Ganadores y perdedores.

 

En un mundo en que los países occidentales y las organizaciones multilaterales mundiales se alejan de la moral y la cultura cristiana, esta crisis generada por el posible ataque de EE.UU. a Siria por el uso hipotético de armas químicas contra los rebeldes, está mostrando un deterioro de la credibilidad de tales actores. Y la solución, muestra la oración contestada, y ve emerger al papa Francisco como una voz moral dentro de las religiones y también con predicamento político.

 

marcha contra la guerra contra siria

 

La amenaza de un ataque directo de EE.UU. y aliados sobre Siria se ha diluido por el acuerdo  a que llegaron EE.UU. y Rusia. Y de esta crisis surgieron tres primeras figuras: el presidente norteamericano Obama que estuvo siempre en el escenario principal y en el libreto; el presidente ruso Putin, que readquirió relevancia internacional por su amenaza de intervenir apoyando al gobierno de Siria si EE.UU. la atacaba y su propuesta de que Siria entregue su arsenal químico como forma de acuerdo; y el papa Francisco, un recién llegado, que logró articular una corriente moral de opinión pública y política relativamente importante contra la intervención de EE.UU., sobre todo siendo la voz líder de las demás religiones. 

Pero también esta crisis sirvió para dejar al desnudo algunas cosas, como la inoperancia política de Obama, que deteriora su imagen tanto interna como externamente, y le da menos peso para seguir adelante con su reingeniería social. También las diferencias e inoperancia de los países europeos, mostrando su poco peso internacional y de políticas de largo plazo. Y finalmente se mostró una vez más que el Consejo de Seguridad de la ONU “está pintado” y carece de predicación real, lo que le quita credibilidad a toda la ONU, para imponer políticas.

Finalmente, esta crisis ventiló, en los medios de comunicación, las vinculaciones de los rebeldes que luchan contra el gobierno sirio con al Qaeda, la matanza sistemática de los cristianos y el apoyo de EE.UU. y sus aliados occidentales a estos grupos; todo lo cual hace crecer la semilla de la duda sobre la moralidad de los gobiernos que apoyan a los rebeldes y su doble discurso.

En resumen, el papa Francisco emerge como una figura capaz de dar voz a las religiones en la política mundial, capaz de movilizar la opinión pública y a políticos con un discurso moral. Los que están en la tarea de una reingeniería anti cristiana pierden credibilidad. Sale más a luz la matanza de los cristianos en oriente medio y la complicidad de occidente en el hecho. Y el único líder mundial que tiene detrás una plataforma con un tinte cristiano, Putin, sale fortalecido, incluso llega a usar la mención a Dios en una carta abierta a Obama.

Y esto parece ser por del poder de la oración ¿no?

Es para su discernimiento.

Veamos un análisis estrictamente con categoría políticas de los sucesos.

LAS DUDAS NORTEAMERICANAS PARALIZANTES

¿Se resquebraja el carisma, la habilidad de Obama para sacar adelante proyectos comprometidos? A pesar del esfuerzo de la Casa Blanca por lograr apoyos en Washington: sabemos que éstos se le resistían como no lo han hecho nunca desde 2009. La determinación y el éxito mostrados por su administración a propósito de la aprobación del Obamacare parecen haberse esfumado, y no son pocos los republicanos y demócratas dispuestos a enfrentarse en esto a la Casa Blanca 

Los problemas internos de Obama son, con todo, expresión de las dudas y dilaciones sobre la crisis: sobre la crisis siria, sobre la “primavera árabe” y por encima de ello sobre la política norteamericana en Oriente Medio. En el caso concreto que nos ocupa, un simple vistazo muestra los inauditos cambios en la Administración Obama respecto al uso por parte de Assad de armas químicas. Recordemos: en agosto de 2012, ante las noticias de su uso, Obama marca las famosas líneas rojas, que pasan por alto el uso que ya había hecho Assad en esas fechas (lo que precisamente motiva la advertencia norteamericana). Las pocas posibilidades de que Assad desafiase a Estados Unidos con un nuevo uso de estas armas parecen entonces garantizar la credibilidad de Obama, cuyas amenazas vuelven a repetirse. Poco después, en diciembre Obama interpela directamente a Assad, dejando aún más claras las represalias: “habrá consecuencias y serás responsabilizado”.

Hoy ya sabemos que no es así. Los acontecimientos, contradictorios y dispersos, se suceden. En Aleppo en marzo se utilizan armas químicas, y el 21 de agosto de 2013 se produce el gran ataque de Damasco que mata a cientos de mujeres y niños. Sin otra opción que cumplir con la palabra dada, Obama anuncia (30 de agosto) el ataque inminente sobre Siria, al tiempo que moviliza medios aeronavales para una acción de castigo. ¿Cree entonces, en su ya conocido desinterés, que no va a encontrar oposición dentro y fuera de su país? Lo cierto es que el Consejo de Seguridad vuelve entonces a mostrar las divisiones habituales, lo cual no sólo no parece frenar a Obama, sino que le empuja a anunciar un castigo con o sin el apoyo de las Naciones Unidas, con o sin el visto bueno de Rusia y China.

A las pocas horas, la postura de Obama se tambalea, sin que exista constancia clara del motivo, y comienza la espiral de contradicciones. El mismo 31 anuncia su disposición a dejar decidir al Congreso, cediendo las atribuciones que –a medio camino entre la práctica y el derecho- han ejercido tradicionalmente los Comandantes en Jefe. El pulso se traslada a Washington, con las cámaras paralizadas por el verano, alejando la posibilidad de intervención hasta el día 9. La ofensiva política de la Casa Blanca en Washington parece empezar a dar sus frutos cuando el viernes 7 los líderes republicanos del Senado y el Congreso dan su apoyo al ataque sobre Siria; pero apenas tres días después la suma de representantes dispuestos a dar el visto bueno a Obama no avanza, y es claramente minoritaria. El desconcierto aumenta, por fin, cuando se decide retrasar aún más la votación, paralizando sine die, cualquier operación militar.

Lo que ocurre después ya lo sabemos: la dubitativa actitud norteamericana, las divisiones internas son aprovechadas por Rusia para una mayor implicación verbal y diplomática en el conflicto: de la denuncia en verano de una posible intervención, el Kremlin pasa a un apoyo explícito al régimen sirio -no exento de veladas amenazas- cuando Obama da un paso atrás en septiembre. El punto más álgido de este protagonismo llega en los últimos días, cuando Lavrov lanza la propuesta de poner a disposición internacional del arsenal sirio. Obama y Kerry, aún en busca de apoyos populares y políticos, se ven obligados a aceptarla.

Así es como en dos semanas –las que van del anuncio de ataque de Obama a la aceptación por todos de la iniciativa rusa- Rusia se sitúa así en el eje de la crisis, el régimen sirio se arropa con la oferta, y Estados Unidos se ve arrastrado a aceptar el padrinazgo ruso en la crisis. Entre el 30 de agosto y el 10 de septiembre, Estados Unidos pierde la iniciativa en Siria: hasta el punto de que es el mismo Assad el que el día 12 supedita la solución a la crisis a una explícita marcha atrás de Obama.

Las dudas mostradas dentro y fuera de Estados Unidos, y la irrupción de Rusia como protagonista en la resolución de la crisis en Siria, se saldan ya con la pérdida de liderazgo y de credibilidad: de Obama, pero también de los Estados Unidos.

Por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, la voluntad norteamericana –dubitativa, por otro lado- se ve diplomáticamente forzada. Y por primera vez desde el fin de la Guerra Fría también, el Kremlin arrebata a la Casa Blanca el liderazgo en una crisis mundial. El enfangamiento en las discusiones en Washington, la pérdida de credibilidad de Obama, y el resurgir ruso como juez y parte de la crisis, alejan casi definitivamente, la posibilidad de una acción de castigo contra el dictador sirio.

EL SISTEMA INTERNACIONAL

Casi nadie duda de que asistimos a un cambio profundo en el sistema internacional, en el que las potencias de ahora -empezando por las democracias occidentales, Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia- cederán terreno a otras. Desde este punto de vista. Obama no es causa de los problemas norteamericanos: en buena medida es su expresión.

El desfondamiento europeo, el agotamiento norteamericano, los vaivenes rusos y las exigencias de otros países están teniendo como consecuencia la erosión acelerada del sistema de seguridad colectiva construido tras la Segunda Guerra Mundial. Erosión tanto en términos de relación de fuerzas como en términos ideológico-institucionales: la dispersión de la potencia militar fuera de Occidente corre pareja a la irrupción de nuevas culturas y nuevas ideologías que disputan los valores liberal-parlamentarios que, a despecho de Moscú o Pekín, sustentan las estructuras de seguridad colectiva actuales.

¿A qué nos conduce esta crisis? La desaparición de un orden por el agotamiento de sus principales miembros da como resultado la aparición de uno nuevo; y esto da lugar a la competencia de otras naciones que disputan su papel en él. Esta disputa -natural a las relaciones internacionales- no es, por primera vez en la historia, ni europea ni eurocéntrica: es global. No sólo en sentido geográfico, sino político, institucional y cultural. Un sistema internacional caracterizado por su carácter pluripolar, global y heterogéneo, sólo puede ser un sistema inestable, al menos por un tiempo.

No serán las instituciones internacionales de seguridad y defensa las que encaucen el cambio en ciernes. Resultan a día de hoy más un impedimento: las grandes crisis del siglo XXI muestran ya que si no son los países occidentales los que intervienen directamente en defensa de sus necesidades, nadie por ellos lo hará: la dejadez de la Administración Obama hacia la primavera árabe, la tentación de encauzarla a través de las diversas instituciones supranacionales se ha saldado en fracaso.

En la crisis siria, la solución apadrinada por Naciones Unidas bajo patronazgo ruso, constituye una histórica derrota de la diplomacia occidental: el paso atrás de Estados Unidos se acompaña de la ruptura con el sentir de su gran aliado Gran Bretaña, e incluso con el desfondamiento de su contrapeso europeo, Francia. Con las naciones occidentales derrotadas por la maniobra diplomática rusa dentro de Naciones Unidas, ¿cómo no concluir que, de aquí adelante, pocas bondades podrán esperar de esta organización?

SIRIA, OCCIDENTE Y EL MUNDO QUE VIENE

La deriva occidental, su capacidad de modelar el sistema internacional, y su voluntad de hacerlo constituyen así el último punto de este análisis iniciado a partir de los problemas de Obama en el Congreso.

La falta de voluntad, la laxitud moral e intelectual europea -extendida cada vez más a Estados Unidos- ha conducido en los últimos años a la parálisis occidental ante los cambios en Oriente Medio. En una carrera enloquecida por olvidar a Bush, las potencias occidentales renunciaron a continuar buscando y apoyando a los disidentes y a las minorías, a promocionar aperturas en las dictaduras amigas, a exigir presión sobre el islamismo. Se lanzaron en dirección contraria, renunciando a intervenir en un mundo en movimiento, a utilizar su potencial diplomático, económico y militar para salvaguardar sus necesidades, presentes y futuras. A controlar el cambio histórico, al menos a dirigirlo o a impedir determinadas direcciones. Otros aprovechan esa actitud.

Sin voluntad ni plan para Oriente Medio, los países euroatlánticos se han dejado llevar los tres últimos años por los acontecimientos según sucedían: el balance es la pérdida tanto de los dictadores aliados occidentales como de los escasos aliados situados entre sus opositores. La renuncia a intervenir en asuntos considerados internos ha provocado que todos los potenciales aliados hayan sido barridos, quedando un abismo entre los dictadores aferrados al poder y los islamistas ávidos de conseguirlo. Cuando, arrastrados por la opinión pública, a partir de acontecimientos puntuales y sin convicción ni determinación, las potencias occidentales han intervenido, lo han hecho de manera inconexa: Libia representa probablemente el ejemplo más dramática de las consecuencias que tiene que los líderes se dejen llevar por la opinión pública. Egipto el de mayor alcance.

La crisis, en fin, desemboca en la figura de Obama, en la pérdida de liderazgo de los gobernantes occidentales, fruto a su vez de la falta de solidez moral y de la tendencia a no asumir responsabilidades. La falta de principios y de convicciones, la incapacidad de hacer suyas las decisiones correctas, ha corrido como la pólvora por Londres, por París, por Washington. En esta ciudad, Obama representa el aspecto más trágico de esta historia: después de anunciar un castigo moralmente justificado y estratégicamente positivo, el presidente americano sumió a su país y a sus aliados en una espiral que ha hecho estallar la credibilidad occidental en un momento histórico inoportuno.

Fuentes: GEES, Signos de estos Tiempos

 

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