filosófica debía necesariamente recurrir a la Fe, so pena, de no se alcanzar nunca  certidumbre alguna sobre materias propias de la Revelación Divina. Encontrándose muy extendidas estas ideas, fueron condenadas por los papas Gregorio XVI (1830-1846), Pio IX a través de la encíclica ‘Qui Pluribus’ (1846), para finalmente ser denunciados sus peligros por los padres participantes en el Concilio Vaticano I (1869-1870).

Modernismo (s. XIX – XX) – término generalmente utilizado para designar al movimiento surgido en Europa (y de allí al resto del mundo) y que supiera ejercer una fuerte influencia en amplios campos del que hacer humano (vgr. literatura, pintura, arquitectura, etc.). El ámbito religioso, específicamente el cristiano, no se mantuvo incólume a sus influencias. Así, los seguidores de la corriente modernista intentaron armonizar la doctrina tradicional de la Iglesia con las nuevas tendencias filosóficas, los nuevos descubrimientos históricos y científicos. Entre sus principales propulsores dentro del Catolicismo pueden citarse (sin que su señalamiento implique juicio de valor alguno) al jesuita y teólogo inglés George Tyrrell, al filósofo Edouard Le Roy; al investigador y exegeta Alfred Loisy y al historiador Ernesto Buonaiutti, entre muchos otros. Al considerar que las formulaciones efectuadas por los representantes del modernismo eran una ‘síntesis de todas las herejías’ en donde se mezclaban el agnosticismo, el subjetivismo, el fenomenismo, el relativismo, el inmanentismo y un evolucionismo radical, el Santo Oficio lo condenó a través del decreto ‘Lamentabili’ (1907). Luego, la condena fue reafirmada sucesivamente por el papa Pío X (1903-1914) mediante su encíclica ‘Pascendi’ y el motu proprio ‘Sacrorum Antistium’ (1910).

Fuente: Gabriel Ernesto Fandiño para defiendetufe.org 

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:


Categories
FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María Herejías Cismas REFLEXIONES Y DOCTRINA

Las innumerables herejías actuales

En los últimos tiempos la Bestia diabólica ataca a la Iglesia con especial fuerza. Y lo hace por medios muy diversos que se refuerzan entre sí. Señalo algunos principales.

La persecución sangrienta hasta el martirio. Según se informó en un Symposium sobre «los testigos de la fe en el siglo XX», celebrado en Roma con ocasión del Jubileo del año 2000, de los 40 millones de mártires habidos en los veinte siglos de la Iglesia, cerca de 27 millones murieron mártires en el siglo XX. Obviamente, es muy difícil hacer ese cálculo numérico. Otros datos se dan, por ejemplo, en el libro de Antonio Socci, I nuovi perseguitati, de 2002, donde calcula el autor que 70 millones de cristianos han muerto mártires en la historia de la Iglesia, y que de ellos 45 millones y medio, el 65%, han sido mártires del siglo XX. En todo caso, parece un dato cierto que nunca el Enemigo ha perseguido tan fuertemente a la Iglesia como en nuestro tiempo. Sin embargo, tanto el Príncipe de este mundo como los Principales anti-cristos que le sirven, entienden que no es ésa, de ningún modo, la manera más eficaz de acabar con Cristo en el mundo.

El silenciamiento de las grandes verdades de la fe es una vía bastante más eficaz que la persecución sangrienta para debilitar a la Iglesia y acabar con ella progresivamente. A este tema dediqué la última serie de los artículos de mi blog:

Las verdades silenciadas de la fe implican, sin duda, herejías, que hoy no son suficientemente rechazadas, pues es frecuente un lenguaje católico oscuro y débil. Por el contrario, para afirmar la verdad revelada y vencer los errores contrarios, y al mismo tiempo para llamar a conversión, es decir, para predicar el Evangelio, hemos de emplear el lenguaje de Cristo, claro y fuerte, el lenguaje de San Pablo y el de tantos otros predicadores y defensores de la fe católica: Castellani, San Francisco Javier, San Juan Crisóstomo, San Ignacio de Loyola, San Juan de Ávila, el Cardenal Pie, Obispo de Poitiers.

Por último, la difusión de herejías dentro de la misma Iglesia es sin duda el medio más eficaz para acabar con ella, al menos en ciertas regiones del mundo. La Iglesia del Dios vivo, «columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15), está edificada sobre la roca de la fe. Puede el pueblo cristiano conservar la fe, puede proseguir el flujo de las vocaciones sacerdotes y religiosas, pueden mantener las familias la vida cristiana, aunque se den, por ejemplo, graves escándalos morales en los altos dignatarios de la Iglesia. Lo hemos comprobado en no pocos momentos de la historia de la Iglesia. Pero si el Enemigo, con sus secuaces, logra minar la roca de la fe católica con innumerables escándalos doctrinales, la Iglesia entonces necesariamente se va arruinando y puede llegar en un lugar a derrumbarse.

Pongo solamente un ejemplo: si se elimina prácticamente la soteriología –salvación o condenación–, cesan las vocaciones sacerdotales, y van apagándose los fuegos de la Eucaristía en el mundo. Los sacerdotes que al predicar en un funeral dan automáticamente por salvado al difunto, suprimen el purgatorio, eliminan la soteriología evangélica, y difundiendo eficazmente estas herejías, colaboran más eficazmente al acabamiento de la Iglesia que las persecuciones sangrientas que producen mártires.

Pues bien, si la proliferación actual de la herejías es un tema que a algunos lectores no les interesa, pueden pasar de largo, y buscarse otras lecturas más interesantes. Yo no puedo evitarlo; solo lamentarlo.

La multiplicación de las herejías en la Iglesia actual es un hecho evidente. Hay muchos buenos cristianos que son testigos muy dolidos, y a veces desconcertados y escandalizados, a causa de esa realidad. Quiero reafirmar aquí que la proliferación de herejías dentro de la Iglesia actual es atestiguada por personas altamente fidedignas, cuyos testimonios debemos recordar.

Pablo VI (+1978) sufrió mucho al ver difundirse tantos errores, herejías y abusos en el tiempo posterior al Concilio Vaticano II, sin tener a éste, por supuesto, como causa. Sus más graves diagnósticos de situación comenzaron a producirse con ocasión de los rechazos, incluso episcopales, de su encíclica Humanæ vitæ, de 1968. La «revolución del 68» también se produjo, a su modo, en el mundo cristiano. «La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de autodemolición… La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (7-XII-1968). «Por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios» (29-VI-1972; cf., meses después, el amplio discurso sobre el demonio y su acción, 15-XI-1972). Es lamentable «la división, la disgregación que, por desgracia, se encuentra en no pocos sectores de la Iglesia» (30-VIII-1973). «La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia» (23-XI-1973).

Según escribe el historiador Ricardo de la Cierva, «la conciencia de la crisis ya no abandonó a Pablo VI hasta su muerte. Se atribuía una seria responsabilidad personal y pastoral en ella, que minaba su salud y le hacía envejecer prematuramente. Ante su confidente Jean Guitton hizo, poco antes de morir, esta confesión dramática: “Hay una gran turbación en este momento de la Iglesia y lo que se cuestiona es la fe. Lo que me turba cuando considero al mundo católico es que dentro del catolicismo parece a veces que pueda dominar un pensamiento de tipo no católico, y puede suceder que este pensamiento no católico dentro del catolicismo se convierta mañana en el más fuerte. Pero nunca representará el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista una pequeña grey, por muy pequeña que sea”.

Años después Guitton comentaba: “Pablo VI tenía razón. Y hoy nos damos cuenta. Estamos viviendo una crisis sin precedentes. La Iglesia, es más, la historia del mundo, nunca ha conocido crisis semejante… Podemos decir, que por primera vez en su larga historia, la humanidad en su conjunto es a-teológica, no posee de manera clara, pero diría que tampoco de manera confusa, el sentido de eso que llamamos el misterio de Dios”» (La hoz y la cruz, Ed. Fénix 1996, pg.84).

Juan Pablo II (+2005), en un discurso a misioneros populares (6-2-1981), afirmaba hace ya tres décadas que la Iglesia católica sufre en su interior falsificaciones doctrinales muy frecuentes, y éstas no han disminuido en los años más recientes:

«Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia. Inmersos en el relativismo intelectual y moral, y por tanto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva».

El Cardenal Ratzinger, en su Informe sobre la fe, de 1984, señalaba esa misma proliferación innumerable de doctrinas falsas, tanto en temas dogmáticos como morales (BAC, Madrid 1985).

«Gran parte de la teología parece haber olvidado que el sujeto que hace teología no es el estudioso individual, sino la comunidad católica en su conjunto, la Iglesia entera. De este olvido del trabajo teológico como servicio eclesial se sigue un pluralismo teológico que en realidad es, con frecuencia, puro subjetivismo, individualismo que poco tiene que ver con las bases de la tradición común» (80)… Así se ha producido un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica» (114). Entre los errores más graves y frecuentes, en efecto, pueden señalarse temas como el pecado original y sus consecuencias (87-89, 160-161), la visión arriana de Cristo (85), el eclipse de la teología de la Virgen (113), los errores sobre la Iglesia (53-54, 60-61), la negación del demonio (149-158), la devaluación de la redención (89), y tantos otros errores relacionados necesariamente con éstos.

Actualmente dentro del campo de la Iglesia corren otras muchas herejías sobre temas de suma importancia: la divinidad de Jesucristo, la condición sacrificial y expiatoria de su muerte, la historicidad de sus milagros y de su resurrección, la virginidad de María, el purgatorio, los ángeles, el infierno, la Presencia eucarística, la Providencia divina, la necesidad de la gracia, de la Iglesia, de los sacramentos, el matrimonio, la vida religiosa, el Magisterio, etc. Puede decirse que las herejías teológicas actuales han impugnado prácticamente todas las verdades de la fe católica. Y aunque los errores más ruidosos son aquellos referidos a cuestiones morales –aceptación de la anticoncepción, del aborto, de la homosexualidad activa, del nuevo «matrimonio» de los divorciados, etc.–, ciertamente los errores más graves son los doctrinales, los que más directamente lesionan la roca de la fe sobre la que se alza la Iglesia.

Benedicto XVI, en un importante discurso dirigido a los más altos responsables de la Curia Romana (22-XII-2005), se preguntaba «¿por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?». Y en su condición de Papa teólogo señalaba con exacto diagnóstico la causa general de los múltiples errores y abusos de la Iglesia en nuestro tiempo. «Existe por una parte una interpretación [del Concilio] que se podría llamar “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”, que con frecuencia ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la “hermenéutica de la reforma”, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado: es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino… La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia posconciliar. Afirma que los textos del Concilio como tales no serían la verdadera expresión del espíritu del Concilio… Sería preciso seguir no los textos del Concilio, sino su espíritu. De ese modo, como es obvio, se deja espacio a cualquier arbitrariedad».

Nunca la Iglesia ha tenido tantas luces de verdad, y nunca ha sufrido una invasión de herejías semejante. Las dos frases son verdaderas, aunque parezcan contradictorias.

Fuente: P. José María Iraburu para Reforma o apostasía

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:


Categories
FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María Herejías Cismas REFLEXIONES Y DOCTRINA

Proceso de protestantización del Catolicismo

Si el poder político de Constantino y sus sucesores se empeñó en lograr la unidad de la Iglesia católica como un bien político, parecería que el poder político global del mundo moderno favoreciera, por serle más congenial, al cristianismo protestante y la protestantización del catolicismo. “Desviaciones doctrinales análogas a las que efectuó en su época la Reforma Protestante” SS Paulo VI (27-6-67)

Federico Mihura Seeber, en su introducción al primer tomo de “La Nave y las tempestades”, del P. Alfredo Sáenz S.J., (Ed. Gladius, Buenos Aires 2002) observaba atinadamente, que las olas y los embates sufridos por la Iglesia en el pasado serán los mismos que sufrirá más tarde, “sólo que mucho más graves”. Lo que Mihura Seeber observa acerca de las primeras persecuciones y herejías, vale también para la novena tempestad que el Padre Alfredo Sáenz nos presenta en el volumen titulado: La Reforma Protestante, que acaba de presentarse el 30 de noviembre del 2005 en Buenos Aires, y para el cual fueron escritas las páginas siguientes a modo de estudio preliminar.

En efecto, son numerosas, desde diversos sectores, y muchas de ellas muy cualificadas, las voces que afirman que el catolicismo continúa sufriendo hoy un proceso de protestantización. Un proceso que, según algunas de esas voces, sería aún más severo y más grave hoy que en el pasado. Bien puede decirse, a creerle a esas voces, que el efecto de la Reforma protestante no ha terminado aún y que asistimos en nuestros días a nuevos capítulos de ese proceso y hasta a una radicalización del mismo. De ahí que lo que nos dice en este volumen el Padre Sáenz resulte tan iluminador para comprender muchos hechos de la vida del catolicismo contemporáneo. En muchos aspectos puede comprobarse que la historia continúa.

Creo que la historia nos enseña a descubrir que el espíritu protestante nació en el seno del catolicismo y que sigue naciendo en él y de él. La Reforma protestante brota y sale de la Iglesia católica. Se plantea en sus comienzos como lo auténtico frente a lo inauténtico.

Pero a medida que se aparta de su cuna católica, lo protestante se desvirtúa progresivamente, languidece y muere. Se nutre del vigor católico del que nace y con el que convive, aunque sea en oposición dialéctica. Por eso el protestantismo está decayendo en Europa junto con el catolicismo y en cambio es vigoroso en Latinoamérica donde florece a costa de los remanentes del vigor cultural católico que él consume y destruye a la vez.  

Se diría que la protestantización es el camino de la autodisolución de lo católico y que por eso lo protestante no es, desde su raíz, algo exterior al catolicismo, sino de algún modo interior a él. Algo que le es tan necesario como las divisiones necesarias de que hablaba San Pablo o como el juanino: “Salieron de entre nosotros porque no eran de los nuestros pero esto sucedió para que se manifestara que no todos son de los nuestros” (1 Juan 2,19).

Por eso, no es mi intento acusar al protestantismo de ser el culpable de los males del catolicismo pasado y actual. Lo que corresponde es alertar al catolicismo acerca de sus propios males, de lo que está dentro de él y es capaz de salir de él y corporeizarse en formas antagónicas exteriores después de haber protagonizado antagonismos intestinos. La ruptura de la comunión suele estar latente, y tiende de suyo a permanecer latente, antes de quedar de manifiesto. Quisiera, pues, poner estas líneas bajo el amparo de las numerosas advertencias de Jesucristo, cuando nos exhorta a vivir en guardia, velando y orando; y nos dice con solícita caridad, transida de preocupación amorosa de hermano mayor: “Cuídense, guárdense” (Marcos 13, 5.9.33.37).

El cuadro clínico de la dolencia Protestante según San Ignacio de Loyola

Por protestantización, entendemos un cambio complejo de la fe, de la religiosidad, de la sensibilidad, la piedad y la cultura católica. Se manifiesta principalmente en una disminución del afecto y la adhesión al Papa, a la Eucarística y a María. Este cambio consiste en una ruptura [1] latente con la tradición y la doctrina católicas que comienza como una exigencia de reforma y termina con la ruptura manifiesta con la comunión eclesial. Se ha señalado también que el lenguaje protestante es más bien dialéctico y contrapone los opuestos como disyuntiva: o, o; mientras que el lenguaje católico une los opuestos y los concilia: y, y.

San Ignacio de Loyola nos dejó un diagnóstico y una semiología de la Reforma protestante en sus: Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener. El título mismo de estas Reglas, nos enseña que la protestantización se presenta ante todo y visiblemente como una crisis del sentido común eclesial, del sentir católico. Para Ignacio, la expresión tiene el mismo sentido que en Pablo, cuando habla de tener un mismo sentir entre los hermanos en la fe y con Cristo: “siendo todos de un mismo sentir […] tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Filipenses 2, 2.5).

La tentación ‘protestante’ entendida así, como ruptura de la unidad espiritual, está presente desde los orígenes. La quiebra inicialmente oculta, la ruptura con el sentido común católico, se manifiesta visible y exteriormente en forma de desobediencia: “depuesto todo juicio contrario [elemento interior oculto] debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo [manifestación externa] a la verdadera esposa de Cristo que es la nuestra santa madre Iglesia jerárquica” (EE 353). La existencia de una voluntad rebelde puede pasar inadvertida para el clínico, si se la toma como una inocente indisciplina.

Pero Ignacio percibió que la desobediencia de los reformadores era, en su esencia, 1) una crisis del sentido de comunión eclesial, 2) un defecto de la fe y 3) un error de la doctrina eclesiológica que implicaba: 4) otros dos errores, uno cristológico y otro pneumatológico.

San Ignacio percibió que la crisis de comunión – oculta bajo apariencia católica todavía o ya abiertamente protestante – pasaba en primer lugar por la pérdida del sentido de obediencia a la “Esposa de Cristo, nuestra santa madre Iglesia jerárquica” [Regla 1ª EE 353]. Una pérdida que se manifestaba en su comienzo principalmente como un debilitamiento de la adhesión al Papa y al sacerdocio ordenado y que podía llegar a convertirse en una aversión violenta y en una abierta rebelión. A esta debilidad o quiebre de la fe eclesiológica le subyace una debilidad paralela de la fe en el vínculo amoroso que une al Señor con su Iglesia y en la acción del Espíritu Santo en Cristo y en su Esposa: ”creyendo – dice Ignacio – que entre Cristo Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige” [Regla 13ª; EE 365]. No se trata pues de un mero problema disciplinar sino de una desobediencia que nace de un espíritu de impugnación; se trata de una rebeldía espiritual, que se origina en una debilidad de la fe y culmina en la pérdida de la fe católica y una separación de la comunión eclesial.

De este afecto rebelde, observable también hoy tanto en algunos fieles católicos como protestantes, nacen todas las impugnaciones disciplinares y de aspectos particulares de la vida eclesial. La terapia del mal que propone Ignacio no pasa ni por la polémica ni por la impugnación. A este mal opone San Ignacio aquel afecto creyente y católico que aprueba y alaba los usos católicos impugnados. Alabanza de la práctica sacramental, confesar con sacerdote [2] , comulgar con la mayor frecuencia posible, oír misa a menudo, cantos, salmos y oraciones en el templo y fuera de él, oficio divino y horas canónicas. Alabanza no solamente de los sacramento sino también de los sacramentales, puestos bajo sospecha o acusación de ser prácticas supersticiosas: vida religiosa y votos de religión, virginidad, continencia, devoción a los santos y a sus reliquias, invocación de su intercesión; peregrinaciones, indulgencias, cruzadas; agua bendita, incienso, escapularios y medallas, bendición de personas, de animales y de objetos, de imágenes, de casas y edificios; candelas encendidas, ayunos y abstinencias, tiempos litúrgicos; penitencias internas y más aún externas (cilicios, disciplinas); ornamentos litúrgicos, edificios de iglesias [3] . Hoy habría invitado a alabar el uso del velo para orar las mujeres, y de reclinatorios [4] . Alabar la abundancia de retablos e imágenes sagradas tenidas en veneración [5] . Alabar preceptos de la Iglesia, sus tradiciones y costumbres de los mayores. Alabar la teología positiva y también la escolástica [6] .

Este elenco permite comprobar en qué y en qué medida, según los lugares, personas, parroquias, órdenes y congregaciones religiosas, estos usos han sido y siguen siendo impugnados, abandonados o combatidos, sea mediante cuestionamientos teóricos sea mediante burlas; o están en regresión o en proceso de desaparición. Y esto demuestra hasta qué punto permanece viva la tentación interior contra la comunión.

Para terminar señalemos un hecho: la protestantización es hoy una epidemia del catolicismo en Latinoamérica donde asistimos a un verdadero éxodo de fieles católicos hacia los cultos pentecostales o evangélicos. Unos, en su mayor parte los profesionales e intelectuales, porque se han enfriado en su pertenencia católica debido a la transculturación a la cultura globalizada adveniente y dominante. Otros porque van a buscar fervor en los cultos pentecostales; o respaldo moral y solidaridad comunitaria en comunidades evangélicas. Otros porque caen en las redes de un pseudocristianismo sin cruz que les promete el pare de sufrir. Pero el actual abandono multitudinario de la comunión católica es el desenlace final de un mal que se venía incubando desde mucho antes debajo de las apariencias exteriores de la comunión eclesial católica.

Después de describir el síndrome protestante, sus síntomas y su naturaleza íntima, escuchemos las voces de atentos observadores de la realidad eclesial, que han señalado la presencia actual del mal y nos permitirán comprender mejor su naturaleza, sus causas y su desenlace.

Mons. Marcel Lefebvre

Comenzamos por la voz de quienes, debido a la alarma ante la gravedad del mal y por la vehemencia misma de su preocupación, terminaron, desgraciadamente, apartándose de la comunión eclesial. Tras la finalización del Concilio Vaticano II, Monseñor Marcel Lefebvre le había reprochado al Novus Ordo Missae de Pablo VI, haber abierto el camino a la protestantización de la celebración eucarística católica. Fue ese uno de los motivos, aunque ni el primero ni el principal, por el que sus protestas terminaron en cisma. Diríamos que fue la gota que desbordó el vaso.

Su sucesor Mons. Bernard Fellay, en sus conversaciones con el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, mantenidas con la esperanza de restaurar la unidad en ocasión del año jubilar del 2000, previno que, aún si volviese hoy a la unidad católica, seguiría combatiendo el modernismo y el liberalismo en la Iglesia y continuaría sosteniendo, entre otras cosas, que “la misa de Pablo VI tiene silencios que abren el camino a la ‘protestantización’” y que se seguiría oponiendo “a una forma de ecumenismo que hace perder la idea de la única Iglesia, con el peligro de una mentalidad protestante” [7] . Si volviera a la comunión no estaría solo en esta lucha en la que se siguen empeñando muchos católicos, como veremos a continuación.

Señalar la protestantización no significa ser lefebvrista 

Dado que estas denuncias han sido casi una bandera del sector de creyentes cuyo sentir interpretaba Mons. Lefevbre y sus seguidores, han estimado algunos que hablar de protestantización – ya sea de la celebración eucarística ya sea de otros aspectos del catolicismo – sería algo propio y exclusivo de una óptica “fundamentalista” y, por eso, un tópico que habría que desechar, so pena de incurrir en lefebvrismo.

Esta afirmación no resiste al examen. Porque no han sido solamente Monseñor Marcel Lefebvre y la Hermandad Pío X, quienes han señalado la tendencia protestantizante dentro del catolicismo actual. Coinciden en comprobar y reconocer lo mismo, con parecida alarma, numerosas voces eclesiásticas católicas nada sospechables de lefebvrismo; que señalan y resisten el proceso desde dentro de la comunión católica. Espiguemos algunas…

Monseñor José Guerra Campos

Mons. José Guerra Campos, destacada figura del episcopado español, que participó en el Concilio Vaticano II, comprobaba en 1980 que estaban ocurriendo ya “tantas cosas extrañas” en la Iglesia católica en la España postconciliar, “que su acumulación – decía – anula ya la extrañeza, convirtiendo lo deforme en algo acostumbrado”. Y se preguntaba acto seguido: “¿No demuestra esto precisamente que está en marcha un proceso de protestantización de la Iglesia en España?”. Proponía este prelado como medida imprescindible, con la finalidad de que las fuerzas sanas que había todavía en el catolicismo español contuviesen el proceso de protestantización y consiguiesen en España un nuevo florecimiento de la vida católica, “la acción adecuada de la Jerarquía”, para lo cual es – decía – “indispensable que los organismos dependientes de la Jerarquía no sigan albergando la oposición al Magisterio de la Iglesia” [8] . Es decir, que las tendencias protestantizantes habían penetrado y se albergaban, según el diagnóstico de este prelado, dentro mismo de las instituciones eclesiásticas oficiales y a vista y paciencia de la jerarquía española.

El Rin se vuelca en el Tiber

Si esto estaba empezando a suceder con el episcopado español del postconcilio, en otros episcopados la situación era de larga data. Ya dentro del aula del Concilio Vaticano II se puso de manifiesto una tensión, sin duda preexistente, entre la óptica de los obispos provenientes de los países de mayoría protestante por un lado y los provenientes del mundo latino y de mayoría católica por el otro. Ralph M. Wiltgen SVD en su libro El Rin desemboca en el Tiber. Historia del Concilio Vaticano II [9]: ha mostrado documentadamente cómo la influencia protestantizante llegó a Roma desde los países bañados por el Rin (Alemania, Austria, Suiza, Francia y Holanda) y de la vecina Bélgica [10] .

“Los cardenales y teólogos de estos seis países – afirma y documenta el Padre Wiltgen – consiguieron ejercer un influjo predominante sobre el Concilio Vaticano II”. El Padre Wiltgen fue testigo de las luchas libradas dentro y alrededor del aula conciliar, a la que no eran ajenas las infiltraciones culturales del mundo y las presiones de la prensa y de los centros de documentación.

“La opinión pública sabe muy poco – afirma – de la poderosa alianza establecida por las fuerzas del Rin, factor que influyó de forma considerable sobre la legislación conciliar. Y se ha oído hablar todavía menos de la media docena de grupos minoritarios que surgieron precisamente para contrarrestar esa alianza”.

Alrededor del Primado de Pedro: La Nota Explicativa Previa

Humanamente hablando, sin la acción moderadora del Espíritu Santo y del justo medio alcanzado gracias a su acción, se hubiera impuesto la visión de gran parte de los episcopados residentes en el mundo protestante. Esta tendencia se puso de manifiesto no solamente alrededor del Concilio sino incluso dentro del aula, en forma de visiones eclesiológicas ‘episcopalistas’ que amenazaba menguar la autoridad suprema, doctrinal y jerárquica correspondiente al primado del Papa.

Pablo VI tuvo que moderar la fuerza de esa tendencia y de lo que había logrado en la redacción de la Lumen Gentium, mediante la Nota explicativa previa [11] referente al capítulo tercero de esa Constitución. Pablo VI salió así al paso de interpretaciones del texto conciliar que ya circulaban y que apuntaban a recortar la autoridad propia que la tradición católica reconoce al sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, Se pretendía relativizar el dogma de la Infalibilidad, proclamado por el Vaticano I.

La Comisión Doctrinal, ‘por Autoridad superior’, es decir por mandato del Papa, declara en la Nota explicativa que: “El paralelismo entre Pedro y los demás Apóstoles por una parte, y el Sumo Pontífice y los demás obispos, por otra, no implica la transmisión de la potestad extraordinaria de los apóstoles a sus sucesores ni, como es evidente, la igualdad entre la Cabeza y los miembros del colegio”.

La necesidad en que se vio Pablo VI demuestra que lo relatado por Wiltgen se ajusta a la verdad histórica y que entre los mismos Padres conciliares había una fracción que, sin la intervención del Magisterio pontificio, hubiera podido excederse en la dirección que sale a vetar Pablo VI. Se había logrado un texto ambiguo que se prestaba a ser interpretado en la dirección de una eclesiología protestantizada, tendiente a recortar la autoridad Papal, nivelándola con la de los demás obispos.

De hecho, después del Concilio, y para dar satisfacción a esas aspiraciones en lo que tenían de justas y no se apartaba de la sana eclesiología, se crearon las conferencias episcopales y los sínodos periódicos de obispos.

Un buen conocedor del paño calvinista

Otra voz que señala la protestantización es la del cardenal primado de Holanda, Adrianus Simonis, quien, como holandés, es un buen conocedor del paño calvinista. En una entrevista a la revista 30 Días publicada en octubre de 1995, afirmó: “La situación de la Iglesia es hoy dificilísima. Puede uno preguntarse si no está en acto, en el mundo del oeste, una sedicente segunda Reforma. Hablo de una situación semejante a la del siglo XVI, que laceró a la Iglesia. […] Esta segunda Reforma me parece aun más peligrosa que la primera”.

Quien recuerde lo sucedido con el catecismo holandés, con el sínodo pastoral holandés y con el llamado a Roma de los obispos holandeses, comprenderá a qué se está refiriendo el cardenal Simonis. Sólo que él, en esta entrevista, no se refería solamente a la Iglesia en Holanda, pionera del proceso secularizador protestantizante, ni solamente a lo que señala Wiltgen sobre el Concilio, sino a un acontecer que ya se daba antes del Concilio y que eclosionó vigorosamente durante el Concilio, a raíz de él y después de él.

Mengua de la devoción eucarística

El Cardenal Basil Hume, según un informe de The Catholic Herald publicado el 3 de septiembre de 1999, lamentaba, muy poco tiempo antes de su muerte, el hecho de que los católicos de su país hubiesen perdido la devoción por la Eucaristía, base de la Fe católica, asimilándose así al cristianismo protestante.

Esto sucedía no obstante el alerta de Pablo VI en su encíclica Mysterium Fidei, en la que el Papa había salido, ya en 1965, al cruce de “opiniones acerca del las Misas privadas, del dogma de la transubstanciación [y por consiguiente de la presencia real], y del culto eucarístico que turban las almas” [12] . Se trata de las mismas opiniones de Lutero. En 1967, a poco de terminado el Concilio, Pablo VI comprobaba la expansión de este tipo de “desviaciones doctrinales análogas a las que efectuó en su época la Reforma Protestante” (27-6-67)

Mengua de las vocaciones sacerdotales y de la vida sacramental

El Cardenal Godfried Danneels, de Bruselas, manifestó en una entrevista al Catholic Times el 12 de mayo de 2000, que la crisis de las vocaciones sacerdotales ha llegado a ser tan severa que pone en riesgo la existencia misma de la Iglesia católica en Europa y arriesga su reducción a un cristianismo de tipo protestante: «Sin sacerdotes, la vida sacramental de la Iglesia terminará por desaparecer. Vamos a transformarnos en protestantes, sin sacramentos. Vamos a ser otro tipo de iglesia, no católica». Como bien lo ha señalado el P. André Manaranche S.J., la ideología teológica de matriz protestante que está en la raíz de la crisis es la que equipara el sacerdocio ministerial con el sacerdocio común de los fieles [13] .

El Cardenal Godfried Danneels ha percibido también el fenómeno de protestantización bajo la forma de una creciente pérdida del sentido de la economía sacramental que caracteriza a la fe católica. “Los sacramentos – afirma – han dejado de ser el centro de gravedad para la pastoral católica. De hecho, aunque los hombres y mujeres contemporáneos todavía entienden el poder de la palabra y la relevancia del servicio diaconal en la Iglesia, tienen muy poca comprensión y apreciación de la realidad del mundo sacramental. Como resultado, la liturgia corre el peligro de ser dominada, en gran parte, por un exceso de palabras o, de ser considerada meramente como un modo de recargar las pilas para tomar parte en el servicio y en la acción social. La Iglesia parece ser nada más que un sitio donde uno habla y donde se pone al servicio del mundo. La vida sacramental está cambiando su puesto desde el centro de la Iglesia, a la periferia” Y concluye preguntando: “¿Será tal vez comparable a una lenta e inconsciente protestantización de la Iglesia desde adentro?” [14]

Con estas mismas apreciaciones del Cardenal Danneels coinciden tanto Max Thurian, figura célebre del ecumenismo, como el también célebre liturgista Pere Tena. Ambos lamentan, como el Cardenal, que la praxis litúrgica se haya hecho excesivamente verbalista, asemejándose en la práctica al culto protestante más allá e incluso contra la intención de los documentos conciliares y de lo que permite la Nueva Ordenación de la Misa de Pablo VI [15] .

Indisciplina ritual y secularización de la liturgia

El Cardenal Joseph Ratzinger, caracterizando el grado de indisciplina litúrgica post-conciliar dentro del catolicismo, llegó a admitir en una oportunidad que “no hay dos misas iguales”.

Ahora bien, la falta de cánones litúrgicos comunes y fijos, bajo pretexto de libertad creativa, es característica del culto de las comunidades protestantes.

En relación con esta deriva litúrgica en el catolicismo postconciliar, el Cardenal Ratzinger deploraba el hecho, cada vez más frecuente, de que: “No sólo los sacerdotes, a veces hasta los obispos, tienen la impresión de no ser fieles al concilio si oran con arreglo al misal”. Y ejemplificaba: “han de introducir al menos una fórmula ‘creativa’, por trivial que sea. El saludo civil a los asistentes y, a ser posible, también los mejores deseos a la despedida, son ya partes obligadas de la celebración litúrgica que nadie se atreve a eludir” [16].

La razón de todo ello la veía el Cardenal en el olvido de que, según la visión católica, la liturgia es Opus Dei y que como tal no es creación de la comunidad o de un grupo de creyentes ni está librada a la creatividad humana. “La liturgia es bella – afirmaba el Cardenal Ratzinger – precisamente porque nosotros no somos sus agentes, sino que participamos en lo que es más grande, nos envuelve e incorpora […] toda liturgia es liturgia cósmica, un salir de nuestras humildes agrupaciones hacia la gran comunidad que abraza cielo y tierra [17] .

Protestantismo y modernidad

En 1985, el periodista Vittorio Messori le preguntaba al Card. Joseph Ratzinger en la entrevista que se publicó como Informe sobre la fe [18] :

– Messori: “Empiezo con una ‘provocación’: Eminencia, hay quien dice que se está dando un proceso de ‘protestantización’ del catolicismo”.

– Card. Ratzinger: “Depende de cómo se defina el contenido de ‘protestantismo’. Quien habla hoy de ‘protestantización’ de la Iglesia católica, se referirá sin duda, en términos generales, a un cambio de eclesiología, a una concepción diferente de las relaciones entre la Iglesia y el Evangelio. Existe, de hecho, el peligro de semejante cambio: no es un mero espantapájaros montado por algunos círculos integristas.

– Messori: Pero ¿por qué precisamente el protestantismo – cuya crisis no es ciertamente menor que la del catolicismo – debería atraer hoy a teólogos y laicos que hasta el Concilio permanecían fieles a Roma?

– Card. Ratzinger: “Desde luego no es fácil explicarlo. Me viene a las mientes esta consideración. El protestantismo surgió en los comienzos de la Edad Moderna y, por lo mismo, está más ligado que el catolicismo a las ideas-fuerza que produjeron la edad moderna. Su configuración actual se debe en gran medida al contacto con las grandes corrientes filosóficas del siglo XIX. Su suerte y su fragilidad están en su apertura a la mentalidad contemporánea. No es extraño que teólogos, católicos, que no saben ya qué hacer con la teología tradicional, lleguen a opinar que hay en el protestantismo caminos adecuados y abiertos de antemano para una fusión de fe y modernidad”.

¿Profetas del Rey?

Permítaseme interrumpir la entrevista e intercalar una reflexión en atención al tema que vengo tratando: El Cardenal le responde a Messori, concediendo que el peligro de protestantización del catolicismo es real, que existe y que no es una ilusión integrista. Pasa luego a dar una interpretación del fenómeno: hay una cierta congenialidad del espíritu de la Reforma protestante con el espíritu moderno.

Esta observación sugiere que hay que ponderar los riesgos y repensar las condiciones de un aggiornamento para que no sea indiscreto, para que no sea una apertura al mundo ingenua e idílica y por ende suicida. La ‘protestantización’ de tantos católicos tiene mucho que ver con una mimetización acrítica con el mundo moderno, a costa de la propia identidad.

La protestantización derivada de este mimetismo con la cultura dominante es directamente proporcional a la falta de capacidad contracultural de los católicos de hoy. Sólo si logran ser contraculturales lograrán permanecer fieles católicos. Los asimilados engrosarán las filas de las sectas y las comunidades eclesiales protestantes.

Por mimetización acrítica y por incapacidad de contracultura, los cristianos terminan siendo lo que he llamado en otro lugar “el partido del mundo” dentro de la Iglesia [19] , o “los profetas del Rey” [20] . Es lo que estamos observando en Latinoamérica, donde hasta la protesta política de los creyentes se ejerce a menudo desde una sumisión a lo político y no desde la libertad de los hijos de Dios. Pero continuemos con la entrevista de Messori al Cardenal Ratzinger.

Hoy como ayer, una desviación eclesiológica

– Messori: ¿Qué principios entrarían en juego en esa opinión?

– Card. Ratzinger: “Hoy como ayer [21] , el principio de la Sola Scriptura desempeña un papel primordial. Para un cristiano medio hoy resulta más ‘moderno’ y ‘evidente’ admitir que le fe nazca de la opinión individual, del trabajo intelectual, de la contribución del especialista. Si ahondamos más, encontraremos que de tal concepción deriva lógicamente el que el concepto católico de Iglesia ya no es realizable, y que se debe buscar un nuevo modelo, en el sitio que sea, dentro del vasto ámbito del protestantismo”

– Messori: Así que desembocamos, una vez más, en la eclesiología

– Card. Ratzinger: “Ciertamente. Al hombre moderno de la calle le dice, a primera vista, más un concepto de Iglesia que en lenguaje técnico llamaríamos ‘congregacionalista’ o de ‘Iglesia libre’ (Freechurch). De donde se sigue que la Iglesia es una forma mudable y pueden organizarse las realidades de la fe del modo más conforme posible a las exigencias del momento. Ya hemos hablado de ello varias veces, pero vale la pena volver sobre el tema: resulta casi imposible para la conciencia de muchos, hoy día, el llegar a ver que tras la realidad humana se encuentra la realidad divina. Este es, como sabemos, el concepto católico de la Iglesia, que, ciertamente es mucho más duro de aceptar que el que el que acabamos de esbozar, que no es, por supuesto, ‘lo protestante sin más’, sino algo que se ha formado en el marco del fenómeno ‘protestantismo’”

Lutero hoy, ante la Congregación para la Doctrina de la Fe

– Messori: A finales de 1983 – quinto centenario del nacimiento de Martín Lutero -, visto el entusiasmo de alguna celebración católica, las malas lenguas insinuaron que actualmente el Reformador podría enseñar las mismas cosas que entonces, pero ocupando sin problemas una cátedra en una universidad o en un seminario católico. ¿Qué me dice de esto el Prefecto? ¿Cree que la Congregación dirigida por él invitaría al monje agustino para un ‘coloquio informativo’?

– Card. Ratzinger (sonríe): “Sí, creo de veras que habría que hablar también hoy con él muy seriamente y que lo que dijo tampoco hoy podría considerarse ‘teología católica’. Si así no fuera, no sería necesario el diálogo ecuménico, el cual busca precisamente un diálogo crítico con Lutero y plantea la cuestión de cómo cabe salvar los grandes principios de su teología y superar cuanto en ella no es católico”

– Messori: Sería interesante saber en qué temas se apoyaría la Congregación para la Doctrina de la Fe para intervenir contra Lutero.

– Card. Ratzinger: “No hay la menor duda en la respuesta: ‘Aún a costa de parecer tedioso, creo que nos centraríamos una vez más en el problema eclesiológico. En la disputa de Leipzig, el oponente católico de Martín Lutero le demostró de modo irrefutable que su ‘nueva doctrina’ no se oponía solamente a los Papas, sino también a la Tradición, claramente expresada por los Padres y por los Concilios. Lutero entonces tuvo que admitirlo y argumentó que también los concilios ecuménicos habían errado, poniendo así la autoridad de los exegetas por encima de la autoridad de la Iglesia y de su Tradición”.

– Messori: ¿Fue en ese momento cuando se produjo la ‘separación’ decisiva?

– Card. Ratzinger: “Efectivamente, así lo creo. Fue el momento decisivo, porque se abandonaba la idea católica de la Iglesia como intérprete auténtica del verdadero sentido de la Revelación. Lutero no podía compartir la certeza de que en la Iglesia hay una conciencia común por encima de la inteligencia e interpretación privadas. Quedaron alteradas las relaciones entre la Iglesia y el individuo, entre la Iglesia y la Biblia. Por tanto, si Lutero viviera, la Congregación habría de hablar con él sobre este punto, o, mejor dicho, sobre este punto hablamos con él en los diálogos ecuménicos. Por otra parte, no es otra la base de nuestras conversaciones con los teólogos católicos: la teología católica debe interpretar la fe de la Iglesia; cuando se pasa directamente de la exégesis bíblica a una reconstrucción autónoma, se hace otra cosa”.

¡Sí Eminencia! ¡Se hace teología protestante!

Hay que ser contracultural para permanecer católico

La entrevista de Vittorio Messori al Cardenal Ratzinger continúa ponderando las vicisitudes y posibilidades del diálogo ecuménico postconciliar. En un momento de esta conversación, el Cardenal Ratzinger afirma que al convivir protestantes y católicos, son los católicos los que corren mayor riesgo de deslizarse hacia las posiciones protestantes. “El auténtico catolicismo se mantiene en un equilibrio muy delicado, en un intento de compaginar aspectos que parecen contrapuestos y que, sin embargo, aseguran la integridad del Credo. Además, el catolicismo exige la aceptación de una mentalidad de fe que frecuentemente se halla en una radical oposición con la opinión actualmente dominante”.

Mons. Luigi Giussani: la intelectualidad católica gravemente protestantizada hoy

También Monseñor Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, afirma la deriva protestantizante del catolicismo actual, especialmente de la intelectualidad católica; y hace un análisis de los principales rasgos que la ponen de manifiesto. Su señalación del hecho va acompañada de una descripción y caracterización de la esencia del mismo que coincide notablemente, salvas las diferencias de estilo y planteos, con la del Cardenal Ratzinger en la entrevista con Vittorio Messori. Me detendré a exponerla aunque, necesariamente, en forma sintética, como una corroboración de la objetividad de lo que decimos: que el proceso de protestantización dentro del catolicismo es un hecho que sigue operándose.

En una de sus obras: La Conciencia religiosa en el Hombre moderno [22] , afirma Mons. Giussani que no es solamente el Hombre moderno quien ha abandonado a la Iglesia sino que, de alguna manera, también la Iglesia ha abandonado o está por lo menos descuidando de alguna manera a la Humanidad. Ello es debido en gran parte, – opina Giussani – a que hoy “el hecho cristiano se presenta en el mundo profundamente reducido”. Está lejos – dice – de ser aquélla presencia en lucha contra la ruina del hombre que debería ser. “Hablo – dice – de una reducción del cristianismo en el modo de vivir su propia naturaleza”.

Y caracteriza esa reducción así: “A mí me parece que el cristianismo en nuestro tiempo se ha visto como angustiado, debilitado, entorpecido por una influencia que podríamos llamar ‘protestante’”. Pero, – advierte inmediatamente -, “no es éste el lugar adecuado para detenernos a describir la profundidad religiosa de la que nace el protestantismo o que puede alcanzar; esto que voy a decir es una crítica dirigida ciertamente no al mundo protestante, sino a la realidad católica, o más bien diría, a la intelectualidad católica, que hoy se presenta gravemente protestantizada”.

Tres caídas: subjetivismo, moralismo, debilitamiento de la unidad

Prosigue explicando Mons. Giussani el sentido de esta protestantización en estos términos: “la observación capital que motiva dicho juicio consiste en la reducción del Cristianismo a ‘Palabra’ (‘Palabra de Dios’, ‘Evangelio’ o simplemente ‘Palabra’), [que sería lo más característico del espíritu protestante]. Esto da lugar a consecuencias decisivas para la cultura”. ¿Cuáles? Giussani enumera tres consecuencias o caídas: 1) subjetivismo, 2) moralismo y 3) debilitamiento de la unidad orgánica, histórica y social, del hecho cristiano.

Tres caídas “que tienden a reducir desde dentro el hecho cristiano, y en particular, al catolicismo; que lo desmovilizan desde dentro y debilitan en él la lucha contra una mentalidad para la cual ‘Dios no tiene nada que ver con la vida’”.

Tenemos que resignarnos con resumir aquí el iluminador análisis que hace de estas caídas protestantizantes:

1) Subjetivismo que deriva en sentimentalismo y pietismo, porque inevitablemente la Palabra se somete en último término a la interpretación personal, o en su defecto, a la interpretación de los exégetas. Pero no bastan los intelectuales para alcanzar la necesaria objetividad, ni la comunidad de base, ni siquiera la iglesia local.

2) Moralismo porque ¿qué comportamiento sugerirá la Palabra ante el embate de los problemas humanos y de la urgencia de la realidad social? La respuesta es, por desgracia, una sola: el comportamiento del hombre se verá guiado y verá medido su valor, por los ideales que apruebe la cultura dominante. Una concepción de vida avalada por el poder y reconocida, en consecuencia, por la mayoría. Si el cristianismo es reducido a palabra, viene a coincidir con una emoción de la conciencia que tiene el derecho de interpretarla, y tal conciencia no puede independizarse del flujo de los valores que más se estiman en el momento histórico en que vive. La moral termina siendo fijada por el poder real, por la identificación con los valores morales que la sociedad parece considerar evidentes. Y es así como la moralidad se convierte en moralismo rabioso.

Politización de los católicos proporcional a su creciente impotencia política

Viene al caso recordar aquí, en confirmación de estas observaciones de Mons. Giussani, lo que observa Gianfranco Morra acerca de las dificultades de muchos en aceptar la Doctrina Social de la Iglesia y de su relación con la mentalidad protestante. De una manera u otra se llega a desentenderse de la pretensión de la fe de configurar prácticamente el orden social y político concreto. Morra pone en relación estas posiciones mentales con lo que él llama ‘el escatologismo intratemporal protestante’ [23] . Es en otras palabras esa postura doctrinal protestante lo que ha dado lugar al nacimiento de la teología de la secularización dentro del mundo protestante, como un producto que el mundo protestante pudo reclamar como genio y tarea propias por boca de Dietrich Bonhoeffer y Friedrich Gogarten.

En esta visión se combina el optimismo acerca del progreso moral del mundo emancipado de toda referencia religiosa cristiana con el pesimismo acerca de la iglesia y de la fe, con la consiguiente abdicación de la pretensión cristiana a configurar el mundo según sus ideales. Esta bina de optimismo y pesimismo se combina, a su vez, con otra bina de pesimismo y optimismo, cruzada con la bina anterior, dando lugar a una actitud compleja que, sin embargo, determina la conducta política de los creyentes. Junto al optimismo ante el orden político, se es pesimista respecto de que el orden político pueda admitir las directivas del orden espiritual cristiano. Y junto al pesimismo por la capacidad de la fe para incidir en el orden político, se es optimista respecto de que el orden espiritual cristiano pueda subsistir sin daños mayores dentro de un orden político y social que se edifica a sus espaldas.

Podría verse aquí, subyacente, una nueva forma de la lucha entre los dos poderes, el político y el espiritual en el mundo de Occidente, y una reiteración de las diversas posturas adoptables – e históricamente de hecho adoptadas – ante este problema. ¿No sería una postura semejante a la de Lutero frente al príncipe secular? ¿No sería, en el fondo, la tentación de quemar incienso al César? ¿Y no sería el error de entender el aggiornamento como asimilación?

¿Reforma a costa de la identidad?

3) La tercera caída que comprueba Mons. Giussani es el Debilitamiento de la unidad orgánica del hecho cristiano. Como consecuencia de la reducción del cristianismo a Palabra, se debilita el nexo que une el presente al pasado, se debilita el valor de la historia, de la tradición y, por consiguiente, de la organicidad del acontecimiento cristiano que hace viva la vida de la Iglesia. Se debilita también el sentido del primado pontificio, se introduce un cierto congregacionalismo o episcopalismo, con debilitamiento de la adhesión al Papa y por lo tanto de la unidad catholica, es decir universal.

Pero he aquí que una iglesia ‘local’ no puede mantenerse frente a una cultura dominante globalizada; sólo puede soportarla [¿puede?]. La Iglesia local solamente puede recibir sus valores de la Iglesia catholica o sucumbirá ante la cultura global. Mientras el gobierno mundial se globaliza, el del catolicismo corre el riesgo de fragmentarse en conferencias episcopales nacionales. Las ‘iglesias particulares’, delimitadas y separadas por fronteras políticas, lingüísticas y socio culturales, corren el riesgo de funcionar de espaldas las unas a las otras y de asemejarse a las iglesias nacionales protestantes.

El debilitamiento de la unidad católica se manifiesta, pues, en un debilitamiento de la comunión que es diacrónico y sincrónico a la vez. Diacrónico por debilitamiento de la comunión de la Iglesia de hoy con la Iglesia del pasado. Para algunos parecería que la Iglesia católica hubiese comenzado del Concilio Vaticano II en adelante. Sincrónico, por debilitamiento de la conciencia de comunión de las Iglesias particulares entre sí, con su cabeza y con el todo de la Catholica.

Esta es, a grandes rasgos la descripción que hace Mons. Luigi Giussani del proceso endógeno de protestantización que, a su juicio, está sufriendo el catolicismo y de manera especial sus intelectuales: el clero, los religiosos, los teólogos, los catequistas, los centros académicos y educativos.

Augusto del Noce: una caída en la inmanencia

Para el filósofo Augusto del Noce la protestantización del catolicismo era una evidencia ya en la década del setenta. Se ocupa de ella en un escrito de 1974. Lo que afirmaba entonces este pensador es coherente con lo que diez años después plantearía Giussani al hablar de las tres caídas del catolicismo. También para Del Noce la protestantización del catolicismo equivale a una caída. Una caída en el inmanentismo.

Para el agudo observador de la realidad espiritual de nuestra época que fue Del Noce, “si es verdad que el modernismo es la penetración del protestantismo en el catolicismo, no hay que imaginársela, sin embargo como una protestantización del catolicismo; la penetración da lugar a un fenómeno nuevo, en el cual se eliminan los caracteres religiosos trascendentes tanto del protestantismo como del catolicismo [24] .

Lo que resulta, según del Noce, es la reducción de la teología a filosofía. El resultado, dice del Noce, es Friedrich Gogarten en el mundo protestante [la secularización como tarea para el cristiano] y J. B. Metz en el mundo católico [la teología política y su epígona latinoamericana, la teología de la liberación]. Los resultados son, respectivamente, el secularismo y la servidumbre política.

El abandono del culto y de la trascendencia y el confinamiento en las tareas de la inmanencia. La plasmación, desde dentro del cristianismo, de la reducción hegeliano-gramsciana de lo trascendente a lo inmanente.

Aquí se afina la comprensión de la naturaleza de la congenialidad entre espíritu protestante y espíritu de la modernidad. La negación de la acción histórica del Espíritu Santo por parte de Marx, parece hija de la negación luterana y calvinista de su acción histórica en la Iglesia católica – y, a través de ella, en el mundo -; y es coherente con esta negación. Hegel es descendiente de Lutero. Pero Lutero nació católico. No se trata pues – como lo hemos advertido al comienzo – de acusar al protestantismo de ser el culpable de los males del catolicismo actual. Se trata de alertar al catolicismo sobre sus propios males.

Infidelidades en la Iglesia

De estos males del catolicismo actual, acaba de darnos un panorama el Pbro. Dr. José María Iraburu en su obra reciente Infidelidades en la Iglesia [25] , con un fragmento de cuyo testimonio daremos fin a este elenco de voces que podría ampliarse más.

Observando la realidad eclesial presente, donde detecta confusión y división, se pregunta Iraburu: “¿Cómo es posible que nunca haya habido en la Iglesia un cuerpo doctrinal tan amplio, asequible y precioso, y que al mismo tiempo nunca haya habido en ella una proliferación comparable de errores y abusos? Parecen dos datos contradictorios, inconciliables. La respuesta es obligada: porque nunca en la Iglesia se ha tolerado la difusión de errores y abusos tan ampliamente.

La confusión no es católica. Es, en cambio, la nota propia de las comunidades cristianas protestantes. En ellas la confusión y la división son crónicas, congénitas, pues nacen inevitablemente del libre examen y de la carencia de Autoridad apostólica.

El papa León X, en la bula Exurge Domine (1520), condena esta proposición de Lutero: «Tenemos camino abierto para enervar la autoridad de los Concilios y contradecir libremente sus actas y juzgar sus decretos y confesar confiadamente lo que nos parezca verdad, ora haya sido aprobado, ora reprobado por cualquier Concilio» (n.29: DS 1479).

Partiendo de esas premisas, una comunidad cristiana solamente puede llegar a la confusión y la división. Este modo protestante de acercarse a la Revelación pone la libertad por encima de la verdad, y así destruye la libertad y la verdad. Hace prevalecer la subjetividad individual sobre la objetividad de la enseñanza de la Iglesia, y pierde así al individuo y a la comunidad eclesial.

Es éste un modo tan inadecuado de acercarse a la Revelación divina que no se ve cómo pueda llegarse por él a la verdadera fe, sino a lo que nos parezca. No se edifica, pues, la vida sobre roca, sino sobre arena.

De hecho Lutero destrozó todo lo cristiano: los dogmas, negando su posibilidad; la fe, devaluándola a mera opinión; las obras buenas, negando su necesidad; la Escritura, desvinculándola de Tradición y Magisterio; la vida religiosa profesada con votos, la ley moral objetiva, el culto a los santos, el Episcopado apostólico, el sacerdocio y el sacrificio eucarístico, y todos los sacramentos, menos el bautismo…

Pero Lutero, ante todo, destroza la roca que sostiene todo el edificio cristiano: la fe en la enseñanza de la Iglesia apostólica. Y lógicamente todo el edificio se viene abajo.

La fe teologal cristiana es cosa muy distinta, esencialmente diferente, de la libre opinión de un parecer personal. Como enseña el Catecismo, «por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios… La Sagrada Escritura llama “obediencia de la fe” a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26)» (143)

La fe cristiana es, en efecto, una «obediencia», por la que el hombre, aceptando ser enseñado por la Iglesia apostólica, Mater et Magistra, se hace discípulo de Dios, y así recibe Sus «pensamientos y caminos», que son muy distintos del parecer de los hombres (Is 55,8)”.

Resumen e impresión general

Después de escuchar estas preclaras voces y sus inteligentes diagnósticos de la situación, permítasenos terciar modestamente con la nuestra. Me parece percibir que está teniendo lugar un enfrentamiento de culturas, de maneras de ver la vida. Lo que está sucediendo, y muchos católicos que quieren seguir siéndolo padecen, es la expansión de la cultura anglosajona de matriz protestante sobre naciones y poblaciones herederas de la cultura hispana y latina, de matriz católica.

Vivimos un capítulo más en la historia multisecular de la expansión de la reforma protestante. Pero no es un fenómeno exclusiva ni principalmente religioso; aunque quien se queda mirando solamente los hechos que se dan en ese campo, no logre ver sus conexiones con la penetración general; la que está teniendo lugar en todos los frentes de la vida y la cultura: la lengua, la literatura, la música, el folklore, las artes plásticas, el cine y la TV, la economía, la banca y el comercio, los recursos naturales y la facultad de disponer de ellos, la industria y sus normas, las ciencias del hombre, las relaciones laborales y familiares, los hábitos alimentarios y sexuales, el comportamiento humano, el derecho y la justicia…

En lo estrictamente eclesial, la deriva protestantizante, de la que no están libres ni las más altas esferas del clero, es reconocible dondequiera haya un receso de la devoción a la Eucaristía, a María y al Papa; de la piedad sacramental en general; una devaluación de las mediaciones, una disminución o pérdida del sentido de lo sagrado, un olvido o positiva aversión a ‘los que fueron antes’, una pérdida de la memoria, un desamor por las tradiciones; una indisciplina exegética que huele a Sola Scriptura.

Pero también en una deriva hacia la nacionalización y politización del catolicismo, en una tendencia al episcopalismo y a las Iglesias nacionales, rasgos propios del protestantismo histórico. ¿Un signo? La Humanae Vitae, que puso a dura prueba la autoridad de Pablo VI, confrontado por enteras conferencias episcopales. ¿Otro? la pérdida de la autoridad del obispo limitada por un lado por la Conferencia episcopal y por otro por el consejo de presbiterio. No se me oculta que hago afirmaciones polémicas. Pero creo que son hechos que fundamentan mis afirmaciones.

Está en curso un corrimiento cultural general desde la matriz católica de la que alguien procede, hacia la matriz protestante que invade el mundo en que vive. Si no la asume y se identifica, tendría que resistirla y padecer. Y eso, como la fe, no es de todos.

Son cosas a tener en cuenta para proceder con inteligencia de la naturaleza de los hechos. Y para actuar con misericordia y humildad. Pero también para resistir firmemente y defender los valores recibidos en herencia, los que nos hacen ser lo que somos. Y para apreciar la gracia de preservación de la que, hasta ahora, hemos sido objeto 

En conclusión

Hemos querido mostrar en este estudio cómo la exposición de la Novena Tempestad que nos hace el Padre Alfredo Sáenz en las conferencias sobre la Reforma Protestante es manifiestamente útil para orientarnos en la comprensión de la naturaleza de las derivas y tentaciones presentes en la vida de la Iglesia, ya que es un fenómeno espiritual que, como tantos y tan autorizados observadores de la realidad eclesial lo atestiguan, continúa y lo continuamos padeciendo.


[1] El carácter rupturista de la Reforma delata su parentesco con la Modernidad, que más adelante veremos señalado por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger.

[2] Es decir práctica frecuente de la confesión auricular y privada. Agreguemos: “Alabar el celibato sacerdotal”, reiteradamente impugnado desde tiendas católicas. Los protestantes, en su mayoría, saben que el matrimonio por sí solo no hace mejores pastores, pues conocen en sus ministros casados crisis ministeriales semejantes a las del sacerdote.

[3] En la arquitectura religiosa ‘moderna’ es manifiesta la ruptura con las tradiciones arquitectónicas católicas y la desacralización del espacio, así como la aparición de un arte religioso que está más al servicio de la decoración y la pretensión estética, que de la piedad, la devoción y la elevación orante, adorante y mística.

[4] Hoy nos habría invitado a alabar el uso del velo para orar, abandonado por nuestras mujeres con evidente protestantización de la piedad femenina y desobedeciendo a la Escritura (1 Cor 11) y una Tradición apostólica bimilenaria. La ruptura con el pasado católico se manifiesta también en la abolición de los reclinatorios donde arrodillarse los fieles para orar en todo tiempo o para adorar a Cristo en la Eucaristía, ya sea durante la misa ya sea después.

[5] Y que en muchos lados fueron removidas después del Concilio pero no por orden el Concilio.

[6] Nombre que es hoy mala palabra en instituciones académicas de la Iglesia de donde, a pesar de la expresa recomendación del Concilio (Optatam Totius 16) ha desaparecido el estudio de Santo Tomás en la formación de los sacerdotes.

[7] Noticia de ZENIT.org Ciudad del Vaticano, 2 junio 2002. Véase la Carta del cardenal Castrillón a monseñor Fellay, superior de la Fraternidad San Pío X de fecha 06-02-2002

[8] Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, febrero de 1980, pág. 49. También es de 1980 el artículo del P. Miguel Podarowski «La actual protestantización del catolicismo», Verbo (1980) Nº.181-182, p.43-61.

[9] Criterio Libros, Madrid 1999; Título original The Rhine flows into the Tiber. A History of Vatican II. Hawthorn Books, Nueva York 1967; TAN Books, Rockford (Illinois) 1985

[10] Habría que agregar a los que enumera Wiltgen, los episcopados de países como Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

[11] Al final de las ediciones de la Constitución conciliar Lumen Gentium aparecen Notificaciones Comunicadas por el Exmo. Secretario General del Concilio en la Congregación general 123 (16 Nov. 1964) que incluye una Nota explicativa previa. Por Autoridad superior [es decir del Papa] de acuerdo al sentido y tenor de dicha Nota “debe explicarse y entenderse la doctrina expuesta en dicho capítulo tercero” que como es sabido trata de la Constitución jerárquica de la Iglesia y particularmente del episcopado.

[12] SS Pablo VI, Encíclica Mysterium Fidei, del 3 de setiembre de 1965, tercer años de su pontificado. Por Misas privadas ha de entenderse las que celebra un sacerdote a solas, en privado.

[13] André Manaranche S.J., Querer y formar sacerdotes Ed. Desclée de Br., Bilbao 1996. Original: Vouloir et former des Prêtres, Ed. Arthème Fayard, Paris 1994

[14] Card. Godfried Danneels en declaraciones a la revista America, julio 30 – agosto 6 de 2001

[15] AA. VV. La Liturgia tiene misterio, Cuadernos Phase 77, del Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1997

[16] Card. Joseph Ratzinger, Un canto nuevo para el Señor Ed. Sígueme, Salamanca 1999 página 135

[17] Card. Joseph Ratzinger, O.c. p. 203

[18] Ed. BAC, Madrid 1986; título original: Rapporto sulla fede, Ed. Paoline, Milano 1985

[19] Horacio Bojorge, En mi sed me dieron vinagre. Ensayo de teología pastoral y espiritual, Edit. Lumen, Buenos Aires 2ª ed. 1999, capítulo cuarto apartado 13.1 págs. 115 ss.

[20] Horacio Bojorge, Mujer: ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia, Edit. Lumen, Buenos Aires 1999, Cap. 5.2 La felicidad como asunto profético

[21] La cursiva es nuestra, queremos señalar que esta frase del Cardenal, expresa su visión de que es un mismo fenómeno que continúa.

[22] Ed. Encuentro, Madrid 1986. Citamos de las páginas 57 a 63

[23] Gianfranco Morra “Dottrina sociale e scristianizzazione” publicado en Documenti di lavoro n. 10, publicación de la Scuola di Dottrina Sociale; puede consultarse en Internet mediante buscador.

[24] “Teologia della secolarizzazione e Filosofia” en Archivio di Filosofia 1974, p. 168

[25] Fundación Gratis Date, Pamplona 2005

Fuente: por Horacio Bojorge S.J.

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis: