Dos hermanos pueden tener sexo en caso que no haya otras mujeres.
Algo que escapa a los cristianos occidentales es que la jihad es una forma que tienen los musulmanes para evitar que la ley musulmana los restrinja, mientras que la hacen cumplir al detalle a los que no son musulmanes. Los musulmanes pueden violar cualquier ley diciendo que es necesario para la guerra santa. Mientras que los occidentales pensamos que los musulmanes tienen un código de conducta riguroso y en base a ello los solemos juzgar, pero en realidad hay que juzgar su conducta y no lo que dicen que se debe hacer.
El año pasado, de acuerdo con informes de los medios árabes,
«el clérigo saudí Nasser al-‘Umar emitió una fatwa que permite a los muyahidines [yihadistas] en Siria tener relaciones sexuales-jihad con sus hermanas [muharamhum] si no hay nadie más disponible. El predicador saudita también elogió a los muyahidines por su lucha en curso contra, en sus palabras, la máquina de infidelidad y la opresión de los regímenes sirio e iraní».
El clérigo emitió su fatwa en «uno de los canales asociados a los movimientos yihadistas radicales» en la que también habría dicho:
Tan impactante como este informe pueda parecer, no es el primero de su tipo. Por ejemplo, de acuerdo con este video documental árabe (haga clic en «cc» para subtítulos en inglés),
«La nueva jihad permite a hermanos y hermanas en Siria, que pertenecen al Frente al-Nusra [vinculado a al-Qaeda] casarse entre en el nombre de jihad por la falta de niñas entre los combatientes de esa organización».
Un hombre aparece en el vídeo diciendo:
«En la montaña Zawia hay un imán llamado Imam Hussein. Ellos le trajeron a un hermano y una hermana, él dice ‘Allahu Akbar’ en ellos tres veces para que tengan sexo y hacer de ellos marido y mujer».
La razón y la justificación de estos fatwas se basa en la máxima islámica, «la necesidad hace que lo prohibido sea permitido», no muy diferente al adagio más familiar, «el fin justifica los medios».
En otras palabras, debido a que la lucha para hacer la «palabra de Dios», o la Sharia, suprema es el bien más grande, y porque los yihadistas que combaten, al estar privados sexualmente pueden perder la moral y salir del teatro de la guerra por falta de mujeres, es admisible, e incluso loable para los musulmanes, acceder a mujeres – incluyendo al parecer familiares y voluntarias que renuncien a sus cuerpos para que estos hombres puedan continuar con la jihad para potenciar al Islam, de acuerdo con el Corán:
«Alá ha comprado de los creyentes sus personas y sus bienes; porque de ellos (a cambio) es el jardín (del Paraíso): ellos luchan por Su causa, y matan y son muertos» (Yusuf Ali 9:111).
Este versículo ha sido entendido tradicionalmente como hombres musulmanes vendiendo «sus personas», es decir sus cuerpos, a la jihad a cambio del paraíso. En el contexto de la yihad sexsual, sin embargo, las mujeres musulmanas – incluyendo hermanas – también están vendiendo «sus personas» (sus cuerpos para el sexo) para potenciar indirectamente la jihad, también a cambio del paraíso.
El hecho es que la máxima, «la necesidad hace que lo prohibido sea permitido» es responsable de cualquier número de aparentes contradicciones: las mujeres musulmanas deben cubrirse castamente de la cabeza a los pies, sin embargo, en el servicio de la jihad, se les permite prostituir sus cuerpos. La homosexualidad está prohibida, pero es admisible si es racionalizado como una manera de matar a los infieles. Mentir está prohibido, pero es admisible para potenciar el Islam. El suicidio está prohibido, pero es permitido durante la jihad, llamándolo «martirio». Robar está prohibido, pero al jihadista le corresponde el botín que conquista a los infieles.
¿La moraleja de la historia? La sharia es sólo draconiana y rígida para aquellos que se encuentran viviendo bajo su jurisprudencia. Pero en cuanto a los que trabajan para empoderar a la ley de Alá entre ellos, los jihadistas, no sólo están autorizados a hacer caso omiso de la Sharia, sino que también se les permite hacer caso omiso de las normas básicas de moralidad.
Fuentes: Raymond Ibrahim, Signos de estos Tiempos